Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo 

Vol. 1 Otoño del duodécimo año Parte 3

 

—¡Un brindis por nuestro legendario espadachín! —llamó un hombre.

—¡¡¡Salud!!! —respondió la multitud.

Sabía que se corría la voz rápidamente en el recóndito mundo de nuestro pequeño cantón, pero tengan piedad. Sólo había pasado media hora desde mi victoria en el puesto comercial, y ahora los borrachos levantaban jarras de bebida en mi nombre por toda la plaza, sus vítores alcohólicos mezclándose con el suave rojo del sol poniente.

Por cierto, el hombre que había estado dirigiendo los brindis todo este tiempo no era otro que uno de nuestros invitados de honor: el bufón de mi hermano. Parecía que su mente borrachísima no podía registrar a su esposa recién casada poniendo los ojos en blanco mientras él bramaba y gritaba.

Por otro lado, yo estaba atrapado en medio de esta locura, sosteniendo aburrido la copa que me habían dado. Había tomado el rasgo Bebedor Tolerante sabiendo que el licor era un alimento básico en la dieta de cualquier aventurero, así que estaba a un paso de perder el control. Después de todo, no quería despertarme en la calle, firmar un contrato dudoso o, en general, hacer cualquier estupidez mientras estaba borracho.

Al beberme la copa de un trago, mi lengua fue asaltada por un potente dulzor y un sabor a hierbas que no encajaban bien en mi paladar infantil. Un momento, este hidromiel no está diluida, de hecho, ¡está destilada! ¿Están intentando matarme, idiotas?

Quería agua o leche para diluir la mezcla: mi lengua aún no había desarrollado ningún tipo de aprecio por el alcohol en este cuerpo. En mi vida anterior me habían gustado bastante los licores occidentales, pero había tardado hasta la segunda mitad de la veintena en disfrutarlos de verdad, así que era natural.

—¡Vaya! ¡Parece que eres tan fuerte con la bebida como con la espada!

—¡´Ta bien, denle otra! ¡¡Otra!!

Ellos también saben exactamente lo que hacen… Maldito seas, querido padre. Miré a mi viejo, que estaba en las afueras de la plaza cuidando a la princesa de nuestra familia, que dormía la siesta. Se dio la vuelta al instante tras dirigirme una mirada de disculpa. Al parecer, el instigador de aquel pandemónium no tenía intención de salvar a su hijo del caos.

Después de separarme de la dama ogro (que, en un giro poco común, todavía estaba dentro del rango de edad adecuado para ser llamada «dama», incluso teniendo en cuenta mi vida anterior), le hice saber a mi padre lo que había sucedido. No podía quedarme exactamente callado, teniendo en cuenta que habíamos hecho una gran compra y habíamos traído a casa calderilla en forma de una dracma.

Sin embargo, el alcohol en el organismo de mi padre había frustrado mis intentos de discreción, y había empezado a fanfarronear en voz alta. Para colmo, había llevado el dinero que yo le había dado —que, según yo, debía servir para nuestros preparativos de invierno— directamente a mi madre y había conseguido convencerla de que esas monedas debían ser totalmente independientes de nuestro presupuesto normal. Lo que eso significaba era que las monedas habían ido a parar rápidamente al bolsillo del obispo y mi padre había anunciado: «¡Invita Erich!» mientras sacaban más barriles de bebida de la iglesia.

Sin ninguna experiencia como marido o padre, sólo podía suponer que los padres eran criaturas que no podían contenerse cuando su hijo hacía algo impresionante. Aun así, dado lo extasiados que estaban todos, ya no tenía que preocuparme de que mis padres le quitaran la perla a Elisa por ser demasiado joven para ella. Por supuesto, no me preocupaba que fueran tan avariciosos como para imitar a los villanos que se embolsaban el dinero de Año Nuevo de sus hijos, pero desde luego eran lo bastante precavidos como para preocuparse de que ella la perdiera en algún sitio. Mis padres eran precavidos porque nos querían, pero eso era difícil de ver desde la perspectiva de un niño. No quería que mi linda hermanita se enfadara con ellos por algo así.

Mientras la gente me rellenaba la copa que yo había vaciado, exhalé un suspiro de pena, pero con una pizca de alivio. Esta vez me habían dado vino con agua de miel. Hasta mis inmaduras papilas gustativas podían disfrutarlo.

Sin embargo, el sol casi se había puesto y no pude evitar preguntarme… ¿No va siendo hora de meter a los recién casados en sus dormitorios?

—¡Lo sabía, lo sabía desde el principio! —Heinz gritó—. ¡Lo supe en cuanto oí que te levantaste en aquella sesión de entrenamiento! Sabía que mostrarías al mundo algo asombroso con tu espada.

A pesar de que el reloj avanzaba, mi ebrio hermano no mostró ninguna intención de levantar a su novia como princesa. Con el brazo alrededor de mi hombro y una copa en la mano, parloteaba alegremente con todo el vocabulario que su mente ebria podía reunir. Yo rezaba desesperadamente para que sólo tuviera más cantinelas preparadas para salir de su boca.

—Escucha, Erich, cortar un casco es estupendo para tu confianza, pero mira, un enemigo de verdad se mueve por ahí… —Y para empeorar las cosas, tuve la desgracia de sentarme frente a un borracho Sir Lambert, que hizo que acabar con todo este asunto fuera un suplicio imposible. ¡Si vas a estar borracho, limítate a decir cosas de borracho! ¿Cómo se supone que voy a tacharte de idiota incoherente cuando tus consejos siguen pareciendo útiles?

Si las cosas siguieran así y todo el mundo se desmayara de esta manera, nunca lo olvidaría. Las mujeres de nuestro cantón me fulminarían con la mirada por el resto de los tiempos si les arruinara la noche de luna de miel.

—Oye, Heinz… —Le dije.

—¡Lo sé, lo sé! No te preocupes, hablaré con papá por ti. Serás un gran aventurero, y también encontrarás la moneda del hada.

Olvidémonos ya de la moneda, ¿de acuerdo? El hecho de que nunca consiguiéramos encontrarla debía pesarle. Yo personalmente estaba de acuerdo, pero mi hermano ya era todo un adulto.

Maldita sea, ¿por qué a todos los hombres les gustan tanto las espadas? No me malinterpretes, a mí me gustan tanto como al que más, pero ¿realmente merece la pena ponerse tan nervioso como para desperdiciar la preciosa experiencia de tu noche virginal? Es una vez en la vida. Una. Vez. En. La. Vida.

Cuando empecé a pensar en hacerle entrar en razón con una revisión corporal, la novia gritó:

—¡¡¡Heinz!!!

—¡¿Qué, Mina?! —Heinz gritó—. Estoy aquí… tratando de ayudar al futuro de mi hermanito, uh…

—¡Nuestro futuro es lo primero, imbécil! —gritó ella. Su cara estaba roja y su voz retumbó en la plaza mientras se inclinaba hacia su marido. La fuerza de su rugido fue suficiente para callar a los otros borrachos y envolver la plaza en un velo de silencio—. ¡Venga, vamos! ¡Todos! No me digan que alguno de ustedes ha olvidado qué día es hoy.

La otrora frágil doncella me arrebató la copa (llena casi más de agua que de vino) de las manos y se la bebió de un trago antes de agarrar la oreja del novio. Permítanme reiterar que le agarró la oreja y no se la pellizcó.

—¡¿Owowowowowow?! ¡¿Mina?! ¡Ouchhh! ¡Espera, oye, owwww!

Este momento grabó en piedra la dinámica de poder de esta pareja. En el futuro, el estúpido de mi hermano probablemente sería refrenado por la Sra. Mina, que usaría esta noche para burlarse de él y avergonzarlo delante de sus hijos durante años. ¡Vamos, Sra. Mina, vamos!

—¡Cállate! ¡Vamos, levántense, matones! Hagan trabajar sus cerebros y recuerden qué día es hoy.

El aullido enfurecido de una novia ignorada hizo que la multitud se pusiera en pie al recordar cómo debían cerrar una boda. Los engranajes de sus aturdidas cabezas giraron tan frenéticamente como sus cuerpos se movieron para izar a las tres parejas de recién casados. Me pregunto cuántos de ellos conseguirán volver con vida.

Me escabullo entre la multitud y encuentro un milagroso vaso de agua desatendido en una mesa vacía.

—Tengo que tener más cuidado a la hora de destacar… —reflexioné.

El agua enfriada por la bendición de la Diosa de la Cosecha se deslizó suavemente por mi garganta. Busqué un tazón caliente de gachas para aliviar las olas de licor que rebotaban en mi estómago, y la comida humeante me supo aún más suave.

 

[Consejos] El alcohol de cada cantón suele conservarse en un templo del Dios del Vino o de otra deidad en su ausencia, y se gestiona y vende en función de las necesidades. Hay un precio nacional fijado para todos los licores que suele bajar en los años en que la cosecha es abundante; el objetivo es que esté más disponible que no.

El alcohol es más que un lujo: es un recurso estratégico para sofocar disturbios, un medio sanitario para purificar el agua y una droga medicinal para estabilizar trastornos mentales.

 

El sol de la mañana brillaba sobre mí mientras me arrastraba fuera de la cama y respiraba hondo… sólo para casi vomitar. El espíritu del licor no se había quedado más de la cuenta (eufemismo para referirse a la resaca), sino que una nube de hedor agrio había entrado por la ventana abierta.

Después de la celebración —sin incidentes según la métrica más laxa—, las tres nuevas parejas habían sido arrojadas a sus respectivos dormitorios, y el resto de la manada había tomado la bebida extra que les había proporcionado para empezar la tercera fiesta del día. Probablemente, la comida aún caliente se acompañó de canciones y bailes, y a algunos les debió apetecer un combate o una prueba de fuerza mientras festejaban hasta altas horas de la noche.

Era mi mejor suposición, porque me había escabullido muy pronto. Por muy Bebedor Tolerante que fuera, mi estómago sólo tenía espacio limitado para líquidos. Quería evitar hacer el papel de bomba humana sobria simplemente porque tenía capacidad para ello.

Me acosté como de costumbre, pero me desperté con náuseas. El olor emanaba de un árbol situado justo al lado de la ventana. Me volví para echar un vistazo a la habitación de los niños de nuestra casa —que parecía más grande que antes— y encontré a los culpables en mis dos hermanos medianos. Me entraron ganas de echarles agua de pozo por encima. Pero ya soy adulto. Tranquilo, estoy tranquilo. Aun así, me vengaría de ellos aconsejando a mi padre que no volviera a dejarles beber durante algún tiempo. Con eso bastaría.

Con ganas de lavarme la cara, me dirigí a la cocina para encontrarme con que mi madre ya se había despertado (aunque me pareció ver que había bebido más que mi padre) para remover la misma olla que todas las mañanas.

—Vaya, —saludó—, buenos días, Erich.

—Buenos días, madre.

—Menudo numerito montaste ayer, ¿verdad, señor espadachín de nuestra humilde casa? —añadió con una risita.

Mi padre y mi hermano me habían alabado la noche anterior, pero era la primera vez que mi madre lo hacía; me sentí un poco avergonzado.

—¿Ha seguido su curso el alcohol? —preguntó.

—Oh, sí, estoy bien, —respondí—. Iré a dar de comer a Holter en cuanto termine de lavarme.

—Entonces parece que no necesitarás nada de esto, —dijo con una sonrisa traviesa que parecía años más joven de lo que era. Seguí su mano y me asomé a la olla, donde la fragancia de una sopa dulce en ebullición me llegó a la nariz.

—Oh, es apio de raíz… —El apio de raíz era una variante del apio que crecía más gruesa en la raíz; una vez cocido o hervido, tenía una textura blanda y quebradiza similar a la de las patatas. El potaje que preparaba mi madre se llamaba sopa de apio de raíz y era uno de mis favoritos.

En una olla hirviendo se mezclaban raíces de apio finamente ralladas con nata fresca y caldo para crear un caldo ligeramente dulce. El calor era bueno para los resfriados y no tenía sólidos duros, por lo que era perfecta para las resacas matutinas. En nuestra casa era un elemento básico del menú después del festival.

—Con resaca o sin ella, con mucho gusto tomaré un poco, —dije.

—Lo siento, Erich. No puedo evitar bromear contigo, —rio mi madre mientras preparaba un tazón—. Sabes, me sentí bastante sola cuando empezaste a llamarme «madre» y no «mamá».

—Entonces, ¿te gustaría que te llamara «Ma» como los gemelos? —pregunté mientras me limpiaba la cara con un paño que había mojado en un jarrón lleno de agua de pozo.

—No, deja eso, —dijo riendo—. Eso me hace parecer la mujer de un campesino. —Yo tenía el ingenio suficiente para no decir que sí que era la mujer de un campesino.

—Entonces, madame, —le dije—, permítame pedir un tazón de su mejor sopa. Un trozo de pan la acompañaría maravillosamente, si fuera tan amable.

—Como desee, Lord Espadachín. Permítame agraciarle con queso complementario.

Hice una reverencia al expresar mi petición en la lengua palaciega, y mi madre respondió del mismo modo con el complemento femenino. Acepté la sopa caliente y el pan de centeno que componían mi desayuno.

—¿Te apetece un té? —preguntó mi madre, ofreciéndome una bebida hecha con raíces de hierba silvestre hervida conocida como té rojo.

Los rhinianos tenían debilidad por el té, pero no por los tés negros o verdes del mundo que procedían de las hojas. Preferían infusiones de hierbas varias. El agua se hervía regularmente para esterilizarla, por lo que beberla cruda se consideraba un desperdicio. Al estar tan acostumbrados a hervir el agua, naturalmente empezamos a incluir hierbas para atraer a nuestras papilas gustativas y mantener nuestra salud. Hoy en día, cada sorbo del Imperio incluía el sabor de hierbas hervidas.

El té rojo se hacía con raíz de achicoria, infame en la Tierra por su mala reputación como sucedáneo del café para quienes lo han probado. Sin embargo, en nuestra casa se trataba con cuidado y no sabía tan mal siempre que lo considerara una bebida propia y no un café. En lugar de mezclarlo con la leche que cambiábamos a nuestros vecinos, solíamos ponerle nata fresca. Tenía la tierna delicia del hogar… ¿Cuántas veces más podré probar este sabor?

Mi hermano ya estaba casado y seguramente dormitaba junto a la señora Mina en la casita. Algún día tendría sus propios hijos y yo me convertiría en tío. Entonces tendría que marcharme para hacer sitio en la casa a su nueva familia. Nuestra vivienda no estaba ni mucho menos mal hecha, pero ni mucho menos del tamaño de una mansión, así que no podía quedarme para siempre. Con el tiempo, mis padres se mudarían a la casa de campo y Heinz tomaría el relevo como legítimo sucesor de nuestra casa.

A pesar de la actitud laxa de mis dos hermanos del medio, estaba seguro de que tenían sus propios planes sobre dónde vivirían en el futuro. Había viudas que querían volver a casarse y hogares llenos de hijas que buscaban novio por todo el cantón. El alboroto que causaron ayer seguramente fue un medio para que combatieran la ansiedad de elegir sus propios caminos. Al final, lo mejor que podía hacer el hijo de un granjero por su familia era marcharse antes de causar más problemas.

Mientras sorbía mi té rojo, mi madre empezó a prepararse para llevar sopa a su marido y a sus hijos, atrapados gimiendo en la cama. Contemplar su espalda me llenó de una melancolía indecible. No es que quisiera quedarme; no estaba tan mimado. Ya había abandonado el nido para ganarme la vida una vez. Sabía lo importante y significativo que era eso. Pero aun así… no podía evitar sentirme solo.

Teniendo en cuenta el hecho de que mi madre no había impedido que mi padre montara una escena ayer, no debía tener ningún reparo en que yo viviera a costa de mi espada. Tanto si emprendía un viaje para dominar la espada como si me aventuraba a una tierra lejana para convertirme en soldado o me forjaba como aventurero o mercenario, ella no diría nada.

No es que no tuviera nada que decir: el amor que me habían demostrado aquí me bastaba para estar seguro de ello. Si mis padres no se preocuparan por mí, nunca me habrían preguntado si quería ir a la escuela en lugar de mi segundo hermano.

Mis padres hacían todo lo posible por dejarme forjar mi propio camino, como había hecho el futuro Buda que me arrojó a este mundo. Nuestro hogar era la forma que tenían mis padres de crear un entorno en el que todos pudiéramos hacer lo que quisiéramos.

Nos habían dicho la verdad sobre las aventuras para calmarnos cuando éramos niños, pero no tuvieron palabras de reprimenda cuando empecé a estudiar esgrima o cuando pedí una armadura. Esa era la prueba de su reconocimiento.

Al igual que yo demostraba mi piedad filial ayudando en casa y donándoles mis tallas de madera, ellos me demostraban su amor paternal enseñándome todo lo que podían sin obligarme a hacer nada. ¿Podría pedir algo más?

Una vez que me fuera, sería difícil volver. La aventura es un asunto de base que sigue el rastro del trabajo. Sin trenes ni aviones que me trajeran a casa, un trabajo en territorio extranjero me dejaría con pocos medios para visitar el hogar. Sólo el viaje a Innenstadt me llevaba tres días en caravana. Un viaje de ida y vuelta de seis días era demasiado para ir a ver a la familia.

Por supuesto, lo mismo ocurriría como temporero. Además, sabía que era una estupidez, pero había sido bendecido con el privilegio de convertirme en lo que mi corazón deseara, y había utilizado mis poderes con la esperanza de ser uno de los héroes de los cuentos que tanto había amado.

Tengo que prepararme y decirles…

—Madre.

—¿Sí, cariño? —preguntó mi madre—. ¿De qué se trata?

He decidido mi futuro.

 

[Consejos] Hay muchos medios de transporte, pero la diligencia es el más común. Incluso un niño puede gastarse su paga para que le lleven al siguiente cantón, pero viajan por rutas predeterminadas, por lo que no se dirigen directamente a un destino determinado. Además, el número de carruajes disponibles puede disminuir considerablemente en determinadas temporadas. La única forma de evitarlo es utilizar otro medio de transporte: los zapatos.

 

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