Remake Our Life!
Vol. 11 Capítulo 1. Después de Que se Fue Parte 1
La reunión de la tarde terminó sin problemas, y se decidió que cada uno entregaría sus resultados para la próxima vez que nos viéramos, tras lo cual el grupo se disolvió.
—Pues, quedo a su disposición para lo que sigue.
Dije, mientras acompañaba al encargado de relaciones públicas del cliente hasta el ascensor. Después de eso, agradecí al planificador, al redactor y al diseñador que asistieron conmigo, y me despedí también de ellos. Justo cuando solté un suspiro de alivio, el director ejecutivo adjunto, Hayakawa, que había estado presente, me habló.
—De verdad, me alegra que todo haya quedado bien. Buen trabajo.
—Fue porque tu línea de compromiso estuvo precisa. Gracias a eso todo avanzó bien.
Le respondí, pero él negó con la cabeza.
—Para nada. Siento que nos salió adelante gracias a que creaste un buen flujo, Hashiba. Honestamente, si hubiera estado solo yo, no sé cómo habría terminado.
No sonó como una cortesía social, sino como palabras dichas desde el corazón.
Desde que fundamos la empresa, Hayakawa y yo teníamos roles perfectamente divididos.
Él se encargaba de las finanzas, y yo de las relaciones externas. Para alguien como Hayakawa, que era mejor viendo números que personas, alguien como yo parecía ser la combinación ideal.
—Ya sería hora de dejarle nuestro trabajo a alguien más, ¿no?
—Primero tenemos que decidirnos de verdad por alguien a quien delegarlo. Tada-kun de ventas estaba cabizbajo, diciendo que cuando hizo el cuadro de presupuesto, el director ejecutivo adjunto le llenó el documento de números rojos.
—Jajá… bueno, supongo que así, poco a poco, se va volviendo capaz de asumirlo.
Y yo, que corregía sin parar la conducción de las reuniones dirigidas por los miembros del equipo y sus propuestas, no podía decir nada sobre los demás.
—Al final, que pongas revisiones significa que ya los reconoces hasta cierto punto. Si fuera algo tan bajo que ni siquiera pudiera revisarse, seguro dirías que lo harías tú desde cero.
—Sí, y no te equivocas.
El hecho de que se pudiera corregir significaba que había espacio para mejorar; si era algo con lo que no se podía ni empezar, era mejor hacerlo desde cero.
La experiencia me había enseñado eso.
Una agencia de publicidad pequeña, que ni siquiera llegaba a la veintena de empleados.
Esa era la empresa en la que yo trabajaba, o mejor dicho, la empresa que yo dirigía ahora.
Aunque se llamara agencia, no tenía absolutamente nada que ver con las grandes compañías líderes del sector. Como no teníamos margen para subcontratar, teníamos que hacerlo todo nosotros mismos, desde lo más simple hasta lo más complejo.
Aun así, ese estilo de gestión casi artesanal me resultaba muy afín. Puede que también se debiera a que estaba cerca del entorno de manufactura en el que alguna vez trabajé.
—Oye, Hashiba. —Hayakawa preguntó, como si fuera algo casual—: Tu habilidad para negociar y para conducir bien las reuniones, ¿cómo la fuiste puliendo?
—Bueno es… —Me quedé un poco sin palabras.
El hecho de que estuve cuatro años moviéndome como encargado de producción y coordinación, y de que eso me había formado tal como era ahora, no dejaba lugar a dudas.
Hayakawa sabía perfectamente que yo provenía de una universidad de artes. Así que decirlo no acarreaba ningún problema, pero aun así.
—En la universidad, solía ser quien coordinaba los grupos. Quizá venga de ahí.
Sin embargo, por alguna razón, vacilé en responderlo tal cual.
—Ya veo. Seguro que a ti sí te encargarían ese tipo de cosas, Hashiba. —Pareció quedar satisfecho con esa explicación y asintió con fuerza—. Seguiré contando contigo, presidente. —Hayakawa me dio una palmada ligera en el hombro y salió de la sala de reuniones con su acostumbrada soltura.
Después de eso, quedé solo. En la sala silenciosa, el segundero del reloj de pared resonaba rítmicamente, tic tac, tic tac.
Al otro lado de la pared, el trabajo diario seguía como siempre. Había energía, pero no ruido excesivo; un ambiente ideal, podría decirse.
—Todos están esforzándose mucho, ¿verdad? —Murmuré, como si quisiera confirmarlo.
Aunque la empresa era tan pequeña que podría volar con un soplido, el personal que se reunió con nosotros era excepcional sin exagerar. Sentí nuevamente lo afortunado que era.
Apenas me gradué de la universidad de artes, me puse en contacto con Hayakawa, quien en el futuro de donde yo venía había sido mi amigo. Yo, que había elegido un camino diferente al de creador y había perdido mi lugar, quizá buscaba ampararme en alguien como él: confiable de corazón y además brillante.
Como ya sabía que congeniábamos bien en nuestro mundo original, no tardamos en llevarnos excelente cuando nos reencontramos. Muchas veces él decía que sentía como si lleváramos años siendo amigos. Aunque fue una sensación extraña al principio, me acostumbré rápido.
Yo trabajaba medio tiempo en una comercializadora especializada en productos automotrices; Hayakawa entró a trabajar en una agencia de publicidad. Cuando finalmente fui reconocido por mi desempeño y me contrataron como empleado regular, él me propuso que fundáramos una empresa.
—Quiero captar bien los trabajos de publicidad que las agencias medianas o grandes no pueden tomar, centrándonos en la web.
Esas palabras me hicieron pensar en varias cosas, y también le devolví una propuesta.
El minorista de accesorios automotrices donde trabajé antes, y la comercializadora en la que estaba empleado en ese momento. La industria del automóvil, con su largo historial, estaba impregnada de un aire que, dicho de forma elegante, era tradicional, y dicho de forma directa, seguía siendo anticuadamente rígida.
En particular, la situación del minorista era claramente difícil. Ante el desinterés general hacia los autos, no tomaban ninguna medida, y en lo referente a publicidad y herramientas de promoción de ventas, solo repetían patrones prefabricados, desplegándolos de manera mecánica, sin lograr ningún efecto.
—¿Qué tal si intentamos proponer algo centrado en la web? —
Reconstruir los sitios para hacer los productos más atractivos, crear videos o colaboraciones para captar al público joven, organizar la tienda online en alianza con los grandes portales de comercio electrónico. Agrupar todo eso como agencia, mientras nosotros mismos o nuestros socios nos encargábamos de la producción directa, evitando esos encargos típicos que pasan por segundas o terceras subcontrataciones.
Cuando dije algo así…
—Esa es una buenísima idea. Si lo preparamos bien, podríamos conseguir un buen lugar dentro del sector.
Hayakawa dio su visto bueno, y así se decidió que montaríamos una empresa. Era 2012, yo tenía 24 años. Como era una empresa fundada entre los dos, la llamamos «Twins». Quizá el nombre no sonaba muy elegante, pero tenía un significado claro para nosotros.
Al principio, como era de esperar, fue difícil. Las industrias antiguas se movían por costumbres y conexiones. En otras palabras, una startup creada por dos jóvenes ni siquiera merecía atención. Pero tras insistir con paciencia y mostrar muestras de alta calidad mientras continuábamos las ventas con constancia, poco a poco aparecieron empresas que nos daban trabajo, y finalmente pudimos cubrir con las ventas los fondos que antes salían de préstamos y de nuestros propios bolsillos.
Y el año pasado, por fin, en el balance anual logramos mostrar un triángulo blanco; es decir, un resultado positivo.
El número de empleados también creció. Ya podíamos dar bonos, y también dejé de suspirar al ver los gastos fijos mensuales.
Aun así, como empresa, apenas íbamos empezando.
—Tenemos que abrir nuevos frentes, ¿verdad?
Nuestra industria principal, la de productos automotrices, aunque relativamente estable, no podía llamarse plenamente segura. En las regiones quizá aún fuera fuerte, pero en las zonas urbanas, la cantidad de personas que poseen automóvil se reducía drásticamente. Nuestra empresa, que se centraba más en el desarrollo web que en el minorista presencial, estaba un poco mejor, pero los pequeños comercios que producían herramientas de promoción en papel o volantes iban cayendo uno tras otro.
Si nos descuidábamos, quizá nos tocaría a nosotros. Las pequeñas y medianas empresas eran despiadadas.
—Bueno, a trabajar.
Dije la frase hecha que ya no sé cuántas veces había repetido, y me levanté del asiento. No había tiempo para apartar la mirada. En ese momento, solo podía avanzar y trabajar.
◇
Ese día también, al final, me quedé haciendo horas extra hasta tarde. En la oficina solo permanecimos Hayakawa y yo. Para eliminar la sensación de «no puedo irme porque los jefes están trabajando», incluimos deliberadamente en el reglamento interno que «cada uno debe retirarse a su propio ritmo sin preocuparse por las horas extra de sus superiores». Después de compartir un trago rápido de highball con Hayakawa frente a la estación de Gotanda, regresé a mi casa en Tachikawa.
Era la tercera vez que viajaba al trabajo dentro del área metropolitana. En el futuro del que provenía, había vivido en Iruma, y en el futuro alternativo, había vivido en Noborito. Como en ambos lugares tenía sentimientos complejos, elegí vivir a lo largo de la línea Chūō, que no estaba relacionada con ninguno de los dos.
Tachikawa, al estar bastante alejada del centro de la ciudad, era una localidad que había desarrollado su propio camino.
Tenía cines y también grandes tiendas de electrónica, así que en esta ciudad uno podía completar casi cualquier necesidad. Había quienes decían que era aburrido y salían al centro, pero para alguien sin demasiadas exigencias como yo, era una ciudad muy cómoda en todos los sentidos.
El departamento estaba a cinco minutos caminando desde la estación. Era un edificio de treinta años, ya renovado. Aunque muchos a mi alrededor me dijeron repetidas veces: «Deberías vivir en un lugar más cerca», yo no tenía intención de gastar dinero en eso. Incluso ahora, que mi sueldo me daba algo más de holgura, no tenía pensado mudarme.
Al llegar, saludé con un «ya estoy en casa» a la habitación vacía y encendí la luz de la sala de estar. Era un hogar con pocos muebles, del tipo que le encantaría a un minimalista. La mesa, el televisor y la estantería: casi todo era reciclado o comprado en oferta. No había muebles de marca.
Abrí el refrigerador, me serví té de cebada frío en un vaso, encendí la televisión y, desde el menú, accedí a un sitio de videos. Abrí un canal de bricolaje que veía a menudo. Estaban en plena ejecución de un proyecto a largo plazo en el que intentaban construir una casa por su cuenta. Me aflojé la corbata, me senté en el sofá y, bebiendo té, me quedé viendo los videos sin pensar en nada.
Era la vida sin sobresaltos de un hombre soltero.
Llevaba así unos cuatro años.
Pero nunca, ni una sola vez, eso me resultó una molestia.
Mi época en aquella empresa explotadora. Con nada de lo que hacía siendo recompensado, y cada día no siendo más que una sucesión de esfuerzos en vano. A eso se sumaban las duras horas de trabajo y un salario miserable, lo que no hacía más que destruirme por dentro.
Pero ahora, sentía que mi trabajo tenía sentido. Todo lo que preparaba con dedicación regresaba convertido en resultados. Por supuesto, al tratar con personas, también existían momentos injustos. Pero más que eso, los resultados visibles me daban fuerza.
Ahora, esos logros eran mi mayor salvación. Hayakawa también lo decía, y aquella sensación, que nunca antes había experimentado, influyó profundamente en mi vida.
—Aquella época fue realmente… dura.
La infancia en la que la presencia de mi familia se desvaneció. Y a finales de mis veintitantos, cuando casi lo odiaba todo. Lo que me salvó en esos momentos fueron todas las obras de entretenimiento.
Aparté la mirada de la televisión y la dirigí a la estantería.
En otro tiempo, ahí se encontraba mis sueños. Las novelas ligeras, los mangas, los videojuegos, el anime, todas esas obras que me llevaban a otro mundo. Eran lo más valioso, lo más irremplazable.
Si uno vivía bien en este mundo, no tenía por qué irse a otro. No necesitaba llenar la estantería de sueños; podía verlos más adelante, en el mundo que tenía frente a mí.
El cansancio me trajo un ligero sopor. Bebí el té de cebada hasta el final y dejé el vaso sobre la mesa.
Sin saber si era un sueño o la realidad, empecé a recordar cosas del pasado.
◇
Febrero de 2010.
Aquel día, no había nadie en la casa compartida. No, más bien había sido un día que había elegido porque no habría nadie.
Apenas me alejé del proyecto y renuncié a ser productor, inicié la búsqueda de trabajo.
Era una búsqueda bastante tardía y, al ser egresado de una universidad de artes, estaba en clara desventaja para un empleo en un puesto más común, así que era natural que no lograra encontrar un lugar donde contratarme.
Con gran esfuerzo, conseguí al fin un empleo como trabajador a tiempo parcial, uno de esos en los que, «dependiendo de los resultados», podía abrirse la posibilidad de un puesto fijo. Me aferré a esa oportunidad y decidí mudarme a la capital.
La empresa me había dicho que bastaba con prepararme después de la ceremonia de graduación, pero, por iniciativa propia, para marzo ya había terminado de mudarme y estaba adelantando mis preparativos. Después de todo, era solo un empleo a tiempo parcial; pensé que sería mejor mostrar toda la motivación posible.
También quería acostumbrarme al trabajo y a la vida en Tokio, aunque había otra razón más grande aparte de esa.
—…Si no, me sería más difícil irme.
Aunque había trazado una línea, la vida como creador seguía siendo algo especial para mí, y también me quedaban sentimientos intensos hacia esta casa compartida.
Si pasaba mis últimas horas con todos y nos despedíamos limpiamente, probablemente yo también terminaría llorando. Y eso me dolía, así que quería evitarlo.
Por eso rechacé incluso una especie de fiesta de despedida por la graduación y, culpando a la búsqueda de empleo, decidí retirarme antes de tiempo.
—Bueno, vamos a terminar de ordenar rápido. —Eché un vistazo a mi habitación, tan familiar para mí, y comencé a empacar mis cosas con orden.
Desde el inicio solo había puesto los muebles mínimos para poder moverme con facilidad. Únicamente los libros eran muchos; lo demás podía reunirse y empacarse enseguida.
Tras unas dos horas de lucha con las cajas de cartón y la cinta adhesiva:
—Uf, con esto… es lo último.
Dos horas antes de que llegara la empresa de mudanzas, ya había terminado todas las tareas. Solo quedaba reunir las bolsas de basura que habían salido durante la mudanza y dejarlas frente a la casa.
Con la escoba y el recogedor en mano, barrí la basura de la habitación. Cuando terminé de reunirlo todo, me armé de valor y…
—…Bien, entonces. —Abrí el armario empotrado.
En aquel lugar, donde se suponía que debía guardar cosas, ya no había nada. A partir de cierto momento lo había usado para otro propósito completamente diferente.
En el fondo de aquel espacio tenuemente iluminado, sobre toda la pared cubierta de tablones de madera, estaba pegado aquel «propósito».
Arranqué una de las hojas y la observé.
—Qué nostalgia…
Era la guía para confirmar mi rumbo y el punto de referencia para actuar.
Como un diagrama, las acciones y habilidades necesarias estaban extendidas por todas partes, y finalmente todo conducía a un único objetivo final.
«Crear entre todos la mejor obra posible».
Todo se suponía que debía converger allí.
Pero, aun teniéndolo tan cerca, no llegó a hacerse realidad.
—Al final… no se cumplió.
El proyecto que habíamos presentado a Succeed empezó a moverse con Kuroda como eje.
Sin embargo, en menos de un mes terminó por quebrarse y no tuvimos más opción que interrumpirlo.
Kuroda dio todo lo que pudo, y todos exprimimos nuestras fuerzas. Aun así, el hecho de que fuera un proyecto compuesto solo por estudiantes terminó siendo visto con preocupación, y la empresa nos propuso convertir el proyecto en algo dirigido por ellos, usando únicamente el material para crear otra obra distinta.
Naturalmente, aquello era algo que ni Kuroda ni ninguno de nosotros podía aceptar, así que rechazamos la propuesta, y el proyecto se disolvió. Aunque pagaron los costos del trabajo realizado hasta entonces, la propuesta en sí quedó congelada, convertida en algo intocable para cualquiera.
Aquella obra que tal vez podía convertirse en algo extraordinario, la obra que todos deseábamos, llegó a su final de manera sorprendentemente simple.
—…Adiós. —Arranqué de forma algo brusca la montaña de notas adhesivas que estaban pegadas y las metí en la bolsa de basura. Si me quedaba mirándolas fijamente, temía que regresaran recuerdos acompañados de emociones problemáticas. Las hojas desprendidas, al salir volando, parecían pétalos esparcidos por el viento.
Junté las notas adhesivas de colores vivos junto con el polvo y la suciedad de la habitación, las metí en la bolsa de basura y la até. Sin revisar nada más, la dejé en un rincón.
De pronto, escuché el sonido del viento fuera del cuarto. Ese año había sido más templado que de costumbre, y aunque normalmente en aquella época debería hacer frío, ya se podía percibir un aire casi primaveral.
Abrí la ventana para renovar el aire. Una ráfaga todavía un poco fría entró de golpe en la habitación. Los recuerdos y los olores impregnados en mi cuarto se reemplazaron por algo nuevo, y por fin sentí con claridad que de verdad estaba por marcharme de allí.
Mientras observaba hacia afuera, un color vivo se arremolinó delante de mí.
Era un pétalo rosado, venido de algún lugar. La fecha era demasiado temprana para pensar en cerezos, así que supuse que sería de un ciruelo o un duraznero. Aun así, para mí —que estaba por graduarme un poco antes que los demás— aquello era un pétalo de cerezo.
Recordé el día en que caminé junto a Shinoaki por la calle de noche. Aquel día también, los pétalos de cerezo danzaban por todas partes.
Sentí ganas de dejarles unas últimas palabras a todos. No podía decírselas directamente, pero aun así quería enviarles un mensaje cargado de un deseo; quería alentarlos, aunque cada uno fuera por un camino distinto.
Con unas palabras simples, le hablé a nadie en particular.
—Cuídense, chicos…
◇
La estantería que había sacado aquel día de la casa compartida en 2010 seguía aún vigente en mi habitación en este 2016. Aunque tenía algunas abolladuras y tablillas sueltas, ahí estaba todavía, mostrando con orgullo su figura en tono café oscuro, como diciendo que aún seguía en servicio.
Pero también había cosas que habían cambiado mucho.
—Vaya que cambió el contenido…
En mis años de universidad, aquella estantería estaba repleta de sueños. Principalmente novelas ligeras y mangas, libros y DVD de entretenimiento, manuales de guion y producción, además de libros escritos por creadores reconocidos; todo eso la desbordaba.
Pero, con la graduación, su contenido empezó a cambiar poco a poco.
Durante un tiempo, seguí comprando todos los trabajos en los que mis compañeros participaban, o aquellos donde aparecían sus nombres, para saber cómo les iba. También procuraba leerlos o escucharlos tanto como podía; al menos tenía la sensación de estar al tanto de lo que hacían en ese momento.
Aun así, las personas vivimos inevitablemente en función de nuestras conexiones actuales, y los libros y materiales relacionados con mi trabajo comenzaron a ocupar una parte cada vez mayor.
Las obras de entretenimiento en las que mis amigos habían trabajado empezaron a acumularse sin que siquiera las abriera, y con el tiempo, llegó un punto en el que dejé de comprarlas por completo.
Incluso entonces, si realmente me lo proponía, todavía podía hacerme con esos libros. Pero no lo hacía. No tenía ninguna razón en particular para hacerlo.
—Ahora que lo pienso… ¿qué habrá pasado con él? —Recordé aquel libro de ilustraciones que tanto me había marcado.
Un campo de girasoles cubriéndolo todo. Y en medio de él, una muchacha de pie.
Incluso después de haberme apartado del mundo creativo, jamás había olvidado aquella ilustración ni aquel artbook .
—Aún no ha salido, creo.
Guiándome por la memoria, busqué desde la página de la editorial. Incluso filtrando por Akishima Shino, no apareció ningún resultado.
Es más, ella… Shinoaki, al parecer todavía no había publicado ni un solo libro de ilustraciones.
Por su trayectoria y popularidad, no sería raro que ya hubiera sacado dos o tres.
—¿Por qué será? —Murmuré sin pensarlo.
Hacía años que no tenía contacto con Shinoaki. Había escuchado rumores de que le iba bien, que parecía inmune a los bloqueos creativos, pero no tenía forma de saber detalles más profundos.
¿Acaso yo habría sido la causa de algo?
Deseché de inmediato aquella idea que cruzó mi mente.
—Después de seis años, imposible.
Además, pensar que alguien con quien solo me llevé bien en la universidad podría influirle en algo tan importante como su trabajo… solo considerar la posibilidad era pretencioso.
Seguramente ella solo estaría evaluando el mejor momento para publicarlo, dependiendo del ritmo y la situación de su trabajo.
◇
Durante el fin de semana, quizá porque había recordado demasiadas cosas del pasado, mi salud estuvo extrañamente inestable.
Pasaba muchas horas frente al PC y mis hombros y mi espalda ya eran problemas crónicos, pero ese sábado y domingo incluso mis órganos internos parecieron resentirse. Sin haber comido nada raro, tuve una especie de acidez persistente durante dos días.
Recordé que algún creador había dicho que la nostalgia era veneno puro. No un veneno que afectara a los órganos, claro, sino algo así como una metáfora de que te vuelve reacio a aceptar cosas nuevas. Aun así, dadas las circunstancias, la frase me pareció tan irónicamente acertada que no pude evitar reír.
Sea como fuera, terminé desperdiciando mis valiosos días libres durmiendo.
Y llegó el lunes. Mientras trataba de acostumbrar mis ojos a la luz del día, pensando que ya era hora de levantarme, de pronto me despertó el sonido de una llamada telefónica.
Al ver el nombre en la notificación, presioné de inmediato el botón de atender.
—¿Hola…? Ah, Kuroda. ¿Qué pasa?
—¿Qué, Hashiba, recién despiertas? Nada, pensé en ir a comer algo, tengo tiempo libre hoy.
Mientras seguía la llamada, abrí la aplicación del calendario, tratando de recordar si tenía algo programado para ese día.
—Por la mañana tengo una reunión y una cosa en la noche. Al mediodía estoy libre.
—Entonces ya está. Te veo en quince minutos en la entrada del Gateway. Nos vemos.
Lo dijo sin más y colgó. Me quedé mirando la pantalla mientras el pitido electrónico seguía sonando.
—Sigue igual que siempre, ese tipo.
Me levanté de la cama con una sonrisa irónica.
Había sido un plan decidido sin preguntarme, pero gracias a eso, al menos no iba a aburrirme durante el almuerzo.
Mientras me cepillaba los dientes y me lavaba la cara, no pude evitar sentir cierta emoción al pensar en la coincidencia de que él me hubiera contactado justo en ese momento.
—…Después de seis años, claro…
◇
—¿Kawasegawa te contactó? ¿En serio? Vaya rareza.
—¿Verdad? Por un momento pensé que se había muerto alguien o algo así y me sorprendí.
En el Ōsaki Gateway, un complejo comercial conectado directamente con la estación de Ōsaki, vecina a Gotanda, Kuroda y yo nos encontrábamos frente a frente con un semblante serio, en nuestro restaurante tailandés habitual.
—No he recibido ningún mensaje de que le haya pasado algo a alguien, así que esa posibilidad queda fuera.
—Menos mal.
—Pero aun así, me intriga qué quería. Es que es raro que esa mujer llame de la nada sin motivo…
Tocó con los dedos el borde de sus gafas plateadas y ladeó la cabeza. Era un gesto típico de Kuroda Takayoshi, que había terminado usando gafas porque su vista se había deteriorado bastante desde que comenzó a trabajar.
Pensándolo bien, era un vínculo extraño. Al principio tuvimos la peor impresión el uno del otro; luego, a través de la creación de obras, reconocimos nuestras capacidades, pero aun así no se podía decir que fuéramos amigos.
Después de que él se encargara del proyecto de Succeed, empezamos a estar más en contacto. Y tras mudarme a Tokio después de graduarnos, terminamos compartiendo esas quejas tan propias de los trabajadores, y sin darnos cuenta, nos habíamos vuelto amigos.
Aquel carácter suyo, antes tan afilado y áspero, se había suavizado con el roce constante con la sociedad y la gente.
Hoy en día, cada vez que íbamos a beber, siempre acabábamos diciendo: «Quién lo diría, que tú y yo íbamos a llevarnos tan bien».
—Hace poco, en mi departamento de desarrollo, justo salió el tema de Succeed. —Dijo eso bajando un poco la voz. Ahora él trabajaba como planificador en una gran empresa de videojuegos con sede en Ōsaki. Era un nombre extremadamente conocido dentro del sector, y el propio Kuroda ya tenía cierto reconocimiento.
—Si salió el tema en tu empresa, me imagino que no era precisamente una buena noticia, ¿cierto?
—Exacto. Parece que volvieron a recortar el presupuesto de desarrollo. Estaban consultando el ingreso de un técnico 3D de Succeed como contratación a mitad de carrera.
Así que eso significaba que habían hablado de la situación interna.
—Bueno, lo que cuentan los que se cambiaron de trabajo sobre su antigua empresa tenía que venir con un montón de debuffs . Podía pasar por alto la mitad, pero si consideraba la situación actual de ese lugar…
—Ah, seguramente es verdad.
Si uno hacía un ranking de las cosas que habían cambiado en esos seis años, Succeed sin duda entraría en el Top 3, y no habría sido raro que se llevara el primer lugar.
Así de tanto había cambiado esa empresa.
El detonante había sido una OPA hostil [1] lanzada de manera repentina.
Unos dos años después de que el proyecto de MysClo fuera congelado, más de la mitad de las acciones de Succeed —recién salida a bolsa en aquel momento— fueron compradas. La empresa que realizó la adquisición fue la filial japonesa de la compañía extranjera Classtic, y al principio se convirtió en un gran tema mediático con el típico: «¿Es otra de esas compras masivas del entretenimiento japonés por parte del extranjero?».
Sin embargo, tras la conferencia de prensa celebrada con representantes de Classtic, cuando se anunció que la presidencia de Succeed sería heredada por un familiar del entonces presidente, el furor mediático se esfumó de inmediato: «Ah, solo es nepotismo».
Pero quienes habíamos estado relacionados con la empresa —yo incluido— nos dimos cuenta de que esa sucesión era, en realidad, el mayor de los cambios.
…El nuevo presidente era Koh Matsuhira.
Aquel Matsuhira-san que, en su momento, había sido expulsado de la empresa por su propio padre, quedándose sin camino cuando aún estaba a mitad de sus aspiraciones.
Nadie sabía cómo había logrado unir fuerzas con Classtic ni qué métodos había empleado para comprar la compañía. Pero, como hecho innegable, él había regresado a la empresa de la que una vez lo habían despojado… y esta vez con el poder real en sus manos. Era una figura tan respetada que incluso había formado una corriente de simpatizantes dentro del departamento de desarrollo. Por su carácter y su pasión por los juegos, todos en la empresa pensaban que esa adquisición sería el inicio de un cambio positivo. Seguramente todos creían eso.
Sin embargo, esa expectativa terminó fallando de manera significativa en algunos aspectos.
—¿Por qué se volvió tan hostil el ambiente hacia el departamento de desarrollo? —preguntó Kuroda, ladeando la cabeza.
Por lo que se filtraba desde dentro de la empresa, la nueva Succeed había reducido drásticamente el tamaño del departamento de desarrollo de videojuegos y, en su lugar, había convertido el desarrollo de software ajeno a los juegos y la construcción de sistemas BtoB [2] en su principal línea de trabajo.
Por supuesto, los miembros del departamento de desarrollo que esperaban una mejora en sus condiciones laborales terminaron sintiéndose traicionados, y comenzaron a irse a otras compañías como si se le fueran cayendo los dientes a la empresa.
Y en esa Succeed, que podía considerarse casi a punto de hundirse, la persona que ejercía como jefa del departamento de desarrollo era…
—¿Kawasegawa estaba en una situación tan difícil?
Era Kawasegawa Eiko, quien, tras el fracaso de aquel proyecto, había sido contratada oficialmente y había ingresado en Succeed.
—Como te dije antes, no lo escuché directamente de ella ni de nadie de dentro. No puedo asegurarlo… —Kuroda frunció el ceño y añadió—: Pero al menos, dudo mucho que fuera un buen entorno.
—…Ya veo.
Me dolió el pecho al pensar en la situación de Kawasegawa.
Sus seniors más fiables habían ido renunciando uno tras otro, y ella había terminado siendo empujada a asumir la jefatura del departamento. Pero si le faltaba experiencia y, encima, la empresa la trataba mal, entonces no era más que una jefa de nombre, sin ningún poder real.
En su época de estudiante, Kawasegawa había sido alguien que valoraba más lo práctico que el prestigio. Para alguien como ella, la situación en la que —seguramente— estaba ahora debía resultarle insoportable.
Y luego está aquella llamada del otro día…
Aquella llamada telefónica que había sonado de repente. Al final, nunca supe el motivo. Yo tampoco devolví la llamada, y de su lado nunca volvió a marcar.
Sin embargo, al pensar en ello basándome en lo que me había contado Kuroda, surgía una posibilidad.
Quizás aquello había sido algún tipo de señal.
Si pensaba en eso, también podía entender por qué no hubo una segunda llamada. Tal vez, siendo como era ella, había dudado o se había contenido por consideración hacia mí.
De todos modos, por ahora no podía hacer más que especular.
—Bueno, reuniré un poco más de información. Si Kawasegawa llega a contactarte, Hashiba, avísame. Pensaré en algo.
—Claro, lo haré.
Al responderle, Kuroda mostró una sonrisa animada, algo impensable si recordaba cómo había sido en el pasado.
—Al fin y al cabo somos del mismo gremio. Quiero ayudarla como amigo.
Sus palabras resonaron extrañamente en mi cabeza.
Claro… Kuroda todavía sigue… del otro lado.
Quién iba a decir que me daría cuenta de ese cambio de posiciones justo en un momento así.
Si llegaba el caso de que ella me pidiera ayuda, quizás ni siquiera podría salvarla.[1] «Oferta pública de adquisición» (OPA), especialmente una que busca tomar control de una empresa.
[2] «Business-to-Business», soluciones entre empresas.
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