La Historia del Héroe Orco
Capítulo 107. El Fin del Viaje
En aquel continente, continuaba una guerra sin fin. Nadie sabía cuándo había comenzado ni cuándo terminaría, y aquella guerra se libraba igual que hacía tres mil años.
No existían conceptos como alianzas o federaciones; cada raza se enfrentaba a sus enemigos por su cuenta. En aquel tiempo, los elfos se enorgullecían de su esplendor. Acumulaban victorias tras victorias, habían aniquilado a los centauros —los señores de las llanuras— y habían erigido una ciudad gloriosa en aquellas vastas tierras. Su poder era tal que podían considerarse gobernantes del continente: trataban a los humanos como esclavos, habían firmado un tratado de no agresión con los démones, y a otras razas las llamaban «monstruos» y las exterminaban.
Los elfos de entonces podrían haber dicho que vivían en tiempos de paz. Sin embargo, para las demás razas, estaban en medio de una guerra de invasión. Y su mano invasora se extendió hacia el norte, hasta donde vivían las súcubos. Para los elfos, las súcubos no producían más que problemas: eran monstruos que drenaban a los hombres hasta dejarlos secos sin aportar nada, orgullosas y salvajes, incapaces de ser domesticadas. Pensar en exterminarlas, como habían hecho con los centauros, era un pensamiento natural para los arrogantes elfos.
Pero las súcubos no eran una raza débil. Eran inteligentes, fuertes y podían volar cortas distancias. Su reproducción no dependía de machos y hembras, y cada individuo tenía habilidades letales dirigidas a los hombres. Por ello, en aquel tiempo las súcubos tenían una enorme ciudad en el bosque. Aquel reino, llamado el Reino de las Súcubos, dominaba toda la región forestal. Sin embargo, no eran rival para los elfos, que habían conquistado los bosques del sur y las llanuras centrales. Poco a poco, las súcubos perdieron territorio y disminuyeron en número.
En ese momento, una raza llegó al bosque de las súcubos. Era una raza desplazada por los elfos en el este de las llanuras: los orcos. Esta raza ruda y violenta fue percibida por las súcubos como un nuevo invasor. Sin embargo, desde el punto de vista de ellas, no eran rivales dignos; incluso tenían una especie de ternura, como pequeños animales confiados. Eran todos hombres, bastante torpes, y se acercaban a las súcubos con sonrisas, ofreciendo alimentos como si se arrojaran al fuego por voluntad propia, como gallinas que se dirigen al horno.
¿Por qué había llegado esa raza al territorio de las súcubos? También fue obra de los elfos. Aunque las súcubos consideraban adorables a esos seres, los elfos los habían perseguido y buscado exterminar. Las súcubos, con su noble pensamiento, decidieron proteger a esas lindas criaturitas de las manos despiadadas de los elfos.
Así, estas llegaron a cuidar de los orcos.
Aquella relación resultó sorprendentemente bien. Los orcos eran innecesariamente orgullosos, pero tenían la naturaleza de someterse ante los más fuertes. Si se los veía como especie, las súcubos eran seres a los que los orcos, compuestos solo por machos, jamás podrían vencer. Para los orcos, las mujeres eran seres a los que fecundar y despreciar; sin embargo, las súcubos, en realidad, no podían dar a luz a hijos de orcos. Eran semejantes a mujeres, pero no lo eran. Por ello, quedaban ligeramente fuera de aquel instinto orco de «menospreciar a las mujeres». No pasó mucho tiempo antes de que algunas súcubos se ganaran la confianza de los orcos.
En cuanto a ellas, la verdad era que la mayoría miraban a los orcos con desprecio. Una raza compuesta solo por hombres… ganado incapaz de sobrevivir sin su ayuda; adorables animales domésticos, en su opinión. Sin embargo, eso no significaba que fueran inútiles. Aunque las súcubos los consideraban débiles, sus cuerpos eran resistentes, y algunos de ellos incluso eran bastante poderosos. Muchos poseían un instinto natural para el combate, y en las batallas contra los elfos se convirtieron en aliados confiables… y también en una gran fuente de alimento.
En cuanto a la relación entre ambos, podría decirse que era similar a la que los humanos tenían con los perros o las vacas, o una mezcla de ambos. Como los perros, eran útiles para la caza y la guerra; como las vacas, proveían alimento. Y, además, cuanto más los «devoraban», más dóciles se volvían. Si los comían en exceso morían, claro está, pero las súcubos sabían regularse. Para ellas, eran criaturas convenientes, adorables y sumamente queridas.
Cuando vencían a un enemigo, si este era hombre, las súcubos lo devoraban; si era mujer, los orcos la tomaban. Así, las súcubos saciaban su hambre y los orcos aumentaban en número. De ese modo, durante largos años, continuó la dulce convivencia entre súcubos y orcos.
■
La guerra con los elfos se intensificó. Tras haber conquistado vastos territorios, los elfos habían incrementado su población y su poder. En circunstancias normales, un ejército conjunto de súcubos y orcos habría sido aplastado sin dificultad; sin embargo, los elfos se habían ganado demasiados enemigos en demasiados frentes. Luchaban contra todas las razas alrededor de las llanuras, y por eso las súcubos y los orcos lograron resistir, nunca siendo abrumados. No tenían la fuerza suficiente para contraatacar, pero tampoco fueron derrotados.
Con el aumento de la población orca, comenzó a surgir entre las súcubos un movimiento para mejorar su posición. Después de todo, aunque fueran torpes, los orcos podían hablar; algunas súcubos de pensamiento más «humanitario» comenzaron a cuestionarse si era correcto seguir tratándolos como simple ganado.
Así, las súcubos implementaron un nuevo sistema, conocido en aquel tiempo como el «sistema de ganado caballero». A cada miembro de la familia real súcubo se le asignaba el orco más fuerte de su generación. Tal vez aquel sistema contenía un dejo de desprecio… o quizá era más bien fruto de la envidia. ¿Envidia de que un orco sirviera a la realeza? No exactamente. La verdad era que muchas súcubos deseaban tener para sí, en exclusiva, a uno de esos adorables orcos.
No obstante, aquel nombre no perduró mucho. Tal como muchas súcubos deseaban, los «caballeros» dejaron de servir solo a la familia real, y la nobleza súcubo comenzó a imitarlas. Con el tiempo, la costumbre se extendió por todo el reino. Los «caballeros ganado» pasaron a ser conocidos como «caballeros orcos». No tardó demasiado en considerarse que, para una súcubo, tener un caballero orco era símbolo de madurez y estatus. En cada hogar debía haber al menos uno.
Del lado de los orcos también, el hecho de ser reconocido por una súcubo y convertirse en caballero era considerado un gran honor. Cuanto más fuerte era un guerrero, más probable era que una súcubo se fijara en él. Los orcos lo creían firmemente, y en efecto, las súcubos deseaban a los orcos fuertes. Los orcos se entrenaban sin descanso y morían felices en el campo de batalla.
Sin embargo, en cierto momento, los orcos —y también las súcubos— se dieron cuenta de algo.
Ya no nacían «héroes».
Sí, los orcos tenían el concepto de héroe: un guerrero excepcionalmente poderoso. Desde tiempos antiguos, los orcos aspiraban a convertirse en héroes. Dedicaban sus combates diarios al dios de la guerra, Gudagoza, soñando con el día en que alcanzarían tal título. El héroe era aquel que había ofrecido su cuerpo y su vida a su dios.
Cuando las súcubos acogieron a los orcos bajo su protección, aún existían muchos héroes. Exceptuando a los jóvenes, más de la mitad de los adultos —incluso los ancianos incapaces ya de pelear— podían ser llamados héroes. Su poder en combate era tal que incluso las orgullosas súcubos los reconocían y deseaban tenerlos a su lado. Pero en la era en que los orcos se convirtieron en caballeros, ya no nació ningún héroe.
Aquello no fue bueno ni para las súcubos ni para los orcos. La guerra contra los elfos se intensificaba, y las súcubos necesitaban caballeros cada vez más fuertes. Ellas mismas se entrenaban sin descanso, haciendo de su fortaleza un motivo de orgullo. No tenían necesidad de orcos débiles. Y aquella forma de pensar era, al mismo tiempo, la de los propios orcos. Ellos sentían una leve pero constante ansiedad al ver el debilitamiento de su raza.
Además, en aquella época, solo a los héroes se les permitía engendrar hijos. Cuando dejaron de nacer héroes, los orcos se encaminaron inevitablemente hacia la extinción.
La reina de aquella generación tenía como caballero al último héroe superviviente. Aquel orco, que ya había pasado de los cincuenta años, la había salvado incontables veces en el campo de batalla y la había conducido a la victoria. Habían compartido media vida juntos, y si hubieran podido engendrar un hijo, no habría sido extraño que se hubieran desposado. Tal era el grado de confianza que existía entre ambos.
Se decía que la reina, preocupada por la situación actual, había hablado con aquel guerrero:
—¿Aún no ha aparecido quien herede tu llama?
A lo que el héroe respondió:
—Si no aparece, solo nos queda la extinción.
La reina súcubo sintió compasión por los orcos que habían aceptado su propia desaparición. Después de todo, los orcos no habían dejado de luchar. Continuaban combatiendo por las súcubos, o por su propia raza, contra los malvados elfos. Aunque no eran héroes, los caballeros orcos eran valientes y fieros. No eran héroes, pero luchaban con el deseo de serlo. Quizá al principio fueron las súcubos quienes ayudaron a los orcos, pero ahora, sin duda, eran ellas quienes dependían de ellos.
Por ello, la reina decidió que también quería ayudar a los orcos.
■
Si no nacían héroes, los orcos se extinguirían. Pues por las costumbre orcas solo a los héroes se les permitía engendrar hijos. No es que los demás orcos no pudieran hacerlo, pero entre ellos estaba firmemente prohibido. Cuando el héroe existente muriera y no surgiera un nuevo héroe para reemplazarlo, los orcos dejarían de perpetuar su linaje.
Para salvar a los orcos, la reina se puso a pensar.
¿Qué era, en primer lugar, un héroe? ¿Por qué estaba prohibido que los demás engendraran hijos? ¿Quién había impuesto tal restricción?
No había forma de conocer la verdad. Los orcos eran estúpidos y no sabían leer ni escribir; no existían registros escritos que pudieran conservarse.
Así que la reina decidió preguntar. Consultó a su propio héroe, ordenó a los nobles que interrogaran a sus caballeros, e incluso emitió un edicto para que los ciudadanos de a pie preguntaran a los orcos a su alrededor.
De ese modo, poco a poco, fue emergiendo una leyenda difusa.
Se decía que, en tiempos antiguos, los orcos habían sido una raza mucho más débil. No se sabía con exactitud en qué consistía aquella debilidad, pero al parecer hubo una época en que vivían oprimidos por otras razas. En esos días, un guerrero orco habría orado a un dios, pidiendo fortaleza a cambio de ofrecerle todo lo que tenía. Día tras día, ofrecía en el altar los tributos obtenidos en combate y repetía su plegaria.
Los demás orcos se burlaban de él, diciendo que rezar no cambiaría nada. Sin embargo, un día, el altar desapareció junto con las ofrendas. El dios había escuchado su ruego.
Aquel hombre que oraba se convirtió en el primer héroe. Un símbolo apareció en su frente, y obtuvo el poder de controlar el fuego y el rayo, con los cuales aniquiló a sus enemigos. Los orcos proclamaron a ese héroe como su rey. El rey ordenó a quienes deseaban ser como él que hicieran lo mismo: que ofrecieran sus batallas a dios.
Frizcop: Puta madre… Gente, ¿leyeron eso? Vuélvanlo a leer, los espero. (Gritos de perra loca.) Qué buen plot-twist. Eso explica por qué solo los héroes tenían hijos. Porque tenían que llegar a los 30 y convertirse en el orco superior antes de dejar descendencia. Carajo, dio vuelta todo el sentido del viaje de Bash en solo unos pocos párrafos.
Desde entonces, los orcos se fortalecieron. Héroes comenzaron a nacer uno tras otro, y su raza, como grupo, se volvió poderosa. Ya no tenían enemigos… hasta que surgieron otros capaces de usar el mismo poder que los héroes. Otros que, aun poseyendo las mismas fuerzas, eran mucho más inteligentes que los orcos. Así comenzó la invasión de los elfos.
…Aquel relato era, en esencia, un resumen hecho por la reina. Los orcos solo conocían fragmentos de la historia, y cada uno decía algo ligeramente distinto. Lo único que coincidía en todos los relatos era la idea de que «ofrecían sus batallas a los dioses».
La reina súcubo era sabia. A partir de aquella leyenda, llegó a una conclusión… y cayó en la desesperación. Comprendió que su pueblo había cometido algo irreparable contra la raza orca.
—Perdóname… perdóname… mi caballero. Mi amado guerrero de piel verde…
Entre lágrimas, la reina se arrodilló ante el último héroe, implorando su perdón. El Héroe Orco permaneció en silencio, sin pronunciar palabra.
■
Los héroes solo podían nacer mediante un milagro divino.
Y para que los orcos recibieran ese milagro, existía una condición. Según la hipótesis de la reina, consistía precisamente en ofrecer la batalla a dios.
Ofrecerlo todo. Ofrecerse a sí mismo. Dedicarse por completo a dios.
Entonces, ¿qué significaba realmente «ofrecerse»?
Los orcos eran una raza con un apetito sexual extremadamente fuerte. Sin embargo, solo nacían machos; si no lograban fecundar a otras especies humanoides, no podían aumentar su número. Lo que aquel primer héroe había ofrecido a su dios era eso mismo: Su castidad.
Las súcubos también tenían religión, y en ella se enseñaba que los dioses amaban lo irreversible, aquello que no podía recuperarse de ninguna manera. Lo que el dios había pedido a los orcos era, por tanto, su virginidad.
Un orco que pasaba décadas sin tener relaciones se convertía en héroe.
Pero en el reino actual de las súcubos, casi todos los orcos ofrecían sus cuerpos como alimento. Los jóvenes orcos eran considerados «primeros frutos» y se comerciaban a precios altísimos entre la nobleza súcubo. Los orcos, a su vez, creían que entregar su «primera batalla» a una súcubo era un honor.
Habían cometido un error. No se ofrecían a su dios, sino a las súcubos.
Sí, los orcos habían sido devorados por ellas.
Era una relación que todos habían deseado. Los orcos amaban a las súcubos, y las súcubos amaban a los orcos… o eso creían. Pero cuando la reina hizo pública la verdad e intentó abolir el sistema de los caballeros orcos, ya era demasiado tarde.
Todo se vino abajo. Cuando se supo que las súcubos mismas habían impedido el nacimiento de nuevos héroes, ellas se hundieron en la desesperación y en la culpa, mientras los orcos, al comprender que jamás podrían convertirse en héroes, se vieron abrumados por la desesperanza.
La relación entre súcubos y orcos se enfrió de golpe, y sus corazones se separaron.
La reina dijo entonces a su caballero:
—Aléjense de nosotras. Los orcos y las súcubos ya no pueden coexistir.
La reina prohibió considerar a los orcos como alimento. No importaba si era tarde; el héroe aún vivía. Mientras el héroe siguiera con vida, aún podrían nacer nuevos hijos. Y si nacían niños puros, también podrían surgir nuevos héroes. Sin embargo, no debía permanecer junto a ella. Porque ella había llegado a amar demasiado a su héroe.
—Yo estaré contigo.
Eso fue lo que dijo el héroe. Le dijo a la reina que no quería separarse de ella. Era un hombre de pocas palabras, y ni siquiera la reina lograba descifrar del todo sus verdaderos sentimientos. Pero en ese momento, al escucharlo elegirla a ella por encima de su propia raza, el corazón de la reina se conmovió profundamente.
Por eso, la reina tomó una decisión: debía recompensar a los orcos.
■
Si el héroe existía por un designio divino, entonces aquello era una ley del mundo. Y si uno deseaba cambiar las leyes del mundo, debía hacer que los dioses establecieran una nueva.
Así, la reina decidió orar a los dioses. Ofrecería su propio ser.
Por fortuna, en el reino de las súcubos también existían deidades: las gemelas divinas. Se decía que aquellas dos diosas simbolizaban la naturaleza de las súcubos, capaces de reproducirse entre mujeres, y que toda súcubo que daba a luz debía realizar una peregrinación en su honor. A una de esas diosas, la reina le ofreció su cuerpo y su alma.
Durante días enteros oró sin descanso. Rezó sin detenerse, sin dormir. Tal como lo había hecho el antiguo Héroe Orco, ofreció a diario las presas que cazaba como ofrendas. Y entonces, el dios respondió.
Las súcubos obtuvieron el poder de elevar a los orcos a la categoría de héroes.
Sin embargo, ya era demasiado tarde. Aquellas plegarias habían tomado demasiado tiempo.
Cuando el cambio se manifestó en las súcubos, el último Héroe Orco ya había muerto.
Privados de su héroe, los orcos fueron disminuyendo en número; los que quedaban envejecieron, y muchos de los jóvenes ya habían abandonado el reino de las súcubos. No podían convertirse en héroes, pero eso no significaba que no pudieran engendrar descendencia. Si renunciaban a su orgullo y rompían sus tabúes, quizá —si lograban capturar a un grupo de mujeres— podrían reproducirse y recuperar su número. No serían ya los orgullosos guerreros de antaño, sino más bien bandidos de las montañas… pero al menos, la especie sobreviviría.
Los cambios en las súcubos no fueron visibles a simple vista. Su expiación había llegado demasiado tarde. Aun así, las súcubos se habían convertido, sin duda, en seres capaces de otorgar bendiciones a los orcos.
Frizcop: Carajo, por eso cuando una súcubo se acuesta con un orco, le queda la marca de la virginidad para siempre. (Grita como perra loca de nuevo).
Además, la reina estableció varios juramentos para cuando un orco fuera nombrado caballero. Eran votos no para tratarlos como ganado o siervos, sino como verdaderos camaradas.
Los orcos ya habían abandonado el reino de las súcubos, pero la reina creyó que, en un futuro lejano, quizá ambas razas podrían volver a tomarse de las manos. Y cuando ese momento llegara, que su alianza, su dulce vínculo, durara por toda la eternidad…
Esa fue la última voluntad de la reina.
■■■
Thunder Sonia cerró el libro con un leve patan y miró a Bash.
—……
Él seguía con la misma expresión moribunda, con la mirada perdida en el vacío.
—¿Escuchaste la historia?
—……
No hubo respuesta. Bueno, seguramente la había escuchado, pero no la había comprendido. A los orcos no se les daba bien entender historias tan enrevesadas.
—En resumen, —Thunder Sonia apoyó ambas manos sobre los hombros de Bash—. Tu marca… es una bendición.
Eso era, en esencia, lo que decía el libro.
—En tiempos antiguos, los orcos rezaron a los dioses para volverse más fuertes. Juraron que no se dejarían llevar por el deseo sexual, que vivirían siempre dedicados a la batalla. Y los dioses respondieron. El dios de tu raza, Gudagoza, remodeló el cuerpo de los orcos. Si uno permanecía virgen durante treinta años, su cuerpo se llenaba de poder mágico, y obtenía una fuerza y una resistencia tales que podía convertirse en el guerrero más poderoso.
Thunder Sonia, sin embargo, sospechaba que aquello no había sido obra de un dios. Estaba convencida de que se trataba de una «reliquia sagrada». En la actualidad no existía nada entre los orcos que pudiera ser considerado como tal, así que seguramente en aquel entonces se habría usado algún método concreto. No sabía si mediante plegarias o mediante magia, pero sin duda aquella reliquia había sido consumida, y la raza orca había sido transformada.
—Seguramente, después de los hechos que narra este libro, los que sobrevivieron cambiaron su manera de pensar. «Captura a las mujeres, viólalas, haz que engendren hijos; cualquiera que tenga la marca es débil». Bueno… en aquel tiempo, probablemente tenían razón. Si no aumentaban su número, se habrían extinguido.
—……
—Y entre los orcos de entonces debió de haber alguno con algo de ingenio. O tal vez algún demon errante les prestó su sabiduría… En cualquier caso, dado que los individuos capaces de usar magia eran poderosos, se les ocurrió crear orcos magos forzando artificialmente a algunos a permanecer vírgenes durante treinta años.
—¿……?
Thunder Sonia siguió hablando, con paciencia. Los ojos de Bash se movían; estaba escuchando.
—Hoy día, es verdad que entre los orcos se suele ridiculizar a los vírgenes. Serlo quizá te resulte vergonzoso. Pero tú… tú cumpliste con el deseo del antiguo héroe, alcanzaste el ideal que los orcos de antaño establecieron como estándar para ser un héroe.
—¿Un… ideal? —repitió él, como un eco.
Thunder Sonia asintió profunda y vigorosamente.
—Así es. Y no solo eso. Tú puedes dar esperanza a la próxima generación de orcos.
—¿Esperanza…?
—Sí. Ahora mismo sigues siendo virgen, pero si quisieras dejar de serlo, podrías hacerlo en cualquier momento.
—En cualquier momento… podría dejar de ser virgen…
—Yo… había prometido que sería cuando borraras tu marca. Pero bueno, contigo no me importaría acostarme.
—¿Tú?
—Incluso yo, Zell, la bonita que estoy aquí pienso igual. Y entre todas las mujeres que conociste en estos tres años, seguro que hubo muchas que también estarían dispuestas a acostarse contigo.
—Pero yo… nunca… nadie…
—Te vi intentando ligar con mujeres en el Territorio Blackhead. Fue algo digno de ver. Incluso cuando íbamos a comer, te preocupabas por mí. Querías que comiéramos lo que yo quisiera… aunque al final desististe porque yo me negué. Si en aquel momento me hubieras seguido cortejando, quizá habría terminado en tu cama.
Aquel día, por su posición, Thunder Sonia nunca habría aceptado acostarse con él. Pero ella era una elfa. A diferencia de los orcos, podía mentir tantas veces como quisiera.
—Ustedes no se dan cuenta, pero ahora mismo los orcos están al borde de la extinción. Los elfos y los humanos creen que no importa si desaparecen. No tienen intención de entregarles mujeres suficientes para que puedan reproducirse. Por eso ustedes tienen que ir a buscarlas por sí mismos. Pero, como los métodos tradicionales están prohibidos, no pueden hacer nada. Poco a poco su número disminuirá, hasta que un día mueran del todo… o encuentren alguna excusa para ser exterminados.
No es que los elfos ni los humanos hubieran establecido aquel tratado con la intención de lograr eso. Pero inevitablemente, así acabaría ocurriendo. Y ellos no verían problema alguno en que así fuera. Incluso si los orcos empezaban a inquietarse y a alzar la voz, los mirarían con frialdad y les soltarían algo como: «Estos últimos años no han reclamado nada. Se lo tienen bien merecido».
—Pero tú puedes hacerlo. Tienes la habilidad de cortejar mujeres y llevártelas sin que ni los humanos ni los elfos puedan reprochártelo. Y puedes enseñarles ese método a los demás. Si lo haces, otros orcos también podrán traer mujeres consigo… y así podrán evitar su extinción.
Si Bash regresaba a su país, y además lo hacía acompañado de una mujer excepcional, todos le preguntarían cómo lo había logrado. Entonces él contaría orgulloso su método, y los demás orcos empezarían a imitarlo sin duda. Entre ellos habría sin duda quienes lograran seducir mujeres incluso mejor que el propio Bash. Con el tiempo, al acumularse los casos de éxito, eso se volvería lo normal entre los orcos.
Para entonces, Bash se habría convertido en un gran orco: aquel que dio el primer paso.
—Solo tú. Solo tú encarnas el ideal de los antiguos orcos y, al mismo tiempo, el de los orcos actuales. Eres el único que puede llegar a ser un Héroe Orco en cuerpo y alma.
En algún momento, los ojos de Bash se habían alzado y miraban directamente a Thunder Sonia. Había fuerza en ellos, más que antes. Todavía había confusión, pero también un brillo de determinación, como si las palabras que acababa de oír lo hubieran reanimado.
—…Es cierto que tu marca nunca desaparecerá. Podrías ocultarla con magia o con maquillaje, pero te acompañará toda la vida.
Ese era, en definitiva, el punto final. Pero para Thunder Sonia, aquello no era un final. Era solo el comienzo de otra promesa.
—Aun así, tú eres un héroe. El Héroe Orco. Aunque los tuyos no te reconozcan, yo sí lo hago. Eres el orco que derrotó a la Gran Archimaga Elfa Thunder Sonia sin usar magia. Mataste a un dragón. En la batalla del Territorio Blackhead, tu desempeño fue brillante. No soy la única; aunque tal vez los orcos no lo comprendan, las demás razas te reconocerán. Eres, sin duda, un Héroe Orco de gran orgullo.
—……
—Si volver con los orcos te resulta doloroso, ven conmigo al país elfo. No te faltará nada. Te cuidaré. Te daré hijos incluso. Y si no te basta conmigo, puedes casarte con otras también. No debería permitirlo, pero contigo haré una excepción. Así que… por favor… recupérate y préstame tu fuerza…
Bash no respondió. Parecía estar pensando. Tal vez necesitara un poco de tiempo para asimilar las palabras de Thunder Sonia. No quedaba mucho, pero aun así… ya no tenía esa mirada vacía y muerta de antes.
—Lady Thunder Sonia, —llamó una voz al lado de Bash.
La súcubo, que hasta hacía un momento estaba sentada con aire lánguido y despreocupado, había adoptado de pronto una postura erguida y respetuosa. Incluso su tono había cambiado por completo; ya no hablaba con la pereza habitual.
—Entonces, ¿estás diciendo que el que aparezcan esas marcas cuando una súcubo se acuesta con un orco no es una maldición?
Thunder Sonia respondió, preparada para el momento que sabía que tarde o temprano llegaría.
—Así es. Al ver a los orcos al borde de la extinción, la reina súcubo de aquella época también recurrió a algún tipo de arte prohibido para alterar la naturaleza de su raza. Para una súcubo, mantener a un orco a su lado, alimentarse de él pero sin matarlo, significaba reconocerlo como alguien digno de permanecer junto a ella. Estoy segura de que deseaba que siguieran viviendo juntos de ahí en adelante. Las súcubos… probablemente amaban a los orcos. Bueno, tal vez los miraban un poco desde arriba, pero igual los amaban.
Carrot alzó hacia Thunder Sonia una mirada sombría.
—Y por lo que acabas de decir, parece que tú sabías que Sir Bash no fue atacado por ninguna súcubo en el pasado… y que tampoco violó a ninguna mujer en el campo de batalla.
—…Así es.
Los elfos podían mentir con facilidad. Pero en ese momento, Thunder Sonia no lo hizo.
—Aunque bueno, desde mi posición, no puedo asegurar que sea verdad, ¿no? Es solo lo que Bash dijo. Quizás la primera súcubo con la que tuvo sexo usó algún tipo de hipnosis y le borró los recuerdos. Dicen que el Encanto puede borrar la memoria, aunque… suena un poco dudoso, ¿no crees?
—¿Y aparte de eso?
—Si hubieras regresado al bando de Gediguz, yo habría muerto… Así que también estaba desesperada, ¿sabes?
A pesar de que había adornado un poco la verdad, Thunder Sonia había sido honesta. Carrot relajó los hombros, luego se puso de pie y se arrodilló frente a ella.
—Aunque haya habido alguna mentira, te ofrezco mi gratitud.
—Me alegra que me perdones.
—Al escuchar todo esto, siento que me he liberado. Parece que no existió aquella desvergonzada que devoró al joven Sir Bash…
—Los recuerdos no pueden borrarse.
Tal magia, probablemente, no existía entre las súcubos. Quizás en alguna parte de aquellas ruinas podría encontrarse algo así, pero nadie en el presente era capaz de usarlo.
—Mi corazón está en paz. De no haber sido por ti, habría destruido a las súcubos movida por un malentendido…
—Bien. Entonces, aclarado el malentendido, solo nos queda Bash…
Bash había cambiado ligeramente su postura. Concretamente, miraba sus propias manos. Se oyó un murmullo, apenas audible, cargado de duda: «¿Yo… un héroe verdadero?». Si todo seguía así, pronto recuperaría su voluntad.
Sin embargo, así era la cosa. Incluso si regresaban, el hecho de que Bash hubiera permanecido virgen durante treinta años y que aún lo siguiera siendo no cambiaba. En la sociedad orca de ese momento, eso seguramente no sería aceptado.
Aun así, los méritos de Bash eran enormes. No era un héroe cualquiera. Si perdía su virginidad y traía de regreso a una mujer extraordinaria, había muchas posibilidades de que lo reconocieran aunque tuviera la marca.
Además, aunque la marca fuese la prueba del verdadero héroe, aún tenía que perder la virginidad. Si no lo hacía, no recuperaría su orgullo. Al fin y al cabo, Bash era hombre y orco; por eso había comenzado su viaje.
—Carrot.
—Sí.
—Ya que estamos, ¿qué te parece si te quedas y tomas la virginidad de Bash? Total, estás hambrienta, ¿no?
—¿Eh?
Aunque era una propuesta que mataba dos pájaros de un tiro, la respuesta que llegó fue una furia que parecía matar.
—¿Me pides a mí que convierta a Sir Bash en comida?
—No, bueno… es que si sigues así, te vas a morir de hambre mañana mismo, ¿no?
—¿Acaso no eras tú quien dijo que le quitarías la virginidad a Bash cuando le borrara la marca?
—Eso era si borraba la marca, ¿recuerdas? Además, yo no tengo experiencia… ¿no crees que lo más sensato sería que la más diestra se encargara y le enseñara con cariño?
Había miedo en sus palabras. Carrot no fue la única que lo notó: Zell, que había permanecido callada hasta entonces, intervino de forma inesperada.
—No, yo creo que para los orcos tendría más valor algo así como «en mi primera batalla tomé la virginidad de la Gran Archimaga Elfa y la hice mía».
—No hables tan soezmente. Bueno, yo, por mi parte, también tendría esa disposición. Pero no hace falta que sea la primera vez, ¿no?
—Claro, eso lo que significa es que no piensas llegar hasta el final, ¿eh?
—¡Yo no he dicho tal cosa!
Aun así, Carrot y Zell percibieron la posibilidad de que aquello terminara exactamente así.
—Oye, Zell. En realidad, creo que tú también servirías. Tú amas a Bash desde lo más profundo de tu corazón, ¿verdad?
—Así es. Pero, verás, entre los orcos es común presumir en las fiestas de bebida sobre la «primera batalla». La primera pareja es importante, ¿sabes? En la sociedad orca, cuánto valor tuvo la mujer con la que se tuvo esa primera experiencia es algo muy significativo. Si dijera que su «primera vez» fue con una antigua hada transformada en humana, se burlarían de él. En cambio, si dijera que tuvo su primera experiencia tras derrotar a Thunder Sonia durante el viaje, sería un motivo de orgullo. Yo quiero que el jefe viva siempre con la frente en alto.
—Bueno, pero podrían dejarlo así, y en realidad que sea con una de ustedes, ¿no?
—Por mucho que sea el jefe, un orco no puede mentir. De hecho, incluso aunque no fuera orco, mentirse a uno mismo es algo patético.
Decía que no le importaba ser la segunda o la tercera. Aquello, sin duda, era una forma de pensar que jamás habría surgido de un humano de pura cepa.
—Lady Thunder Sonia, prepárate. Hoy elevarás a nuestro Héroe Orco y lo convertirás en un verdadero Héroe Orco.
—Aunque digas eso con tanto dramatismo… bueno… hmm… no sé…
Tras dudarlo un momento, Thunder Sonia decidió escuchar la opinión del último interesado.
—Bash, ¿tú qué quieres hacer?
—Cierto.
Bash había recuperado casi por completo la cordura. Sus ojos habían vuelto a enfocar, y había recobrado su conciencia como orco, pensando: «Yo era un orco». Puede que no hubiera entendido ni la mitad de la conversación anterior, pero aun así, tal vez sintió que su existencia había sido aceptada dentro de una especie de mito grandioso. O tal vez, el hecho de que Thunder Sonia le hablara con tanta sinceridad había provocado un cambio en su interior.
—No pongas esa cara. ¿O acaso no quieres hacérmelo? Es verdad, ya hace días que ni siquiera me baño. Recuerdo que por no haberlo hecho aquella vez, me acusaron injustamente de oler a vieja… y ahora puede que realmente huela un poco así…
—No, hueles bien. Quiero hacértelo.
—Ya-ya veo…
Al oírlo tan de frente, Thunder Sonia guardó silencio. Bash entonces volvió su mirada hacia Zell.
—También quiero hacértelo a ti, Zell.
—Yo después de Thunder Sonia, Jefe. Creo que lo mejor sería empezar con la Gran Archimaga Elfa, ¿sabes?
—Y también quiero hacértelo a ti, Carrot.
—…… —Carrot se cubrió el rostro sin decir palabra. Luego se encogió sobre sí misma, como una tortuga, en una posición que, aunque recordaba a una oruga, tenía una sensualidad extraña. Desde su espalda, tensa y brillante, se oyeron leves gemidos teñidos de alegría. Tal vez estaba luchando contra su propio apetito—. Entonces… después de Zell… me permitiré recibir… un poco de su generosidad… —dijo Carrot con voz temblorosa, como si exprimiera las palabras a la fuerza.
Bash volvió la mirada hacia Thunder Sonia.
—Te haré el amor.
—…Si-si eso es lo que quieres… bien, vamos a hacerlo.
Ningún orco usaba palabras tan suaves como «hacer el amor». Si se tratara del antiguo Bash, seguramente habría dicho algo vulgar, como «te voy a violar y dejar preñada». Pero no. Esa elección de palabras era la prueba viva del crecimiento que había logrado. Sin duda había sufrido discriminación por ser orco, y aun así había viajado por muchos países, aprendiendo a hablar de un modo que no hiciera sentir repulsión a las mujeres.
—Bien, vayamos a la otra habitación. Hay una cama allá… —dijo, intentando tomarle la mano. Entonces Thunder Sonia lo vio: el bulto que se levantaba con fuerza en la entrepierna de Bash. «¿En serio…?» murmuró sin querer. Sin embargo, no era una mujer que se echara atrás después de llegar tan lejos. Aun así, dudó un instante. ¿Estaba bien que ella tomara la iniciativa? ¿No sería más apropiado dejar que ese hombre la guiara? Esa vacilación fue de apenas un segundo—. ¿Oh?
Bash de pronto la levantó en brazos, en un perfecto «cargado de princesa». Entre los orcos, lo normal era llevar a las mujeres al hombro o arrastrarlas del cabello, pero Bash no mostró la menor rudeza.
—…… —Thunder Sonia, con el rostro encendido, rodeó su cuello con los brazos, y ella también, guiándose por un vago recuerdo de que eso debía ser lo correcto.
Así, ambos entraron juntos a la habitación contigua.
—…Bueno, entonces iré a buscar algo de comer, —dijo Zell, levantándose. Pensó que, si salían de las ruinas al día siguiente, sería mejor preparar algo que pudieran llevar. Tal vez asar más lagartos no sería mala idea…
—¡E-espera! ¡Espera un momento! ¡No huyan! ¡Quédense ahí!
Thunder Sonia salió de la habitación en menos de cinco minutos.
—¡……! …¡Ha!
Levantó el puño hasta la altura de su cara, como para decir «¡lo logré!», pero algo no cuadraba. Con los ojos desorbitados, señalaba alternativamente su propio brazo y la habitación, abriendo y cerrando la boca sin poder articular palabra.
—Sabía que esto pasaría.
—Tranquila, al final entra. Vamos, te ayudaremos un poco.
Thunder Sonia, sin poder resistirse, fue empujada nuevamente al interior de la habitación entre ambas… Pocos minutos después, un alarido desgarrador resonó entre las ruinas.
Así fue como el largo viaje de castidad de Bash llegó, por fin, a su fin.
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5 Comentarios
hahaha Dios, que forma de describir tamaños tan sutil. Por otro lado es muy cómico.
ResponderBorrarUfs, fue algo melancólico este capitulo, te genera n sentimiento de Orgullo extraño, casi como ver a tu hijo ganar su primer partido. Bonito... si a pesar de los adulto dl final haha.
Igual siento el orgullo
BorrarHola,solo decir que sigo está historia desde hace 2 años y que me cree una cuenta solo para este momento
ResponderBorrarDios que epico,muchas gracias al traductor de esta historia también :P
De nada, me alegro que la traducción guste.
BorrarGuau me encanto el lore del Héroe Orco, y el reino de orcos y súcubos antiguo. Los súcubos antiguo es mas o menos lo que yo esperaba de los Súcubos actuales y por eso me decepcione (Que los vieran como hermanos debido a que ambas razas necesitan a otra otra sobrevivir). Grande los Héroes Orcos de Antaño y Grande los Súcubos de antaño.
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