Danmachi: Argonauta

Vol. 2 Capítulo 6. Donde Arde la Llama

Se decía que aquel maestro constructor apareció ante la familia real de Lakrios como el polvo que danza en el árido páramo. Se le atribuía haber creado el diseño original de la ciudad que se extendía alrededor de la capital del reino. Según los registros, las incontables fuentes ornamentales, esculturas y estructuras con apariencia como de templos eran todas consideradas obras suyas.

Cuando lideró la construcción de las enormes murallas que protegían al reino de invasores externos, logró ganarse la total confianza de la familia real. Fue entonces cuando expresó una única petición:

«Permítanme construir un gran laberinto bajo estas vastas tierras.»

Confiando plenamente en las habilidades del maestro, la familia real accedió. Aunque desconocían las intenciones del hombre, creían que quizá levantaría un palacio subterráneo o alguna obra magnífica. En cierto modo, sus expectativas se cumplieron, pero también se vieron sorprendidos por el resultado.

El maestro constructor ciertamente edificó algo que podía llamarse un palacio subterráneo. Sin embargo, era un territorio acompañado de un intrincado y desconcertante laberinto. Había pasajes estrechos y serpenteantes, así como grandes salas con techos tan altos que era necesario alzar la vista para contemplarlos. Las paredes y columnas estaban decoradas con detallados grabados de toros, aves y otros animales, tan meticulosamente diseñados que resultaban perturbadores.

El diseño era demasiado complejo para ser simplemente una vía de escape para la familia real y demasiado peligroso para ser considerado un templo secreto, ya que quienes se adentraban en sus profundidades a menudo no regresaban jamás.

Con la ayuda de su familia y un grupo de trabajadores, el maestro dedicó su vida a completar este extraño territorio. Sin embargo, justo antes de que la familia real interviniera para detener la obra, se dice que el hombre se detuvo abruptamente en medio del laberinto. Soltó un desgarrador grito que resonó por todo el lugar, vertió aceite sobre su cabeza y se prendió fuego, acabando su vida en un infierno de llamas.

Se creía que, al darse cuenta de que algún error se había infiltrado en su diseño perfecto, sucumbió a la locura y al odio hacia sí mismo.

El lugar en el que Argonauta y sus compañeros se habían adentrado era un abismo maldito, creado por un genio cuyo intelecto trascendía la comprensión humana.

—Qué laberinto tan increíble. Es amplio y, además, esta estructura tan compleja… Es mucho más impresionante que cualquier ruina común.

—¡Aún no puedo creer que esto esté bajo el castillo! ¡Ni siquiera los expertos excavadores entre los enanos podrían construir algo como esto!

Mientras el eco de múltiples pasos resonaba por los corredores, Crozzo habló mientras observaba su entorno.

El gran laberinto era un espacio absolutamente desconcertante. Había innumerables pasajes que se bifurcaban hacia los lados, escaleras que ascendían y pendientes que llevaban más abajo. Los grabados de bestias demoníacas en las paredes producían un escalofrío inquietante. De repente, el espacio se abría, revelando amplias galerías donde cabrían estructuras de hasta tres pisos de altura. Cada giro en el camino traía consigo un nuevo e inesperado descubrimiento, un constante enfrentamiento con lo desconocido en este mundo extraño.

Aunque en campos diferentes, Crozzo, también un artesano, no podía evitar quedarse boquiabierto por lo que observaba. A su lado, Garms lanzó un rugido gutural.

—¡Qué clase de «excéntrico» pudo haber creado un lugar tan absurdo como este!

Aunque Garms expresaba lo que todos los miembros del grupo sentían, el gran laberinto no ofrecía respuestas.

Continuaron avanzando, paso tras paso, sin detenerse.

Y entonces.

Desde lo más profundo del pasillo, comenzaron a resonar rugidos; sonidos imposibles de emitir por una garganta humana.

—¡Bestias con cabezas de perro! ¡Y hasta de los que escupen fuego! ¡El laberinto está repleto de monstruos!

—¡Tuvieron que haber abierto otras «puertas» conectadas con el exterior del reino y los invitaron a entrar!

Feena, aun siendo una mestiza, gracias a sus ojos de elfo, identificó rápidamente las luces de los ojos brillando en la oscuridad. Para cuando Yuri frunció el ceño y resopló con molestia, una horda de criaturas ya se abalanzaba sobre ellos.

—Incontables monstruos llenan el pasillo, sombras negras que se arrastran por todas partes. ¡Muy bien, dejemos esto en manos del grandioso héroe que ha alcanzado nuevas alturas!

El autoproclamado héroe, Argonauta, no ocultó su arrogancia desde que había adquirido la espada espiritual. Ahora, lleno de una confianza renovada, desenvainó la otra arma que llevaba en su cintura.

—¡Les presento la «Espada Mágica de Crozzo»! ¡Prepárate, «Espada de Fuego»!

Con un movimiento amplio y decidido, blandió horizontalmente la espada que había recibido del mejor herrero. Y sin dudarlo, ejecutó un golpe masivo.

La estocada produjo una inundación de fuego tan impresionante que era difícil de creer.

—«¡Gryaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!»

Los treinta monstruos que se habían agrupado fueron devorados en un instante por las llamas. Sin tiempo para escapar, las grotescas sombras emitieron gritos desgarradores mientras desaparecían en el abismo de fuego.

—¿Eh…?

—…¿Acabas de eliminar a todas las criaturas de un solo golpe?

Feena, que había preparado su bastón para atacar, murmuró con incredulidad, visiblemente afectada en su confianza. Incluso Garms, que había superado la sorpresa inicial, parecía pasmado ante un poder tan abrumador que ni siquiera la elfa podría replicar.

Mientras tanto, Argonauta permanecía congelado en la postura en la que había lanzado el golpe.

—¡¿Es… es taaaaaaaan fuerteeeeeeeeeeee?! ¡¿La espada mágica es increíiiiiiiiiiiiible?!

—¡¿Por qué tú, que la estás usando, eres el más sorprendido?!

Ignorando los comentarios mordaces de Yuri, Argonauta gritaba y examinaba repetidamente la hoja de la Espada de Fuego, como si no pudiera creer lo que acababa de ocurrir.

—¡¿Eh?! ¡Esto es increíble! ¡¿No tiene más potencia incluso que la «Espada del Trueno»?! ¡Esto ya está ganado! ¡Si disparo a diestra y siniestra, no solo acabaré con los monstruos, sino también con cualquier ejército de súper toros! El relato épico de Argonauta… ¡ya está finalizado!

Embriagado por la emoción, Argonauta, en su mente, había concluido un extenso poema épico. Y con esa energía desbordada, estalló en una risa triunfal.

—Si disparas a diestra y siniestra, la espada se romperá en un abrir y cerrar de ojos. ¡Úsala con cuidado!

—¡Sí, sí! ¡La usaré con mucho cuidado! ¡¡El relato épico de Argonauta continúa por mucho más tiempo!!

Crozzo, llevándose una mano a la boca para proyectar su advertencia, observó cómo Argonauta corregía su postura y retomaba su interminable narrativa. Sin embargo, Olna y los demás, ya acostumbrados a las payasadas de Argonauta, decidieron ignorarlo con elegancia, conscientes de que cualquier reacción solo sería una pérdida de tiempo y energía.

—Sin embargo, es un misterio cómo lograron atraer a tantos monstruos. Este gran laberinto está conectado al castillo real, ¿verdad? Incluso si logran deshacerse de nosotros, el castillo terminará cayendo.

Ryuulu expresó su duda, y Olna respondió sin titubear. La joven, que no participaba directamente en las batallas y cumplía el rol de proveedora de información en momentos críticos, hablaba mientras sostenía una antorcha, claramente molesta.

—Si el Minotauro sigue ileso, pueden usarlo para exterminarlos. Es el tipo de estrategia que uno esperaría del rey… Y lo peor es que no se equivoca.

—En ese caso, me preocupa cada vez más cómo se moverá el Minotauro. Según lo que contaste anoche, Doña Olna, el rey puede controlarlo con las cadenas, ¿cierto?

—Así es. Sin embargo, el control de las cadenas se debilita si no absorbe una nueva «ofrenda»… sangre real. Mientras Ariadna no sea sacrificada, el rey tiene menos poder para controlar al Minotauro. Ahora mismo, es cuando menos capacidad tiene para mantenerlo bajo su dominio.

Olna respondió sin vacilar, aclarando las preocupaciones desde una perspectiva diferente. La forma actual del Minotauro era más cercana a la de un monstruo puramente salvaje. Al escuchar esto, Argonauta y su grupo asintieron con comprensión, dándose cuenta de lo peligrosa que era esta situación.

—Eso es aún más aterrador. Una criatura guiada por su instinto es impredecible. Si el rey estuviera manipulándolo, al menos podríamos anticiparnos a sus movimientos. Ahora… quién sabe qué sucederá.

Ryuulu expresó su inquietud, preocupado por la imprevisibilidad del Gran Laberinto, que era tan complejo como perturbador. Pero antes de que pudiera continuar, Garms interrumpió la conversación.

—¡Basta de hablar! ¡Otra horda se aproxima!

Tal como había advertido, esta vez, los monstruos llegaban en masa desde ambos extremos de una bifurcación en el camino.

Garms, que ya había salido corriendo al frente, lideró el avance, seguido de Yuri, Argonauta y Crozzo, quienes formaron la línea delantera. Inmediatamente se desató un combate encarnizado.

Las armas forjadas por manos humanas chocaron contra las garras y colmillos de los depredadores. Los primeros, dotados de gran habilidad, derribaron y destrozaron a los segundos, que atacaban impulsados por el instinto. Fragmentos de garras y colmillos se esparcieron en repetidas ocasiones.

Garms y Crozzo se encargaron del camino derecho, mientras que Argonauta y Yuri tomaron el camino izquierdo, conteniendo a las hordas enemigas. En la retaguardia, Feena recitaba cánticos para apoyar con su magia.

—…Yuri. Escucha, hay algo que debo preguntarte.

—¿Qué ocurre? Justo en medio de la batalla, ¿no puedes esperar?

En medio del resonar de espadas y llamas, mientras luchaban espalda contra espalda, Argonauta rompió el silencio.

—Como ya te dije, derrotaré al Minotauro. Destruiré el «Paraíso».

—……

—La capital real, a la que tu tribu busca trasladarse, dejará de ser un refugio absoluto. …¿Aun así, estás de acuerdo con ello?

Argonauta abordó un tema que había mantenido guardado en lo más profundo de su corazón. Fue la misión de su tribu lo que llevó a Yuri a enfrentarse a Argonauta, que había sido acusado injustamente, y a separarse de él.

Aunque, persuadido por Garms, Yuri eligió su orgullo de hombre bestia y decidió apoyar a Argonauta, no era difícil imaginar que aún no había renunciado por completo a la seguridad de su pueblo.

Yuri permaneció en silencio unos segundos antes de responder.

—Dejará de depender de un monstruo para su protección y volverá a ser una ciudad custodiada por manos humanas. Es solo un retorno cómo debería ser. …Y además… —Antes de que Argonauta pudiera reaccionar, Yuri lanzó un golpe certero con sus garras a una sombra que se abalanzaba desde lo alto.

—«¿¡Graaah!?»

Un chillido desgarrador marcó el fin de un simio blanco, una bestia demoniaca que había atacado desde un ángulo muerto. Argonauta, incapaz de reaccionar, escuchó a Yuri resoplar con desdén, como diciéndole que aún era demasiado ingenuo.

—Si quienes vencen al monstruo que protegía la ciudad son capaces de seguir custodiándola, eso también es razonable. ¿No es así?

—…¡Ya veo, tiene sentido! —Argonauta giró ligeramente el rostro y le dirigió una sonrisa al hombre lobo que le había devuelto la mirada—. ¡Entonces, luchemos con todo!

Con sus dudas disipadas, Argonauta blandió su espada, desatando ataques cargados de relámpagos. Yuri, por su parte, volvió a lanzarse al combate, arrancando chillidos de los feroces monstruos.

Poco después, los monstruos dejaron de aparecer en la bifurcación.

—Se acabó. Pero oye, puedo seguir matando monstruos todo el día… La cuestión es, ¿dónde está la maldita princesa? —Crozzo, apoyando su gran espada en el suelo para tomarse un respiro, expresó su frustración en tono molesto.

Los miembros del grupo, al reunirse con la vanguardia, dirigieron automáticamente sus miradas hacia Olna.

—…He oído que los «sacrificios» son llevados al «altar» en el punto más profundo del laberinto. Sin embargo, solo el rey conoce su ubicación exacta. Incluso los soldados encargados de transportar a los sacrificios son eliminados por el monstruo sin saber nada más…

—Un método de silenciar testigos… Es repugnante lo meticuloso que es.

—Sin embargo, eso nos deja en un gran problema. Nos veremos obligados a vagar sin rumbo por este inmenso laberinto.

Comentó Garms, sin ocultar su desagrado. Ryuulu, mientras tanto, alzó la mirada hacia adelante.

Frente al grupo, se encontraba una bifurcación en el camino. Hasta ese punto, Yuri había logrado guiarles siguiendo el rastro que había dejado el Minotauro en la matanza del cañón.

—Esperaba que nuestro compañero hombre bestia pudiera rastrear el olor…

—…No será posible. Los monstruos han revuelto el aire con su presencia, y el rastro está completamente desdibujado. Aunque me he cruzado con la princesa una vez, no puedo seguir su rastro en estas condiciones, —respondió Yuri, moviendo la cabeza en señal de negación ante la mirada suplicante de Olna.

Las batallas constantes habían diluido los olores, y el rastro de sangre y los intensos efluvios de los monstruos hacían imposible distinguir el aroma de Ariadna.

Estaban atrapados. Mientras el grupo, ya adentrado en las profundidades del laberinto, compartía internamente la sensación de estar sin dirección, algo cambió.

—¡……!

Argonauta sintió un cosquilleo en la punta de los pies y, al bajar la mirada, algo le llevó a arrodillarse instintivamente.

—¿Hermano?

—Este suelo… Hay manchas de sangre que continúan hacia adelante…

—¡¿Qué?!

Feena, sorprendida, corrió hacia él. Efectivamente, pequeñas manchas rojas seguían un patrón regular. Al principio, Argonauta había pensado que eran parte de las decoraciones del suelo, similares a las pinturas murales que ya habían visto, pero su aguda percepción lo llevó a notar la diferencia. O, dicho de otra manera, su «sensor de lindas doncellas en peligro» se activó, haciendo que la Espada del Trueno le advirtiera sobre las marcas.

En ese momento, Argonauta tuvo una visión fugaz de un «hilo rojo» conectando punto tras punto.

—¿Podría ser… de la princesa?

—Cuando los monstruos mueren atravesados en el pecho, su sangre se convierte en ceniza y desaparece. Además, estas manchas son pequeñas y demasiado limpias, —señaló Ryuulu, sin poder negar lo evidente ante la voz sorprendida de Garms.

Casi todos los monstruos habían sido reducidos a cenizas por los potentes ataques de Crozzo y los demás, por lo que no podía tratarse de sangre de estos.

Era evidente que alguien había pasado por allí, dejando un rastro de sangre para indicar su ubicación.

—¡Es de la princesa, no hay duda! ¡Nos está indicando dónde se encuentra!

—¡Sí! ¡Apuesto a que es así, hermano!

El rostro de Argonauta reflejaba una sonrisa que no podía contener, y su hermana Feena tampoco ocultó su alegría. Levantando la mirada, Argonauta se dirigió a sus compañeros:

—¡Vamos! ¡Sigamos hacia donde nos guía este «camino»!

El grupo comenzó a seguir el rastro del «Hilo». Concentrándose en no perder de vista las manchas de sangre de Ariadna en el suelo, avanzaron cada vez más hacia el interior del laberinto.

Aunque se toparon con monstruos en repetidas ocasiones, después de haber sobrevivido a la batalla en los Yermos de Karunga, esos enfrentamientos resultaron insignificantes. Comparados con los interminables combates de aquel árido campo de batalla, los encuentros en el Gran Laberinto eran esporádicos. Aunque los ataques retrasaban su avance, la presencia de Crozzo y de Argonauta, potenciado por los relámpagos, aseguraba que el grupo tuviera una fuerza arrolladora.

Se aseguraron de tomar descansos en momentos oportunos. Siguiendo los consejos de Olna, repusieron fuerzas con los suministros de comida y agua que habían preparado de antemano, mientras Feena utilizaba su magia de curación para mantenerlos en óptimas condiciones. Aunque frustrados por no poder atravesar el laberinto de un solo golpe, continuaron abriéndose paso entre los grupos de monstruos, guiados por las manchas que marcaban su camino.

Fue entonces, cuando sintieron que habían atravesado al menos la mitad del Gran Laberinto, que un rugido diferente resonó desde el camino frente a ellos:

—«¡Uoooooooooooooooooooooooooooohhhhhhhhhhhhh!»

Un grito ensordecedor, distinto a los aullidos de los monstruos, retumbó en el aire.

—¿Son soldados?

—¡Así que los humanos enviados para matarnos finalmente llegaron!

Feena preguntó al ver aparecer un grupo de hombres armados con armaduras, mientras Garms alzaba su arma en preparación.

Feena, inicialmente intimidada, reflexionó rápidamente. Si las fuerzas humanas habían aparecido, significaba que estaban cerca de algo importante. Más específicamente, cerca del lugar donde probablemente estaba Ariadna.

—¡Por orden del rey, acaben con estos traidores! ¡Tomen sus cabezas en este Gran Laberinto!

Los soldados de la capital avanzaron al grito de su líder, buscando cortar el ímpetu del grupo de Feena y los demás. Sin embargo, lejos de detenerse, Argonauta y sus compañeros sintieron que su objetivo estaba cada vez más cerca.

Bajo la orden del caballero al mando, vestido con armadura negra, los soldados armados con lanzas emitieron un grito feroz.

—¡Prepárate, Argonauta! ¡Serás juzgado, traidor!

—Interesante. ¡Muéstrame lo que tienes!

Yuri, que encabezaba la carga, chocó contra los soldados, y el combate comenzó de inmediato. El amplio pasillo pronto se llenó con el sonido de los choques de espadas.

—¡Ugh, no son simples soldados…!

—Parece que los enemigos también están desesperados. Sus ojos brillan como los de una bestia. ¿Les han prometido una recompensa, o quizás los están amenazando?

—¡Tú también, empieza a pelear!

Garms, al ver que los enemigos no caían de inmediato y seguían luchando con tenacidad, gruñó. Mientras tanto, Ryuulu, sin mostrar ninguna tensión, hablaba relajadamente mientras esquivaba las lanzas con agilidad. Entre los rugidos del enano, los soldados con armaduras rojas, al frente, atacaban valientemente.

Su identidad era clara: eran la guardia real. El ejército de la ciudad capital, con los mejores soldados escogidos para proteger al rey, había sido movilizado para eliminar a Argonauta y su grupo.

Aunque los enemigos atacaban con habilidades de combate que no podían ser despreciadas, Argonauta y su grupo, superiores en poder individual, lucharon con determinación. Los soldados intentaban abrumarlos con su ventaja numérica, pero las habilidades mágicas de Feena y los rayos de Argonauta, junto con su excelente coordinación, lograron repelerlos. Con el tiempo, cada uno de ellos había aprendido los movimientos y hábitos de sus compañeros de combate, ayudándose mutuamente para cubrirse y eliminar cualquier brecha.

—¡Crozzo! ¡Muévete libremente, sin presionarte demasiado! ¡Yo te apoyaré!

—¡Claro!

—¡Olna, por favor, tú atrae la atención de los soldados con tu postura seductora!

—¡Te daré una patada desde atrás!

Argonauta, dándole instrucciones a Crozzo para que luchara como un explorador y actuara con total libertad, se dio cuenta de los movimientos de los enemigos que intentaban capturar a Olna, cambiando rápidamente su enfoque para usar a la chica como cebo. Atraídos por la trampa, los soldados fueron electrocutados y caían inconscientes sin ningún esfuerzo. Aunque Olna no se quejó de ser utilizada de esta manera, no pudo evitar mirar con desprecio al bufón que había ideado la estrategia.

—«¡Graaahhhhhhhh!»

—¡……! ¡Vienen más monstruos! ¡Cuidado!

Aunque el grupo de Argonauta parecía estar ganando ventaja en la batalla, una nueva amenaza surgió.

Al escuchar los ruidos de la tonta pelea entre humanos, los monstruos aparecieron desde el pasaje lateral.

—¿¡Ugh, uaaaahhhhhh!?

—¡……! Los soldados, están siendo atacados por monstruos…

Feena, que logró detener el ataque desde un costado con magia, cambió su expresión al ver cómo los soldados eran derribados y devorados por los colmillos de los monstruos. No pudo evitar recordar la brutal escena de los Yermos de Karunga.

—Monstruos, soldados, y nosotros… parece que estamos atrapados entre tres frentes.

—Lo único positivo es que los monstruos se mueven libremente. No se interesan por las intenciones humanas.

Por otro lado, Crozzo y Garms, que ya habían logrado tomar distancia emocional, analizaban fríamente la situación.

—Si nos acercamos, atacarán a cualquiera sin distinción. ¡No vamos a seguir el plan del ejército de la ciudad capital!

Si lograban mantenerse juntos y mantener la coordinación, pensaban que la situación podría mejorar. Pero justo en ese momento…

—¡¿Eh?!

—¿Yuri? ¿Qué pasa?

—¡Esos pasos pesados… un nuevo grupo se está acercando! ¡Y esto es…!

Yuri, con sus orejas de bestia en lo alto, giró rápidamente para observar a su alrededor. Desde varios pasajes que conectaban con el gran corredor, aparecieron nuevos soldados.

—…Oye, espera, ¿algo más viene detrás…?

Pero no eran solo soldados.

—«¡Oooooooooooooooooooh!»

Detrás de ellos, una horda de monstruos los seguía.

—¡Es una «procesión» de monstruos! ¿¡Cuántos hay!?

—¿Qué? ¿¡Van a usarnos como «carnada»… para traer una gran cantidad de monstruos hacia nosotros!?

Las voces de asombro de Olna, seguidas de la preocupación de Feena y la ansiedad de Argonauta, se sucedieron rápidamente.

—¡Esto es un desastre!

La retirada no era posible a tiempo. Con el temor de su destino, el soldado al frente gritó mientras corría hacia adelante.

—¡Po-por la gloria del gran rey! ¡Gloriaaaaaa… aaaaa… aaahhhhhh!!

En ese instante, mientras los soldados eran devorados por detrás, los monstruos llegaron hasta Argonauta y su grupo al mismo tiempo.

—«¡¡Groooh, ooooh!!»

—«¡Gruuuuuuuuuuaaaaaaaahhh!»

—¡Es toda una batalla caótica…! ¡¡Esto no es para nada bueno!!

En un abrir y cerrar de ojos, humanos y monstruos se mezclaron en un caos total. Feena no pudo evitar gritar aterrada al ver la escena.

Los monstruos volaban por los pies y cabezas de los combatientes, atacando incluso a los soldados. La «distancia de coordinación» que se mantenía entre los miembros del grupo de Argonauta, tanto en el frente como en la retaguardia, fue rota en pedazos.

—¡Si esto continúa, la coordinación se verá bloqueada y nos perderemos de vista unos a otros! …¡Uy!

Ryuluu, que esquivó por poco un ataque con garras que rozó su mejilla, ya no tenía margen para maniobrar. Debido a los cuerpos gigantes de los monstruos y las formaciones de los soldados, perdió de vista a sus compañeros.

Mientras sujetaba su sombrero que estaba a punto de volar con una mano, se concentraba en defenderse de los ataques, olvidándose por completo de los demás.

—¡¿Dónde están ustedes!? ¡Nos estamos separando!

El grito de Yuri fue ahogado por el caos de la batalla. El orden de la unidad desapareció, y se perdió el liderazgo. La situación era aún peor debido al hecho de que se encontraban en un espacio cerrado y limitado como el Gran Laberinto. Aunque el pasillo principal fuera largo y amplio, cuando tanto monstruos como humanos se desbordaban por todas partes, el lugar se convertía inevitablemente en un caos.

—¡Esto no es un combate normal…!

Ya casi aislada, Feena dejó de recitar hechizos y, desesperada, empezó a golpear a los monstruos con su bastón.

Casi al mismo tiempo, el peligro también llegó a donde estaba Olna. Al quedar separada de sus compañeros y sin defensa, las fauces de un monstruo se acercaron rápidamente a ella.

—¡¿Eh?!

—…¡Hah!

Fue a último momento cuando un rayo deslumbrante detuvo el ataque.

—«¿¡Gryaah!?»

—¡¿Estás bien, Olna!?

—Argonauta… sí, estoy bien. Gracias.

Mientras destruía a los monstruos que rugían, Argonauta protegía a la joven. Decidido a desgastarlos, liberó su «Espada del Trueno», desintegrando a los enemigos cercanos, y logró reunirse con Feena a la fuerza.

—¡Jujajajajá! ¡Reúnanse, soldados! ¡Más! ¡¡Traigan más monstruos y conviertan este lugar en su tumba!!

El caballero al mando de las fuerzas enemigas, el líder de la tropa, soltó una risa macabra.

Por mucho que Argonauta repeliera a los enemigos, los soldados y los monstruos seguían aumentando en número. Las tropas organizadas conducían hábilmente a los monstruos, empujando la interminable horda contra ellos.

Era como si una manada de serpientes se abalanzara sobre una bestia gigante, desgastando sin descanso a Yuri y su grupo.

—¡…… ! ¡¿Estás seguro, comandante?! ¡Si sigues así, también perderás tu vida! —gritó Argonauta al divisar al caballero de la armadura negra al fondo, intentando desestabilizarlo.

—¡No me importa! ¡Si fallo aquí, de todos modos, seré alimento para los monstruos! ¡Y si el protector de la ciudad cae, el destino del reino está sellado!

El líder, indiferente, respondió con firmeza, y los soldados confirmaron sus palabras con gritos de aprobación. Aquellos que luchaban contra Garms y los demás, incluidos los que guiaban a los monstruos, no eran más que «soldados condenados».

No importaba que fueran cortados por espadas o devorados por los monstruos, su único objetivo era acabar con sus enemigos a cualquier precio.

Entre estos soldados, tal como Ryuulu había señalado, algunos combatían motivados por promesas de recompensa, arrastrados por su propia codicia. Sin embargo, era evidente que la mayoría lo hacía porque sus vidas y las de sus familias estaban siendo usadas como moneda de cambio.

La seguridad, alguna vez garantizada por el poder absoluto del Minotauro, había desaparecido. Si ese mito de protección se desmoronaba, los soldados y sus seres queridos perderían su único refugio. Aunque comprendían que estaban apartándose del camino de la humanidad, luchaban con desesperación, buscando proteger lo que más valoraban. Lo hacían igual que Yuri, quien en su momento había combatido con el mismo conflicto interno por su tribu.

—¡Para mí, la encarnación de la violencia es el mismísimo «General Minos»! ¡¿Pretendes decir que es un impostor?! ¡No! ¡¡El General existe!!

—¿Qué…?

En medio del caos, el caballero líder se alzó como una figura extraña, un «hereje».

—¡La violencia de su figura es absoluta! ¡Me vi fascinado por el abrumador poder del General y le juré lealtad! ¡Guiaré ejércitos y ofreceré incontables sacrificios en su honor! —Sus palabras comenzaron a desbordarse de fervor, rozando la locura. Desde debajo del casco negro, se percibía una sonrisa torcida y malévola—. ¡¡Por eso, no me queda otra opción que exterminarlos aquí y ahora, a cualquier precioooooooo!!

El rugido, comparable al de una bestia salvaje, resonó no solo en los oídos de Argonauta, sino también en los de Yuri y los demás. Olna frunció el rostro con disgusto.

—Está completamente roto… Ver tan de cerca la devastación de estos monstruos ha destruido su percepción, su sentido de la realidad, todo…

—Para él, a diferencia del rey, esa pesadilla de toro no es más que un «dios»… ¡Es un fanático en toda regla!

Ese era el verdadero rostro del hombre conocido como el Líder de los Caballeros.

Era probable que las órdenes de retirada total en la ineficaz batalla de los Yermos de Kalunga también estuvieran profundamente influenciadas por los deseos personales de aquel hombre. Él mismo era como un «sacerdote oscuro», ofreciendo carne y sangre al monstruo.

Embriagado por su devoción y éxtasis, una lealtad inapropiada para un caballero, el líder de los caballeros rugió con fervor:

—¡Soldados que tienen seres queridos, si no quieren perderlos, entreguen sus vidas! ¡No dejen que maten al General Minoooooos!

Los soldados, instigados por aquel hereje, rugieron con furia mientras derramaban sangre y lágrimas. Su ataque suicida, casi carente de razón, presionó a Argonauta y a los demás.

Era una gran desventaja que ellos, a diferencia de los soldados enemigos, no pudieran permitirse arrebatar vidas. Esa diferencia, junto con el número abrumador de enemigos, los fue empujando hacia el borde de la desesperación.

Y entonces, en ese momento crítico:

—…No hay otra opción.

El herrero tomó una decisión.

—…¡¡Espíritu, te lo ruego!! —Invocó al Espíritu de Fuego detrás de él, desatando una fuerza abrasadora como nunca antes.

—¿¡Gwaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh!?

—«…………….¡Uooooooaaaaahhhhhhhhhhhhhh!»

Los gritos de soldados y monstruos se elevaron al unísono mientras eran lanzados por los aires.

Una luz roja intensa llenó el lugar. Una oleada de llamas colosales arrasó con todo lo que rodeaba a Argonauta y su grupo.

—¡¿Qué?!

El líder de los caballeros no pudo ocultar su asombro. Contra toda lógica, las llamas, que no deberían tener voluntad propia, se dirigieron únicamente contra los soldados y los monstruos, dejando a salvo al grupo de Argonauta.

—La corriente de fuego nos evitó…

—¡E-es nuestra oportunidad de reunirnos con Yuri y los demás!

Olna y los demás también estaban atónitos. El corredor principal, que antes estaba lleno de enemigos y aliados mezclados en el caos, ahora era un campo de fuego despejado, con brasas flotando en el aire. Las llamas, como si tuvieran conciencia, saltaron y ondularon, abriendo paso para el grupo.

Feena corrió rápidamente, aprovechando la oportunidad para reunirse con Yuri y los otros.

—¡Tú ve, Ar! ¡Yo me encargaré de esto!

—¡¿Crozzo?!

El herrero, que no se había unido al resto, les dio la espalda mientras los instaba a continuar.

—¡Ellos no son enemigos con los que debas enfrentarte de frente! ¡Tu propósito es algo mucho más digno! —Sin preocuparse por su propia vida, Crozzo miró fijamente al ejército enemigo, una fuerza que buscaba la destrucción incluso de sí misma, y declaró su última decisión.

Como herrero que daba vida a las armas, Crozzo afirmó con firmeza que aquel lugar nunca sería «el campo de batalla para los portadores».

—¡Sabes que soy bastante fuerte, ¿verdad?! ¡No importa cuántos enemigos haya, los quemaré a todos!

—¡Pero…!

Mientras Argonauta vacilaba, incapaz de decidirse, Crozzo seguía luchando. Con un golpe de su gran espada, desataba ataques de fuego que mantenían a raya tanto a los soldados como a los monstruos restantes.

Entonces, Crozzo, aún de espaldas, habló:

—…Oye, Ar. ¿Acaso no puedes confiar en mí?

—¿Eh?

El hombre, que hasta entonces había dado la espalda, giró con una sonrisa.

—Acabamos de conocernos. No espero que confíes en mí con todo de inmediato. Pero al menos… llámame algo parecido a «eso».

—………… —Las palabras hicieron que Argonauta abriera los ojos de par en par.

El joven, con su cabello rojo ondeando, profundizó su sonrisa.

—Yo también quiero ser tu «compañero».

No era nada complicado, pero aquellas palabras, cargadas de sinceridad, golpearon con fuerza su corazón.

La respuesta de Argonauta estaba más que clara.

—…¡Claro que no, claro que no! ¿De qué hablas, Crozzo? ¡Tú ya eres uno de nuestros «compañeros»! —Sin resistirse a la emoción que llenaba su pecho, Argonauta corrigió el malentendido de Crozzo.

Y, además, reconoció que también él estaba equivocado.

Lo que debía depositar en Crozzo no era preocupación ni duda.

Lo que merecía ser confiado a esa espalda decidida, que luchaba por protegerlos a todos, era algo mucho más valioso:

—¡Te entrego mi confianza! ¡Por eso, te lo encargo, mi inigualable amigo!

Si así era…

Aunque ambos llegaran a olvidarse el uno del otro, aquella respuesta no cambiaría.

Sin importar cuánto tiempo pasara, cuán lejos estuvieran, o incluso si sus formas y rostros cambiaran, aquellos dos, al encontrarse de nuevo, sin duda se llamarían «amigos».

—¡El único e inigualable herrero que me ayudó, me apoyó y me dio valor! —Dirigiéndose a su inigualable compañero, Argonauta contuvo unas lágrimas que amenazaban con brotar y gritó con fuerza.

El rostro del joven herrero, que lo miraba, se iluminó con una amplia sonrisa, exactamente como la primera vez que se encontraron.

—¡Hermano!

—…¡Sí, vamos!

Llamado por Feena, Argonauta comenzó a avanzar, siguiendo el camino de fuego que su amigo había trazado para él, hacia el laberinto donde la princesa los esperaba.

—¡Argonauta y los demás…! ¡Desgraciado, eres un maldito entrometido! —El caballero al mando, lleno de furia, observaba la escena. Mientras cortaba como podía los brazos de fuego que aún se lanzaban contra él y sus hombres, dejaba escapar gritos coléricos que competían con el rugido de las llamas.

—¡No eres de esta ciudad, ni siquiera un «Candidato a Héroe»! ¡Un intruso que jamás debió haber estado aquí! ¡¿Quién demonios eres tú?!

—¿Yo? Soy Crozzo. Simplemente Crozzo. Un humilde herrero al que ni siquiera le compran las armas. —Crozzo respondió con cortesía, apoyando la gran espada sobre su hombro.

El Líder de los Caballeros, al escuchar a aquel hombre que ni siquiera había participado en la «Ceremonia de Selección» y que no era más que un desconocido, se llenó de más ira.

—¡Entonces, Crozzo, ¿acaso entiendes lo que estás haciendo?!

—La verdad, no mucho. Para ser honesto, todo esto me ha llevado aquí por pura casualidad.

El herrero habló con franqueza, sin ocultar nada de su interior. Pero entonces, con determinación, clavó la mirada en el caballero y los soldados.

—Aunque hay algo que sí sé muy bien: sé lo que quiero hacer ahora.

—¿Y qué es eso? ¡¿Vas a fingir ser un héroe salvador de este país?!

—Salvar un país no es para mí. Mucho menos podría imaginar salvar el mundo.

—¡Entonces, ¿por qué te interpones ante nosotros?!

Así como la respuesta de Argonauta estaba clara, lo que Crozzo debía decir en ese momento también lo estaba:

—Por un amigo.

Ante aquella afirmación que atravesó las llamas, el Líder de los Caballeros quedó atónito, sin palabras, inmóvil.

—¡Por el héroe insustituible que confió en mí!

—¡¿Qué…?!

—¡Sí, así es! Apenas los conozco. ¡Pero no puedo abandonarlos! ¡Quiero ayudarlos!

Esa era su verdad absoluta, sin atisbo de falsedad.

El herrero, incapaz de mentir, tenía una única y sencilla razón. Esa era la chispa que encendía su fuego interior.

—¡No puedo salvar ni al país ni al mundo, pero con eso tengo más que suficiente para luchar!

Aquel herrero, que solo sabía crear armas, juró en ese momento convertirse en la espada que protegería a sus amigos.

—¡Idiota, idiota, idiota! ¡Eres un completo necioooooooo!

El Líder de los Caballeros, furioso y soltando improperios, perdió el control y apuntó su espada hacia Crozzo, desatando contra él a todas sus tropas.

Los soldados lanzaron un grito de guerra y cargaron contra el solitario herrero.

Eran sesenta de ellos.

Con los monstruos eliminados, todas las fuerzas disponibles se dirigieron contra Crozzo. Ni siquiera importaba que entre ellos hubiera heridos con miembros mutilados. Impulsados por la locura del Líder de los Caballeros y aferrados a la falsa paz de la capital, los guardias de élite se precipitaron en un asalto conjunto.

—¡Vamos, Urus! ¡Préstame tu fuerza! —Ante la ola de intención asesina, Crozzo rugió con determinación.

Haciendo vibrar su gran espada, que resplandecía con una luz carmesí, llamó al poder que habitaba en su interior.

En ese instante, un destello rojo iluminó todo el lugar.

—¡¿Qué…?!

Una figura imponente, una «encarnación de fuego», descendió detrás de Crozzo, como una respuesta a su llamado.

Un calor abrasador y la imponente presencia del «espíritu» detuvieron en seco tanto al caballero como a los soldados. Frente a ellos, un espíritu de fuego, de más de seis metros de altura, los miró con desdén, y con su ardiente brazo escarlata, barrió a los enemigos de su amado.

—¡Tomen estooooooooooooooooooo!

El corte de Crozzo, sincronizado con el movimiento del brazo flamígero, desató una onda de fuego de altísima temperatura. La fuerza abrasadora redujo a cenizas las lanzas que intentaron interponerse, arrasando a quince soldados en un solo golpe.

—¿¡Gaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhh!?

Una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces.

Solo eso necesitó.

Con cuatro cortes precisos de su gran espada, Crozzo guio los movimientos de los brazos flamígeros, que barrieron a los sesenta soldados, lanzándolos por los aires.

El Líder de los Caballeros, paralizado en medio del campo de batalla, fue el último en quedar. Su rostro congelado por el terror contrastaba con las llamas que lo rodeaban. Crozzo lanzó un corte vertical desde lo alto, dirigiendo una explosión de fuego que redujo el techo del corredor a escombros.

—¿¡Cómo es posibleeeeeeeeeee!?

El grito del caballero quedó sofocado por el estruendo del impacto, la explosión y el sonido de la combustión. Fragmentos de armadura volaron en todas direcciones, y el caballero, ahora desarmado y herido, cayó al suelo, mostrando un rostro adulto y agotado. Su brazo derecho, como si un toro salvaje lo hubiera arrancado, se encontraba ausente.

En el corredor iluminado por las llamas, los soldados yacían esparcidos, pero curiosamente, ninguno había muerto.

Las partículas escarlata que brillaban suavemente en el aire parecían borrar las heridas más graves de sus cuerpos.

—Uf… creo que me excedí un poco, —murmuró Crozzo, su voz cargada de cansancio.

Habiendo realizado dos «milagros» al mismo tiempo, aniquilación y curación, Crozzo sintió cómo la fuerza abandonaba su cuerpo. Retrocedió unos pasos, hasta que su espalda chocó contra un pilar. Lentamente, dejó caer su peso, sentándose en el suelo.

Entre destellos de luz, un susurro resonó, un sonido que ninguna persona normal habría podido comprender: era la voz del espíritu.

—¿Qué pasa, Urus…? ¿Ah, que mi «vida» se ha acortado otra vez? Bueno… qué le vamos a hacer, ¿verdad? —Crozzo respondió mientras cerraba lentamente los ojos.

Había una historia detrás de su poder. En el pasado, Crozzo había salvado a un espíritu, y, como precio, estuvo al borde de la muerte. Para salvarlo, el espíritu le otorgó su propia «sangre de espíritu», devolviéndole la vida.

Desde entonces, Crozzo adquirió la capacidad de manipular «milagros» casi como si fueran magia y crear armas mágicas, las famosas «espadas mágicas».

El espíritu le había explicado que, desde el principio, Crozzo había nacido con una vida corta, algo que llenó al espíritu de tristeza. Por eso, para prolongar un poco más su existencia, compartió su sangre con él.

El resultado fue que, efectivamente, su vida se alargó, pero a un alto precio. Cada vez que Crozzo utilizaba un «milagro», o creaba una espada mágica, su esperanza de vida se reducía significativamente.

…Y, además, había algo más en su poder, un detalle que parecía limitarlo de alguna forma.

Tal como Olna había percibido, el «intercambio por vida» era tanto el precio como la limitación del poder de Crozzo.

Las reminiscencias mágicas derivadas de la sangre del espíritu ondulaban débilmente como un espejismo, casi como si lo reprendieran.

—Porque si es por ellos… Ese «poder» que guardé para vivir un poco más… lo iba a usar, por supuesto. —Murmurando como si hablara en sueños, Crozzo dejó escapar una leve sonrisa, curvando apenas sus labios—. Así es, igual que con las «armas»… igual que las «espadas mágicas».

Mientras sus fuerzas lo abandonaban, se comparó a sí mismo con un arma.

Cuando Crozzo forjaba un arma, siempre imaginaba al usuario, esa otra mitad inseparable del arma. Pensaba en cuándo sería necesaria y cómo sería usada. También, en el momento en que finalmente se rompiera, reflexionaba si esa herramienta hubiera cumplido su propósito.

Sabía que, por mucho que las armas fueran hermosas o justificadas, al final siempre terminaban hiriendo y matando. Por eso, Crozzo deseaba imbuirlas con otro «significado», más allá de la violencia inevitable de su destino.

Aunque solo sea una fracción, una milésima parte… Si han sido capaces de salvar y proteger a alguien, eso sería suficiente…

Era un deseo arrogante, impropio de un simple herrero. Una ambición tonta y egoísta.

Sin embargo, reflejaba algo simple: que Crozzo no consideraba las armas como simples herramientas desechables.

En una época donde la muerte llegaba fácilmente a cualquiera, ese anhelo, pequeño e insignificante, era su manera de querer conectar algo más allá de los límites de su tiempo.

Si este deseo insignificante puede perdurar y entrelazarse a lo largo de los años… tal vez eso sea lo que haga que incluso las armas y las «espadas mágicas» ardan con fervor…

Incluso si las «armas» y las «espadas mágicas» terminaran destruidas.

Incluso si no pudieran vivir y permanecer al lado de su otra mitad, los usuarios.

Si podían apoyarlos y ser su fuerza, eso ya era suficiente.

Crozzo dejó escapar una leve sonrisa, mientras pensaba en aquel joven de cabello blanco.

—…Estoy algo cansado. Tal vez… debería dormir un poco. —Sintió cómo sus fuerzas lo abandonaban por completo.

El contorno del espíritu que lo rodeaba se desvaneció lentamente, como si se disipara en una bruma.

Mientras las llamas que lo envolvían perdían intensidad, Crozzo pronunció una última frase en un susurro:

—Gana… Ar.


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