Danmachi: Argonauta

Vol. 2 Capítulo 2. El Santuario del Espíritu Parte 1

La larga noche finalmente había terminado.

Argonauta, quien había sido atrapado en una trampa en la capital y continuaba luchando bajo nubes oscuras, al fin pudo entrecerrar los ojos ante la brillante luz del día.

Observaba el sol que surgía sobre las montañas y respiraba el aire fresco y limpio.

—El sol ya ha salido… y ahora, ¿qué hacemos?

—Ah, mientras dormía profundamente, estuve pensando en ello en mis sueños…

—¿Esperas que me crea que eres así de habilidoso…?

Frente a Crozzo, quien se aseguraba de apagar bien la fogata, Argonauta cruzó los brazos y cerró los ojos, mientras Olna le lanzaba un comentario exasperado. El bufón ignoró su comentario y levantó un dedo.

—¿Qué tal si vamos al «Santuario del Espíritu»?

—¿Santuario del Espíritu?

—¡Sí, es un rumor que escuché! Dicen que en algún lugar de las tierras de la capital yace dormido un espíritu. ¡Mi idea es ir allí y obtener un gran poder del espíritu!

Argonauta explicó, usando gestos, en respuesta a la curiosidad de Crozzo. Antes de partir hacia la capital, había contado esta historia a Feena en el pueblo donde se hospedaba.

…Ahí fue cuando escuchó una leyenda de que hay un «Santuario del Espíritu» cerca de la capital.

¡Definitivamente quería ir allí también!

Para Argonauta, en un principio, la idea de visitar el santuario había sido solo un complemento a su objetivo de convertirse en héroe. Sin embargo, dadas las circunstancias, estaba dispuesto a aferrarse a cualquier esperanza.

—¿Cuántas veces más planeas dejarme sin palabras? Te advierto que eso se considera una «leyenda» en la capital. —Olna, finalmente agotada por la absurda idea de Argonauta, similar a una súplica desesperada, se mostró exasperada—. Hay registros de que enviaron soldados varias veces para verificar su existencia. Y, aun así, nunca lo encontraron. Seguro que es solo un mito.

—¿De dónde surgió el rumor? ¿Cuál es el origen de la leyenda? Aunque nadie lo haya visto, el hecho de que se refieran a un «santuario» de manera tan específica me parece un detalle curioso. ¡Creo que en eso hay algo de verdad! —Pero Argonauta no se desanimó. Al contrario, esbozó una sonrisa mientras intentaba profundizar en el misterio.

Cuando Argonauta visitó la capital, logró acercar la leyenda de los espíritus de ser un «rumor infundado» a algo que despertaba cierta expectativa en él, como un «quizás, tal vez sea cierto». Esto sucedió mientras recorría la ciudad con la princesa, ya que vio en varios lugares elementos relacionados con los espíritus, como la «fuente inspirada en los cuatro espíritus», dispersos por la capital.

Esto le dio suficiente evidencia para suponer que se basaban en registros de antiguos habitantes de la ciudad.

Olna se quedó momentáneamente perpleja ante las explicaciones y observaciones de Argonauta.

—…Según recuerdo, era una historia sobre un viajero que veía una luz que descendía del cielo y, donde llegaba, se encontraba el «santuario». En esa época, el control de los monstruos se debilitó temporalmente, lo que llevó a rumores de que un espíritu había descendido… pero eso fue todo.

—¡Debe haber más pistas! ¡Recuerda, Olna! ¡Vamos, puedes hacerlo, Olna! ¡Si hace falta, usa la adivinación para encontrar el lugar, Olna!

—¡No digas tonterías!

Mientras Olna revisaba sus recuerdos y reflexionaba sobre la historia de la capital, Argonauta la alentaba con un entusiasmo que rozaba lo irracional. Naturalmente, Olna frunció el ceño y le gritó de vuelta.

Justo en medio de su alboroto matutino, Crozzo intervino.

—No sé si será el «santuario» que buscan, pero… ¿un «espíritu»? Hay uno cerca de aquí.

—¿Eh? —dijeron ambos Olna y Argonauta.

Crozzo lo comentó como si no fuera nada.

—Mi «sangre» está reaccionando. Algún «congénere» del espíritu que me salvó debe estar cerca.

—…¿E-e-es verdad? ¿En serio? …¡Y, por cierto, ¿podría guiarnos, buen señor?!

—¿Por qué hablas tan formal? Claro, puedo hacerlo.

Tres respiraciones de silencio pasaron. Al mismo tiempo que el sol de la mañana destellaba sobre el horizonte, Argonauta estalló en una risa.

—…Ja, ¡jajajajajajá! ¡Tal como lo planeé! ¿Lo ves, Olna? ¡Esto es el poder de los encuentros!

—¿En serio…?

Mientras Argonauta expresaba una alegría algo forzada ante la inesperada buena suerte, Olna, en lugar de alegrarse, se quedó completamente desconcertada por el «poder» del espíritu de Crozzo, que seguía manifestándose desde que lo conocieron.

—¡Este encuentro seguro es una señal de los dioses! ¡Vamos al sagrado «Santuario del Espíritu»!

—¡Claro!

—…Qué compañeros tan descuidados tengo.

Acompañados del cansancio constante de Olna, el grupo fijó su objetivo. Después de compartir las provisiones de Crozzo, incluyendo carne seca, desayunaron y partieron. Se dirigían hacia el este, según la «sangre del espíritu» que estaba reaccionando.

El clima era favorable en los alrededores de Lakrios. Muchas tierras parecían llenarse de nubes negras y aire pesado, como si lamentaran el destino del mundo; sin embargo, el cielo seguía despejado y azul. Aunque antes había pensado que este ambiente se debía a que el feroz toro, enemigo de los monstruos, los aniquilaba y devoraba al acercarse a la capital, ahora Argonauta comenzó a considerar que tal vez la protección del «espíritu» que habitaba esa tierra también tenía algo que ver, mientras observaba el claro firmamento.

Avanzaron a través de prados y colinas casi desprovistos de vegetación. Y, en el camino, se encontraron con varios monstruos. Animales de cuatro patas, aves de fuego, y, en ocasiones, enormes serpientes intentaron bloquear el paso de Argonauta y los suyos, atacándolos despiadadamente una y otra vez.

—¡Toma esto!

«¿¡Gryaaah!?»

Sin embargo, Crozzo se encargó de todos ellos. Partía a los monstruos en dos con su gran espada roja y brillante, los reducía a montones de cenizas, o los quemaba completamente con las llamas que brotaban de la hoja.

Su estilo de combate, dicho de una manera positiva, era impresionante; de otra, era torpe. Comparado con guerreros experimentados como Yuri o Garms, sus «habilidades y tácticas» estaban algo rezagadas. Sin embargo, su «poder» era tan colosal que no solo compensaba cualquier falta de técnica en el campo de batalla, sino que la superaba.

Un «herrero combatiente» que parecía combinar la habilidad de combate cuerpo a cuerpo con el poder mágico de un bombardeo ígneo. Solo con esa descripción era evidente cuán excepcional y atípico era el joven.

—¡Esto es el final!

En medio del mar de colinas, un corte ancho y profundo golpeó a uno de los monstruos. El gran tigre, orgulloso de su gigantesco cuerpo, comenzó a inclinarse lentamente hasta desplomarse con un estruendo sobre la tierra.

—Realmente, es increíblemente fuerte… Y además puede encontrar «espíritus». ¿Qué tan fuera de lo común es este hombre?

—Nos ayuda enormemente, ¡así que no hay de qué quejarse!

Mientras Olna suspiraba, ya cansada incluso de estar asombrada, el siempre pragmático Argonauta recibía la situación con gran alegría. Ignorando la mirada severa de la joven, quien le espetó: «¿Acaso no tienes ni un ápice de orgullo como hombre?», se acercó al herrero que se limpiaba el sudor de la frente.

—¡Gracias por prestarnos tu ayuda, y aún más teniendo a una compañía tan dudosa como la nuestra!

—No me pongas en tu mismo grupo.

—Oye, es un barco en el que ya me subí, y cuando escuché de su misión, ya estaba decidido a acompañarlos hasta el final. Además, parece que será entretenido.

A pesar de que Olna empezó a halarle la mejilla sin compasión, Argonauta le respondió con una sonrisa, mientras Crozzo soltaba una leve risa. Después de observar la interacción entre los dos, el herrero les lanzó una propuesta.

—Oye, ¿te importaría si te llamo «Ar»? Llamarte «Argonauta» es un poco engorroso.

—¡No hay problema! ¡De hecho, todos los que me conocen me llaman Ar!

—¡Perfecto! Pues encantado de nuevo, Ar.

—¡Igualmente, Crozzo!

Argonauta estrechó la mano derecha de Crozzo, levantada a la altura del pecho, con fuerza y entusiasmo. Observando la escena con una expresión escéptica, Olna murmuró en voz baja.

—¿Así es la amistad entre hombres? Qué sofocante…

—¡Dices eso, pero te da envidia, ¿verdad, Olna?! ¡¿Puedo hablar un momento contigo?!

—¡No me da envidia! …¿De qué quieres hablar?

Soltando la mano de Crozzo, Argonauta se giró hacia Olna con una expresión seria.

—Hemos decidido ir al «Santuario del Espíritu», pero no podemos tomarnos las cosas con calma. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que la princesa sea ofrecida como «sacrificio» al Minotauro?

—…Después de una gran «comida», la criatura siempre cae en un largo sueño. La princesa debía ser entregada después de que terminara la guerra. Aún queda tiempo.

Al escuchar la respuesta de Olna, quien hablaba con una expresión solemne, Argonauta sintió un alivio momentáneo.

—Entiendo… Sin embargo, realmente lo sabes todo, ¿verdad? ¡Como se esperaba de una vidente que tiene acceso a los rincones más oscuros del reino!

Cuando Argonauta la elogió sin ninguna intención oculta, Olna, sacudió su larga cabellera negra, bajó la mirada y dejó escapar una sonrisa de autodesprecio.

—…No tengo ningún poder para leer las estrellas. Ni, por supuesto, para predecir el futuro del reino.

—¿……? ¿Entonces, por qué fuiste recibida en el reino como una figura importante?

—¿Quién sabe? A mí también me gustaría saber por qué una inútil como yo sigue viva.

—……

La joven soltó una sonrisa sarcástica, como si despreciara el reino distorsionado, un supuesto paraíso, perdido en algún lugar más allá del mar de colinas. Argonauta la observó en silencio, sin decir nada.

—Simplemente hay personas en la capital que desean mantenerme encerrada en una «jaula». Eso es todo.

Dicho esto en un tono despectivo, la joven apartó la vista.



—¡¿Han encontrado ya a Doña Olna?!

La furia del rey resonó en la sala del trono.

Los soldados alineados se encogieron ante el potente grito que hizo temblar el aire, y uno se preguntaba de dónde provenía semejante fuerza en ese cuerpo anciano, reducido a piel y huesos. La rabia desbordante del siempre implacable Rey Lakrios era evidente, y casi podía describirse como una pérdida de cordura.

—¡Mi señor, lo sentimos mucho! Creemos que tal vez escapó junto a un viajero que la ayudó, y con Argonauta, hacia las afueras de la capital…

—¡Inútiles! ¡Envíen tropas de inmediato y encuentren a Doña Olna!

—¡Co-como ordene, su majestad!

El rey Lakrios, de pie y gritando sin recordar siquiera el trono detrás de él, observaba como el comandante de los caballeros, cubierto en una armadura negra, salía rápidamente. Los soldados, siguiendo su ejemplo, se apresuraron a salir también.

Casi al mismo tiempo, una amazona entró en la sala, cruzándose con los soldados que se marchaban.

—¡Su majestad! ¡Yo iré! Olna, yo…

Era Elmina, cuya negra cabellera le caía sobre los hombros. Su voz revelaba una falta de calma. El rostro que siempre había mostrado una expresión fría frente a Argonauta ahora reflejaba ansiedad.

—¡Silencio! ¡¿Crees que encontraremos algo enviando a una sola bestia como tú?! ¡Deja que los soldados se encarguen! ¡¡De otra forma no encontraremos nada!!

—¡……!

El rey desestimó la petición de Elmina. Era como si intentara convencerse a sí mismo, mostrando una frustración evidente por la situación actual.

La «hermana mayor» preocupada por su «hermana menor» apretó su puño de piel morena, mordiéndose los labios bajo la tela que cubría la mitad inferior de su rostro.

—¡En lugar de eso, vigila a esos «candidatos a héroes»! ¡Aquellos que han mostrado simpatía hacia ese payaso y su hermana son impredecibles!

—…¡Tch!

La asesina chasqueó la lengua con desprecio y desapareció.

El rey Lakrios, quien llevaba un rato alzando la voz con su cuerpo anciano, jadeaba mientras finalmente se dejaba caer en el trono. Con un gran ruido, se dejó caer y agarró su rostro con la mano derecha.

—¡Maldito payaso…! ¡No solo te rehusaste a ser eliminado, sino que también la raptaste a ella…!

La máscara de astucia se iba desmoronando. Al igual que Elmina, el rey Lakrios había perdido su compostura; sus ojos, asomando entre los delgados dedos como ramas secas, estaban enrojecidos, como los de un dragón al que le habían robado su tesoro.

—¡No te perdonaré, jamás te perdonaré…! ¡Argonauta…!

Lo que quedaba en él era una locura evidente y una obsesión implacable.



Crujido tras crujido.

Se abrían paso apartando las hojas de la pared vegetal que los obstruía. Al mirar al frente, se extendía un vasto mar de verde, y, al alzar la vista, el mismo color cubría el cielo.

El terreno era inestable, y la visibilidad, limitada. Las raíces de los árboles, extendidas como una telaraña, intentaban enredarse en sus pies, agotando sus fuerzas.

En pocas palabras, se encontraban en un lugar conocido como el Bosque Profundo, y el bufón, la vidente y el herrero avanzaban decididos por ese laberinto de verde y corteza.

—…Por aquí debe de ser.

En medio de un bosque tan profundo que bien podía considerarse un paraje remoto, Crozzo se detuvo y miró a su alrededor con curiosidad. Justo detrás de él, Argonauta jadeaba, cubierto de sudor y apoyado en una larga rama que usaba como bastón.

—Haa… haa… Nos adentramos en el bosque, cruzamos valles y cascadas… ¡Esto está muy lejos de ser un lugar accesible para las personas!

Mientras Argonauta se quejaba ruidosamente y respiraba con dificultad, Olna, a su lado, no pudo evitar sentir fastidio, aunque ella misma apenas tenía energía para quejarse. Nada de lo que decía Argonauta era incorrecto; el bosque donde se encontraban no tenía ni siquiera un sendero de animales visible, y avanzar por un camino alternativo resultaba incierto, pues no había garantía de que adelante encontraran una ruta adecuada. La «sangre de espíritu» de Crozzo era la única pista y su «brújula». Como resultado, Argonauta y Olna no tenían otra opción que seguir el camino que él abría, aunque fuera agotador.

—Es imposible que una patrulla de la capital se acerque a un lugar como este… Y hemos encontrado monstruos más de una vez…

—Bueno, aquí se siente «algo», así que no queda de otra. Además, parece que a los «espíritus» les gustan estos lugares remotos.

A pesar de la mirada resentida de Olna, Crozzo se encogió de hombros, completamente calmado. Con él a la cabeza, apartando maleza y enredaderas mientras avanzaban hacia las profundidades del bosque, Argonauta y Olna lo seguían, aunque ya tambaleantes.

—Un lugar «tan obvio» como este tiene sentido… Oh, ¿es eso?

La llegada al «destino» resultó de una sencillez casi absurda, considerando lo difícil que había sido el trayecto hasta ese punto. Frente a ellos, en una pequeña y despejada hondonada del bosque, apareció un «hueco».

—Esto es…

—…No parece un santuario, sino una cueva.

Argonauta y Olna miraron, sin poder evitar soltar un murmullo sorprendido. Allí, en el suelo cubierto por las raíces de un enorme árbol, se abría, tal como Olna había dicho, una cueva. El oscuro camino descendía en una suave pendiente, sin ningún indicio de que se tratara de un «santuario».

—Seguramente está «más allá».

Crozzo, con una sonrisa, giró el brazo en círculos. Tras caminar hasta la entrada de la cueva y darles un buen tiempo de descanso a Argonauta y Olna para que recuperaran el aliento, les dirigió la palabra.

—¿Están listos?

—…Sí, vamos.

Asintiendo, Argonauta dio un paso adelante hacia la morada del «espíritu».



—¡Encuentren cualquier pista sobre los rebeldes, como sea! ¡No deben de haber ido demasiado lejos de la capital!

Las tropas cruzaban la vasta llanura.

Los soldados de Lakrios, envueltos en sus armaduras, avanzaban en formación compacta, mientras el comandante levantaba la voz.

—Comandante, ¿se encuentra bien? ¿La herida que le hizo Lady Olna todavía…?

—¡No es momento para eso! ¡Si seguimos irritando al rey, terminaremos como comida para monstruos!

La preocupación de sus subordinados fue recibida con un grito de advertencia. Mientras el comandante se sujetaba el pecho, que aún le dolía, los soldados sentían un escalofrío tras los cascos que les cubrían el rostro.

En esa unidad, todos sabían muy bien qué clase de criatura se escondía en los oscuros secretos de la familia real. Sus pasos se aceleraron sin discusión, buscando desesperadamente las huellas que habían dejado Argonauta y sus compañeros cuando huyeron de la capital.

—¡No voy a dejar que me devore la oscuridad de la capital…! ¡Debemos encontrarlos a toda costa…! —Una imagen horripilante de una figura con cabeza de toro y cuerpo humano cruzó la mente del comandante, quien no pudo evitar sudar frío bajo la armadura.

—¡Comandante, por aquí!

Uno de los soldados había encontrado algo. Era un extenso campo desolado, rodeado de pequeñas colinas empinadas. En un rincón, aparecieron los restos de un campamento improvisado.

—Es un campamento… Por los rastros, parece que lo usaron tres personas. ¡No hay duda, son Argonauta y los demás!

La hoguera estaba apagada, pero las huellas eran claras como el agua. Para el comandante, esto era una señal de auxilio divina.

—¡Bien hecho! ¡Sigan los rastros! ¡Argonauta y los demás están más adelante!

—¡Sí, señor! —dijeron los soldados al unísono.

Los soldados retomaron la marcha, avanzando de nuevo bajo las órdenes del comandante. No había pasado ni medio día desde la partida de Argonauta y su grupo.

Tres pares de pasos resonaban en la oscuridad. Argonauta, Olna y Crozzo avanzaban por la cueva, observando atentamente a su alrededor.

Parece que esta cueva es natural… Pero, ¿qué es esa luz azulada? A pesar de estar en una cueva, tenemos buena visibilidad…

—Al final, no necesitaremos las antorchas que preparamos… Y, además, tiene un toque místico.

Olna miraba a su alrededor con curiosidad, algo desconcertada pero fascinada. La cueva, que en su entrada era estrecha, se había ampliado hasta el punto de permitir el paso de cinco o seis personas en fila sin problema. Lo más notable eran las partículas de luz que adornaban las paredes y el techo. Esas esferas azules parecían estrellas del firmamento, iluminando la cueva y transformándola en un escenario que evocaba un cielo nocturno en pleno resplandor.

Igual que Olna, Argonauta estaba cautivado por el entorno. Agitaba el palo de la antorcha ya inútil y lo guardaba en el cinturón.

—Es la magia del «espíritu». Al establecerse aquí, su poder se ha extendido por toda la cueva. —Crozzo, que caminaba al frente, bajó la gran espada que llevaba al hombro—. …Aunque parece que también ha atraído a «cosas indeseables».

Como si respondiera a su susurro, un retumbar comenzó a oírse. Mientras Argonauta y Olna se preparaban ante las vibraciones que sacudían toda la cueva, una enorme criatura apareció desde las profundidades.

—¡Un monstruo…! ¡Y uno que no se ve en los alrededores de la capital!

Frente a la mirada de Olna, se alzaban gigantes de roca. A pesar de la amplitud de la cueva, sus cuerpos grises casi alcanzaban el techo. Las enormes y dispares rocas que conformaban sus extremidades irradiaban una hostilidad palpable, y un único ojo en la cabeza de cada monstruo los observaba de manera impasible.

—Parece que estos son distintos de los monstruos que enfrentamos en el camino. ¡Voy al frente para atacar!

—¡Sí, yo me mantendré en apoyo desde la retaguardia! ¡Olna, tú ve adelante sin temor!

—¡Óyeme, tú también pelea!

Detrás de Crozzo, que se lanzaba con valentía, el no combatiente Argonauta se preparaba para animar, pero recibió un grito de enojo de Olna que le dio en la nuca. Mientras tanto, el herrero de cabello rojo ya estaba enfrentándose a los monstruos de roca, desatando una feroz batalla.

Las enormes extremidades del enemigo, como cinco garrotes unidos, barrían de un lado a otro, un símbolo de destrucción para cualquiera, pero Crozzo, con un ágil «¡Toma eso!» y «¡Ja, ya quisieras!», las esquivaba con facilidad. Se mantenía a una distancia calculada, incitando al enemigo a atacar con movimientos amplios, provocando que los monstruos terminaran golpeándose entre ellos.

Aprovechando el momento en que uno de los gigantes se tambaleaba y caía de espaldas, Crozzo saltó hacia él.

—¡Toma eeeestooooooo!

«¿¡Groooooong!?»

Con un grito feroz, asestó un golpe demoledor con su gran espada desde arriba.

Sin dificultad, Crozzo destrozó el cuerpo de roca, más resistente que cualquier armadura. El monstruo de piedra, cuyo pecho fue destruido, se transformó en una montaña de cenizas.

—¡Vaya, es realmente fuerte! ¡Quizás con solo Crozzo podríamos rescatar a Feena y a la princesa!

—Eso es depender demasiado de él. Más allá de ser un «héroe» o no, eso es un problema humano…

Argonauta, que observaba la feroz batalla desde la retaguardia, exclamó con optimismo sobre el futuro. Olna lo miraba con desprecio, pero al observar la espalda del herrero, murmuró:

—Además, creo que su poder… tiene «limitaciones».

—¿Limitaciones? ¿El poder del espíritu?

—No sé cómo explicarlo, pero parece que solo lo usa en momentos clave… Como si el «espíritu» que habita en sí mismo le impidiera usarlo libremente…

Al escuchar el análisis de Olna, Argonauta recordó momentos anteriores. En efecto, Crozzo solo había utilizado su poder para quemar a sus enemigos una vez, en la batalla de anoche, probablemente para mostrarles la «fuerza del espíritu» y explicar su poder.

—Ahora que lo dices, si lanzara «descargas de fuego» podría resolver todo fácilmente, pero parece que prefiere enfrentarse solo con la espada…

En el camino hacia aquí, y en esta misma batalla, Crozzo evitaba utilizar sus poderes de fuego, optando por la gran espada para acabar con sus oponentes. Tal como decía Olna, parecía que él mismo restringía el uso de su poder, o que el «espíritu» se contenía.

Mientras Argonauta observaba la pelea desde una perspectiva distinta, Crozzo murmuró:

—…Ah, mierda. Me han superado.

—¿Eh? —dijeron Olna y Argonauta.

Junto a su murmullo, varias sombras pasaron rápidamente a ambos lados de Crozzo, dirigiéndose, claro, hacia donde estaban Argonauta y Olna.

«¡¡¡Gruooooooaaaargh!!!»

Se oyeron tres voces distintas.

—¡¿Quéeeeeeeee?! ¡Un montón de monstruos nos están atacando! ¡¡Olna, corre!!

—¡E-espera, ¿qué…?!

Una manada de enormes sabuesos, de tamaño comparable al de terneros, cargaba hacia ellos, babeando en grandes cantidades. Al verlos, Argonauta empezó a huir sin dudar, dejando atrás a la joven. Olna, con los ojos desorbitados, no daba crédito a lo que veía.

Olna corrió desesperadamente tras el joven, esforzándose por alcanzarlo.

—¡No huyas, haz algo! ¡Se supone que vas a derrotar al minotauro, ¿o no?!

—¡Es cierto! ¡Muy bien, Olna, hagamos una estrategia de distracción! ¡Tú serás el señuelo! ¡¡Y yo me escapo!!

Retroceder por el camino mientras gritaba resultaba patético, y su rápida aceptación de la sugerencia de la joven fue, sencillamente, deplorable. Acelerando casi por reflejo, dejó a Olna nuevamente atrás, boquiabierta, y se lanzó a un pasadizo lateral.

La joven, ahora sola y convertida en el único objetivo de los monstruos que la perseguían, enrojeció de pies a cabeza de pura rabia.

—¡¡Argonauta~~~~~~~~~~~!!

Un grito furioso resonó por todo el lugar. Desde su escondite, Argonauta asomó la cabeza y murmuró un «Ah».

—Vaya… me dejé llevar como cuando estoy con Feena… —Mientras el bufón se disculpaba con una excusa inútil, un rugido ardiente atravesó el aire.

—¡Eres despreciable, Argonauta! ¡Un verdadero inútil! ¡¡Basura, basura, basura!!

—¡Agh! ¡¡Eso casi me hace despertar a algo prohibido!! —Argonauta se estremeció ante los insultos airados de la joven, quien normalmente era fría y reservada, pero enseguida se lanzó tras ella. Crozzo aún combatía a un gran monstruo en lo profundo de la cueva, por lo que no había otra opción más que encargarse él mismo de los enemigos.

—¡Dejaré de bromear y pelearé en serio! ¡¡Espera ahí, Olnaaa!!

—¡¡Jamás te perdonaré, esto no quedará así, recuérdalo!!

Por mucho que gritara con entusiasmo, lo único que recibió de vuelta fue una maldición resonante, y Argonauta tembló, erizando la piel. Sin embargo, las «costumbres» eran difíciles de romper, incluso aunque actuara solo por reflejo.

Al tomar a Olna como su objetivo, los monstruos expusieron sus espaldas a Argonauta. Con una rapidez digna de sus piernas, que le servían para escapar, este alcanzó rápidamente al enemigo, y con un salto, le clavó un cuchillo en la espalda. Se escuchó un grito de «¡Gyaa!».

El monstruo poseía un «núcleo» en su interior. Argonauta, habiendo examinado cuerpos de monstruos en numerosas ocasiones, lo sabía, y el astuto bufón apuntó estratégicamente a ese punto vital. De hecho, sin atacar esa zona, Argonauta no podría haber derrotado al monstruo por sí solo.

En resumen, incluso un debilucho como Argonauta podría eliminar a un monstruo si lograba un ataque sorpresa.

—¡!

Mientras Olna seguía corriendo desesperadamente y se sorprendía al volverse, Argonauta atravesó los «núcleos» de los monstruos con su cuchillo una, dos y tres veces, estos cayendo repetidamente al suelo.

Su figura no podía considerarse digna, era torpe y casi miserable. Pero así era Argonauta.

A pesar de que lo ridiculizaban, se entregaba por completo, intentando salvar al menos a «uno», aunque no lograra llegar a «cien». Crozzo, quien lanzó una mirada rápida, también se sorprendió, y se notó un cambio en sus ojos al mirar al payaso.

Incluso las partículas de luz en la cueva, que brillaban con un tono azul pálido, parecían danzar alegremente.

—¡Huoooooh!

Por lo tanto, se trataba de una «costumbre» y un «reflejo condicionado». Normalmente, donde debía estar Feena, estaba Olna, siendo utilizada como un señuelo para aprovechar la oportunidad del enemigo o quemarlos con magia. Ese comportamiento ridículo era la estrategia del payaso para engañar no solo a las personas, sino también a los monstruos en el campo de batalla.

Una vez más, clavó el cuchillo en la espalda de otro monstruo desprevenido. Emitiendo un sonido poco contundente, lanzó un golpe que no fue más que su mejor esfuerzo. Una gran cantidad de ceniza se dispersó por el aire.

Sin embargo, los esfuerzos desmesurados llegaron hasta ahí. Los perros feroces, que perseguían una suculenta presa, finalmente se dieron cuenta de la anormalidad y comenzaron a gritar con rabia al notar la disminución de sus compañeros.

Después de rasgar el suelo con sus patas, se detuvieron de golpe y, de inmediato, saltaron sobre Argonauta.

—¿¡Kuh…!?

Siete pares de garras y colmillos se abalanzaron sobre él. Un simple payaso no podía manejar tal situación con solo un cuchillo. Aunque logró evitar el primer ataque al rodar por el suelo, no tenía más opciones.

La única conclusión posible era que sería acosado y asesinado por los monstruos que se acercaban desde todas direcciones.

—¡Aquí voy!

«¿¡Guuooo!?»

Sin embargo, justo cuando se acercaba ese final, apareció un ataque inesperado. Crozzo irrumpió con su gran espada, girando como una peonza y dejando un gran rastro carmesí al cortar a través de la horda de monstruos.

Los gritos de agonía resonaron mientras los trozos de carne volaban, y la melodía de la batalla que resonaba se detuvo por completo.

—¿¡Estás bien, Ar!?

—Sí, no hay problema… lo siento.

—No, yo también tardé en venir a ayudarte. Había demasiados y me retrasé, lo siento.

Argonauta, que había caído de espaldas al suelo, suspiró aliviado. Crozzo extendió su mano para ayudarlo a levantarse, lo miró durante un momento y luego le dio varias palmadas en el hombro con una sonrisa. Argonauta, cubierto de polvo y con la cara y las extremidades sucias, titubeó y, sin querer, inclinó la cabeza.

—Sin embargo, este espíritu que habita en la cueva… parece que está llamando a los monstruos intencionalmente.

—¿Está llamando a los monstruos…? ¿Qué quieres decir?

—Se trata de una «prueba». Al parecer, algunos espíritus preparan obstáculos para elegir a un «compañero» adecuado.

Crozzo, que observaba su entorno, fue alcanzado por Olna, que llegó respirando pesadamente, y le preguntó. El joven herrero reajustó su gran espada al hombro.

—Es como si dijera «si quieres conocerme, demuéstrame tu fuerza».

—¿Es un ritual para medir la fuerza de la persona? Es algo cruel, pero… ¿de alguna manera, es como si el espíritu ya estuviera predispuesto a prestarnos su poder?

—No estoy seguro de eso. De cualquier manera, si avanzamos, sabremos qué tipo de «espíritu» hay. ¡Vamos! —Mientras jugueteaba con el brazo del espíritu que se alzaba junto al suyo, así como con la mitad de su ser en llamas, Crozzo se dirigió más adentro de la cueva. El herrero lideró el camino, seguido por Argonauta y Olna.

—……

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás callado desde hace un rato?

—Ah, no… siempre he pensado en lo mismo cuando estaba con Feena, y es que me siento inútil al ser salvado de una manera tan torpe…

Y cuando Argonauta se mantuvo en silencio tanto que Olna empezó a sospechar, Crozzo dirigió su mirada hacia atrás.

Argonauta dudó un poco en sus palabras, pero finalmente decidió expresar sinceramente lo que sentía.

—Esto no es una broma ni un comentario sarcástico, sino un sentimiento genuino… Crozzo, tú eres como un «héroe».

—¿«Héroe»? ¿Yo?

—Eres increíble. Puedes ahuyentar a un gran número de monstruos por tu cuenta y además, puedes usar fuego… realmente eres como el «héroe» de una historia.

Mientras Olna escuchaba en silencio, Argonauta dijo esto y Crozzo esbozó una sonrisa.

—¿Yo? Yo solo soy una persona aburrida. Estoy siempre por aquí y por allá; si mis obras no se venden, me deprimo. Solo soy un herrero común.

El joven lo decía con total sinceridad. A pesar de tener una fuerza que podría intimidar o hacer que otros sintieran envidia, no se dejaba llevar por la arrogancia ni se sentía omnipotente. Sabía muy bien cuál era su lugar.

—Apostaría lo que sea que, incluso si mi nombre se recuerda en el futuro, jamás se me alabará como un «héroe».

—Eso no es cierto…

—Quiero usar mi vida como mejor me parezca. Y si la humanidad va a desaparecer, pues eso es algo que no puedo evitar. Así lo pienso.

—¡!

Argonauta se sorprendió al escuchar las siguientes palabras de Crozzo.

—Si tengo que desaparecer, que así sea; si tengo que quedarme, que me quede. Todo debería ser tal como es… yo soy así de despreocupado.

—……

Esa podría ser la filosofía de un «herrero» que forja armas. Argonauta se sintió desconcertado por la distancia de su perspectiva con la de Crozzo, quien era un artesano. Aunque estaba confundido, se esforzó por escuchar y comprender sus palabras, especialmente porque él era su benefactor.

—Yo soy así, Ar. Soy como un «arma».

—¿Como un «arma»…?

—Como dije antes, no soy el tipo de persona que va a salvar al mundo. Soy un ser humano aburrido, aún más ordinario de lo habitual. Lo único que puedo hacer es enfrentar las cosas que están justo frente a mí.

Esa visión tan clara era, de hecho, bastante realista, más humana que la de cualquiera. Y Crozzo, quien podía ayudar a otros, poseía cualidades como «caballerosidad» y «bondad», que lo diferenciaban de una persona común.

—Por eso, si quiero ayudar a alguien, me convierto en su compañero y me transformo en su arma. No puedo salvar al mundo, pero puedo ser de ayuda para quien quiera usarme.

Las palabras sinceras de Crozzo resonaron profundamente en el corazón de Argonauta. No como el fuerte golpe de un martillo de forja, sino como el eco profundo de un cristal transparente al ser golpeado por un diapasón.

—Bueno, en resumen, eso es lo que quiero decir.

—Crozzo…

—Si hay alguien a quien llamen «héroe», me gustaría que fuera como tú.

…Aun siendo débil, incluso sin poder, alguien que se arriesgue por los demás.

Mientras el payaso echaba un vistazo a Olna, a quien el payaso había intentado proteger, dijo esas palabras. Argonauta, aunque sabía que era un cumplido, nunca había sentido antes una felicidad tan grande por algo dicho.

—Y, además… mi «poder» en su mayoría no es realmente mío. —Finalmente, Crozzo sonrió como un hermano mayor—. Si quieres ser como yo, primero tienes que ser reconocido por los «espíritus».


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