Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 2 Primavera del duodécimo año (I) Parte 1


Folletos

Información que el GM da a los jugadores y que es necesaria para empezar a jugar. Al sentar las bases generales de la historia y los personajes, los folletos proporcionan a las campañas cierta orientación. Mientras que algunos folletos prefieren establecer claramente el tono de una sesión, otros sólo ofrecen descripciones vagas; en cualquier caso, siempre habrá gente que los ignore por completo.

En Occidente, los folletos suelen ser herramientas temáticas utilizadas para sumergir a los jugadores en el mundo que exploran.


 

Mis ojos se abrieron de golpe cuando mi nariz fue asaltada por una extraña acidez.

—Oh, estás despierto.

Miré a mi alrededor sobresaltado para ver a la matusalén de pie junto a mi cama (o mejor dicho, junto a la cama de quienquiera que fuera) con un medicamento en la mano. Parecía cansada mientras cerraba el frasco y me preguntaba perezosamente por mi estado.

Lenta y cautelosamente, me incorporé y descubrí que el dolor desgarrador que había asolado mi carne casi había desaparecido. Tenía un puñado de dientes rotos o me faltaban algunos, pero por suerte todos eran dientes de leche que serían sustituidos tarde o temprano. Si hubieran sido permanentes, habría perdido toda esperanza.

Lo único que me quedaba era el peso sordo de un cuerpo exhausto. En pocas palabras, debería haberme roto un hueso o tres, y la ausencia total de dolor era inquietante por sí misma.

—¿Dónde…? —Miré a mi alrededor, murmurando entre dientes con confusión, hasta que reconocí la morada del jefe de la aldea. No fue difícil llegar a esa conclusión, ya que era la única persona del pueblo que tenía una habitación de invitados tan bien cuidada.

Mientras observaba a la mujer sentada en una silla junto a la cama, con un aspecto de lo más cansado, por fin caí en la cuenta: Me había desmayado de pura rabia.

—¿Te duele algo? —me preguntó.

—No, no mucho, —respondí cortésmente.

—Me alegro de oírlo. No estoy muy versada en la manipulación de tejidos y huesos, ya ves… Ah, y no temas, no ha pasado tanto tiempo desde que te desmayaste. El sol está a punto de ponerse, pero no más.

La maga de cabello plateado guardó algunos viales más mientras glosaba despreocupadamente asuntos bien dentro del ámbito del horror corporal. Chasqueó los dedos y sacó una caja de rapé de la nada. Adornada con nácar, la pieza blanca de lacería contenía tabaco picado y un cenicero; estaba claro que era invaluable. La boquilla dorada y la cazoleta decorada de la pipa que sacó de ella tenían el mismo valor, y con ella sola podría comprar mi casa varias veces.

Espera, ¿quién es exactamente esa señora a la que he insultado?

—Bien, ¿por dónde empiezo? —dijo.

A pesar de su aura de tedio, sus manos se movían con delicadeza mientras preparaba su pipa. Se la llevó a los labios sin molestarse en encender una llama, pero, para mi sorpresa, expulsó un fino chorro de humo instantes después. Al parecer, el fuego ni siquiera requería un chasquido.

—Normalmente, sería bastante extraño que fuera yo quien te explicara esto, pero tus padres parecían incapaces de captar los detalles más sutiles, así que no podía dejárselo a ellos.

Ya… ¿veo? dije.

Sentí como si mi arrebato de antes se hubiera pasado de la raya y siguiera, pero a ella pareció no importarle. Estaba claro que me miraba por encima del hombro (esto era algo tan obvio que no me molestaba en absoluto), pero no entendía por qué se molestaba en darme una explicación.

—Más bien, tú eres el más peculiar de todos. ¿Cómo es posible que aún no te hayas dado cuenta?

Ladeé la cabeza cuando su pregunta me sobrevoló, y ella imitó mi gesto.

—¿Quieres decir que tienes tanta capacidad para la magia y tus ojos permanecen cerrados? Esto debe de ser una broma, —dijo, mirándome como si fuera un espécimen en jarras. Al menos, sus palabras y acciones dejaban claro que no tenía ningún interés en mí como persona—. ¿Nunca has sentido una oleada de maná perturbar tu cuerpo? ¿Nunca te has sentido abrumado por impulsos repentinos o asaltado por dolores de cabeza insoportables?

—No, nunca —respondí.

—Qué extraño… —reflexionó. Por la forma en que se dio la vuelta para exhalar el humo (que tenía un agradable sabor dulce), parecía que me respetaba un poco. Sin embargo, algo en su fría mirada me molestó: los ojos azules y verdes que me miraban no estaban mirando a un ser humano.

Por eso a la gente no le gustan los Matusalenes. Los libros que había leído sólo decían que «no eran bien recibidos por los demás», una frase recubierta de más de una capa de azúcar. Sospechaba que se debía a la arrogancia de un individuo longevo, pero… me costaba imaginar a un ser sensible capaz de soportar ese tipo de escrutinio.

—Normalmente, alguien con tu aptitud para el oficio debería tener cierto nivel de cognición como mago.

La verdad es que yo había empezado a aumentar las estadísticas fundamentales de Capacidad de Maná y Producción de Maná con la vaga esperanza de que algún día podría usar la magia, y había aprovechado el impulso de esa esperanza hasta llegar a V: Bueno. Sin embargo, mi aversión a la incertidumbre que conllevaba el estudio autodidacta de la magia me había impedido aventurarme en una habilidad que habría despertado mis poderes.

En cierto modo, éste era el mayor defecto de mi poder. Por lo general, las habilidades que «debería haber adquirido» no se me concedían automáticamente; lo único que recibía era la notificación de que podría hacerlo yo mismo con la experiencia que tanto me había costado ganar si así lo decidía. Esta debilidad era la razón por la que aún no me había hecho con la magia a pesar de tener la disposición para ello.

No es que tuviera ninguna objeción, por supuesto. La mayor fuerza de mi poder residía en la otra cara de la moneda: donde la gente normal desperdiciaba recursos sin darse cuenta adquiriendo habilidades y rasgos inútiles, yo podía elegir evitarlos. La categoría Vicio estaba repleta de talentos inútiles, como Imaginación Astuta y Hurto Insignificante, y el hecho de que nunca me quitaran experiencia cosas de esa naturaleza significaba que mi crecimiento sería mucho más eficiente que el de mis compañeros.

Aun así, mis estadísticas relacionadas con el maná estaban pensadas para estar ligeramente por encima de la media, así que no estaba seguro de por qué la maga parecía tan sorprendida. Tal vez fuera porque la mayoría de los mensch eran tan deficientes que mi condición de Bueno me situaba en los escalones superiores de mi pueblo. Suponía que mi capacidad y mi producción de maná eran buenas para un humano, pero podía ver cómo llamaba la atención si eso significaba que era Bueno como mago.

Aunque todo eran conjeturas mías, el mundo estaba lleno de intrincados pequeños misterios, y mi deseo de tener un libro de suplemento en condiciones que me explicara todos los detalles se hinchó.

—Bueno, supongo que pensaré en ti como una peculiaridad y lo dejaré así, —dijo, golpeando su pipa contra la caja de rapé para vaciar la ceniza. La maga empacó otra dosis de hojas secas con una sonrisa malévola. Puede que fuera la viva imagen de los sagaces elfos cuya sabiduría no decaía ni siquiera ante el abismo, pero su vistosa sonrisa dejaba claro que había una diferencia fatal entre ella y la literatura fantástica de mi antiguo mundo.

—Permíteme desenterrar la verdad.

Otro pasaje del libro que había leído una vez me vino a la mente al recordar la principal distinción entre los elfos y los matusalenes: a diferencia de los elfos amantes de la naturaleza que valoraban la salud y la templanza, la maga y su rebaño eran la progenie de la civilización.

Los matusalenes erigieron elevados monumentos fuera del alcance de los sucios guantes de la ignorancia, y el subproducto de su sed de conocimiento fue la sofisticada cultura en la que se ahogaban. Eran citadinos que preferían la piedra cincelada a la madera; sus magníficos festines no eran más que una de las formas en que se entregaban a lo nuevo y excitante mientras buscaban la vanguardia del gusto. En un intento de mitigar la terrible fatiga de la vida eterna, todos y cada uno de ellos se habían entregado al hedonismo y tenían predilección por el derroche mientras se sumergían en el entretenimiento y el estudio.

Como resultado, ejercían una gran influencia, a pesar de que nosotros, los mensch, les superábamos ampliamente en número. De las siete casas electoras que coronaban a los emperadores de Rhine, dos estaban encabezadas por matusalenes.

—Para repetirme, tu hermana menor no es una mensch.

Volví a sentir que la sangre se me subía a la cabeza al abrir la boca, pero su dedo blanco como la nieve se acercó a mis labios antes de que pudiera hablar. Obedientemente me subí la cremallera, a lo que ella soltó una risita por la nariz, satisfecha de que yo pareciera tener modales.

—Tu hermana es una sustituta.

¿Qué acababa de decir? ¿Una sustituta? ¿Nuestra adorable Elisa? La noticia era tan difícil de aceptar como de creer. Los mitos sobre los sustitutos se habían transmitido en la tradición inglesa de mi mundo anterior: las hadas se llevaban a los bebés y los sustituían por sus propios congéneres por odio, diversión o deseo de tener un hijo humano. Una y otra vez, estos cuentos acababan en tragedia, y algunos historiadores especulaban con que se utilizaban en la antigüedad para explicar la existencia de niños discapacitados.

Sin embargo, las historias tenían un toque diferente en este mundo: al fin y al cabo, las hadas eran reales. La moneda que mis hermanos y yo habíamos cazado en nuestra juventud era algo más que los balbuceos de un anciano.

Las hadas eran entidades metafísicas totalmente distintas de los humanos, demonios y semihumanos que salpicaban la tierra. Eran fenómenos sensibles, invisibles para la mayoría.

Los únicos que podían percibirlas eran los magos con ojos místicos y los niños pequeños, cuyos egos subdesarrollados difuminaban los límites de lo que es y no es. El don estaba además restringido a un puñado de razas, según lo que había leído.

—Verás, las hadas pueden a veces nacer en el mundo con forma física tomando prestado el vientre de otro ser vivo.

¡Eso no estaba escrito en el libro!

—Enamoradas de los hogares felices, —prosiguió—, sus almas desean un cuerpo, y su deseo se manifiesta cuando se convierten en un sustituto. Puedo garantizarte que mi relato es auténtico; procede de una fuente, digamos, primaria.

No podía procesar lo que estaba diciendo. ¿Me estás diciendo que Elisa, la chica a la que he cuidado durante siete años, no es un mensch?

—Por desgracia, el proceso es bastante agotador. Los jóvenes sustitutos a menudo crecen lentamente, tienen una constitución débil o son demasiado disfuncionales para sobrevivir más de unos pocos años.

Aquello me tocó más de cerca de lo que me hubiera gustado: ésa era la razón por la que Elisa estaba tan unida a mí. Recordaba vívidamente cómo nos turnábamos para cuidarla y comprarle medicinas cada vez que caía enferma, y era innegablemente infantil para su edad.

—Por último, las hadas prefieren el cabello rubio y los ojos azules… ¿Entiendes lo que quiero decir?

Por supuesto que sí. Mi madre Hanna y yo éramos las pruebas A y B.

—La chica es una sustituta, —concluyó—. Me atrevo a decir que pronto despertará a sus talentos, también. A medida que la niebla de la infancia se despeje de su mente, su incipiente ego despertará los poderes de su derecho de nacimiento.

Sabía muy bien que tenía razón, y para que la maga explicara todo esto con tanta franqueza, ya debía de estar segura de su afirmación. Sus acciones iban mucho más allá de las de una mujer que engaña a un niño para satisfacer su aburrimiento.

Además, yo había experimentado de primera mano el inexplicable poder de Elisa. Me había preguntado por qué había desaparecido el calor radiante del hechizo del primer mago; parecía improbable que se hubiera equivocado. Desde mi perspectiva de novato, dudaba que el hechizo se hubiera desvanecido como si nunca hubiera existido en primer lugar de haber sido un simple fallo.

La matusalén había hecho algo parecido con la funesta esfera negra y, en ambas ocasiones, el secuestrador se había visto sorprendido por la disipación de su maná, no como alguien sorprendido por su propio error, sino como si se preguntara por qué su hechizo había fallado en primer lugar.

La conclusión lógica era pensar que alguien más lo había borrado. Además, había oído claramente a Elisa gritar mi nombre, exprimiendo hasta el último sonido de sus cuerdas vocales… y la luz desapareció en el mismo instante.

Yo no me había salvado por una coincidencia o un error del enemigo, sino por Elisa. Los engranajes empezaban a girar entre bastidores. Algo grande amenazaba con poner patas arriba la vida tal y como la conocíamos. Pero incluso entonces…

—¿Y? —Dije—. ¿Qué hay con eso?

Incluso entonces, la familia no es sólo herencia. Los lazos de parentesco se encuentran en el amor y la aceptación mutuos; aunque la sangre es donde empieza la familia, desde luego no es donde termina. Que Elisa fuera un sustituto o un goblin no tenía nada que ver con el vínculo que nos unía.

Estupefacta ante mi afirmación, la matusalén me miró atónita. Sacudió la cabeza como para ahuyentar una emoción incómoda y preguntó: «¿Estoy recordando mal? ¿Tienen los mensch algún tipo de cultura de acogida de otras razas?».

—Esto no tiene nada que ver con acoger nada. Es una cuestión de vínculos, —dije, haciendo que la mujer suspirara exasperada—. ¿Mis padres dijeron lo mismo?

Mi tono confiado hizo que la maga enarcase una ceja. Al menos había conseguido pillarla desprevenida. Yo llevaba unas horas dormido y mis padres ya habían recibido una explicación muy parecida a la que yo estaba recibiendo ahora. Ella había dicho que había renunciado a hablar con ellos, y yo podía imaginarme por qué. Estábamos en el quinto pino; la idea culta de mundanidad que ella esperaba era tan ajena a mis padres que probablemente les había costado entenderla.

Por eso estaba aquí, pasando por el tedio de explicarme directamente la situación a mí. No estaba seguro de lo que ella pretendía al intentar convencerme, pero una cosa estaba clara: mis padres no querían renunciar a su hija. Los años de penurias y amor que costó criarla se mantuvieron firmes a pesar de los misterios descubiertos de su nacimiento. Quizá habríamos vacilado si la noticia hubiera llegado justo después de que naciera, pero nuestros lazos estaban enterrados bajo las apretadas arenas del tiempo.

—Es bastante agravante ver lo seguro que estás de ti mismo, —dijo—. Un exceso de ingenio es perjudicial para el éxito, ¿sabes?

—No es mi intención ser ingenioso, señora. Sólo hablo en nombre de la fe que pongo en nuestro vínculo.

—Su vínculo, ¿verdad? —musitó en voz baja.

Recordé que los matusalenes eran individualistas rígidos que pasaban casualmente un cuarto de siglo sin enviar siquiera una carta a sus padres tras abandonar el nido. Aquellos a los que no les importaba su título nobiliario llegaban incluso a omitir su apellido durante las presentaciones.

—Imagino que la habrían perseguido en mi tierra, —dijo—. La diferencia entre dos naciones es realmente un mundo aparte.

Como sospechaba, no era de por aquí, lo que la dejó perpleja ante la disparidad de valores de las casas. Pensé que habría sido obvio que los distintos países tendrían estructuras familiares diferentes; ya había una enorme diferencia entre los hogares de la ciudad y los del campo. Para que no lo entendiera, esta señora o no tenía interés o no tenía experiencia con las sutilezas de las relaciones humanas.

—Bueno, ya está bien de lazos y demás. No es como si eso tuviera algún efecto sobre la ley.

—¿La ley? —pregunté.

—Pues sí. Confío en que a estas alturas comprendas que tu hermana pequeña es una sustituta. —Una vez confirmada mi comprensión, empezó a enunciar lentamente cada palabra, como si estuviera intentando enseñar a un idiota—. Los sustitutos descubren su gran don mágico cuando sus mentes empiezan a solidificarse. De hecho, sus poderes son tan grandes que rozan lo peligroso.

No necesitaba su pedantería para entenderlo después de ver a Elisa eliminar una enorme bola de energía en la escala en que lo hizo. No hacía falta pensar mucho para adivinar lo que podría ocurrir una vez que maduraran tanto su cuerpo como sus reservas de maná.

El Estado nunca permitiría que una amenaza natural para la seguridad quedara sin supervisión. Como símbolo de la lealtad nacional y recaudadora de impuestos, el gobierno tomaría medidas para impedir que hiciera daño a nadie.

—En el peor de los casos, estoy segura de que sería lo bastante capaz como para borrar del mapa un pequeño cantón sin dejar rastro, a juzgar por lo impresionante que es ya su Capacidad de Maná. Supongo que procede de un hada muy superior. Quizá este pequeño hogar suyo fuera digno de una envidia igual de notable…

La maga se interrumpió y se puso a reflexionar con la barbilla en la mano. Aproveché la pausa para preguntar qué iba a pasar con Elisa, ya que eso era lo único que realmente importaba. En el peor de los casos…

—Ponle freno a esa hostil voluntad, —dijo—. No la trataré mal.

Diablos, me delaté. Había empezado a preparar un plan alternativo para… arreglar la situación y esconder a Elisa, si era necesario.

—No te preocupes, hablaré en su nombre. No es que pueda mentir cuando se trata de hechicería; los magus tenemos muchas reglas.

Se rio de cómo cualquier intento de tergiversar la verdad de algo mágico podría acabar con su cabeza alejada de su cuerpo, pero yo estaba demasiado atrapado en su inusual título como para darme cuenta. ¿Qué demonios es un «magus»?

—Dicho esto, los seres místicos peligrosos están estrechamente controlados por el gobierno.

Parecía justificable, pero seguía sin querer aceptarlo. El precioso ángel de nuestra familia no incendiaría ciudades como sus homólogos del Antiguo Testamento; su cualidad más querúbica era que era la niña más linda de todo el mundo, y no, el tribunal no pondría objeciones. Pero acepté que dejarla a su aire era arriesgado. Lo último que quería era que perdiera el control y lastimara accidentalmente a sus seres queridos.

—Si el Estado se hiciera cargo de ella —continuó—, sospecho que la tratarían como objeto de estudio. Estoy segura de que muchos investigadores se morirían por tener en sus manos un espécimen tan longevo como ella.

Sentí que cada poro de mi cuerpo gritaba ante la mención de la palabra «espécimen». Sugería que la utilizarían como un reactivo mágico en una serie de horribles experimentos. Las profundidades de la magia eran abisales, y los experimentos inhumanos no eran más que un medio para un fin mayor. De hecho, en una época en la que la vida no se consideraba tan irreemplazable, cualquier cosa que no estuviera explícitamente prohibida por la ley se podía hacer.

Incluso en la historia que yo conocía, criminales, cautivos extranjeros y esclavos habían sido utilizados para todo tipo de pruebas científicas inimaginables. La historia era tan común que desmenuzar cada horrible ejemplo era un ejercicio inútil.

—En el mejor de los casos, —explicó la maga—, la descuartizarían de inmediato y la enviarían para utilizarla como muestra de investigación. Sin embargo, en el peor de los casos, ¿quién sabe cuán miserable…?

—No hay necesidad de amenazas, —dije—. Algo debe de querer para que alguien de su talla esté aquí hablando con alguien de la mía.

Su vaga intimidación no tenía sentido; yo ya estaba dispuesto a darle todo lo que pudiera. Y estaba claro que, si no necesitara nada de mí, no habría perdido el tiempo hablando con un literal niño en primer lugar.

Yo haría cualquier cosa para garantizar un futuro seguro y feliz para Elisa. Si la maga me pedía un miembro o un órgano, se lo tallaría personalmente y se lo empaquetaría. Juré por mi nombre de hermano proteger a Elisa, y no faltaría a mi palabra ahora.

—Espléndido. Aprecio bastante tu astucia, ¿sabes? De todos modos, para repasar las partes interesantes, los sustitutos sólo son peligrosos debido a la inestabilidad que proviene de su escaso control de la magia.

—Lo que significa… —Dije dándome cuenta.

—Que sí. Mientras aprendan a manipular su maná, serán inofensivos. El imperio no es tan intolerante como para maltratar a un ser inofensivo que una vez se consideró ciudadano imperial.

Un brillante rayo de esperanza atravesó la oscura desesperación. Era habitual en la ficción que los que estaban fuera de los límites de la humanidad fueran tratados como parias y utilizados para crueles experimentos, independientemente de la escasa amenaza que supusieran, y la postura compasiva del imperio resultaba conmovedora.

Sin embargo, quedaba una duda: ¿cómo iba a dominar sus poderes? No era como si pudiera estudiar por su cuenta y luego afirmar: «¡Ves, está bien!». No podríamos garantizar su seguridad ni la de nadie.

—Yo tomaré a tu hermana como mi aprendiz, —anunció la maga—. La convertiré en una magus hecha y derecha. Sin temor a que explote accidentalmente, recuperará sus derechos como ciudadana y podrá vivir una vida digna.

—Eso suena maravilloso, pero…

—Bien, estoy segura de que te estás preguntando por mi compensación. A decir verdad, no me importan esas cosas.

¿No necesita ninguna compensación? Esta matusalén seguro que dice algunas cosas heroicas. Aun así, no pude evitar desear que se hubiera esforzado un poco más en su presentación si pensaba pronunciar una frase tan galante. Su antitético desinterés y su pipa humeante dejaban un regusto dudoso.

Para empezar, todo lo que había dicho hasta ese momento dejaba claro que no era el tipo de persona que asume una tarea pesada por la bondad de su corazón. Mi predicción se acercaba más a una profecía que a una conjetura, y estaba convencido de que se guardaba algún plan atroz en la manga.

—Francamente, no tengo problemas ni pretendo tenerlos nunca cuando se trata de dinero. Además, pagaría directamente por acabar con este trabajo de campo tan aburrido.

Yo esperaba poder pronunciar algún día una frase semejante. No éramos especialmente pobres, pero la vida en el campo no daba precisamente para hacer gigantescos montones de oro. Espera, ¿qué ha dicho? ¿Trabajo de campo?

—Sin embargo, no puedo recoger a un aprendiz a mi antojo. A los magus no les gusta la proliferación descontrolada de sus artes, así que debo cobrar una matrícula por aceptar a un discípulo oficial.

Su monólogo hasta ese momento había sido rápido, sin dejarme tiempo para hacer preguntas. ¿Está tratando de rescindir su sugerencia inicial? Ahh, pero espera, hay algo que necesito aclarar antes de eso.

—¿Qué son exactamente los magus? —pregunté. Había oído hablar de magos y magos de seto, pero nunca de los magus. Además, los aprendizajes eran contratos con niños, así que me pareció que podría haber movido algunos hilos y simplemente no haber tomado dinero.

—Oh… ¿tengo que empezar por ahí? ¿Todos los pueblerinos son así?

La noble pareció cansarse de mi ignorancia, pero yo no podía evitar no saber lo que no sabía, e incluso su nombre y ocupación formaban parte de lo desconocido.

Cansada de explicaciones, aspiró con desgana otra nube de humo ante mi sincera curiosidad, pero aun así comenzó a explicarme el instituto de investigación financiado por el Estado que era el Colegio de Magia y los magus que lo poblaban.

El Colegio Imperial de Magia se había fundado junto con el propio Imperio Trialista y albergaba los esfuerzos académicos de magos reconocidos que deseaban estudiar las complejidades de los hechizos y los conjuros. Con su sede principal en la capital, el colegio recopilaba y probaba los fundamentos teóricos de la magia, y era la única entidad gubernamental que podía utilizar públicamente su magia a su antojo.

Los magos reconocidos por el colegio eran genios por encima de la chusma habitual, y demostraban su distinción de la multitud sin rostro de otros hechiceros para alcanzar el rango de magus. No eran meros usuarios de la magia, sino una clase educada de mentes que iban a allanar el camino de la magia en su conjunto.

La misión del colegio era similar a la de las universidades públicas del Japón moderno, y los magus eran similares a los médicos licenciados: su capacidad se ponía a prueba rigurosamente en un examen nacional de una dificultad sin parangón.

Nunca había sabido que el imperio tuviera un cargo así. Al parecer, los magus estaban a medio camino de ser burócratas, ya que pertenecían a la única rama del gobierno que oficialmente podía manejar la magia. Y, haciendo uso de su influencia política, imponían una amplia matrícula a todos y cada uno de los aprendizajes para impedir la difusión desenfrenada del conocimiento. Pensándolo bien, el anciano que me había dado el anillo había dicho algo parecido. Por fin todo encajaba.

Dicho esto, los magus no estaban tan atados. Eran libres de meterse en aventuras financieras y podían investigar lo que quisieran, dentro de lo razonable. El colegio hacía la vista gorda siempre que el magus en cuestión no sobrepasara sus límites, y eso también se aplicaba a la crianza de un sucesor. El imperio sabía que intentar controlarlo todo estaba condenado al fracaso.

Sin embargo, el peligro que suponía un sustituto era un asunto totalmente distinto. La maga matusalén —perdón, magus— explicó que todo sería inútil si las autoridades rhinianas no aceptaban a Elisa como magus oficial.

—Tu hermana debe convertirse en magus para sobrevivir, —dijo haciendo una pausa—. Pero eso tiene un alto costo.

Cuando pregunté cuánto costaría la matrícula, la magus soltó otra nube de humo y respondió con indiferencia:

—Un mago sin conexiones necesitaría treinta dracmas para entrar en la universidad, pero un aprendizaje con un magus conocido sólo costaría un mínimo de quince.

Aunque hablaba como si estuviera enumerando los precios del café en lata en una tienda, las cifras en sí eran absurdas. Más o menos, una familia de agricultores ganaba cinco dracmas al año, e incluso los hogares con grandes campos e ingresos complementarios tocaban techo en torno a los siete.

Teniendo en cuenta nuestro reciente gasto para construir una segunda residencia para Heinz y Mina, no encontrarías tanto dinero ni aunque pusieras nuestra casa patas arriba y la sacudieras. Pensar que necesitaríamos más del doble… Bueno, sin duda reflejaba lo grave que era para el imperio mantener sus secretos bien guardados.

Además, la magus había dicho un «mínimo» de quince. Al igual que las armas y el vino, la oportunidad de aprender tenía un límite inferior impuesto por la ley, y era del orden de las piezas de oro. Lo que significaba que, para recibir la tutela de un magus famoso, cabía esperar un coste de entrada aún mayor.

—Bueno, no tengo problema con quince dracmas por año.

—¡¿Por año?! —Grité, incapaz de reprimir mi asombro. Espera, ¡¿no es un pago único?! ¡¿Es anual?! Cuarenta y cinco dracmas por tres años, o noventa por seis. Olvídate de vender nuestra casa por unos céntimos, ¡no podríamos permitirnos eso ni aunque vendiéramos todas nuestras propiedades!

Casi me desmayo de sólo pensar en pagar tanto dinero, y la magus me observó con extrañeza. Me di cuenta de que no había logrado comprender por qué yo estaba tan angustiado, y ¿cómo podía una noble de sangre azul esperar comprender los valores fiscales de un plebeyo? Volviendo a la era de la información, ella era como las señoras elegantes que nunca habían bebido café de lata; sin duda, si hubiéramos estado en un manga, habríamos sacado partido de nuestra incomprensión simplemente riéndonos a carcajadas.

—Bueno, —dijo—, supongo que podría estar un poco fuera de su alcance.

—Si eludir nuestros impuestos y negarnos a comer y beber durante un año sólo para quedarnos cortos por la mitad de esa cantidad es un «pelín» corto, entonces es como usted dice, señora.

—¿De verdad? ¿Todo el campesinado vive así?

¡Te voy a matar, carajo!, exploté internamente. Cálmate. Ella es una noble. Es una criatura nativa de un mundo completamente distinto al tuyo, me dije. Me quedaría sin vasos sanguíneos si seguía estallando así a cada momento.

—Basta de hablar de ingresos y precios, —dijo, reconduciendo la conversación—. Tengo una propuesta que resolverá todo lo que te aflige.

Por fin entramos en materia. Sabía que quería algo de mí desde el momento en que esta estimada magus decidió dedicar su valioso tiempo a hablar con un chico rural como yo.

—¿Te gustaría convertirte en mi sirviente?

—¿Sirviente? —Su sugerencia fue tan inesperada que tuve que hacer todo lo que estaba en mí para evitar que se me cayera la mandíbula al suelo.

El anticuado sistema de servidumbre estaba vivo en el Imperio Trialista. Tal vez no fuera anticuado en sí, teniendo en cuenta que los sistemas políticos en juego parecían similares a los de la Alta Edad Media, pero me parecía terriblemente arcaico.

Muchos hijos de las clases bajas urbanas tenían sus derechos cedidos por sus padres, que trabajaban duramente en tiendas y fábricas de todo el país. Era una forma sencilla de tutoría: a cambio de alojamiento, comida y la oportunidad de aprovechar sus años más maleables para aprender un oficio, los sirvientes trabajaban gratis hasta la mayoría de edad. Por supuesto, esta carrera requería un amo fiable al que servir, y no era fácil conseguirlo.

—Efectivamente, quiero aceptarte como mi mayordomo. Destinar el anticipo de tu contrato que habitualmente entregaría a tus padres a la matrícula de tu hermana sería una tarea trivial. ¿Qué te parece? Soy de la opinión de que es un buen trato —dijo con una sonrisa ostentosa, no, una mueca.

La magus tenía razón: el trato era todo lo que podía pedir. Un escuálido campesino como yo no tenía esperanzas de encontrar trabajo a razón de quince dracmas al año, cuando los hábiles escribas que dependían directamente del magistrado apenas ganaban eso.

Este acuerdo era demasiado bueno para ser cierto. Decir que tenía segundas intenciones era quedarse corto. Sabía que me esperaba algo más que el típico «Siento haberte engañado» de las misiones de mesa, pero ¿tenía derecho a negarme?

No, ninguno en absoluto. Por muy turbia que pareciera la oferta, no podía rechazar la pequeña esperanza de poder salvar a Elisa. Estaba dispuesto a convertir mi propio futuro en polvo con tal de que ella creciera sana y salva, aunque la matusalén me arrancara los miembros y me sacara los globos oculares para pasar el rato.

Doblé la manta y salí de la cama, arrodillándome ante la magus sentada, haciendo todo lo posible por interpretar el papel de un leal criado.

—Acepto humildemente su oferta.

—Bien dicho. Buen chico, —dijo con un gesto de satisfacción. Mientras exhalaba otro fino chorro de humo, recordé de repente algo importante.

—Siento molestarle, pero como sirviente formal, ¿puedo tener el honor de conocer el nombre de mi estimada señora?

Al hacer esta pregunta, la magus se dio cuenta de que ni ella ni yo nos habíamos presentado. Lo atribuí a que esa idea nunca se le había ocurrido a su noble y elevada mente. Cuando se enfrentaba a plebeyos, tenía poco interés en decir su nombre y menos aún en recordar el nuestro. Después de un rato, sacudió las hojas cenicientas de su pipa y volvió a cruzar las piernas para comenzar la tarea de presentarse.

—Soy Agripina, —anunció—. Agripina du Stahl, investigadora formal en el Colegio Imperial de Magia del Imperio Trialista de Rhine, y miembro del cuadro de Leizniz, la Escuela del Amanecer.

Mi primera impresión fue de peligro. Su nombre era tristemente célebre en mi vida pasada como madre biológica de uno de los mayores villanos de la historia, del que se sigue hablando hasta nuestros días[1]. Aunque aún no podía entender lo que significaba ninguno de los siguientes títulos, estaba seguro de que cada uno de ellos tenía peso por sí mismo.

—Yo soy Erich, —respondí—. Erich del cantón de Konigstuhl, cuarto y último hijo varón de Johannes.

No importa. Haré lo que sea para mantener viva a Elisa. La servidumbre no es nada comparada con cruzar espadas con un montón de bandidos. Todavía arrodillado, incliné profundamente la cabeza ante mi venerada dama.

—Mm. Bien, Erich, haz todo lo posible por complacerme. Yo actuaré como me plazca, así que siéntete libre de hacer todo lo que puedas para lograr tus propios objetivos.

No vi la necesidad de una lealtad sincera, siempre y cuando yo cumpliera con mi parte; después de todo, ella parecía estar pensando exactamente lo mismo.

 

[Consejos] La servidumbre por contrato es un sistema que evita grandes convulsiones sociales sin dejar de atender las necesidades de empleo y movilidad social de las masas. Un concepto similar, conocido como sistema decchi, se utilizaba en el Japón feudal, donde los jóvenes aprendices se abrían camino hasta convertirse en artesanos de pleno derecho. En el imperio, la servidumbre es una de las pocas vías legales para que un menor encuentre trabajo.



[1] Esta es una referencia a Julia Argripina, también conocida como Agripina la Menor. Agripina fue la madre de Nerón, un emperador romano conocido por su gobierno autocrático, su vida extravagante y su presunta responsabilidad en el Gran Incendio de Roma. Su reinado estuvo marcado por actos de represión y persecución, aunque también mostró interés por las artes y la cultura.

 

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