Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 1 Verano del octavo año 

 


GM

Un Game Master (o maestro del juego) está a cargo de las fuerzas fuera del control de los jugadores. Redacta los escenarios, prepara a los enemigos y tira los dados para los malos. Son a la vez el anfitrión acogedor y el malvado último jefe.

Muchos juegos tienen sus propias variantes del título, como la Mano del Destino, el Guardián o el Gobernante. A menudo se puede saber a qué juego de rol de mesa suele jugar una persona escuchando su término preferido para este papel.


 

Unos meses después de haber cometido un grave error lingüístico que seguramente me seguiría hasta la tumba, la oratoria de Heinz ante el magistrado había concluido sin incidentes. Con el recuerdo de mi habla femenina enterrado en una fina capa de tierra junto a las semillas de primavera, me encontraba en las afueras del pueblo.

—Me alegro de verlos a todos aquí, mocosos.

Miré alrededor de una llanura sin rasgos característicos bordeada de granjeros de nuestro cantón. Todos eran caras conocidas con un único rasgo unificador: ninguno de nosotros era el hijo mayor de nuestros respectivos hogares. Todos los presentes eran muchachos incapaces de heredar las granjas de sus padres.

El caballero de mediana edad que nos precedía nos había obligado a permanecer firmes en fila india. El hombre, alto y fornido, lucía una armadura de cuero curtido y blandía una espada larga roma. Sus ojos hundidos y los mechones grises que asomaban de su pelo pulcramente cortado sólo hacían que el tipo conocido como Lambert pareciese más apto para su cargo de capitán de la Guardia de Konigstuhl.

—Bienvenidos a nuestra primera sesión de entrenamiento, —anunció.

Nos habíamos reunido para participar en un proceso de selección y entrenamiento organizado por la Guardia de Konigstuhl. Según lo que Margit me había contado sobre el gobierno imperial, la jerarquía militar era muy moderna y sistemática.

Cada región estaba dirigida por un noble de alto rango, que a su vez permitía a los nobles de menor rango gestionar los distritos administrativos bajo su control. A continuación, los miembros de la clase más baja de la nobleza o los caballeros distinguidos se encargaban de dirigir cantones y ciudades como magistrados locales. Todo este sistema escalonado parecía muy pintoresco y más que un poco estereotipado, pero la distribución del poder se asemejaba mucho a los modernos sistemas burocráticos de Japón, sólo que con la herencia sustituyendo a las elecciones.

Lo que esto significaba era que el cantón de Konigstuhl estaba dirigido por el clan de caballeros imperiales de Thuringia, que residía en el castillo de Konigstuhl, pero no eran en absoluto la autoridad final. Puede que Sir Thuringia fuera designado por el señor local para gobernar, pero con varios cantones bajo su jurisdicción, tenía poco tiempo libre para la administración diaria de Konigstuhl. Además, no tenía suficientes hombres para proteger todo su territorio a la vez. En esto se diferenciaba el sistema de la Tierra moderna. Los ejércitos permanentes suponían un enorme agujero en el bolsillo. Eran tan costosos que sólo en la era moderna habían pasado de ser un lujo a la norma.

Ni que decir tiene que Sir Thuringia empleaba una orden de caballeros y tenía la capacidad de reclutar ciudadanos para mantener la paz en sus fronteras. Sin embargo, estas tropas eran pacificadores activos, no guardias de seguridad, y pasaban la mayor parte del tiempo encerrados en el castillo a la espera de ser desplegados. Mientras que un ejército permanente gastaba mucho dinero, un ejército en marcha era mucho peor. Ubicarlos donde pudieran lanzar una campaña en cualquier momento era lo más responsable desde el punto de vista fiscal.

Esto era relevante hoy en día porque cada cantón necesitaba ser capaz de reunir una fuerza defensiva en caso de emergencia para ganar tiempo hasta que pudieran llegar refuerzos cualificados. La tecnología aquí era más avanzada de lo que había supuesto en un principio, pero aún no podía compararse con las maravillas del avance científico que yo había visto antes. En caso de ataque, un mensajero tardaría la mitad de un día en llegar al castillo. Tal vez alguien que se esforzara al máximo podría completar la ruta en un cuarto de día. En cualquier caso, era tiempo de sobra para que una banda de brutos se desbocara en nuestra ciudad.

El resultado fue la creación de la Guardia de Konigstuhl, una milicia de hombres de la localidad que defenderían el territorio hasta que llegara la ayuda. El grupo fue patrocinado oficialmente por el magistrado, que llegó a proporcionar un cuartel y un sueldo a los implicados, por lo que estaban a medio camino de ser soldados regulares. Este salario era una de las pocas fuentes de ingresos a las que un segundón podía aspirar sin salir del cantón.

—Yo soy Lambert, el capitán de la Guardia, —anunció secamente el hombre—. Bueno, estoy seguro de que los he conocido a la mayoría en reuniones y festivales, pero es el primer día y todo eso, así que ahí va mi presentación. Todo el mundo sabe que hay un proceso para este tipo de cosas.

Lambert mostró los dientes en una sonrisa salvaje. A los niños que me rodeaban les gustaban las espadas, pero eran demasiado ingenuos para pensar que podían resultar heridos o, peor aún, morir. La cara de desprecio del hombre rudo era lo bastante intimidante como para hacer que todos se estremecieran. No esperaba menos de él. Lambert no era un matón que parloteaba sobre su propia fuerza; era un soldado de carrera que había sido nombrado directamente para su puesto tras su jubilación. Según los relatos que se contaban de él en el festival, había participado en una veintena y pico de batallas, le habían concedido honores y tesoros una docena de veces y, lo que era más impresionante, había reclamado las cabezas de veinticinco generales (distinguidos por sus impresionantes armaduras). Era un guerrero certificado, más que apto para dirigir los programas de reclutamiento y entrenamiento de la Guardia de Konigstuhl.

—Pero vaya, ya veo que vienen en tropel… Bueno, al menos todos tienen brazos y piernas. Aunque no sé de qué les servirá eso a un puñado de mocosos escuálidos como ustedes.

Lambert empezó a ladrarnos exactamente como me había imaginado que lo haría un sargento instructor. Veo que la escuela Hartman[1] de reprender y menospreciar está viva y coleando en este mundo.

—Me alegro de ver que todos ustedes, adoradores de héroes y amantes de la épica, estén tan asustados.

Si se me permite un momento para intervenir, en realidad yo no estaba aquí por mi propia voluntad. Mi tercer hermano, Hans, estaba demasiado asustado para venir solo, así que me interrumpió mientras tallaba un juego de mesa para arrastrarme con él. Aun así, mientras reflexionaba sobre mis futuras opciones profesionales, me di cuenta de que quería familiarizarme con el armamento. En un mundo en el que los soldados en apuros podían exigir comida y alojamiento en los meses de invierno, estaba bien tener algo de experiencia en combate.

—Pero este trabajo no es tan divertido. Es una vida sucia, donde los brazos y los dedos se rompen como ramas y los intestinos se enrollan a tu alrededor como montones de cuerda. Hemos tenido suerte de que no haya muerto nadie en los dos últimos años, pero todos han oído cómo enviaron a Lukas al manicomio, ¿verdad?

Con la espada apoyada en el hombro, Lambert se paseaba alrededor de la fila para aterrorizarnos. El presupuesto de la Guardia no era impresionante y el proceso de selección era brutal, así que debía de estar intentando eliminar a los gallinas lo antes posible.

De hecho, había oído de antemano que la mayoría de los aspirantes eran rechazados. Incluso si uno era capaz de seguir el entrenamiento, los limitados fondos significaban que a lo más que se podía aspirar era a ser enviado a casa y ocasionalmente convocado como vigilante de reserva. Aun así, cada miembro de las reservas era lo suficientemente hábil como para merecer una reducción de impuestos, por lo que bien valía la pena el esfuerzo de unirse.

—Es duro. Imaginen que un maníaco sediento de sangre te arranca el brazo de un tirón. Si no mueres, es pura suerte. Los mejores luchadores mueren también, y mueren tan rápido como el resto de nosotros.

Esta horrible imagen consiguió invocar un chillido de algún niño adorador de héroes. Era un chillido triste, como si hubiera intentado inspirar y no lo hubiera conseguido.

—Así que déjenme mostrarles cómo es la realidad. —Sin perder un segundo, Lambert bajó su espada sobre el niño con un golpe practicado. Sus movimientos eran tan naturales que, por un momento, pensé que se había movido para acariciar la cabeza del chico. Pero el indescriptible sonido del metal sobre la carne dejó claro que había recibido un ataque. Por la forma en que el chico rodaba con las manos en la cabeza, pude suponer que había sido golpeado con el lado ancho de la espada de Lambert.

—Corran. Es para lo único que sirven.

Sólo vi su sonrisa malvada por un momento antes de que un destello de dolor me golpeara.

 

[Consejos] Las primas para los funcionarios públicos son bastante respetables.

 

Lambert resopló por la nariz mientras contemplaba la desagradable escena de los niños corriendo aterrorizados y sufriendo. Por supuesto, esta situación no era algo que él provocó debido a algún sadismo retorcido, sino como un acto de amor duro.

No se había inventado ninguno de los horrores que había mencionado. La vida de un mercenario era miserable, y los soldados de la Guardia no lo tenían mejor. Tenían que purgar nidos de monstruos que aparecían cerca de la aldea, y cuando los cazadores tropezaban con una manada de lobos rabiosos que no podían manejar, los vigilantes no tenían más remedio que ir por sus lanzas y marchar.

Además, tenían que reunir a todos los hombres de la aldea cuando una banda de bandidos hambrientos o un ejército en busca de refugio invernal llamaban a la puerta. La gloria cantada en los poemas épicos no aparecía por ninguna parte. Después de todo esto, lo único que les esperaba al otro lado de su desesperada lucha era dolor y sangre. Lukas había tenido suerte durante la cacería de goblins del año anterior; a pesar de la paz de la última década, muchos habían muerto bajo la espada sólo en Konigstuhl.

La batalla no era la magnífica danza que ensalzaban las épicas. Era el frío acto de matar o morir, rodeado de sangre de verdad. Por eso, Lambert se empeñaba en mostrar a los niños del cantón lo que significaba luchar cada pocos años, abofeteándoles hasta que conseguía que volvieran a ser granjeros razonables. No quería que nadie desperdiciara su vida huyendo de casa para convertirse en mercenario o aventurero.

La ingenuidad conduce al error y a sueños irracionales. Así pues, lo más amable que Lambert podía hacer era introducir a estas almas descarriadas en el dolor genuino. Entre encontrar una muerte prematura por ignorancia y experimentar la violencia de forma controlada, no quedaba ni el más mínimo resquicio para la duda sobre qué era mejor.

Los chicos eran más que bienvenidos a levantarse después de que él les golpeara. Cualquiera que tuviera el valor de enfrentarse a un enemigo cuando la situación lo requiriera tenía derecho a portar armas, tal era la convicción de Lambert. Al fin y al cabo, cuando se acercaba la espada, la voluntad de luchar sólo podía surgir del interior. Si alguno de estos chicos mostraba este espíritu, Lambert estaba más que encantado de entrenarlo.

Desafortunadamente, este año parecía ser un fracaso. El capitán había contenido perfectamente sus fuerzas para asegurarse de que todos podrían volver a casa andando y, sin embargo, todos se retorcían, lloraban y gritaban. Eran libres de quejarse todo lo que quisieran, pero ninguno de ellos tuvo siquiera el valor de lanzarle una mirada resentida.

Si la espada de Lambert no hubiera estado desafilada con la punta quitada, sus cabezas se habrían partido y sus huesos se habrían hecho añicos. Si iban a llorar por heridas tan comunes como éstas, nunca podrían llegar a ser vigilantes. Al fin y al cabo, en el campo de batalla el coraje hablaba más alto que cualquier otra cosa.

El capitán de la guardia suspiró. Ni regulares ni reservas este año. Justo cuando se había resignado a otra decepcionante campaña de reclutamiento, vislumbró por el rabillo del ojo a alguien que se levantaba del suelo.

Lambert sondeó su memoria y lo reconoció como el hijo de Johannes, cuyo noveno cumpleaños se acercaba. Si no recuerdo mal, es el chico listo que hizo aquel juego de mesa para la sala de reuniones. Es escuálido, pero aún hay esperanza para él, reflexionó el capitán mientras el niño embarrado se ponía en pie.

Dejando a un lado el aspecto blando que había heredado de su madre, Lambert podía decir que el chico tenía potencial. A pesar de sus hombros estrechos, sus huesos parecían sólidos y su estructura muscular era adecuada para un futuro entrenamiento. La mirada en sus ojos mientras se limpiaba la sangre de sus labios cortados no era desafiante per se, pero tenían la determinación de un hombre.

Este mocoso encajaría mejor con los caballeros o sirviendo a un noble, pensó Lambert mientras enseñaba los colmillos tan amenazadoramente como podía.

—¿Oh? Parece que a alguien le crecieron las pelotas.

 

[Consejos] Las caídas controladas pueden reducir mucho el daño.

Vaya, las caídas controladas son increíbles, pensé mientras me limpiaba la sangre de los labios. No sabría decir si la diferencia la marcó el hecho de que mi Resistencia fuera VI: Soberbia o mi letanía de habilidades para las caídas, pero me las había arreglado para hacer rodar la mayor parte de la fuerza del golpe de Lambert.

Sin mis bonificaciones, estoy seguro de que habría rodado por el suelo, gimiendo «Owwwwww» como el resto de mis amigos. Era una locura lo mucho que dolía después de amortiguar el golpe.

—¿Oh? Parece que a alguien le crecieron las pelotas.

Al ver a Lambert sonreír mientras me elogiaba, no pude evitar admirar su madurez. Estaba enseñando a todos los niños de la ciudad lo estrechamente ligados que estaban sus sueños de heroísmo a la muerte, todo por el precio de unos cuantos moratones. El dolor que sentía ahora era algo que sólo él podía infligir. Su espada no tenía filo, pero seguía siendo un buen trozo de metal; su refinada esgrima era la única razón por la que mis compañeros aspirantes a soldados podían retorcerse con todos los huesos intactos.

No me malinterpretes: era demasiado rudo para mi gusto. Una visita rápida al manicomio para ver las heridas de Lukas sería más que suficiente para... uuf.

Había bajado la guardia después de que Lambert me elogiara y recibí otro fuerte golpe en la mejilla. Volé hacia un lado, pero dejé que el impulso de su golpe siguiera su curso rodando sobre mi hombro. Sin embargo, por mucha fuerza que lograra disipar, el dolor de ser golpeado con acero dolía igualmente. No me rompí ningún diente, ¿verdad? Oh señor, todo sabe a sangre…

El segundo ataque me bastó para recobrar el equilibrio, y logré aprovechar el impulso de mi rodada para volver a ponerme en pie. Pero mientras que en el primer ataque tuve la débil sensación de que me iba a golpear, éste me pilló por sorpresa y me dolió mucho más. El dolor y todas mis acrobacias me dejaron aturdido.

Así que esto es lo que significa luchar. Mi mundo anterior había sido bendecido. Alguien nacido en una familia decente en un país pacífico sólo experimentaría la violencia en forma de refriegas infantiles. Nunca había levantado los puños para golpear a un enemigo, y nunca me lo había hecho un enemigo.

Ahora que había tenido una probada del combate, por fin entendía por qué tantos PNJ de juegos de rol, tanto virtuales como de mesa, habían abandonado la vida de batalla. Si este es él conteniéndose, ¿cómo de insoportable es un combate de verdad? ¿Cómo de dolorosa es una flecha en mi carne? ¿Una espada atravesando mis huesos? ¿Un garrote aplastando carne y huesos por igual? ¿Las llamas ardientes de la magia derritiendo mi piel?

Sólo de pensarlo me estremecía. Si un golpe deliberadamente débil, suavizado por continuas volteretas, era tan malo, no podía ni imaginar el daño físico y mental que me causaría una sed de sangre desenfrenada. Imaginar mi cuerpo despedazado rodeado de un aura de brutalidad me hizo acobardarme… y no podía soportar pensar en cómo se sentiría mi familia si fuera yo quien recibiera el golpe.

Por eso la gente toma las armas como policías y soldados: para proteger a su familia y a personas inocentes de este tipo de dolor.

En ese caso, había que aprender un poco. La habilidad para la lucha sería muy útil en un mundo en el que la injusticia acechaba tras cada esquina. Abundaban las historias de pueblos que habían sido atacados por bandidos o monstruos; yo había salvado más de los que podía contar como jugador y creado otros tantos en el puesto de Maestro del Juego. Pero ahora necesitaba fuerzas para asegurarme de que mi ciudad natal no acabara igual.

Mientras me agarraba la mejilla dolorida y sacudía la cabeza para despejarme, una pequeña notificación apareció en la esquina de mi visión. Por fin había desbloqueado la categoría de combate.

 

[Consejos] La experiencia no es el único medio para desbloquear habilidades. Algunas se otorgan en función de la fuerza de voluntad.



[1] Curioso encontrar una referencia a una peli occidental en novelas japonesas. La referencia es a la película Nacido para matar/La chaqueta metálica (Full Metal Jacket) del año 1987 y que fue dirigida por Stanley Kubrick.

 

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