Las hadas, al ser
tan pequeñas y ágiles, eran las mejores exploradoras.
Al menos lo parecía,
pero la verdad es que no eran tan buenas.
Fisiológicamente
tenían una tendencia a brillar débilmente.
Durante el día
estaba bien, pero por la noche o en bosques oscuros, como en el que se
encontraban en ese momento, sobresalían como un pulgar dolorido.
Por lo general, no había problema aunque destacaran, ya que volaban rápidamente y eran lo suficientemente ágiles como para escabullirse de cualquier posible perseguidor.
El mayor problema
era que las hadas, como cabezas huecas que eran, tendían a olvidar su propia
naturaleza.
Era como esconder la
cabeza sin cubrirse el culo.
Las hadas intentaban
utilizar la cobertura de la oscuridad para escabullirse, sin saber que eran una
fuente de luz y acababan siendo descubiertas y atrapadas.
Afortunadamente,
rara vez se las mataba, incluso cuando eran capturadas.
La mayoría de la
gente mantenía a las hadas que detenían vivas para cosechar el polvo que
desprendían sus cuerpos, mientras que otros individuos más supersticiosos
pensaban que matar a un hada te hacía ganar un billete de ida al infierno.
A decir verdad, Bash
no tenía muchas esperanzas en la operación de reconocimiento del Hada.
Si volvía sana y
salva, entonces bien, eso era todo.
Cuando se trataba de
Zell, no la atraparían si lo único con lo que se enfrentara fuera con los osos bicho,
y si la atrapaba una persona, entonces definitivamente no la matarían.
Si terminaba siendo
capturada, Bash sólo tendría que seguir el rastro de Zell, tal como lo había hecho
durante la guerra.
Y, como era de
esperar, ella no regresó.
—Parece que la
atraparon.
Bash y los demás
habían seguido el olor de Zell hasta una pequeña zona densamente boscosa.
Frente a ellos había
una cueva cuya entrada estaba hábilmente camuflada con lianas, hojas y raíces.
Si no les hubieran
dicho que había una cueva allí mismo, Houston y los demás humanos no habrían
reparado en ella.
—Esto parece una
operación hecha por el hombre. Parece que alguien está controlando a los osos bicho.
—¿Un domador de
bestias?
Una de las muchas
aplicaciones de las Artes Secretas Démonas era el control de bestias y
monstruos mágicos.
Inicialmente, sólo
la Federación de las Siete Razas tenía acceso a esta técnica, pero en el transcurso
de la larga guerra, fue analizada, y su uso acabó extendiéndose a todas las
naciones.
Llegó a ser tan
conocida y estudiada que un sabio humano consiguió utilizarla para controlar a
un gigantesco dragón.
Con el fin de la guerra
y la firma del tratado de paz, muchos antiguos soldados se encontraron sin
trabajo y no pudieron o no quisieron abandonar su antigua profesión y
habilidades.
No era difícil creer
que algunos ex domadores de bestias militares se hubieran dedicado al bandolerismo
para ganarse la vida.
—¡Si ese es el caso,
entremos de inmediato! Rescataremos al hada, mataremos a todos los osos bicho y
arrestaremos al domador de bestias. ¿No es así, Sir Houston?
Judith insistió.
Si alguien estaba
atrapado, debían rescatarlo, era lo más natural.
—No, debemos esperar
hasta el anochecer.
Pero Houston no
quería saber nada.
—No conocemos la
disposición de su escondite. Ni siquiera sabemos cuántos de ellos hay allí. Si
entramos sin estar preparados, nos matarán a todos. Por lo menos, deberíamos
esperar hasta que oscurezca, para tener algo de cobertura.
—Eso es…
El objetivo era una
caverna.
Un lugar que
posiblemente podría ser la base del enemigo.
Siguiendo el manual,
lo correcto sería volver a la ciudad y pedir refuerzos.
Con 20 o 30 hombres
a cuestas, rodearían la caverna y los harían salir con humo, literalmente, y
los capturarían o matarían una vez que fuera inevitable tratar de huir para
evitar la asfixia.
Al menos eso es lo
que Houston habría hecho si fuera una situación normal.
Pero ahora mismo,
uno de sus aliados estaba cautivo.
Nadie sabía cómo
tratarían los ladrones al prisionero.
Habían sido
extremadamente cuidadosos hasta este momento.
Si se enteraban de
que el equipo de asalto venía hacia ellos, primero pensarían en deshacerse de
cualquier “equipaje innecesario”.
Dicho esto, era poco
probable que mataran a Zell de inmediato.
Zell era un hada,
que aparentemente viajaba sola.
A no ser que se
escabullera y confesara, los asaltantes no sabrían que tenía compañeros cerca.
Y tampoco era un
hada cualquiera. Era una veterana experimentada. No les dejaría saber ninguna
información importante tan fácilmente.
En ese caso, era
razonable suponer que los ladrones la embotellarían y la mantendrían como
suministro de polvo de hada.
Por supuesto, si
fuera por Houston, habría operado de otra manera.
Él vería al Hada
deambulando como una señal de lo que vendría, la mataría de inmediato y huiría
de la cueva.
Pero a los ladrones
parecía irles bien.
Cuando las cosas van
bien, es difícil tomarse el más mínimo obstáculo como un aviso de que hay que
dejarlo todo y salir corriendo.
Sin embargo, no
podían seguir siendo optimistas.
Sí, la frivolidad y
ligereza de Zell era algo a tener en cuenta…
Ella podría decir: “¡Jódanse,
chicos! ¡Mis amigos vendrán a salvarme enseguida! ¡La mejor seguridad de
Krassel! ¡Los van a pillar y les van a cortar la cabeza! ¡adiós cabeza!”
Si eso ocurriera,
entonces sería una historia diferente.
Al principio,
probablemente se reirían de esa afirmación.
Después de todo,
esas eran sólo las palabras de un hada tonta y demasiado habladora. Nada más
que un botiquín andante (pero sobre todo volador).
Pero eso sólo
duraría hasta el amanecer de mañana.
Después de dejarlo
reposar por una noche, se darían cuenta de la gravedad de la situación.
Y cuando el sol
estuviera por fin en lo alto del cielo, la vida de Zell habría desaparecido, y
los asaltantes habrían huido hace tiempo.
Estos bandidos eran
lo suficientemente meticulosos y cuidadosos como para haber evitado ser
detectados por las tropas de Krassel hasta ahora. Eso es lo que harían.
Para ser sinceros, a
Houston le parecería bien esta conclusión.
Los incidentes en la
carretera cesarían, y la paz de Krassel se restablecería.
Sólo que, en este
momento, él estaba frente a sus hombres.
Zell no era su
subordinada, pero no daría una buena imagen abandonar a un prisionero aquí y
ahora.
Y aún más
importante, estaba frente a Bash. Houston no tenía el valor de darle la espalda
a la preciada amiga del Héroe Orco.
Por lo tanto, iba a
realizar una misión de rescate con sus fuerzas actualmente disponibles.
Sería aún peor si
desperdiciara la vida de sus hombres, así que decidió llevar a cabo una
incursión nocturna para aumentar la tasa de éxito de la misión.
Si Zell no llegara a
mantener la boca cerrada, los bandidos empezarían a ponerse nerviosos.
Ahora mismo estarían
preparándose para un ataque enemigo.
Pero su tensión no
duraría para siempre: al final tenían que dormir.
Esperando unas
horas, Houston y los demás podrían pillarlos desprevenidos.
Si el Hada seguía
viva, hacer esto debería aumentar sus posibilidades de salir de una pieza.
—¿Está bien eso, Sir
Bash?
Houston decidió
pedir la opinión de Bash.
Él tenía la fuerza
necesaria para entrar solo y aniquilar a todos los enemigos de dentro.
En ese caso, Houston
y los demás ni siquiera tendrían que participar.
Si ese era el caso,
¿por qué no entrar de inmediato?
Houston era un
hombre precavido.
No quería confiar en
un factor incierto.
Por supuesto, si
Bash no estaba de acuerdo con el plan de Houston y quería entrar, lo seguiría.
—…Está bien.
Pero Bash respondió
tras un momento de silencio.
Judith expresó su
disgusto ante su respuesta.
—¿Eh…? ¿A qué
esperas? ¡Tu amiga está cautiva! ¿No se supone que los orcos son guerreros
valientes que luchan con coraje sin importar las probabilidades?
—Sí, luchamos sin
importar la desventaja de la batalla. Pero los guerreros orcos también obedecen
órdenes. Lo que el Comandante decide, yo lo sigo.
Sólo en las primeras
etapas de la guerra los orcos se lanzaban repetidamente a la lucha, sin un plan
y confiando sólo en la fuerza de sus armas.
Después de un
tiempo, empezaron a utilizar emboscadas, incursiones cercanas, dividir y conquistar,
asesinatos en el campo de batalla, tácticas de tierra quemada, atacar las
líneas de suministro e incluso inundar los caminos y las carreteras más
utilizados.
Todas estas acciones
respondían a las órdenes del comandante.
Irónicamente, fueron
los humanos quienes enseñaron la organización militar a los orcos en el transcurso
de los cientos de años de guerra.
Aunque no podían
moverse con tanta sofisticación y precisión como los humanos, los orcos sí
podían pensar y actuar.
De lo contrario,
nunca se habrían creado los rangos jerárquicos militares como el de jefe de
pelotón, comandante de compañía y capitán de batallón.
Además, los orcos
tenían una ley: “Cuando estés en la aldea de otro clan, obedece al líder de ese
clan”.
En otras palabras,
Bash era un verdadero guerrero orco, e iba a considerar a Houston como su
comandante.
—Además, Zell estará
bien.
—No sé en qué te
basas… ¡Argh, no tenemos tiempo para hablar de esto! Sir Houston, por favor, deme
la orden. ¡Yo dirigiré a nuestros soldados, y los seis entraremos y mataremos a
todos los que estén dentro!
Houston se acarició
la barbilla mientras tanto Bash como Judith le miraban.
—Hmm… Judith tiene
razón, temo por la vida de Lady Zell. Claro, a menudo se dice que las hadas no son
asesinadas, pero eso no es un absoluto. ¿Tiene alguna razón para creerlo?
—Ella sobrevivió a
la guerra.
Houston reflexionó
sobre las breves palabras de Bash.
Incluso las hadas
mueren cuando las matan.
Pero Zell era un
Hada que había sido atrapada un tremendo número de veces durante la guerra
Y, sin embargo,
sobrevivió.
A primera vista,
parecería que tuvo una suerte increíble.
Pero… Houston no lo veía
de esa forma.
Hubo muchas ocasiones
en las que había sido capturada.
El Comandante de los
Caballeros era consciente de las múltiples ocasiones en las que las fuerzas
humanas la habían hecho cautiva.
Ahora bien, si se
incluían las veces que había sido capturada por las otras facciones de la
Alianza, el número sería bastante grande. Un hada común y corriente
probablemente habría muerto cien veces más.
Pero Zell seguía
volando alegremente hasta el día de hoy. Esto no era una simple casualidad.
—Ya veo… Sí, ella es
“La Carnada Caza Bobos Zell” después de todo. No estoy del todo convencido,
pero esperemos lo mejor.
Zell era famosa por
derecho propio.
Incluso se había
ganado un apodo: así de activa había sido en la guerra.
Independientemente
de si realmente estaba a la altura, definitivamente tenía un mínimo de
habilidad.
—Muy bien, todo el
mundo a la espera de mis órdenes. Vigilaremos la cueva desde fuera del alcance
ineficaz de la magia de insonorización, y atacaremos cuando estén dormidos.
Houston había
decidido esperar y ver.
Judith aún no estaba
convencida.
—¡Por favor, Sir Houston!
—¿Hmm? ¿Sí?
—¡Uno de nuestros
aliados está cautivo ahora mismo!
—Así es, y por eso
estoy tomando todas las precauciones posibles. No tenemos tiempo para volver y
pedir refuerzos, así que montaremos un ataque nocturno con todos aquí.
—¡Deberíamos entrar
ahora!
—No, es demasiado
peligroso. Esperen.
Respondió Houston
con severidad.
Los hombros de
Judith se desplomaron y retrocedió.
Pero seguía pareciendo
insatisfecha.
Su jefe estaba dando
más importancia a las palabras de Bash que a las suyas propias, y si las cosas
seguían así, él se llevaría todo el mérito de la resolución del caso.
Houston pensó que
probablemente ella estaba descontenta por eso.
Supongo que no se
puede evitar, después de todo es su primera misión real.
Aunque se sentía
así, ahora él estaba al mando.
En el momento en que
había anunciado que la acompañaría, ya no era una misión sólo de Judith.
Aunque había tomado
el mando del caso a mitad de camino, se aseguraría de que todos sus hombres
volvieran con vida y de que el caso se resolviera.
Estas eran las
intenciones de Houston.
—Bien, entonces uno
de nosotros hará la guardia mientras el resto duerme un poco… Bash, ¿está bien?
—Yo seguiré las
órdenes del comandante.
Bash respondió,
apoyando su espalda en un árbol cercano y cerrando los ojos.
—Muy bien, entonces.
Jet, tú eres el vigía. Si pasa algo, despiértame.
Quedaban cinco horas
para la puesta de sol.
En ese momento dejaría
que el centinela se durmiera y asignaría a otro soldado para vigilar la
entrada. Esos dos serían los refuerzos. El resto entraría.
Dejaría a esos dos
atrás por si necesitaba un mensajero que volviera a la ciudad y le contara al
subcomandante lo que había sucedido; por ejemplo, si llegaban refuerzos
enemigos en mitad de la noche o si Houston y los demás eran aniquilados.
Normalmente, sería
el propio Houston quien asumiría este papel.
Judith era la
comandante de campo.
Como jefe ejecutivo,
Houston tenía que ir a lo seguro.
Sin embargo, frente
a Bash, no podía permitirse el lujo de permanecer a salvo en la retaguardia.
Tenía que unirse al
asalto.
—…
Pero Houston se
había olvidado.
Los soldados, sin
embargo, no habían dejado de recordar que Judith era todavía una novata,
habiendo sido caballero durante sólo un año.
Fue nombrada
caballero después de la guerra y sólo había ejercido como tal en tiempos de
paz.
Y él no se dio
cuenta.
No se dio cuenta de
que sus subordinados estaban tratando de dar a esa nueva caballero un buen
empujón, un empujón a su carrera.
Estaban un poco frustrados con Houston, que era cuidadoso y cauteloso, dando mucha importancia a las palabras del orco…
Parte 2
Mientras tanto, Zell
rogaba desesperadamente por su vida.
—¡De verdad, sólo
estaba de paso! Mientras viajaba sola con sólo la ropa que llevaba puesta,
encontré una cueva que parecía agradable. No tenía ni idea de que fuera su
casa, y me disculpo de todo corazón por entrometerme. Siento mucho, mucho,
mucho, mucho que los haya molestado. Soy un hada, así que puedo hacer polvo.
¡Polvo! A todo el mundo le gusta el polvo, ¿verdad? ¡Polvo de hadas!
Justo cuando entró
en la caverna, naturalmente, Zell se vio atrapada, y siguió diciendo cosas
similares todo el tiempo mientras estaba rodeada de criminales de aspecto
vicioso.
Los bandidos
parecían desconcertados.
Habían notado una
inquietante luz brillante que revoloteaba por la cueva, y cuando finalmente la
atraparon, comenzó a rogar por su vida durante toda una hora.
Los bandidos,
acostumbrados a oír a los cautivos suplicar por su vida, no pudieron evitar
compadecerse de ella, ya que estaba atada en una diminuta estera de bambú y se
arrastraba como una oruga, e incluso les besaba la planta de los pies.
Aunque no era muy sabido,
antes de formar equipo con Bash, esta Hada era conocida como “Zell la Mendiga”.
También había sido
capturada por el infame “Devorador de Hadas Gordon”, que se comía a todas las
Hadas que entraban en sus garras y salió viva.
Su acto de mendigo
inducía a la compasión a todos los que la escuchaban.
Era una de las
muchas técnicas que habían permitido a Zell sobrevivir a la guerra.
—Bueno, supongo que
en realidad no necesitamos matar Hadas, ¿verdad?
—Sí, supongo… también
está el polvo.
—Yo de ninguna
manera lo haré. No quiero que me maldigan.
Los bandidos se
miraron entre sí mientras decían esto.
Estos hombres
peludos, corpulentos y desaliñados eran todos humanos.
Se decía, desde hace
mucho tiempo, que quitarle la vida a un Hada te maldecía a ti y a todos tus
descendientes.
Teniendo en cuenta
el hecho de que el polvo que emanaba de sus cuerpos curaba las enfermedades y
las heridas y que ella no representaba casi ningún peligro por sí misma, no
había ninguna razón real para matarla.
—Así que, oigan,
¿qué tal si me desatan y dejan que todos se bañen en mi polvo, eh? ¿No suena
bien? Polvo feliz, feliz para todos.
—¿Eres estúpida? De
ninguna manera te voy a liberar.
Por desgracia, Zell
siguió tan encerrada como siempre.
Las hadas eran criaturas
efímeras.
Los miembros de esta
banda no eran idiotas. Sabían que ella huiría en el instante en que las cuerdas
se soltaran.
Cuando se atrapaba a
un Hada, se la guardaba en una jaula o en un frasco, y se recogía su polvo
durante años.
Esa era la forma
habitual de tratarlas.
—¡No, de verdad!
¡Deberían desatarme! ¡El polvo sale mejor cuando no estoy atada así! ¡En serio,
produzco tanto, tanto, tanto, que en casa me llamaban “Sopla Polvos”! Lo juro.
Zell era consciente
de ello.
Por eso intentaba
desesperadamente apelar a ellos y no ser retenida más de lo necesario.
Bueno, la mayoría de
las veces no funcionaba.
—Oigan. ¿Qué está
pasando aquí?
Una voz fuerte y
baritonal resonó detrás de los bandidos.
Todos se giraron al
unísono.
—¡Jefe!
Parecían felices.
Cuando algunos de
los bandidos retrocedieron, la figura de este “Jefe” apareció a la vista de
Zell.
El bandido al que
llamaban “Jefe”.
Ella se había preguntado
qué clase de hombre desagradable era este “Jefe”, y efectivamente, era un hijo de
puta de aspecto vicioso.
Tenía unos brazos
gruesos y musculosos, una boca ancha y dentada, y unos ojos afilados y
penetrantes.
Llevaba un chaleco
de cuero desgastado y un collar adornado con calaveras colgado del cuello. Un
conjunto macabro sin sentido de la cohesión ni de la moda.
Y entre todo ello,
su rasgo más distintivo era el color de su piel.
Verde.
Y para rematar, dos
largos y afilados colmillos sobresalían hacia arriba de sus labios.
Sí, este “Jefe” era
un orco.
—¡Ah… ah!
En cuanto Zell vio a
ese orco, sintió un destello de familiaridad que le tiraba desde el fondo de su
mente.
Un recuerdo nebuloso
y borroso.
No podía recordar su
nombre.
Pero el hecho de que
recordara algo significaba que se habían conocido durante la guerra.
—¡Jefe! ¡Oiga, Jefe!
¡Ha pasado mucho tiempo! ¡Soy yo! ¡Soy Zell! ¡Zell el Hada!
Como nota al margen,
Zell no era muy buena recordando los nombres o las caras de la gente.
El único orco que
podía identificar sin falta era Bash. A los demás sólo podía ponerles un nombre
vagamente.
Por supuesto, no
podía recordar el nombre del orco que tenía delante.
Por lo tanto, llamaba
a la mayoría de ellos “Jefe” o “Hermano mayor”.
—¿Eh? Eres uno de
los compañeritos de Bash, ¿no? ¿Qué estás haciendo aquí?
Y Zell era famosa.
Nadie desconocía al Hada
que seguía a Bash el Héroe por los campos de batalla, especialmente entre los
Orcos
—¡Oh, no, no, no,
escúchame Jefe! Cuando la guerra terminó, me aburrí y comencé a viajar por el
mundo. Y entonces me encontré con esta cueva. Y me dije, “¡vaya, qué bonita cueva!”.
¡Y olía a tesoro! Y entonces entré, pero resulta que no era el olor de un
tesoro, ¡sólo el hedor de ladrones apestosos y desaliñados! Por favor, ayúdeme,
jefe.
Zell dio un
respingo, cayendo como un pececillo fuera del agua, luchando por acercarse a
él.
Tenía un aspecto
absolutamente miserable, pero desde la perspectiva de este “Jefe” orco, ella también
era una compañera de armas.
Ni siquiera podía
contar el número de veces que había sido salvado por Bash y esta pequeña Hada.
—Muy bien, muy bien…
desátenla, la conozco.
—¿Está seguro? Las
hadas son conocidas por ser habladoras. No podemos dejar que nadie sepa que
estamos aquí…
La fea cara del orco
se torció al mirar a los reacios bandidos.
Acercando su rostro
a Zell, susurró astutamente.
—Oye, que estemos
aquí es un secreto. No se lo digas a nadie, ¿de acuerdo?
—¡Por supuesto, no
se lo diré a nadie! No te preocupes. ¡¿Alguna vez he contado algún secreto a
alguien?! ¡Nunca nadie me ha hecho rajar! ¡Nadie! ¡Tengo los labios más
rígidos! Si fuera tan habladora, el señor Bash ya habría muerto mil veces y le
habrían construido una bonita estatua conmemorativa en el país de los orcos.
Esto era técnicamente
la verdad.
A menudo divulgaba
cosas que no eran secretos. Pero, por otra parte, qué conocimientos se consideraban
secretos y cuáles no lo eran quedaban a su discreción.
Es por eso que ella
nunca filtró un secreto.
—Oye, libérala.
—…Ugh.
Los bandidos
parecían tener algunas reservas sobre las palabras del Jefe, pero finalmente,
cedieron y desataron las ataduras de Zell.
En el momento en que
el hada fue liberada, en lugar de hacer una carrera loca por la libertad,
revoloteó en el aire frente al bandido orco.
—¡Muchas gracias por
ayudarme! Así es el Jefe. Pero oye, Jefe, ¿qué haces aquí con un grupo de humanos?
Su tarea era reunir
información.
Por muy libre que
fuera, no había olvidado su trabajo.
—Eh, qué demonios,
te lo diré. Némesis quiere ser amigo de los Humanos. Y yo pensé: ¿de qué sirve
un orco si no puede luchar? Al diablo con eso. Así que me fui por mi cuenta. Y
entonces conocí a estos tipos, y nos llevamos bien.
Los bandidos se
rieron mientras el orco miraba a su alrededor,
—Al principio pensé
que esto no funcionaría. Yo soy un orco, ellos son humanos. Pero resulta que
hay gente de otras razas que piensan lo mismo.
—¡Vaya, así que toda
esta gente de aquí son sólo guerreros en busca de pelea, eh! ¿Matan a todos los
que ven? ¡¿Un Ejército Destructor?!
—¡Sí! Bueno… eso es
lo que nos gustaría hacer, pero no funcionaría. Ahora mismo, estoy acumulando
poder poco a poco, así que nadie, ni orco ni humano, puede descubrirlo. Y
cuando sea lo suficientemente fuerte, ¡comenzaré las actividades a gran escala!
—¡Ohh! ¡No esperaba menos,
Jefe!
Mientras fingía estar
impresionada y sorprendida por la declaración del orco, Zell flotó alrededor,
reflexionando sobre cómo salir de aquí ahora que tenía lo que necesitaba.
Entonces se fijó en
varias siluetas grandes, en lo profundo de la oscuridad de la cueva, con los ojos
brillando en las sombras.
—¡Ey! ¡Hay algo ahí
abajo!
—Je, no es un algo.
¿Te has olvidado? Soy un domador de bestias.
Sus palabras le
recordaron a Zell las Artes Secretas Démonas.
Una técnica extraña,
ligeramente diferente a la magia estándar.
Un poder oscuro que
podía ser utilizado incluso por los no magos.
Un método para
nublar la conciencia de alguien y someterlo a tu voluntad.
Que podría utilizar
para, por ejemplo, manipular bestias mágicas de baja inteligencia…
—¡Tú controlas a los
osos bicho!
Justo en ese
momento, la identidad del orco salió de las profundidades del pequeño cerebro
de Zell.
El nombre de este
orco era Boggs.
Uno de los ocho
capitanes de batallón supervivientes.
Boggs el Maestro de
Bestias.
Los cientos de osos bicho
que controlaba habían enviado a miles y miles de humanos a la tumba.
Por supuesto,
controlar a los osos bicho no era lo único que podía hacer.
Todos los orcos eran
guerreros por derecho propio.
Además de sus
habilidades como domador, el propio Boggs blandía una maza de acero y había
aplastado personalmente a cientos de enemigos.
Era un veterano que
había pasado más de 40 años de su vida en el campo de batalla.
—Bueno, su número ha
disminuido bastante…
Boggs miró con
cariño a los osos bicho que descansaban en la esquina de la cueva.
Durante la guerra,
el Domador de Bestias tenía más de cien de estas criaturas a su cargo.
De todos los orcos,
él era el que más podía controlar.
Pero al final del
conflicto, sus osos bicho habían sido devastados y su número se había reducido
a un solo dígito.
Hoy en día, sólo
quedaba una docena más o menos.
Un par de ellos eran
grandes, musculosos y con cicatrices: bestias veteranas con claros signos de
batalla.
El resto, sin
embargo, parecían adolescentes.
Sus cuerpos estaban
significativamente menos trabajados que los más experimentados.
Los osos bicho de
Boggs eran una baza de los orcos. Eran más fuertes que los ogros y más rápidos
que los hombres lagarto.
—Bueno, eso es sólo
por ahora… Estoy aumentando constantemente su número. Y luego los entrenaré y
reuniré el ejército más fuerte que esta tierra haya visto jamás.
Mirando a la manada,
Zell se dio cuenta de que algunos de ellos eran todavía increíblemente
pequeños, del mismo tamaño que ella.
Cachorros de osos
bicho.
Un oso bicho recién
nacido tardaba medio año en convertirse en un adulto.
Raramente se les
veía como jóvenes.
—¡Cuando eso ocurra,
yo me convertiré en el Rey Orco y conquistaré el mundo!
Los bandidos humanos
aplaudieron, elogiando a Boggs por su gran ambición.
Hubo gritos de
alabanza y aprobación.
Pero para Zell, los
bandidos no parecían tan motivados.
Parecían estar
satisfechos con una vida de ocio y pequeños delitos y sólo rendían pleitesía al
veterano orco.
—Garurururu…
De repente, uno de los
osos bicho rugió.
Al oírlo, Boggs y varios otros bandidos se levantaron, con las armas en la mano.
Parte 3
—¡¿Qué está
pasando?!
—¡Hay un intruso! ¡Vamos,
chicos!
Agarrando su maza de
acero, Boggs salió corriendo hacia la entrada de la cueva.
Los osos bicho y los
bandidos le siguieron.
Como individuos que
habían pasado por años de guerra, fueron rápidos en actuar.
Momentos después,
las luces se apagaron.
Sólo el tenue
resplandor que emanaba de Zell iluminaba el entorno.
Se había quedado
completamente sola: esta era su oportunidad de escapar.
Sin embargo, el
hecho de que los bandidos se hubieran referido a un “intruso” molestó al hada.
Había algo… fuera de
lugar en la forma en que Bash había decidido precipitarse.
—¡Maldita sea! ¿De
dónde demonios ha salido eso?
—¡Oigan, hay una mujer
aquí! ¡Hay una chica!
—¡Que alguien traiga
algo de luz aquí! ¡Gahhh!
—¡Quién está abajo!
¡Oigan!
—¡No lo sé, está muy
oscuro! ¡Aah!
—¡Entonces, trae
algo de luz por aquí!
Durante un rato, la
cacofonía de la batalla resonó en la cueva.
Pero no hubo ningún
choque de metal contra metal, sólo golpes sordos y gritos.
Había gente luchando.
Pero Bash no estaba
allí.
Si fuera él, los sonidos
procedentes del combate habrían sido mucho más fuertes y llamativos.
Presintiendo que
algo pasaba, Zell decidió quedarse quieta.
Esto ya había
ocurrido antes durante la guerra.
En casos como éste,
a menudo le resultaba mejor quedarse quieta que buscar inmediatamente la forma
de escapar.
—Bien…
Zell despegó con un
movimiento de sus alas.
Cuando las cosas
eran inciertas, el reconocimiento se convertía en la prioridad.
No podía ver tan
bien en la oscuridad, pero al menos sería algo.
Esta era su línea de
pensamiento mientras corría por los pasillos de piedra, pero cuando por fin
llegó, la batalla ya había terminado y las luces habían sido restauradas.
El tenue resplandor
de las antorchas reveló a los soldados heridos, que se arrastraban por el suelo
de tierra.
En su centro estaba
Judith, rodando dolorosamente por el suelo, con la cabeza sangrando y las manos
atadas.
“…¿Qué es esto?”
“Oh, Zell… bueno,
creo que puedes entenderlo. Parece que los caballeros locales están aquí para
acabar con nosotros.”
“Ah…”
Judith miró hacia
Zell.
Por un segundo, el
hada se preocupó de que Judith revelara su identidad como exploradora. Zell se
estaba haciendo pasar por uno de los “chicos malos”, y cualquier cosa que
dijera la caballero podría haber descubierto su tapadera.
La mujer caballero
pareció sorprendida por un momento, pero rápidamente lanzó una mirada de odio a
Zell.
El significado de su
cambio de expresión no estaba claro para Zell.
Pero ella era la
mujer a la que Bash le había echado el ojo.
Fuera lo que fuera,
no podía dejarla morir.
—Jejeje… Oye, Jefe,
¿puedo tener a la mujer?
—Idiota, ella es
para todos nosotros.
—Sí, no puedes
quedártela para ti.
—De acuerdo, metan a
la chica en la cárcel, maten a los hombres y echen sus cadáveres fuera.
La cara de Judith se
puso pálida al escuchar esto.
—Kuh… urgh… sólo…
mátenme…
Pronunció palabras
valientes, pero su rostro estaba angustiado por el miedo.
Sus ojos estaban
mojados por las lágrimas, y sus dientes rechinaban.
Un silencioso
sollozo escapaba ocasionalmente del fondo de su garganta, como si estuviera a
punto de romper a llorar.
Vaya, esto es
bueno.
Zell pensó que era
la oportunidad perfecta.
Una mujer caballero
en situación desesperada.
Si Bash podía
salvarla, sus acciones subirían exponencialmente.
No sería una
exageración decir que el corazón de Judith ya estaba en la bolsa.
—¡Oigan! ¡No pueden
matarlos ahora mismo, saben! Han estado de incógnito todo este tiempo, ¿quieren
arruinarlo? Escuchen, si alguien encuentra los cuerpos, los caballeros
pulularán por este lugar. Vendrán en tropel.
Los bandidos miraron
con desdén a Zell. ¿Quién era esta pequeña hada para decirles qué hacer?
Pero ella ni
siquiera se inmutó.
Sobre todo, porque
esta hada en particular tenía la habilidad de ser absolutamente incapaz de leer
la atmósfera.
—¡Sí, eso es!
¡Ejecutaremos a estos tipos fuera, mañana por la mañana! Entonces, lo prepararemos
para que parezca que los osos bicho lo hicieron. Encontraremos un pequeño y
bonito claro en el bosque, y rociaremos sangre por todas partes. Luego
pondremos un par de cadáveres de osos bicho alrededor y fingiremos que fue una
batalla muy reñida que los caballeros desgraciadamente perdieron. ¡Uf, si me
pusiera en el lugar de los humanos, hasta yo me engañaría! ¡Y los humanos son
inteligentes! Escuchen, chicos, ustedes tienen algo bueno aquí, ¿verdad? Un
pequeño y agradable negocio, robando a la gente, ¿verdad? Sería una pena dejar
que todo se desperdicie. ¡Oh! ¡Y mañana, estará bonito y luminoso, y los matarán
pudiendo ver claramente sus caras, cierto! Estarán desesperados y asustados y
todo eso. Sí, matarlos así definitivamente se sentiría bien, ¿verdad?
Las palabras de Zell
salieron como los virotes de una ballesta de repetición y cayeron sobre los
bandidos como una lluvia de flechas, cambiando gradualmente su actitud hacia
todo el asunto.
—Huh, supongo que es
cierto.
—Siempre podemos matarlos,
¿no? No es necesario hacerlo de inmediato.
—Sí, supongo que
podemos permitirnos hacer eso.
Las palabras de Zell
tenían el suficiente encanto como para hacerles reflexionar sobre sus posibles
acciones.
En algunos rincones
de Vastonia, también se la conocía como “Zell la Aduladora”.
No hay nadie que no
se dejara tentar por los halagos de esta hada.
—Ah, eso suena bien.
De acuerdo, tomen a todos los hombres y enciérrenlos… Y a ti, mi querida
caballero, te haré probar el cielo delante de tus subordinados, jeje…
Finalmente, Boggs
tomó su decisión.
Agarró a Judith por
el pelo y la arrastró a las profundidades de la cueva.
Mientras la
arrastraban, la caballero miró a Zell con desesperación y el dolor de la
traición en sus ojos.
¡Sí! Muy bien
señor, ya tengo todo preparado. He hecho todo lo que he podido. Si esto no
funciona, nada lo hará. Todo lo que tienes que hacer ahora es aparecer en el
momento adecuado y salvar a esta pobre damisela en apuros.
Aunque la
perspectiva de Zell era… ligeramente diferente.
Cuando Bash se
despertó, encontró a Houston sujetando nerviosamente su propia cabeza y
tirándose del pelo.
—En serio… esto no
puede ser verdad… no puede ser…
Y no había rastro de
Judith y los demás.
—¿Qué pasó con los
otros hombres?
Al oír a Bash,
Houston miró hacia él, con los ojos huecos y hoscos.
—Me avergüenza decir
que parece que nos han lanzado un hechizo de sueño y se han adelantado a
nosotros…
Magia de sueño.
Eran hechizos que
ponían al objetivo en un estado de sueño profundo durante aproximadamente una
hora.
—¿Tú les ordenaste
que entraran a toda prisa?
—No… fueron en
contra de mis órdenes…
—… ¿Los humanos
desobedecen las órdenes?
—A veces… si no
están de acuerdo.
Bash estaba frente a
un choque cultural.
En la sociedad orca,
quien desobedecía una orden era inmediatamente asesinado o desterrado del país.
Las órdenes eran
sagradas y absolutas.
—¿Qué hacen los
humanos cuando eso ocurre?
—Bueno, la mayoría
de las veces te dan un sermón y te descuentan la paga… posible arresto
domiciliario, o incluso la revocación del título de caballero, si procede.
—Ah… así que no es
un delito tan grave, ¿verdad?
—Estamos en paz… y
los humanos tienen muchos comandantes incompetentes. Hay un fuerte argumento
para estar en contra de morir debido a las órdenes procedentes de los
superiores ineptos… Me avergüenzo de mí mismo… Lo siento.
—Hmm…
Si Houston estaba
cualificado o no, no le importaba a Bash.
Le sorprendía que la
violación de órdenes no fuera una ofensa tan grave para los humanos, pero eso
no importaba ahora mismo.
Lo que importaba era
el olor a sangre que salía de la cueva.
Judith, la exquisita
hembra con la que intentaba casarse, podría estar en peligro.
—Entonces, ¿qué
hacemos ahora?
—Si nos lanzaron un
hechizo para dormir y aún no han regresado después de que sus efectos
desaparecieran, es muy probable que estén todos muertos. Lo mejor que podemos
hacer ahora es volver a Krassel y reunir una fuerza de ataque adecuada…
—¿Realmente es el
momento de pensar las cosas tan profundamente?
Bash miró fijamente
a Houston.
No podía retirarse
ahora.
—Tú estás al mando.
Seguiré tus órdenes.
Los orcos obedecían
a sus comandantes sin rechistar.
Pero aún podían
expresar sus opiniones.
Aunque no se
consideraba un acto muy encomiable.
—Los orcos no somos
cobardes. Seguiremos cualquier orden y lucharemos hasta el final.
Houston volvió a
mirar a Bash.
Piel verde, dos
colmillos, músculos tensos.
Era un orco pequeño
y anodino.
Pero era
inequívocamente el hombre del que Houston había huido durante la guerra.
El Houston de
siempre habría abandonado a Judith sin pensárselo dos veces.
Ahora mismo ya
estaría de vuelta en la ciudad.
Ella se lo merecía.
Era el precio que
tenía que pagar por violar sus órdenes.
No podía arriesgarlo
todo por una idiota como ella.
Aunque le
criticaran, aunque le llamaran cobarde, no le habría importado.
Su vida era su
prioridad número uno.
Pero ahora mismo,
estaba frente a Bash.
El hombre al que
Houston temía más que a nadie.
El hombre cuya
fuerza reconocía por encima de la de todos los demás.
El Caballero
Comandante estaba orgulloso de las acciones que había llevado a cabo durante la
guerra.
Sí, huyó de Bash por
miedo.
Pero también fue
necesario para asegurar la victoria.
Para él, Houston
sobrevivió, los Humanos ganaron y los Orcos perdieron.
No quería que el
Héroe Orco creyera que sólo huía por cobardía, y que las cosas se arreglaban
solas para bien.
—…Ya veo.
Asaltaremos la cueva, rescataremos a los prisioneros y mataremos a todos los
bandidos.
—Entendido.
El Héroe Orco
sonrió, mostrando sus colmillos.
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