El Jefe de Atelier Tan Despistado

Vol. 1 Interludio. Los Sentimientos de Sheena

En el mundo existían cosas que yo no conocía. Me preguntaba qué sentiría cuando encontrara una de esas cosas.

Para descubrir eso —y para conocer los sentimientos que tendría en ese momento—, yo, Sheena, elegí el camino de convertirme en aventurera, igual que mi hermano Kanth, cuando tenía trece años.

Antes de hacerme aventurera, en la prueba de aptitud que realicé en el Hello Work, los resultados determinaron que tenía aptitudes como exploradora. Desde ese día, viví perfeccionando mis habilidades como guardabosques.

Sin embargo, como aún no era adulta, cometí muchos errores. Incluso después de que, pasado un tiempo, me uní al grupo de Danzo, quien hacía pareja con mi hermano, seguí cometiendo toda clase de equivocaciones.

Durante el primer año, no solo hubo días en que no lograba conseguir algo para comer, sino que incluso pasé varios días sin probar una comida decente. Hubo una ocasión en la que terminé comiendo un goblin asquerosamente incomible. Ahora que lo pensaba, quizás debería considerarlo un buen recuerdo… o, al menos, una anécdota graciosa.

Bueno, aunque el sabor de aquel goblin también fue para mí una especie de «algo desconocido», el verdadero misterio que me aguardaba me atacó no hace mucho, justo cuando estaba por cumplir mi tercer año como aventurera.


El encargo que nuestro grupo, Sakura, había aceptado en aquel entonces era la entrega de materiales de un gólem de hierro.

Para derrotar a un gólem de hierro, bastaba con golpear con fuerza su núcleo y así interferir con el flujo de poder mágico que recorría su cuerpo. Por eso, el ataque con los guanteletes de mi hermano era especialmente eficaz. Esa fue la razón por la que aceptamos la misión… aunque jamás imaginamos que Bibinokke, quien se había unido a nosotros como porteador, terminaría enfermando y sin poder moverse.

Bibinokke era un tipo descuidado, un hombre vulgar que no perdía oportunidad de mirar el trasero de cualquier mujer. Me costaba incluso considerarlo un compañero. Sin embargo, su habilidad como porteador era de primera categoría; una aptitud de rango B.

La razón por la que aceptamos aquella misión de cazar al gólem de hierro fue precisamente porque, una vez derrotado, contaríamos con Bibinokke para transportarlo.

La cueva donde se suponía que se encontraba el gólem tenía un terreno muy irregular cerca de la entrada. Era difícil usar vehículos con ruedas o siquiera arrastrar el cuerpo con cuerdas entre todos.

En otras palabras, sin Bibinokke, nos vimos acorralados en una situación en la que no tuvimos más remedio que rechazar la misión.

Por supuesto, cancelar un encargo ya aceptado implicaba pagar una multa. Si bien ya no vivíamos en la miseria de los primeros días, todavía éramos un grupo de aventureros novatos. No teníamos dinero suficiente para cubrir una penalización… Fue entonces, en medio de esa desesperación, cuando me encontré con algo que no conocía.


Sí, con un chico que se hacía llamar Kurt.

Cuando lo conocí por primera vez, me pareció un chico ingenuo, alguien que no sabía mucho del mundo. Bueno, supuse que no debía de ser mucho mayor ni menor que yo, pero aun así, me molestó cuando llamó «lleva equipaje» a los porteadores.

Sin embargo, Kurt, a pesar de tener unos brazos tan delgados, demostró una habilidad que solo podía describirse como un milagro.

Así fue como Kurt se convirtió en nuestro compañero temporal.

Kurt era, en verdad, un tipo muy extraño.

Perdía contra los limos y se asustaba de forma exagerada ante un simple goblin.

Yo solo tenía a mi hermano mayor, pero llegué a pensar que, si hubiera tenido un hermano menor, probablemente me habría sentido así.

Pero entonces, nos atacó una horda de goblins, de decenas de ellos.

Cada goblin por sí solo era una criatura débil, pero cuando un goblin con inteligencia guiaba a la manada, esta se convertía en un enemigo formidable.

No tuvimos más opción que huir, y cuando finalmente nos acorralaron, mi hermano y Danzo nos protegieron mientras nos ocultábamos por un pasadizo secreto.

Sin embargo, ni siquiera allí pudimos tomar un respiro.

Lo que nos esperaba más adelante era un grupo de gólems dragón de hierro.

No pude hacer más que llorar.

Aunque mi hermano y Danzo arriesgaban sus vidas para ganar tiempo, nosotras ni siquiera logramos abrir una ruta de escape. Íbamos a morir allí, sin remedio.

—Kurt… lo siento… por haberte involucrado en un trabajo como este.

—¿Qué está diciendo, Señorita Sheena? Aún no hemos muerto. ¡Saldremos de aquí!

Kurt, que todavía no había renunciado a vivir, me dijo aquello.

Jamás imaginé que me alentaría de esa forma…

Pero, aun así, no podía creer que pudiera hacer algo contra tantos gólems dragón de hierro.

Los gólems eran conocidos como los guardianes de los laberintos. No se movían de su lugar y se dedicaban a bloquear el paso de los intrusos.

En otras palabras, si intentábamos cruzar por allí, nos atacarían sin falta.

No eran animales, así que no tenía sentido esperar a que se durmieran.

Nos quedaban solo dos opciones:

Intentar abrirnos paso a la fuerza y morir, o quedarnos allí hasta que los goblins rompieran la puerta y nos mataran.

Si esas eran las únicas dos posibilidades, entonces prefería volver con mi hermano y luchar junto a él.

Sin embargo, justo cuando tuve ese pensamiento…

—Por ahora, iré a encargarme de esos molestos gólems, —dijo Kurt con una sonrisa despreocupada.

Y, antes de que pudiera detenerlo, empuñó su daga y se lanzó directo contra los gólems dragón de hierro.

Uno de ellos agitó la cola con fuerza.


Kurt recibió de lleno el golpe del gólem dragón de hierro… y murió.


O al menos, eso fue lo que di por hecho. Pero aquel futuro que cualquiera habría supuesto… fue destruido con una facilidad pasmosa.

Kurt esquivó la cola con un salto ligero y dijo:

—Primero, esta cola estorba un poco, —luego hundió su daga en la base de la cola de hierro. Aquel brazo que ni siquiera había podido cortar un limo antes, ahora cortaba con facilidad la cola del gólem dragón de hierro.

—¿Eh? ¿Cómo es posible…?

—Verá, las articulaciones y las uniones de los gólems de hierro suelen estar conectadas únicamente por poder mágico. Así que, si uno introduce la daga y corta ese flujo mágico, puede destruirlas fácilmente.

¿Eh? Nunca había oído algo así.

Y en primer lugar, ¿era siquiera posible hundir una daga en la base de la cola de un gólem dragón de hierro mientras este se movía?

Mientras pensaba eso, el gólem saltó, intentando aplastar a Kurt.

Los gólems de hierro no tenían sentido del dolor, así que aunque les destruyeran la cola, no dudaban ni un instante en atacar.

Con un peso que debía rondar la tonelada, la caída era un ataque aplastante.

Con semejante fuerza, destruirle las articulaciones no serviría de nada.

O al menos, eso fue lo que pensé…

—¡Vamos allá! —exclamó Kurt. Entonces levantó la cola del gólem dragón de hierro —que debía pesar al menos doscientos kilos— y la utilizó para interceptar a su dueño, que se le abalanzaba encima. No, en realidad aprovechó el propio peso del gólem para atravesarle el pecho.

—…………

…No entendía qué acababa de suceder.

A partir de ese momento, los movimientos de Kurt fueron tan asombrosos que ni siquiera pude intervenir.

Destruyó las articulaciones de los gólems dragón de hierro, les cortó las colas, saltó sobre sus cuerpos, hundió su daga entre las rendijas de sus escamas metálicas y destruyó los núcleos ocultos bajo ellas.

Pero sus movimientos no eran rápidos; al contrario, se veían tranquilos, casi pausados.

Como si estuviera observando una serie de gestos rutinarios, algo tan fluido y preciso que ya no podía llamarse «combate».

Era como contemplar a un maestro artesano en plena labor.

¿Quién… quién demonios era este chico?

En el mundo existían cosas que yo no conocía. Me había preguntado cómo me sentiría al encontrar una de ellas.

Ahora lo sabía.

En ese momento, lo único que sentí fue miedo.


Al final, sobrevivimos.

Mi hermano y Danzo, que habían estado rodeados por los goblins, también fueron rescatados por una aventurera llamada Yulishia, conocida de Kurt.

Y gracias a ella, pudimos convertirnos en aventureros exclusivos afiliados a un atelier. Ser un aventurero afiliado a un atelier significaba contar con ingresos estables, y para la mayoría de los aventureros, era un puesto tan codiciado que solo estaba por debajo del de los aventureros al servicio directo de la realeza.

Para mí, que siempre había creído que la verdadera esencia de un aventurero era la libertad, aquello era una forma de vida muy distinta a mi ideal. Pero como mi hermano y Danzo parecían felices, no pude decir que no.

Aun así, no dejaba de preguntarme por qué la Srta. Yulishia era tan amable con nosotros, si apenas acabábamos de conocernos.

Mientras el carruaje expreso en el que viajábamos se sacudía rumbo a la capital del margraviato fronterizo donde se encontraba el atelier, me quedé pensando en eso.

Aunque, en el fondo, ya tenía una idea de cuál era la razón.

En aquella cueva, yo había visto con mis propios ojos todo el combate de Kurt.

Y cuando fuimos rescatados, nos advirtieron expresamente que no debíamos hablar de ello.

En otras palabras, lo más probable era que quisieran mantenernos vigilados para impedir que la información sobre Kurt se filtrara al exterior.

¿Quién diablos es Kurt?

No podía contar cuántas veces esa pregunta había cruzado por mi mente.

Y sin hallar respuesta, llegamos finalmente al lugar donde se suponía que estaría el atelier.

Sin embargo, lo único que encontramos fueron materiales apilados. No había ni un solo edificio construido.

Al parecer, iban a levantarlo desde cero… Bueno, eso no me preocupaba demasiado (dejando de lado el problema de dónde pasaríamos la noche).

Lo verdaderamente desconcertante fue cuando la Srta. Yulishia le pidió a Kurt que construyera el atelier él solo.

Y más aún cuando Kurt, sin dudar, dijo que lo levantaría en tres días. No se trataba de una caseta para perros ni de un simple almacén de madera; era un atelier. No había manera de que algo así pudiera completarse en solo tres días.

Aun así, la Srta. Yulishia solo sonrió con una mezcla de resignación y curiosidad, y le preguntó:

—¿Necesitas algo más? Dime, aunque sea urgente, qué materiales te hacen falta. Por suerte, gracias a las reparaciones de la muralla, se ha reunido una buena cantidad de recursos en esta ciudad.

—Veamos entonces, —respondió Kurt. Y mientras hablaba, tomó un trozo de pergamino, en cuyo reverso había algo parecido a un mapa, y comenzó a anotar ágilmente una lista de lo necesario.

—Si pudieran priorizar los materiales que están arriba en la lista, me ayudaría mucho.

—Hmm, ya veo… entiendo. Bien, con esto podremos arreglárnoslas.

Yo, con curiosidad, eché un vistazo de reojo al papel que sostenía la Srta. Yulishia.

En aquel papel estaban escritos, con una caligrafía más elegante que la de los periódicos, los nombres de diversos materiales y componentes de monstruos.

Pero eso no era todo.

¿Amatista? ¿Rubí? ¿Zafiro? ¿Por qué había tantos nombres de gemas en la lista?

Además, entre los materiales de monstruos, había varios bastante valiosos. ¿De verdad podrían reunir todo eso?

¿En solo tres días?

¿Qué clase de poder tenía un jefe de atelier?

—Bien, Kurt, te dejamos esto a ti. Kanth, Danzo, Sheena… sé que los tres tienen cosas que decir, pero las preguntas las responderé después, —dijo la Srta, Yulishia con serenidad. Luego, se volvió hacia Kurt y le habló con una voz amable—: Kurt, no pasa nada si tardas cinco días. Si te da sueño, duerme con calma, ¿de acuerdo? Te he reservado una habitación en la posada que está tres casas más allá. Ya le pedí al posadero que te prepare comidas a cualquier hora del día o de la noche.

—No, por favor, eso sería demasiado para alguien como yo. Comeré solo en la mañana y en la noche, a la hora establecida,.

—También debes almorzar, ¿entendido? —replicó la Srta. Yulishia mientras le estiraba suavemente la mejilla.

…¿Qué significaba todo eso?

La Srta. Yulishia no parecía detestar a Kurt. Al contrario, daba la impresión de que lo apreciaba mucho.

Entonces, ¿por qué le había dado una orden tan absurda como la de construir un atelier él solo?

—…Oiga…

—Sheena, te dije que las preguntas serían después.

Después… después.

No podía quitarme la incomodidad de encima.

Al final, dejamos a Kurt solo y nos dirigimos a la posada.

Decían que era la mejor de todo el pueblo fronterizo, pero ni de lejos podía considerarse un alojamiento de lujo.

No difería mucho de las posadas en las que nosotros solíamos hospedarnos en la ciudad de Samaela.

Bueno, era natural; después de todo, este no era un lugar al que vinieran comerciantes o nobles.

Seguramente por eso, nos condujeron a una habitación amplia donde muchas personas podían dormir juntas sobre el suelo de madera. Nos sentamos allí, formando un pequeño círculo.

—Entonces… supongo que ahora sí nos contará todo sobre Kurt, ¿verdad?

—¿Qué quieres decir con «todo sobre Kurt»? —preguntó mi hermano.

Le lancé una mirada a la Srta. Yulishia, quien guardó silencio pero asintió con firmeza.

—Hermano, en realidad…

Y entonces relaté sin omitir nada lo que había ocurrido dentro de aquella cueva.

Al principio, mi hermano y Danzo escucharon con incredulidad, pero como habían visto con sus propios ojos la forma en que el Gólem Dragón de Hierro terminó derrotado, no tuvieron más opción que aceptarlo.

—Dígame, ¿quién es realmente Kurt? Y ustedes también, ¿quiénes son?

—Bien… primero te hablaré de nosotras, —la Srta. Yulishia comenzó a relatar—: Yo fui una aventurera bajo el mando directo de la familia real. Y Liese… no, esta chica es…

—Mi nombre es Lieselotte Homuros.

¿Homuros...? Ese era el nombre de este reino.

Y el nombre Lieselotte…

No podía ser…

Como para confirmar mis sospechas, la Srta. Liese sacó una daga de su pecho.

El emblema que la adornaba representaba al espíritu de la luz: era, sin duda alguna, el escudo de la familia real.

—Soy la tercera princesa de este reino.

—……¡¿Eh?! —los tres inclinamos la cabeza al unísono.

¡¿Ella es la Princesa Lieselotte?! Yo había pensado que solo era una chica encaprichada con Kurt.

Pero ahora que lo recordaba, creía haberlo leído en el periódico: que la tercera Princesa Lieselotte había ido a entrenar en un atelier.

Y que la fundación de este nuevo atelier, aunque contaba con la recomendación de Mimiko, la Tercera Maga de la Corte, y de la Jefa de Atelier Ophelia, se había decidido finalmente por una sola palabra de la Princesa Lieselotte.

¿Cómo no me había dado cuenta antes?

—¿Acaso Kurt también…?

Ante mi conjetura, la Srta. Yulishia negó con la cabeza.

—Kurt no es ni noble ni miembro de la realeza. Y, para serte sincera, no sé quién es realmente. Pero hay tres cosas que sí sé con certeza.

¿Tres cosas?

—Primero, todas las aptitudes de combate de Kurt están clasificadas como rango G. Sin embargo… todas sus aptitudes no relacionadas con el combate son de rango SSS.

—¡¿Todas rango SSS?! —exclamamos todos al unísono. Incluso Su Alteza Lieselotte alzó la voz, como si tampoco lo supiera.

¿SSS? Ese era un rango tan legendario que ni siquiera se sabía si realmente existía; ni los exámenes de aptitud podían medirlo.

¿Entonces dice que Kurt es de rango SSS?

Eso era absurdo.

Digo, no se nota para nada… aunque, si recordaba la fuerza con la que había levantado la cola del Gólem Dragón de Hierro, no cabía duda de que su aptitud para la carga debía ser, como mínimo, de rango A.

—Y la segunda: Kurt no es consciente de que sus aptitudes son de rango SSS. Yo misma le he dicho que su rango es B o C. Y por último… —Entonces la Srta. Yulishia mostró una sonrisa radiante, del mismo tipo que Kurt me había mostrado a mí—. Kurt es una gran persona. Por eso quiero protegerlo. Eso es todo lo que siento.

Ante esas palabras, Su Alteza Lieselotte asintió con firmeza.

—Sir Kurt curó mi maldición… con unas simples gachas. Él no sabía que yo era una princesa, ni lo hizo porque yo se lo pidiera. Al enterarse de que estaba maldita, me ayudó sin esperar nada a cambio. Pudo haber usado ese favor para ganarse influencia, pero en lugar de eso actuó como si fuera lo más natural del mundo, —esas fueron las palabras de la princesa.

¿Curar una maldición? ¿Con gachas?

¿Kurt era capaz de hacer algo así?

—Se los ruego, por favor, ayuden a Sir Kurt, —dijo Lady Lieselotte inclinando la cabeza—. No se los pide la Tercera Princesa de Homuros, sino Liese, su amiga.

El silencio se apoderó de la sala.

Quien rompió la tensión primero fue Danzo, con una expresión seria.

—Yo soy un aventurero. Obedecer las órdenes de una princesa es deber de un caballero, no de un aventurero. Como samurái, juraré lealtad al jefe de atelier solo si lo considero digno de servirle. —Danzo cerró los ojos un instante y su expresión se suavizó—. Pero Don Kurt es nuestro compañero. Y para proteger a un compañero… no se necesita razón alguna.

—Danzo tiene razón, —dijo mi hermano entonces—. Así que, ¿qué quieren que hagamos?

La Srta. Yulishia, que seguramente ya esperaba las respuestas de los dos, sonrió con satisfacción y dijo:

—Kurt realmente tiene buenos compañeros, —para luego continuar—. Sobre el asunto del rango SSS de aptitud de Kurt… quiero que no se lo digan a nadie. Ni a la gente de alrededor, ni al propio Kurt.

—¿Por qué? ¿No sería mejor decirle la verdad? —pregunté, incapaz de ocultar mi duda.

—Kurt, para bien o para mal, no sabe mentir. Podría aparecer alguien que intente aprovecharse de su talento. Al menos hasta que se construya una base sólida, un atelier donde pueda estar a salvo, debemos proteger su seguridad.

—¿Aprovecharse? Pero, si me permite decirlo, usted misma está haciendo que trabaje solo construyendo el atelier. Eso también suena a estar aprovechándose de él.

—Ah, lo sé, y me siento mal por eso. Pero fue la Srta. Ophelia quien insistió en querer ver con sus propios ojos de lo que era capaz Kurt. Y bueno, no le veo tanto problema. Después de todo, ese atelier pasará a ser propiedad de Kurt… aunque él todavía no lo sepa.

Sus palabras me dejaron helada.

—Entonces, eso significa que… ¿el jefe de atelier es Kurt?

La Srta. Yulishia asintió en silencio.

—¡¿Eh?! —exclamamos todos, una vez más, incrédulos.

¿Kurt, un jefe de atelier? ¿Alguien de alto rango con los privilegios de un noble?

—Voy a salir a tomar un poco de aire, —dije finalmente, dejando la habitación.

Nadie me detuvo: ni la Srta. Yulishia, ni la Princesa Lieselotte, ni mi hermano ni Danzo.

No sabía si era porque confiaban en mí o porque simplemente eran demasiado amables.

Salí de la posada y, con pasos vacilantes, me dirigí hacia el lugar de construcción.

Me preguntaba qué sentiría Kurt.

Entendía que todos estaban actuando por su bien, pero ¿de verdad él estaría feliz sabiendo que le ocultaban cosas tan importantes?

Llegué frente al terreno donde se suponía que construiría el atelier, cubierto ahora con lonas de tela, y entré lentamente.

—……¿Eh?

Hasta hace un rato, eso había sido solo un terreno vacío con materiales apilados.

Pero ahora, ¿qué estaba pasando…? Había un enorme agujero en el suelo.

—¡Ah, Señorita Sheena!

—Kurt… ¿esto lo hiciste tú?

—Sí. Dado que el atelier podría manejar sustancias que reaccionan a la luz, pensé en incluir un sótano.

—¿«Pensé en incluir un sótano»? ¡Pero, oye…!

No habían pasado ni treinta minutos desde que nos habíamos separado, y aun así, el espacio subterráneo ya estaba excavado con limpiamente, y casi la mitad del lugar estaba completamente acondicionado como una habitación.

¿Esto lo había hecho él solo… en tan poco tiempo?

—Kurt, eres increíble.

—¿De verdad lo cree? Pero, en mi aldea natal, era bastante común que se levantaran varias casas en un solo día… Así que, sinceramente, creo que aún me falta mucho por mejorar.

Nunca había escuchado que algo así fuera «bastante común» en mi vida.

Pero bueno…

Ahora comprendía lo que la Srta. Yulishia quería decir.

¿Cómo podía alguien hacer semejante locura y aun así no ser consciente de su propio talento?

No éramos nosotros los que estábamos mal por callar; era Kurt quien estaba mal por no darse cuenta.

—¿Le ocurre algo, Señorita Sheena?

—Nada en absoluto. Solo pensaba que eres un buen tipo, eso es todo.

—¿Eh? ¿A qué se refiere?

—A nada. Anda, sigue trabajando.

Cuando me di cuenta, ya no sentía miedo de Kurt.

Bueno, en realidad, un idiota así… si lo dejaba solo, seguramente acabaría siendo manipulado por alguien con malas intenciones.

Ni modo, tendría que protegerlo.

No por él… sino porque, al fin y al cabo, ya había aceptado la misión como aventurera.


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