La Historia del Héroe Orco

Capítulo 98. La Generación de la Era del Hielo a la Búsqueda de Matrimonio

Nota del Autor: Resumen del capítulo anterior: ¡La primavera ha llegado!


Thunder Sonia era una mujer que había decidido vivir por y para los elfos. Aunque esa decisión la hubiera tomado hacía apenas unas horas, en realidad siempre había llevado una vida así. No era una mujer que se tambaleara solo porque un apuesto joven con un aire misterioso le hubiera besado el dorso de la mano. Su determinación era tan firme como la roca, y por eso había llegado a ser llamada la heroína de los elfos.

Aun así, no era una mujer que dudara en corregir su rumbo cuando reconocía que había tomado el camino equivocado; era flexible. Hasta hacía apenas unos días, había estado desesperada por una gota de ese elixir al que llaman matrimonio. Así que, aunque se le presentara la oportunidad un poco tarde, no era de las que retrocedían con un simple «bueno, ya fue». En otras palabras, pensó: «¡Los milagros existen!».

—Vaya, tienes buen ojo si puedes apreciar mi encanto, —dijo Thunder Sonia, adelantándose con decisión, casi como si quisiera que aquel hombre llamado Carlos oliera la fragancia de la coronilla de su cabeza. En su mente, debía oler a flores, pues para eso había usado un perfume con esa esencia—. Y también tienes agallas. Los demás humanos suelen acobardarse en estas situaciones. Dicen que si me tratan de cortejar, se ganarán la enemistad de los elfos… Mira a tu alrededor, somos el centro de atención.

De los elfos que estaban algo más lejos, se alzaron miradas afiladas. No eran, sin embargo, protectores celosos temiendo que a la doncella pura y Gran Archimaga Thunder Sonia se le acercara un pretendiente indeseado con viles intenciones. No, eran miembros de la alta sociedad élfica: aquellos que sabían que Thunder Sonia llevaba ya dos años fracasando en su búsqueda de pareja. Algunos incluso habían sido los mismos que escuchaban sus quejas durante las borracheras.

Agradecían sus viajes para corregir el mundo, sí, pero rogaban de corazón que encontrara pronto un hombre y se calmara. Que Thunder Sonia atrajera pretendientes raros era un problema, por supuesto, pero el mayor problema era que ella misma era ese «bicho raro». Deseaban que por fin rompiera el capullo y emergiera como una mariposa. No podían seguir soportando sus interminables lamentos a altas horas de la noche.

—Mi posición, tal como usted la ha intuido, Lady Thunder Sonia… Si me mantengo donde estoy, seré confinado como un perro, y quizás incluso eliminado. Si quiero escapar de ello, debo mostrar valor en algún momento.

—Jojóu… ya veo.

—Y justo entonces, mi hermano Ferdinand se comprometió con una persona del reino de los elfos. Si los humanos y los elfos estaban forjando lazos más fuertes, pensé que debía acompañarlo, aun a la fuerza. Si en ese viaje confesaba mis sentimientos a usted, a quien he admirado desde hace tiempo, Lady Thunder Sonia, quizá algo cambiaría… o al menos, eso pensé.

Thunder Sonia, sin saber muy bien por qué, dio un paso atrás. Normalmente, cuando ella daba un paso hacia adelante, el otro se echaba atrás. Pero esta vez fue al revés: ella había sido empujada. Y Thunder Sonia… no era buena resistiendo cuando alguien la presionaba. Quizá porque no le había ocurrido muy a menudo.

—…¿Tú entiendes lo que estás diciendo?

—Sí. Eso es precisamente por lo mucho que la admiro, Lady Thunder Sonia.

—¿E-en serio…? Pero, si pienso en lo que acabas de decir… no tendría que ser yo necesariamente, ¿verdad? Entonces, bueno… ¿eh? —intentó desviar el tema, pero las miradas de los elfos a su alrededor fueron poco favorables.

«¿Por qué te echas atrás justo ahora?», parecían decirle con los ojos. Si el otro mostraba demasiado entusiasmo, ella se sentía desconcertada; aquel era el complicado corazón de doncella que aún conservaba Thunder Sonia.

—Hmm… Entonces, de verdad no lo recuerda, ¿cierto?

—¿El qué?

—Nuestro encuentro en la Colina de las Estrellas, en aquel campo de lirios del valle que brillaban.

—¿Lirios del valle…?

Algo se agitó en los rincones más lejanos de la memoria de Thunder Sonia. Sí, creía recordar haber enseñado magia en una situación así, en un lugar semejante. Pero no podía asegurar que hubiera sido con el humano que tenía delante, ni recordaba qué habían hablado aquel día.

—Lo siento, de verdad no puedo recordarlo.

—No importa. Para usted, no habrá sido más que uno de tantos encuentros. Pero para mí, aquel fue un encuentro fatídico, un recuerdo imposible de olvidar. Es cierto que podría haber sido cualquiera, pero he decidido que sea usted.

—Mmm… ya… veo… ¿eh?

En el borde de su visión, Buganvilia observaba con ojos cargados de amenaza. No porque quisiera eliminar a aquel hombre tan sospechoso, sino porque murmuraba con voz baja: «Permite que un hombre le diga todo eso y aun así no se comporta como suele hacerlo siempre…».

Buganvilia se oponía al matrimonio de Thunder Sonia, sí, pero al mismo tiempo apoyaba su objetivo. En su mente pensaba: «Si parece que hay posibilidad, entonces adelante».

De hecho, la mayoría de los elfos que conocían la situación de Thunder Sonia la observaban con esa misma mezcla de incomodidad y esperanza; con esas miradas tibias de quien presencia algo incómodo, pero entrañable.

—……

Thunder Sonia, por su parte, aunque fingía confusión, no estaba tan disgustada como aparentaba. En el fondo, pensaba que aquel hombre era un pez que no debía dejar escapar.

Aun así, era difícil decir si podrían mostrarse públicamente como pareja. Si Carlos era realmente el hijo ilegítimo del rey humano, casarse con una figura importante de los elfos podía enturbiar las relaciones entre ambas razas. Después de todo, un matrimonio no podía ocultarse. Si se anunciaba la unión con una alta figura élfica, la procedencia de Carlos acabaría por salir a la luz. Y desde el punto de vista de la familia real humana, que los elfos conocieran una vergüenza semejante sería algo difícil de tolerar.

Sin embargo, si se trataba de Thunder Sonia, existía la posibilidad de que pudiera manejar aquello con destreza. Después de todo, era Thunder Sonia. Tenía vínculos profundos con la familia real humana; tanto el rey como el príncipe eran sus camaradas de batalla con quienes había derrotado a Gediguz. Si Thunder Sonia, con su estilo habitual, iba y decía: «¡El hijo ilegítimo de tu casa va a casarse conmigo, así que bendícenos!», era muy probable que la familia real humana lo tomara con tolerancia. Claro que pondrían una cara como si hubieran masticado algo amargo.

Pero no era solo un problema de los sentimientos de la familia real. En particular, si ese hombre llamado Carlos albergaba ambiciones mayores que casarse con Thunder Sonia, las cosas se volverían muy complicadas. Sí, especialmente si aspiraba a un cargo como el de rey o canciller.

Aunque no lo pareciera, Thunder Sonia era una mujer que se entregaba; incluso si su hombre tenía ambiciones desmesuradas, ella lo apoyaría todo lo posible. Para los elfos, aquello también podía ser algo bueno. Al menos, si Carlos llegaba a tomar el poder, no significaría necesariamente algo negativo para los elfos. Sin embargo, si avanzaba en esa dirección, los humanos y los elfos podían acabar en guerra. Eso era algo que Thunder Sonia no deseaba. E incluso si Carlos no tuviera tales intenciones, el hecho era que podían sospecharlo.

Más aún, si llegaban a tener un hijo, no sería difícil imaginar que terceros completamente ajenos levantaran a ese niño como estandarte. Por eso era un hombre complicado.

Aun así, también había ventajas. Si era hijo de Thunder Sonia, sería un niño que portaría auténtica sangre tanto de la realeza élfica como de la humana. No cabía duda de que sería un lazo mucho más fuerte que el matrimonio de Nemesia y Ferdinand. Un hijo así podría convertirse en símbolo del vínculo entre elfos y humanos, y quizá su existencia sería la clave para mantener esa amistad durante miles de años.

Elegir entre una u otra cosa era algo que hacía dudar.

—¿Le ocurre algo?

Preguntó alguien a Thunder Sonia y los suyos, quienes emanaban un aire difícil de abordar.

—¿Ha cometido mi hermano alguna ofensa?

—Ferdinand.

Era Ferdinand, el protagonista de la ceremonia de anuncio de compromiso. Un apuesto hombre de rasgos humanos, esbelto. Comparado con Carlos o Nazar, tenía un rostro algo más discreto, pero para Thunder Sonia era más que suficientemente atractivo.

—¿Está bien que dejes sola a tu prometida para venir conmigo?

—La Srta. Nemesia fue atrapada por distinguidos dignatarios humanos. Al parecer, su aspecto se les hacía demasiado infantil y la evitaban, pero una vez que abrió la boca resultó tener bastante éxito.

—No, si hasta entre los elfos parece joven. Bueno, es cierto que tiene popularidad entre los viejos. Ten cuidado de que no te la quiten mientras estás distraído.

—Lo tendré muy en cuenta.

—Y además, si haces llorar a Nemesia, hay muchos entre los elfos que no se quedarán de brazos cruzados. Cuidado con eso también.

—¿Encabeza usted esa lista, Lady Thunder Sonia?

—Es mi discípula más preciada, después de todo.

—Como le he quitado a su discípula, estoy con el corazón encogido pensando qué opina usted de mí, Lady Thunder Sonia.

—Pienso que eres un buen hombre. Si Nemesia no estuviera, hasta yo querría casarme contigo.

Era su verdadero sentir. Ferdinand solo sonrió y lo dejó pasar.

—Aun así, no sabía que tenías un hermano pequeño.

—…Así que lo ha descubierto.

—Sí. Justo cuando estaba recibiendo una apasionada propuesta de matrimonio.

—Eso es… —Ferdinand miró sorprendido a Carlos.

Carlos, con una expresión algo incómoda pero seria, sostuvo su mirada. Tras unos segundos en silencio, Ferdinand desvió los ojos de su hermano hacia Thunder Sonia.

—Ya veo. Si llegó a decir algo así, debió de hacerlo con la debida determinación. Aunque haya circunstancias especiales, sigue siendo mi hermano de sangre. Pase lo que pase, le ruego que lo trate con sinceridad.

—Lo entiendo… ¿hm? ¿De sangre? Espera un momento… ¿me estás diciendo que…?

—Las circunstancias son… complicadas, —respondió Ferdinand.

No afirmó ni negó nada, solo asintió con gesto serio y ambiguo.

—Oigan ustedes… yo soy una de las dirigentes de los elfos, ¿saben? Normalmente no debería enterarme de algo así…

—Es un secreto que solo unos pocos conocen, pero no uno que nadie conozca.

—Aun así…

—Carlos y yo fuimos criados juntos como hermanos. Yo recibí el trato adecuado como primogénito del canciller del reino humano, pero Carlos, pese a su talento, permaneció siempre en la sombra…

—……

—Para él, confesar sus sentimientos a usted en esta reunión fue una apuesta de vida o muerte, la única oportunidad que tendrá. En el reino humano, un hermano menor como él nunca podrá mostrarse frente al público. Es una vida muy triste.

—Aun así, digo…

—Este suceso es una bendición para mí, pero también para mi hermano. Si llegara a casarse con alguien de la nación de los elfos, al menos podría vivir una vida con propósito, en lugar de ser un prisionero en jaula de oro en el reino humano. Como alguien que lo conoce bien, no puedo evitar apoyarlo.

—Hmm…

—Además, mi hermano, desde que era muy pequeño, la ha admirado y amado en secreto. De hecho, aún conserva una flor de lirio de los valles prensada, que hizo cuando la conoció por primera vez…

—Oye, ya está bien, —interrumpió Carlos, un tanto avergonzado, cortando las palabras de Ferdinand.

Thunder Sonia lo miró. No recordaba su encuentro, pero cuanto más lo observaba, más atractivo le parecía. Cualquier elfa, no solo ella, habría aceptado casarse con él al instante. Si no fuera por las circunstancias, ya lo habría hecho. De hecho, en una situación normal, Thunder Sonia habría dado el «sí» sin dudar… y probablemente ya lo habría llevado a su habitación.

—Puede que sea imprudente decirlo, pero… este asunto, incluso la resurrección de Gediguz, podría ser una oportunidad para mí. En tiempos de paz es difícil ser reconocido estando a la sombra.

—No creo que sea así. Al fin y al cabo, tu padre es… — Thunder Sonia no terminó la frase. Aunque tenía fama de tener la lengua muy suelta, sabía distinguir entre lo que podía decir y lo que no—. Bueno, a mí no me parece mal tener un esposo con conexiones entre los humanos. —Al pronunciar la palabra «esposo», la comisura de los labios de Thunder Sonia se curvó ligeramente. Ya había tomado una decisión en su interior. Aun así, había muchos detalles que debía discutir antes. Sin embargo, ese lugar estaba demasiado lleno de gente para hablar de asuntos delicados. Por eso, Thunder Sonia se volvió hacia Carlos y le dijo—: Aquí hay demasiadas miradas encima. ¿Vamos a un sitio más tranquilo?

—Será un placer.

Un murmullo recorrió al grupo de elfos. Se oyeron voces exclamando «¡Por fin!» o «¡Ya era hora!». En medio de aquel alboroto, Thunder Sonia avanzó con el pecho erguido, como si dijera: «¿Ven? Así es como se hace». Nadie se atrevió a interponerse en su camino.

Después de eso, Thunder Sonia llevó a Carlos hasta su habitación en el palacio. Entonces lo empujó sobre la cama… o eso le hubiera encantado, pero no lo hizo. Había demasiados oídos y ojos en el castillo real. Si Carlos resultaba albergar pensamientos peligrosos, no podían permitirse que nadie oyera su conversación.

En realidad, incluso entre los elfos había quienes no veían con buenos ojos la amistad con los humanos. Muchos solo intentaban convivir en paz porque Thunder Sonia les había dicho «¡Llévense bien, ya!». Pero si ella llegaba a decir algo como «Parece que mi hombre quiere convertirse en rey de los humanos», nadie sabía qué podría ocurrir.

Tras pensarlo mucho, Thunder Sonia decidió salir del palacio en secreto y se internó en el bosque que se extendía detrás. En el camino incluso ordenó a Buganvilia que no la siguiera. Quería estar a solas con él.

¡Sí, solo los dos!

Thunder Sonia era una mujer complicada. Aunque en su cabeza le diera mil vueltas a las cosas, al final dejó de lado sus dudas y se concentró en crear el ambiente perfecto para unirse a aquel hombre.

—Bien, aquí no nos escuchará nadie.

—Este lugar es…

—Un jardín secreto, como suelen llamarlo.

A una hora a pie detrás del castillo real, se extendía aquel jardín. Estaba cubierto por un sinfín de lirios del valle blancos que, bajo la luz de la luna, brillaban con un resplandor plateado. Por eso se le conocía como «la alfombra de plata de la realeza». Al oír a Carlos mencionar antes los lirios del valle, Thunder Sonia había recordado ese sitio. Era, sin duda, el lugar perfecto.

—Bonito, ¿verdad? Es un lugar reservado para la familia real. Tal vez de niño viniste aquí y fue donde nos conocimos.

—…Sí, puede ser. Me resulta extrañamente familiar. Pero creo que no era exactamente aquí.

—…¿Ah, no? Pensé que debía de serlo, porque es mi sitio favorito. —Mientras hablaba, Thunder Sonia se puso una mano en la cadera y alzó la vista hacia Carlos.

Él, por su parte, la observó desde arriba. Les separaba una cabeza de altura; la estampa recordaba a la de un adulto frente a un niño, pero había cierta armonía entre ambos. Aun así, el ambiente todavía no era propicio para un beso. En su viaje reciente, Thunder Sonia había aprendido muchas cosas, y una de ellas era que el momento adecuado lo era todo.

—Entonces, ¿qué circunstancias te llevaron a ser «mantenido en las sombras»?

—Me imagino que ya lo sospecha, ¿no?

—Quiero oírlo de tu propia boca. Si estoy equivocada, sería un problema, ¿no?

Carlos se encogió de hombros y murmuró:

—No es gran cosa, la verdad. ¿Conoce a mi madre, la actual esposa del primer ministro, Olivia Laguiller?

—Sí, la conozco. Una mujer muy hermosa.

—Así es. Ella, nacida en una familia de nobles de rango medio, mantenía amistad tanto con Cruzado —mi padre— como con Lunius, el actual rey. ¿Hasta ahí me sigue?

—Sí… pero creo que ya sé adónde va esto.

—Desde pequeña fue célebre por su belleza incomparable, y muchos hombres la pretendieron. Pero solo dos lograron acercarse lo suficiente para casi conquistarla: Cruzado y Lunius*… Y al final, quien la obtuvo fue Cruzado. Lunius, siendo el heredero al trono, no podía unirse con alguien de su rango.

Frizcop: Fe de erratas, en el capítulo anterior lo traduje como Lunias. Revisando capítulos anteriores, encontré que mi traducción anterior era Lunius, así que esa le mantendré.

—Pero no logró resignarse, ¿verdad?

—…Así es. Y de esa relación prohibida nací yo.

—¿Cruzado lo sabe?

—Dudo que lo ignore. No tengo pruebas, pero… al menos sé que mi padre lo permitió, y que Lunius, agradecido por ese perdón, le otorgó un alto cargo y su favor.

—¿De verdad crees que lo perdonó?

—No sé qué pensaría en aquel entonces, pero, viendo sus acciones recientes, no parece que lo haya hecho tan de buena gana.

Carlos entrecerró los ojos, insinuando que Thunder Sonia ya debía entenderlo. Ella captó la señal y, con cautela, pronunció las palabras que en el salón no habría podido decir en voz alta.

—Cruzado aspiraba al trono.

—Así es. No sé si se trataba de una venganza del pasado o de una ambición que había germinado recientemente… pero deseaba el poder de un rey, o al menos uno equivalente. Quería dominar a los humanos.

—Y el destino que te aguardaba, después de haberte tenido en cautiverio, era convertirte en un títere… o quizás algo peor.

Fuera como fuese, no parecía un futuro prometedor. Si Cruzado hubiese planeado convertir a Carlos en su marioneta, sin duda habría tomado medidas más concretas para hacerlo suyo como peón. El hecho de que aún siguiera prácticamente bajo arresto domiciliario demostraba que, salvo como un seguro en caso de emergencia, no pensaba utilizarlo para nada.

—¿Ahora comprende por qué deseo desposarla, Lady Thunder Sonia?

—Sí, bien. Aunque, francamente, me habría alegrado más si te hubieras acercado a mí sin esas intenciones políticas.

Thunder Sonia habría preferido que él se le declarara sin dejar entrever ningún interés estratégico, pese a ser consciente de que ella misma era una pieza política de gran importancia. Era una mujer complicada. Y Carlos, por su parte, entendía muy bien los sentimientos de Thunder Sonia.

—La verdad es que no tendría por qué ser usted, Lady Thunder Sonia. En el Reino de la Gente Bestia hay muchas princesas, y entre los hijos de Do Banga también hay mujeres solteras.

—Ya veo.

—Pero aun así, yo la prefiero a usted, Lady Thunder Sonia. Es usted hermosa.

—Cla-claro.

—La he amado profundamente, desde siempre, —mientras decía eso, Carlos sacó un separador de libros de entre sus ropas. En su interior había una flor de lirio de los valles prensada. Probablemente era la flor mencionada en la historia de antes. Aun seca, seguía brillando con un tono plateado bajo la luz de la luna. No era igual a las de aquel jardín. Quizá fuera la misma flor que había tomado cuando conoció a Thunder Sonia, una que había conservado todo este tiempo.

—Tú…

Carlos extendió lentamente la mano hacia ella, la rodeó por la espalda y la abrazó con delicadeza. El corazón de él latía con fuerza, y sus manos temblaban ligeramente, quizá a causa de los nervios.

Así que este tipo… de verdad está enamorado de mí.

El corazón de Thunder Sonia latió con fuerza dentro de su pecho.

—La deseo.

Carlos se separó un poco, se inclinó hacia ella y apoyó su frente contra la de Thunder Sonia. Ella, con el rostro de aquel apuesto hombre llenando toda su visión, sintió que el corazón se le aceleraba y cerró lentamente los ojos. Sus labios se unieron en un beso. Mientras lo hacía, con un toque suave y tímido, Thunder Sonia pensó de forma un tanto distante: «Vaya, no creí que me llegaría un momento así». Y al mismo tiempo reflexionaba: «Si me caso con este tipo, las relaciones con Cruzado podrían empeorar… ¿qué debería hacer?».

Pero eso no le impidió dejar que su mente divagara hacia lo que podría ocurrir más tarde en una cama. Ya no podía detenerse. La legendaria castidad de Thunder Sonia llegaba a su fin. Aunque, bien visto, ni siquiera necesitaban una cama… apoyarse contra ese árbol también serviría.

Mientras pensaba en esas tonterías, de pronto recordó algo.

Las flores de lirio de los valles.

Echó un vistazo rápido a la flor prensada. Era difícil de distinguir, pero brillaba con un tono plateado. La había visto antes. Provenía del campo de flores que había sido reducido a cenizas. Sí… de aquel campo perdido, arrebatado por los démones… los Lirios de Plata.

—Ya lo recordé.

—……

—La colina de Elfgand.

Thunder Sonia apartó a Carlos con un empujón y lanzó un rayo desde su mano.

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—Conque al final, te diste cuenta. —Carlos murmuró eso mientras el borde de su ropa soltaba una leve humareda negra.

¿Evitó mi ataque…? No está mal. ¿Quién demonios es este tipo…?

Thunder Sonia se limpiaba los labios con la mano izquierda mientras apuntaba con los dedos de la derecha hacia él. No había el menor descuido en su postura. Eran pocos los que podían esquivar un rayo lanzado por Thunder Sonia a tan corta distancia.

—La colina de Elfgand… impresionante que la recuerdes.

—Claro. Puede que no recuerde haberte visto antes, pero el bosque que fue incendiado… eso no lo olvidaré.

La colina de Elfgand había sido, doscientos años atrás, un territorio élfico arrebatado por los démones. Hasta la muerte de Gediguz, que cambió el curso de la guerra tan dramáticamente, los elfos no lograron recuperarla ni una sola vez. Y cuando por fin la reclamaron, ya era tierra quemada y cenizas. Desde luego, los lirios del valle que crecían allí también se habían perdido. Era una flor que jamás volvería a verse.

—¿Eres uno de los hombres de Gediguz?

—…… —Carlos la miró desde arriba con una expresión distinta a la de antes, casi sin emoción.

—De cualquier modo, debiste haberte esmerado un poco más con los detalles del artilugio… No, espera, ¿o fue al revés? ¿Por qué lo hiciste tan elaborado? Si hubieras usado los lirios del valle de este mismo lugar, no habría sospechado nada.

—Quería que recordaras mi propósito.

—¿Tu propósito…?

—Si no puedes recordarlo, entonces no hay nada que hacer.

Thunder Sonia no comprendía de qué hablaba, pero aun así, sin bajar la guardia, mantuvo los dedos apuntando hacia Carlos.

—Aun así, ¿con qué fin viniste a por mí…? ¿Y cómo demonios te infiltraste en la ceremonia de compromiso en primer lugar…? No, espera… hablaste con Ferdinand con total naturalidad, ¿verdad?

La sangre se le heló al comprender una posibilidad. No era raro pensar que los subordinados de Gediguz hubiesen logrado infiltrarse en la nación de los elfos; a pesar de su apariencia, Gediguz era un maestro de las intrigas. Le encantaban las estrategias audaces, pero siempre basadas en información precisa y una planificación meticulosa. Que hubiera enviado a alguien a un evento para recolectar datos no tenía nada de extraño.

Sin embargo… ese hombre frente a ella, Carlos, había conversado con Ferdinand. Ferdinand era el invitado de honor. Infiltrarse como alguien cercano a él solo podía hacerse con la cooperación o el consentimiento de la parte anfitriona. Y esa boda, de hecho, se estaba llevando a cabo bajo la dirección de cierto humano.

—¡Cruzado… ¿ese maldito traidor cambió de bando?!

—De haber seguido así, jamás habría podido convertirse en rey.

—¡Imbécil!

Thunder Sonia giró sobre sus talones para echar a correr, pero se detuvo de golpe.

Entre los árboles que rodeaban el campo de flores, sintió varias presencias. En algún momento, la habían cercado.

—Bueno, supongo que no pensaban dejar ir a alguien que descubrió semejante secreto… Aun así, por lo que veo, no hay nadie realmente fuerte entre ustedes. ¿De verdad creen que con esto pueden matarme?

De entre el bosque fueron apareciendo uno tras otro individuos que le resultaban completamente desconocidos. Ninguno de ellos era uno de los guerreros notables que el servicio de inteligencia élfico había identificado como desertores al bando de Gediguz. Tampoco estaban entre los poderosos desaparecidos de los que se sabía poco. Al observar sus rostros, Thunder Sonia notó que casi todos eran humanos, y jóvenes además. Quizás algunos tuvieran cierto talento, pero sin importar cuántos soldados rasos se reunieran, ninguno podría detener a la Gran Archimaga Elfa.

Atravesaré esto rápido, pensó Thunder Sonia mientras cargaba su magia en la mano.

—«Disfraz».

Se escuchó ese murmullo proveniente de los que la rodeaban. Al mismo tiempo, las figuras de los humanos que la cercaban comenzaron a transformarse. Algunos se convirtieron en elfos, otros en gente bestia, otros en harpías, algunos en gente lagarto y otros incluso en démones. Todos eran rostros reconocibles. Los jóvenes que no le eran familiares habían cambiado en guerreros experimentados que sí recordaba. Eran individuos realmente formidables.

—Poplática…

Entre ellos se encontraba Poplática, la líder de la facción de Gediguz. Los ausentes eran, tal vez, la exprincesa humana Liscia y la exgeneral súcubo Carrot. Aun así, había suficientes combatientes como para poder matar a Thunder Sonia.

—«Disfraz».

Con esas palabras, también el hombre frente a ella comenzó a transformarse. No era alguien cuyo rostro recordara con frecuencia; solo lo había visto unas pocas veces cuando estaba vivo. Pero en todas esas ocasiones, Thunder Sonia había grabado su rostro en su memoria, jurando que jamás lo olvidaría y que, cuando se enfrentaran de nuevo, le arrebataría la vida incluso a costa de la suya propia. Esa promesa se había cumplido en las Tierras Altas de Lemium.

—Gediguz…

El enemigo que creía haber matado estaba allí, frente a ella.

—…Vaya, para tomarte la molestia de aparecer… eso es arrogancia, ¿sabes? Hubiera sido más fácil atacarme mientras estaba desprevenida. ¿O te emocionó verme ilusionada con la idea de casarme? ¿Te alegró ver cómo mi mandíbula se desencaja de la sorpresa? Sí, mírala, justo ahora así está… —Aunque Thunder Sonia se sentía irritada por sus propias palabras, en el fondo se mantenía fría y calculadora. Pensaba en cómo podría comunicar la situación crítica a su país y si Buganvilia, de quien se había separado antes, todavía estaba cerca.

—Ciertamente, habría sido más seguro matarte por detrás mientras aún tenía la forma de Carlos.

—……

—Quisiera hacerte una propuesta.

—¿Una propuesta?

Mientras intentaba mantener la conversación y buscar una salida, Thunder Sonia se quedó momentáneamente sin palabras al escuchar lo siguiente:

—Conviértete en mi esposa y trae paz a este mundo.

Hubo unos segundos de silencio absoluto. Durante esos segundos, Thunder Sonia detuvo completamente sus pensamientos. Si esto hubiera ocurrido en un campo de batalla, seguramente habría terminado muerta.

—…¿Me estás tomando por tonta?

—No, nunca haría algo como eso. A partir de ahora, surgirían conflictos bélicos. Serían inevitables. Dependiendo de la situación, podrían incluso prolongarse por más de mil años.

—Dilo claro: «ustedes los provocarán». Son ustedes quienes comenzarían la guerra.

—¿De verdad lo crees? Incluso si yo no hubiera resucitado, ¿no habrían estallado conflictos internos entre humanos y elfos, o incluso entre humanos mismos? ¿A dónde conduciría eso?

Los pensamientos de Thunder Sonia se dirigieron, tal como Gediguz indicaba, hacia el futuro del mundo. Los humanos eran astutos y codiciosos. Dentro de la Alianza de las Cuatro Razas, su población aumentaba con rapidez, solo detrás de la gente bestia, y su base cultural era sólida, lo que les permitía un desarrollo veloz. En este momento, la fuerza de los humanos y los elfos era comparable, pero en diez años los humanos podrían superar ampliamente a los elfos. Y esto también era motivo de preocupación entre los líderes élficos.

Los elfos, longevos, eran hábiles en establecer bases sólidas, pero su velocidad de desarrollo no era tan rápida. Cuando los humanos superaran a los elfos, era probable que intentaran absorber a otros países.

El objetivo del Canciller Cruzado era el poder. Probablemente aspiraba al trono. No se sabía con certeza cuál era su plan, pero parecía poco probable que pudiera usurpar solo mediante la política interna. Lo más probable era que surgiera algún tipo de rebelión o guerra civil. Y si los humanos se estrangularan entre sí mediante un conflicto como ese, los elfos no dejarían pasar la oportunidad para debilitar su poder.

Cuando eso sucediera, ¿la gente bestia y los enanos permanecerían quietos? Mientras la Alianza de las Cuatro Razas se destruía entre sí, los países de la Federación de las Siete Razas también podrían recuperar su fuerza, y el mundo caería de nuevo en la guerra. Tal vez no una guerra total, pero los conflictos serían inevitables. Justo como había dicho Gediguz.

—Este compromiso ha sido influenciado por mí.

—…Lo sospechaba.

El matrimonio de Ferdinand y Nemesia tenía un significado estratégico. La situación actual representaba un obstáculo para Cruzado. Incluso si los humanos se desarrollaban sin interferencias, o si Cruzado provocaba una guerra civil, inevitablemente se enfrentarían a los elfos. Y en cualquiera de los casos, sería desventajoso para los humanos. Probablemente, si estallara una guerra, los elfos ganarían. Al menos, no perderían. No se sabía qué sucedería dentro de cien años, pero mientras Cruzado viviera, los humanos no podrían vencer.

Cruzado era humano, astuto y ambicioso como incluso entre su propia gente. Incluso si alcanzaba el trono, debía vencer a los elfos durante su vida; de lo contrario, todo sería en vano. Eso era lo que sentía ese hombre.

Por eso Cruzado se había aliado con Gediguz.

—Si tú mueres, los elfos desaparecerán.

Si durante la ceremonia del compromiso un joven humano mataba a Thunder Sonia, los elfos atacarían a los humanos en represalia. Aún no se sabía quién tendría la ventaja en esa guerra, pero si el conflicto comenzaba en ese momento, el equilibrio de fuerzas sería seguro. En este momentos, humanos y elfos estaban en igualdad de condiciones militares.

Durante ese tiempo, probablemente Gediguz lideraría a los démones para atacar y destruir a la gente bestia o los enanos. Considerando la ubicación de los territorios, era más probable que fuera a la gente bestia. Luego, los elfos serían atrapados entre los humanos y Gediguz en una maniobra de pinza. Thunder Sonia no podía prever cómo reaccionarían los demás países, pero no podía imaginar que el hombre frente a ella no lo hubiera contemplado. Tal como había extendido su influencia hacia los humanos, era lógico pensar que también habría echado raíces en otros países.

Los elfos serían masacrados y perderían la mayor parte de sus territorios. En el peor de los casos, desaparecerían por completo.

—Pero yo no deseo la destrucción de los elfos.

—……

—Si tú te convirtieras en mi esposa, garantizaría el futuro de tu gente.

—¿Por qué dirías algo como eso?

Sin embargo, precisamente por eso, Thunder Sonia no podía comprenderlo. No podía entender cómo aquel hombre frente a ella diría algo así. Después de todo, ya habían llegado hasta ese punto. Podría haber matado a Thunder Sonia de inmediato y destruir a los elfos. Ese hechizo llamado Disfraz no podía usarse tantas veces. Parecía un conjuro que, una vez descubierto, permitiría que se tomaran medidas en su contra. Esta podría ser la única oportunidad de eliminar a Thunder Sonia.

Si los elfos fueran aniquilados, o reducidos a un nivel comparable al de la actual Federación de las Siete Razas, los que se levantarían serían los démones y los humanos. Los demás países de la Federación probablemente se encontrarían en mejor posición que antes. Al menos, los objetivos de quienes buscaban la guerra podrían cumplirse.

—No me digas que tus subordinados… están considerando los sentimientos de Liscia o algo así.

La exprincesa humana Liscia Gainius Grandorius odiaba a los humanos con todo su corazón. Si los humanos se unían a su bando y destruían a los elfos juntos, ella podría haberse rebelado contra Gediguz. Pero el hombre frente a ella no parecía del tipo que respetara los sentimientos de sus subordinados. Aunque uno se rebelara, simplemente podría eliminarlo.

—Como dije antes… es porque te aprecio.

—¡No quiero escuchar palabras vacías de tu boca!

Gediguz levantó su mano derecha con suavidad. En ella sostenía aquel objeto que había revelado su verdadera identidad poco antes: un lirio de los valles plateado.

—¿Realmente no recuerdas haberte encontrado conmigo en la colina de Elfgand…?

En el pasado, en la colina de Elfgand. Thunder Sonia reflexionó sobre esas palabras. Ciertamente, había estado en aquella colina antes de que los démones se las arrebataran. De hecho, podía decirse que era uno de sus lugares favoritos. Incluso justo antes de que la colina de Elfgand fuera tomada…

—Ah…

Encajó una pieza en su memoria. Recordó. Ciertamente, una vez Thunder Sonia se había encontrado allí con un demon. Aunque dijera «uno», era un demon todavía joven, no completamente formado. Antes de que la guerra se intensificara, antes de que el Rey Demonio Gediguz surgiera como figura dominante. En aquel tiempo, había dejado pasar inadvertido a aquel joven demon que se había extraviado en el país de los elfos.

—¿Ese mocoso de entonces?

—Parece que lo recordaste. Aquel sentimiento de afecto que tuve entonces, aún lo mantengo. Y aquel favor que recibí al ser perdonado, deseaba devolvértelo.

—¿Se supone que debo tragarme eso?

—No hace falta que lo creas, pero es sincero.

Thunder Sonia observó a Gediguz. En el pasado, él había sido solo un objeto de odio, alguien a quien había jurado matar frente a las tumbas de aquellos que habían caído. Pero aquello ya se había cumplido una vez. Por alguna razón había resucitado, pero no surgía en ella el mismo odio intenso que antes. Ya era cosa del pasado. Gediguz, en sí mismo, no había hecho nada que mereciera tanto rencor; simplemente había sido hábil en la guerra.

Al mirarlo así, su rostro parecía sorprendentemente decidido y varonil. Todos los démones eran hermosos, pero en él se percibían especialmente la inteligencia y la fuerza en la mirada, con cabello largo y brillante como si estuviera húmedo. Su cuerpo estaba en proporción, alto y esbelto, y poseía un aire elegante.

—Kuuh…

Thunder Sonia se sacudió. Si se remontaba a su infancia, hacía unos trescientos años, ¿y si él había sentido la misma devoción a ella desde entonces? ¿No sería algo agradable? Si Buganvilia o Acónito estuvieran allí, probablemente la habrían mirado con incredulidad, pensando «¿Así de fácil fue de conquistar?». Sin embargo, la mirada de Thunder Sonia se detuvo en un punto:

El lirio de los valles plateado. La flor de aquel campo ya perdido seguía brillando. Frente a la colina en llamas, Thunder Sonia había hecho un juramento. Lo había hecho frente a los caídos. Quizá aquel juramento se había cumplido en las Tierras Altas de Lemium. Pero mientras Thunder Sonia viviera y recordara aquel juramento, no podía aliarse con los démones, ni con Gediguz. Además, el hombre frente a ella había declarado públicamente que traicionaría a Cruzado si se aliaba con él. No era alguien en quien pudiera confiar.

—Fíjate que te rechazo, —con el corazón hecho pedazos, Thunder Sonia hizo esa declaración.

—Qué lástima. Entonces tendrás que morir.

—Inténtalo. Te mataré otra vez.

Comenzó una batalla desesperada.


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