La Historia del Héroe Orco
Vol. 1 Epílogo
Bash caminaba por el bosque.
Su destino era el bosque Siwanasi, en territorio de los
elfos.
El denso terreno del bosque, cubierto de raíces, habría sido un reto para cualquiera, pero los pasos de Bash eran ligeros.
Siguiendo las indicaciones del hada, caminó tranquilamente
hacia su objetivo.
Un paso tras otro, lleno de confianza.
—El bosque Siwanasi está bastante cerca, ¡así que movámonos
rápido!
—¡Bien!
Bash y Zell.
Dos individuos que llegaron a la fama durante la guerra.
La pareja había sobrevivido a innumerables batallas al lado
del otro. Aunque habían probado la derrota varias veces, sus victorias
superaban en número a sus fracasos.
Esta oportunidad de amor terminó en una pérdida, pero
seguramente, había luz esperando a la vuelta de la esquina. E incluso si eso
fallaba, habría más oportunidades esperando.
Así había sido siempre.
Con este sentimiento en sus corazones, se dirigieron hacia
el Bosque Siwanasi.
Allí, encontrarían a la esposa de Bash. Creían firmemente
que este viaje terminaría allí.
Sin embargo, aún no lo sabían.
Todavía no eran conscientes de que este viaje sería largo y arduo.
En ese mismo momento, una elfa asistía a una celebración
humana.
Una lujosa reunión de nobles humanos.
A izquierda y derecha, damas y caballeros magníficamente
vestidos charlaban tranquilamente, sonriendo y riendo.
Entre ellos, una elfa conversaba con un sargento de una
familia noble.
Discutían sobre el futuro de la Humanidad.
—Hmmm. Si es así, el futuro de la Humanidad dependerá del
desarrollo del comercio, el aprendizaje y las artes.
—Así es. Por eso estoy pensando en construir escuelas por
todo el territorio humano. Desgraciadamente, todos nosotros no somos más que
guerreros y caballeros, buenos sólo en la lucha. No tenemos mucha educación.
Por lo tanto, pocos de nosotros tienen las calificaciones para convertirse en
maestros…
—Los que tienen una educación ya están haciendo sus propias
cosas, eh.
—Sí, pero actualmente estoy tratando de convencerlos de que
ayuden a crear una especie de guía para la formación de profesores. Espero que
los elfos me ayuden con eso.
—¡Ah, un manual de ejercicios para profesores! Yo también he
estado pensando en hacer algo parecido desde hace tiempo. ¿Qué tal si
discutimos juntos todo este asunto de la educación esta noche?
—Jajaja, me alegro de que quiera seguir con esta idea, pero
¿no habrá rumores si un hombre y una mujer pasan tiempo juntos en la misma habitación?
—¿Hm? ¿Desde cuándo le importa a Sir Merz “El Ariete” lo que
la gente diga de él?
—Sólo trato de cubrir mis bases.
—¿De verdad? A mí no me importaría, ¿sabe?
—No me ponga a prueba. Ningún hombre, por muy tonto que sea,
querría enemistarse con todos los elfos.
—Jajaja, por supuesto, por supuesto…
La elfa también se rio, pero su risa fue vacía y seca, a
diferencia de la de los invitados que la rodeaban.
Ella aún no era consciente.
Todavía no sabía que un día, el objetivo del Héroe Orco se
alinearía con el suyo.
Una chica enana estaba afilando su espada dentro de un
taller.
La habitación estaba en silencio, excepto por el sonido del
acero contra la piedra.
Después de un rato de trabajar en la espada, la sumergió en
una cuba llena de líquido rojo que estaba a su lado. Una sustancia negra y
pulverulenta salió a la superficie.
Satisfecha, sacó la espada y se acercó el filo a los ojos.
—¡Qué bien!
—¿Qué cosa?
—¡!
La chica se dio la vuelta sobresaltada, y por fin se dio
cuenta de que una mujer enana estaba de pie, observándola.
—Te dije que no entraras en mi taller sin llamar…
—La culpa es tuya por no cerrar la puerta con llave. ¿Qué es
este proceso? ¿Qué es ese líquido rojo? ¿Estás sumergiendo tu espada en
pintura?
—Secreto comercial.
—¡Ja! ¿Crees que eres lo suficientemente buena como para
tener secretos comerciales que vale la pena robar? Si tienes tiempo para
inventar estos extraños métodos, sería mejor que trabajaras en tus fundamentos.
—¡Tsk! Siempre estás despreciando a la gente. ¿Has venido
aquí sólo para decir eso?
La mujer suspiró ante la agitación de la chica.
—Realmente vine aquí sólo para echar un vistazo. Pero
entonces vi tu trabajo y… no pude evitar comentar ante algo tan… burdo.
—Sí, no gastes palabras. Las necesitarás para gritar de angustia
cuando limpie el piso contigo en el próximo Festival de Armas.
—¡Pft! Claro que sí.
La mujer murmuró unas palabras en tono de burla mientras
salía de la habitación.
La chica, ahora sola, miró su espada y apretó los dientes
con frustración.
Todavía no era consciente.
No sabía que un día el héroe orco empuñaría una de sus
creaciones.
La Princesa de los Hombres Bestia miraba desde la ventana de
su habitación.
Desde allí ella podía ver la ciudad recientemente erigida.
Había sido construida en los tres años que habían seguido al
final de la guerra. Todo era nuevo y vibrante, pero las viejas tradiciones aún
persistían.
Un asentamiento tan animado como lleno de desigualdades.
La Familia Real de los Hombres Bestia estaba haciendo todo
lo posible para arreglar este lugar y revitalizarlo, vertiendo toneladas de
recursos.
Leto, el Héroe de los Hombres Bestia, recuperó este
territorio.
Todos los que eran alguien estaban orgullosos de su Héroe.
Era un hombre valiente que murió valientemente en la batalla
contra el Rey Demonio Gediguz, sacrificando su propia vida para herir al
enemigo.
Era el orgullo de la raza de los hombres bestia, y era
considerado su mayor Héroe.
—Si estás realmente orgulloso de nuestro Héroe… Si
estuvieras realmente orgulloso de él, ¿por qué mentirías así?
Pero el pueblo llano no era consciente de la verdad.
Era cierto que Leto era el orgullo de los Hombres Bestia.
Pero los hechos sobre él debían ser… embellecidos, de alguna
manera, para no manchar el honor de la raza.
Y así, la princesa pensó:
“Parece que tengo que borrarlo todo”.
La princesa miró por la ventana con odio en sus ojos. Sin
embargo, su mirada no estaba dirigida al pueblo. Estaba dirigida a los sórdidos
sentimientos dentro de su corazón.
—Necesito vengarme. Necesito redimir al tío Leto.
Ella aún no era consciente.
Ella aún no sabía que sus propios hechos también eran
falsos, y que las mentiras eventualmente serían expuestas por el Héroe Orco.
Una chica miraba a su hermano gemelo.
Lo observaba mientras blandía su espada, haciendo los
movimientos y golpeando a enemigos imaginarios con toda su fuerza.
Llevaban juntos desde siempre, y por mucho que le gustara,
le resultaba imposible no admitir que él no tenía talento con la espada.
O quizás sí tenía talento, pero simplemente no había sido
capaz de hacerlo florecer con el autoestudio.
—Haa… Ha….
—Hermano, toma un poco de agua.
—Oh, gracias.
El hermano engulló el agua con gusto, y enseguida volvió a
blandir su espada.
Los gemelos tenían un poderoso enemigo al que querían
derrotar. Tenían que matarlo a toda costa para vengar a su padre, y eso no iba
a ser fácil.
Esa era la fuerza motriz del frenético entrenamiento del
chico.
Él quería usar esa misma espada para vengar a su padre.
—Hermano, el sol se está poniendo…
—Sólo un poco más.
—…Yo volveré primero.
El hermano no contestó más, y se limitó a seguir blandiendo
la espada.
Al ver esto, la chica dejó escapar un pequeño suspiro.
Se había rendido. Su hermano nunca estaría a la altura de su
enemigo, aunque se entrenara durante meses. Incluso años de práctica podrían no
ser suficientes.
Por mucho que quisiera hacer justicia por su padre y su
madre, ella no quería perder a su hermano, su último pariente vivo.
Sin embargo, no se atrevía a pedirle que se detuviera.
—Me gustaría que alguien, en algún lugar, lo matara…
Ella aún no era consciente.
Todavía no sabía que el Héroe Orco pondría fin a su búsqueda
de venganza.
Una súcubo estaba de pie en el desierto, bajo el cielo
nocturno,
Una ciudad humana estaba en el horizonte, iluminada por la
pálida luz de las estrellas, pero sus ojos no le prestaron atención en
absoluto. Se limitó a mirar hacia arriba, sumida en sus pensamientos.
Estar aquí le traía recuerdos. Recuerdos del pasado, de la
guerra. Recordó a todos los compañeros y amigos que lucharon junto a ella.
Aquellos días… Luchábamos sin pensamientos superfluos,
dormíamos como muertos cuando estábamos cansados, y justo cuando caíamos en el
sueño profundo, nos despertaban las alarmas atronadoras que anunciaban un
ataque…
Entonces estaba constantemente agotada, pero luchar le
parecía satisfactorio. Como si estuviera sirviendo a un propósito mayor.
Ah, por qué estoy pensando en esto…
No pudo evitar pensar en las circunstancias que la trajeron
a este vertedero. Que la hicieron acampar en la naturaleza.
Debido a su condición de súcubo, no se le permitió
permanecer en la ciudad y fue expulsada.
“La paz… la paz es realmente…”
No faltaban señores y líderes que miraran con desprecio a
los súcubos, y la mayoría de la gente ni siquiera intentaba ocultar su disgusto
cuando estaba frente a uno de ellos.
El desprecio y la burla eran la reacción habitual.
La guerra había terminado. Ahora había paz. Eran buenos
tiempos.
Al menos, eso es lo que la mayoría de la gente decía y
creía. Por desgracia, los beneficios de la paz no eran iguales para todas las
razas.
“¡La paz es un apestoso montón de mierda…!”
La súcubo miró las estrellas.
Recordó que una vez miró esas mismas estrellas, junto a un
orco, en el desierto.
Ella todavía no era consciente.
Todavía no sabía que el Héroe Orco traería un día la
verdadera paz al mundo.
Había dos Dragones.
Llamemos a uno de ellos “Huesos”.
Huesos era un Dragón extraño.
A menudo sentía curiosidad por la vida de la “gente”, y a
menudo bajaba a los pueblos para darles un susto.
Los otros dragones no estaban muy seguros de por qué Huesos hacía
esto. Creían que las personas no eran más que pequeños alimentos aún no
consumidos que la mayoría de las veces debían dejarse en paz.
Pero Huesos siempre se había interesado por la “gente”, e
incluso se había transformado para aparearse con ellos. Incluso había hecho
nacer sus huevos.
No es que no hubiera dragones que desafiaran las normas
durante la larga historia del mundo, pero seguía siendo extraño.
La sociedad de los dragones en general no condenaba al
ostracismo a los raros.
Para Huesos, las historias de la “gente” eran interesantes y
divertidas.
No le interesaban las historias en sí, sino que disfrutaba
de la forma entusiasta en que la “gente” hablaba de ellas, llena de alegría y
vida.
Entonces, un día, Huesos murió.
Anteriormente, un ser diminuto le había visitado y le había
convencido para que le dejara.
Y así, Huesos se convirtió realmente en huesos.
Había participado en una guerra entre la gente pequeña y
terminó siendo asesinado.
El cadáver de Huesos fue retirado por los que le habían
derrotado. Al parecer, para la “gente”, los cuerpos de los dragones estaban
llenos de materiales valiosos.
Los enclenques sólo pudieron devolver su cráneo a sus
compañeros Dragones.
Se disculparon profusamente con el amigo de Huesos.
Y por primera vez, ese Dragón sintió pena. No era la primera
vez que experimentaba la muerte de su propia especie, pero la disculpa de la
persona era tan sincera que comprendió que había ocurrido algo irreparable.
El Dragón pasó un año entero de luto. Volaba de vez en
cuando, matando y comiendo gente. Simplemente no podía entender por qué Huesos había
participado en la guerra de la gente.
Cuando todo esto terminó, el Dragón sintió de repente una
emoción que nunca antes había sentido.
Interés.
El dragón se interesó por los humanos. Se preguntaba cómo
unos seres tan pequeños y débiles, que sólo podían huir cuando venía un dragón,
pudieron matar a Huesos.
Él todavía no era consciente.
Todavía no sabía que fue el que los orcos llamaban “Héroe” el que había matado a Huesos.
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