Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo 

Vol. 1 Otoño del duodécimo año Parte 2

 

A mediodía, la fiesta estaba en su apogeo. El discurso del magistrado fue sencillo y, como todos los años, duró sólo unos minutos. Eckard Thuringia, señor del castillo de Konigstuhl y magistrado del cantón del mismo nombre, salió ataviado con una digna coraza y con un puñado de caballeros a su lado. Pronunció unas palabras sobre la cosecha del año, rezó por un invierno sereno desde lo alto de su caballo y se despidió rápidamente. Supuse que aún tenía que atender a los demás cantones bajo su dominio.

Por otra parte, el sermón que sustituyó a nuestra misa habitual también fue bastante breve. Esto se debía a que el festival en sí mismo era una forma de himno, salmo y oración en alabanza a la Diosa de la Cosecha, por lo que no teníamos necesidad de un largo culto. No se debía a que nuestro obispo fuera tan infame amante del vino que algunos se preguntaban si adoraba o no al Dios del Vino. Y, desde luego, no gritó «¡Terminaremos nuestra oración más tarde!» porque quisiera pasar a la bebida… creo. O al menos, me gustaría creerlo. Creo que él no haría algo así… de hecho, pensaré eso. Sea como fuere, este breve preámbulo explicaba por qué los ciudadanos del cantón habían desaparecido por completo en las primeras horas del día.

—Mmjee, —rió Margit—, ¿estás bebiendo?

—Sí, sí.

Mi habitual collar de aracne no fue una excepción. Ver su carita de bebé enrojecida mientras arrastraba las palabras era francamente criminal, pero bastante común en esta tierra. Las ollas para hervir y los dispositivos elementales de filtración hechos con tela, grava y carbón daban a los rhinianos acceso a agua limpia, pero esos medios eran demasiado caros para el uso cotidiano. La mayoría de las veces, el agua potable se desinfectaba con alcohol.

Con su clima relativamente cálido, el sur de Rhine era la capital de la producción de uva del Imperio. No era tan templado como el de los estados más pequeños a lo largo del océano meridional, pero era lo suficientemente bueno como para que las vides florecieran y el vino fluyera por la región. En esta época del año, se podía salir a la calle y ver un flujo constante de carros cargados de vino que salían de las cervecerías bajo la influencia del Dios del Vino.

Además, la iglesia sacaba barriles y barriles de su propia bodega para la fiesta. Este espectáculo era lo que ocurría cuando la gente dejaba que sus acciones superaran a sus pensamientos y se bebía el fuerte licor sin diluirlo. No necesité comprobarlo para saber cuál era la causa del olor agrio que emanaba de los árboles que rodeaban la plaza del pueblo.

Este era el estado de las cosas a primera hora de la tarde; ¿va a estar bien este cantón para la boda? Bueno, las bodas de antaño se las habían arreglado de alguna manera, así que estaba seguro de que todo saldría bien. El peor escenario posible era una pareja de recién casados demasiado impacientes que pasaban de la ceremonia a la luna de miel antes de retirarse a la seguridad de su casa de campo. No me malinterpretes, eso sería terrible de ver, pero con la mitad de la población demasiado borracha para recordar nada, seguro que el daño duradero sería mínimo.

—Oyeeee, no me ignoreeeees… —Margit balbuceó.

Hacía tiempo que no oía a Margit parlotear en la lengua común. Miré hacia abajo y la vi haciendo pucheros con las mejillas hinchadas, todavía colgada en su lugar favorito.

—Te dije que no bebieras tanto… —le dije.

—Sólo he bebido un poco. Un poquititito, —insistió.

A decir verdad, no se equivocaba. De dos a tres copas estaba bien dentro del ámbito de «un poco», pero por desgracia esa lógica no funcionaba con los aracne. Lo que tenían de ventaja sobre los humanos en capacidad digestiva, lo pagaban con creces en su tolerancia al alcohol. No tenía ni idea de lo que pensaba que iba a pasar.

—No quieres echar un vistazo a los puestos callejeros? A este paso no vas a poder, —le advertí.

—Tá bieeeen, —ronroneó Margit—. Tú me llevarás allí, ¿verdad, Erish?

La araña parecía una gatita mimada mientras acurrucaba sus sonrosadas mejillas contra mi pecho. Me preocupaba que su vibrante maquillaje rosa me manchara la camisa, pero mi ropa estaba tan limpia como siempre… ¿Los aracnes pueden ponerse así de rojos sin maquillaje?

Por desgracia, no podía satisfacer su petición; tenía que cambiarme.

—No puedo, —le expliqué—, se acerca la boda de Heinz. Tengo que ir a cambiarme de ropa.

—¡Paraaaa! —chilló.

No me chilles. Tienes catorce años, te falta un verano para ser una adulta, jovencita. Margit apenas parecía mayor que Elisa, pero yo no había olvidado que era dos años mayor que yo. No importaba lo linda que estuviera con su pequeña rabieta, yo no… No dejaría que… ella…

—¡Está bien! —Dije—: Vamos, es hora de soltarse.

—¡¡¡Erish, ere un maliito!!!

Vencí salvajemente las ganas de jugar con Margit con una voluntad de hierro y la levanté por las axilas para desprenderla de mi cuello. Cuando la coloqué en el suelo, me di cuenta de que yo había crecido tanto que ya no me llegaba a la cintura. Me miraba con ojos llorosos y acusadores que me retorcían los sentidos y me hacían sentir que estaba legítimamente equivocado, lo cual era poco útil. Para empeorar las cosas, estábamos en público: había hombres borrachos como cuba por toda la plaza, y algunos de ellos eran nuestros antiguos compañeros de juegos.

—¡Vamos, Erich! No seas tan estricto.

—¡Sí, llévatela a pasear, viejo!

—¡Ojalá fuera tú, maldito glorificador de la vitalidad!

Los borrachos eran buenos chismosos, y yo sabía muy bien que las palabras suaves no atravesarían sus gruesos cráneos. Grité: «¡Lárguense ya, irresponsables! ¡O les quitaré la borrachera a golpes!».

A pesar de levantarles el puño, lo único que obtuve como respuesta fue un seco silbido. Por cierto, «ir a pasear» en este contexto significaba encontrar una zona apartada de follaje en la que desaparecer; ya había presenciado personalmente cómo lo hacían un puñado de parejas.

Por otra parte, «glorificador de la vitalidad» era una forma indirecta de llamarme lolicón. Un antiguo hombre santo había sido infamemente aficionado a ciertos semihumanos y demonios que, en el mejor de los casos, eran «juveniles» para los estándares de los mensch. Cuando se le llamó la atención por su libertinaje, afirmó que simplemente amaba su abrumadora vitalidad con un corazón puro e inocente. El cuento se había convertido en una alusión histórica que sobrevivió hasta nuestros días.

¿Qué? ¿Quieres saber qué le pasó al tipo? También había estado persiguiendo a semihumanos menores de edad, así que fue molido a palos por todas las partes implicadas y excomulgado por la iglesia. Las autoridades religiosas de este país no eran nada fervientes, teniendo en cuenta que estaban dispuestas a despedir a un miembro de una de las casas imperiales.

Ignoré el hecho de que mi amiga de la infancia se las arregló para iniciar un ataque social contra mí con sólo llorar y abandoné la escena para evitar que me marcaran de forma no consentida con cualquier rasgo o título no deseado. No quería tener que anotar un nuevo miembro de la familia en mi hoja de objetos a esta edad (aunque supongo que técnicamente estaba a medio camino de la edad adulta). Aun así… no podía negar que no estaba totalmente en contra de la idea después de todo el tiempo que había pasado con Margit.

—Eh, Erich, llegas tarde.

Volví a casa y me encontré a mi hermano mayor vestido en el salón. El jubón blanco no le sentaba muy bien al rostro cincelado que se parecía al de nuestro padre, pero hoy se había peinado el pelo castaño con un poco de gel, lo que le ayudaba a redondear el look. Sería exagerado decir que parecía un noble, dado su rostro tostado por el sol y sus manos callosas, pero era la figura galante del hijo mayor de nuestra familia.

—¿Qué tal está? ¿Tengo buen aspecto?

—Sí, se ve muy bien, Heinz.

—¿Ah, sí? —dijo, frotándose tímidamente la nariz. Tenía el mismo aspecto que el niño al que le había entregado una espada de madera; al mismo tiempo, ver su crecimiento me llenaba de un orgullo que pocas veces había sentido en mis casi cincuenta años de vida.

Recordé con cariño los días que pasamos cazando la escurridiza moneda de hada con mis armas caseras en la mano, y el tiempo que había asistido a sus clases de lenguaje para arreglar mi fabuloso acento. Me habría gustado borrar este último recuerdo de las mentes de todos los implicados, incluida la mía, pero aun así.

Fuera como fuese, era notable lo mucho que había crecido desde aquel niño llorón que imitaba a los héroes aventureros de las viejas sagas. Había asimilado las matemáticas que le habían atormentado durante años y podía mantener una conversación en la lengua palaciega con sólo un tartamudeo ocasional. El futuro de nuestra familia estaba a salvo en sus manos.

Mi hermano y yo estuvimos un rato hablando de felicitaciones y de futuros hijos. Me puse mi ropa de etiqueta (un conjunto de ropa usada que había pasado por las manos de mis hermanos) cuando me di cuenta de que mis dos hermanos del medio no aparecían por ninguna parte.

—Oh, llegaron a casa borrachos… Creo que nuestro viejo los llevó al pozo. No queríamos que Elisa los viera así, así que la mandamos a casa de Mina para que se vistiera.

Esos gemelos tontos… No sólo se habían saltado su trabajo, sino que se las habían arreglado para beber sin que los descubrieran. Podía imaginarme a mi padre hirviendo de rabia mientras bombeaba (con una manivela que me había sorprendido ver, muy parecida como con el papel) agua irónicamente helada del pozo y salpicaba generosamente a sus dos hijos idiotas.

Con la cosecha terminada y el otoño dando paso al invierno, recé para que los dos tontos pudieran evitar pillar un resfriado, pero un par de fuertes estornudos que sonaron en el patio trasero echaron por tierra mis esperanzas al instante.

 

[Consejos] El alcohol se utiliza en todo el Imperio para esterilizar el agua potable. Sin embargo, es común que las razas que pueden subsistir con agua contaminada tengan poca tolerancia a la bebida.

 

La boda fue menos una ceremonia magnífica y más una fiesta jovial. Las bodas plebeyas en nuestro cantón estaban totalmente alejadas del concepto de elegancia, optando en su lugar por una gala estridente. Era casi una tradición que los borrachos gritaran a los recién casados para que el novio replicara con un comentario vulgar, lo que provocaba que la novia, uno de sus parientes o el obispo le dieran una bofetada al pasar.

Fue un proceso sencillo en el que la pareja recorría el pasillo plagado de pétalos de flores e insultos groseros para recibir la bendición del obispo y firmar un contrato. Después, todo se convertía en la fiesta habitual. La bebida y el alboroto eran compañeros ancestrales de las bodas, y este mundo encajaba en el molde. Todos, desde el novio hasta la novia, bailaban, cantaban y bebían como locos.

Las canciones cambiaban de un momento a otro, y los bailes y las parejas también. Cualquiera que estuviera cansado del alboroto podía comer algo o saciar su sed con licor. Al atardecer, los recién casados eran levantados y paseados por la ciudad, para finalmente ser arrojados a su dormitorio acompañados por una cacofonía de gritos.

Después de causar el caos que se merecían, los novios se marchaban a una segunda (o tercera, si contamos las borracheras que preceden a todo el proceso) fiesta. Era alborotado y potencialmente incluso bárbaro, pero me pareció mucho más divertido que los extraños discursos y trucos de salón que había visto en el pasado. Por supuesto, no podía negar que mi visión de soltero de treinta años podía estar deformada por los regalos de boda que sólo intercambiaban las manos en una dirección.

En cualquier caso, la ceremonia fue maravillosa. Heinz parecía triunfante mientras llevaba a su novia del brazo. Él y la frágil señorita Mina formaban un binomio tan criminal como Margit y yo de una forma completamente distinta —una rápida mirada a la pareja hacía que las palabras «secuestro» e «intimidación» vinieran a la mente—, pero el rostro de la nueva señora estaba teñido de un dichoso rojo rosado. Factores prácticos como las relaciones familiares y las finanzas desempeñaban un papel en el matrimonio, pero eso no quería decir que los implicados no fueran felices.

—Señor Hermano, —dijo Elisa, tirando de mi camisa.

—¿Eh?

Yo había estado tranquilamente sentado en un rincón de la plaza con mi hermana en el regazo. A toda la familia le preocupaba que se desplomara si se veía envuelta en el baile, así que me pusieron de guardia.

—¿El señor Hermano no quiere bailar?

—No me gusta bailar, —respondí. Eso era cierto sólo a medias. Confiaba en que mi destreza con la espada se tradujera en los pasos de un slide[1] o un vals, pero… sencillamente no tenía a nadie con quien bailar. Margit había estado bien hasta mediados de la boda, cuando se bebió un recipiente lleno de hidromiel (hidromiel destilada con hierbas lo bastante fuertes como para emborrachar a un mensch, nada menos), dejándome sin pareja.

Por supuesto, podría haber seguido los pasos de Michael y Hans, que se sobrepusieron a sus recién descubiertos estornudos para bailar con todas y cada una de las doncellas que se cruzaron en su camino. Sin embargo, últimamente las chicas de mi edad evitaban bailar conmigo. Estaba seguro de que la culpa la tenía un pequeño arácnido que estaba a punto de convertirse en el mejor amigo de un cubo vacío. No sabía por qué estaba tan preocupado, ya que yo era el cuarto hijo con pocas posibilidades de tener una pretendiente.

—Pero bailaste con Elisa, —señaló mi hermana.

—Eso es porque eres especial, —le dije. Mi único baile del día fue con Elisa en las afueras de la zona. Digo «baile», pero yo solo había tomado a mi hermana y la había hecho girar lentamente porque ella quería participar en la fiesta. No la había dejado dar ni un solo paso por sí misma, pero parecía bastante contenta, así que supuse que estaba bien.

—¡Especial! —Elisa resopló con suficiencia y se apoyó en mí mientras agitaba sus piernecitas. Ternurita.

Pero como hermana pequeña de carne y hueso… probablemente dentro de unos años diría cosas como «Oh por favor, qué pesado es mi hermano». Pensar en ello ahora casi me hace llorar. Si ocurriera de verdad, podría verme berreando sin reservas, ya que sólo imaginármelo era suficiente para que se me oprimiera el pecho.

—Oh, ya sé. Elisa, ¿quieres ir a ver los puestos?

—¿Puestos? —repitió ella.

—Sí. ¡Allí hay comida rara y poetas!

Ahuyenté los pensamientos deprimentes con una simple sugerencia. Con lo a menudo que Elisa se quedaba encerrada en casa, estaba hambrienta de salidas para su curiosidad, y la idea de echar un vistazo a los puestos callejeros le encantó. Respondió con un entusiasta «¡sí quiero!».

Nuestro padre me había dado algo de calderilla para gastar en el festival, así que estaba seguro de que podría comprarle una o dos cosas. Era difícil saber si quedaba algún caramelo de hielo ahora que habíamos terminado la cosecha, teniendo en cuenta lo popular que era, pero tal vez si podía encontrar alguno, mi calificación como hermano mejoraría. Con mi emocionada hermana en brazos, me dirigí a la larga fila de puestos callejeros.

 

[Consejos] El Dios del Vino, que preside las festividades y la alegría, tiene seguidores que rivalizan con los de la Diosa de la Cosecha. Afirma que «el dolor de la resaca no es más que parte del encanto del licor» y que no existe ningún milagro para curarla. A sus ojos, para ser un verdadero amante del vino, hay que amar todos sus efectos.

 

¿Por qué los festivales son más divertidos de niño que de adulto? Una pila de billetes de 10.000 yenes basta para comprar cualquier cosa, incluso para participar en las rifas con las que los niños sólo pueden soñar. Y, sin embargo, los días en que salía de casa apretando con fuerza unas monedas de unos cientos de yenes eran siempre los que hacían bailar mi corazón.

Disfruté de un hechizo de nostalgia mientras observaba los numerosos puestos callejeros que se habían instalado. Todos estaban regentados por comerciantes errantes que habían acumulado existencias en el extranjero. A veces, se detenían en pueblos como el nuestro para vender sus mercancías.

—¡Tenemos cuchillos de obsidiana hechos en el norte! ¡Van geniales para recoger hierbas!

—¡Oiga, oiga! ¿Qué tal algo de laca que le traigo de una ruta oriental? ¡No hay nada por aquí que brille como eso! ¡Compre un juego entero como regalo! ¿Qué le parece? Va muy bien con el cielo azul de hoy.

—¡Hieeeerbas! ¡Hierbas de la península occidentaaaal! Magulladuras, rasguños, cortes, ¡lo curará todo!

Los comerciantes se sentaban en alfombras o asomaban la cabeza por unos carros especiales que se abrían por un lado mientras llamaban al menguante tráfico. Este pasillo comercial había estado repleto de actividad a primera hora del día; con los lugareños demasiado borrachos para estar de pie u ocupados bailando, el negocio siempre se ralentizaba después de la boda, pero algunos compradores aquí y allá preferían echar un vistazo a su antojo o querían probar suerte con lo que quedaba en stock.

No son pocas las cosas que me llaman la atención, pero hoy seguía las órdenes de la princesita de nuestra familia. Ni siquiera tuve que preguntarle adónde quería ir. Su mirada centelleante estaba claramente fija en un punto: un puesto de joyas para amas de casa. El propietario, claramente de buena cuna, estaba sentado en una silla plegable, con una enorme guardaespaldas ogra a su lado. Su entusiasmo por vender había decaído claramente, mientras observaba tranquilamente pasar a la escasa multitud de clientes potenciales.

—¡Señor Hermano! ¡Lindas! ¡¡¡Lindas!!! —chilló Elisa.

—Sí, son muy lindas, —coincidí.

Mi hermana se acercó dando tumbos con los ojos llenos de estrellas, pero el tendero no se molestó en espantarla. Una niña que no podía pagar no habría sido más que una molestia si hubiéramos venido en las horas punta, pero ahora que el negocio iba lento, el joyero la llamó con voz suave.

—¡Tienes buenos ojos, señorita! Ésta es una perla desenterrada por las sirenas que viven en el azul profundo del mar interior del sur. Mira qué redonda e inmaculada es. Y ésta es la perla sin pulir: salió del agua exactamente así.

Supongo que a este hombre bien vestido y extravagante le gustan los niños. Después de todo, mostró cuidadosamente la belleza de su inestimable perla a Elisa como si fuera legítimamente una clienta potencial. ¿Cuál es el precio de esta cosa? …Ack, ¿tres dracmas?

El sistema numérico del Imperio era de base diez, y su moneda lo reflejaba. Una dracma de oro valía cien libras; una libra de plata valía cien assariis de cobre. Era un sistema sencillo y familiar.

El agricultor independiente medio esperaba ganar cinco dracmas en un año. A partir de ahí, se tomaba una dracma como impuesto líquido, y se necesitaban unas cincuenta libras para comprar los materiales necesarios para pagar el impuesto sobre los productos que no se podían cultivar, como la seda. Los gastos de manutención y agrícolas sumaban alrededor de dos dracmas, por lo que la renta final disponible para un año se calculaba en una dracma y cincuenta libras. La proporción entre lo que nos quitaba el gobierno y lo que nos quedaba era aproximadamente de cuatro a seis, lo que situaba a nuestro cantón en el lado más indulgente.

Si añadimos a la mezcla mi otra ocupación y nuestros campos adicionales, nuestra familia podía ahorrar tres dracmas al año, lo que significaba que tendríamos que destinar todo el dinero que nos sobraba a comprar esta única perla.

—Va-Vaya, qué joya más bonita, —tartamudeé, tensándome por reflejo. ¡Este bazar de pueblo no es lugar para este tipo de tesoros, viejo!

—Vaya, vaya, —dijo el hombre acogedoramente—. Parece que el joven caballero comparte el ojo de la pequeña dama para la belleza. De hecho, éste es un premio que tenemos en stock en nuestra tienda principal de la capital imperial. Lo traje conmigo por si alguien quisiera comprarlo, pero esto suele ser algo que se encadena para adornar los cuellos de las mujeres de la nobleza.

El dueño de la tienda se acarició la barba y se rio afablemente. A juzgar por el anillo de sello que llevaba en el dedo, probablemente era el encargado de surtir de mercancías a una empresa de la capital… lo que le convertía en alguien importante. Sé que tienes tiempo libre, pero, por favor, no abras tu tienda en el campo. Esto es malo para mi corazón.

—Ja, ja, ja, —reí torpemente—, ya veo. No me extraña que sea tan estelar. Nosotros nunca podríamos comprar algo así.

—No, verás, hay una tradición entre los tritones de comprar una perla cada vez para crear un collar con ellas cuando te casas. ¡He oído que se ha puesto de moda en los reinos mensch también! ¿Qué te parece? ¿Por qué no lo hablas con tu madre y le compras uno a tu adorable hermanita?

¿De qué clase de mensch estás hablando? ¿El granjero burgués? ¿El rico capitalista? ¿Eh? Escúpelo, te reto. Esa perla podría comprar mi armadura y algo más.

—Ahh, bueno… —Puse mi sonrisa más cortés y dije—: Mi hermano mayor se ha casado hace unos momentos. Por desgracia, un tesoro tan espléndido como éste está fuera del alcance de lo que nuestra casa puede permitirse.

—¿Ah? —dijo el hombre, abriendo mucho los ojos—. ¿No eres el hijo mayor?

—En absoluto, señor. Soy el cuarto.

—¡¿En serio?! Tu dominio de la lengua palaciega es tan impecable que hasta yo desearía recibir lecciones tuyas.

Ah, ya veo. Pensó que era un heredero basándose en mi forma de hablar. ¡Espera, no! Parece que piensa que nuestra familia es lo suficientemente rica como para enviar a cuatro chicos a la escuela. ¿Qué haré si realmente empieza a buscar a mis padres…?

—Bueno, verá, no estoy en posición de presumir; simplemente he aprendido lo que he podido de mi padre y de algunos amigos que han ido a la escuela. Por supuesto, me encantaría comprársela a mi hermana, pero el precio es un poco caro para nosotros, así que si nos discul…

—Oye, chico. ¿Qué te parece?

Mientras intentaba escabullirme, oí una voz que me llamaba desde el cielo. Levanté la vista y vi los afilados colmillos de un ogro que se cernía directamente sobre mí. Medía al menos tres metros. Había oído que su piel era azul porque contenía algún tipo de metal rígido, pero que seguía siendo lo bastante flexible y elástica como para que una espada ordinaria simplemente rebotara en ella. Sus músculos corpulentos sobresalían como placas de armadura, con cada extremidad tan digna como un pilar de mármol.

—El premio son cinco dracmas, —dijo señalando hacia la tienda de un vendedor de espadas. Seguí con la mirada su afilada garra (capaz de desgarrar fácilmente la carne humana) y vi que el puesto de espadas anunciaba un desafío. Garabateado con una letra que parecía escrita por un ratón, el cartel decía que, si alguien podía partir el preciado yelmo del dueño de un solo golpe, pagaría cinco monedas de oro. La tarifa por el intento era de cincuenta assariis.

Junto al anuncio, escrito a la rápida y desordenado, el vendedor de espadas daba caladas a su pipa entre llamadas ocasionales a la multitud. Por la forma de su cara y su cuerpo enjuto y diminuto, supuse que era un stuart: la gente rata.

Este tipo de desafíos eran habituales en los festivales. Eran parecidos a los campos de tiro de corcho de Japón, donde los premios más grandes se apuntalaban por detrás, o a las rifas en las que sospechosamente nunca salía un número ganador. Era una trampa diseñada para atraer y sacar la calderilla a los padres que se habían rendido a sus hijos o a los tontos que habían sido incitados por sus parejas.

—Eh, Lauren… —dijo el primer tendero.

La ogra guardaespaldas ignoró el reproche del joyero. Con una sonrisa tan imponente como para hacer llorar a los niños, me puso la mano en el hombro. Me alegro de que Elisa esté ocupada mirando la perla.

—Está hecho para la prueba, —insistió Lauren. Luego se volvió hacia mí y me dijo—: Ese gorrón lleva tiempo acumulando calderilla. ¿No crees que sería divertido?

Hmm. El casco parece de acero estándar, pero probablemente me obligaría a usar una de las destartaladas espadas que tiene alineadas junto a él. Mi padre me había dado exactamente cincuenta assariis: podría hacer dos o tres compras pequeñas o compartir un capricho con mi hermana, pero…

—Parece interesante.

—¡¿Qué?! —exclamó el joyero.

Presumir forma parte del papel de hermano mayor. Saqué la calderilla y la agité un par de veces mientras me acercaba al puesto.

—¡Hola, futura leyenda! —saludó el hombre con una sonrisa—. ¿Vienes a probar?

—Sí, señor. Son cincuenta assariis, ¿verdad?

Aunque su rostro era bastante amable, se notó una pizca de sombra cuando dejé caer las monedas en su palma abierta. Pero cuando miró los grandes cobres que tenía en la mano, su expresión se transformó en un ceño fruncido.

—Hmm, cuartos de Beyton, ¿eh? Dos de estos sólo suelen valer cuarenta y cinco assarii, con lo pobre que es su fabricación…

Los cuartos eran piezas de cobre de mayor tamaño que valían lo mismo que veinticinco cobres normales, pero sin una estandarización total, el dinero era susceptible de cambiar de valor dependiendo de la calidad de su acuñación. El caso más extremo fue el de las monedas de José, fundidas para celebrar la ascensión o el reinado de José I, el Emperador Avaro, sólo llegaron a valer dos tercios de su supuesto valor, incluso en el caso de las mejores piezas de oro. Esto dio lugar a una serie de situaciones odiosas como ésta.

—Bueno, eres un niño y todo eso, así que haré la vista gorda. Lo atribuiremos al ambiente festivo que se respira.

—Gracias, —dije, tragándome un comentario sarcástico.

Las cuchillas entre las que podía elegir eran, dicho sin rodeos, todas de acero barato. Por otro lado, gracias a la habilidad Gusto Estético que había adquirido en el árbol de Sociabilidad como preparación para futuros encuentros sociales, pude darme cuenta de que el casco tenía una fina capa de mystarillo a pesar de su cuerpo de acero liso.

El mystarillo era un metal especial que solía aparecer en las sagas de poetas errantes. Tenía un aspecto plateado con un matiz azul que brillaba tenuemente en la oscuridad, y solía aplicarse como capa de acabado sobre otros metales. Sin embargo, su propiedad más impresionante era su capacidad para desviar los golpes físicos. Esto significaba que para darle una forma utilizable se necesitaba magia especializada o herramientas del mismo tipo. A la altura de su legendaria reputación, llegó a formar parte de los adornos de la realeza como emblema de fortaleza indomable.

Este casco tenía una letanía de pequeñas marcas, pero la ausencia de daños en la capa inferior de metal era probablemente la causa de la confianza del comerciante. Con la cantidad de muescas y abolladuras que tenía, sólo podía preguntarme cuántos años llevaba con este plan. Los cuartos amontonados se convierten en tesoros, estoy seguro.

Aun así, la tarea no era inútil. Pude ver que el revestimiento exterior era escaso, y la ornamentación rota del casco delataba su vejez. Si lo hubiera forjado todo con mystarillo, habría tirado la toalla, pero el herrero local me había dicho que una fina capa de este material sólo era resistente, no indestructible.

Si tenía una oportunidad, entonces era mi deber como munchkin poner a prueba cuál rotura ganaría. Intentémoslo. Envolví la espada desechable con mis manos y la alcé en alto tras confirmar mi agarre. Esta era la mejor manera de usar todo mi poder contra un objetivo inmóvil.

—¡¡¡Vamos Señor Hermano!!!

En algún momento, la atención de Elisa se había liberado de la hipnotizante gema y había vuelto a mí. Todavía a salvo al lado del joyero, sus gritos llegaron a mis oídos mientras me preparaba para golpear. Gracias, Elisa. ¡Tus gritos son como un montón de potenciadores!

—¡Hup! —La hoja silbante que acompañó a mi breve gruñido se detuvo a un pelo… del suelo.

—Espera, ¡¿qué… eh?!

El casco y el pedestal sobre el que descansaba se habían partido en dos.

—¡Espléndido!

—¡Sí! —exclamé. El otro comentario laudatorio procedía probablemente de la ogra que me había metido en esto. El vendedor de espadas permaneció sentado en su silla, mirando de mí al casco y viceversa con la boca abierta.

En mi cumpleaños, mi Destreza estaba en la cúspide de VIII: Ideal, y mis Artes de la Espada Híbridas y Arte Encantador estaban en VI: Experto. Con una habilidad de espadachín de nivel superior llamada Perspicacia y el mencionado Gusto Estético, encontrar los puntos débiles de las estructuras era pan comido, y partir el metal había seguido el mismo camino.

Perspicacia era una habilidad que me otorgaba una forma de intuición visual. De acuerdo con las enseñanzas de Miyamoto Musashi[2], la técnica oculta me permitía observar a mi oponente sin fijarme en un solo punto, lo que me otorgaba la capacidad de esquivar una espada sin tener que mirarla fijamente. Además, mi aguda visión hacía más evidentes las aperturas en las defensas de mi oponente. En esencia, era una habilidad monstruosa que añadía bonificaciones al ataque, la esquiva y el contraataque, tanto en precisión como en daño. Los tres meses de experiencia que invertí en conseguirla no fueron en vano.

…Es decir, sus bonificaciones de esquiva serían útiles incluso si abandonaba el camino de la espada, así que era una compra segura. Nunca acumularía polvo, ni hablar.

En cualquier caso… el casco que había rebanado debía de haber sido golpeado por todo tipo de guerreros y forzudos a lo largo de los años. Aunque la parte superior no tenía ninguna hendidura notable, había algunos puntos que habían sido aplastados. Supuse que una fina capa de mystarillo no bastaba para amortiguar el impacto de todo el maltrato.

El grosor del blindaje es importante, pero la forma del casco también es una parte vital de su estructura defensiva. La curvatura de la armadura redirige las cuchillas para que no se claven en el cuerpo, que es la razón por la que la esgrima occidental en la Tierra incluye el arte de apalear a alguien hasta la muerte con el pomo.

Un pequeño trozo de metal plano había sido toda la oportunidad que había necesitado. La espada que había utilizado estaba un poco desafilada, pero el resto era cuestión de técnica. Tal vez debido a su larga historia de malos tratos, el yelmo se partió mucho más limpiamente de lo que había esperado. Sir Lambert había predicho que yo podría partir acero si se daban las circunstancias adecuadas, y me alegró ver que las habilidades que se habían ganado su sello de aprobación no se habían oxidado durante la ajetreada temporada de cosecha.

El único contratiempo digno de mención era que había estropeado la espada. La sostuve erguida, pero incluso una inspección superficial habría revelado lo completamente deformada que estaba la hoja. Por perfecta que fuera mi forma, un arma menor no estaba hecha para este uso.

—Ahora bien, —dije—, me gustaría reclamar mis cinco dracmas.

Extendí la mano hacia el rostro inexpresivo del stuart. Parecía como si quisiera protestar, pero con el ogro aterrador aplaudiendo alegremente detrás de mí y los comerciantes vecinos uniéndose, optó por cerrar la boca. El joyero estaba al menos unos cuantos mundos por encima del vendedor de espadas en cuanto a posición social, y la presencia del primero entre la multitud que aplaudía dejaba al cobarde hombre rata con poco margen para objetar.

El comerciante de espadas probablemente se dio cuenta de que era peor arruinar su reputación con una reticencia indecorosa que pagar. En realidad, yo no había utilizado ni magia ni milagros, y había cortado el tocado sólo con mi habilidad. La forma en que había ganado era simplemente demasiado abrumadora como para encontrar defectos razonables.

—Va-Vaya, eres impresionante, chi-chiquillo… Toma… El dinero del premio… Tómalo.

Tu elección de palabras te hace parecer magnánimo, pero no engañas a nadie con lo mal que te tiemblan la voz y la mano. Aun así, supongo que el dinero es… ¿dinero?

—¿Qué pasa? ¿Qué te pasa? ¿No estás contento? —preguntó el ogro, observando mi ceño fruncido mientras el oro brillaba tenuemente en mis manos. Me pregunté qué clase de increíble habilidad había necesitado esta guerrera con armadura completa para acercarse sigilosamente por detrás sin hacer ruido. Tras ver el metal en mis manos, se volvió para fulminar con la mirada al mercader y le espetó—: …Explícate, escoria.

—¡Mira el cartel! —chilló la rata—. ¡No he hecho nada malo!

Las relucientes monedas que tenía en las manos eran piezas de oro acuñadas para celebrar el quinto año de José I en el poder. El riguroso rostro impreso en el oro era indicativo del más impuro de las Monedas de José.

El triste brillo de estas cinco monedas se veía entorpecido por las sucias huellas dactilares que salpicaban su superficie, sin duda prueba de una larga historia de paso entre los pobres. Como mucho, sumaban dos dracmas y cincuenta libras.

Escoria… ¿Quién hubiera pensado que en un lugar como éste habría una póliza de seguro extra? Ahora que volvía a mirar, el cartel decía cinco monedas de oro y no cinco dracmas. Si hubiera cambiado los dos, podría haberme quejado de que me estaba estafando, pero la publicidad no era falsa en modo alguno… Qué fastidio.

Al no poder ocultar mis hombros caídos, la amenazadora mano de la ogra se alzó a mi vista, haciéndome estremecer. Sin embargo, las terroríficas garras de sus dedos fueron inesperadamente suaves al arrancarme tres de las monedas de la mano. Dejándome confundido, se volvió hacia el joyero y empezó a hablar con énfasis.

—Ahora bien, oh patrón mío, ¿ha sido testigo del brillante golpe de este pequeño espadachín?

—En efecto, —respondió—, en nombre de la casa Gresham, desde luego que sí.

Nunca antes había oído hablar de los Gresham, pero debían de ser bastante prominentes para que el mercader declarara tan expresamente el nombre en esta situación. Espera, ¿podría ser el patrocinador de toda esta caravana o algo así?

—E incluso estas viles piezas de oro, —continuó Lauren—, valen tres dracmas después de haber sido ganadas por un campeón. ¿No está de acuerdo?

—En efecto, sin duda, —dijo su jefe con un fuerte asentimiento. Sir Gresham el joyero colocó entonces la perla gigante en una pequeña caja de anillos. Con una sonrisa radiante, se la entregó a mi perpleja hermanita y le dijo—: Tienes un hermano maravilloso, jovencita.

—Muchas gracias, —respondió Elisa. Sus juveniles intentos de imitar mi habla palaciega no hicieron sino ampliar la sonrisa del caballero.

Ojojó, Ahora lo entiendo. Una venta generosa aquí le permitía presumir de su magnanimidad ante los demás mercaderes de la caravana, que debía de ser su objetivo. En una época en la que las conexiones interpersonales estaban más cerca de las amistades personales que de los contratos robotizados, una buena reputación valía su peso en oro. Qué hombre de negocios tan astuto. Si se corría la buena voz de este episodio, la diferencia de una dracma y cincuenta libras era totalmente trivial.

Aun así, una buena acción era una buena acción independientemente de la intención, así que me preparé para dar las gracias también, pero mis pies perdieron de repente el contacto con el suelo.

¡Guau!

La ogra gigante me había agarrado por las axilas y me sostenía en alto, poniéndome a la altura de los ojos.

Ahora bien, te envié con la promesa de que obtendrías cinco dracmas.

Cierto, dije, todavía un poco aturdido. Pero ya han hecho más que suficiente para…

Eso te deja todavía con una dracma menos, anunció, acercándome más a mí.

Podía distinguir claramente el azul de su piel infundida de metal, los caninos desgarradores que delineaban su sonrisa y los iris dorados que marcaban los ojos de toda persona demonio. Sus ojos eran hermosos, y las pestañas que los delineaban se alargaban a medida que me acercaba. La nariz perfectamente equilibrada que descansaba sobre su boca galante encajaba a la perfección con su rostro, y los mechones castaños que le daban contorno emanaban el agradable olor de un aceite capilar de alta calidad.

La distancia entre la cara de la atractiva ogra y la mía llegó a cero antes de que pudiera reaccionar. La impresionante demonio me dio un pequeño pico, un suave roce de nuestras bocas.

—¿Será suficiente? —me preguntó.

Era mi primer piquito en esta vida; utilizo esta palabra con precisión, ya que se trataba de un intercambio formal de labios; ciertamente, no era un beso. Recibir uno de una mujer más elegante que la mayoría de las modelos de la televisión me hizo asentir por reflejo a su pregunta.

—Muy bien. Mi gente te tratará bien si les das el nombre de Lauren, de la Tribu Gargantuana. Les diré que he encontrado un chico mensch interesante. —La hermosa guerrera, Lauren, esbozó una hermosa sonrisa mientras me bajaba. Con una suave palmada en mi cabeza, añadió—: Estoy deseando que llegue el día en que vengas a desafiarme como un espadachín hecho y derecho.

La inminente realidad de un futuro golpe de historia se hundió en mi cuerpo con el cosquilleo de mis labios.

 

[Consejos] Los ogros proceden de la parte occidental del continente central, no tienen patria y se organizan en tribus individuales, todas las cuales valoran la destreza marcial. Su piel y sus huesos están impregnados de elementos metálicos. Son sexualmente dimórficos, sobre todo las hembras, que suelen superar los tres metros de altura, y muchas naciones financian directamente con cargo al erario público estas potencias absolutas. Por el contrario, los machos son relativamente pequeños, de dos metros de altura, y se dedican a trabajos manuales o esporádicos para llegar a fin de mes en su sociedad matriarcal.



[1] El slide es una danza folclórica de la música tradicional irlandesa, a veces confundida con el simple jig. En realidad, es uno de los tres tipos básicos de giga. Suele estructurarse en un compás de 6/8 y, ocasionalmente, de 12/8. El nombre slide deriva del movimiento de los bailarines al deslizar sus pies.​

[2] Miyamoto Musashi fue un guerrero famoso del Japón feudal. También es conocido como Shinmen Takezō, Miyamoto Bennosuke, o por su nombre budista Niten Dōraku. Es autor del reconocido tratado sobre artes marciales titulado El libro de los cinco anillos.

 

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