La Historia del Héroe Orco

Capítulo 96. El Día en que Murió el Héroe

Cuatro personas presenciaron la batalla entre Gediguz y Bash.

Uno de ellos, Domino, aprovechó la confusión tras la conclusión del combate para escapar del país de las hadas. Lo logró por los pelos. Su experiencia como subordinado de Bly y como espía, habiendo sobrevivido en innumerables campos de batalla, le salvó la vida. Los demás humanos habían muerto. Una masacre total. No sabía si lo habían dejado vivir a propósito o si simplemente sus habilidades como espía le habían permitido sobrevivir. Gediguz no era alguien que pasara por alto a alguien como él. El hecho de que la densa niebla rosada desapareciera justo en el momento del desenlace solo reforzaba su sospecha de que lo estaban dejando escapar intencionadamente. Pero si realmente lo habían dejado con vida, debía ser para que transmitiera un mensaje.

Había sido impactante. Un duelo entre Gediguz y el Héroe Orco, y Gediguz había ganado. El Héroe Orco había huido de forma humillante, la bruja había muerto, y las hadas se habían rendido ante Gediguz. Los orcos obedecían al más fuerte. Si el Héroe Orco había perdido en un combate uno a uno, era solo cuestión de tiempo para que los orcos se pusieran del lado de Gediguz también.

Esta información debía ser llevada de vuelta. La resurrección de Gediguz y la derrota del Héroe Orco. Fuera cual fuera la intención de Gediguz —si es que tenía alguna—, lo único que Domino podía hacer era llevar esta información. Después de todo, esa era su labor.

Si el Héroe Orco y su compañera hada habían estado aprendiendo magia, debía de haber sido para enfrentarse a Gediguz… No sabía en qué consistía, pero sin duda había una conexión. Y, con toda probabilidad, esa magia ahora estaba en manos de Gediguz. De lo contrario, no habría tenido razones para venir hasta aquí y detenerlos.

No sabía cómo manejaría esta información su superior, Bly. Sin embargo, Domino lo sentía con certeza: algo había cambiado con ese duelo. Gediguz había regresado y estaba reuniendo subordinados. Había derrotado al Héroe Orco y frustrado algún plan. Eso era más que suficiente para que los humanos se «prepararan».

Lo más probable era que la guerra estuviera a punto de comenzar de verdad.

Por lo tanto, Domino hizo lo que debía hacer. Salió del bosque y corrió sin detenerse en dirección a su patria.

Uno de los testigos de la batalla, Poplática, permanecía junto a Gediguz. Justo a su lado, el Rey Demonio conversaba con las hadas sobre algo. Pero Poplática no prestaba atención. Su mente estaba en otra parte, preocupada por su compañera, que acababa de irse.

—Poplática.

—¡Sí!

Al escuchar su nombre de repente, Poplática se giró apresuradamente. Allí estaba Gediguz, con una gran multitud de hadas a sus espaldas. Y, justo a su lado, también estaba la bruja.

—Terminé de hablar con las hadas… ¿Qué pasó con Carrot?

—No lo sé. Solo dijo que renunciaba… Tal vez ver a Sir Bash sufrir una derrota tan humillante la impactó demasiado…

—Los súcubos son una raza voluble. Era una posibilidad.

—Carrot no es así… o mejor dicho, tiene usted razón. De todas formas, cuando se calme, seguramente volverá.

Bash había huido, la bruja había irrumpido en la batalla, y Carrot había desaparecido. Por si fuera poco, la mujer que estaba junto a Bash también se había esfumado.

Había sido un combate lleno de misterios. Si se hubiera tratado de un duelo entre démones y ogros, probablemente habrían presentado una objeción. Pero estaban en el país de las hadas, y las hadas ahora estaban del lado de Gediguz.

A juzgar por el resultado, todo se había desarrollado según lo previsto, excepto por la repentina desaparición de Carrot.

Derrotar a Bash y someter a los orcos habría sido lo ideal, pero el plan original contemplaba encargarse de los orcos más adelante. Por ahora, Gediguz había conseguido su objetivo principal: someter a las hadas.

Poplática se concentró. Gediguz apenas estaba comenzando a moverse. No podía permitirse titubear por un simple contratiempo.

—Lord Gediguz, ¿cuál será el próximo paso?

Gediguz la miró desde arriba con una expresión serena y respondió con claridad:

—Primero, aprovecharé los resultados de la investigación de la bruja. Es una fortuna inesperada.

Poplática asintió. No sabía por qué la bruja Carla había estado allí, pero descifrar su investigación podría ser clave para la futura guerra contra los humanos.

—¿Y después?

—La Alianza de las Cuatro Razas está formada por humanos, elfos, gente bestia y enanos. Cuando llegue el momento de alzarnos en armas, algunas razas podrían apoyarlos. Pero con la opresión a la que han sido sometidas, los verdaderos enemigos a derrotar serán los fundadores de la alianza. —Gediguz levantó cuatro dedos para que el líder de las hadas también pudiera verlo, y luego dobló uno—. La gente bestia serán nuestro primer objetivo. Su territorio nos obliga a enfrentarnos a ellos antes que a cualquier otra raza.

—Entonces, ¿enviamos la señal de levantamiento a Netherhanks y declaramos la guerra con un ataque sorpresa contra la gente bestia?

—Antes de eso, hay algo más que debemos hacer.

—¿Negociar con los antiguos países de la Federación de las Siete Razas, tal vez?

—Eso es obvio, pero también necesitamos disuadir a las demás razas. Si nos atacan mientras estamos ocupados con la gente bestia, nos superarán en número… Aunque…—Gediguz dobló otro dedo—. Los humanos están demasiado confiados. Si atacamos a la gente bestia, en lugar de apresurarse a detenernos, primero pensarán en cómo debilitarlos aún más. Se preocuparán por la posguerra. Además, sus disputas internas son intensas, así que incluso si deciden intervenir, les llevará tiempo. Mientras tanto, no representarán una amenaza para nosotros. Incluso podrían entorpecer los movimientos de otras naciones. —Dobló otro dedo—. Los enanos son fuertes, pero calculadores. En la primera etapa de la guerra, se mantendrán al margen, esperando a ver qué sucede. No intervendrán hasta que la gente bestia caiga o alguna otra nación haga su jugada. —Y finalmente, dobló el último dedo—. Los elfos vendrán de inmediato. Por eso, debemos golpearlos primero y sembrar el caos entre ellos.

—¿Cómo lo haremos?

—Los elfos no son una unidad monolítica. Tienen facciones y disputas internas. La única razón por la que no terminan como los humanos es porque tienen un líder excepcionalmente poderoso. Y no, no hablo del rey Northpole. Hay alguien que ha vivido por siglos, un pilar espiritual para su raza, alguien que ha fortalecido su unión. —Entonces, Gediguz anunció su siguiente movimiento: un golpe pequeño en número, pero de enorme impacto—. Asesinaremos a la «Gran Archimaga Elfa», Thunder Sonia.

Poplática asintió profundamente. En su mente, ya planeaba reunirse con los agentes que habían infiltrado el reino de los elfos con anticipación.

Bajo la lluvia, otro de los testigos de la batalla, Carrot, observaba el cielo con la mirada perdida. La mujer, vestida con el seductor atuendo característico de una súcubo, estaba arrodillada en el barro. En su mente, solo había un pensamiento: la imagen de un hombre: El Héroe Orco, Bash.

Su benefactor, no solo de ella, sino de toda la raza súcubo. Cualquiera que hubiera participado en aquella guerra, cualquiera que hubiera estado presente en la retirada del Desierto de Lehner, tenía a Bash en alta estima.

Lo recordaba como si hubiera ocurrido ayer: la retirada del Desierto de Lehner.

Tras la muerte de Gediguz, los súcubos, que habían estado luchando junto a los hombres lagarto, decidieron acudir en su ayuda cuando estos quedaron atrapados en el desierto. La persona que propuso esa arriesgada decisión no fue otra que Carrot.

En aquel entonces, ella era la asistente del general y abogó con insistencia por rescatar a los hombres lagarto. Dejar que perecieran sería una vergüenza para el orgullo de su raza. Además, argumentó que los ogros y las arpías también acudirían en su auxilio, por lo que las súcubos no podían quedarse de brazos cruzados. Con esa convicción, persuadió al general para que aprobara la misión.

Sin embargo, el resultado fue un desastre.

Los ogros y las arpías estaban demasiado ocupados defendiendo sus propios territorios y nunca enviaron refuerzos. Así, las súcubos terminaron yendo solas al rescate de los hombres lagarto.

Los elfos no desperdiciaron la oportunidad.

Para ellos, era el momento perfecto: la unidad enviada por las súcubos no era cualquier tropa, sino su mejor ejército. Además, el desierto era un entorno en el que las súcubos tenían desventaja. Con los humanos y enanos manteniendo la línea de batalla, los elfos atacaron rápidamente el flanco desprotegido.

El frente colapsó.

El comandante cayó en combate.

Y en ese momento desesperado, Carrot, la antigua asistente, tomó el mando y se convirtió en la nueva general de las súcubos.

Aún quedaban fuerzas principales, pero no había forma de romper el cerco, y no se vislumbraba la llegada de refuerzos. Era una lucha desesperada. Sabían que, si eran aniquiladas, la nación de las súcubos caería inevitablemente. Los elfos también parecían haberlo comprendido. Los humanos y los enanos, en cambio, no parecían haber pensado tanto en ello, pero los elfos atacaban con una ferocidad implacable. No era de extrañar. Después de exterminar a Carrot y su grupo, serían ellos quienes marcharían contra la nación de las súcubos.

El asedio no aflojó en ningún momento. No hubo tregua ni oportunidad de escapar. La aniquilación de las súcubos parecía inevitable.

Si una unidad de orcos no hubiera irrumpido en la batalla y abierto una brecha en el cerco, habrían sido exterminadas sin lugar a dudas. ¿Por qué los orcos acudieron en su ayuda? En respuesta a una solicitud de refuerzos enviada por la Reina Súcubo. Los orcos no parecían haberle dado mucha importancia, pero se decía que el mensaje fue más bien una orden tajante y arrogante. Aun así, el Rey Orco accedió y envió una tropa que incluía a su guerrero más fuerte. Quizás lo hizo porque los orcos aún no representaban una amenaza lo suficientemente grande como para que su país fuera atacado. O tal vez, simplemente, no tenían la capacidad de preverlo. También existía la posibilidad de que hubieran aceptado con gusto al enterarse de que el ejército que atacaba a las súcubos estaba compuesto en su mayoría por mujeres.

Fuera cual fuera la razón, habían llegado.

Los orcos, junto con aquel que más tarde sería conocido como el Héroe Orco. Todo ocurrió poco después de la muerte de Gediguz. A pesar de que los orcos solían depender de la fuerza numérica, en esa ocasión su grupo era reducido. No llegaban ni a cincuenta. Aun así, lograron atravesar el cerco de los elfos y sacar a las súcubos y a los hombres lagarto de la trampa.

Carrot podía recordarlo con absoluta claridad.

El imponente Bash, luchando con una ferocidad demoníaca.

Mientras el resto de los orcos lanzaba miradas codiciosas a las elfas que abatían, él no mostró el menor interés por las mujeres y, con una fuerza arrolladora, arrasó las filas enemigas.

Las súcubos, en ese momento, no tuvieron el juicio necesario para comprender la magnitud de lo que ocurría. Algunas incluso dirigieron miradas desdeñosas a los orcos, como solían hacer cuando estos les dirigían miradas vulgares llenas de deseo. Aunque no dijeron en voz alta ninguna burla, muchas de ellas pensaron que ser rescatadas por simples orcos era indignante.

Las tropas de súcubos, orcos y hombres lagarto, tras romper el cerco, iniciaron la retirada. Los elfos no les dieron respiro. En el desierto, donde no había dónde ocultarse, las súcubos cargaban con heridos mientras los elfos las perseguían incansablemente, decididos a no dejar escapar a ninguno. Los humanos y enanos también se sumaron a la cacería. Sus rostros reflejaban un odio absoluto, como si no desearan otra cosa que exterminar a las súcubos.

Todos lucharon desesperadamente. Algunos intentaron huir. Pero ¿hacia dónde? Aquellas que escaparon probablemente murieron en el intento. Carrot, de no haber sido la comandante, podría haber hecho lo mismo.

Después de todo, había sido ella quien insistió en aquella estrategia imposible, arrastrando a sus compañeras a un campo de muerte. Pensó que su castigo justo sería una muerte miserable en ese lugar.

Pero ya no podía permitirse ese lujo.

Como comandante, tenía la responsabilidad de sacar a sus tropas de aquel infierno. No bastaba con asumir la culpa; debía expiar su error asegurándose de que sobrevivieran. Así que luchó con todo lo que tenía.

Uno a uno, los rostros conocidos fueron cayendo. Los orcos que acudieron en su ayuda también fueron pereciendo, uno tras otro. Aunque, en el caso de muchos de ellos, no murieron en combate propiamente dicho… sino porque no pudieron resistirse a sus instintos y trataron de asaltar a las elfas que habían capturado, solo para ser aniquilados en el acto.

Hubo muchas ocasiones en las que estuvo a punto de rendirse. Su cuerpo estaba completamente agotado, el hambre era insoportable y no podía dormir. Cada ataque enemigo la sumía aún más en la desesperación. Algunos de los orcos se ofrecieron como alimento, pero aunque comieran hasta la muerte a uno o dos, no sería suficiente para saciar a todas. La humillación de tener que devorar a sus propios salvadores… La deshonra de verse forzadas a una decisión tan atroz… En ese estado extremo, muchos simplemente se dejaron vencer por la desesperanza. Si ella también se hubiera rendido, todo habría sido mucho más fácil.

Sin embargo, en medio de aquella desesperación, un único orco, con un grito de guerra que resonó por todo el desierto, se convirtió en un faro de esperanza que llegó incluso hacia el campamento enemigo. Esa espalda parecía decirles: «Síganme». La mayoría de las súcubos apenas podían seguirlo, pero sin él como líder, era seguro que, en algún momento, todas habrían dejado caer sus espadas.

Así fue como lograron escapar. Atravesaron el desierto y, al reunirse con una unidad de ogros, los elfos finalmente se dieron por vencidos.

Para entonces, entre los orcos, solo Bash seguía con vida. Lo habían dado todo, incluso sus vidas, para salvar a las súcubos. Todas las súcubos presentes lo sabían. Recordaban a aquellos valientes orcos. Eso no significaba que fueran lo suficientemente ingenuas como para agradecer a todos los orcos que aún existían. Los orcos seguían siendo una raza despreciable a sus ojos. Pero los que murieron por salvarlas merecían su más profundo respeto. Y por ello, todas las que participaron en aquella retirada hicieron un juramento: mostrarían el máximo respeto al último sobreviviente, Bash.

Todas. Cualquiera que hubiera estado en aquella batalla, o que conociera la dureza de esos días, jamás se atrevería a faltarle el respeto a Bash. Podía asegurarlo sin dudar. Porque si alguien lo hacía, Carrot… o cualquiera de los que estuvieron en ese desierto, lo mataría.

Carrot lo recordaba con claridad.

Cuando regresó a su nación y, entre lágrimas, informó a la Reina, esta le dijo: «Fue una batalla dura, pero gracias a ti, el honor de las súcubos se ha preservado. Bien hecho protegiendo a los hombres lagarto.» En ese momento, Carrot rompió en llanto como una niña, su rostro empapado en lágrimas y mocos.

Gracias a que lograron regresar a su hogar, las súcubos sobrevivieron hasta el final de la guerra. Las batallas que siguieron fueron duras, pero ninguna tan cruel como aquella en el desierto. Además, ya sabían de antemano que los humanos les ofrecerían una tregua. Solo tenían que resistir hasta entonces.

Pero nada de eso habría sido posible si no hubieran logrado volver a su patria. En esa batalla se protegió el honor, se protegió a la raza. Se protegió…

—……

En la mente de Carrot quedó grabada la imagen de Bash huyendo patéticamente.

—…Aah. —Las lágrimas brotaron sin cesar de sus ojos, mezclándose con la lluvia que caía. Miró sus manos, su cuerpo. Jamás se había sentido tan repugnante.

Bash no era alguien que debiera haber huido de esa manera. Era un hombre que debía vivir con orgullo hasta su último aliento. Incluso si debía morir en batalla, debía hacerlo de frente, combatiendo con honor.

—Y aun así, aah…

Ella había vivido toda su vida por el bien de las súcubos. Durante la guerra y después de ella, soportando los desprecios de los humanos, nunca dudó del orgullo de su raza. Cargó con la responsabilidad de haber comandado la retirada en el desierto de Lehner, y trabajó incansablemente para garantizar la supervivencia de su pueblo. Si no lo hubiera hecho, no podría haber mostrado su rostro a Bash ni a los orcos que murieron por ellas.

Por ello, también ayudó en la resurrección de Gediguz y derrotó a numerosos enemigos. Aunque sabía que eso iba en contra de la voluntad de la Reina Súcubo, Carrot no se detuvo. Todo era por el bien de las súcubos. Por el orgullo de su raza. Carrot tenía que vivir de esa manera.

Pero eso solo tenía sentido si las súcubos realmente poseían orgullo. Si no era así… Si no era así, ¿entonces por qué había sobrevivido?

—No puede ser…

Carrot lo había visto. Había presenciado toda la batalla de principio a fin. No apartó los ojos de Bash ni un solo instante mientras él luchaba valientemente.

Y por eso… lo vio. Presenció cuando apareció «eso».

—Sir Bash…

Las súcubos le debían mucho a Bash. Una deuda impagable. Nunca, bajo ninguna circunstancia, podían cometer una falta contra él. Si lo hicieran, el orgullo de las súcubos se desmoronaría por completo.

—Las súcubos…

Y Carrot lo vio. Vio cómo todo se derrumbaba. No pudo hacer otra cosa que llorar. Recordó los días en los que luchó con desesperación para proteger el orgullo de su raza. Pero… Ah… Qué absurdo. Todo había sido en vano. Porque las súcubos jamás tuvieron orgullo.

—Las súcubos deberían desaparecer.

Aquella mujer, que tanto había hecho por la prosperidad de su pueblo, susurró esas palabras con la mirada oscurecida.

Uno de los testigos que presenciaron la batalla, Zell, había salido en busca de Bash.

Algo en él no estaba bien. Desde el momento en que su espada se rompió en combate, Bash ya no era el mismo de siempre. Quizás Gediguz le había lanzado algún tipo de hechizo. Después de todo, si existía magia capaz de convertir a las hadas en humanos, no sería extraño que también existiera una que volviera cobarde a un orco. Al fin y al cabo, si había hechizos capaces de Encantar a los hombres, entonces cualquier cosa era posible.

Si ese era el caso, Zell nunca podría perdonar a Gediguz. El Héroe Orco Bash era un hombre valiente. Más valiente que nadie. Siempre enfrentaba a sus enemigos de frente, sin miedo, incluso contra dragones. Usar una magia tan vil para obligarlo a huir era inaceptable. Sí, los orcos tenían poca resistencia a la magia, por lo que sus efectos les afectaban con facilidad, pero había límites. Tal vez en el campo de batalla no existían normas de honor, pero la guerra ya había terminado.

—Jefe, no pudiste hacer nada. Seguro fue culpa de la magia de ese bastardo. Fue un truco sucio. No podían ganarte de frente, así que no les quedó otra que recurrir a eso. Vamos, Jefe. No te dejes vencer. Perder contra Gediguz no borra todas tus increíbles hazañas. Deja de pensar en eso y volvamos al país de los orcos. Tómame como tu esposa y regresa con la cabeza en alto. Sí, conmigo, tu esposa. ¡Voy a presumirlo a lo grande!

Con esas palabras en mente, Zell persiguió a Bash. Sin embargo, Bash no se detuvo. Siguió caminando como si estuviera huyendo incluso de Zell. Si aún fuera un hada, podría haberlo seguido con facilidad, pero como humana, apenas podía mantenerse a su ritmo. Si Bash continuaba así, tarde o temprano, Zell terminaría por perderlo de vista.

Pero Bash estaba herido por la batalla contra Gediguz. La sangre no dejaba de brotar de su cabeza, y las llamas negras habían quemado incluso sus pulmones. Para un orco, cuya resistencia era excepcional, quizás no fueran heridas letales… Pero tampoco eran heridas superficiales.

Poco a poco, Bash comenzó a reducir la velocidad.

¿Había caminado durante un día entero? Eventualmente, Bash entró en una cueva, como si estuviera escondiéndose de algo. Era una cueva oscura, quizás alguna vez habitada por un oso. Como si quisiera ocultar su figura en la oscuridad.

Fue allí donde Bash, finalmente, sucumbió tras quedarse sin fuerzas. Se dejó caer contra la pared, respirando con dificultad, y trató de sacar un pequeño frasco de su bolsillo. Sin embargo, el frasco se deslizó de sus manos, sin fuerza, y rodó por el suelo.

Y quien estaba en la dirección en la que rodó… era Zell. Ella se agachó para recoger el frasco y, al hacerlo, miró el rostro de Bash.

—Jefe, eso es…

Pero Bash no prestó atención al frasco. En cambio, cubrió su frente con la mano, tratando de ocultarla.

—No… esto no es…

Pero ya era demasiado tarde. Zell la había visto.

—Esa marca…

En la frente de Bash, brillaba un símbolo que Zell reconocía. Lo había visto varias veces durante la guerra. Era un emblema que aparecía en algunos orcos. Un símbolo que emergía en la piel de ciertos orcos cuando cumplían treinta años. Los orcos lo creaban artificialmente para utilizarlo en la guerra. Cuando la marca aparecía, el orco adquiría la capacidad de usar magia, y entonces se le llamaba «Mago Orco».

Pero cuando la marca no era creada artificialmente… Era vista con desprecio absoluto. Era la prueba de un cobarde que había huido constantemente de la batalla. La prueba de un orco que jamás había capturado a una mujer.

—……No lo mires…

Era la marca de la virginidad.

Arco 8. El Reino de las Hadas: La Bruja del Bosque —Fin.

Frizcop: ¡Aaaaaaaaah! ¡Qué mal! ¡Maldito Rifujin! Yo tenía claro que Bash no iba a vencer al Rey Demonio porque alguna trampa le iban a poner, pero…

Mierda. Qué penita.

Ahora tengo mis dudas. Todo lo que pasó con Carrot me dice que sí, pero ¿de verdad usó el Encanto? Actuó como si lo hubiera usado e incluso cuando se habla de Domino también se menciona la niebla rosa, pero, entonces ¿hubo la coincidencia de que al mismo tiempo que Carrot usó Encanto, también Bash obtuvo su emblema de virginidad? ¿Tal vez reconoció el emblema de la virginidad, y al verlo se sintió mal porque Bash no pudo convertirse en un orco hecho y derecho durante la guerra por estar ayudando a los súcubos? ¿O cuando vio emblema de la virginidad, recordó la historia del orco y la súcubo que se acostaron y que igualmente al orco le salió un emblema de virginidad, y pensó que alguna súcubo se acostó con Bash para pedirle comida o algo así, y por ende eso les hizo perder su orgullo?

Maldito Rifujin. Yo pensé que Bash iba a lograr su objetivo antes de convertirse en mago orco.

La voy a seguir leyendo/traduciendo, obviamente, y entiendo que todo el viaje de Bash le sirvió para crecer como persona… pero ¿en serio? Se siente que esos dos años viajando no sirvieron para nada…

Bueno, hasta aquí mi desquite. ¿Qué les parece a ustedes? Déjenme su opinión abajo en los comentarios.


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