Danmachi: Argonauta

Vol. 2 Capítulo 2. El Santuario del Espíritu Parte 2

Las oleadas de monstruos continuaron después de eso. Antes de preguntar dónde se habían estado escondiendo, surgió la duda de si esta cueva se extendía indefinidamente. No era una formación natural creada por movimientos en la corteza terrestre. La forma de la cueva era tan intrincada que parecía un laberinto, y, a pesar de eso, estaba diseñada de tal manera que un «humano» pudiera atravesarla.

Tanto Argonauta como Olna comprendieron vagamente que era obra de seres que superaban la inteligencia humana —los «espíritus»— mientras Crozzo cortaba al último monstruo.

La gigantesca mantis religiosa hecha de cristal se desmoronó en un gran número de fragmentos. Al otro lado de esos fragmentos, se extendía una cavidad más amplia y brillante que la anterior.

—Este es el fondo de la cueva… lo que significa que eso es… —Olna dirigió su mirada, que antes había estado explorando los lados, hacia el frente. En el centro de la caverna, que podría llamarse sala de audiencias, se encontraba eso.

—Cierto, no hay duda. Eso es un «santuario». El «espíritu» está dentro.

Estaba formado por un cristal azul oscuro que se asemejaba al cuarzo. Tres grandes cristales se apilaban uno sobre otro, formando una especie de triángulo. De los cristales que brillaban tenuemente, emanaba un destello que parecía contener algo encerrado en su interior, visible tanto en azul como en verde.

—Qué luz más hermosa… esto debe ser ese «espíritu»… —Argonauta, absorto en su belleza, dio uno, dos pasos hacia adelante, y los cristales comenzaron a brillar como si respondieran a su presencia.

—Está reaccionando. ¡Ar, llámalo! Has llegado hasta aquí después de superar las difíciles pruebas.

Argonauta miró a Crozzo, quien se había detenido detrás de él junto a Olna, y asintió. Se acercó audazmente, dando pasos grandes. Cada vez que lo hacía, la luz se filtraba desde los cristales. Como si hubiera pasado miles de años esperando, las partículas de luz comenzaron a elevarse del «santuario».

—…¡Yo soy Argonauta! ¡He llegado hasta aquí con la ayuda y sabiduría de mis amigos! —Argonauta se detuvo y habló con determinación—. ¡Tengo cosas que hacer! ¡Y hay personas a las que debo salvar!

No había titubeo en su habla. Argonauta era un bufón. Su actuación en el escenario era inigualable. Aunque se encontrara en una cueva misteriosa sin público, una vez que subía al escenario, el lugar se transformaba en un teatro.

Más que nada, su voluntad secreta era genuina.

—¡Por eso, espíritu, muéstrate! ¡¡Por favor, dame poder…!!

Ahora, un necio sin poder buscaba algo. No deseaba un poder sin voluntad, sino un poder que albergara una voluntad. Y el «espíritu» respondió.

—………¡¡!!

El «santuario» emitió luz. Un brillo tan potente que parecía quemar los ojos generó un torbellino en la cueva. Argonauta, cubriéndose la cara con ambas manos, contuvo la respiración. Y enseguida, una excitación incontrolable lo invadió.

¡Finalmente, un espíritu se presenta ante mí…! ¿Será una belleza? ¿Una chica hermosa? ¡¡¿O tal vez una diosa deslumbrante…?!! Junto a una innumerable cantidad de partículas de luz, se arremolinaba un mar de fantasías. En su mente, una diosa de la belleza, encarnación de la compasión, de baja estatura y con un impresionante cuerpo, sonreía a Argonauta mientras su nariz se alargaba de manera desproporcionada.

«Has llegado muy lejos, Héroe Argonauta. Ahora, hagamos un vínculo eterno…»

¿¡Va a venir…!? ¿¡Se acerca mi hora……!?

El joven, emocionado, alcanzó el clímax de su excitación, celebrando la llegada de su apogeo en la vida como si fuera un modelo de necedad.

En medio de esa euforia, un sonido extraño resonó.

—…Oigan, ¿no han estado escuchando un ruido raro desde hace un momento?

—Lo he oído… suena preocupante, inquietante, como un chisporroteo…

Bzzzt, bzzzt.

Tal como lo habían notado Olna y Crozzo al observar desde atrás, un sonido agudo y punzante empezó a resonar. Específicamente, un ruido de electricidad chisporroteante surgió alrededor de Argonauta y el «santuario».

—¿Eeh?

Finalmente, Argonauta también notó el creciente sonido de la «corriente eléctrica». Mientras giraba la cabeza de un lado a otro con pánico, los rayos dorados comenzaron a desatarse sin ningún miramiento. En el siguiente instante:

—¡Ngh, nghoooooooooooooohhhhhh!

Un destello estalló. La luz de los relámpagos, acompañada por el grito de Argonauta, inundó la cueva, tiñendo de blanco la visión de Olna y los demás. Un torrente de electricidad surgió como un látigo desbocado, y, al final, un trueno ensordecedor no descendió del «santuario» sino que se elevó, atravesando el techo de piedra.

La cueva entera tembló estruendosamente, mientras una inmensa nube de polvo se elevaba. Del techo, sacudido por la explosión del relámpago, comenzó a caer una considerable cantidad de escombros. Argonauta, lanzado violentamente al suelo, se incorporó con la mirada aturdida hacia el lugar donde había estado el «santuario». Y entonces, emergiendo entre el humo, «Eso» abrió la boca.

«¡JAAAAAAAAJAJAJAJAJÁ!»

Para ser exactos, retumbó. Con una risa atronadora, que estaba lejos de la voz de una dama, dispersó el humo como si fuera una molestia.

«¡Tú has llamado y yo he aparecido! ¡Jajajá, finalmente es mi turno! ¡Esta es la primavera de mi era! ¡Ahora comienza mi tiempo!»

Justo sobre los restos del «santuario» que habían explotado hacia afuera, había un resplandor de luz tan intenso que apenas se podía mirar directamente. Esa figura luminosa dibujaba la musculatura de unos fornidos brazos y un pecho robusto.

Exceptuando la ausencia de la mitad inferior, era claramente un gigante musculoso.

—……

—……

—……………………

Olna, Crozzo y Argonauta, todos mostraban la misma expresión: Sus bocas permanecían abiertas sin poder cerrarse. En cuanto a Argonauta, su choque era tan grande que parecía rechazar el mundo mismo, olvidando incluso respirar, detenido en el tiempo.

«¿¡Qué demonios!? ¿¡No fue una belleza quien me invocó!? ¡Tch, y yo que me hice ilusiones para nada!»

El «relámpago de luz», dándose cuenta de la presencia de Argonauta y los demás, los miró hacia abajo con un claro tono de decepción. Su voz, carente de toda dignidad y sonando como si fuera a hurgarse la nariz en cualquier momento, hizo que una parte de la mejilla de Olna se tensara.

—…Este tono de voz estridente…

—…Es un tipo. Por el rayo que lo envuelve, parece ser un espíritu del trueno… pero, por su aspecto, parece más bien un «ruco»…

Incluso Crozzo, a su lado, comenzaba a sudar.

El joven, mientras se limpiaba las gotas que le caían con el brazo, declaró con el corazón roto:

—Además, esa figura que apenas se ve tras la luz… ¡es un espíritu absurdamente musculoso y con un físico enorme!

Rayos chisporroteaban, y, detrás, se vislumbraba una figura corpulenta. Su rostro estaba en un límite perfecto, cubierto por el humo y el halo de luz, haciendo imposible verlo claramente.

—¿Eh…… e-eh…………? —Incapaz de soportar aquella cruda realidad, Argonauta se levantó tambaleándose y, como una caja de música rota, solo pudo murmurar.

«¡Mi nombre es Juuuuupiteeeeer! ¡Vas a arrepentirte hasta los huesos de haberme invocado!»

Su presentación, con una voz grave y llena de un innecesario vibrato, superaba la impresión y llegaba a ser aterradora. Cada vez que hablaba, un fuerte chasquido eléctrico resonaba, y las chispas zigzagueaban cual serpiente junto a Argonauta, que permanecía inmóvil y atónito.

El joven, en un estado de asombro, mostraba una expresión que Olna nunca antes le había visto —incluso dándole algo de lástima—, y en su cara reflejaba un absoluto desánimo.

—No, no puede ser… los «espíritus» solo pueden ser chicas… ¿verdad?

«¡Pues no es así~~~~~! ¡También hay espíritus de tierra con bigotes espeluznantes y otros viejos barbudos~~! ¿Esperabas a una bella dama o algo? Estabas esperando eso, ¿verdad? ¡Claro que lo estabas esperando, pervertido! ¡¡Pues no, que mál~~~~~~!!»

Lo había acertado de lleno. Los sueños de un hombre desvergonzado que anhelaba convivir con hermosas y adorables espíritus fueron destrozados por los poderosos brazos de aquel espíritu musculoso.

Incapaz de aceptar la realidad, Argonauta permaneció inmóvil por un largo momento, y finalmente abrió los labios temblorosos.

—………Maldita sea, quiero un reembolso.

«¡¡Imposibleeeeeeeeeeee~~~!! ¡Sin devoluciones ni cancelaciones~~~~~~~!»

Al final, era pura diversión para el espíritu.

El espíritu, mostrando las encías mientras reía detrás de un cegador resplandor de rayos, hizo que Argonauta casi perdiera el conocimiento de pie, con los ojos en blanco.

—¿Qué se supone que debo hacer? No entiendo nada de lo que dice… —murmuró Olna.

—Al menos he entendido que es el tipo de espíritu con el que no quiero involucrarme en absoluto. Me alegra que mi espíritu fuera una mujer atractiva… —susurró Crozzo.

«¡Ustedes dos que hablan ahí sin filtro alguno! ¡Por si no lo sabían, yo soy increíblemente fuerte! ¡Soy de los espíritus más poderosos de todos! —exclamó el «espíritu» con oídos de lince, dirigiéndose a Olna y Crozzo, que murmuraban a distancia—. ¡Después de todo, yo soy ni más ni menos que un gran espíritu con superpoderes! ¡¡Wuajajajajajajajá!!»

—«Gran espíritu»… Resulta que aquí había otro espíritu excepcional dormido. Pero, ¿no se supone que los espíritus tienen poca conciencia de sí mismos?

—………………

—Más allá de eso, Argonauta tiene una cara de conejo al que acaban de lanzar al abismo… —añadió Crozzo, acercándose para sacudirle el hombro al aún aturdido Argonauta.

Olna, entrecerraba los ojos ante el incesante destello de rayos que había estado por los alrededores desde hacía rato, mientras el Gran Espíritu de trueno reía a carcajadas.

En aquella cueva, que ya había perdido todo rastro de solemnidad, cada uno de los presentes reaccionaba de manera diferente; en resumen, reinaba el caos.

«Oh, pero miren nada más, ¡si ahí está una adorable chica de piel morena! ¡Eh, tú, muchacha, ¿quieres que firme un contrato contigo?» —dijo el espíritu.

—…No, gracias. Por nada del mundo, no, —respondió Olna con desdén.

«Tch, ni modo. Bueno, aunque sea, este mocoso tiene una cara bastante andrógina, así que tendré que conformarme con él como contratista.»

—…¿Eh, eh, eh? ¿¡Vamos a firmar un contrato sin mi consentimiento!? —exclamó Argonauta, recuperando al fin la compostura, alarmado por lo que escuchaba.

El espíritu del trueno, quien parecía compartir la afición de Argonauta por las mujeres, apartó la vista de Olna con pesar y avanzó hacia él.

Crozzo, rápidamente, se retiró, ya que el espíritu de fuego en él lo apartó, como si dijera «no te acerques a eso».

«¡Regocíjate, contratista! Yo, en persona, me convertiré en tu «espada» y seré tu arma.»

—¡Espera! ¡No avances sin consultarme, espera!

«Quien empuñe mi espada tendrá la fuerza de un ser divino, como si fuera bendecido por los dioses. ¡Recibe mi milagro!»

—¡No, yo estoy bien, gracias! ¡Por favor, vete, te lo ruego!

«¡De ahora en adelante seremos uno solo! Si me rompo, tú mueres, y si tú mueres… bueno, solo tú mueres.»

—¡Escúchame, ¿quiereees?! ¡Por favor, al menos escucha lo que tengo que deciiiiiiir!

El espíritu siguió imperturbable, ignorando todas las protestas y súplicas, solo diciendo lo que quería imponer.

Ante la conducta del «gran espíritu» que superaba la comprensión humana, los gritos de pavor de Argonauta no cesaban.

«¡¡Fujajajajajajajá!! ¡Aquí vamos, transformacióoooooooon!» —rugió el espíritu del trueno, ahora en el punto máximo de su emoción.

Su risa ronca ahogó por completo los intentos de Argonauta por detenerlo.

Entonces…

—¡Aaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

De nuevo, un relámpago estalló. La caverna se llenó con una luz cegadora, estruendo y gritos. Fue como si un rayo inmenso cubriera todo el mundo, apoderándose de sus sentidos. Lo primero en regresar fue el silencio, seguido de una cálida luz que llegaba incluso a través de los párpados.

Cuando Argonauta y los demás abrieron los ojos, vieron una espada flotando en el centro de su campo de visión.

—…Una espada… ¿flotando?

Olna expresó en voz alta la sorpresa que todos sentían en su interior. Sobre los restos del «santuario» ahora colapsado, una brillante espada, envuelta en relámpagos, flotaba como si estuviera clavada en un pedestal invisible, con un chasquido constante de rayos.

Era de una forma peculiar. Su hoja era ancha y recordaba a una gran espada. A lo largo de la columna de la espada, había dos huecos, haciéndola parecer más ceremonial que de combate. Su filo dorado parecía haber sido esculpido de un rayo sólido, y bien podría haberse descrito como una espada hecha de joyas.

Aunque la forma y apariencia de la espada no la hacían ver apta para la batalla, Crozzo, que también albergaba un espíritu, no se dejó engañar y entrecerró los ojos.

—Un arma envuelta en luz dorada… es como una «Espada de Trueno», —murmuró, pues sus ojos de herrero podían discernir el poder que albergaba aquella arma espiritual.

Era la mismísima encarnación del trueno.

Con una media sonrisa, Crozzo observó a Argonauta, quien, al encontrarse de pie junto a la «Espada de Trueno», sentía una gran extenuación.

—…Haaahhhh… Qué espíritu tan exasperante… Me arrastró a un contrato sin consultarme y ahora va y se convierte en espada… aún no logro asimilarlo… —exhaló profundamente, dejando salir un suspiro que venía desde lo más profundo de su ser.

Al mirar hacia la luz radiante en el cielo de la caverna, sentía como si hubiera rodado cuesta abajo por un acantilado. Era una mezcla de esperanza y pesadilla que le había drenado por completo, tanto física como mentalmente.

Sin embargo, después de un momento, una leve sonrisa comenzó a dibujarse en los labios de Argonauta mientras miraba a la «Espada Espiritual». Estaba seguro de que aquella relación sería duradera.

—…¡!

Fue en ese instante.

En la cueva, que por un momento había estado envuelta en silencio, comenzaron a resonar numerosos pasos apresurados.

—¿Ese sonido…? —murmuró Argonauta, aguzando el oído.

—…Parece que alguien se dirige hacia aquí… y en buen número, —añadió Crozzo, mientras Olna palidecía.

—¿¡No me digas!?

La intuición de la joven no falló: una gran cantidad de soldados apareció dentro de la cueva donde se encontraban.

—¡Te encontré, traidor Argonauta! ¡Y a Lady Olna también!

—¡Son soldados de la capital…! —Olna frunció el ceño, como si acabara de morder algo amargo.

Mientras Crozzo observaba a los soldados y se preparaba para el enfrentamiento, extendió su mano hacia su arma.

—Nos rastrearon desde el campamento. Qué descuido… Encima, eliminamos las barreras de la cueva, justo cuando pasábamos… —dijo, dando en el clavo con su suposición.

Después de todo, el ejército era una fuerza que protegía la ciudad capital —su paraíso— de invasiones de monstruos. Rastrear a simples viajeros, o incluso a un herrero, era una tarea fácil en comparación. Siguiendo cuidadosamente el rastro dejado por Crozzo y sus compañeros, los soldados lograron minimizar su desgaste y alcanzarlos a mayor velocidad.

—¡Ustedes me han hecho quedar en ridículo demasiadas veces! ¡Aquí los enviaré directo al infierno! —bramó el capitán de los soldados, de pie al frente de su grupo.

Aunque su rostro estaba oculto bajo su casco, la rabia en su voz era evidente, teñida de ansiedad y alivio al mismo tiempo. Al ver al objetivo de su misión de recuperación, ordenada por el rey Lakrios, el capitán suspiró de alivio, luego los miró con ojos sádicos, como un depredador lamiéndose los labios, y ordenó a sus hombres rodearlos.

—¡Son demasiados soldados, no hay forma de escapar! ¡Si seguimos así…! —dijo Argonauta, sintiendo la angustia ante la muralla de soldados que rápidamente los rodeaba.

Este espacio estaba en el fondo de la cueva; era un callejón sin salida, y la única salida se encontraba detrás del capitán. Por más que Crozzo fuera fuerte, se enfrentaba a otros humanos, y su buen corazón seguramente le haría dudar antes de matar. Si alguien aprovechaba esa duda para tomar a Olna o a Argonauta como rehenes, la situación sería desastrosa.

Con dos personas vulnerables entre ellos, el margen de error era mínimo.

Argonauta casi se dejó llevar por el miedo ante la docena de soldados que sobrepasaba la treintena, cuando…

—¡Ar, toma esa espada! —exclamó Crozzo.

—¡!

Era la instrucción más simple y certera posible.

—¿No es para eso que hemos llegado hasta aquí? ¿Para que te conviertas en un «héroe»?

Ante la sonrisa de Crozzo, Argonauta abrió los ojos de par en par.

Volvió la vista atrás, hacia el «santuario» colapsado. Allí, sobre sus ruinas, la «Espada de Trueno» seguía flotando, lanzando pequeños rayos destellantes, como si preguntara cuánto más la dejaría esperando.

—…Ah, claro. No era momento de ser selectivo ni de poner excusas. —Ya había demostrado su valía. La llave estaba insertada en el cerrojo del tesoro, esperando solo a ser girada en cualquier momento. Por mucho que fuera un payaso ridículo, abandonar el tesoro y huir no era una opción—. Espíritu del trueno, voy a liberarte. Voy a desenvainarte y cumplir mi ideal. Con tu poder, salvaré a las princesas.

Lo que un bufón que entona comedias debía hacer era envolver su ser con el esplendor de aquel tesoro, confundir a los demás y a sí mismo como un «héroe» y mostrárselo al mundo. Argonauta extendió la mano hacia la empuñadura de la espada, que colgaba a la altura de su pecho.

—¡¿Qué estás balbuceando?! ¡¡Ataquen, soldados!!

Se escuchó un grito atronador y el bramido de los soldados. Los guerreros se lanzaron desde todos los flancos. Olna se encogió de miedo; Crozzo se preparó para luchar, mientras decenas de espadas y lanzas cargaban hacia ellos. Ignorándolo todo, Argonauta solo tenía ojos para el resplandor del rayo y empuñó la espada.

—Bríndame tu poder… ¡¡Espada del Trueno!!

En aquel día. En aquel momento. En aquel lugar.

Fue donde comenzó la leyenda de ese hombre.

—¡¿Qué…?!

La luz del rayo… estalló. Un relámpago dorado se expandió y se desató. Justo antes de quedar cegado, el capitán divisó la silueta del joven empuñando la espada, un instante fugaz. Acto seguido, el trueno descendió sobre la tierra y atravesó el lugar.

Tal como nadie podía seguir el rayo que surca el cielo, nadie pudo percibir el relámpago que recorrió el suelo. No dejó rastros, solo una línea de luz que zigzagueó con ángulo agudo y, con un rugido, estremeció la cueva en su totalidad.

Pasando a toda velocidad entre los soldados, un destello literal se convirtió en un golpe que destruyó espadas, lanzas e incluso armaduras.

—¡¿Aaah?!

—¡¿Gaaaaah?!

Todo aquello que fue rozado por la poderosa espada se hizo añicos, y cualquiera que tocara la luz del relámpago, sin importar si portaba un escudo o una armadura, quedó electrocutado. Gritos salían de debajo de los cascos, y los soldados caían como marionetas con los hilos cortados, uno tras otro.

La luz cortante del rayo destellaba sin cesar. Para Olna, parecía una lluvia de meteoros, una cadena de destellos que anunciaba el comienzo de una grandiosa historia. En la penumbra de la cueva, como un vasto firmamento nocturno, el rayo, veloz y deslumbrante, atravesaba una y otra vez el espacio, como una estrella resplandeciente.

—¡Está cubierto de rayos… es demasiado rápido! ¡Y la potencia de cada golpe es…!

—¡Jajá…! ¡Esto es increíble! —vitoreó Crozzo, pasando de la sorpresa a la admiración, igual que Olna, mientras presenciaba tan grandiosa escena.

Era, literalmente, un avatar del rayo, una oleada de poder abrumador que en segundos sumergía uno tras otro a sus oponentes en el suelo.

—¿¡Gwaaaaaahhhhhhh!?

No pasó mucho tiempo antes de que el último soldado fuera lanzado por los aires y cayera de espaldas al suelo. Solo quedaba el capitán, atónito y petrificado.

—¿¡To-todos fueron aniquilados…!? ¿¡Todos esos soldados en un instante…!?

Incapaz de aceptar la realidad, el capitán gritó lo que veía frente a él, tratando de negarlo. Pero no le fue permitido.

El resplandor dorado y el trueno continuaban, sin detenerse. Como si ese poder incontrolable intentara liberarse, recorría toda la cueva transformado en rayos que pasaban muy cerca del capitán, rozándolo de todas direcciones y dejándolo petrificado en el lugar.

—¡Imposible…! ¡Imposibleeeeeeeeeeeeeee!

Desde el suelo hasta las paredes, del techo al suelo nuevamente.

Trazando un gran arco, como si fuera un corcel celestial de un cuento de hadas, el capitán gritó desesperado ante el torrente de rayos que se acercaba de frente.

—……¡¡Huaaa!!

Entonces, Argonauta, envuelto en rayos, lanzó un golpe horizontal con su espada.

—¿¡Gaah!?

Y con eso, todo terminó. Con una explosión de relámpagos, la armadura del capitán se hizo añicos, y, acompañado por el rugido del trueno, fue lanzado con fuerza contra la pared. El hombre corpulento, con los ojos en blanco, quedó atrapado en una red de corrientes eléctricas, su cuerpo convulsionando ocasionalmente hasta que perdió el conocimiento por completo.

Desde el agujero en el techo, abierto cuando apareció el espíritu del rayo, caía la luz de la superficie. Fuera de la cueva, la noche seguramente ya había caído. En el centro de la caverna, el joven fue bañado en la luz mística de la luna, un rayo de luz celestial.

Una brisa juguetona hizo ondear su capa mientras la electricidad danzaba a su alrededor, celebrando al nuevo amo del espíritu del rayo. Su figura, con la espada de rayos en mano, emanaba una calma majestuosa, tan imponente que incluso Olna se quedó mirándolo embelesada.

—¿Ar…?

Olna, invadida por la preocupación, observó la espalda inmóvil del joven, como si hubiera sido transportado a un mundo lejano. Extendiendo la mano hacia él, le habló mientras permanecía en el centro de la escena.

Finalmente, el joven se dio la vuelta. Argonauta tenía los ojos cerrados. Con solemnidad, abrió la boca para hablar.

—…Soy…

—¿Soy…?

Olna intentó entender, pero entonces…

—¡¿Soy fuerteeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…?! ¡¡De verdad que soy fuerteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee!!

Abrió los ojos de golpe y lanzó un grito fuerte.

—¡¿Este es el poder del espíritu?! ¡No puedo creer que haya llegado el día en que derrote a mis enemigos así! ¡Este espíritu es increíiiiiiiiiiiiiiiible! —Como un perro persiguiendo su propia cola, revisó una y otra vez su cuerpo: los costados, la espalda, las plantas de los pies, ambos brazos. Argonauta no podía creer su propia valentía después de haber derrotado a tantos soldados, y saltaba de alegría.

—Veo que está de buen humor, —comentó Crozzo con una sonrisa.

—Haa… —Olna suspiró al verlo.

El rostro de la joven, que parecía insatisfecho, estaba a punto de exigirle que le devolviera la preocupación que había gastado en él.

—¡Con esto, puedo hacerlo! ¡Puedo rescatar a la princesa y derrotar al feroz toro, seguro!

Con la «Espada de Rayo» en su mano derecha, la alzó hacia el cielo a través del agujero en el techo de la cueva, como si jurara ante el cielo donde flotaba la luna. Argonauta proclamó en voz alta su intención, dejando que una sonrisa se extendiera por su rostro.

—¡Vamos, volvamos! ¡A la capital, donde nos espera el desenlace final!

El rayo le respondió, como si emitiera un grito, y el arma espiritual resplandeció con un brillo dorado.


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