Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo
Vol. 1 Otoño del octavo año
Pifia
La cumbre de la mala suerte. Como contrapunto a los golpes críticos, las pifias suelen resultar en un fracaso, independientemente de cómo salgan las cuentas.
Los ataques fallan; si caminas por la calle, caes en una alcantarilla; si intentas leer un libro, tu cerebro explotará y se te chorreará por la nariz.
Las pifias se representan con ojos de serpiente al tirar 2D6, 95 a 100 para 1D100, y un 1 al tirar 1D20.
Algunos juegos incluyen una temible «tabla de pifias», que es una colección de desgracias como el daño autoinfligido. En juegos con reglas severas, la tabla de pifias puede hacer que cambien las relaciones entre los personajes jugadores. El Maestro del Juego puede encontrarse en un buen aprieto cuando uno de los personajes se revela de repente como malvado, como una especie de supervillano de dibujos animados del sábado por la mañana.
Sin embargo, de vez en cuando, este tipo de pifias serán un golpe crítico para la historia y se convertirán en un trozo de historia inmortal entre amigos.
Cierto Virgo enfermizo y piloto de aviones comerciales se autodenominó una vez «hombre impaciente»; por mucho que me molestara la comparación, ahora me preguntaba si mi propio cumpleaños prematuro de otoño era la razón de mi falta de moderación.
Tras celebrar mi octavo cumpleaños (sorprendentemente, Rhine funcionaba con un calendario solar de doce meses, lo que significaba que este planeta tenía aproximadamente la misma escala que la Tierra), me tomé un momento para echar un vistazo a mi página de estadísticas. La prueba innegable de mis hábitos incurables me llenó de temor.
Mira, cuando me tomo la molestia de ordenar las habilidades recién desbloqueadas y encuentro una habilidad generalista de larga duración —por calderilla, nada menos—, no puedo evitarlo. Lo entiendes, ¿verdad? Puede que te devanes los sesos ante una gran compra, pero un rápido «¿Por qué no?» es toda la resistencia que puedes reunir para un simple libro de bolsillo. Y a final de mes, culmina con una factura de la tarjeta de crédito que hace que se te escapen improperios por la boca.
En cualquier caso, el resultado final fue que había echado mano de mis ahorros unas cuantas veces el año pasado para hacerme con un puñado de rasgos de la categoría Cuerpo. Físico Felino me proporcionó una gran flexibilidad. Me hacía menos propenso a las heridas, mejoraba mis caídas, me ayudaba a resistir los ataques de agarre y me daba una bonificación a las acrobacias. Incluso incluía una bonificación de corrección al caer desde alturas. Esqueleto Flexible potenciaba mis huesos y me permitía evitar rompérmelos cuando creciera. Ojos de Gato me permitía ver con claridad por la noche. La visión nocturna era lo bastante clara como para leer un libro bajo la tenue luz de las estrellas. Estómago de Acero era un rasgo que reforzaba mi sistema inmunológico al permitirme resistir tanto las intoxicaciones alimentarias como algunos venenos reales.
Todo esto era de vital importancia: después de todo, no quería tener una muerte embarazosa cayéndome por las escaleras o algo así. Teniendo eso en cuenta, me pareció que esta alineación era perfecta para mantener una vida cotidiana saludable. Eso, siempre y cuando ignorara las circunstancias en las que compré cada rasgo.
Me había hecho con Físico Felino y Esqueleto Flexible para seguir el ritmo de Margit y los demás niños a medida que nuestros juegos se volvían cada vez más intensos. Tanto si jugábamos al zorro y la oca como si nos peleábamos, los niños del campo eran increíblemente revoltosos. Y la única razón por la que tenía Ojos de Gato era que me había sentido frustrado por lo difícil que era mi trabajo secundario por la noche, y Estómago de Acero había sido una compra de pánico cuando mordí un higo de sabor peculiar.
Resultaba sorprendente lo poco que había pensado en esta breve selección de rasgos. Estaba claro que la moderación no era una palabra presente en mi diccionario. Aun así, me las había arreglado para trazar la línea en alguna parte, sin permitirme todavía tocar las habilidades laborales de más alto nivel.
Además, mis decisiones no habían sido del todo descabelladas. Esto estaba bien dentro del alcance de mis planes iniciales. Probablemente. Un cuerpo robusto era perenne, y mi visión nocturna nunca —o casi nunca— sería un obstáculo en una época sin farolas. Sólo tenía que ignorar el momento en que vislumbraba a mis padres haciendo ejercicio amistosamente.
En realidad, mi estrategia original de aumentar mis estadísticas básicas iba viento en popa, así que mis desvíos apenas tuvieron repercusiones a largo plazo. Cuando alcanzara la madurez, mi estatura rondaría los 180 cm y mi musculatura se endurecería en lugar de hincharse.
También se me había pasado por la cabeza que estaría bien parecerse a mi madre y ser un chico guapo de contornos esbeltos, pero por desgracia la categoría de belleza estaba sellada con el resto de los rasgos de nacimiento. Había pensado que probablemente estaba bloqueada para evitar que consiguiera un rostro tan apuesto que cegara al instante a cualquiera que me contemplara. Al sentirme perseverante, adquirí Salido a su Madre y Calmante de Ver como una forma de atacar al sistema, lo que me entusiasmó por cómo me vería en el futuro y también me preocupó un poco por haber ido demasiado lejos…
A pesar de todo lo que había gastado, mi estadística básica más baja era Fuerza en IV: Media, lo que me situaba por delante de lo previsto. Mi objetivo provisional era tener todas mis estadísticas en V: Bueno cuando cumpliera diez años, pero parecía que iba a completar mi tarea un año antes.
Hablando de estadísticas básicas, hacía poco que había descubierto que la cantidad de puntos de experiencia ganados se correlacionaba directamente con la Inteligencia y la Memoria. Me había topado con este incremento cuando un día subí de nivel las dos a la vez. Esta interacción no se mencionaba en ninguna parte, así que era un modificador oculto que probablemente se justificaba afirmando que las personas más inteligentes aprendían más rápido. Este tipo de cosas eran bastante comunes en los videojuegos antiguos: cierto juego postapocalíptico sobre vagar por el páramo nuclear americano empleaba la misma táctica con su estadística INT. Era parte del sistema.
Esto explicaba por qué Inteligencia y Memoria habían sido un poco más caras de subir de nivel. Si hubiera sabido que podía recuperar la experiencia que invertía en esas estadísticas, habría apostado por ellas hace tiempo.
Mientras estaba sentado en mi sitio habitual para lamentarme por mi monedero suelto y alegrarme por mis progresos, un repentino escalofrío me recorrió la nuca. Mi habilidad Detección de Presencia me alertó de la presencia de un tercero. No había oído pasos ni respiraciones, así que no podía ser mi familia; es más, la presencia estaba en el tejado. Sin pensarlo ni un momento, salté hacia delante. Pude oír el débil sonido de alguien aterrizando sobre el montón de leña que acababa de abandonar.
—Qué pena, —dijo Margit chasqueando la lengua. Me giré para ver que estaba decepcionada por no haber conseguido atrapar a su presa.
Margit había crecido muy poco desde el año pasado, pero seguía siendo difícil creer que me llevaba dos años. Su habilidad como cazadora, por otra parte, era mejor que nunca. Yo había invertido un montón de recursos en subir Detección de Presencia a V: Adepto, pero ella se me había escapado del radar con facilidad.
—¿No puedes venir normalmente? —le pregunté.
—Imposible, —anunció de forma palaciega. Luego, con un mohín, añadió—: ¿Cómo podría disfrutar de algo tan aburrido?
Hmm… Definitivamente sabe lo lindo que es ese mohín. Yo no tenía ninguna queja sobre el uso deliberado de sus encantos, ya que, bueno, ella era linda. Pero eso no impidió que me avergonzara de mí mismo por morderme la lengua y renunciar a mi respuesta. Juro que las chicas más jóvenes nunca estaban en mi zona de ataque…
Margit se hizo a un lado y me dio una palmada en mi asiento habitual, haciéndome señas para que volviera. A pesar de su aspecto infantil, sus modales en situaciones como aquella resultaban curiosamente atractivos. Obedientemente, me senté y ella se subió a mi regazo como si nada, de cara a mí. Nos sentamos en una especie de posición de loto.
Pero como yo era un niño inocente, carecía de las típicas fantasías que uno puede tener. Me di cuenta de que intentar remediar la situación sería contraproducente y haría que sus insinuaciones se multiplicaran por diez, así que tomé la prudente decisión de ignorarla.
En aquel momento no lo sabía, pero los aracnes son una especie matriarcal y, al igual que otras especies en las que las hembras dominan a los machos, su sentido de la virtud y la sexualidad es el reverso de los mensch. Como curiosidad, también tienen la extraña costumbre de negarse a cohabitar con su pareja si ambos son aracnes.
—Entonces, ¿qué necesitabas? —pregunté.
—¿Qué? Simplemente quería verte la cara. —Junto con su encantadora sonrisa, la declaración de Margit desbordaba significado oculto. La forma en que inclinó la cabeza me llegó al corazón a pesar de mis muchos años de experiencia como hombre. Me alegré de que sólo fuera una niña; si no, me habría metido en un buen lío… Espera, ¿no estoy ya en serios problemas ahora?
—¿Qué se supone que significa eso…? —pregunté.
—Por fin he terminado de acompañar a mi familia en su trabajo del día, —dijo, cambiando de conversación—. ¿Y tú…?
—Pronto estaré ocupado. —Dejé a un lado el misterioso tinte de tristeza que sentía y volví mi mente al hecho de que mi cumpleaños había llegado y pasado. Eso significaba que la temporada de cosecha estaba a punto de llegar.
La siega, la trilla y la entrega dejaban poco tiempo para el ocio, e incluso después de eso había toda una serie de otros trabajos por hacer. Ni siquiera podía contar cuántas cosas había que empaquetar antes de la primera nevada del invierno. Sabiendo que mi trabajo estaba ligado al éxito de mi familia, incluso un tacaño como yo estaba dispuesto a invertir mucha experiencia para mejorar mi destreza en las tareas agrícolas.
Con seis trabajadores en la familia, un caballo y la ayuda de nuestros familiares y amigos, a duras penas conseguíamos hacer todo el trabajo del campo, para luego echar una mano a los que nos habían ayudado. Para colmo, teníamos que hacer el papeleo de vender nuestras cosechas para pagar nuestros impuestos líquidos y, al mismo tiempo, mantener suficientes existencias para pagar nuestros impuestos sobre las cosechas. La aplastante ola de ajetreo se sentía como si la libertad del verano se estuviera pagando con intereses.
Mi Resistencia y Aguante estaban en VI: Soberbio, pero la estación aún conseguía reducir mi pequeño cuerpo a un caparazón chirriante. Pensar en ello me hacía un nudo en el estómago, pero no podía quejarme; después de todo, nuestra casa tenía la suerte de contar con un caballo y cuatro hijos.
—Ya veo, —dijo la pequeña aracne—. En efecto, nosotros pronto estaremos más ocupados también. —Soltó una risita, pero yo sabía que los cazadores tenían mucho que hacer durante el otoño y el invierno. A Margit le habían regalado su propio arco este año y me había contado emocionada cómo sus padres la llevaban de caza para que aprendiera lo básico—. Supongo que tendremos que divertirnos mientras podamos.
—¿Sólo nosotros dos? —reflexioné en voz alta. En cuanto lo pregunté, Margit puso cara de estar a punto de llorar. ¡Qué expresiones más vivas tiene!
—¿Eso es un no? —me susurró al oído. Su voz era una pluma que me recorría la columna vertebral, provocando escalofríos en todas direcciones. Se me metió en el oído y me hizo un agradable cosquilleo en el cerebro.
Sé que eres una chica y todo eso, ¡pero no deberías ser tan buena ligando, jovencita! ¿O es que todos los aracnes son así? Como ocurre con la mayoría de los caballeros del mundo, yo tenía debilidad por las mujeres encantadoras, y lo único que podía hacer era mover la cabeza de un lado a otro.
No me consideraba denso, per se, pero sólo ahora empecé a cuestionarme si había establecido aquí algún tipo de bandera de relación. ¿Cuándo, dónde y cómo me tropecé con este argumento? Yo no lo llamaría desagradable, pero un hombre cuya edad mental rozaba los cuarenta años y una aracne que apenas y llegaba a los dos dígitos era una pareja bastante cuestionable. ¿Qué clase de bicho raro dirige este juego?
Quería evitar desesperadamente que la situación se complicara más de lo que ya estaba, así que intenté desviar la conversación. Aunque no me disgustara su afecto, técnicamente seguía teniendo ocho años. Tenía que proteger mi pudor.
—De acuerdo, entonces cuéntame lo que has aprendido en la escuela, —sugerí.
—¿Quieres que te enseñe? —preguntó. Sus ojos llorosos se desvanecieron en el aire e inclinó la cabeza hacia el lado opuesto al de antes. Es una ternurita.
—Sí. Todos dicen que es aburrido, pero quiero saber qué haces allí.
Al principio esperaba que mi hermano me enseñara, pero lo único que conseguía de él eran quejas. Mi padre era lo bastante estricto como para atiborrarle el cerebro con la lengua palatina y la escritura, pero la historia, la poesía y las matemáticas eran para él empeños inútiles. Él estaba seguro de que olvidaría todo lo que había aprendido para cuando se reanudaran las clases en invierno.
—A ver, —musitó Margit—. Aprendimos a hablar el dialecto palaciego, así como a leer y escribir… Y también hubo un sencillo curso de derecho. Aparte de eso, pasábamos la mayor parte del tiempo aprendiendo historia y escribiendo poemas.
Por otra parte, Margit era una alumna ejemplar, como demuestra su fluidez al hablar. Evidentemente, sus padres y profesores la habían instado a utilizar el dialecto superior en las conversaciones cotidianas para que no olvidara lo aprendido. La hermosa y melódica pronunciación de sus palabras distaba mucho de la infantil lengua vernácula en la que hablábamos mis hermanos y yo. Una sola frase bastaba para darse cuenta del esfuerzo que había dedicado a sus estudios.
—Suena divertido, —exclamé—. ¿Me enseñarías?
—¿Eh? Supongo que sí.
La lengua palaciega era necesaria para triunfar en este mundo, como mi padre explicaba con tanta sinceridad a mi testarudo hermano. Naturalmente, eso hizo que yo también quisiera aprenderla, pero mi padre estaba ocupado y mi hermano no iba a ser precisamente un gran tutor.
Esta era la oportunidad perfecta para desbloquear las condiciones necesarias para aprender el dialecto. La magia no era el único campo de especialización en el que no podía introducirme de forma autodidacta; los estilos de esgrima, los conocimientos literarios, los asuntos legales y demás estaban fuera de mi alcance.
Mi mejor conjetura era que mi sistema de habilidades, similar al de los juegos de rol de mesa, no era capaz de forjarme conocimientos si el concepto con el que trabajaba era total y absolutamente desconocido. La razón por la que cierta clase de sabios podía aprender idiomas con tanta facilidad tenía que ser que encontrar un maestro y leer libros era demasiado complicado para transmitirlo en el juego. De lo contrario, no había forma de que pudieran aprender un idioma entero por el precio de unos míseros 1.000 puntos de experiencia.
—Entonces, ¿qué tal si empezamos con tu vocabulario?
—¡Sí! ¡Gracias, Margit! —Grité con el tono infantil del que por fin iba a poder librarme. Hasta ahora, sonaba como un niño pequeño en cuanto abría la boca, por muy maduramente que organizara mis pensamientos. Me aliviaba tener por fin una forma de hablar con normalidad.
—Entonces empecemos con esto, —dijo Margit.
—¿Eh? —Mi cerebro se congeló mientras intentaba comprender lo que ella estaba haciendo. Tenía la boca muy abierta y la lengua fuera, como si la estuviera exhibiendo. Encima, un tentador dedo le recorría la lengua—. …¿Margit?
En medio de mi confusión, me tomó la mano juguetonamente y sonrió.
—La enunciación es la vida y la sangre del palacio imperial. La forma en que debe moverse la lengua es totalmente distinta a la del habla normal, ¿sabes? Este es un método que me enseñó mi profesora. Usas el dedo para aprender la forma de la lengua de un hablante fluido y luego la colocas en tu propia boca para imitar sus movimientos. Claro que mi profesora no me dejaba hacer esas cosas. —concluyó con una risita. Su sonrisa de suficiencia me hizo entrar en pánico, a lo que ella preguntó—: ¿Qué? ¿No quieres?
—Um, bueno, —tartamudeé—, Es que… —Era embarazoso incluso admitir lo vergonzoso que era. Sentí calor mientras mi cara se ponía roja y la hirviente incomodidad me hacía sudar por la espalda. ¿Lo hace a propósito? De cualquier manera, ¡esta chica es demasiado provocativa!
—Oh, ¿prefieres otro método? —preguntó Margit—. Hay otro medio que mi madre me presentó…
—¡¿En serio?! ¡¿Cuál es?!
La risita de Margit se intensificó y las comisuras de sus labios se dibujaron en una maravillosa y llamativa sonrisa. Se acercó hasta que nuestras narices se tocaron y nuestras respiraciones se entrelazaron. Sus ojos color avellana brillaron tenuemente y sentí como si fueran a clavarse en los míos hasta que llegaron al fondo de mi mente. ¿Es esto lo que se siente al ser devorado por una araña?
—Según mi madre… sería más rápido sentir mi lengua con la tuya. ¿No estás de acuerdo?
—¡¿Qué?! —Chillé. ¡¿La Sra. mamá de Margit?! ¡¿Qué demonios le está enseñando a su hija?! ¡Tiene diez años!
—Pero supongo que deberíamos dejarlo para cuando seamos adultos. ¿Qué te parece si seguimos con el método para niños?
—No creo que ninguno de los dos sea para…
Justo cuando intentaba exponer mi caso, una sensación húmeda envolvió mi dedo.
[Consejos] Ser tutelado puede recompensar con puntos de experiencia o reducir el umbral de adquisición de habilidades. A veces, esto puede hacer que la habilidad o el rasgo cambien su efecto.
Cuando el caos del otoño llegaba a su fin, Johannes y Hanna se encontraron angustiados por otra forma de caos. Sus muchas responsabilidades les habían impedido supervisar los estudios de su hijo mayor, Heinz, y éste había olvidado todo el material que había aprendido en verano.
Al cabo de unos años de asistir a la escuela del magistrado, era tradición que los alumnos le dieran las gracias personalmente durante las fiestas de primavera. Allí, todos y cada uno de ellos recitaban un poema utilizando el dialecto formal que habían aprendido durante sus estudios. Esta oda a la primavera era famosa como puerta al éxito. Los nobles de la tierra eran conocidos por permitir a los niños ampliar sus estudios si se mostraban prometedores desde una edad temprana. Algunas almas afortunadas podían incluso asegurarse un futuro como burócratas si al magistrado le entusiasmaba su rendimiento. Johannes y Hanna no tenían tales ambiciones. Querían a su hijo, pero no tenían el cerebro lleno de tonterías.
Todo lo que podían pedir era que Heinz completara su recitado sin provocar la ira de nadie en la multitud. Y, sin embargo, sus humildes esperanzas se tornaron en desesperación cuando se sentaron a examinar a su hijo después de vaciar los campos. Era dudoso que mejorara hasta alcanzar un nivel respetable en un solo invierno.
Mientras la pareja temblaba por razones ajenas al creciente frío, su hijo menor se presentó ante ellos una noche con la cabeza bien alta. Anunció que había inmortalizado su aprecio por ellos en forma de poema. Al parecer, el chico había aprendido la lengua palaciega de un amigo y quería animar a sus exhaustos padres con una canción. La pareja se sorprendió y escuchó con impaciencia la interpretación del pequeño.
Aunque tosco, el poema estaba bien hecho. Algunas de las palabras elegidas eran bastante infantiles, pero eso sólo hacía que pareciera más genuino. No había nada fuera de lugar en su voz preadolescente, que articulaba cuidadosamente cada palabra.
El poema era perfecto. La pronunciación era perfecta. La letra seguía perfectamente la forma tradicional. E igual de perfecto fue el uso que el chico hizo de la lengua palaciega femenina.
Cuando el recital llegó a su fin, el chico esperaba los pensamientos de sus padres con una sonrisa radiante. Ni Johannes ni Hanna pudieron abrir la boca. Durante el invierno siguiente, al hijo mayor se le unió su confundido hermano pequeño mientras la pareja empezaba a repasar los fundamentos del habla imperial.
[Consejos] Hay varios subdialectos dentro del habla palaciega. Algunos se dividen por sexos, mientras que otros se reservan a personas de distinta estatura social: los nobles de clase alta hablarán de forma diferente a los de clase baja.
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