Danmachi: Argonauta

Vol. 2 Capítulo 3. La Noche de Todos


—¡Informo! ¡El capitán y el grupo de búsqueda han desaparecido sin dejar rastro!

En el salón del trono del Castillo de Lakrios, un soldado entró corriendo, se arrodilló y leyó el reporte sin poder ocultar su miedo.

—¡La comunicación se interrumpió, probablemente fueron aniquilados por los rebeldes…! ¡Y aún no hay señales de Lady Olna…!

—¡Inútiles papanatas!

El sonido del puño golpeando con fuerza el costoso apoyabrazos resonó de inmediato.

—¡Eek…!

—¡Retírate! ¡De inmediato!

El soldado tembló ante la furia del Rey Lakrios, hizo una leve reverencia y salió del salón del trono apresuradamente. El rey, lanzando una mirada de desprecio hacia su figura, se cubrió la mitad del rostro con una mano, ocultando las venas hinchadas en su frente.

—Rey Lakrios… ¿qué desea que hagamos?

—…Lleven a la hermana de Argonauta al cadalso.

El caballero que aguardaba junto al trono preguntó, y tras un breve silencio, el rey pronunció aquellas palabras.

—¡Reúnan a la gente! Que sea un gran espectáculo para atraer a ese payaso. ¡Si no podemos encontrarlo, entonces que él venga a nosotros!

Con una mirada teñida de odio, el rey emitió sus órdenes, sus ojos brillando con un resplandor siniestro a través de los delgados y descarnados dedos, como los de una bruja.

—¡Por supuesto…! ¡Como era de esperarse del gran Rey Lakrios!

—¡Envía la noticia por toda la capital!¡ Intentarán espiarnos para saber de nuestros movimientos!

—¡Sí, majestad!

El caballero expresó su admiración, y con un repiqueteo de su armadura, abandonó el salón del trono.

El viejo rey, ahora solo, dejó escapar sus palabras con el rencor de un espectro vengativo.

—No escaparás, Argonauta… ¡Si no apareces, será la cabeza de tu hermana la que ruede!

La celda estaba completamente oscura, y solo una atmósfera pesada y opresiva flotaba en el ambiente.

La luz del sol no llegaba a la mazmorra subterránea.

La única fuente de iluminación en ese mundo frío era una vela colocada al fondo del pasillo.

Las sombras de las rejas de hierro temblaban de vez en cuando, como si recordaran algo.

Las manchas de sangre en la pared podían ser el resultado de tortura o de un intento de suicidio; en cualquier caso, era fácil imaginar el futuro sombrío que le aguardaba.

—……

Dentro de la celda, Feena echó un vistazo a la pared manchada de sangre y bajó la mirada.

Para una joven con sangre de elfo, aunque fuera en parte, estar encerrada en una mazmorra sin relación alguna con la naturaleza, ni con el bosque, era una tortura en sí misma. La prisión subterránea, donde no llegaba ni el sol ni la luz de la luna, le iba arrebatando poco a poco la energía a su frágil cuerpo.

No podía siquiera recitar un hechizo para romper la celda.

O más precisamente, no tenía la fuerza mental necesaria para usar magia. Después de haber causado revuelo para salvar a Argonauta, había sido encerrada en esta mazmorra sin poder recuperarse completamente en cuerpo y mente. Apenas había recibido alimentos, y lo poco que le daban incluía «hierbas moradas de decadencia», conocidas por debilitar el poder mágico de los elfos. Las comió porque necesitaba alimentarse para no morir de hambre, y a causa de ello el estado físico de Feena estaba cerca de su límite.

Incluso si lograba romper la celda y escapar, probablemente sería capturada de nuevo por un gran número de soldados.

Feena hundió su cara, desprovista de vitalidad, en sus rodillas abrazadas.

—Doña Feena.

Al escuchar el sonido de una puerta abriéndose en el sótano, seguido de unos pasos y una voz llamándola, las finas orejas de Feena temblaron. En la mazmorra subterránea, donde solo estaban los guardias, la nueva presencia se detuvo frente a la celda donde Feena estaba encerrada.

—…¿Ryuulu?

Al levantar la vista, ahí estaba, efectivamente, el elfo con largo cabello verde atado. Era Ryuulu, el trovador.

Como «Candidato a Héroe» —o más bien, como alguien que había superado las «pruebas» impuestas por el rey y había sido reconocido como héroe— probablemente se le permitió venir aquí. Aunque los soldados vigilaban para que no ayudara a escapar a Feena, su estatus ahora era casi el de un huésped honorable.

Feena, en algún momento, había envidiado la sangre pura de aquel trovador, quien ahora, como siempre, mostraba una alegre sonrisa, aunque fuera inapropiada para el lugar.

—¿No te sientes decaída estando prisionera? Si lo deseas, puedo cantarte algunas canciones para…

—Ya decidieron mi destino, ¿verdad…?

Feena interrumpió las palabras alegres de Ryuulu. Al ver la mirada de Feena, quien ya lo entendía todo, el elfo suspiró brevemente y asintió, resignado.

—…Sí. Tu «ejecución» está fijada para dentro de tres días. Probablemente sea una «trampa» para atraer a Don Ar y sus compinches.

—……

—Si pudiera, me gustaría ayudarte… pero los «ojos» de un temible asesino desconocido están constantemente vigilándonos. —Ryuulu le informó que además de los guardias, los ojos de Elmina estaban puestos sobre ellos, observándolos con una mirada penetrante.

Feena guardó silencio por un momento, como aceptando su destino, y luego abrió los ojos lentamente.

—…Ryuulu, ¿podrías matarme, por favor?

—¡!

Lo siguiente que apareció en su rostro fue una sonrisa, ocultando la tristeza en sus labios y en el borde de sus ojos.

—No quiero ser una carga para mi hermano… para él.

—…Don Ar no me lo perdonaría. Incluso ahora, seguro que está intentando salvarte.

—Sí, precisamente porque es así… no quiero que muera. Si regresa aquí, esta vez… mi hermano…

Ryuulu, con una expresión seria, rechazó su sincera súplica. La sonrisa de Feena se desvaneció, dejando solo un semblante sombrío y melancólico. Ryuulu la observó en silencio, a ella, atrapada tras las rejas de hierro que los separaban.

—Doña Feena. Si no te importa, ¿podrías contarme sobre tu relación con Don Ar?

—¿Eh?

—Desde el principio, siempre me ha intrigado. La profundidad de su vínculo. No son hermanastros ni hermanos de sangre, ¿verdad?

Para los ojos del trovador, que había viajado por el continente viendo muchas cosas en esta época de desesperación, la relación entre Feena y Argonauta era algo poco común. Aunque uno era humano y la otra medio elfo, se podía notar a simple vista que no había un vínculo de sangre entre ellos.

—¿Cómo se conocieron ustedes dos?

—…… —Feena, ante la pregunta de Ryuulu, cerró la boca por un instante. Luego, tras una pausa, comenzó a hablar, como si extendiera la mano hacia sus recuerdos, mirando sin un objetivo específico hacia arriba—. Nací en un reino llamado «Elcos», una ciudad extraordinaria donde un bondadoso y sabio rey aceptaba a muchos refugiados, y donde distintas razas convivían.

Murallas gruesas que protegían a su gente, un imponente castillo real; el reino humano, construido en una majestuosa meseta, tenía un aire tan puro y limpio que era difícil de creer en aquella época. Para los elfos, que consideraban al Gran Árbol Sagrado y su aldea sagrada como su hogar supremo —incluso para los que habían sido expulsados de los bosques por monstruos— aquel lugar era un «segundo hogar», un jardín puro. Si una raza tan complicada podía asentarse allí, era lógico que otras razas también pudieran encontrar en él un refugio.

Bajo el sabio gobierno del rey de aquella época, Elcos había ganado la fuerza necesaria para recibir a refugiados y había llegado a ser un verdadero «paraíso», comparable incluso al falso paraíso que era Lakrios.

Si cerraba los ojos, Feena aún podía recordarlo. Aunque no siempre había abundancia para saciar el hambre, todos en la ciudad trabajaban con ahínco para vivir otro día y proteger su paraíso.

Desde las rendijas de las persianas, siempre había observado aquella escena de niños inocentes riendo juntos. Feena nunca había vuelta a contemplar algo así hasta que llegó a Lakrios.

—…Pero yo soy una mestiza. Nací de un padre humano y una madre elfa, una incompleta. Mis padres, temerosos de la persecución, siempre me escondieron en casa.

—La discriminación hacia los mestizos… es algo necio.

Sin embargo —o tal vez por la diversidad de razas que habitaban la ciudad— no era raro encontrar casos de amor prohibido y unión entre diferentes especies. Los padres de Feena no eran la excepción.

Antes de las invasiones de monstruos, el prejuicio contra los mestizos estaba arraigado profundamente, debido a la falta de interacción entre razas. Ahora, con los monstruos devastando el continente y rompiendo fronteras entre comunidades, humanos y otras razas tenían más contacto que nunca, aunque la discriminación seguía persistiendo, especialmente entre los elfos, conocidos por su fuerte sentido de superioridad y elitismo.

Ryuulu, que escuchaba, no pudo ocultar su pesar, mientras Feena negaba con un pequeño movimiento de cabeza.

—Aun así, fui feliz. Aunque fuera un pequeño refugio, mis padres me dieron mucho amor.

Ese lugar era para Feena un refugio de cariño. En aquella casa pequeña, su bondadoso padre acariciaba su cabeza, y su madre siempre la abrazaba. Aquel hogar donde dormían juntos en una cama pequeña era el paraíso de Feena.

Recordando aquellos días con cariño, la chica esbozó una pequeña sonrisa.

—Pero ese día… la ciudad ardió. —La sonrisa que había florecido en los labios de Feena se desvaneció—. La muralla fue destruida por la avalancha de monstruos, y el castillo cayó en un abrir y cerrar de ojos… La ciudad quedó envuelta en llamas, y muchas personas fueron devoradas por sus garras y colmillos…

El paraíso de Feena se desmoronó. Aún recordaba con claridad los gritos de terror de los hombres que caían en la desesperación, el rugido de los monstruos que se superponía, y los desgarradores alaridos de las mujeres y niños, como si fueran telas de seda rasgándose.

El aliento abrasador de aquellas criaturas aterradoras envolvió la ciudad, convirtiéndola en un torrente de llamas. La ciudad que siempre observaba desde las persianas fue consumida por el fuego, transformándose completamente.

Con la mano de sus padres tirando de ella, Feena se adentró en el peligroso mundo exterior.

—Yo también… perdí a mi padre y a mi madre allí…

El mundo exterior, oculto tras la puerta, era cruelmente despiadado. Sus padres fueron desgarrados por un monstruo alado mientras intentaban proteger a Feena, y ella quedó allí, tendida junto al camino teñido de rojo por las llamas. No podía recordar lo que ocurrió antes o después; su mente lo rechazaba. Solo podía recordar los cuerpos de sus padres desvaneciéndose en la noche oscura mientras chispeantes brasas bailaban en el aire, y aquella lluvia roja que pareció caer después. Aquellos recuerdos, empujados hacia el olvido, eran lo único que permitía a Feena continuar.

Cuando se dio cuenta, Feena estaba corriendo entre lágrimas a través de la ciudad en llamas.

—Cuando me quedé sola, ni los humanos ni los elfos me miraron. Solo ayudaban a los de su misma raza. A una mestiza llorando y gritando… nadie…

Los gritos no cesaban, y los edificios se derrumbaban uno tras otro. Las sombras de los monstruos danzaban sin descanso, devorando y haciendo presa de la gente. En medio de aquel infierno, Feena fue empujada por la oleada de personas que huían; tropezó, cayó y ya no pudo moverse.

Los humanos la pasaron de largo. Los valientes elfos levantaban en brazos a las mujeres de su pueblo, dejándola a ella atrás. Miserable y sola, derramó lágrimas hasta que el dolor se volvió insoportable. Ya no quería sufrir más y pensó en reunirse con sus padres.

—Pero entonces…

Fue entonces cuando una mano se le tendió.

«Ya estás a salvo. Yo te ayudaré.»

Era un muchacho de cabellos blancos de días pasados. En sus ojos escarlata reflejaba la tristeza de Feena, y fue él quien tomó su mano.

—Él fue el único que me tendió la mano. En ese momento, él era sin duda mi «héroe».

—……

Feena continuó.

—Después de que logramos escapar solos, me enojé. Había perdido a mis padres y mi hogar, y lloré mientras lo confrontaba.

Ryuulu escuchaba la historia en silencio, con una leve sonrisa formándose en sus labios incluso antes de darse cuenta. Al evocar aquellas escenas, los labios de Feena también se curvaron en una sonrisa sin que ella misma lo notara.

—Le pregunté por qué había ayudado a una mestiza como yo… ¿Sabes lo que me respondió?

«Es que esas orejitas puntiagudas me gustan. Te quedan bien, como una flor.»

Sonrió, como una pequeña y delicada flor en temporada.

—Ah… muy propio de él. —Ryuulu asintió, entrecerrando los ojos con una sonrisa de acuerdo.

Durante el relato de Feena y los recuerdos de aquella época, el sonido de la lira enmudeció por un momento.

—Fui salvada. Derramé lágrimas que no eran de tristeza. Sin darme cuenta, comencé a llamarlo «hermano».

Así comenzó la relación entre un «hermano» y una «hermana» sin lazos de sangre. Al principio, la «hermana» era distante, confundida tras haber insultado al chico, sin saber cómo actuar. Pero, poco a poco, quedó perpleja ante la actitud torpe y casi cómica del «hermano», y comenzó a reír a su lado, borrando la distancia entre ambos.

—Desde entonces, nos dedicamos a vagar de pueblo en pueblo. Molestamos a muchas personas, ayudamos a algunas otras de vez en cuando, y arrancamos muchas sonrisas…

Ese inicio y ese viaje fueron algo invaluable para ella. Con solo mirar su rostro, se entendía; los recuerdos de las travesuras del payaso seguían dibujando sonrisas en su rostro.

—Él fue quien me hizo sonreír. Y seguramente, seguirá haciendo sonreír a personas como yo en el futuro, —expresó, mientras su expresión se oscurecía—. Pero, a cambio… él nunca llora. Para hacer reír a los demás, él mismo sigue sonriendo constantemente.

—……

—Estoy segura de que él no solo quería salvar a «una», sino a «diez» personas. Pero creo que, el día que la ciudad ardió, se dio cuenta de que no podría lograrlo. —dijo, comprendiendo profundamente el deseo en el corazón de Argonauta, como su «hermana» de tantos años de penas y alegrías compartidas.

—…¿Él empezó a actuar como un payaso después de conocerte? —preguntó Ryuulu.

—Sí… mientras decía que quería ser un «héroe», llenaba sus libros con relatos cómicos de su vida cotidiana.

Feena, al repasar uno a uno aquellos recuerdos, desvió la mirada hacia el pasado.

—No sé lo que piensa realmente… pero seguramente, todo es por la sonrisa de los demás.

—Por la sonrisa…

—Yo quería que él llorara. Que llorara conmigo y compartiera su tristeza.

Lo que comenzó fue una confesión, un pensamiento que no podía compartir frente al payaso que la había salvado.

—Pero él, aún hoy…

Sus palabras se interrumpieron allí. La tristeza de la joven quedó atrapada en la fría prisión, sin hallar escape. Al terminar de escuchar, Ryuulu dibujó una sonrisa, en lugar de Feena y del payaso ausente.

—…Ahora entiendo su relación. Y al escuchar esta historia, he confirmado algo.

—¿Eh?

—Él vendrá a rescatarte, sin duda alguna.

Como si le transmitiera una profecía del árbol sagrado, declaró:

—Argonauta, el payaso, que no puede salvar a «diez», nunca abandonaría a «una».

Sobrevolando la capital del reino.

Oscuras nubes cubrían el cielo.

La luna no era visible. Si tan solo hubiese aparecido, quizás podría haberse abandonado a la locura bajo la luz de la luna. Con el ceño fruncido, Yuri dejó escapar esos pensamientos inútiles desde el fondo de su ser.

—Hombre lobo.

Fue entonces cuando un enano se le acercó. Yuri, quien estaba contemplando el cielo nocturno desde el corredor del castillo, intentó ignorarlo, pero no pudo.

—Se ha decidido ejecutar a la medio elfa.

—¡……!

—La ejecución será dentro de tres días. Es casi seguro que la usarán como carnada para atrapar al payaso.

El ceño de Yuri se frunció aún más, mientras sus manos se apretaban con fuerza. Sus dientes, rechinando, parecían a punto de romper su mandíbula. Garms observó al joven y le preguntó:

—¿Estás seguro de que quieres seguir así?

—…¿Qué estás insinuando con eso? Desde el principio, lo que hago es por mi tribu…

—¿A estas alturas sigues diciendo eso? Es evidente quién está equivocado ahora.

Garms no prestó atención a las palabras llenas de amargura del hombre bestia, mientras el hombre adoptaba una expresión de determinación y orgullo.

—Yo voy a salvar a esa chica. ¿Qué valor tendría recuperar mi tierra si al hacerlo obedecemos a unos miserables? No podría mirar a mis caídos a la cara.

Yuri bajó la mirada a mitad de las palabras del enano, y la presión en sus puños aumentó. Aun reconociéndolo, Garms no dejó de presionarlo.

—Te lo pregunto de nuevo: ¿qué harás tú?

—…¡¡¿Qué puedes entender tú?!!

Esas palabras fueron el detonante de su furia.

—¡No tienes idea, porque eres un simple enano que ya lo ha perdido todo! —La ira, que ya había sobrepasado su límite, se convirtió en un torrente de insultos, exponiendo la agonía reprimida en su pecho—. ¡Tú no entiendes el deseo de mi tribu, cubiertos de cicatrices y consumidos, ni los sentimientos de aquellos que me despidieron con valentía! ¡¿Acaso puedes comprender eso?!

Garms no podía comprenderlo. Él no era un lobo.

—¡¿Con qué derecho puedes decir que no hay «esperanza» para mi tribu?! ¡La capital era un pozo de monstruos, ¿y me dices que debemos morir abandonados a nuestro destino?!

Garms no podía decirle eso. Tal como Yuri decía, él no tenía amigos ni familia que proteger.

—¡¡No tienes idea de la impotencia que siento, habiendo visto morir a mi hermana, que lloraba diciendo que no quería morir hasta el final!!

Garms no podía entenderlo, aunque quisiera.

Las lágrimas invisibles de un lobo, llenas de furia, eran solo suyas.

—…Ah, ciertamente, a diferencia de ti, yo ya no tengo nada que proteger. Si algo no me gusta, me sería fácil torcer mi juramento.

Pero como otro «guerrero», había algo que él entendía.

—Sin embargo, incluso si estuviera en tu misma situación, viviría hasta el final como un miembro de una «tribu orgullosa».

—¡¡!!

La figura de Yuri y el orgullo que reflejaba mostraban la nobleza de su tribu de lobos. Garms estaba seguro de que eran guerreros de una dignidad similar a la de Yuri. Con ambas cejas en alto, se acercó y le habló de frente.

—Prepárate, hombre lobo. ¿Planeas vivir atado a esas oscuras cadenas del rey?

—¡……!

—Eso es como ser «ganado». Si pierden no solo sus garras y colmillos, sino también su orgullo, esos guerreros bestia se convertirán en «animales». ¿Realmente los miembros de tu tribu, aquellos que deseas proteger, aceptarían eso? —Colocó su enorme y fuerte puño sobre el pecho de Yuri, no para golpearlo, sino para superponer el orgullo ardiente de la raza de los enanos sobre el corazón del lobo.

El rostro de Yuri se deformó, y su pulso tembló intensamente al sentir el calor de Garms, el enano.

—Yo… ¡yo…! —Yuri bajó la cabeza hacia el suelo, dejando caer repetidamente pensamientos que no lograban convertirse en palabras. Incluso después de que Garms retirara su puño, el guerrero lobo continuó descargando su agonía contenida.

—Perdonen la interrupción.

En ese momento, una voz ligera, como una brisa caprichosa, se coló entre ambos. Era Ryuulu, emergiendo de la oscuridad nocturna.

—¿Qué haces aquí, bardo? Apareces sin leer el ambiente, como cierto payaso que conocemos.

—Quería hacerles una pregunta. ¿Qué planean hacer a partir de ahora?

A Garms, a medio camino entre la exasperación y la sorpresa, la intromisión del elfo, que ignoraba por completo el conflicto de los guerreros, le hizo cambiar de expresión.

Después de observar a Yuri, quien aún sufría en silencio, Ryuulu les miró, como si preguntara «¿Cuál es tu verdadera intención?».

—Yo he tomado una decisión. A partir de ahora, ofreceré mi vida para destruir los planes del rey.

—…¿Así que tú también intentas incitarme? ¿Quieres que rescate a la semielfa? —respondió Yuri, como exprimiendo las palabras, con enojo.

Sin embargo, Ryuulu negó lentamente con la cabeza.

—No. Lo que quiero es que te quedes en silencio y observes.

—¿Qué…? —Yuri, asombrado, permaneció sin palabras, mientras que Garms adoptaba una expresión similar a su lado.

El bardo sonrió y levantó la vista hacia el cielo.

—¿No sienten el «viento»? Es el «viento de la tormenta» que invade esta ciudad.

Las nubes oscuras permanecían inmóviles, ocultando la luna, pero se escuchaba débilmente el sonido del viento; un silbido como de flauta. El aire nocturno palpitaba con una inquietud siniestra.

—¿Es solo mi imaginación? No, estoy seguro de que la dirección del viento ha cambiado. Después de todo, ¡él es Argonauta! ¡No puede acabar así! —Ryuulu levantó la voz con entusiasmo, y comenzó a tocar su laúd, el instrumento nacido del árbol sagrado de los elfos, cuyas notas armonizaban con el canto del bardo, cada vez más exaltado.

—¡Él no tiene nada que perder, solo algo que recuperar! ¡Entonces vendrá! ¡¡Ah, y de qué manera!!

No buscando una resolución predecible, sino una comedia inesperada, el elfo anunció al actor que saltaría al escenario.

—¡Argonauta, el Payaso!

—¡Haahhhhhh!

Con un grito desgarrador, alguien avanzó cubierto por una capa ondeante, acompañado por un relámpago. Con un solo golpe de Argonauta, cinco monstruos fueron cortados en línea horizontal.

«¡Uuuuuoooohhhh!»

El destino efímero de esas aberraciones que alguna vez devoraron la vida de los humanos había llegado. Sus cuerpos, cortados, eran devorados por una corriente eléctrica salvaje, y sin excepción, sus contornos se disolvían en una gran nube de cenizas.

En un instante, los monstruos con cuerpos de perro y cabezas humanas habían sido completamente aniquilados bajo la furia del rayo.

—Gracias por encargarte de los monstruos… Y entonces, ¿cómo va? ¿Te has acostumbrado a la «Espada del Espíritu»?

—Aún se me escapa a veces… pero creo que finalmente empiezo a sentirla en mis manos. —Argonauta se dio la vuelta en respuesta a la voz que le hablaba desde atrás.

Argonauta respondió con una sonrisa irónica a Olna, quien se acercaba.

—Para ser honesto, estuve en guardia esperando que la voz de ese viejo me reprendiera en cualquier momento, pero… ni rastro de que vaya a hablar.

Ya habían pasado casi dos días desde que derrotó a los soldados y dejó el «Santuario del Espíritu». En el camino de regreso a la capital, Argonauta se había enfrentado repetidas veces a monstruos y, hasta el momento, no daba señales de ser vencido.

Sentía una euforia arrolladora, como si la «Bendición del Espíritu» fuera real y le diera una sensación de omnipotencia. Aun así, la fuente de ese poder, el propio espíritu, permanecía en silencio, como si la escena en el santuario hubiera sido solo una ilusión.

—Había escuchado que cuando un «Espíritu» se convierte en arma, pierde hasta la mínima pizca de conciencia propia. Es el precio de un poder tan inmenso.

—……

—Aquel «Espíritu» se convirtió literalmente en una «espada» para su portador. —Ante la explicación de Olna, Argonauta guardó silencio. Aquella quietud no era tristeza, sino un recuerdo hacia una coincidencia curiosa; la sonrisa que asomaba en sus labios era de genuina gratitud—. Realmente, fue un espíritu como una tormenta… con truenos retumbando en medio del viento.

—Sin duda alguna.

—Moviéndose como quisiera… ¿Por qué alguien como yo, un hombre cualquiera, merecía un poder así?

Olna observaba atentamente a Argonauta mientras este contemplaba la «Espada del Espíritu». A pesar del poder obtenido, él no se envanecía; reconocía sus propias debilidades y mantenía una mirada firme hacia el «horizonte», un lugar que ni siquiera ella podía prever.

Después de dudar un instante, Olna habló.

—…Argonauta, ¿puedo hacerte una pregunta?

—¡Aunque es repentino, es emocionante que una belleza quiera saber de mí! ¡Qué felicidad, qué vergüenza y qué emoción! —respondió él, en tono jocoso.

—¿Eres realmente un simple aldeano?

—¡! —Su intento de adoptar el papel de payaso fue interrumpido por las palabras de Olna, que penetraron profundamente en su interior.

—Tienes «educación», tienes «voluntad» y una clara «visión de futuro».

—……

—Aunque intentas ocultarlo con tus bromas, siento que actúas bajo «una convicción», —continuó Olna sin frialdad en la voz ni dureza en su expresión.

Ella solo lo miraba, seria y decidida. Argonauta abandonó su actitud juguetona y guardó silencio.

—Dijiste que ahora es tiempo de una «leyenda heroica»… que la humanidad debe convertirse en una nueva leyenda para forjar el futuro.

—…Sí, lo dije.

—Ese herrero excéntrico… en realidad, su perspectiva es la de una persona común. La gente normal se enfoca en lo inmediato, sin pensar en el destino del mundo. —Olna recordó las palabras del herrero de cabellos rojos, pero regresó su mirada a aquellos ojos de un profundo escarlata—. Tu deseo de luchar por el presente con la vista puesta en el mañana es propio de un erudito, un sabio, o incluso… de alguien de la realeza.

Entonces, fue al punto central de su pregunta.

—Argonauta… ¿Acaso eras un miembro de la realeza?

Hubo un tiempo en que existió un reino llamado «Elcos». Era un lugar gobernado por un rey bondadoso, un reino humano que acogía refugiados de otras razas: hombres bestia, enanos y elfos convivían en paz.

Poco se sabía de aquella ciudad lejana en Lakrios, excepto por rumores que hablaban de una familia real en Elcos donde, de vez en cuando, nacían personas con «cabello blanco». Se decía que estos individuos, considerados regresiones a antiguos antepasados, recibían toda clase de educación y conocimientos, esperándose que guiaran al reino y a la familia real.

Algunos llegaron a ser reyes, otros eligieron el campo de batalla como estrategas, algunos se retiraron para evitar disputas innecesarias y se convirtieron en consejeros leales, y otros se ofrecieron a asumir el papel de bufón de la corte para disipar la desesperanza que acechaba a su nación.

—……

El viento sopló, haciendo ondear el cabello blanco de Argonauta. A los ojos de Olna, ese cabello parecía un símbolo de conocimiento y sabiduría acumulados, quizás una herencia preciosa. Mientras el silencio se extendía sobre el páramo, los ojos rojos de Argonauta parpadearon lentamente bajo su flequillo blanco.

—… No, no es así.

Poco después, sus ojos escarlata se curvaron en una leve sonrisa.

—Argonauta es solo un aldeano, nada más y nada menos. Todo lo que hay sobre él está en este «Diario de Héroe».

De entre sus cosas, sacó un libro.

—Si… y solo si, alguien como yo llegara a ser «héroe», todos se sorprenderían y reirían. Señalarían con el dedo y se reirían a carcajadas.

—¡……!

—Es una historia donde un simple payaso se comporta de forma ridícula… eso es lo mejor para Argonauta. Así está bien.

El joven presionó el diario contra su pecho, como si deseara algo bueno para el destino de esa historia y estuviera pensando en algún lugar lejano.

Los ojos de Olna se abrieron de par en par.

—Tragedias y horrores no hacen falta. Basta con una «comedia».

El viento sopló nuevamente. La luz del sol atravesó las nubes, iluminándolos a ambos. Aunque el resplandor carecía de fuerza y no alcanzaba para ser el brillo de un escenario, era una luz demasiado débil y efímera para llamarse esperanza.

Sin embargo, resonó en el corazón de Olna, golpeando con fuerza.

—¿Solo… una «comedia»?

Olna, casi tocando la «verdad» de aquel bufón que canta, baila y siempre ríe, repitió sus palabras, queriendo preguntar de nuevo. Pero entonces…

—He regresado.

—¡Oh, Crozzo! ¡Gracias por espiar por nosotros en la capital!

Crozzo, quien se había alejado de ellos, había vuelto. Al ver que Argonauta, con el poder del «Espíritu», ya no necesitaba protección, había decidido infiltrarse solo en la capital.

—Entonces, ¿qué descubriste?

—Ha circulado un aviso en la ciudad. Van a ejecutar públicamente… a tu hermana, la semielfa. Además, han hecho gran publicidad al respecto. Sin duda, es una trampa.

La información que trajo anunciaba las maquinaciones del rey.

Argonauta, como si ya hubiera considerado esa posibilidad, no mostró sorpresa y adoptó una expresión seria.

—Ya veo… Así que ¿cuándo es la ejecución?

—Mañana. Ya no queda tiempo. ¿Qué harás, Ar?

—…Por supuesto que iré. ¡Voy a salvar a Feena y a poner fin a todo! —Argonauta respondió sin dudar—. ¡Tú solo espérame, capital real! ¡Argonauta va hacia ti!

El payaso, con un porte decidido, levantó su espada hacia la dirección de la capital, adoptando una pose heroica. Por un momento, pareció disfrutar de su postura, y entonces rompió en una risa fuerte. Su teatralidad hizo que Crozzo esbozara una sonrisa divertida.

Mientras tanto, un poco alejada, Olna observaba detenidamente la espalda del payaso.

—…No busca una «leyenda heroica», sino una «comedia».

Sintió una extraña sensación, como si sostuviera el guion de una comedia en sus manos y lo leyera una y otra vez, repasando las acotaciones escritas. Olna estaba a punto de entender el deseo y los sentimientos que el payaso había puesto en su escenario.

—Argonauta, quizá tú…


Frizcop: Aaah, carajo, me entró algo al ojo. Se está sacrificando, se deshumaniza en pos de las generaciones futuras. Ya no es una persona con historia y pasado detrás, solo es Argonauta, el Payaso que quería ser un héroe. Yo no estoy llorando, ustedes están llorando.


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