Danmachi: Argonauta
Vol. 2 EXTRA. La Escena Cualquiera de un Día Cualquiera
Era una historia sobre un joven que soñaba con convertirse en héroe y que se embarcó en una aventura para rescatar a una princesa raptada por un toro monstruoso.
A veces lo engañaban personas malintencionadas.
A veces era usado por un rey para sus propios fines.
Y, aun así, ni siquiera se daba cuenta de que estaba siendo engañado.
Pedía ayuda a la sabiduría de sus amigos.
Recibió un arma de los espíritus.
Y, casi por accidente, terminó rescatando a la princesa…
—…Una historia absurda de un héroe.
Leyendo un libro ilustrado con ambas manos, Bell retorció su boca en una expresión extraña.
No era como si estuviera disfrutando algo que le encantara, ni como si estuviera probando algo que odiara. Tampoco era un sabor agrio, amargo o picante lo que le hacía poner esa cara, sino más bien algo completamente inesperado, una rareza que no sabía cómo describir.
—Uuuhhhh…
Era un día de invierno en el que el suave crepitar del fuego en la chimenea llenaba la estancia.
En la casa de madera que era su hogar, el joven Bell, todavía un niño, se sentaba en el regazo de su abuelo, dejando escapar un gruñido parecido al de un pequeño animal.
—¿Qué te pasa, Bell? ¿Por qué esa cara como si una chica adorable te hubiera rechazado?
Desde arriba, llegó la voz de su abuelo, una voz que Bell adoraba.
Era su abuelo quien escribía relatos heroicos y se los regalaba a Bell, además de leérselos en voz alta. A veces decía cosas raras, y este momento no era la excepción. La observación completamente fuera de lugar hizo que Bell frunciera los labios.
—Este es uno de mis relatos heroicos favoritos, ¿sabes?
—Pero es que… no es nada genial… —Con los labios todavía fruncidos, Bell miró fijamente las ilustraciones de la historia.
El héroe, representado en un lenguaje sencillo y con grandes letras para que el joven Bell pudiera entenderlo, había llegado a la última página sin hacer prácticamente nada digno de un héroe.
No había derrotado monstruos de manera impresionante como otros héroes.
No había rescatado a la princesa cautiva con valentía.
De hecho, parecía que siempre necesitaba ser salvado. Sus únicas habilidades eran cantar, bailar y usar palabras tan floridas que incluso el joven Bell encontraba ridículas.
En la ilustración abierta, el héroe extendía una mano con confianza hacia la princesa cautiva, mientras ella, claramente nerviosa, señalaba apresuradamente hacia atrás, donde un enorme monstruo con forma de minotauro se acercaba sigilosamente.
No era de extrañar que Bell sintiera ganas de suspirar ante la figura absurda y poco impresionante de aquel héroe que no se daba cuenta de nada.
—Al final, hasta la princesa lo terminó salvando… ¿Esto es en serio?
Bell, que raramente emitía un gemido de ese tipo, se quejó. Su abuelo soltó una carcajada al escucharlo.
Mientras balanceaba lentamente la mecedora donde estaba sentado, revolvió el cabello blanco de Bell con su gran mano.
—¡Ja, ja, ja! ¿Qué importa? Ese sujeto aún tiene mucho por delante.
—…Vamos, pero si ya se terminó la historia. —Bell, que había cerrado los ojos mientras su abuelo lo despeinaba, seguía frunciendo los labios cuando miró hacia atrás.
Esperaba encontrar la típica sonrisa burlona de su abuelo, pero abrió los ojos, sorprendido.
Su abuelo, con la barba ya espesa, lo miraba con ojos llenos de sabiduría, como si fueran los de un sabio capaz de ver el futuro, mientras sonreía tranquilamente.
—No, no se ha terminado. Ah, claro que no. Por supuesto que aun continua. —La mano derecha, que antes estaba en la cabeza de Bell, se posó sobre el libro que tenía en sus manos. Su abuelo lo tomó con un gesto nostálgico—. Desde que lo conocí, siempre me he preguntado qué hará a continuación y qué sucederá con él. Es lo que más me intriga.
—…¿Abuelo?
Su abuelo desvió la mirada del libro y volvió a posar sus ojos en Bell. Le dedicó una amplia sonrisa, una mezcla de la alegría de un niño y la sabiduría de un dios.
—Escucha, Bell. Te lo repetiré tantas veces como haga falta: no dejes tu voluntad en manos de otros. —Mientras seguía balanceando la mecedora, su abuelo le contó una vez más aquella historia que Bell ya había escuchado tantas veces.
Era una historia que servía como una brújula, para guiarlo en un viaje de libertad, como el de un barco que iza anclas y extiende sus velas para cruzar un vasto océano.
—No sigas las órdenes de nadie más. Decide por ti mismo. Haz lo que tú quieras hacer.
Cada vez que Bell escuchaba estas palabras, le daba sueño.
No era por aburrimiento, sino porque le pesaban los párpados, y siempre terminaba soñando.
En esos sueños, veía a un joven de pie en la proa de un barco.
Con una espada descansando a sus pies, sus manos apoyadas en la empuñadura y su capa ondeando al viento, miraba fijamente hacia el horizonte.
Junto a él, detrás de esa figura que nunca había conocido, se alineaban numerosos héroes, todos mirando en la misma dirección.
Soñaba con el «Barco de los Héroes» navegando hacia un horizonte de luz.
—Esta es tu historia.
La voz de su abuelo resonaba en sus oídos.
El sonido tranquilo de las olas se entrelazaba con todo lo demás.
La melodía del mar se convertía en una cuna, llevando a Bell hacia el mundo de los sueños.
En ese lugar, Bell siempre tocaba un cuerno.
En la proa de un barco, convertido en un joven desconocido, hacía sonar un instrumento como si fuese una trompeta.
«Vamos, adelante. Más allá de los mitos.
¿Qué importa? Mientras todos estén aquí, podremos lograrlo de alguna manera.
Así que riamos.
No importa cuánto nos ridiculicen, no importa cuánta desesperación enfrentemos, torzamos los labios y riamos.
Ríe en voz alta hasta que los espíritus o la diosa del destino nos sonrían.»
Con esas palabras llenas de despreocupación, el joven miraba hacia atrás a los que lo seguían y siempre les sonreía.
Y los héroes, como respuesta, siempre devolvían la sonrisa.
Era un sueño que Bell olvidaba por completo al despertar.
Un preciado espejismo lleno de canciones alegres y risas resonantes.
De los párpados cerrados de Bell comenzaron a brotar lágrimas.
—Esta es la epopeya que tú vas a tejer, tu propia historia heroica.
En algún momento, sobre las rodillas de su abuelo, Bell abrazó el libro de cuentos de héroes.
El niño no olvidaría ese anhelo perpetuo por los héroes que se suceden a lo largo del tiempo.
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