Optimizando al extremo mi build de juegos de mesa de rol en otro mundo  

Vol. 1 - Prefacio


 

Juego de rol de mesa (o, como se conoce por sus siglas en inglés: TRPG).

Versión analógica del formato RPG que utiliza un libro de reglas y dados.

Una forma de arte escénico en el que el Maestro del Juego y los jugadores esculpen los detalles de una historia a partir de un esquema inicial.

Los PJ (Personajes Jugadores) nacen de los detalles de sus hojas de personaje. Cada jugador vive a través de su personaje mientras supera las pruebas del Maestro del Juego para llegar al final.

En la actualidad, existen innumerables tipos de TRPG, que abarcan géneros como la fantasía, la ciencia ficción, el terror, el chuanqi moderno[1], los shooters, el postapocalíptico e incluso ambientaciones de nicho como las basadas en idols o sirvientas.


 

Cuando me di cuenta de que el primer pensamiento que acudió a mi incipiente ego cuestionaba mi propia cordura, empecé a preguntarme si había contraído algún tipo de deuda kármica.

Me llamo Erich. No tengo apellido, ya que nací el cuarto hijo de una familia de granjeros independientes en las afueras del Imperio Trialista de Rhine. A los simples campesinos no se les permite tener apellidos, así que lo mejor que pude hacer fue identificarme como Erich del cantón de Konigstuhl. En otros lugares, bastaría con presentarme como el último hijo de Johannes.

Mi madre tenía las manos ocupadas atendiendo a la recién nacida que había traído al mundo durante el invierno. Por ello, en la primavera de mi quinto año me vi abandonado a mi suerte, y mi psique empezó a retorcerse de una manera peculiar. No estoy seguro de si debo atribuirlo únicamente a una vida pasada, pero la causa subyacente era cierta: otro yo habitaba en mí, totalmente separado de mis experiencias personales.

Para bien o para mal, el típico niño de cinco años es un animal inocente y estúpido. Se sorbe los mocos y juega con la vida de criaturas menores mientras retoza en el barro. Esto debería ser aún más común en un pueblo rural, donde todo atisbo de comodidad se sustituye por naturaleza hasta donde alcanza la vista.

Sin embargo, me sentí curiosamente iluminado, dotado de perspicacia tan pronto como mi deshilachada razón tomó conciencia de sí misma. Y esta percepción vino acompañada de experiencias totalmente ajenas a mí y, al mismo tiempo, inconfundiblemente mías. Estas experiencias formaban recuerdos, recuerdos de un hombre llamado Fukemachi Saku.

No encontré mejor manera de describir estos recuerdos que etiquetarlos como una vida pasada. Mis experiencias anteriores detallaban la anodina historia de un soltero treintañero. Había nacido en un hogar normal y había sido bendecido con una felicidad igualmente normal, hasta que había llegado a un final abrupto y desafortunado debido a un caso precoz de cáncer.

Me había convertido en directivo de una empresa comercial en la que trabajaba y disfrutaba de todo corazón de mis aficiones en mi tiempo libre. Pensaba que había sido una vida libre de remordimientos. Aunque mi soltería me había impedido dar nietos a mis padres, afortunadamente mi hermana mayor sí los tuvo, así que no tuve que cargar con un horrible remordimiento por ello.

La cuestión era por qué ahora estaba vivo en una tierra desconocida, percibiéndome como un niño de cinco años. Me vino a la mente un único recuerdo: mi cáncer de inicio precoz se había desarrollado rápidamente y yo había abandonado enseguida las esperanzas de tratamiento. En el ala de cuidados terminales, me había perdido con frecuencia en profundos pensamientos mientras meditaba para calmar mi alma. Al sentarme en la posición del loto y sumergirme en las profundidades de mi mente, podía sentir cómo el miedo creciente se disipaba de mi cuerpo enfermo y chirriante.

En medio de mi meditación, me encontré con Buda.

Para ser franco, yo mismo sólo podía imaginar que se trataba de alguna forma de alucinación, pero sencillamente no había otra manera de describir lo que había ocurrido. Después de todo, en mi encuentro casual con este hombre sentado sobre una flor de loto, él mismo afirmaba ser un Bodhisattva[2] en formación en el camino de convertirse en un futuro Buda.

Según este futuro Buda (si se estaba entrenando para ser un Bodhisattva, ¿eso lo convertía en Maitreya[3]?), entre toda la existencia había muchos mundos que en última instancia estaban destinados al colapso. Los dioses que supervisaban estos mundos acudían a él en busca de ayuda. En lugar de intervenir directamente, el sabio optaba por arrojar almas que acabaran resolviendo los problemas que se les asignaban o, de lo contrario, los evitaban.

En cualquier caso, su entrenamiento consistía en gestionar y mantener toda la existencia hasta salvar todas las vidas y convertirse en un Bodhisattva.

Entonces pensé que, en lugar de invocar a una persona corriente en su lecho de muerte, lo mejor sería utilizar algún tipo de poder divino para resolver estos problemas, pero al parecer había factores que se lo impedían, principalmente que la excesiva intervención de los dioses a menudo llevaba a los mortales a volverse ociosos y a decaer como seres. En consecuencia, los dioses se ocupaban de los asuntos dando un empujón indirecto para que la fuerza correctora fundamental procediera de los propios habitantes del mundo.

Es más, me dijo que a los profetas que sentaron las bases morales de los mitos religiosos se les hicieron ofertas similares a la que yo estaba recibiendo ahora. Como resultado, se convirtieron en hijos de Dios, iluminados y similares.

Era toda una gran historia. Para un hombre humilde, cuya mayor forma de lujo era comprar un nuevo libro de reglas o suplemento, este elevado discurso resultaba totalmente incomprensible. Tenía mis dudas sobre su método de selección. Había almas más virtuosas por ahí, personas de carácter sobresaliente, rebosantes de intenciones filantrópicas. ¿Por qué no elegir a un santo o a alguien que ya hubiera alcanzado la iluminación?

Y, sin embargo, su voluntad evidentemente no flaqueó, ya que ahora yo estaba aquí relatando solemnemente lo que había sucedido… como Erich, cuarto hijo de un granjero del cantón de Konigstuhl.

A pesar de su gran discurso, no me había dado ninguna misión concreta. No me había dado ninguna enseñanza que difundir, ni una profecía que exhortar. Todo lo que había predicado era el conocido evangelio de cierta deidad que había encontrado a lo largo de mis muchas aventuras en mi vida anterior: «Haz lo que quieras»[4].

Un dios del mal, ¿verdad?

Bromas aparte, estaba seguro de que la voluntad de los dioses preveía alguna estrategia profunda, compleja e indescifrable para mí. No me cabía la menor duda de que existía un plan para que yo pudiera hacer lo que quisiera y que, de algún modo, funcionaría a favor de lo divino… para bien o para mal. Mi presencia aquí probablemente tenía un significado en sí mismo, en cuyo caso, no tenía nada más que hacer que vivir.

Con mi propósito establecido, tenía una única prueba que bastaba para demostrar la existencia de tales dioses. Al final de nuestro encuentro, el venerable ser me ofreció una bendición junto con su evangelio: el poder de moldearme como quisiera.

Aunque en aquel momento no lo había entendido, ahora que mi sentido del yo estaba firmemente anclado en este mundo, por fin lo sabía. Podía desarrollar mis habilidades «como quisiera». Levanté la vista y me concentré para ver un documento de diseño que describía todos los detalles que me conformaban. Lo que podía hacer, lo que se me daba bien y lo que podía hacer realidad estaban claramente enumerados. Además, podía manipularlos a mi antojo.

Cada elemento influía en otro y, a su vez, recibía la influencia de otros para crear la compleja red de sistemas que ofrecían los juegos que tanto me habían gustado en mi vida anterior. El tiempo que había pasado garabateando personajes y explorando otros mundos en la forma más hermosa de entretenimiento conocida por el hombre se desplegaba ante mis ojos.

Me enamoré al instante del sistema, sencillo pero cautivador. Un cilindro que se extendía representaba mi crecimiento físico, con otros cilindros a su alrededor, cada uno de los cuales encarnaba un trabajo, una habilidad o un rasgo que servía para construir un avatar.

Cuando por fin mi mente reconoció lo que mis ojos me mostraban, pensé: Esto es un juego de rol de mesa. La interfaz era más parecida a la de un juego de consola, pero la estructura subyacente era la viva imagen del contenido de los gruesos y caros libros de reglas con los que a menudo me había deleitado. Era igual que las hojas de personaje en las que había trazado la historia de muchos personajes. Recordaba con cariño los trozos de papel que había utilizado para representar una historia con mis amigos mientras jugábamos a través de nuestras campañas analógicas.

¡Oh, qué alegría! pensé. Al fin y al cabo, eso significaba que ahora tenía ante mí un número infinito de posibilidades.

Por lo general, todas las criaturas ganan experiencia en relación con las acciones que realizan. Si realizabas tareas cotidianas como arrancar malas hierbas, te volvías más hábil escardando. Si blandías una espada, acumulabas experiencia con ella. Esto era evidente: no podías descubrir los secretos de la espada por muchas malas hierbas que arrancaras.

Pero yo sí podía. Al acumular todos mis puntos de experiencia, podía gastarlos en lo que quisiera, igual que un aventurero de un juego de rol podía abrirse camino hasta la sabiduría. Si me lo proponía, podía dominar el arte de la esgrima simplemente escardando el césped.

¿Cómo podría llamar a esto si no diversión? El sistema estaba diseñado igual que un TRPG: siempre que ahorrase experiencia en mis aventuras, podría conseguir habilidades completamente independientes de las hazañas que las alimentaban, igual que en mi amado pasatiempo.

Con unas condiciones tan increíblemente perfectas, no era ningún misterio que mi ego despierto no pudiera evitar dudar de su propia cordura. Este mundo era como una agradable fantasía que podría ver en la cama antes de dejarme llevar al país de los sueños.

Sin embargo, a diferencia de un sueño, yo existía de verdad y mi poder funcionaba tal y como yo esperaba. La única prueba que necesitaba para confirmarlo era el simple ídolo de madera que tenía en las manos.

Odio admitirlo, pero había sido torpe en mi vida pasada. Seguir las instrucciones originales era lo máximo a lo que había llegado con los modelos de plástico, e incluso entonces resultaban un desastre, ya que a menudo los rompía al utilizar las piezas equivocadas.

¡Pero mírame ahora! Al poner puntos de experiencia en Destreza, había desbloqueado la habilidad Tallar madera. Tras adquirir el primer nivel, Principiante, era capaz de tallar una figura con solo un cuchillo y un trozo de madera.

Soy Erich, del cantón de Konigstuhl, el chico que hace lo que quiere.

 

[Consejos] Los puntos de experiencia sirven para mejorar las estadísticas básicas, los rasgos y las habilidades.


[1] Una forma de ficción china.

[2] Bodhisattva es un término propio del budismo que alude a alguien embarcado en el camino del Buda de manera significativa, es decir, cualquier persona que está en el camino hacia la budeidad.

[3] Un ser iluminado que ha alcanzado la iluminación, pero elige permanecer en el ciclo de nacimiento y muerte para ayudar a los seres sintientes a alcanzar la liberación.

[4] La frase “Do what thou wilt” (“Haz lo que quieras”) es un lema y principio central de la filosofía y religión conocida como Thelema, fundada a principios del siglo XX por el escritor y ocultista británico Aleister Crowley. La frase proviene de la obra de Crowley titulada “The Book of the Law” (El Libro de la Ley), que él afirmaba que le había sido dictada por un ser divino llamado Aiwass en 1904. La frase “Do what thou wilt” se presenta como una afirmación de la libertad y la autonomía individual, y sugiere que cada persona debe buscar su propósito único en la vida y seguir su verdadera voluntad en lugar de obedecer a las convenciones sociales o religiosas impuestas por otros.


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