Historias de Leo Attiel


Vol. 3 Prólogo

Recientemente, tanto antes de dormir como después de despertar, Leo Attiel había estado teniendo dos tipos diferentes de alucinaciones.
Primero, justo antes de dormirse, cuando se arrojaba sobre la cama, estirado con la espalda contra el colchón. Si lo hacía con suficiente fuerza, sentía como si pudiera echar un vistazo a su propia espalda, dejada atrás en esa fracción de segundo antes de lanzarse hacia atrás.
Buenas, Leo Attiel.

Leo habló con su propia espalda.
¿Cómo estuvo el día de hoy? ¿Tomaste el asunto en tus propias manos? ¿Manejaste bien las cosas como “Lord Leo”?
Su espalda contestaba entonces,
Bueno, nada se nos fue de las manos. Pero no pude hacer todo lo que me había propuesto hacer esta mañana. Los problemas siguen acumulándose. Había todo tipo de cosas con las que quería llegar más lejos, pero ya se ha acabado para mí hoy. Dejaré el resto para mañana.
¿De verdad? Mientras Leo sonreía, la sombra de la espalda que tenía ante él se volvía borrosa y desaparecía. Bueno, entonces, seamos “Lord Leo” mañana también.
Cerró los ojos mientras pensaba eso.
Lo que Leo quiso decir con “Lord Leo” era su visión de un futuro Leo, vestido de esperanzas e ideales.
Leo realmente quería convertirse en ese tipo de persona. Teniendo en cuenta que antes incluso le había disgustado su apellido, “Attiel”, había habido un claro cambio en él, psicológicamente hablando.
Por ejemplo, aunque siempre le había gustado leer libros, ahora a veces se daba cuenta de que había una diferencia en la forma en que seguía las palabras en una página. Antes, simplemente había admirado estos mundos que le eran desconocidos y en los que probablemente nunca pondría un pie. Ahora era diferente. Cuando leía cuentos históricos que representaban a héroes de tiempos pasados y cercanos, sentía que un día sería como ellos, que un día tendría que ser como ellos.
Así es como tiene que ser.
Sin embargo, esa convicción no sólo traía consigo esperanza y, a veces, era la desesperación, su opuesto exacto, lo que atraía al corazón del joven.
Estaba dolorosamente consciente de que cuando adquiría una pieza de conocimiento, necesitaba cien o doscientos elementos más de conocimiento antes de poder comprenderlo plenamente. Si anhelaba ser como un héroe, también temía los miles de escalones que tendría que subir para ser como él.
Había decenas de miles de futuros Leo Attiel extendidos ante él. Por eso, a veces olvidaba quién era.
Durante el día, estaba totalmente absorto en todas esas cosas, y era sólo en el poco tiempo antes de irse a dormir en su cama que era traído de vuelta a su yo original. Su espalda eran los restos persistentes del “yo del día que no soy yo”.
Entonces se dormía.
Leo no había estado soñando recientemente. Solo dormía profundamente.
Pero en lugar de sueños, cuando el sol de la mañana bañaba su cama y lo despertaba, veía una ilusión diferente.
Desde que tenía once años, había pasado más de seis años en la tierra de Allion. Fue mucho tiempo, desde la infancia hasta la pubertad. Así que, tanto si la cama en la que yacía estaba en Tiwana, la capital, o en el castillo de Guinbar, o incluso en una habitación del templo de Conscon, Leo a veces tenía la impresión de que aún estaba en la mansión de Claude Anglatt.
Si abría la puerta y bajaba, olía el desayuno que la esposa de Claude, Ellen, había preparado. Los hermanos Walter y Jack ya estaban en la mesa, charlando, y Florrie, que ayudaba a preparar la comida, le saludaba con un: “Buenos días, Leo-niisama”, mientras le regalaba una sonrisa tan bonita como las flores de temporada que a veces decoraban la mesa.
Esa ilusión era tan vívida como la realidad, pero desaparecía por completo una vez que su cuerpo y su mente estaban completamente despiertos.
Una a una, repasaba mentalmente todas las cosas que necesitaba hacer hoy, y todas las que necesitaría para empezar mañana, así como todas las cosas que se habían estado moviendo ayer y de las que necesitaba comprobar el progreso.
Había demasiadas cosas que tenía que seguir. ¿O tal vez él era el que estaba siendo seguido? – De cualquier manera, otro nuevo día había comenzado.
Si esto acercase o no a Leo Attiel a su anhelada imagen de “Lord Leo”, cualesquiera que fueran sus luchas, sus desafíos o sus pruebas, era un nuevo día.