Optimizando al extremo mi build de juegos de mesa de rol en otro mundo

Vol. 1 - Verano del quinto año Parte 1
 


Dados

 

Una herramienta íntimamente familiar a la historia de la humanidad, utilizada en cuestiones de juego desde los albores de los tiempos.

Los TRPG ofrecen una experiencia de juego de rol en forma analógica, por lo que los dados son esenciales para añadir un elemento de aleatoriedad al asunto.

El tipo más común tiene seis caras, pero los TRPG suelen utilizar dados de ocho, diez, doce o veinte caras. A veces se utilizan dados de cien caras, que son esferas que ruedan eternamente. Otras veces, pirámides de cuatro caras pueden caer al suelo y causar una dolorosa catástrofe más adelante.

Una notación habitual para las tiradas de dados es «xDy», donde D representa dados, el primer número el número de dados y el segundo el tipo de dados. Así, 2D6 equivale a tirar dos dados que tienen seis caras cada uno.


 

Entre las naciones del extremo occidental del Continente Central, el Imperio Trialista de Rhine era una monarquía bien establecida con vastas posesiones que se extendían hacia el centro del continente. La abundante tierra estaba gobernada por tres casas imperiales, de entre las cuales siete casas electoras elegían a un emperador. Este proceso político había demostrado su estabilidad, ya que el gran país aún no había flaqueado en sus quinientos años de historia.

La parte sur de Rhine era conocida por su historia de diversidad racial y albergaba un distrito administrativo llamado Heidelberg. Debido a su clima más fresco, el sur era conocido sobre todo por el cultivo de uvas destinadas a la producción de vino. Su próspera industria olivarera también era una de las mayores fuentes de aceite vegetal del Imperio, por lo que era muy valorada.

La parte occidental de esta vital —aunque humilde— región estaba defendida por las tropas acuarteladas en la fortaleza de Konigstuhl. Y en uno de los varios condados que caían bajo su protección, un matrimonio igualmente corriente se devanaba los sesos en una deliberación.

El hombre se llamaba Johannes y la mujer Hanna. Los dos mensch —un tipo de humano que se encuentra por todo el Imperio— eran agricultores independientes que habían echado su suerte con la Diosa de la Cosecha. Trabajaban campos de cereales llenos de centeno y tenían un único olivar. Se podían encontrar cientos, si no miles, de familias medianamente prósperas como ellos dentro de las fronteras de Rhine.

La fuente de los problemas de la pareja era su cuarto hijo, Erich, que iba a cumplir seis años en otoño. Sin embargo, no es que fuera un inadaptado incontrolable o falto de ingenio. De hecho, era un niño maravilloso del que estaban muy orgullosos. Escuchaba obedientemente sus órdenes, se abstenía de las payasadas a las que son propensos los niños pequeños e incluso intentaba honestamente cantar los himnos durante el culto del sábado. No se avergonzaban de llamarle hijo. La pareja no se preocupaba por sus deficiencias, más bien, era demasiado bueno.

La pareja tenía cuatro hijos y una hija. Su hijo mayor había cumplido ocho años este año, y los gemelos que habían seguido poco después al mayor tenían siete. Habían esperado algún tiempo para dar a luz a Erich, su cuarto hijo, y por eso tenía cinco años. Esta era la raíz de sus preocupaciones: ¿a quién iban a enviar a la escuela privada del magistrado?

En el país imperaba un nivel de vida relativamente alto entre la clase plebeya, lo que significaba que se fomentaba la alfabetización incluso entre los campesinos. Para un campesino independiente que deseaba ganarse las gracias del magistrado o señor local, aprender la lengua palaciega (un derivado de la lengua imperial que empleaba una pronunciación con más clase, un fraseo peculiar y cierta gramática irregular) era una obligación. Además, se esperaba que se hubiera incursionado en la poesía y que se supiera tocar algún que otro instrumento.

En consecuencia, era típico que las familias campesinas pagaran una elevada matrícula para que su primogénito pudiera asistir a la escuela de magistrados de su localidad. Era habitual ver a los agricultores más pobres forzar sus escasas finanzas con la esperanza de asegurar un futuro a sus hijos. En cambio, los que disponían de márgenes holgados llegaban a educar a su segundo hijo para tener un heredero de reserva o fundar una familia filial. Era natural que Johannes y Hanna pensaran enviar a su propio hijo a la escuela.

La cuestión era… ¿qué hijo?

Johannes había conseguido recientemente el permiso del magistrado para ampliar sus tierras de cultivo y, como preparación, había hecho la gran compra de un caballo de tiro. Sus ahorros eran escasos; para mantener un fondo de emergencia, lo mejor era elegir sólo a uno de sus hijos.

Normalmente, podría enviar a su hijo mayor sin rechistar. El patriarcado prevalecía entre los mensch de corta vida y, más concretamente, la primogenitura era un principio fundamental del derecho imperial. Sin embargo, el talento cegador de Erich proyectaba una gran sombra sobre su hermano mayor.

Johannes sabía que, por lo general, era de esperar una gran disparidad en las capacidades de niños con tres años de diferencia. Era algo perfectamente lógico, ya que el cuerpo del mayor estaba más desarrollado y su mente más llena de experiencia. Pero la disparidad invertida entre su primer hijo, Heinz, y el cuarto, Erich, no era algo que pudiera ignorar.

Mientras que Heinz recitaba a tientas himnos destinados a ensalzar lo divino y apenas podía recitar oraciones de memoria, Erich recitaba las palabras a la perfección a pesar de su ceceo infantil. No sólo eso, sino que Erich incluso había memorizado salmos difíciles llenos de lenguaje arcaico, ganándose el favor del obispo de su iglesia.

Además, mientras que Heinz se ensangrentaba las manos con sólo pelar verduras, Erich utilizaba los dedos con una gracia inusitada. Cuando la pareja accedió a sus súplicas de una navaja, Erich talló un ídolo de madera de su diosa antes de que acabara el día. El mes pasado, había reproducido un set de piezas de un juego de mesa entero sin instrucciones.

Además de todo esto, Erich también estaba más dotado mentalmente. Cuando se le pedía que realizara una serie de tareas, reconocía al instante la forma más eficaz de agruparlas. Si había alguna que requiriera toda su atención, la realizaba con esmero y sin perder un instante. En cambio, Heinz era perezoso y su trabajo era a menudo chapucero. Cuando le habían mandado dar forraje al caballo, había acabado empapando de agua el comedero.

No cabía duda de quién estaba mejor preparado para aprender. Aun así, aunque no era absoluta, la primogenitura era un principio omnipresente en la tierra. Dar prioridad no ya al segundo, sino al cuarto hijo, tendría graves implicaciones sociales.

Además, Heinz estaba muy interesado en ir a la escuela. Como padres, la pareja tenía que pensar en cómo se sentirían sus tres hijos mayores si su hermano menor les adelantara. Y así, los prudentes Johannes y Hanna se pasaron otro día reflexionando mientras se acercaba la fecha límite para presentar la solicitud.

 

[Los Mensch son una raza humana que se encuentra en todos los continentes. Debido al gran desequilibrio entre los que tienen talento y los que no, a veces se les llama la «raza de los sabios tontos» o la «raza de la lotería», pero ninguna puede superarlos en cuanto a crueldad.

 

Rellenar tus estadísticas es muy, muy importante. Después de todo, las bonificaciones hablan más que los dados la mayoría de las veces.

Yo era un devoto creyente de lo que llamaban «valores fijos». Bueno, con la suerte que tenía, tenía que serlo. Siempre que había estado en el lado del jugador, sacaba una media de cinco en una tirada estándar de 2D6 y a menudo había sido bendecido con la friolera de 250 puntos de experiencia como consuelo por una sola sesión de tiradas de dados chapuceras. Pero si me convertía en el Maestro del Juego, mi media se disparaba a un asombroso nueve. Ni siquiera recordaba cuántas veces había matado a mis jugadores con golpes críticos inesperados.

Teniendo en cuenta mi historial, me pareció justo centrarme en la capacidad de eliminar cualquier atisbo de variación al planear mi build ideal[1]. Dado que el concepto de media matemática no se aplicaba a mí, siempre me habían parecido especialmente tranquilizadoras cosas como el poder divino de la bonificación de precisión +1 de una maza.

También había escuelas de powergaming[2] que se basaban en el uso de un puñado abrumador de dados para eliminar cualquier variabilidad, pero incluso entonces, el uso de valores críticos fijos era el medio más robusto de masacre. Supongo que tendré que evitar por completo la suerte. Qué pena más absoluta.

En consecuencia, decidí no probar nada extraño y me esmeré en nivelar mis estadísticas básicas en cuanto mi ego tomó forma.

Había diez estadísticas físicas que podía manipular: Fuerza, Resistencia, Inmunidad, Aguante, Agilidad, Destreza, Inteligencia, Memoria, Capacidad de maná y Producción de maná. Al parecer, el sistema giraba en torno a estos diez atributos que se entrelazaban mediante complejas ecuaciones para calcular un resultado final, aunque aún no estaba seguro de lo que significaban las dos estadísticas de fantasía del final.

Debido en parte a mi torpeza en el pasado, había prestado mucha atención a la destreza. Ya tenía cierta confianza en mi memoria, pero también puse puntos en mejorarla aún más. La ventaja de tener manos diestras no necesita explicación, y ser capaz de recordar más cosas nunca es malo.

Me había costado un poco asimilar lo que significaba «inteligencia», pero en esencia se reducía a velocidad de pensamiento y racionalidad. La idea de jugar con esta estadística me aterrorizaba un poco, pero después de probarla con un puñado de puntos de experiencia y confirmar que no tenía efectos adversos en mi conciencia, empecé a mejorarla sin dudarlo.

Siendo un no tan inocente niño de cinco años con una edad mental que rondaba la treintena, me había convertido en una especie de niño prodigio. Cualquiera en la treintena podía hacer el papel de niño prodigio, pero ahora que me había potenciado aún más, era todo un espectáculo para la vista. A pesar de haber vivido una infancia normal en mi vida anterior, ahora era conocido como el genio del barrio. Pero, para que quede claro, no me comportaba así para inflar mi propio orgullo sin sentido.

Ahora bien, me considero un adicto a los datos y un creyente en valores fijos, pero diría que mi característica más notable es que idealizo las builds terminadas. Aunque no ignoro del todo lo rápido que avanza mi personaje, mi máxima prioridad es siempre el ideal de un producto acabado.

Muchos juegos de rol permiten a los jugadores seguir acumulando puntos de experiencia sin parar, pero siempre hay una forma final que alcanzar. Puede ser el momento en el que alcanzas el Nivel 15 o una build que se dispara después de 200 XP, pero independientemente de eso, creo que hay belleza en llegar a un punto final claro.

Es un momento magnífico cuando tu daño es tan completo que entras en combate e instantáneamente infliges cientos de puntos que no se pueden defender, mitigar o bloquear, o cuando tu defensa puede absorber decenas de puntos de daño de cualquier ataque que se te ponga por delante. La belleza de estos personajes completados, combinada con un Maestro del Juego a un paso de gritar «¿¡Pero chicos, acaso no pueden contenerse un poco!?» es nada menos que la cima del arte.

Por eso pensé que era el momento de centrarme en los fundamentos. Quería dedicar mi crecimiento a cualquier forma final que persiguiera en el futuro, tanto con respecto a mis estadísticas como a mi posición social.

La capacidad de cada una de mis estadísticas físicas estaba encapsulada por niveles que se calculaban con respecto a la media de mi raza. Y, según las notas de mi página de estadísticas, cuando mi capacidad alcanzaba el límite inferior de un nuevo nivel, la evaluación en mi pantalla cambiaba.

En general, las entradas físicas oscilaban entre I: Endeble, II: Tembloroso, III: Débil, y sólo en la Escala IV alguien se convertía en Promedio. Después venía V: Bueno, VI: Soberbio, VII: Excelente y, por último, VIII: Ideal, pero por encima estaba el límite superior, la Escala IX, Favor Divino. La formulación del último nivel implicaba que era un nivel reservado sólo para aquellos que eran literalmente amados por los dioses.

Alcanzarlo requeriría una cantidad impía de puntos de experiencia. Mi primer objetivo iba a ser aumentar todos mis atributos a V: Bueno. El camino hacia mi objetivo provisional era largo y las cifras mareaban. Pero estaba acostumbrado a que se burlaran de mí por ser un maniático de los datos: Era un bicho raro que mataría a un dios si tuviera datos que respaldaran mis esfuerzos. Olfatear habilidades interesantes de las que abusar no era más que parte de mi rutina.

Mientras miraba intensamente el árbol de habilidades cilíndrico, encontré una característica en la categoría básica llamada Prodigio Infantil. Su efecto era sencillo: mientras fuera un niño, me resultaba más fácil ganar experiencia. Esta habilidad de tiempo limitado estaba destinada a agotarse con el tiempo, pero yo intuía que aumentaría significativamente el total de experiencia que ganaría a lo largo de mi vida, así que invertí mis puntos en ella de inmediato.

Ni que decir tiene que se trataba de un rasgo poco común, y me llevó varias semanas de tallar madera y tareas cotidianas ahorrar lo suficiente para hacerme con él. Pero los resultados fueron exactamente como esperaba.

Después de medio año, mi habilidad para tallar madera había pasado de I: Principiante, pasando por II: Novato, hasta llegar a III: Aprendiz, con IV: Artesano a pocos pasos. Por encima estaban V: Adepto, VI: Experto, VII: Virtuoso y VIII: Maestro. Lo único que había más allá era IX: Divino, por lo que probablemente me acercaba al nivel de habilidad medio de un artesano del sector.

Prodigio Infantil fue el factor clave de mi explosivo ritmo de crecimiento. Echando la vista atrás a mis anteriores índices de experiencia, probablemente apenas habría llegado a III: Aprendiz sin la habilidad.

Al ver cómo el nivel de competencia necesario para alcanzar el siguiente rango aumentaba exponencialmente (las cifras reales eran francamente repugnantes) junto con los rangos de mis estadísticas y habilidades, comprendí por qué un rasgo como <Prodigio Infantil> debía encontrarse en los niños con talento e incluso en algunas personas normales.

En cualquier caso, como ya he mencionado, uno de mis objetivos era utilizar Prodigio Infantil para ganar puntos de forma eficiente y utilizarlos para aumentar todas mis estadísticas y situarme por encima de la media. Además, quería conseguir una fuerza claramente definida. Me encantaría llegar al menos a Escala IX, como IX: Favor divino o IX: Divino, pero… bueno, eso podría ser un objetivo a alcanzar por ahora.

Lo que pasa es que los dígitos me parecían raros. El salto de VIII: Ideal y VIII: Maestro a IX: Favor Divino y IX: Divino era de dos dígitos de puntos de experiencia. Si tuviera que ahorrar suficientes puntos para saltar de I: Débil a V: Bueno de una sola vez, seguiría sin estar ni cerca de la cantidad necesaria para una habilidad en la Escala IX. Todo esto me recordaba a la rutina masoquista de los juegos para móviles, especialmente su contenido final.

Por el momento, opté por reflexionar sin perder de vista mi ritmo de entrada de experiencia. Aún no sabía lo suficiente sobre el mundo como para decidir qué tipo de estrategia quería seguir. No me haría ninguna gracia apostar por un camino que fuera el equivalente a la basura industrial de este mundo.

Garantizar una fuente eficaz de experiencia era un hecho. Mi siguiente prioridad era ganarme la confianza de la gente que me rodeaba. No había ningún esquema complejo detrás: cuando al final encontrara algo que quisiera hacer, lo mejor sería que todos creyeran en mi capacidad y me ayudaran. Así fue con mis padres, el obispo de la iglesia y…

—Erich, ¿qué estás haciendo?

…Hasta mis hermanos.

—Oh, Heinz, —dije a modo de saludo. Estaba sentado en una pila de leña junto al granero cuando mi hermano mayor me llamó.

Era un muchacho corpulento que tenía el mismo pelo castaño y rasgos toscos que nuestro padre. Últimamente, la gente lo comparaba conmigo fuera donde fuera, así que estaba de muy mal humor. Yo era el menor en mi vida pasada y el menor de mis hermanos en la actual, así que no podía entender del todo sus sentimientos, pero aun así simpatizaba con él.

Los padres constituyen la mayor parte del mundo de todo niño. Ver a esos mismos padres alabar a tu hermano pequeño por encima de ti cuando ni siquiera era un niño pequeño que necesitara atención constante sería, como mínimo, poco divertido. Estos niños suelen volverse desobedientes en busca de atención y entran en una espiral descendente en la que sus travesuras no hacen sino empeorar aún más la opinión que sus padres tienen de ellos.

Para mí era evidente el doloroso futuro que le esperaba. Pero yo quería a mi hermano (mentalmente más joven), así que con los pensamientos marchitos de un hombre de treinta y tantos, me propuse crear armonía entre nosotros. 

—Estaba haciendo esto, —le dije.



[1] En el ámbito de los juegos, una “build” se refiere a una estrategia específica de configuración de habilidades, características y equipamiento de un personaje o jugador en el juego. La construcción de la build puede ser realizada por el propio jugador o puede ser sugerida por la comunidad de jugadores como la forma óptima de jugar.

[2] El “powergaming” es una práctica en los juegos que consiste en buscar la forma más efectiva de obtener el máximo poder, habilidades o beneficios en el juego, sin necesariamente enfocarse en la historia o el desarrollo del personaje. El objetivo principal del powergaming es maximizar la eficacia de un personaje o jugador en el juego, a menudo en detrimento de la diversión o el disfrute del juego.

 

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