Optimizando al extremo mi build de juegos de mesa de rol en otro mundo

Vol. 1 - Verano del quinto año Parte 2

 

Frizcop: Próximo capítulo, el Lunes.

—¡Vaya!

Le ofrecí a mi hermano una espada de madera de tamaño infantil hecha con leña y astillas. Con mi navaja de bolsillo y la lima para cascos de nuestro caballo, había creado una espada larga que un héroe vestido de verde podría blandir en sus aventuras, y que seguro que le haría cosquillas en el corazón a un niño pequeño. La punta de la espada era casi caricaturescamente larga, pero el niño de cinco años que yo llevaba dentro gritaba lo increíble que era, así que pensé que estaría bien.

—¡Puedes quedártela, Heinz!

—¡¿Qué?!

Por su expresión en cuanto vio la espada de madera, me di cuenta de que mi hermano había empezado a maquinar algo terrible, pero sonreí mientras se la entregaba. Para empezar, no la había tallado para mí; el otro día había visto a Heinz mirando con envidia cómo otro niño blandía una espada de juguete que le habían regalado sus padres.

—¿E-En serio? —preguntó.

—¡Sí, quería devolverte el favor! —le expliqué.

Cuando ladeó la cabeza, confundido, empecé a enumerar todo lo que se me había ocurrido que había hecho por mí. Por ejemplo, a mí no me gustaban los tomates (curiosamente, ya estaban muy extendidos como producto alimenticio en este mundo) que se había comido por mí. En otra ocasión, me había descuidado para aumentar mis niveles de fuerza y él me había ayudado cuando me costaba sacar agua del pozo (aunque creo que sólo quería presumir). Era fácil encontrar cosas por las que estar agradecido cuando vivíamos juntos.

¡Gracias, Heinz!

Ante mi sonrisa y mi gratitud, mi hermano se quedó sin palabras, pero acabó devolviéndome una sonrisa tímida. Estaba seguro de que su corazón era un remolino de emociones. Probablemente se arrepentía de sus celos infantiles y de haber pensado en actuar con violencia. En cuanto a mí, lo único que podía esperar era que se estuvieran sembrando las semillas de la amistad.

—¡¿Qué tal?! ¿¡Me veo genial!? —preguntó, adoptando una pose vagamente parecida a la de un espadachín.

—¡Sí, supergenial! —le contesté. Verle tan contento con lo que le había hecho era la felicidad más dulce que podía pedir. Dejando a un lado mi vida pasada, Heinz era mi familia. ¿Cómo podía sentir otra cosa que no fuera felicidad al verle disfrutar?

Al fin y al cabo, los únicos que podían juzgarle eran los que nunca habían sido niños.

 

[Consejos] <Prodigio Infantil> es una de las muchas habilidades de tiempo limitado. Existe una contraparte de nivel inferior llamada <Aprendizaje Acelerado>. <Talento Temprano> y <Joven Genio> ofrecen efectos durante la infancia y la edad adulta temprana, respectivamente. Otro es <Juventud Explosiva>, que ayuda a preservar la belleza adolescente.

 

La dirección es indispensable cuando se trata de pensar en cualquier cosa.

El lateral del granero se había convertido en mi guarida. Me senté allí en un pedestal colocado entre pilas de leña, perdido en mis pensamientos. La proyección tridimensional de cilindros entremezclados que yo llamaba menú de estadísticas era enorme. Había leído innumerables libros de reglas de principio a fin, pero con tantas habilidades y rasgos entrelazados, aún no había sido capaz de comprenderlo todo.

Supongo que era natural. Esta tabla estaba repleta para que pudiera elegir entre todas las posibilidades que el mundo ofrecía. Por suerte, disponía de cómodas funciones de clasificación y búsqueda, pero aun así necesitaría años de investigación para comprender todo el contenido.

Sólo la sección principal giraba en torno a Cuerpo, y la rodeaban Mente, Educación, Artes Marciales, Sentido y Sociabilidad. A su vez, cada una de ellas estaba rodeada por un sinfín de categorías laborales.

Si se tienen en cuenta los efectos y las explicaciones de cada habilidad, todo el sistema presentaba una complejidad ridícula y un número de palabras hercúleo que hacía imposible imaginarlo en términos de número de páginas. Intentar convertirlo en un número equivalente de suplementos me daba escalofríos sólo de pensar en el coste. No tenía más que gratitud para el futuro Buda que había lanzado todo esto gratuitamente.

Mi única queja era que mi corazoncito no podía evitar distraerse a cada momento. Por supuesto, reconocía que era un problema tonto, pero, aun así.

Rápidamente había encontrado unas cuantas combinaciones que me hicieron pensar: «Esto está roto». Me había puesto absurdamente nervioso sólo de imaginar cómo funcionarían en la práctica. Ningún jugador de TRPG sería capaz de contener su emoción cuando se enfrenta a un abanico cada vez mayor de posibilidades diversas que se pueden utilizar para hacer frente a situaciones reales y prácticas.

Sin embargo, las distracciones y la practicidad iban de la mano como puntos de preocupación. Si las habilidades y demás eran todas prácticas, eso conllevaba el riesgo de utilizar unos puntos aquí y otros allá cada vez que encontrara algo útil. En última instancia, eso daría paso a un futuro en el que acabaría siendo el proverbial Milusos, sin una pizca de maestría a mi nombre.

No me quejaba de la cómoda interfaz ni de sus funciones, pero, por desgracia, mi bendición no era precisamente complaciente. A diferencia de las hojas de personaje que había hecho con lápiz y papel o en una hoja de cálculo, no había forma de eliminar una habilidad o un rasgo, y quejarme no era una opción.

Había cometido muchos errores similares en mis inicios. Mi personaje parecía estar bien cuando lo creaba por primera vez, pero se quedaba corto debido a mi afición por adquirir con avidez todo tipo de habilidades. Recuerdo haber llorado por los daños que sufrí durante la batalla final de esas campañas. No podía permitirme acabar como un producto a medio terminar, aunque sólo fuera por honrar a aquellos personajes que seguían languideciendo en sus batallas en los confines de mi memoria.

Estaba seguro de que había Maestros del Juego compasivos por ahí (entre los que me consideraba uno) que amablemente permitirían a sus jugadores reconfigurarse si todo iba mal. Por desgracia, el Maestro de Juego a cargo de este mundo no era lo suficientemente blando como para saltarse las reglas.

Suponía que lo mismo ocurría en la realidad. Si cualquiera pudiera cambiar de vida, a nadie se le habría ocurrido dar un largo paseo por un acantilado. Para no acabar así yo mismo, necesitaba decidir una dirección.

¿En qué quería convertirme? ¿Qué quería conseguir? ¿Cuál era mi voluntad? Mi bendición me permitía convertirme en casi cualquier persona y hacer casi cualquier cosa, pero eso también significaba que podía acabar siendo un don nadie que no había logrado nada.

Tenía que ser prudente. Mi conocimiento de este mundo era prácticamente nulo. Lo único que sabía eran los nombres de mi cantón, Regierungsbezirk[1] (me había sorprendido encontrar un distrito administrativo alemán en uso aquí), y el señor y el obispo locales. No sabía casi nada de gobierno ni de política, y lo mismo ocurría con temas como la geografía, el clima y la historia.

Tendría innumerables oportunidades entre las que elegir, pero era innegablemente demasiado pronto para decidir mi futuro. Si fijaba mis planes en piedra mientras ignoraba el mundo, no sería ninguna broma descubrir que el camino que había elegido era en realidad una herejía que haría que me expulsaran de la civilización. No quería problemas del tipo «Tu campo de fuerza te impide pasar la noche con tus compañeros».

En ese caso, necesitaba dar prioridad a rasgos poderosos y eficientes, como el de Prodigio Infantil, al tiempo que aumentaba mis atributos básicos. Mi orientación provisional era estar preparado para el día en que descubriera lo que quería hacer.

En mi vida pasada, mi padre me había dicho a menudo: «No hay nada malo en estudiar». Su razonamiento había sido que un estudiante de medicina graduado en la Universidad de Tokio podía dar el paso y convertirse en autor, pero un adulto sin estudios fracasaría casi con toda seguridad en su intento de convertirse en médico. Eso significaba que era crucial que me preparara para mis futuros sueños mejorando en diversos campos.

Sinceramente, mi padre me había dado un consejo sagaz, si se me permite la expresión. Sería demasiado tarde para convertirme en espadachín de adulto si descuidaba entrenar mi cuerpo ahora.

Muy bien, me resumí, primero me centraré en equilibrar mi entrenamiento físico mientras desarrollo mi mente tanto intelectual como culturalmente. También recogeré cualquier rasgo digno de mención, y el resto de mis esfuerzos se dedicarán a recopilar datos. Cualquiera que fuera el plan, la montaña de habilidades y rasgos me dejaba rascándome la cabeza, y muchas de las condiciones previas eran auténticos misterios, por lo que necesitaba más información.

Aun así, hojear las habilidades y los rasgos me llenó de alegría. Había un sinfín de cosas interesantes que me llamaban la atención. Había habilidades vocacionales de todo tipo que parecían fuertes de forma directa. También encontré un rasgo que mejoraba mi observación para saber si un determinado artículo era auténtico o no. Cada vez que me topaba con un rasgo perenne como éste, mi sangre munchkin hervía[2]. La importancia del caballo de batalla y de las habilidades que infligen daño en combate está bien establecida, pero las habilidades que enriquecen el viaje antes del clímax también son partes esenciales de la fortaleza de un personaje.

Sin embargo, en este punto me di cuenta de que existían algunas cosas a las que no podía echar mano. Por ejemplo, había algunos rasgos como la Sangre Azul que se basaban en la ascendencia, lo que obviamente no se podía cambiar. Según la explicación adjunta, el rasgo daba una compensación extra para dominar los modales nobles y una bonificación al negociar con alguien de estatus adecuado. Era un rasgo poderoso que me hacía la boca agua… pero, aunque podía fingir mi pedigrí, las verdaderas circunstancias de mi nacimiento eran permanentes, así que tenía sentido que no pudiera tenerlo.

También había algunos que se alejaban demasiado de mi propio personaje. Por ejemplo, desde la categoría Mente, podía ir a la subcategoría Auxiliar y luego a la subcategoría Fe para encontrar un rasgo de Santo bloqueado. Cosas como la vorarefilia[3] en la categoría Vicio y todos los rasgos raciales alienígenas también estaban bloqueados.

Me resultó fácil entenderlo, ya que había demostrado que mis estadísticas y rasgos no afectaban directamente a mi sentido de identidad cuando mejoré mi Intelecto y mi Memoria. Estos rasgos eran títulos puramente externos que se distribuían al cumplir ciertas condiciones. Por supuesto, eso también significaba que un desengaño amoroso o un despertar espiritual podían llevarme a adquirir rasgos que, de otro modo, habrían permanecido ocultos.

Por último, no podía hacer grandes cambios retroactivos en mi cuerpo. La categoría central Cuerpo, que anclaba todas las demás a su alrededor, contenía los detalles más precisos sobre mi estatura proyectada, la estructura de mi esqueleto y cosas por el estilo. Supuse que mi ego se había manifestado a los cinco años porque era entonces cuando por fin había distribuido el mínimo de experiencia en este tipo de estadísticas. Probablemente se trataba de un mecanismo de seguridad para evitar que desperdiciara experiencia en un estado de despiste y muriera por ello.

Lo único que podía manipular eran los valores proyectados, cosas como «Serás así de alto» o «La grasa de tu cuerpo se distribuirá así». Lo único que conseguía era consolidar las proporciones de mi futuro cuerpo. No era como si experimentara un cambio físico en cuanto acumulaba puntos de experiencia.

Esto también era fácil de entender. Imagina que vaciara mi cerebro y dijera: «¡Vaya! Quiero ser alto y musculoso». Podría gastar todos los puntos ganados en tareas varias relacionadas con mi estatura y estructura ósea, y si los resultados fueran instantáneos, montaría una escena enorme. Todo el cantón se sumiría en el caos mientras la gente se preguntaba quién era yo.

Las restricciones eran inevitables para las cualidades en las que necesitaba parecer natural, a diferencia de las estadísticas que mejoraban con el entrenamiento activo. Sentí que todas las facetas del sistema se habían pulido para crear una experiencia equilibrada. Me pregunto quién estará a cargo del control de calidad.

Aunque había seguido dándole vueltas al tema, al fin y al cabo, seguía siendo un niño de cinco años. Todavía podía hacer cualquier cosa, así que no era tan importante resolverlo ahora.

—Erich, ¿estás aquí soñando despierto otra vez?

Estaba pensando en lo alto que quería llegar a ser cuando apareció mi hermano Heinz. No estaba soñando despierto, estaba absorto en serias reflexiones, muchas gracias. Por si fuera poco, también había estado practicando la talla de ídolos de madera hasta hacía poco, ya que había oído que se pagaban muy bien cuando estaban bien hechos.

Al parecer, mi hermano había terminado sus tareas, pues parecía dispuesto a jugar. Llevaba en la mano derecha lo que ahora era su característica espada de madera, y de la izquierda colgaba una vieja tapa de olla a modo de escudo. Me alegró ver que seguía disfrutando con mi regalo y pensé que debería fabricarle un escudo adecuado si alguna vez encontraba un trozo plano de corteza.

—Oh, —dije—, hola, Heinz.

—Venga, vamos a jugar, —dijo—. Michael y Hans están esperando.

Tras superar su hostilidad hacia mí, mi hermano había empezado a invitarme a jugar con él y con mis hermanos segundo y tercero, Michael y Hans. Heinz era un poco turbulento y asustadizo, así que los gemelos se habían puesto de su parte, pero parecía que no quedaba ninguna hostilidad residual entre ellos y yo. Ahora todos éramos simpáticos y amigables.

—Claro, —acepté, caminando tras él con mis piernecitas—. ¿Qué vamos a hacer?

Duh, vamos a jugar a los aventureros, —dijo mientras apuntaba con orgullo su espada al cielo.

Aventurarse era una de las pocas ocupaciones que no estaba sujeta a las normas y reglamentos del Imperio Trialista. Sus compatriotas dirigían gremios en todas las naciones, y ellos eran libres de viajar a su antojo. A veces, se detenían para ayudar a los magistrados y señores locales, y otras veces se encargaban de asuntos menores en la ciudad. Su viaje podía llevarles a matar a una bestia terrible o a descubrir un gran tesoro en una tierra inexplorada u olvidada. Éstos eran los héroes errantes conocidos como aventureros.

Un juglar ambulante había cantado una saga sobre ellos cuando nos visitó hacía algún tiempo, y Heinz se había encaprichado de ellos desde entonces. La historia era de lo más básica, y se trataba de un relato tan familiar sobre la matanza de dragones que no podía evitar sentir que me estaba cansando de las aventuras con dragones.

En esencia, la princesa había sido maldecida por un mago malvado, y el rey había ofrecido la mano de su hija en matrimonio a cualquiera que pudiera obtener la gema curativa del dragón malvado. Un aventurero respondió a esta búsqueda, sólo para descubrir la legendaria espada sagrada y emprender su viaje con las bendiciones divinas guiándole.

La saga había sido un clásico a la vieja usanza. Probablemente, en mi mundo anterior, el escenario habría sido hecho trizas por carecer de giros o vueltas de tuerca, pero resultaba irónicamente refrescante para un hombre hastiado que rondaba la treintena.

Tenía experiencia escribiendo e interpretando tramas similares cuando jugaba con Maestros del Juego o jugadores inexpertos. Por muy trilladas que estuvieran, las historias clásicas habían poseído un encanto que sólo los clásicos podían proporcionar, y recordaba con cariño los momentos de diversión que ofrecían.

Además, lo más encantador de los TRPG era que la historia no podía completarse en solitario. Era responsabilidad del Maestro del Juego dictar el esquema general, pero las acciones de cada PJ las determinaban los jugadores. En consecuencia, lo que empezaba con una sinopsis clásica pronto podía estar plagado de infinitos momentos poco convencionales.

Veamos, hubo una vez en la que un tonto empezó a engatusar al dragón y acabó casándose con él. En otra ocasión, alguien preguntó: «¿No sería más fácil comprar la gema que luchar contra un dragón?» y el dragón respondió: «Te la cambio por el tesoro más preciado del reino». Ese idiota hizo que toda la sesión se convirtiera en un gigantesco atraco. Mientras reflexionaba sobre el hecho de que todos los giros que había disfrutado eran, para empezar, variaciones basadas en los clásicos, me invadió una abrumadora gratitud por la saga de antaño y por el juglar que la había cantado.

En cualquier caso, esta aventura de matar dragones había despertado la sensibilidad de mi hermano, que ahora se encontraba en medio de un intenso fervor. Había declarado en voz alta que algún día se convertiría en aventurero, y ahora nos guiaba a mí y a mis hermanos mientras fingíamos ser una banda de exploradores. No pude evitar sonreír ante estas payasadas.

Por supuesto, Heinz era el espadachín al mando, mi segundo hermano era el sacerdote con milagros curativos, mi tercer hermano era un erudito arcano que había empezado a desentrañar los secretos de la magia y yo era un ladrón. Era la muestra perfecta de nuestra jerarquía como hermanos, ¿no? El grupo estaba bien equilibrado en términos de combate, así que quizá mi hermano era más listo de lo que aparentaba.

Y, como todos nos estábamos divirtiendo, decidí contenerme; no había necesidad de abofetear a un niño de ojos brillantes con un duro golpe de realidad. La cruda realidad era que los aventureros no eran más que vagabundos que trabajaban en cualquier cosa que encontraban, y Heinz estaba destinado a heredar la casa después de asistir a la escuela privada del magistrado.

Hace unos días, mi padre me había sentado a hablar. Me había dicho que, si lo deseaba, podía ir a la escuela en lugar de mi hermano. Con mi mentalidad de adulto cínico, no me costó nada entender el razonamiento de mi padre. Básicamente, había empezado a plantearse dejar que su talentoso cuarto hijo heredara la casa.

Yo me había negado educadamente.

Dicho sin rodeos, me parecía aburrido hacerme cargo de la granja de mi padre cuando tenía a mi alcance posibilidades incalculables. Sería difícil encontrar un nuevo lugar al que llamar hogar, pero no tenía ningún problema en comprometerme a seguir un camino diferente mientras existiera el riesgo de arrepentirme de haber elegido la vida de granjero.

Simpatizaba con mi padre, que había trabajado desesperadamente para construir la vida que llevábamos. Pero éste era un auténtico mundo de fantasía. No podía evitar querer explorarlo.

A pesar de todo, yo era su cuarto hijo. Habría muchas restricciones para mí, aunque heredara nuestra granja, y no quería crear fricciones entre mis hermanos y yo ahora que por fin nos llevábamos bien. No tenía ningún motivo para obligar a mi padre a cargar con semejantes penurias, así que pude decirle que enviara a mi hermano a la escuela con el corazón alegre.

Fue entonces, como un inciso, cuando me enteré de la verdad sobre los aventureros que mi hermano adoraba. Los que mataban dragones y se adentraban en mazmorras repletas de riquezas eran sólo una pequeña fracción de todos los aventureros. La realidad era que trabajaban principalmente en tareas diversas para señores y magistrados cuando los que ostentaban el poder consideraban un desperdicio movilizar sus propias fuerzas. Los poderes fácticos simplemente tenían demanda de mano de obra barata que pudieran enviar a cualquier rincón del mundo.

Una fría verdad, en efecto. Por eso, también había pensado en el futuro de mi hermano cuando rechacé la oferta. Para ser completamente franco, no necesitaba ir a la escuela para encontrar el éxito. A todos en nuestra familia nos daría más tranquilidad que mi hermano se quedara con la casa y viviera una vida sana y segura aquí en la granja.

—¿A dónde nos aventuraremos hoy? —pregunté.

—Vamos al bosque de atrás, —respondió Heinz—. El vecino me contó que, hace unas décadas, un niño murió tras esconder una moneda bendecida por un hada en un viejo agujero de árbol. ¿¡A que es un tesoro de locos!?

Por ahora, quería dejarle disfrutar de sus aventuras. Correr por un bosquecillo sin pensar en sueldos ni peligros era agradable y sano. ¿Una moneda de hada? No podía pedir nada mejor. Estaba a kilómetros y kilómetros por encima de que le pagaran centavos por cazar bandidos o bestias, atrapar ratas en una alcantarilla o limpiar una zanja de drenaje.

Aun así, no es que no me gustaran las aventuras. Muchos de los avatares que había vivido llevaban ese nombre cuando iniciaban sus viajes: había sido un niño que abandonó su aldea sólo porque pensaba que las espadas mágicas eran geniales. Yo había sido un joven que abandonó su alianza cuando la voz de Dios le dijo que se enfrentara a las tribus bárbaras que se acercaban. Había sido un semidemonio que codiciaba honores mientras huía de la persecución. Había sido una viuda nigromántica, empeñada en revivir al amante que había perdido en su viaje. Había sido un robot que idealizaba las ruinas de las que emergía, adentrándose en sus profundidades mediante maquinaria mágica.

Recordaba todos y cada uno de ellos tan vívidamente que podría escribir repeticiones de ellos hasta el día de hoy. Eran recuerdos brillantes, dichosos.

Hubo algunos que se ganaron la gloria. Otros tuvieron un número notable en la escala de Henderson[4] al encontrarse al frente de una enorme organización de bandidos. Otras veces, los esfuerzos combinados del Maestro del Juego y los dados de los jugadores les llevaron a una muerte prematura en el primer acto.

Mientras alineaba estos recuerdos, pensaba que quizá ser aventurero no era tan malo después de todo. A pesar de la realidad, no era como si los héroes de las sagas no existieran en absoluto. Empecé a correr tras los pasos de mi hermano soñador, sumergiéndome yo mismo en el sueño.

 

[Consejos] La experiencia gastada en una habilidad o rasgo no se puede devolver. Por desgracia, Dios no te permite alterar su bendición con un portaminas.



[1] En cuatro estados federales alemanes, un Regierungsbezirk es una región de una autoridad estatal intermedia de recursos en el que se agrupan varias tareas departamentales de Alemania.

[2] “Tener sangre munchkin” se refiere a una mentalidad en los juegos de mesa y videojuegos que se centra en maximizar las reglas del juego para obtener la mayor ventaja posible en lugar de centrarse en la diversión o el desafío del juego en sí mismo. Los jugadores que “tienen sangre munchkin” a menudo se enfocan en la optimización de los personajes y en la búsqueda de los objetos y habilidades más poderosos en el juego.

[3] Parafilia caracterizada por un deseo y práctica sexual que consiste en el anhelo erótico por comer o ser comido por otra persona o animal.

[4] En los juegos de mesa, la “Escala de Henderson” se refiere a una herramienta utilizada para medir el nivel de dificultad de un juego. Esta escala se basa en tres criterios principales que incluyen: Complejidad de las reglas del juego, tiempo de juego promedio y dificultad estratégica.

 

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