Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 2 Prefacio


Juego de rol de mesa (en inglés, TRPG)

Versión analógica del formato de juego de rol que utiliza reglas de papel y dados.

Una forma de arte escénico en el que el GM (Game Master, o por su traducción al español: Maestro del juego) y los jugadores esculpen los detalles de una historia a partir de un esquema inicial.

Los PJ (Personajes Jugadores) nacen de los detalles de sus hojas de personaje. Cada jugador vive a través de su personaje mientras supera las pruebas del Maestro del Juego para llegar al final.

En la actualidad, existen innumerables tipos de TRPG, que abarcan géneros como la fantasía, la ciencia ficción, el terror, el chuanqi moderno, los shooters, el postapocalíptico e incluso ambientaciones de nicho como las basadas en idols o criadas.


 

Después de superar lo que yo creía un pozo de desesperación insalvable con la adición de subir un tramo de escaleras, la mujer se acercó a mi hermana y a mí. Todo en ella —el moño plateado de su cabello, el contraste entre sus iris heterocrómicos azul oscuro y jade claro, la forma en que sus rasgos faciales estaban perfectamente en sintonía con la proporción áurea— desprendía un aire artístico; de hecho, era impresionante hasta el punto de la artificialidad.

Además, su digno atuendo superaba todo lo que yo había visto nunca. El sol poniente se reflejaba en su túnica, cuyo tejido carmesí asomaba bajo intrincados bordados de color granate.

Sin embargo, lo que atrajo mis ojos como ningún otro fueron sus orejas puntiagudas que asomaban por los huecos de su moño: eran la prueba de que no era una mensch, sino una matusalén. Ella y los de su especie eran muy parecidos a una raza muy popular en la fantasía occidental y oriental, quizá la más famosa por su aparición en las obras de Tolkien: los elfos.

No tenían una esperanza de vida natural (o tal vez era demasiado larga para comprenderla), eran inmunes a las enfermedades, dominaban la magia sin ningún inconveniente fisiológico y continuaban con sus vidas para siempre a menos que fueran asesinados. Como amalgamas andantes de todo lo que el hombre envidia, los matusalenes y los elfos eran bastante similares.

Salían del vientre materno con predisposición para la magia y abandonaban el fenómeno del envejecimiento una vez llegaban a su plenitud física. Esto, unido a que estaban libres de los males de la enfermedad, los situaba a la cabeza de todas las razas humanas como el organismo perfecto.

La primera vez que leí sobre su existencia en la biblioteca de la iglesia, lo único que me pregunté fue: ¿harán trampas? Ahora que había visto uno de esos especímenes por mí mismo, la misma duda volvía a mi mente.

—Ahora, ¿por qué no compartes conmigo los pormenores de tu trayectoria hasta el presente?

Sus dedos chasquearon una vez más. La primera vez había borrado la esfera oscura que había supuesto mi fin, y la segunda había hecho lo mismo con el propio hechicero. Un simple movimiento de muñeca bastó para hacer desaparecer lo que había sido una amenaza insuperable para mí.

No sabría decir si lo había teletransportado a alguna tierra lejana o si, literalmente, había desaparecido. Lo único que sabía era que la mujer que tenía ante mí era una maga de un poder impensable.

La maga de cabello plateado se subió el monóculo de su ojo izquierdo verde y nos miró —o, más exactamente, miró a Elisa— con curiosidad, como si fuera una investigadora observando gérmenes en una placa de Petri.

—¿De dónde demonios has sacado a ese sustituto[1]?

—¿Susti… tuto? —No tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Elisa era mi hermana. No podía negar ese hecho.

Además, mis dos padres eran mensch, nacidos y criados aquí, en el cantón de Konigstuhl. Dos mensch sólo podían dar a luz a otro mensch. No era como si su descendencia de repente mutara en una especie completamente diferente.

—Resulta sumamente inhabitual encontrarse con un espécimen tan desarrollado, —continuó—. ¿Acaso tenías algún propósito concreto en mente que justificara su notorio crecimiento?

Yo era demasiado joven para recordar el nacimiento de Elisa, pero eso no cambiaba el hecho de que había estado con ella toda su vida. Es más, todos mis hermanos y yo habíamos sido atendidos por comadronas de la iglesia en nuestra propia casa, como era habitual en la época. No había otro bebé por el que Elisa pudiera haber sido cambiada[2].

— He transitado por esta tierra durante un largo período, pero en verdad ha transcurrido un considerable lapso desde que avisté uno de su estirpe. Pareciera que te encuentras inmerso en algún tipo de contienda relacionada con tu siervo. Considerando la estrecha conexión que parece existir entre ustedes, supongo que este individuo ha nacido dentro de tu propia familia.

Por encima de todo, Elisa era una versión en miniatura de nuestra madre. Ambos heredamos su cabello dorado y los ojos azules de nuestro padre. Cuando toda nuestra familia se alineaba, ¿quién podría confundirnos con otra cosa que no fuéramos parientes?

—¿Por qué carajos intentas tratar como una «cosa» a mi hermana, zorra de orejas largas y charlatana?

En cualquier caso, mi razonamiento no venía al caso. Sólo tenía un asunto pendiente con la maga: ¿quién le dijo que podía tratar a nuestra adorable niña como a un insecto bajo un cristal? En parte debido al ajetreo de mi reciente batalla, me había acalorado tanto que olvidé por completo que ella nos había salvado la vida momentos antes.

Solté insultos soeces, jerga rural que nunca antes había pronunciado. La forma de hablar palaciega que había incorporado a mi memoria muscular desde el primer día que la aprendí se evaporó en medio de mi furia hirviente.

De repente, oí un estallido en alguna parte. Se me oscureció la vista y me fallaron las piernas.

—Oh, válgame.

—¡¿Señor Hermano?!

Mientras me hundía en la oscuridad, sentí que algo peculiarmente suave atrapaba mi forma inerte. El aroma de las campanillas de mayo llegó a mi nariz ensangrentada y cosquilleó mis sentidos. Mi conciencia se desvaneció con el único sonido de los gritos de Elisa resonando en mi mente.

 

[Consejos] Los matusalenes son una raza humana suprema cuyos días de gloria nunca decaen. Dotados tanto de cuerpo como de magia, sólo hay dos cosas que puedan acabar con ellos: una violencia tan abrumadora que arruine su carne y el torrente fangoso del tiempo que astilla la psique. Como resultado, los matusalenes están sujetos a confinamiento eterno en una prisión acuática en caso de delito grave.

 

Incluso durante las fiestas más animadas del cantón, Lambert nunca se permitía emborracharse de verdad. Esto se debía en parte a su obligación con el pueblo, pero sobre todo a sus largos años en el frente de batalla. Aquellas experiencias le habían privado de los placeres más profundos que podía proporcionar el licor. Por mucho que bebiera, no podría borrar el último resto de vigilancia que le quedaba en el fondo de la mente, ni siquiera rodeado de la pacífica algarabía de la plaza del pueblo.

Así, cuando Margit, la hija del cazador local, irrumpió en la plaza en estado de shock, él estaba listo para actuar mientras los que le rodeaban estaban demasiado borrachos para mantenerse en pie. Las palabras «secuestradores», «bosques» y «afueras» fueron escupidas entre jadeos agitados; eso bastó para que el capitán de la Guardia tirara a un lado su copa y empezara a moverse.

Lambert corrió hacia su casa (sólo él, entre todos los vigilantes, había recibido una casa adecuada del magistrado) para tomar su equipo. Sin tiempo para equiparse del todo, se puso una cota de malla de una sola capa y metió las manos en un par de guantes antes de recoger la fiel espada que le había acompañado en tantas batallas. Listo para el combate, irrumpió literalmente por la puerta de su casa para toparse con un visitante inesperado.

—¿Qué pasa, Johannes? —preguntó Lambert. Su invitado era un granjero local que había estado disfrutando de una copa en el festival hacía unos momentos.

—¡Necesito un arma! ¡Por favor, préstame una! —Johannes también había recibido noticias de Margit y corrió hacia allí tan rápido como pudo; después de todo, la chica secuestrada era su única hija, y su hijo menor era el que estaba ganando tiempo para salvarla.

Ante la nueva información, el capitán de la Guardia dudó unos instantes antes de volver a entrar y tomar una lanza más. Si hubiera sido cualquier otro hombre, Lambert le habría ordenado que se retirara. Sin embargo, el guerrero de carrera sabía que Johannes también había sido abandonado por la cuna de la verdadera embriaguez, y supuso que tenía derecho a luchar por sus hijos.

Los dos se dirigieron hacia el lugar en cuestión con las armas en la mano, sólo para tropezar con una escena sorprendente. Había cajas rotas y barriles astillados por todo el campamento derruido, con tantas mercancías esparcidas como hombres mutilados.

En el centro de la carnicería, Elisa lloraba a lágrima viva mientras se aferraba a su hermano, que se había desmayado. Una sola matusalén estaba junto a los dos niños, completamente sin palabras.

—Oh, ¿podría ser usted su padre? —preguntó, tras una breve y sofocante pausa.

Los dos hombres estaban aún más desconcertados que la maga, e intercambiaron miradas torvas en busca desesperada de algún tipo de respuesta. Aun así, se dieron cuenta de que la situación era desesperada y requería una acción rápida; un movimiento de ojos bastó para que decidieran que Johannes hablaría por ellos, ya que sus hijos eran los presentes.

—Disculpe, ¿puedo preguntar de qué casa noble procede? —preguntó cortésmente—. Soy el padre de esos dos. Si le parece bien, me gustaría saber qué ocurrió aquí exactamente.

Independientemente de la situación, podía decir que la matusalén no era plebeya. El exquisito bordado que abarcaba la superficie de su túnica carmesí era a todas luces extravagante, y Johannes dudaba que todas sus pertenencias materiales pudieran siquiera cambiarse por una sola manga. Su cabello, cuidadosamente trenzado, se mantenía en su sitio con accesorios de similar factura, y nadie que no fuera un aristócrata llevaría un monóculo como el suyo.

Lo más pertinente de todo era su forma de hablar: la pronunciación de su primera palabra había sido prueba suficiente de toda una vida de educación de sangre azul. La variante femenina de la lengua palaciega que ella hablaba estaba reservada a la élite entre la élite. Johannes estaba absolutamente seguro de que ella era una patricia tan por encima de él que sólo mirarla de lejos ya era un acontecimiento improbable.

—Difícilmente puedo reclamar la dignidad de una casa noble, —respondió ella con indiferencia—. Soy una maga del Colegio Imperial de Magia del Imperio Trialista de Rhine. Mi lealtad está con el cuadro de Leizniz, la Escuela del Amanecer… mi nombre, Agrippina du Stahl.

Aunque el tono de la presentación de Agrippina había sido excesivamente laxo, los dos plebeyos soltaron las armas y se arrodillaron en cuanto oyeron la palabra «du». Cualquier ciudadano que se preciara conocía la autoridad absoluta que conllevaba una partícula nobiliaria, y eso era aún más cierto en el caso de los «du» y «des» que adornaban los nombres de la privilegiada clase alta de uno de los pocos verdaderos estados competidores de Rhine: el Reino de Seine.

Las vidas de la población imperial no se tomaban a la ligera (especialmente en contraste con la Satsuma[3] medieval, donde bastaba un papel firmado para acabar con un humilde escudero), pero no había garantía de seguridad si uno atraía la ira de un noble. La situación ya era complicada, y Johannes había llegado armado para desafiar su identidad sin siquiera arrodillarse. Si ella señalaba su transgresión, su vida habría terminado.

Sin embargo, Agrippina se limitó a poner cara de angustia al ver a su hija llorando y a su hijo caído, refunfuñando que ella también quería saber qué había pasado. Tras rascarse la cabeza con frustración, dio una larga calada a su pipa para reponerse.

—Mientras tanto, —dijo—, ¿puedo pedir un poco de té y sentarme dentro?

Tanto Lambert como Johannes se quedaron paralizados por un momento, pero inmediatamente se pusieron en pie una vez que sus mentes hubieron procesado lo que ella había dicho. El primero se dirigió a la residencia del jefe de la aldea para preparar su más adecuada hospitalidad; el segundo recogió a sus hijos y mostró el camino a la noble.

 

[Consejos] El jefe de la aldea es un funcionario de la administración local al que el magistrado confía un pueblo. A estos hombres de confianza se les permite llevar un apellido y supervisar el día a día de las pequeñas aldeas en lugar de su superior. Dirigen a la gente del pueblo en tiempos difíciles y recaudan impuestos en la temporada de cosecha.



[1] Fe de erratas. En el volumen pasado, se tradujo Changeling como Mutante. Ahora, al ver que no era correcto, se ha cambiado el término por “sustituto”.

[2] Hora de la explicación. En inglés usan la palabra “Changeling”, la cual yo traduje como sustituto, y que hace referencia a un ser sobrenatural o criatura ficticia que es dejada en lugar de un bebé humano. La creencia en los "changelings" era común en muchas culturas y se pensaba que ocurría cuando seres como hadas, duendes u otras criaturas místicas robaban a un bebé humano y lo reemplazaban con uno de sus propios seres.

[3] Fue una provincia de Japón y también uno de los feudos más poderosos durante el Japón del shogunato Tokugawa, y tuvo un papel importante durante la Restauración Meiji y en el posterior gobierno Meiji.

 

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