Remake Our Life!
Capítulo 1. Después de Que se Fue Parte 2
Después de separarme de Kuroda, caminé de regreso hasta la empresa.
La distancia entre Ōsaki y Gotanda era tan corta que resultaba absurdo tomar el tren. Por eso, muchos oficinistas iban caminando desde la zona empresarial de Ōsaki hasta Gotanda para ir a beber.
Yo también solía recorrer esa distancia a pie como una forma de despejarme. Y, sobre todo, porque hoy tenía cosas en las que pensar, así que me venía perfecto.
Kawasegawa, ¿eh?
Sería mentira decir que no sentía absolutamente nada especial por ella.
Después del incidente en el que Tsurayuki tuvo que ausentarse temporalmente, yo había hecho un breve viaje en el tiempo hacia un futuro alternativo. Allí, Kawasegawa era mi compañera de trabajo, y acabé dándome cuenta de sus sentimientos hacia mí.
Aunque nunca me los confesó directamente, creía recordar varios momentos en los que podía percibir, aunque fuera tenuemente, aquel afecto.
Y ahora, esa misma Kawasegawa estaba —seguramente— en un aprieto.
Si la llamada que me había hecho era para pedirme consejo, no tenía idea de cuál podía haber sido el motivo.
—Si tiene un trabajo estable, no debe tratarse de dinero… y una colaboración… tampoco suena muy plausible.
Ella debía conocer bien a qué se dedicaba mi empresa, y era evidente que nuestras actividades —centradas en sectores completamente distintos— no encajaban en absoluto.
Entonces, ¿de qué quería hablar?
—¿Un proyecto…? Jajá, no, imposible.
Me reí solo al pensar en lo que me había cruzado por la mente.
A estas alturas, trabajando en un rubro totalmente distinto, no había forma de que pudiera serle útil en un proyecto que, en teoría, debía estar en la primera línea del entretenimiento. Incluso si hubiera algo en lo que pudiera ayudar, como mucho sería para obtener cierta información limitada sobre el sector, y no mucho más.
Ahora que lo pensaba, ese era realmente «yo». Analizaba el objetivo, buscaba la forma correcta de abordarlo y actuaba. En aquel entonces creía que era una habilidad especializada únicamente en el ámbito del entretenimiento, pero no era así. El hecho de que ahora pudiera adaptarme a un campo completamente distinto era la prueba más clara.
—Debió de ser algún tipo de aviso, seguramente.
Si era necesario, volvería a llamarme. Y cuando ocurriera, solo tendría que responder y hablar con ella.
Caminé rápido, siguiendo recto por la orilla del río Meguro. Crucé las vías del tren, pasé la avenida principal y, sin desviar la mirada, me metí directamente en el edificio donde trabajaba.
◇
El edificio West River Gotanda, donde estaba Twins, era una construcción veterana de más de cuarenta años. Le habían hecho una renovación un tanto forzada que, al menos por dentro, lo hacía parecer un edificio de oficinas recién construido, como si dijera «todavía puedo seguir trabajando». Sin embargo, el ascensor seguía siendo el mismo de la era Shōwa: cambiarlo costaba demasiado dinero.
Subí al ascensor, que hacía un estruendoso gouun, gouun , y presioné el botón del quinto piso. Justo cuando las puertas se cerraron, sonó mi teléfono. Era de la empresa.
—Sí, diga.
Toqué el icono y enseguida escuché la voz de Mineyama.
—Presidente, tiene una visita. La hemos pasado a la sala de reuniones. ¿Sabe aproximadamente cuándo regresará?
—¿Eh? No tenía nada agendado. ¿Hubo algún movimiento de fechas o algo así?
Aquel día no tenía reuniones hasta la noche. Ya había avisado de antemano que rechazaran amablemente cualquier visita de ventas o de fondos de inversión, así que también descarté esa posibilidad.
—Verá… disculpe. Al parecer es una amiga personal suya, presidente.
—¿Una amiga?
—Sí. Una mujer. Muy guapa, por cierto.
El corazón me dio un golpe seco. No era que me exaltara lo de «muy guapa». Fue que, al oír «una mujer guapa que es amiga», me vino inmediatamente a la cabeza una persona en particular.
—Entendido, ya estoy en la entrada. Iré directo para allá.
—Perfecto, entonces con su permiso.
Contra todo pronóstico, Mineyama no trató de averiguar nada más y cortó la llamada con naturalidad.
Y justo en ese instante, como si estuviera calculado, las puertas del ascensor se abrieron.
En aquel edificio solo había una empresa por planta, y el quinto piso pertenecía por completo a Twins. Crucé la recepción vacía y me detuve frente a la puerta del lado izquierdo.
En aquella sala del fondo debía de estar la visita.
—Seguramente, sí.
No tenía ni idea de qué clase de conversación me esperaba. Después de tomar una gran bocanada de aire, toqué la puerta de la sala de reuniones con un toc toc y la abrí.
—Ah.
En cuanto lo hice, crucé la mirada con la persona que estaba dentro. Ambos dejamos escapar una exclamación sin poder evitarlo.
—Perdón por venir sin avisar y sin pedir cita.
Allí estaba sentada Eiko Kawasegawa, a quien no veía desde hacía varios años.
Acerté en mi predicción…
El cabello largo que antes llevaba recogido por detrás ahora llegaba más o menos hasta los hombros, sujeto con un pasador. Sus ojos decididos, sus rasgos bien formados, su voz digna y serena… estaba prácticamente igual que en la época universitaria.
—No, al contrario, perdóname tú por no devolverte la llamada.
—No pasa nada, yo también dudé en volver a llamarte… —Me senté justo frente a ella y observé con calma a esa amiga a la que hacía tanto que no veía.
Quizá estaba un poco cansada. Su expresión era algo tensa y me miraba con el rostro ligeramente inclinado hacia abajo. Recordé haberle visto ese mismo gesto al final de alguna salida a beber.
—Pareces estar bien… o eso creo.
—Tú también. Y por lo que veo, tu empresa va bien. Kuroda me contó algo el año pasado.
Así que, indirectamente, ya estaba al tanto de mis novedades.
—Tú también estás esforzándote, ¿no? Escuché por Kuroda que ahora eres jefa de departamento, Kawasegawa.
Ella respondió con una sonrisa amarga:
—No es para tanto. Como la gente de arriba se fue marchando una tras otra, me tocó quedar ahí por escalafón. Solo es el título, nada más.
Al parecer, la información que Kuroda había obtenido era bastante precisa. Aunque ojalá no lo hubiera sido.
Por cómo van las cosas, seguramente la razón por la que vino tampoco será algo bueno.
Seguramente debía armarme de valor y preguntarle.
Kawasegawa dejó escapar un leve suspiro antes de decir:
—Mi empresa no está en muy buen estado. Bueno, más exactamente, mi departamento.
—Ya veo…
Era tal como Kuroda me había contado.
—El tamaño del departamento de desarrollo volvió a reducirse. Ya había pasado varias veces antes, pero esta vez podría ser la definitiva.
—¿A qué te refieres?
—Nos llegó un aviso: si no logramos resultados visibles pronto, disolverán el departamento de desarrollo.
—…… —Las palabras se me quedaron atoradas ante semejante noticia.
Aunque hubiera sido solo a tiempo parcial, yo también había pertenecido a ese departamento. Cuesta creer que aquel equipo, lleno de vida a pesar de todos los problemas que tenía, estuviera ahora contra las cuerdas.
—Matsuhira-san… no, el presidente… ¿qué está haciendo?
Era algo imposible de no preguntarse.
Matsuhira-san, que amaba los videojuegos y pensaba antes que nada en sus creadores, ¿cómo podía haberse vuelto tan severo con el departamento de desarrollo?
—Hashiba, tú solías tener trato directo con el presidente, ¿no? Yo… ni siquiera he podido hablar con él. No sé cuál es su intención, ni siquiera sé si esto es algo que él esté impulsando. —Kawasegawa negó con la cabeza.
—Entonces, ¿la orden de disolución tampoco vino de él?
—Exacto. Ese aviso también vino del director ejecutivo Horii.
Aquel nombre me dejó sin palabras.
—Horii-san… ¿hizo algo así?
No tenía sentido. Cuando yo trabajaba allí como estudiante, Horii-san era el que más se preocupaba por todo el equipo de desarrollo, incluso si eso significaba arriesgar su propia posición para discutir con los superiores.
Sabía que tras la llegada de Matsuhira-san al puesto de presidente, él había sido ascendido a la junta directiva, pero… jamás habría imaginado que acabaría del lado que estaba recortando y aplastando al departamento.
¿Qué estaba ocurriendo dentro de Succeed? Al menos la Succeed que yo conocía, la de Matsuhira-san y Horii-san, ya no existía.
—No es que sea nuestra última esperanza, pero nos dijeron que presentáramos un proyecto. —Kawasegawa continuó hablando mientras alzaba la mirada hacia el techo, exhalando con cansancio—. Un proyecto que justifique que el departamento de desarrollo siga existiendo. Pero con el presupuesto recortado, con la gente yéndose una tras otra, es imposible. Aun así, quedarse esperando a morir no va conmigo, así que fui presentando propuesta tras propuesta. Pero…
En ese punto, bajó la mirada con una expresión de dolor.
—¿Ninguno pasó?
Asintió apenas, en silencio.
—Al principio pensé que quizá me estaban poniendo a prueba, y hasta me dio ánimos. Pero sin importar el género o la dirección que propusiera, solo recibía rechazos, y los miembros del equipo se vinieron abajo antes que yo… «Esto ya es como si quisieran cerrar el departamento, ¿no?», me dijeron.
Era, sin duda, algo que se escuchaba mucho en empresas explotadoras o en departamentos destinados a la reestructuración. Para que la empresa pudiera justificar decisiones, ofrecían oportunidades meramente formales y luego las aplastaban una tras otra. Los del lado que intentaban sacar adelante los proyectos se esforzaban por convertirlos en algo viable, pero, incapaces de soportar la repetición de rechazos absurdos, acababan por retirarse por voluntad propia…
Un método tan asqueroso que provocaba náuseas, pero que ocurría realmente.
—Pero ¿sabes? —Kawasegawa levantó la mirada hacia mí—. No quiero perder. Aunque los estén tumbando por conveniencia de la empresa, quiero lanzar algo tan increíble que les dé vuelta a todo. Por eso…
Intuí de inmediato cuáles serían sus siguientes palabras.
—Quiero que me prestes tu fuerza, Hashiba.
Pero no sabía cómo responder a eso.
—Yo… no sé si puedo…
La verdad era que no lo sabía.
Por el rumbo que había tomado la conversación, algo así ya me lo había imaginado. En su momento, Kawasegawa y yo trabajábamos pensando juntos y ejecutando juntos. Podría decirse que éramos buenos compañeros creativos, buenos socios de trabajo.
Pero ahora ya no era así.
Ya no estábamos en el mismo lugar, ni teníamos la misma posición. Probablemente también pensaríamos distinto, llegaríamos por rutas diferentes a nuestras conclusiones y, sobre todo, ahora nos movíamos en industrias distintas.
Yo ya llevaba mucho tiempo lejos del mundo del entretenimiento. Podría decirse que prácticamente no sabía nada.
Una persona así, ¿qué podía hacer en una situación tan severa como la que ella describía? No bastaba con estar al lado animando. Estoy seguro de que Kawasegawa no buscaba algo así. Ella quería a aquel yo que alguna vez había luchado en primera línea, mi capacidad como fuerza creativa.
Podía haber seguido escuchando los detalles del asunto. Pero no lo hice.
Kyoya Hashiba había muerto. Quien estaba allí ahora era otra persona con el mismo nombre.
—Kawasegawa, agradezco tu petición, pero no puedo ayudarte.
—¿Por qué?
Apenas terminé de hablar, Kawasegawa me interrumpió.
—Aunque sea solo en ratos libres. Una hora el fin de semana, si hablar en persona es difícil, por teléfono o por llamada de voz. Solo necesito que me digas un poco de lo que piensas, de lo que se te ocurre, con eso basta.
—E-espera, ¿qué te pasa? Tú no eres así.
En ella, que siempre afrontaba todo con una calma absoluta, sentí una presión poco habitual.
¿De verdad necesitaba tanto la ayuda de alguien?
No me daba la impresión de que estuviera tan acorralada, pero si se trataba de la supervivencia del departamento, era comprensible que fuera una situación extrema.
Aun así, era un asunto que excedía por mucho lo que yo podía manejar ahora.
—Sabes a qué me dedico actualmente, ¿verdad?
Kawasegawa asintió, sin decir nada.
—Entonces lo entiendes. Justo ahora estoy logrando que la empresa empiece a estabilizarse como dueño que soy. Si me descuido, no sé cuándo podría venirme una crisis. Por más que tu petición sea importante, involucrarme en algo completamente ajeno a mi negocio es irreal.
Expliqué mis razones despacio, con calma. Pero Kawasegawa no me rebatió nada.
El silencio tomó la sala de reuniones, como si el tiempo se hubiera detenido.
No sé cuánto pasó así. De pronto, el teléfono interno sonó estridentemente, y eso me hizo volver en mí.
—Perdona, debo contestar.
Tras disculparme con ella, levanté el auricular.
—Presidente, hay un asunto que me gustaría confirmar con usted; si fuera posible, quisiera coordinar un momento para hablar…
Era Mineyama-san.
—Entendido, lo atiendo enseguida.
Respondí breve y colgué. Tanto Kawasegawa como yo soltamos un largo suspiro al mismo tiempo.
—Perdóname por pedirte algo tan extraño de repente.
—No, nada de eso. Perdón yo por no poder ayudarte.
Kawasegawa se puso de pie, guardó su teléfono en su bolso tote rojo y se lo colgó al hombro, con un gesto acostumbrado.
—Hoy me voy a casa. —Lo dijo en voz baja y, sin siquiera volverse, salió de la habitación.
—¿«Hoy»…?
Se lo había explicado. Ella también debía haberlo entendido. Pero que dijera «hoy» significaba que pensaba volver.
Sin poder siquiera despedirme, me quedé mirando hacia el lugar por donde Kawasegawa había salido.
—Por qué… ahora… —No logré pronunciar ninguna otra palabra.
◇
Volví a mi escritorio y me dejé caer profundamente en la silla.
Cuando trasladé la oficina a este lugar, lo único en lo que quise invertir un poco más fue la silla: una diseñada para no cargar los hombros ni la cintura. Nunca había agradecido tanto aquella decisión como ahora.
¿Qué… situación es esta?
¿Hasta qué punto estaría sufriendo Kawasegawa para pedir ayuda a alguien como yo, que ya era un completo ajeno al sector y lo había abandonado hacía tanto?
Si fuera solo por mis sentimientos, claro que querría ayudarla. Querría prestarle mi fuerza.
Pero ahora ya no tenía voluntad de crear entretenimiento. Tampoco creía que fuese a recuperar ese impulso. Una persona así, involucrándose en un proyecto importante, solo podría traer problemas.
Quien lucharía realmente en el campo de batalla sería Kawasegawa y su equipo. Por mucha confianza que me tuviera, si algún presidente de una pequeña empresa aparecía a entrometerse, podría incluso dañar la motivación de todos.
Si pensaba las cosas con la calma que solía tener, seguramente rectificaría.
Se daría cuenta de que pedirme ayuda había sido una mala idea.
—Presidente.
De pronto me hablaron, y me incorporé sobresaltado.
Mineyama-san estaba a mi lado, mirándome con una expresión entre preocupada y desconcertada.
—¿Qué-qué ocurre?
—Lo que mencioné por teléfono hace un momento. Sobre la gratificación que planeamos entregar a todos los empleados en primavera… quería pedirle que confirmara y ajustara las cifras.
En sus manos tenía unos documentos repletos de posits y marcadores.
Probablemente estaban esperando mi revisión.
—Perdona, lo reviso enseguida.
Retrasar el trabajo por asuntos personales era lo último que debía hacer.
Me recompuse y empecé a revisar los documentos.
—Sí, creo que así está bien… ¿Eh?
Cuando levanté la vista, Mineyama-san seguía de pie a mi lado.
—¿Qué ocurre? Esto me va a tomar un rato, así que será mejor que vuelvas a tu escritorio…
Cuando se lo dije, ella contuvo ligeramente la respiración.
—E-esto… respecto a la visita de hace un momento… es algo entrometido de mi parte, pero… ¿esa persona era…?
—Sí, una compañera de la universidad. ¿Por qué?
Mineyama-san dejó escapar un largo suspiro.
—Es que… perdón, se alcanzó a escuchar desde fuera… Lo de que quizá ayudaría con su trabajo…
Ah, claro. Así que había escuchado nuestra conversación anterior.
—No, por supuesto que lo rechacé.
—¿De verdad…?
—La empresa está en un momento importante. No tengo margen para dedicar tiempo a asuntos personales.
Al explicárselo, ella sonrió con alivio.
—Menos mal. El subdirector y yo estábamos comentando que quizá se había metido en algún problema grave, Presidente…
—¿Ah, sí?
Hayakawa no estaba en su escritorio; debía haber salido a una reunión.
—Sí. Me pidió que lo averiguara mientras él estaba fuera. Pero me alegro. Le diré que puede estar tranquilo.
—Gracias… y perdón por preocuparlos.
Mineyama-san hizo una ligera reverencia y volvió a su asiento.
De verdad que soy un presidente horrible…
Hayakawa y Mineyama-san eran miembros importantes desde la fundación.
Igual que en su momento lo fue el equipo Kitayama, ahora debía ponerlos a ellos primero.
Por muy Kawasegawa que fuese, mis prioridades no podían cambiar.
◇
La reunión que tenía programada para la noche fue pospuesta por motivos de la otra parte.
Aquel día no tenía ningún compromiso en particular, así que decidí salir temprano de la empresa. Hayakawa parecía seguir fuera, y tampoco tenía ganas de beber.
Caminé solo hacia la estación de Gotanda y esperé el tren con dirección a Shinjuku.
Al ser una de las líneas más congestionadas de Japón, el interior de la estación de Gotanda estaba repleto de toda clase de anuncios.
En los últimos diez años habían aumentado de golpe los juegos como servicio; también los libros más comentados, películas, smartphones, productos de belleza… Quizá por la costumbre japonesa de absorberlo todo, para bien o para mal, los carteles chillones y sin unidad alguna destacaban detrás del filtro anaranjado que proyectaba el atardecer.
Eran anuncios del tipo que mi empresa no manejaba, así que normalmente no les habría prestado atención, pero…
—Hmm… ¿eso es…?
Ese día, por alguna razón, mis ojos se detuvieron en uno de ellos.
Era la presentación de un nuevo personaje de un juego como servicio de la empresa asociada al fabricante donde trabajaba Kuroda.
Una ilustración llamativa: un personaje con grandes alas, altivo pero adorable a la vez.
Por mucho que me hubiera alejado de la industria, eso no podía confundirlo.
—Es un dibujo de Shinoaki.
El anuncio, que decía en grande «Ilustración exclusiva de Akishima Shino», ocupaba dos paneles de los anuncios más caros de la estación, dejando claro el empeño que habían puesto en él.
Me quedé mirando la ilustración durante un buen rato.
Me pregunto cómo estarán todos.
Kuroda, y también Kawasegawa. Justo aquel día en el que, sin proponérmelo, me había encontrado con dos compañeros de universidad, no podía apartar la mirada de aquel anuncio que, de normal, habría observado apenas unos segundos.
Al cabo de un rato, llegó el tren hacia Shinjuku. Ese era el que tomaba a diario, para hacer transbordo a la línea Chūō y seguir hasta Tachikawa.
Había sido un día agotador, y se suponía que lo único que quería era volver a casa cuanto antes y tirarme en la cama.
—Hacía tiempo que no me sentía así…
Dejé pasar ese tren y subí al que iba en dirección contraria.
◇
—Uf, pesaban un montón…
Nada más llegar a casa, dejé caer con un golpe seco dos bolsas de papel que llevaba en ambas manos.
Dentro había libros, juegos, discos Blu-ray y toda clase de mercancía otaku; montones de cosas que no recordaba haber comprado en tanto tiempo, fruto de haber arrasado Akihabara después de años sin ir.
—Y eso que estos son solo los que están directamente relacionados con ellos… De verdad que todos son increíbles. —Tomé en las manos la novela ligera escrita por Tsurayuki y un CD de Nanako.
En el mundo en el que me encontraba, la expresión «generación de platino» aún no había nacido. No sabía si se debía a un cambio en la historia, pero, independientemente de eso, los creadores de mi generación estaban teniendo un éxito asombroso.
Tsurayuki había visto sus novelas ligeras adaptadas varias veces al anime y también al cine; Nanako era una habitual del primer puesto en los rankings, algo inusual para una cantante del ámbito de anison [1] ; y ShinoAki se había convertido en una auténtica «diosa del dibujo», una ilustradora de primera línea capaz de convertir en éxito cualquier obra en la que participara.
Y no solo ellos. Saikawa gozaba de gran popularidad como diseñadora de personajes en una importante desarrolladora de juegos de Kansai, e incluso había sido seleccionada como creadora conceptual para una serie de anime famosa, elevando su prestigio en un ámbito distinto al de Shinoaki.
Por lo que parecía, aquella decisión se había hecho realidad gracias a la fuerte recomendación de Kuroda, el productor, según se reveló en una de sus entrevistas. Para más gracia, en la promoción del anime aparecía el popular streamer musculoso Hikawa Hikawa —compañero de generación del productor— causando un gran alboroto disfrazado de ninja, lo que lo había convertido en tendencia aquel día.
Y entonces pensé:
—Estás esforzándote mucho, Kawasegawa…
También había comprado varios de los juegos en los que ella había trabajado como directora.
Aunque no eran superproducciones ni grandes éxitos, por lo que había visto en las opiniones de internet, parecía gozar de cierta popularidad como creadora de pequeñas obras sólidas y entretenidas.
Ya lo había oído como rumor, pero al ver todo junto, comprendía de manera dolorosa cuánto habían luchado todos durante esos seis años.
En el mundo del entretenimiento, la situación cambiaba vertiginosamente. Bastaba dejar pasar medio año, un año, para que las tendencias y prácticamente todo lo demás se volvieran cosas distintas.
Para sobrevivir ahí dentro hacían falta inteligencia, esfuerzo y creatividad, pero había algo aún más importante: Seguir sin detenerse.
—¿Cuántos años estuve detenido…?
Volví a ser consciente del miedo que daba esa verdad.
Había ido hasta Akihabara y había comprado compulsivamente los registros de actividad de todos, no solo porque me daba curiosidad, sino también porque, en el fondo, quedaba en mí una vaga esperanza de que tal vez yo también… pudiera hacer algo aún.
Además, aparte del asunto de ayudar a Kawasegawa, quería probar si existía la posibilidad de que se me permitiera involucrarme en algo, aunque fuera de manera mínima.
Pero aquello había sido demasiado ingenuo.
Lo que mis amigos habían construido en seis años abofeteaba con una fuerza abrumadora mis pensamientos tibios. No hacía falta ni revisar el contenido: era evidente desde el primer vistazo.
—…Ya veo. Claro que sí. —Murmuré con una sonrisa amarga mientras devolvía todas las obras que había alineado de nuevo a las bolsas de papel.
Ese era otro mundo. Un camino distinto al mío.
Convenciéndome de ello, cerré las bolsas y las metí de golpe en el clóset.
◇
Aunque fuera el presidente, en una pequeña empresa como Twins era casi obligatorio desempeñar múltiples funciones. En nuestro caso significaba encargarse de asuntos externos, ventas y diversos tipos de coordinación.
Y ese día también acompañaba a un subordinado a una reunión.
—De verdad, lo siento mucho por hacer que también venga, Presidente. El jefe de sección del cliente insistió de repente en que solo podía hablar si estaba usted…
El empleado del área de ventas llevaba todo el día disculpándose.
—No te preocupes, da igual. El encargado de allá es buena persona, pero se preocupa por las apariencias. Supongo que solo quiere poder decir que el presidente estuvo presente.
Al fin y al cabo, era un fabricante con más de cien años de historia; había cosas más importantes que la utilidad inmediata.
—Igual, que pierda un día entero por eso, Presidente… me hace sentir horrible.
—Sí, bueno… es que estamos hablando de ir hasta Kazo…
Viajar hasta el norte de Saitama solo para cumplir con las formalidades era un trabajo ineficiente y bastante pesado. Y como la empresa quedaba lejos de la estación, ese día incluso habíamos usado el auto corporativo, algo nada habitual.
Ojalá pronto quedara totalmente establecido el sistema de reuniones online para evitar gastos inútiles como ese.
—Bueno, hacemos el trabajo como corresponde y, al volver, comemos un poco de udón de… —Justo cuando estaba por decir que comiéramos algo típico antes de regresar, sonó mi celular—. Un momento, disculpa. —Le avisé al empleado que conducía y contesté—. ¿Hola?
Apenas respondí la llamada, enseguida escuché la voz de Mineyama-san.
—Presidente, Kawasegawa-san…
—¿Eh? ¿Vino a la empresa?
Por lo ocurrido antes, pensé que seguramente volvería a ir a la oficina, pero:
—Ah, no. Solo llamó para confirmar si usted estaba. Ahora la voy a devolver la llamada, ¿qué hacemos?
Solo estaba intentando pedir una cita.
—Ya veo. Entonces dile que hoy llegaré tarde en la noche y que no podré. Yo también me comunicaré con ella después.
—Entendido, se lo transmitiré así…
Corté la llamada y solté un largo suspiro.
Desde lo ocurrido en la sala de reuniones, había hablado varias veces con Kawasegawa por RINE. El contenido, por supuesto, era sobre la colaboración en el proyecto.
Ella seguía insistiendo en que necesitaba mi ayuda. Se lo había explicado varias veces: después de tanto tiempo lejos del campo, ya no había nada útil que yo pudiera hacer.
Aun así, ella continuaba diciéndome que quería que le prestara mi fuerza.
—Ah… será difícil. Ella no va a ceder.
Después de explicarle toda la historia, Kuroda había dicho eso con el ceño fruncido. Yo pensaba lo mismo.
La conversación seguía en paralelo, sin avanzar. No encontrábamos ninguna salida; incluso ayer habíamos vuelto a hablar por teléfono, y la llamada de hoy surgía a raíz de eso.
Kawasegawa… sonaba un poco cansada…
Si por esto ella iba a terminar enfermándose, hasta pensé en decirle que, aunque fuera solo de forma superficial, aceptaría ayudar. Pero si eso terminaba en una solución con la que ninguno de los dos quedara realmente conforme, me arrepentiría, así que me contuve.
El auto avanzaba hacia el norte por la autopista Tōhoku. Mirando por la ventana en movimiento, recordé la vez en que habíamos hablado sentados uno al lado del otro.
Había estado en deuda con Kawasegawa desde siempre. Siempre había pensado que, si surgía la oportunidad, quería devolverle aunque fuera un poco… pero al final, nunca lo conseguí.
Y ahora estaba a punto de cometer otra gran descortesía con ella.
¿De verdad sería esta la decisión correcta?
¿Qué se supone que debía hacer con algo así?
Una preocupación distinta a la de aquellos años flotaba frente a mí, más allá de la ventanilla del auto.
◇
La reunión, que pensé que terminaría enseguida, se alargó mucho más de lo esperado. El jefe de sección de la otra parte, por alguna razón, se puso de muy buen humor al ver que yo había ido, y aquello terminó llevando a un resultado inesperadamente favorable.
—¡Gracias, es gracias a usted, Presidente!
El encargado de ventas estaba encantado, pero yo…
—¿Podrían dejarme en el minimarket más cercano? Quiero comprarme una bebida o algo así.
Estaba tan agotado del estrés que incluso quería tomar algo que normalmente no bebía.
Después de sortear un enorme atasco, cuando finalmente llegamos a Gotanda, ya estaba completamente oscuro. Me bajé del auto frente al minimarket, compré una bebida energética y algo dulce, y eché a andar hacia la oficina.
Cuando uno está cansado, es fácil perder la atención respecto al entorno. Eso te vuelve más propenso a sufrir un accidente; por eso yo mismo siempre intentaba tener cuidado con los autos. Pero aun así:
—¿Eh…?
Era raro que no notara la presencia de alguien hasta tenerlo justo delante.
—Llegaste realmente tarde. ¿Hasta dónde fuiste a esa reunión? —Kawasegawa, con aquella mirada entornada tan familiar, estaba allí de pie, frente al edificio.
¿Significaba que había estado esperándome a que regresara?
—Te dije que hoy no podía. Te avisaron, ¿verdad?
—Sí, pero pensé que si no venía, no podría hablar contigo.
Sabía que al vernos cara a cara me resultaría mucho más difícil decirle que no, y lo reconocía: en parte lo había hecho a propósito, aunque me sintiera culpable por ello.
Pero si había venido a verme directamente, entonces no tenía más remedio que hablar con ella como correspondía.
—De acuerdo, hablemos. Voy a revisar si hay algún lugar disponible, espera un momento. —Le di la espalda y llamé a la oficina—. Aló, ¿podrías revisar algo? El estado de las salas de reuniones… sí, la que están usando ahora mismo y la que está programada para dentro de unas dos horas.
«Entendido», escuché decir al otro lado. La música de piano de espera sonaba junto a mi oído. Los ruidos de la multitud y el sonido de los autos desvaneciéndose poco a poco…
A través del celular recordé la voz de Kawasegawa. Y la voz de la mujer que tenía ahora frente a mí también sonaba un poco gastada. Ojalá, cuando habláramos más tarde, pudiera sacar a colación mi preocupación al respecto… aunque estaba seguro de que ella lo negaría. Diría que no estaba cansada.
¿Hasta qué punto estaba empujando Eiko Kawasegawa algo dentro de sí?
Me giré hacia ella una vez más.
—Oye, Kawasega… —Cuando la miré, vi que su cuerpo vacilaba y estaba a punto de desplomarse hacia un lado—. ¡Eh, oye, espera!
Me apresuré a acercarme, y ella, como si recobrara la conciencia de golpe, enderezó la postura.
—Pe-perdón… parece que se me ha acumulado un poco el cansancio… —Intentó forzar una sonrisa, pero era evidente que no se encontraba bien.
◇
La calmé —ella insistía en que estaba bien y que debíamos hablar— y la llevé al hospital al que yo solía acudir. Como ya había llamado de antemano y era una hora tranquila, pudieron atenderla enseguida.
Aun repitiendo que «de verdad estaba bien», la empujé suavemente para que pasara a consulta, y yo me quedé sentado en la sala de espera. El frío del asiento de vinilo parecía enfriarme hasta los huesos.
Kawasegawa estaba enferma. Yo debía haberlo sabido. Y aun así, no fui capaz de intervenir hasta que ella mostró con claridad lo mal que se sentía.
—Siempre estoy igual…
No me di cuenta de la soledad de Tsurayuki, ni del estancamiento de Shinoaki, hasta que esos problemas se presentaron frente a mí de forma inevitable. Habían pasado seis años; ya no era un niño, y aun así no había cambiado en nada.
Pero incluso si me preguntaban qué habría podido hacer, no tenía respuesta. ¿Habría servido de algo preguntarle si estaba bien? ¿O fingir que iba a ayudar solo para tranquilizarla? ¿Sería una especie de compensación? No, creía que nada de eso habría significado algo. Una compasión inútil solo hace más infeliz a la otra persona.
¿En qué demonios estaría pensando?
En un lugar donde no existía una respuesta correcta, decidí que si me iba, todo iría bien. Pero aun así, después de seis años, el pasado volvió a filtrarse y comenzó a lanzarme preguntas sin respuesta.
Yo no entendía nada.
Después de esperar unos treinta minutos, el médico salió del consultorio. Me dijo que todo se debía al cansancio acumulado y que no era nada grave, así que por fin pude tranquilizarme.
Cuando Kawasegawa salió del consultorio, parecía haberse calmado; caminaba con su paso habitual.
—Qué bueno… que no fuera nada, —le dije.
Ella soltó un suspiro ante mis palabras.
—Que me tambalee justo delante de ti… Qué vergüenza. —Parecía haberse recuperado lo suficiente como para bromear así.
Nos sentamos juntos en las sillas de la sala de espera y decidimos aguardar a que nos llamaran para pagar.
Cuando el segundero dio casi una vuelta completa, moviéndose a ese ritmo de tic-tac tan lento, ella dijo:
—Perdón… por las molestias. —Fiel a su manera de ser, se disculpó con toda seriedad.
—El médico dijo que era cansancio acumulado. ¿No has podido descansar últimamente?
—Un poco. Sí… solo un poco.
Aun diciendo eso, su mala cara dejaba claro que no se encontraba bien.
Pasó otro rato de silencio. Ella no dijo nada, y yo tampoco pude hacerlo. Cuando se acabara el tema de su estado físico, el siguiente asunto que aparecería estaba claro. Pero no podía llegar ahí.
Al final, reuniendo valor, fui yo quien habló primero.
—Kawasegawa… ¿por qué quieres que yo te ayude?
Ella no respondió de inmediato. No sabía si era porque no tenía una respuesta o porque sí la tenía, pero le resultaba difícil decirla.
Cuando por fin abrió la boca, dijo:
—Porque haga lo que haga… nunca aprueban mi proyecto.
Era la misma razón que ya me había contado antes.
Pero en su forma de decirlo ahora se notaba una rendición mucho más profunda.
—Probé todas las medidas posibles, exprimí todas las ideas. Y aun así, frente a una realidad que no puedo cambiar, pensé en qué más podría hacer. Ese fue el resultado.
—Aunque yo me una… no va a cambiar nada.
Por más veces que me lo pidiera, mi postura no cambiaba.
Ella trabajaba allí, en el terreno real, y aun esforzándose tanto la situación no mejoraba. Creer que ahora, después de tanto tiempo fuera, yo podía involucrarme y cambiar algo… me parecía imposible.
—Supongo que, hablando estrictamente, tienes razón.
—Entonces… —quise decir que quizá estaban buscando el camino equivocado, pero ella me cortó antes de que pudiera terminar.
—Pero yo no lo veo así. Porque tú… tú siempre habías cambiado incluso las situaciones más desesperadas.
Sentí como si algo se hubiera movido en lo más profundo de mi cuerpo. Como si aquello que había dejado atrás hacía tanto hubiese sido desenterrado.
Calor. Algo que había tenido hacía muchísimo tiempo. Percibí un fragmento de ese antiguo latido.
Pero no era más que eso: un fragmento. Como prender fuego a un trozo de papel; ardió de golpe por un instante y luego desapareció sin dejar rastro.
—Pensé que eras mi carta para remontar. Que si estabas tú, de algún modo saldría bien, que todo podría arreglarse… De verdad lo creía.
Se oyó un leve sonido, como el roce del aire. Era su voz, riendo apenas.
—Pero no debía apoyarme en eso porque sí. Tú también tienes tus cosas. —Sus ojos tranquilos volvieron a mirarme—. Perdóname. Ya no te lo pediré más.
—…De acuerdo.
Pensé que decir algo más sería añadir de más.
Pagamos la cuenta y ella, con un «entonces nos vemos», se marchó hacia la estación. Podía haberla acompañado parte del camino, pero la incomodidad que flotaba entre nosotros me lo impidió.
—Así que ya lo sabías… Kawasegawa.
En el fondo lo intuía y aun así seguí tirando de aquello, hasta que la evidencia de que ya no éramos como antes se plantó frente a mí.
Caminé sin rumbo por las calles de Gotanda. Allí estaba la torre de ventilación de la autopista metropolitana enterrada bajo tierra. Iluminada por las farolas y por las luces de los edificios, brillaba en un tono anaranjado, y más allá de ella se extendía un cielo estrellado oculto entre nubes.
No era como aquellas que había visto incontables veces en mis años universitarios; eran estrellas difusas, empañadas por una ligera neblina.







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