Danmachi: Argonauta

Vol 2. Capítulo 4. Bajo un cielo azul y despejado Parte 1

El bullicio, ruidoso hasta lo violento, y los pasos resonaban incluso en las celdas subterráneas. Aquel día había sido ruidoso desde la mañana. Como esclavos corriendo de un lado a otro, tratando de no disgustar al domador de fieras capaz de matar a alguien con solo un latigazo.

Los soldados en el castillo real estaban preparando un espectáculo a gran escala.

—Hoy es el día de la ejecución…

Sobre el frío suelo de piedra, Feena murmuró sin fuerzas. La atmósfera tensa se sentía también dentro de la celda. La mirada vigilante de los guardias era intimidante. El número de soldados movilizados era incomparable con el de días anteriores.

Escapar sería imposible. El hecho de que no la hubieran maltratado hasta el día de hoy —gracias, en parte, a que Ryuulu y los demás la visitaban regularmente y se aseguraban de que estuviera bien— sugería que Feena tenía algún valor como rehén. Los soldados temían incurrir en la ira del rey de manera excesiva.

No eran tan tontos como para no reconocer el valor de un rehén y eran lo suficientemente astutos como para percibir la inestabilidad del rey en su locura.

Para evitar cualquier movimiento sospechoso, incluso las visitas de Ryuulu y los demás habían sido prohibidas ese día. Feena miró la cadena y el grillete que le ataban una de sus piernas, y luego intentó cerrar los ojos.

Solo deseaba la seguridad de su hermano adoptivo, y juntó sus manos para rezar. Justo en ese momento…

—……

—¿Eres tú… señorita Elmina?

La amazona visitó la celda de Feena. La sorpresa se reflejó en su rostro antes de dar paso a una expresión de alerta.

—¿Qué haces aquí, apareciéndote en un momento como este…?

—…Antes de que mueras, quería preguntarte algo. —Elmina formuló la pregunta con una expresión indiferente—. Tú y ese payaso… están conectados. ¿Por qué, si no comparten lazos de sangre… cómo logran estar unidos?

Ante esa pregunta, la expresión de alarma en el rostro de Feena se desvaneció. En su lugar, una vez más, la sorpresa se extendió, transformándose en pura confusión. ¿Por qué, en un momento como este, venía a hacerle esa pregunta?

…¿Conectados? Ahora que lo pienso, esta mujer también tiene una hermana llamada Olna…

Mientras sus pensamientos se entrelazaban, Feena recordó algo. Cuando conocieron al Rey Lakrios por primera vez, el nombre de Olna había salido de la boca de Argonauta, y más tarde, el ruidoso hermano había mencionado algo al respecto sin que nadie lo preguntara. Decía que había una adivina llamada Olna en el castillo real, quien nunca sonreía.

—…Porque nos entendemos mutuamente. Sabemos lo que el otro quiere, lo que desea. —Después de dudar por un momento, Feena recordó los días pasados con Argonauta hasta ese momento y expresó en voz alta lo que pensaba sinceramente—. Aunque lo regaño y me quejo, nunca se ha impuesto sobre mí. Nos respetamos. Aunque no compartimos lazos de sangre, todo lo vivido hasta ahora nos ha unido como hermanos… Creo que es eso.

Sobre todo, porque sentía que en esos ojos oscuros que la observaban, que no conocían la luz, había algo profundamente sincero, como si escondieran una cierta desesperación.

—Respetarse mutuamente… los días hasta hoy… —Las palabras de Feena fueron reflejadas por Elmina sobre sus labios. Luego, un leve gesto de autocompasión apareció en su rostro—. …Para mí, eso es imposible.

El rostro, siempre impasible, se llenó brevemente, por un instante fugaz, de tristeza. Feena no pudo creer lo que vio.

Elmina, con los ojos bajos, volvió a su expresión fría en unos pocos segundos, y la guerrera amazona se dio la vuelta rápidamente, alejándose de la celda sin hacer ruido, desapareciendo de la vista de Feena.

—…Esta mujer me ha intrigado todo este tiempo, pero… acaso…

Feena la observó hasta que su figura desapareció por completo, y luego comenzó a reflexionar sobre sus propias palabras.

Antes de participar en la guerra en los «Yermos de Karunga», cuando escuchó las historias de Garms y Ryuulu en el comedor del castillo, Feena también había sentido curiosidad por Elmina. Aun cuando sabía que era una guerrera amazona bastante peligrosa que servía al rey.

Finalmente, Feena susurró el sentimiento que había estado inquietándola.

—¿Será que él y ella se parecen en más de lo que se ve a simple vista…?

—Oye, Argonauta. ¿Cómo te llevas con tu hermana?

Mientras se dirigían hacia la capital, surgió esa conversación.

—¿Qué pasa con esa pregunta, tan de repente? Ah, ya recuerdo, tú tienes una hermana. Esa aterradora amazona.

—…Sí. Tengo una «hermana». No me habla en absoluto, y si acaso, apenas nos vemos… esa es mi «hermana».

Sin intercambiar miradas, ambos simplemente caminaban hacia adelante, cruzando el páramo mientras fingían hablar de cualquier cosa.

—Es algo vergonzoso, pero… aún no sé cómo relacionarme con ella.

—No entiendo bien tus problemas, pero… hmm… —Entonces, el payaso, sin darle mucha importancia, dijo esas palabras y empujó suavemente la espalda de la joven—. Solo mírala directamente a los ojos y dile lo que deseas transmitir. No creo que haya nada más.

Bajo un cielo despejado.

La capital humana, digna de ser llamada un paraíso, se extendía a lo lejos en el horizonte.

—¡Hemos vuelto, capital… para recuperarlo todo!

Argonauta ya sabía que aquella ciudad no era el paraíso que aparentaba ser. Aun así, sonreía, extendiendo ambos brazos sobre el acantilado con la vista panorámica.

—Perdona que te interrumpa cuando estás tan entusiasmado, pero ¿qué vamos a hacer desde aquí?

—El lugar de ejecución es la gran plaza de la ciudad baja. La cantidad de soldados debe ser asombrosa y, seguramente, todo estará lleno de trampas. No planeo perder, pero un asalto frontal podría ser difícil.

Al escuchar las voces detrás de él, se dio la vuelta. Olna, con los codos apoyados sobre ambas manos, y Crozzo, con una mano rodeando su cuello, expresaban cada uno sus dudas y preocupaciones.

—Si deseas rescatar a tu hermana, tendremos que interceptarlos antes de que lleguen a la plaza. Si la llevan hasta el lugar de ejecución, no habrá forma de lograrlo.

Era un razonamiento simple. En la plaza no solo habría una multitud de soldados, sino también una cantidad incontable de civiles. Esa muchedumbre actuaría como una barrera natural, y las miradas de todos se convertirían en ojos vigilantes que captarían cada movimiento de Argonauta y los suyos. Escabullirse con Feena entre miles de personas sería casi imposible.

Así que, como decía Olna, lo mejor era atacar durante el trayecto hacia la ejecución y utilizar los callejones de la ciudad como rutas de escape.

—Obviamente, estarán vigilando rigurosamente en todas partes. ¿Qué dices? Si es necesario, yo podría causar un buen alboroto para distraerlos.

—Hmm, déjame pensar…

Crozzo golpeó la empuñadura de su espada con una mano, mientras Argonauta cerraba los ojos y cruzaba los brazos. Su actitud calculadora tenía un aire teatral que hacía que Olna tuviera una mala corazonada… Hasta que el joven abrió los ojos y, con una enorme sonrisa, declaró:

—¡No haremos nada!

—¿Cómo dices? —tanto Crozzo como Olna expresaron su sorpresa.

La sorpresa que compartían Olna y Crozzo era de lo más esperable.

—¡Argonauta atacará sin duda durante el transporte de la rehén! ¡Informen de inmediato si notan algo extraño! ¡No dejen escapar ni un solo ratón!

La voz firme y sin ninguna pizca de arrogancia del comandante de los caballeros resonó en el patio del castillo. Ante sus órdenes, tan cercanas a un grito, los soldados respondieron al unísono con un decidido «¡Sí!». Evitar que la ira del rey aumentara era la máxima prioridad; de lo contrario, ellos mismos acabarían en el estómago de aquel temible monstruo. Con sus propias vidas en juego, los soldados, bajo sus cascos, patrullaban vigilantes, con la mirada inyectada de sangre por la intensidad de su atención.

Los encargados de llevar a Feena a la plaza, y aquellos que no lo hacían, aguzaban sus oídos y ojos, examinando minuciosamente cada sombra sospechosa, el más leve sonido o cualquier señal inquietante.

—La semielfa ya ha salido de la celda… y, sin embargo, aún no ha hecho ningún movimiento. Los «Candidatos a Héroe» tampoco han mostrado nada extraño…

Mientras los soldados continuaban desplazándose y reforzando la seguridad por todo el castillo, el Rey Lakrios, que se dirigía hacia una carroza frente a la puerta principal, no ocultaba su irritación. Entre las posibilidades de acción de Argonauta estaba no solo el rescate de Feena, sino también el intento de secuestrar al propio rey.

Por eso, numerosos soldados lo rodeaban, estableciendo una formación defensiva.

El Rey Lakrios eliminó exhaustivamente todas las posibilidades concebibles, pero, aun así, no conseguía sentirse en paz. El cielo, con su odioso azul despejado, le daba una inquietante calma que él percibía como la quietud antes de una tormenta, lo cual alteraba incluso a alguien tan astuto y temido como él.

—Si aparece, es ruidoso; si no lo hace, esta incertidumbre devora mi calma… ¡Maldito payaso! —Maldijo el anciano rey con desprecio al subir a la carroza.

—¿Dónde creen que intentará atacar?

Desde otra perspectiva, Ryuulu observaba cómo partía la carroza que llevaba al rey y sonreía de medio lado.

—Pareces estar disfrutando, trovador…

—Nos han alejado de Lady Feena y, encima, nos vigilan. ¿Qué otra cosa nos queda más que divertirnos o cantar? —Ryuulu le devolvió una sonrisa a Garms, que lo miraba con cara de resignación.

Se encontraban en el corredor del cuarto piso del castillo, junto a una de las ventanas. Tal como había dicho el trovador, Ryuulu, Garms, y Yuri, quienes habían estado actuando junto a Argonauta, habían sido separados de Feena.

Su situación ahora era extremadamente delicada.

El rey y los soldados los consideraban una fuerza valiosa y poderosa que querían retener para el futuro, pero también reconocían que podrían colaborar en una posible fuga de Feena, tal como sucedió con el escape de Argonauta. No podían deshacerse de ellos por razones políticas, aunque quisieran.

Por ahora, reprimían su rebeldía y seguían en silencio, pero seguían siendo una amenaza potencial y la segunda mayor preocupación después del propio Argonauta, quien no había mostrado su cara aun. El Rey Lakrios no dejaba desatendido a este factor perturbador; actualmente, incluso mantenía a Elmina vigilándolos.

Si intentamos algo extraño, lo interpretarán como una pista para localizar a Don Ar. Y si él intenta acercarse a nosotros, Doña Elmina lo eliminará sin hacer ruido.

Aquella asesina que los observaba en silencio desde las sombras del largo corredor daba auténtico pavor.

Ryuulu estaba en una situación que equivalía a tener una fría cuchilla rozándole el cuello. Interiormente, temblaba de miedo mientras pensaba: «Oh, qué miedo, qué miedo», pero no lo dejó ver en su expresión.

Más bien, con un tono alegre, continuó la conversación a sabiendas de que sería escuchado. Si lograba atraer un poco más la atención de Elmina y provocar algo de desconcierto, sería una ventaja. ¡Después de todo, ni siquiera los dioses sabían lo que el payaso estaba a punto de desatar!

—Conociendo a Don Ar, seguramente nos dejará sin aliento con algún método inesperado, —dijo.

—…Lo normal sería que, en cuanto la rehén ingresara a la ciudad, aprovechara la multitud para causar un alboroto y se valiera del caos, —respondió Yuri, que hasta ese momento había guardado silencio, sin contradecir con desgana lo dicho, y exponiendo el camino más lógico a seguir. A pesar de que no le agradaba la situación, el joven hombre lobo, quien de todos en el lugar tenía la relación más estrecha con Argonauta, entrecerró los ojos con agudeza mientras observaba la ciudad desde las alturas—. …Pero, tratándose de ese payaso, seguramente ya debe estar cerca.

—¡Y así es como entramos al castillo con facilidad! —exclamó una voz despreocupada que resonaba dentro del castillo.

Sin que el rey ni los soldados lo advirtieran, Argonauta ya se había infiltrado en el interior.

—¡Es un clásico que el castillo tenga un «pasadizo secreto» para evacuar a los miembros de la realeza en caso de emergencia! ¡Sabía que la conocedora Olna nos diría lo que sabía!

—Bueno, me fastidia un poco que todos piensen que yo sé ese tipo de cosas, —respondió Olna, con gesto molesto.

Era precisamente por esta razón que Argonauta podía continuar riendo y actuando tan despreocupado. Junto a él, Olna mostraba una expresión de insatisfacción mientras le guiaba por el «pasaje exclusivo de la realeza» que conectaba el castillo de Lakrios con el exterior.

Argonauta, quien aún sentía la mirada acusadora de la joven clavarse en él, buscaba en el lugar revolviendo los alrededores. En eso, llevó su mano derecha a su barbilla, pensativo, y murmuró:

—Hmm. Sin embargo, es curioso que no haya soldados apostados en el «pasaje secreto». Pensé que el enemigo también sabría que tú conocías esta ruta.

—Claro que lo saben. Pero nadie imaginaría que nos dirigiríamos al almacén del castillo, en la dirección opuesta a la celda de la rehén.

Estaban en la «bodega subterránea», que parecía más un arsenal. Mientras la mayoría de los soldados salían del castillo, Argonauta y su compañera se habían infiltrado hasta llegar a esa zona, moviéndose como si estuvieran rodeando al rey y apuntando a sus puntos ciegos.

Crozzo no estaba con ellos; se habían separado antes de dirigirse al pasaje secreto hacia el castillo, y ahora seguía un camino diferente.

—Además, me imagino que han separado a algunos soldados por miedo a que abandones a tu hermana para rescatar a la princesa, —comentó Olna.

—¡Qué insulto! ¡Jamás abandonaría a mi querida hermana menor! …Pero, al parecer, ese rey tampoco es un necio, —replicó Argonauta.

Al principio, Argonauta había expresado sus sentimientos de hermano con gran exageración, pero pronto su rostro se volvió serio al compartir su opinión sobre el anciano rey. Aunque con el asunto de la bestia toro había perdido el control parcialmente, Argonauta ya había caído en una trampa del Rey Lakrios. Con muchos años de experiencia, más del doble de los que el chico de cabellos blancos tenía, ese gobernante cruel y astuto había guiado a la nación a través de múltiples adversidades. Sin duda, no era alguien a quien se pudiera subestimar.

—…¿Y bien? ¿Qué estás buscando en esta bodega? —preguntó Olna, con la mirada entrecerrada.

Entre ruidos de objetos moviéndose y golpes sordos, Argonauta seguía investigando entre estanterías y cajas de madera, aprovechando la ausencia de soldados. La joven lo miraba con una expresión molesta mientras él continuaba revolviendo; sus nalgas balanceándose de un lado a otro.

Por un momento, la chica sintió la tentación de darle una patada en el trasero.

—Bueno, en realidad estoy buscando algo… ¡Oh, aquí hay una buena armadura! Me la llevaré.

—Esa es la mejor armadura del reino… Me sorprende, así pareces un ladrón, —respondió Olna, suspirando.

Argonauta, tras encontrar una pieza de armadura dorada, comenzó a desmantelarla y ajustarla para que le quedara mejor. Su desparpajo hizo que Olna suspirara una vez más, mientras él sonreía ante su queja y empezaba a revisar otras prendas ceremoniales y de gala guardadas junto con las armas, combinándolas con una destreza casi digna de un sastre de la nobleza.

—Piensa en esto como un gasto necesario para lo que estoy a punto de hacer. Solo por esta vez, también me interesa la «apariencia».

—¿……? ¿De qué hablas?

—Olna, ¿qué crees que la gente utiliza para juzgar a un «Héroe»?

Olna frunció el ceño, desconcertada, mientras miraba la espalda de Argonauta.

—…¿No es por su poder o por las grandes hazañas que ha logrado? —preguntó Olna.

—Si se tratara de un verdadero héroe, así es. Pero cuando las personas juzgan a alguien a primera vista, lo primero que ven es su «apariencia», —acotó Argonauta.

Sin esperar a que Olna comprendiera, Argonauta comenzó a quitarse la ropa, dejando su torso desnudo. Ante la inesperada visión, el rostro de la joven se ruborizó. Olna, completamente rígida como una inocente doncella sin experiencia, apartó la mirada de golpe y giró su cuerpo apresuradamente.

—Yo creo que se trata de la «apariencia» y la «voz», —continuó Argonauta, aun de espaldas a Olna, que estaba roja hasta las orejas. Ni sus manos ni su boca se detenían—. En el momento de expresar palabras, en el instante en que uno comunica su voluntad, la «apariencia» siempre tiene importancia.

Con el sonido de las telas deslizándose, Argonauta terminó de cambiarse, sin mostrar ni un atisbo de consideración por la vergüenza de la joven.

—En otras palabras, si se cumplen esos requisitos, aunque en el fondo uno sea un simple «payaso», pueden llegar a creer que es un «Héroe».

—…¿Hacerlos que crean que es un «Héroe»…? —murmuró Olna, algo confundida.

Finalmente, Argonauta se colocó los guanteletes dorados y las rodilleras, y con un sonido seco, echó la capa negra sobre su espalda. Sintiendo la presencia de la Espada del Espíritu siendo reemplazada en la cintura del chico, Olna, que hasta ese momento seguía ruborizada, finalmente se giró con cautela para mirarlo de espaldas.

El joven, envuelto en su capa, parecía ajustar la armadura con pequeños movimientos precisos, como asegurándose de que todo encajara bien. Luego, reanudó su exploración por la bodega.

—Sin embargo, parece que no logro encontrar lo que busco. Con el fuerte «olor a sangre», debería estar en este arsenal, —murmuró Argonauta, olfateando insistentemente.

Extendió la mano hacia una caja de madera más grande que un barril, en el rincón más apartado de la bodega. Allí se detuvo.

—Aquí está. —Sonrió levemente.

Olna, intrigada, se acercó y miró dentro de la bolsa. Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver el contenido. Sin prestarle atención, Argonauta metió «eso» en un saco de arpillera que encontró a mano.

—Vamos, Olna. Todo está listo. —Se giró con una amplia sonrisa, cargando el pesado saco sobre su hombro derecho—. ¡Vamos a rescatar a Feena! ¡A declarar la «guerra»… y a dar el anuncio de una «comedia» sin igual!

El cielo estaba realmente azul, despejado y luminoso. Al mirar hacia arriba, podía sentirse absorbida junto con los pensamientos que se anidaban en su pecho.

—¡Camina de una vez! —gritó alguien.

—…… —Feena fue empujada con brusquedad y cayó al suelo. El cielo desapareció de su vista, reemplazado por el frío empedrado que raspó sus codos y rodillas. Sin embargo, no gritó. Con el cabello color ámbar polvoriento por los últimos días, bajó la mirada, sacudió la cabeza y usó sus manos encadenadas para volver a ponerse de pie.

—¡Ahí viene! ¡La mestiza!

—¡¿Dónde está tu maldito hermano?!

—¡Devuélvannos a la princesa!

Pronto, el griterío de la multitud la rodeó por completo. Personas, personas, y más personas. La plaza frente al castillo de Lakrios, la más amplia de la ciudad, estaba abarrotada con los habitantes de la capital.

Cuando Feena apareció, todos los presentes le lanzaron insultos. Sin embargo, entre toda esa multitud enfurecida, una niña pequeña —la misma que había recuperado su amuleto de un joven de cabello blanco— parecía asustada por los gritos y comenzaba a llorar.

Frente a ese tumulto de voces cargadas de odio, Feena se mantuvo erguida, sin pedir perdón ni misericordia.

—Mi rey, los preparativos para la ejecución están completos, —informó un hombre en una pequeña torre en el centro de la plaza.

El caballero comandante llegó a la tribuna improvisada, bajo la cual se hallaba el asiento de honor del rey.

—Sin embargo, Argonauta aún no se ha presentado…

—Ese miserable, ¿habrá abandonado a su hermana?

Ante el susurro del caballero comandante, el Rey Lakrios frunció el ceño. Sentado en su trono, miraba con frialdad a Feena mientras ella subía al cadalso.

—¿Qué ordena, mi señor? —preguntó el comandante.

—…Ejecuten la sentencia. Que sea un ejemplo. Que todos sepan que nadie puede desafiar a este rey y vivir como si nada.

—¡Entendido! —El caballero comandante obedeció la orden y se dio la vuelta rápidamente.

Mientras el Rey Lakrios observaba con frialdad, el comandante de los caballeros descendió de la torre y subió al cadalso.

—¡A partir de ahora se llevará a cabo la ejecución de Feena, hermana del traidor Argonauta! —anunció.

El cadalso de madera era amplio, con un ancho de diez metros y una profundidad de la mitad, casi como si fuera el escenario de una obra de teatro, si no fuera por los soldados armados y el verdugo encapuchado con su enorme hacha.

Con la proclamación del comandante, la multitud estalló en vítores. Feena finalmente alcanzó la cima de las escaleras del cadalso y fue colocada frente a los espectadores.

—¡Su crimen es ser la hermana del traidor! ¡El hombre que es culpable de raptar y secuestrar a la princesa! ¡Y esa culpa recae sobre toda su familia y amigos!

Cada palabra del comandante de los caballeros acusaba a Feena de crímenes sin fundamento, avivando aún más el enojo de la multitud. Entre los soldados que rodeaban el cadalso, Yuri y Garms apretaban los puños, mientras que incluso Ryuulu no podía ocultar su disgusto ante la humillación de su compañera.

—¿Tienes alguna última palabra? —preguntó el comandante.

—… Juro por la sangre de los elfos que corre por mis venas que no he cometido ningún crimen. ¡Mi hermano tampoco ha secuestrado a la princesa!

—¡Cállate, bruja mentirosa! ¡Cuando tu cabeza sea cortada, pagarás por los crímenes cometidos!

La firme respuesta de Feena fue rápidamente silenciada por el comandante, siguiendo un guion ya planeado. Los soldados comenzaron a rugir y la multitud, manipulada por la desinformación, sumó sus gritos al clamor general.

Excepto por Yuri y sus compañeros, no había nadie en el lugar que estuviera de su lado. La escena era como una cacería de brujas, y Garms frunció el ceño con indignación.

—Si él no aparece, yo me lanzaré al ataque, —dijo Garms con determinación.

—¡……! —exclamó Yuri.

—……

Mientras los gritos de los soldados resonaban en el ambiente, Yuri también se preparó para la batalla, y Ryuulu, abrazando su lira, observaba la escena en silencio.

—Ar… ¿qué es lo que planeas hacer? —murmuró Crozzo entre la multitud que agitaba sus manos.

Tras haberse separado de Olna y Argonauta frente al pasaje secreto del castillo, el joven herrero se mezcló con la multitud, ahora fruncía el ceño.

—¡Verdugo, da un paso adelante!

El momento llegó poco después. Un hombre corpulento, cubierto con una capucha negra y sosteniendo un hacha en ambas manos, avanzó con paso firme. El olor a sangre impregnaba el aire, testimonio de su crueldad, marcado en su enorme cuerpo. Probablemente un sádico y un trastornado, un hombre atrapado en el placer de la sangre; sus ojos reían desde las aberturas de su capucha.

Feena, incapaz de contenerse, desvió la mirada. Los soldados tiraron de las cadenas que la sujetaban y la obligaron a arrodillarse. Ella no resistió. De todas formas, no tenía fuerzas tras pasar días encerrada en la celda.

—¡Bruja maldita!

—¡Paga por tus crímenes!

—¡¿Cómo se atrevieron a hacerle eso la princesa?!

Incluso mientras le colocaban los grilletes, las palabras llenas de odio seguían lloviendo sobre ella. Insultos la golpeaban desde todas las direcciones, y Feena cerró los ojos lentamente.

Escucho las voces insultándome. Están llenas de rencor.

En el oscuro mundo tras sus párpados, los sonidos se alejaron.

El odio de estas personas es aterrador, hace que mi cuerpo tiemble. Prometí no llorar hasta el final, pero siento que me estoy quebrando. Mientras se hundía en lo más profundo de su mente, la joven, orgullosa de su sangre de elfo, no podía evitar sentir miedo. Hasta hoy, jamás había cedido a un torbellino tan oscuro de malevolencia. Pero…

Aun así, Feena no lloró.

El cielo está tan azul… como aquel día cuando lo llamé «hermano» por primera vez. Abrió los ojos y contempló el vasto cielo azul. Recordó a aquel chico que le sonrió, incluso después de haber perdido el amor, haber sufrido la tristeza y enfrentado la injusticia. Con el rostro encendido y una voz débil, le llamó «hermano».

Esa sonrisa compartida era un recuerdo precioso, y los labios de Feena esbozaron la misma suave sonrisa de aquel entonces.

—Por eso, no tengo miedo, —susurró suavemente, rodeada por el aluvión de insultos.

Solo el verdugo, que se detuvo a su lado, alcanzó a escuchar esas palabras.

El gigante de la capucha, cuyo rostro era un misterio, frunció el ceño con evidente desagrado y luego se relamió con sadismo.

Hermano, por fin aprendiste a leer el ambiente. Qué bueno. Estoy segura de que ahora estarás bien sin mí.

Las esposas y cadenas inmovilizaban a Feena, restringiendo todos sus movimientos. La sombra del hacha levantada se cernió sobre la indefensa joven.

Esta vida que salvaste tú, la devuelvo. Así que, por favor…

Cuando el momento carmesí se aproximaba, el fervor del público comenzó a titubear. Los soldados se tensaron, y el viejo rey entrecerró los ojos. El hombre lobo y sus compañeros, listos para actuar, posaron sus manos en sus armas.

La asesina, sin perder detalle, preparó su arma. En ese instante, el mundo entero, el tiempo mismo, pareció ralentizarse.

—¡¡Hazlo ya!! —gritó el capitán de los caballeros.

La joven sonreía hasta su último momento.

—…Por favor, aunque seas solo tú…

El filo del hacha resplandeció bajo la luz del sol, un destello justo antes de caer con el golpe letal que iba a decapitarla.

Y justo después…

—¡Detengan esa ejecución!

Un destello de luz se deslizó en un instante, y un grito cortante resonó en el cadalso.

—¡¡!!

El fuerte y metálico sonido que detuvo el hacha resonó en el aire.

Los primeros ojos en abrirse con sorpresa fueron los de la joven mestiza. Luego, el capitán de los caballeros, el viejo rey, el hombre lobo, el enano, la amazona y la multitud en su conjunto quedaron estupefactos.

Observando esa escena y sonriendo estaban el herrero y el trovador.

—¡Suelten a Feena!

La espada que no permitió el final de la joven brillaba en un resplandeciente tono dorado.

Los ojos del verdugo, llenos de asombro, se encontraron con una mirada profunda y carmesí. El color del cabello que ondeaba con fuerza junto con su capa negra era de un blanco puro.

—¡¡Argonauta está aquí!!

El payaso había irrumpido en el escenario.

—¡¡Así que apareciste, payaso!! —exclamó el Rey Lakrios, recuperándose de su sorpresa y poniéndose de pie de un salto. Su sonrisa maliciosa dio paso a una bienvenida irónica mientras lo miraba con fiereza desde lo alto de la torre.

—¡¿Quién es ese?!

—¿Podría ser… ¡Argonauta!?

—¿Ha venido a rescatar a su hermana?

La multitud, congregada frente al cadalso, estalló en un murmullo de desconcierto. Argonauta dejó caer el bulto envuelto en tela que llevaba a su lado y, con un ligero movimiento de su Espada del Trueno en la mano derecha, hizo que el verdugo, quien intentaba empujar el filo una vez más, se tambaleara hacia atrás, a punto de caer de espaldas.

Sin detenerse, Argonauta blandió su espada en un movimiento que parecía un simple giro de batuta. Un rayo de luz cruzó el aire, rompiendo los grilletes y cadenas que aprisionaban a Feena.

—Her, mano…

—Perdón por la demora, Feena. He venido a salvarte.

Feena, liberada, se levantó con dificultad, alzando la vista. Frente a ella estaba su hermano, siempre sonriente, siempre optimista. Las cejas de Feena, que hasta ahora no habían cambiado de su expresión de sorpresa, se fruncieron.

—¡¿Por qué… por qué has venido?! ¡Y yo que al fin podía devolverte el favor por tu amabilidad! —exclamó, dejando que el enojo fluyera en sus palabras—. ¡¡Solo quería que tú vivieras!! ¡¿Por qué te arriesgas así?!

Era un amor fraternal tan profundo que se transformó en ira. La chica, que alguna vez fue salvada por él, había intentado devolverle el favor con su propia vida, y allí estaba él, ajeno a sus intenciones, riendo.

—¿De qué estás hablando, Feena? —Sonrió con gentileza para extinguir su dolor, el cual no podía ocultarse tras su ira. Con el mismo cariño y amor de la hermana, con un afecto más profundo que cualquier otra cosa—. Al igual que aquel día, hoy el cielo está azul. Así que, por supuesto, vendría a salvarte, hermanita mía.

—………… —Una lágrima brotó en la esquina del ojo de la chica, quien había jurado no llorar.

—¡Vamos, sonríe! ¡Curva esos labios! ¡Las lágrimas no le sientan a alguien como tú, tan bella como una flor!

—…¡Eres un tonto! —sollozó Feena.

Mientras Argonauta abría los brazos con una sonrisa radiante, las lágrimas finalmente rodaron por las mejillas de Feena.

—¡Sabía que vendría! —exclamó Ryuulu con entusiasmo al ver la escena de Argonauta regresando por ese «uno». Tañendo el laúd, rompió el silencio que lo envolvía.

—¿Pero qué va a hacer…?

—¡Ya estamos en medio de territorio enemigo! No solo es casi imposible rescatar a la rehén, ¡también lo es escapar!

Murmuraron Garms y Yuri, preocupados. Observaban a los soldados que rodeaban el cadalso, inclinándose hacia adelante con inquietud.

—Incluso si lograra abrirse camino, podría dañar a los civiles… es una situación sin salida, ¿no? —se lamentó Crozzo entre la gente, frunciendo el ceño ante el alboroto.

Mirando con recelo la multitud de soldados y la muchedumbre que los cercaba como una «doble jaula».

—Qué idiota… —murmuró Elmina con desprecio y voz fría al ver la imprudencia de Argonauta.

—Nos has hecho esperar bastante, Argonauta… —dijo el Rey Lakrios, poniéndose de pie en la torre, mientras el bardo y los guerreros reaccionaban de distintas maneras a la aparición del protagonista principal de la ocasión.

El ruido de la multitud se desvaneció poco a poco, como si una ola se hubiera retirado, para escuchar las palabras del rey.

A pesar de la voz áspera del anciano, esta resonó en todo el cadalso.

—Y aun así, aquí vienes como si nada… sigues siendo un necio.

—Veo que desde la última vez que nos vimos, ha envejecido bastante, Su Majestad. ¿Acaso algo lo ha tenido preocupado? —respondió Argonauta, desafiante, alzando la vista hacia la torre mientras protegía a Feena detrás de él y sonreía al rey.

—Antes de que corte esa lengua tuya junto con tu cabeza, dime… ¿dónde está Lady Olna?

—¿Quién sabe? Tal vez esté entre la multitud, observándonos con gran expectación, —respondió Argonauta con calma, lo que hizo que el Rey Lakrios frunciera el ceño con odio.

—……

La chica en cuestión, oculta entre la multitud en una posición distinta a la de Crozzo, miraba a Argonauta y a los demás sin disimular su preocupación. Llevaba una túnica que le cubría la cabeza y ocultaba su piel morena, haciéndola casi imposible de reconocer entre la masa de gente.

De hecho, aunque se la buscara desde la torre, su ubicación era indetectable.

—¡Ja, ja, já…! ¡Lo confesaste tan fácilmente! En ese caso, ya no tengo necesidad de ti, —rio el Rey Lakrios, como si finalmente se hubiera librado de una preocupación.

Obtenida la información que buscaba, ya no había motivo alguno para que dejara vivo al payaso, que ahora era un criminal en la capital.

—Esa armadura que robaste del castillo, aunque no te queda, te la dejaré para que sea tu vestimenta fúnebre. ¡Adelante, soldados! —ordenó, y su mandato resonó con fuerza.

Con el estrépito de las pesadas botas, los soldados comenzaron a subir al cadalso uno a uno. Liderados por el verdugo, que estaba irritado por la interrupción de la ejecución, muchas armas rodearon a Argonauta.

—¡Hermano…! —exclamó Feena, esforzándose por ponerse en pie a pesar de su agotamiento.

Para tranquilizarla, la mano de su hermano la detuvo con suavidad, asegurándose de que no intentara levantarse.

—¿Eso es… acaso…?

Yuri y Garms, que se habían lanzado hacia adelante solo para ser detenidos por los brazos extendidos de Ryuulu.

Mientras ignoraba las miradas de reproche del hombre lobo y el enano, los ojos del bardo se centraron en la «Espada Dorada» en manos del joven.

—…Bien, empecemos. He obtenido este poder para este preciso momento, —declaró Argonauta sin rastro de miedo.

No había ni duda ni temor. Solo había voluntad.

Superando aquella noche lluviosa en la que, sin poder salvar a la princesa, fue protegido por su hermana y los demás y se vio obligado a huir de manera miserable sin rescatar a «uno», Argonauta había regresado.

Sin importar cuántas veces fuera engañado por otros, utilizado por el rey o manipulado por los planes de muchos, volvió con una sonrisa que nadie podría arrebatarle.

Así que era el momento de comenzar. Hoy era el día en que se anunciaba la «Partida del Mito».

—¡Vamos, «Espada del Trueno»! —gritó Argonauta, levantando la espada del trueno en alto y haciendo sonar la campana de apertura.


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