¡Supervivencia en Otro Mundo con mi Ama!

Capítulo 226. Una Temeridad Repentina

 

Tras el sermón, partimos de inmediato. La tabla aérea en la que viajamos está situada en el centro de la formación, así que, básicamente, solo debemos seguir a la que va delante. Con tanta gente y tantos vehículos, avanzar a máxima velocidad sería imposible, de modo que nos movemos a un ritmo moderado. Aun así, es más rápido que una carreta tirada por caballos.

Yo voy pilotando la tabla aérea, y Ellen viaja conmigo. Solo somos cuatro a bordo: Ellen, Amalie-san, Bertha-san y yo. La Srta. Zamir va en el vehículo inmediatamente delante del nuestro.

En otras palabras, ahora mismo estamos solos en este vehículo: Ellen, las dos hermanas… y yo.

—Es una sensación extraña, ¿verdad? Corre más que una carreta, pero no se mueve nada, —comentó Bertha-san.

—Después de viajar tanto en carreta, se te adormecen los glúteos y la espalda, —añadió Amalie-san.

Ambas estaban fascinadas con la suavidad del desplazamiento. Las vi por el retrovisor y tenían la expresión de dos niñas emocionadas, con los ojos brillando ante lo desconocido, más que la de dos devotas hermanas de la iglesia o damas recatadas.

—Oh…

Lo mismo ocurría con Ellen, que miraba el paisaje por la ventanilla. Su rostro habitualmente inexpresivo se había ablandado, y la forma en que contemplaba el exterior, con los ojos encendidos de curiosidad, era tan inocente como la de una niña pequeña.

Tras comprobar cómo iban en el retrovisor, dirigí la mirada al vehículo de delante. Era la tabla aérea técnica del escuadrón de artilleros, donde viajaba la Srta. Zamir. La vi sentada en la plataforma trasera, donde se colocan los artilleros, y observaba atentamente nuestro vehículo. Si ocurriera algo, parecía lista para saltar de inmediato.

Bien… dadas estas circunstancias, conviene reflexionar sobre esta expedición.

El objetivo de este viaje —o más bien, de esta campaña— es pacificar los territorios del Reino de Merinard. Aún quedan ciudades y guarniciones influenciadas por el Reino Sagrado, y nuestra misión es someterlas a nuestra autoridad o eliminarlas por completo.

Como ya habíamos enviado mensajeros a los pueblos y ciudades cercanos a Merinesburg para que mostraran su respeto, ese frente lo teníamos casi asegurado. Esta vez Ellen visitará esas localidades para realizar inspecciones —o más exactamente, pesquisas— mientras yo usaré mis habilidades para resolver con rapidez los problemas que estén enfrentando. Si surge algún conflicto, los soldados de élite y los artilleros dirigidos por Danan, junto con las arpías, arrasarán cualquier resistencia.

El clero y los funcionarios civiles que nos acompañan reemplazarán —literalmente, si es necesario— a los dirigentes políticos y religiosos de cada ciudad o pueblo. Aunque, bueno… mientras no sea imprescindible, no creo que haga falta llegar a «reemplazos físicos». Incluso Melty me comentó amablemente que, si no suponía demasiada molestia, podían encargarse de cambiar la cabeza de manera física.

Si hablamos de eso… me preocupa que haya errores de juicio. Pero teniendo los ojos de Ellen, capaces de ver la verdad, es poco probable que nos equivoquemos. Los que hayan abusado de su poder estarán aguardando nuestra llegada con el corazón encogido.

Y si alguno huye, quedará inmediatamente señalado. Escapar de las arpías y del resto de semihumanos depredadores no es tarea fácil. Y ahora, además, disponemos de tablas aéreas, mucho más rápidas que cualquier carruaje.

Después de conducir la tabla aérea un rato, noté que Ellen me observaba a través del retrovisor, como si ya se hubiera cansado de mirar el paisaje pasar.

—¿Qué ocurre?

—Estoy aburrida.

—Y ahora que me lo dices… ¿qué se supone que haga?

Estoy conduciendo ahora mismo. Aunque avancemos a una velocidad moderada, apartar la vista del camino está estrictamente prohibido. Sería una desgracia provocar un choque por un descuido.

—Habla de algo, por favor.

—¡Qué petición tan repentina y temeraria! ¡Amalie-san, ayúdame!

—Yo también quiero oír una historia de Kosuke-sama.

—Y yo igual.

—Parece que no tengo aliados…

Por lo visto, esperan de mí la misma capacidad de charla que un taxista alegre y locuaz. Me estremecí ante la súbita temeridad de estas tres mujeres del clero.

—¿De qué quieren que hable?

—Cualquier cosa está bien… Por ejemplo, algo que le haya conmovido desde que llegó a este mundo.

—¿Algo que me haya conmovido al venir a este mundo?

Bueno, hay muchas cosas.

—Lo primero que más me conmovió —o más bien, lo más adecuado es decir que me sorprendió— fue la existencia de las razas semihumanas.

—¿La existencia de los semihumanos? —preguntó Amalie-san ladeando la cabeza.

Para alguien que vive en un mundo donde los semihumanos son parte natural del paisaje, debe sonarles a algo incomprensible.

—En mi mundo no existían los semihumanos. Hay diferencias de color de piel, complexión, idioma y cultura, pero solo existen humanos. Por eso me sorprendió tanto ver a Sylphy por primera vez. Y cuando me llevó a la aldea élfica del Bosque Negro, me quedé aún más asombrado. Había gente bestia, hombres lagarto, lamias, humanos alados, gente cíclope, demonios… y distintos tipos de elfos.

—Ya veo… un mundo donde solo hay humanos. Como el ideal al que aspira ahora el Reino Sagrado, —comentó Bertha-san, fijándose más en la causa de mi sorpresa que en lo que me sorprendió aquí.

—En mi mundo también había muchos conflictos. Pero no existe la religión de Adel, ni milagros, ni magia… así que no se puede comparar con este mundo.

—Comprendo… un mundo sin milagros ni habilidades mágicas. Pero, Kosuke-sama…

—¿Sí?

En lugar de hablarme desde el retrovisor, Bertha-san se inclinó hacia adelante y acercó su boca a mi oído. Eh, eh, demasiado cerca. ¡Muy cerca!

Cuando giré la cabeza, tenía su rostro justo al lado del mío. Era una belleza exótica, con facciones marcadas, y verla tan de cerca resultaba… inquietantemente atractiva. Sus ojos castaños oscuros, casi negros, brillaban con clara molestia.

—¿Cómo es que con nosotras habla con tanta formalidad… pero con Eleonora-sama usa un tono tan familiar?

—Haré lo posible. Solo esperen a que me acostumbre.

—…Supongo que no hay remedio.

Pareció quedar satisfecha con mi respuesta y volvió a su asiento. Yo, en cambio, seguía sorprendido por lo cerca que estuvo de mí. Tal vez Bertha-san sea más atrevida o más activa de lo que imaginaba.

—Kosuke-sama, ¿conmigo también podría hacerlo? A mí también me gustaría que me hablara en un tono más relajado y cercano.

—Haré lo posible, sí.

Las dos son muy amables y receptivas, y su aura de clérigas es tan imponente que intimida un poco tratarlas con demasiada confianza. Aun así, se están esforzando por ayudarme, así que también debo poner de mi parte.

—Entonces, ¿algo más?

—Mucho más. Eso fue solo el principio. También me sorprendió muchísimo ver magia por primera vez.

—¿Qué clase de magia presenció?

—Magia curativa con los espíritu de la vida. Y, por cierto, yo era el objetivo. Sylphy me había dejado tan molido mientras dormía para interrogarme que ni siquiera podía hablar. Creo que hasta me rompió la nariz.

—…Eso es horrible.

—Sí, realmente lo fue.

Aun ahora pienso que aquella vez se pasó un poco. Aunque, si no hubiera sido Sylphy, quizás habrían acabado conmigo antes incluso de hacerme preguntas, así que no guardo rencor.

—Aparte de eso… también quedé impactado la primera vez que vi un gizma. ¿Ustedes han visto alguno?

—No. Tengo entendido que es un monstruo con forma de insecto que vive en el Gran Páramo de Omit, ¿no?

—Sí, exacto. Son carnívoros feroces, del tamaño de una carreta pequeña. Se impulsan con unas patas traseras muy fuertes y usan las antenas para perforar. Me impresionó su tamaño, porque en mi mundo no existen monstruos. Bueno, en cuanto a criaturas, plantas y animales, hay cosas muy parecidas a mi mundo, pero también muchas que son distintas, así que siempre termino sorprendiéndome.

—¿Cosas iguales pero diferentes? —preguntó Ellen desde atrás. No puedo verla porque sigo mirando al frente, pero seguramente ladeó un poco la cabeza.

—Sí, algunas. Hay muchas verduras que nunca había visto, que tienen formas parecidas a las de mi mundo, pero colores totalmente distintos. O al revés: lucen igual, pero saben completamente diferente. Por ejemplo, aquí los tomel suelen ser azules o verdosos, ¿verdad? En mi mundo, los frutos parecidos eran casi siempre de un rojo brillante. Algunos incluso amarillos.

—Un tomel rojo brillante… ¿como del color de la carne?

—Aportaría mucho colorido a la comida.

—En mi mundo, el daikon negro es justo lo opuesto al blanco puro…

Y así, conversando sobre verduras de otro mundo, el grupo encabezado por la santa siguió avanzando hacia la pacificación del reino.

 

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