Danmachi: Argonauta
Vol. 2 Capítulo 5. La Última Cena ~O el Favor del Herrero~
La emoción no se disipaba.
Los vítores no cesaban.
El pueblo, anticipando inconscientemente el inicio de una nueva era, levantó sus voces y aceptó al «payaso que se autoproclamaba Héroe».
Un nuevo símbolo había reemplazado al del «General Minos», el portador del trueno.
Como si hubieran presenciado el inicio de un mito, los habitantes del paraíso no podían ocultar su emoción y continuaban enviando aplausos y bendiciones sin fin.
—¡No te burles… no te burles de mí, Argonauta…! ¡No permitiré que todo salga como deseas, no lo permitiréeeeeeeee…!
En medio de esas bendiciones, había una persona que destilaba maldiciones: el Rey Lakrios.
Desde lo alto de la pequeña torre, observaba el bullicioso escenario con un rostro completamente descompuesto, su delgado cuerpo, tan frágil como una rama seca, crujía al tensarse.
El sudor empapaba su atuendo, y su rostro fluctuaba entre el rojo y la palidez extrema.
—¿¡Gruuuuuuuuuuuuh…!? —Un gruñido similar al de una bestia emergió de su garganta, y, en un instante, el rey giró los ojos en blanco y cayó al suelo con un sonido sordo.
La sangre se le subió a la cabeza y su viejo cuerpo, incapaz de soportarlo, sucumbió al desmayo.
El comandante de los caballeros, al notar rápidamente la situación, subió corriendo a la torre y exclamó con un grito que rozaba el pánico:
—¿¡Su majestad!? ¡Soldados, regresen al castillo! ¡Llevemos al rey, debilitado por la preocupación, de vuelta a salvo!
Desde la torre, el capitán se asomó para dar órdenes, y los soldados no tuvieron más opción que obedecer.
En una escena apresurada, con el sonido de las armaduras resonando como si estuvieran en retirada de un campo de batalla, rodearon la carreta en la que subieron al Rey Lakrios y se dirigieron al castillo en una gran movilización.
La plaza, que hasta entonces había estado llena de vítores, comenzó a murmurar en cuanto el rey y los soldados desaparecieron. Voces de desconcierto se alzaron, preguntándose qué había ocurrido. Poco después, el rumor de que el rey sufría la pérdida de su gran mano derecha, el «General Minos», se extendió como una interpretación comprensiva de su estado.
Las masas, ignorantes de la verdad, mostraba sabiduría y permanecía profundamente compasivas con el gobernante de su paraíso.
—¿Las tropas se están retirando…? ¿Ya se han rendido?
Mientras los murmullos se esparcían entre el pueblo, Crozzo aterrizó con determinación.
El herrero, que había repelido golpes y saltado hacia atrás en posición defensiva, apareció entre la multitud, que rápidamente se apartó de su camino con evidente nerviosismo.
—En este lugar, bajo la mirada del pueblo, ya no podían hacer nada. Se dieron cuenta de que su justificación para deshacerse de Argonauta había sido anulada. —Olna, que se acercó a Crozzo y se quitó la capucha del disfraz, ofreció una explicación al respecto.
—Ya veo… —murmuró Crozzo, asintiendo mientras escuchaba.
En ese momento, sin hacer el menor ruido, una amazona apareció en un extremo del cadalso.
—Elmina…
La asesina bajó la mirada, como si se sumiera en una tristeza pasajera, para luego alzar la vista y mirar a su «hermana» con una expresión desprovista de emociones.
—Aunque me odies… yo te protegeré. —Dicho esto, dio media vuelta y se alejó hacia el grupo de soldados que regresaban al castillo.
Olna, al observar la figura de su «hermana» desaparecer, fue su turno de bajar los ojos, cubriéndose con un manto de silencio.
—……
Argonauta observó todo el intercambio desde lo alto del cadalso, sin pronunciar palabra.
En este momento, al priorizar el rescate de su propia hermana, sentía que no tenía derecho a decir nada.
—¡Hermano…! ¡Hermano!
—¡Oh, Feena! ¡¿Te encuentras bien?!
De repente, la voz de su hermana menor llegó desde atrás.
Feena, tambaleándose mientras lograba ponerse en pie, se acercaba con pasos inseguros, pero su sola presencia llenó de felicidad el rostro de Argonauta, quien esbozó una amplia sonrisa.
Era un encuentro deseado y profundamente emotivo con su amada hermana.
—¡Hermanooooooo!
—¡Feenaaaaaaaa!
Ambos hermanos corrieron el uno hacia el otro.
Convencido de que el delicado cuerpo de Feena saltaría a sus brazos, Argonauta extendió los suyos con entusiasmo.
Por su parte, Feena avanzó rápidamente agitando las manos y, con gran determinación, lanzó un puñetazo cerrado.
—¡Toma esto, idiota cabeza huecaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
—¿¡Gwaaaaaaaaahhhhhhhhhh!?
¡El puño élfico de la hermana menor estalló contra el plexo solar del torpe hermano!
Feena, furiosa, con las cejas levantadas en un ángulo pronunciado, lanzó un golpe lleno de ira que se clavó con fuerza, y Argonauta, con los ojos bien abiertos, salió disparado como si fuera un simple desecho.
—¡Siempre haces lo que te da la gana sin pensar en nadie más! ¡Esta vez no te lo perdonaré!
—¡Espera, Feena! ¡Esto es demasiado, incluso si es solo para ocultar tu vergüenza! Tu puño está cargado de pura intención asesina… ¡Ayuda, por favor!
Respirando agitadamente, con el rostro encendido de enojo y vergüenza, Feena se subió a horcajadas sobre su hermano caído, lista para ajustar cuentas.
Argonauta dejó escapar un grito mientras era golpeado repetidamente por los puños de su temible hermana menor, cuyos ataques eran demasiado fuertes como para calificarlos de simples golpecitos en el hombro.
No tuvo tiempo para apreciar la suavidad de su cuerpo en medio de la tormenta de golpes.
Cuando los murmullos desconcertados comenzaron a surgir entre los espectadores que observaban la escena, Olna dejó escapar un suspiro.
—Todo arruinado…
—Son unos hermanos muy unidos, —comentó Crozzo con una sonrisa a su lado.
En ese momento, tres figuras se acercaron a Argonauta y Feena.
—Pensé que habías cambiado un poco, pero parece que sigues igual que siempre, Don Ar.
—Por más que te las des de alguien refinado, un payaso siempre será un payaso. Y, de hecho, este espectáculo es lo tuyo.
—¡Ryuulu! ¡Garms! ¡Y también Yuri!
—……
Los tres: una elfa, un enano y un hombre lobo, se acercaron. Finalmente, Feena, agotada, dejó de moverse y quedó tendida sin fuerzas. Argonauta, con cuidado, la acomodó a un lado y se puso de pie. Mientras Garms y Ryuulu le sonreían, Yuri lo miraba con el ceño fruncido y en completo silencio.
Recordaba claramente su última despedida en las alcantarillas, y su rostro reflejaba un frío desdén.
Sin embargo, Argonauta no le dio importancia.
—¡Les he causado muchos problemas! Por favor, permítanme disculparme. Gracias a ustedes estoy aquí ahora. ¡Lo lamento! ¡Y también, gracias!
Sus palabras, sinceras y directas, expresaban tanto arrepentimiento como gratitud hacia sus amigos semihumanos, quienes habían arriesgado todo para ayudarlo a escapar.
—Hmf… Basta, me das asco, —respondió Yuri frunciendo aún más el ceño—. …No es que lo haya hecho por ti… —murmuró, desviando la mirada hacia un lado.
Sería innecesario describir con palabras la expresión que el orgulloso guerrero lobo mostró en ese momento.
—¡Creo que he oído unas palabras que parecen de manual! ¡Pero bueno, a escribir en mi «Diario del Héroe»! —exclamó Argonauta mientras sacaba el diario de su bolsillo y comenzaba a escribir con una pluma.
Ante la mirada de incredulidad de Garms, las risas contenidas de Ryuulu, y el resto de sus amigos, anotó la siguiente frase:
«Argonauta, con la ayuda de sus compañeros, logró salir de la adversidad.»
La emoción en la capital real no disminuyó ni siquiera cuando el sol se inclinó hacia el oeste, y la oscuridad de la noche comenzó a caer.
La noticia repentina de la muerte en combate del «General Minos» dejó a todos impactados y llenos de incertidumbre. Aunque los cánticos funerarios no cesaban, los murmullos entre los ciudadanos empezaron a llenarse de esperanza. Se preguntaban si aquel joven héroe, un tanto peculiar, podría ofrecer algo nuevo, algo diferente, más allá de proteger el paraíso.
Argonauta, que había proclamado su declaración con un trueno como fondo y una presencia imponente frente a la multitud, había logrado inspirarles tal expectativa con su energía y carisma.
—¡Oh, pero qué magnífico espectáculo! ¡Cada vez que lo recuerdo, no puedo más que admirarlo, Don Ar!
En ese ambiente, no faltaban quienes alababan al payaso, incluso entre los suyos.
Bajo el cielo nocturno iluminado por las estrellas, Ryuulu tocaba su lira mientras lanzaba vítores y aplausos para Argonauta.
—¡Jajajá! ¡Estás exagerando, Ryuulu! Pero, si es para alimentar mi autoestima, ¡tú sigue alabándome más! —respondió Argonauta, visiblemente encantado, dejándose llevar por su ego desmedido como si se tratase de una criatura insaciable en busca de aprobación.
En la llanura, donde el fuego de una fogata lanzaba chispas al aire, la atmósfera parecía la de una celebración. Mientras la interacción entre el trovador y el payaso continuaba, Olna observaba desde un lado con un rostro agotado.
—¿Siempre es así…?
—Por lo general, sí, pero hoy está particularmente animado, —respondió Feena, quien estaba sentada sobre una pequeña roca junto a Olna. Con una sonrisa, desvió su mirada hacia la mujer de piel morena.
—Por cierto, tú debes ser Olna, ¿verdad?
—Sí. Y tú eres Feena, la hermana de Argonauta.
—Así es. No quiero ni imaginar cuánto debiste soportar mientras yo no estaba, pero gracias por todo.
Feena habló con una sonrisa cargada de calidez y amabilidad, aun cuando era la primera vez que se conocían, rompiendo fácilmente cualquier posible barrera entre ambas. Al igual que Olna, ya tenía una idea de la otra gracias a las historias de Argonauta.
La joven trató a Olna como si fuera una más de sus compañeros.
—Ah, y también… gracias por todo tu esfuerzo. Debes estar exhausta.
—Siento como si me estuvieras dando un pésame… Pero parece que tú también has tenido tus propias dificultades, —respondió Olna con un suspiro resignado, torciendo los labios ligeramente.
Mientras las dos mujeres compartían un momento de comprensión mutua, los hombres, liderados por Garms, estaban inmersos en una conversación animada.
—¡Vaya, así que eres un herrero! ¡Que un artesano haya logrado enfrentarse a esa amazona es impresionante!
—No fue mi habilidad con la espada, eso seguro. Pude resistir apenas gracias al poder de mi espíritu.
—¡No seas modesto! ¡Haber vencido a un enemigo formidable por el bien de tus compañeros es, sin duda, un honor para cualquier guerrero! —Garms, quien había reconocido cómo Crozzo había luchado de igual a igual contra Elmina, lo elogió con un entusiasmo que no tenía nada que envidiar a los halagos de Ryuulu hacia Argonauta.
Por su parte, el herrero, quizás por la buena química que tenía con el extrovertido Garms, esbozó una sonrisa relajada mientras seguía la conversación.
—Los fuertes merecen mi respeto. ¡Si tuviéramos aguardiente, la compartiría contigo!
—Jajá, eres un tipo agradable, viejo enano.
—…¡¡Soy solo un joven de dieciocho años!!
—¿¡Qué!? ¡No puede ser!
Crozzo soltó un grito de sorpresa al caer en la trampa del enano, y Garms, indignado, alzó la voz con furia, desatando un alboroto sin control alrededor de la fogata.
—¿Qué estamos haciendo ahora…?
—Es lo que llaman el «descanso del guerrero». Que seres de diferentes razas se reúnan de esta manera tan animada parece simbolizar una nueva era, ¿no crees?
Yuri, quien observaba la escena mientras mordía una fruta, suspiró con exasperación. A su lado, Ryuulu tocaba su lira con despreocupación, y el joven lobo replicó, burlándose de la idea de una «nueva era».
Ya había pasado medio día desde la gran actuación de Argonauta para rescatar a Feena. Durante ese tiempo, el payaso y sus compañeros habían descansado, disfrutando de una pausa para conversar.
—Bueno, volviendo al tema. Sobre la información del Toro Salvaje y demás, dejaré que Olna la explique después…
—¿Podrías no pasarme todo el trabajo a mí?
Después de que cada uno se llenara el estómago con la comida, Argonauta, calculando el momento oportuno, planteó el tema de conversación.
Ignorando la mirada de reproche que Olna le dirigió con los ojos entornados, inició la discusión.
—Quiero ir a rescatar a la princesa ahora mismo.
—Entendemos tus intenciones, pero… no sabes dónde está, ¿verdad?
Con un gesto serio, Argonauta expresó sus pensamientos. Garms, sentado directamente en el suelo, planteó la duda evidente. Ante su mirada, Olna suspiró y cerró los ojos un momento antes de mirar a los presentes.
—El lugar donde normalmente está confinado el Minotauro es el Laberinto construido bajo el castillo. Es una compleja y extraña mazmorra creada por un maestro artesano enloquecido que dio su vida para completarla.
Feena y los demás quedaron atónitos, aunque rápidamente adoptaron un semblante serio, reflexionando sobre la información. Habían visto la gigantesca puerta en el gran cañón de los Yermos de Karunga, donde apareció el Minotauro. Si esa colosal estructura marcaba la entrada del Gran Laberinto, las palabras de la adivina adquirían una verosimilitud difícil de cuestionar.
—Con el discurso de Argonauta hoy, el plan del rey se desmoronó por completo. En esta situación, estará planeando acelerar el sacrificio de Ariadna. Ahora mismo, seguramente ya la han llevado del calabozo al Gran Laberinto.
El plan original del Rey Lakrios era convertir a Argonauta en un criminal y deshacerse del sacrificio en la oscuridad, atribuyéndole la culpa.
Sin embargo, el tonto payaso estaba ahora a punto de convertirse en el héroe salvador del reino, y el plan del rey estaba al borde del colapso. Por lo tanto, Olna opinaba que el rey probablemente ofrecería a Ariadna como sacrificio para controlar al Minotauro. Según ella, la única criatura capaz de enfrentarse a Argonauta, quien había recibido la bendición del rayo, y a Yuri y los demás, era ese monstruo furioso con forma de toro.
—En cualquier caso, creo que esta noche deberíamos descansar aquí. Si planeamos enfrentarnos a algo como el gran laberinto, será aún más importante recuperar fuerzas.
Ante la sugerencia de Ryuulu, Feena expresó de repente una duda:
—¿Pero por qué estamos acampando en un lugar como este? Y, además, justo al lado de la capital real.
El grupo se encontraba fuera de los muros de la ciudad, en un rincón del páramo donde las rocas sobresalían como si fueran un desgarro en el paisaje. Cerca de la fogata, la Espada del Trueno clavada en el suelo emitía un tenue resplandor que creaba una especie de barrera, impidiendo que los monstruos se acercaran. Gracias a la generosidad de los aldeanos, quienes les habían entregado alimentos, el grupo de Argonauta había decidido pasar la noche allí.
Feena, aún aturdida por el cansancio tras días encerrada en una celda, inclinó la cabeza mientras trataba de entender.
—La capital aún no ha renunciado a eliminarnos. Si permanecemos tranquilamente en el castillo, seríamos un blanco fácil y acabaríamos asesinados, —respondió Ryuulu.
—¡¿Qué-qué?! —Sobresaltada, Feena acercó su bastón mientras observaba los alrededores con cautela—. ¡Entonces, aun están tras nosotros…!
—No te preocupes, no atacarán en la superficie. No mientras ese payaso aun siga teniendo a la gente de su lado, —dijo Yuri, confiando en sus sentidos agudos como hombre bestia y asegurando que no había peligro inmediato.
Garms asintió y habló desde su intuición como guerrero:
—Sí, si planean atacar, será en un lugar lejos de las miradas… como ese supuesto Gran Laberinto.
—Así que planean hacer pasar nuestra muerte como un fracaso en la misión de derrotar al Minotauro, —comentó Crozzo, asintiendo con comprensión ante lo que contaban, junto con Feena.
El enemigo buscaba acabar con Argonauta y su grupo. Por otro lado, ellos no podían tomar la iniciativa. No era que no quisieran, sino que Argonauta mismo no deseaba hacerlo.
La conclusión de estos eventos no podía terminar con regicidio. Desde la perspectiva de los ciudadanos, el rey de Lakrios seguía siendo un soberano venerado que protegía el paraíso. Matarlo provocaría confusión en la capital y posiblemente un colapso en el sistema. Si un forastero como Argonauta tomara un trono manchado de sangre, se ganaría el descontento del pueblo y fomentaría una rebelión.
Además, una purga sangrienta jamás podría convertirse en la comedia que Argonauta anhelaba.
El objetivo era claro: derrotar al Minotauro —el origen del paraíso que se había convertido en un reino distorsionado— y salvar a Ariadna. Esa era la condición de victoria para Argonauta y su grupo. Lo que sucedería con la capital se decidiría después.
—Por cierto, siendo realistas, ¿cuáles son nuestras posibilidades de ganar? —preguntó de repente Crozzo mientras Feena y los demás discutían la situación.
Él era el único del grupo que aún no había visto al monstruo con sus propios ojos. En medio del silencio de los demás, Argonauta dirigió su mirada hacia Olna, como si esperara un pronóstico.
—Olna… Quiero escuchar tu opinión. Con el poder del espíritu que ahora poseo, ¿quién es más fuerte, yo o el Minotauro?
—…El Minotauro sigue siendo más fuerte, —respondió Olna, con un tono sombrío, transmitiendo el cruel mensaje que le había revelado su adivinación—. Ese monstruo ha devorado incontables personas y criaturas. Es una bestia mágica mucho más poderosa que un Minotauro común, y su fuerza supera incluso a la de un dragón.
—¡……!
Cuando Olna explicó que el Minotauro era una «especie mejorada» que había estado devorando cadáveres durante tres generaciones de la familia real, Feena contuvo la respiración, horrorizada.
Nadie habló, y el único sonido que se escuchaba era el crepitar del fuego, mientras la atmósfera se volvía cada vez más densa.
Justo antes de que la tensión aumentara, Argonauta rompió el silencio con un tono despreocupado y alegre:
—¡Bueno, no tiene sentido ser pesimistas! Además, ¡no estoy solo!
Sus palabras eran un reflejo sincero del optimismo del payaso.
—Afortunadamente, tengo compañeros. ¡Si unimos nuestras fuerzas, podremos derrotar incluso a los monstruos más terribles!
—Hermano…
A pesar de no tener ninguna base para su confianza, la actitud segura de Argonauta hizo que Feena esbozara una sonrisa. Había algo en su tono que hacía creer que realmente podrían lograrlo. Poco a poco, también Ryuulu y Garms comenzaron a sonreír.
—¡Bien, es hora de dormir! Mañana nos adentraremos en el laberinto y acabaremos con ese toro salvaje, —declaró Argonauta, mientras comenzaba a prepararse para dormir.
Se enfocó en montar las tiendas que habían obtenido de los aldeanos, diciendo que servirían como protección contra un posible ataque del Minotauro.
—……
Mientras Feena y los demás le ayudaban, Crozzo permaneció en silencio, mirando fijamente la espalda de Argonauta.
A excepción de Olna, todos estaban acostumbrados a los viajes, por lo que montar las tiendas fue una tarea rápida. Usaron las rocas cercanas como barrera contra el viento y erigieron tres tiendas: una para los hombres, otra para las mujeres y una más exclusiva para Ryuulu.
Garms protestó continuamente sobre por qué debían destinar una tienda para un elfo tan insufrible. Sin embargo, Ryuulu, con una sonrisa radiante y despreocupada, respondió:
—¡Tal como dices, los elfos son insufribles, obsesivos con la limpieza y muy sensibles! ¡Lamento mucho las molestias, pero espero que lo tomen como una cuestión cultural y lo pasen por alto!
Con tales palabras, llenas de descaro y amabilidad, Ryuulu logró que se le asignara su propia tienda, para el desconcierto de Yuri y los demás, quienes no dejaron de sorprenderse ante la habilidad del elfo para salirse con la suya.
Después de este pequeño conflicto, llegó la medianoche.
—¿Qué ocurre, herrero? Aún falta para el cambio de guardia, —preguntó Garms cuando Crozzo salió de su tienda y se acercó al fuego donde él y Yuri montaban guardia.
—Oigan, ustedes dos. ¿Les suena algo llamado «taller»?
—¿Taller…? Si te refieres a la fábrica estatal donde se forjan armas para los soldados, debería haber una en la capital, —respondió Yuri, recordando lo que había visto mientras inspeccionaba la ciudad como «Candidato a Héroe», asegurándose de que su tribu desplazada fuera a estar segura. Era un edificio de forma cuadrada que también había visto Argonauta en su primera visita a la capital.
Crozzo sonrió satisfecho y expresó una petición:
—Eso servirá. ¿Pueden llevarme hasta allí?
—Espera, espera, ¿qué estás diciendo? ¿Para qué quieres ir a una fábrica? —preguntó Garms, confundido.
—Soy herrero. Entonces, ¿qué más podría querer hacer?
Cuando Garms levantó la palma de su mano en un gesto interrogativo, el joven de cabello rojo respondió imitando su movimiento, reflejándolo como un espejo con su propia mano extendida.
—Quiero forjar algo para él. Parece que lleva una «carga pesada» a cuestas, y quiero aligerársela un poco.
—¡!
—Ar es un buen tipo. No quiero que muera, y quiero ayudarlo como pueda, —añadió Crozzo con firmeza.
El herrero deseaba crear un arma. Ante esa determinación, Garms y Yuri intercambiaron miradas sorprendidas.
—…La capital está demasiado ocupada para destinar personal a la fábrica. Ahora mismo podríamos colarnos fácilmente y trabajar en un par de cosas. —dijo Yuri, desde un punto de vista realista.
—¿Forjarás un arma en una sola noche? Es prácticamente imposible, —comentó Garms, impresionado por el sentido del deber de Crozzo.
—Mi método es un poco especial. Si utilizo la «fuerza» que fluye por mi cuerpo, bueno, creo que llegaremos a tiempo, —respondió Crozzo a la observación de Yuri mientras bajaba la mirada hacia la palma de su mano.
Al instante, como si respondiera a su «sangre», un aura roja impregnada de calor comenzó a surgir alrededor de él. Ante esa visión, el joven licántropo decidió no insistir más.
—…Está bien, te acompañaré. Tú también ven, hombre lobo. El olfato de uno de los tuyos puede ser útil.
—No me metas en tus planes, enano. Pero… no hay más remedio. Iré con ustedes, —respondió Yuri con resignación.
—Gracias, es por Ar, —dijo Crozzo, agradecido.
Garms, mientras tanto, agitó su barba y esbozó una leve sonrisa. Aunque Yuri parecía estar en desacuerdo, finalmente se levantó de mala gana. Sin embargo, cuando Crozzo intentó disculparse, el licántropo lo interrumpió.
—No te equivoques. No lo hago por ese payaso. Solo quiero aumentar, aunque sea un poco, las probabilidades de vencer a ese monstruo.
—Jajá, no importa cuál sea tu excusa. ¡Vamos, acompáñame!
Crozzo rio con ganas, divertido por la actitud poco sincera del licántropo. Luego, instruyó al espíritu que flotaba sobre su hombro para que vigilara los alrededores en su lugar, antes de agarrar su espada y herramientas. El joven herrero salió corriendo, seguido por Yuri, quien rápidamente lo adelantó y tomó la delantera. Juntos, los hombres se adentraron en la oscuridad para infiltrarse en la ciudad capital.
—¡Acaben con Argonauta en el Gran Laberinto! —rugió el rey desde su trono en el silencio de la medianoche.
En ese mismo momento, mientras Crozzo y los demás irrumpían en la fábrica de la capital, las paredes de la sala del trono resonaban con la furia del monarca.
—¡Usen cualquier medio necesario! ¡A ese hombre, a ese payaso, deben matarlo sin falta!
—Sin embargo, Argonauta cuenta con el respaldo inquebrantable del pueblo como sucesor del General Minos… Si lo eliminamos de manera imprudente, podríamos generar sospechas y…
Uno de los soldados alineados intentó justificar, temblando.
El rey, enfurecido, alzó aún más la voz.
—¡En ese caso, fabriquen un nuevo «Minos»! ¡Es una existencia ficticia! Mientras tengamos al Minotauro, podremos manejar la situación. ¡Ahora, vayan!
—¡Sí-sí, su majestad!
Los aterrorizados soldados se apresuraron a salir de la sala.
Jadeante, el Rey Lakrios, sentado en su trono, se llevó una mano al pecho sobre su túnica, intentando controlar su respiración.
—No puedo perder al maldito toro… ¡Eso equivaldría a la ruina de la capital! No, si lo pierdo, todo lo que he sacrificado… ¡No tendría sentido!
En ese momento, la figura del astuto monarca ya no era reconocible. Su semblante se veía consumido por la ira, el miedo, el arrepentimiento y el deseo de escapar de sus propios actos.
—…Majestad.
De las sombras emergió una figura vestida de negro, una asesina que parecía haber surgido de la oscuridad misma.
—¿Elmina…? Tú también, tú no piensas traicionarme, ¿verdad?
—……
Con un sonido inquietante, el rey giró su mirada inyectada de sangre hacia la mujer.
—Bien. —dijo el rey, su voz cargada de desesperación—. Tus deseos solo se cumplirán si ese toro sigue vivo. Sin él, un «paraíso» pacífico no podría existir jamás.
—…Lo sé.
—¡Haré que se abran todas las «puertas» del gran laberinto! ¡También aceleraré el sacrificio de la princesa! Tú, mata a Argonauta y a los suyos.
El oscuro salón, envuelto en sombras, hablaba de la verdadera naturaleza de su relación: no eran rey y súbdita, sino cómplices.
—¡Así podrás proteger a tu «hermana»!
—…No hace falta que lo diga.
Bajo la luz temblorosa de los candelabros, con sombras alargándose por la sala del trono, las palabras del rey reforzaron la resolución de Elmina.
—Lady Ariadna. Salga de la celda, por favor.
Una voz inexpresiva resonó en la prisión subterránea.
—A partir de ahora yo le llevare al fondo del laberinto… hasta el «altar».
—…¿Ya? Es mucho antes de lo planeado… ¿Ha pasado algo? —Ariadna alzó el rostro, desprovisto de energía, aunque con un atisbo de suspicacia, mirando al soldado que permanecía frente a su celda.
—…No es algo que usted necesite saber. Vamos. —El soldado respondió fríamente, abriendo la celda.
Rodeada por varios hombres, Ariadna no fue tratada con rudeza, pero sí jalada por las cadenas que ataban su cuerpo. En silencio, la guiaron hacia la oscuridad profunda de las mazmorras.
Ariadna no dijo nada.
Con el rostro bajo, aparentó estar sumida en tristeza —una trágica princesa resignada—, mientras su mente trabajaba intensamente.
La actitud de los soldados es extraña. Además, que me lleven al Gran Laberinto tan pronto no es normal. Algo ha ocurrido. Disimuladamente, escondió su rostro tras su larga melena dorada, lanzando miradas rápidas para observar a los soldados sin que ellos lo notaran.
Como miembro de la familia real —y también como una pieza en los cálculos y precauciones del Rey Lakrios—, Ariadna había recibido una educación extensa en el arte del gobierno y otros conocimientos. Por eso podía notar la ansiedad latente en los soldados bajo sus armaduras.
No sé qué ha pasado. Incluso si algo ocurrió, estando encadenada como estoy, no tengo manera de escapar.
La conclusión era clara. Con los frágiles brazos de una débil princesa, no tenía esperanzas de luchar ni de evadir la vigilancia de los soldados.
Pero, si… si «esa persona» está haciendo algo…Sin embargo, Ariadna no perdió la esperanza. Si existía alguien capaz de reírse de su sacrificio por el bien de «cientos» y de transformar esta situación como por arte de magia, ella solo podía pensar en una persona: un simple «payaso».
Por eso, Ariadna deslizó discretamente la «aguja» que tenía escondida en su vestido blanco puro en una de sus manos.
—…El hilo.
Lo que nació en su palma fue un «hilo rojo», hilado a partir de gotas que caían lentamente.
—El plan es extremadamente simple.
El amanecer llegó.
No era un día despejado, aunque, según el trovador que murmuraba para nadie en particular, para cuando el sol se ocultara de nuevo, las nubes se disiparían y una hermosa luna llena iluminaría la noche.
—Todos nos adentraremos en el Gran Laberinto, derrotaremos al Toro y salvaremos a la princesa. Fin del plan.
—¡¡Eso es demasiado descuidado!!
El intercambio habitual entre los hermanos resonó como de costumbre mientras Argonauta y su grupo abandonaban el campamento.
Por precaución, dejaron las tiendas ocultas entre las rocas, alejándose de la ciudad capital. Su destino estaba al sur del reino.
—La mayoría de las entradas al laberinto están dentro del castillo. El rey no permitirá que las usemos. Por lo tanto, nuestra única ruta de acceso es…
—El lugar donde vimos al Minotauro por primera vez. Al norte de los Yermos de Karunga, en la «Puerta del Cañón».
—Exacto. Dentro del Gran Laberinto, no solo estarán los soldados esperando, sino que usarán todos los medios posibles para acabar con nosotros.
Visitando por segunda vez los Yermos de Karunga, y ayudando a Olna a descender al cañón, el grupo comenzó su camino.
El aire seguía impregnado con un fuerte olor a sangre. Restos de carne de los invasores, aniquilados por un solo Minotauro, seguían esparcidos.
Mientras Olna y Feena fruncían el ceño, monstruos carroñeros que se alimentaban de los cadáveres los atacaron. Argonauta los rechazó empleando el poder del rayo.
—Debemos superar todos los obstáculos nosotros solos, cruzar el interminable laberinto y acabar con el Minotauro…
—Podemos hacerlo. Lo lograremos.
Palmeó el hombro de su hermana, que apretaba nerviosa su bastón. Su habitual sonrisa despreocupada provocó que Feena le devolviera la sonrisa, relajando la tensión en sus hombros.
No pasó mucho tiempo antes de que llegaran a un espacio inmenso que ya conocían.
—…¡Y aquí estamos, frente a la «Puerta»! Pero ¿dónde están los demás caballeros? ¿Eh?
—Desde la mañana que no están… ¿Qué estarán haciendo?
Decidieron avanzar hasta allí debido a la falta de tiempo. Cerca de la hoguera, el espíritu rojo que temblaba como una ilusión les hizo señas para que fueran adelante, y partieron.
Sin embargo, Crozzo y los demás seguían sin aparecer. Argonauta comenzaba a sentirse inquieto, mientras Feena vigilaba los alrededores.
—¡Perdón! ¡Nos retrasamos!
—¡Sin el olfato del hombre lobo, no los habríamos encontrado! ¡Jajajajá!
—No me trates como si fuera un simple rastreador, enano. Algún día ajustaré cuentas contigo.
—¡Crozzo! ¡Y ustedes dos también!
Bajaron corriendo por el acantilado y aterrizaron con fuerza frente al grupo.
Feena dejó escapar un suspiro de alivio, y Argonauta también sintió cómo la preocupación se desvanecía.
—Es un alivio que hayan llegado a tiempo, pero ¿qué estuvieron haciendo? Estábamos algo preocupados, ¿saben…?
—Forjé una «espada» para ti. Úsala.
Crozzo se acercó y extendió una «vaina» que no tenía la noche anterior hacia Argonauta. Este, con un sorprendido «¿Eh?», tomó el objeto por instinto y lo observó detenidamente.
—¿Esto es… una espada larga carmesí?
Al desenvainarla, reveló una hoja roja. Era más delgada y larga que la «Espada del Trueno». Su apariencia era tan vibrante como si estuviera hecha de cristal de fuego, y la guarda parecía las alas de un murciélago, evocando la idea de una «Espada de Dragón».
Argonauta, embelesado, levantó la vista.
—¿Y dices que es para mí?
—Sí. No necesito agradecimientos ni pago. La hice porque yo quise hacerla. Así que, si te gusta, acéptala. Para un herrero, no hay mayor recompensa que eso.
—…Entendido, Crozzo. Pero déjame decirte algo: ¡realmente me hace feliz, gracias!
Crozzo, quien parpadeó al ver la sonrisa infantil de Argonauta, terminó sonriendo también. Mientras tanto, Feena, observando el intercambio como si fueran amigos de toda la vida, los miraba de reojo con una expresión medio divertida, medio incrédula.
Argonauta volvió su atención a la espada y murmuró con asombro:
—Es una obra maestra… Pero, emite calor, ¿verdad? Es como si esta espada fuera «fuego» en sí misma.
—¿Recuerdas lo que te dije antes? Desde que obtuve la «sangre» del espíritu, puedo hacer armas extrañas. Yo las llamo «Espadas Mágicas».
—«Espada Mágica»… Entendido. ¡Me encanta!
El calor que irradiaba la espada y sentía en su piel era similar a los efectos de la magia de Feena, como si estuviera impregnada de poder.
Argonauta volvió a colocarla en su vaina y la sujetó a su cintura. No pudo contener su emoción y preguntó:
—Por cierto, ¿tiene algún nombre?
—¡Claro! Es una espada nacida para matar al Minotauro. Pensé en abreviar su nombre a «Matamino».
—¿Eh?
—¿Qué?
—¿Qué?
Ante las palabras entusiastas de Crozzo, no solo Argonauta, sino también Feena y Olna se quedaron paralizadas.
—¡Es un buen nombre! ¡Si me preguntas, es mi mejor obra!
—A-ah, claro, sí… eh, un… ¡un gran nombre! ¡Jajajajá!
—Mi hermano está completamente desconcertado…
—Don Crozzo, en cierto sentido, es alguien realmente especial, ¿verdad?
—Decía que era un simple herrero, pero creo que ya entendí por qué no logra vender sus armas…
Detrás de Argonauta, que forzaba una sonrisa, Feena y Ryuulu susurraban entre ellas, mientras Olna, suspirando, parecía haber llegado a la misma conclusión.
—¡Ja-jajá! Por conveniencia, la llamaremos «Espada Mágica de Fuego». ¡Vaya, qué lástima, ¿verdad?!
—Entiendo cómo te sientes, pero tu explicación tampoco es convincente…
Mientras Yuri señalaba rápidamente la evasión de Argonauta, Crozzo, con una expresión algo decepcionada, murmuró un simple «Ya veo…».
Incómodo por la situación, Argonauta se disculpó en silencio mientras fingía toser ruidosamente:
—¡Basta de bromas! ¿Todos están listos?
—No hace falta que lo preguntes, payaso. No hay cobardes en este grupo.
Garms, el enano, ajustó su gran martillo de guerra sobre los hombros y respondió primero.
Argonauta asintió, satisfecho por la determinación, y volvió su mirada hacia las imponentes puertas ante ellos.
—Esta será nuestra primera y última «cacería de toros». Ahora comenzaremos nuestra aventura, obtendremos la victoria y salvaremos a la princesa.
Con la actitud de un actor sobre el escenario, Argonauta comenzó a declamar. Los demás, acostumbrados a su estilo, sonrieron ligeramente.
—Lo que iniciaremos ahora será una gran «comedia». ¡No permitiremos que se convierta en una tragedia!
—¡Por supuesto! ¡Rescataremos a la hermana Ariadna!
Los hermanos, Argonauta y Feena, se llenaron de determinación.
—Cruzarme contigo se llevó toda mi buena suerte… así que, te acompañaré hasta el final. —Yuri ajustó sus garras y se posicionó junto a Argonauta.
—¡La sangre me hierve y mis brazos ansían luchar! Esto es lo que siempre he deseado: ¡un combate ardiente! —Garms rugió, lleno de entusiasmo y listo para la batalla.
—Quiero ser testigo de qué tipo de «historia» se creará aquí. No me perderé este desenlace. —Desde un poco más atrás, Ryuulu rasgueó las cuerdas de su lira.
—Esto no está mal. Úsenme como quieran, yo también estoy listo. —Crozzo, acompañado de un espíritu que apenas se hacía visible, desenvainó su gran espada.
—Un payaso terco y quienes han sido inspirados por él, personas excepcionales que no se dejaron vencer por la «desesperación» y han llegado hasta aquí.
Mientras contemplaba al grupo, una joven sonrió.
—Entonces, yo tampoco diré nada. Más que eso, quiero presenciar su destino. —Olna, observando en silencio, solo tenía un deseo en su corazón.
No era la derrota ni la desesperación, sino, sí, un futuro lleno de sonrisas, como en una comedia.
—No puedo predecir el destino que les espera, pero al menos rezaré por ustedes. …Que la victoria esté de su lado.
Ante las palabras de la joven, Argonauta respondió con un movimiento de su capa negra que ondeaba al viento y sacó un libro con una mano.
—¡Muy bien! ¡Entonces lo escribiré, en mi «Diario del Héroe»!
Justo a su lado, Feena empuñaba su bastón y se preparó. Mientras tanto, él escribió la siguiente línea:
«¡Argonauta, junto a sus valientes compañeros, dio el primer paso hacia el laberinto!»
El bastón de Feena brilló y estalló en llamas.
Una tremenda bola de fuego destruyó la puerta, y al mismo tiempo, el grupo de Argonauta se lanzó hacia el Gran Laberinto.
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