La Historia del Héroe Orco
Capítulo 95. Héroe Contra Rey Demonio
Frizcop: Agradecimientos a ninetailsuchiha, qué es gracias a su apoyo, ahora tienen los dos caps del final del arco. Gracias de nuevo.
—Yo soy el Rey Demonio, Gediguz.
Quien habló primero fue Gediguz. Mientras decía eso, extendió su mano hacia un lado. En el espacio hacia donde apuntaba, la oscuridad se expandió, y de ella emergió una espada. Era un arma ostentosa, decorada con oro y gemas.
—¿Podremos ganar?, —preguntó Poplática.
—Sí, ganaremos, —respondió Gediguz.
Poplática tenía una confianza absoluta en Gediguz. Si él lo decía, entonces así sería.
Sin embargo, el orco frente a ellos era el Héroe Orco. En una raza como la de los orcos, donde la batalla lo era todo, solo aquel reconocido por todos los orcos como «el más fuerte» podía ostentar tal título. La mera existencia de alguien así era casi impensable.
Ojalá no esté subestimándolo, pensó Poplática. Más aún después de haberlo visto coqueteando con una humana. Según el sentido común de los démones, un guerrero que pierde el tiempo con mujeres es un blando. Pero ese individuo no era un luchador ordinario. De hecho, si un orco era capaz de cortejar a una mujer humana, eso significaba que poseía una gran perspicacia y prudencia.
Gediguz era el Rey Demonio. Poseía el mejor cuerpo y la mejor mente que un demonio podía tener. Había obtenido conocimientos y magia ancestrales y gobernaba la Federación de las Siete Razas. Se decía que era el demonio más fuerte, al punto de que ni siquiera cuatro de los más poderosos guerreros de las Cuatro Razas podían matarlo sin unir fuerzas. Ella quería creer que no podía perder, pero si su oponente era Bash, incluso sobrevivir parecía una esperanza lejana.
—Exguerrero de la Unidad de Boulder del Antiguo Reino Orco. El «Héroe Orco», Bash.
Bash inhaló profundamente. Estaba a punto de emitir su grito de guerra, el rugido que marcaba el inicio del combate. Pero antes de que resonara como un trueno, Gediguz habló.
—Antes de pelear, dime una cosa, orco. ¿Conoces el significado de la palabra goblin? ¿Y centauro? ¿O kobold?
Gediguz se adelantó a hablar. No era imposible que su intención fuera mermar el ímpetu de su oponente. Sin embargo, los nombres que acababa de mencionar ni siquiera Poplática los conocía. ¿De qué estaba hablando?
—No los conozco.
—…Ya veo.
¿Solo Poplática se sintió confundida por esa extraña pregunta? A su lado, Carrot también mostraba desconcierto, pero parecía estar más preocupada por el desarrollo del combate que por cualquier otra cosa. Observaba fijamente a Bash.
Gediguz no podía permitirse perder. Pero tampoco quería ver a Bash derrotado. Además, ¿quién era esa mujer que, desde el otro lado, cruzaba los brazos y los miraba como si fuera su amante? Con una expresión llena de emociones encontradas, Carrot observó a ambos combatientes.
—Entonces, luchemos.
—¡Grraaaaaaaaaaaaaaaahh!
El grito de guerra resonó por todo el campo de batalla. La lucha había comenzado.
■■■
El primero en atacar fue Bash. Cualquiera que hubiera desafiado a Bash a un duelo lo sabría: rara vez retrocedía o se tomaba el tiempo para observar a su oponente en el primer movimiento. A menos que su adversario fuera alguien que requiriera un enfoque más cauteloso, su estilo de combate consistía en un avance avasallador, casi como si buscara someter al enemigo desde el principio. Pero en esa ocasión, su embestida fue aún más feroz de lo habitual. Como si estuviera protegiendo a la mujer detrás de él… No, más bien, siendo un orco, era como si no quisiera que se la arrebataran.
Para ser Bash, se veía ansioso. Sin embargo, incluso así, seguía siendo el Héroe Orco. Su avance fue preciso, y su espada, como una violenta tormenta, se abalanzó sobre Gediguz.
Las técnicas con la espada de Gediguz eran elegantes. Su juego de pies, ligero como el de un hada, pertenecía a un estilo de esgrima transmitido entre los Altos Démones, conocido por su agilidad. Con un movimiento fluido, esquivó el ataque de Bash y, con la misma naturalidad, lanzó un contraataque.
Aunque su estilo era agresivo, Bash mantenía la calma. Sin recibir el golpe de lleno, desviaba las estocadas de Gediguz y se preparó para continuar su ofensiva. Giró su espada para lanzar un nuevo ataque cuando…
—¡Mgh!
Antes de que pudiera hacerlo, una bola de fuego apareció repentinamente detrás de Gediguz y se dirigió hacia él. No había habido ningún canto de conjuro. Por eso, Bash había asumido que tenía el tiempo para continuar su ataque. Su paso hacia adelante había sido medio paso más profundo de lo habitual, lo que significaba que no podía esquivar a tiempo.
O eso parecía.
En lugar de completar su golpe, Bash frenó su movimiento arrastrando la espada contra el suelo, usando la fricción para detenerse. Aprovechó el impulso para saltar hacia atrás. La bola de fuego le rozó el rostro y explotó a su lado con un estallido menor.
Era una explosión diseñada para cegar al oponente. Incluso si lo hubiera golpeado directamente, la sensación en su piel le indicaba que el daño no habría sido significativo. Bash, al instante, juzgó que la bola de fuego no tenía suficiente poder para preocuparle y volvió a lanzarse al ataque.
Sin embargo y como era de esperar, en su camino lo esperaban cuatro bolas de fuego más. No hubo canto de conjuro. Se materializaban en la espalda de Gediguz. Su método de creación era un misterio. ¿Estarían surgiendo de su ropa o de algún objeto oculto debajo de ella?
Bash no sabía exactamente cómo funcionaba, pero dedujo su origen al instante. Aun así, en lugar de intentar entenderlo, decidió avanzar, dispuesto a soportar el impacto. O eso parecía. En el último momento, barrió con su espada en un amplio arco.
Su ancha espada impactó las bolas de fuego, haciéndolas estallar.
Tres de ellas explotaron como meros destellos de distracción. Pero la cuarta no lo era. En el instante en que su espada la golpeó, detonó con una gran explosión, obligando a Bash a retroceder con pasos inestables.
Y desde detrás de la explosión, Gediguz se lanzó al ataque.
Bash no estaba sorprendido, menos en pánico. Su instinto le había dicho que entre las bolas de fuego había algo peligroso. Engaño y distracción: una táctica común entre los que usan la magia. Recordaba haber visto a Thunder Sonia emplearla también. En el pasado, solía caer en esas trampas y acabar con heridas graves, pero ya no.
Por eso, pudo reaccionar y contraatacar a Gediguz.
La explosión, que normalmente habría hecho tambalear a cualquiera, no fue suficiente para romper su postura. Bash blandió su espada en respuesta para parar la explosión de frente. Sin embargo, Gediguz tampoco cometió el error de exponerse demasiado. Viendo que Bash no se dejaba intimidar por la explosión, redujo la profundidad de su avance y desvió el ataque que venía con su propia espada.
Desviar un tajo con la espada era, en pocas palabras, una técnica sumamente avanzada. Los ataques de Bash eran como una tormenta violenta; cualquier espadachín sin la habilidad suficiente vería su arma destrozada al intentar desviar un golpe. Su oponente, sin embargo, empuñaba una espada formidable: una de las espadas mágicas que Gediguz había usado en vida. Su verdadero efecto permanecía oculto incluso para sus más cercanos subordinados, pero si la había elegido para enfrentarse a Bash, debía poseer alguna habilidad útil.
Mientras mantenía la distancia, Gediguz desplegó otra serie de hechizos. Cinco bolas de fuego y tres esferas de oscuridad flotaban a su alrededor. Cuando Bash avanzó, Gediguz disparó primero la esfera de oscuridad.
No estaba claro si Bash comprendía su naturaleza o no, pero las esquivó con un paso lateral. La esfera oscura explotó al impactar el suelo, cubriendo el área donde Bash había estado en una densa penumbra. Sin duda, era un método para cegar al oponente.
Un destello cegador con las bolas de fuego y una cortina de oscuridad con las bolas de oscuridad. Una táctica mezquina, más propia de un asesino que de un demon, y mucho menos de un rey demonio.
Pero nadie lo cuestionaba. Era evidente que Gediguz enfrentaba a su oponente sin subestimar en absoluto al Héroe Orco. La fuerza de ataque y la resistencia de Bash eran inmensas, además de su impresionante aguante y capacidad de recuperación. A pesar de su estilo de combate frontal, evitaba recibir golpes directos. Existen muchas formas de pelear en el cuerpo a cuerpo, pero enfrentarse a Bash, el epítome de un guerrero pesado, en un duelo de esgrima y magia directa, no era la mejor estrategia.
Y Gediguz, siendo un rey, no era ni un espadachín ni un hechicero. Su papel era elegir el mejor método de victoria entre las opciones disponibles. Un rey debía ganar todas las batallas.
Sin embargo, para ser una lucha que debía ganar, su estrategia parecía excesivamente pasiva. Bash no lograba abrirse paso, pero Gediguz tampoco lo hacía. Más aún, apenas parecía estar atacando en absoluto.
A pesar de la variedad de tácticas —bolas de fuego, esferas de oscuridad, polvo y ráfagas de viento—, en esencia, su enfoque se basaba en distracción, engaño y desgaste. Se acercaba bajo la cobertura de sus conjuros, intentaba lanzar un golpe y, al fracasar, se retiraba. Si realmente quisiera herir a Bash, la magia directa sería el método más eficiente. La Gran Archimaga Elfa Thunder Sonia, con su dominio del rayo, había logrado incluso llevarlo a una lucha de desgaste. Si Gediguz quisiera, podría utilizar una estrategia similar para arrinconar a Bash.
¿Por qué no lo hacía?
Lo lógico era pensar que la clave estaba en aquella espada. Bash también debía haberse dado cuenta de ello. Por eso, Gediguz intentaba alcanzarlo con su arma, pero fallaba cada vez. Y Bash, por su parte, titubeaba en su ofensiva porque percibía el peligro que representaba esa espada.
Gediguz intentaba derrotar a Bash con el menor esfuerzo posible. Solo necesitaba conectar un golpe. Para lograrlo, usaba la cantidad mínima de magia para distraerlo y lanzar ataques sorpresa. Pero Bash debía sobrepasar esas distracciones y acertar un golpe en Gediguz. No, más que eso: Gediguz además era un demon. Incluso si recibiera un golpe, no caería solo con eso.
Si se pensaba de esa manera, podría parecer que Gediguz estaba atacando constantemente a Bash. Pero ¿era realmente así? Bash no estaba forzando la situación. Conservaba su energía. Por otro lado, aunque el gasto de Gediguz no era excesivo, estaba usando magia una y otra vez. A pesar de ser un alto demon con vastas reservas de poder y resistencia, ¿realmente podría mantener ese ritmo?
Las batallas de resistencia eran la especialidad de Bash. Se había hecho famoso cuando mató al dragón en las Tierras Altas de Lemium… el evento conocido como la «Decapitación del Dragón». Sin embargo, su verdadero papel en la guerra siempre había sido otro: los combates de desgaste. Mientras otros caían exhaustos, Bash seguía en pie, aplastando los puntos clave del enemigo con su resistencia inagotable. Fue así como había salvado a innumerables guerreros en el campo de batalla: hombres lagarto, súcubos y muchos más debían sus vidas a él.
No había forma de que Bash se cansara en una simple lucha uno contra uno.
Gediguz había cometido un error en su estrategia. Esa idea comenzó a surgir en la mente de quienes observaban la batalla.
Por eso, nadie se percató de que la espada de Bash había empezado a reflejar la luz como un espejo.
■
El cambio ocurrió de repente.
Bash atacaba, y Gediguz desviaba sus golpes. Gediguz lanzaba ataques sorpresa desde la cobertura de sus distracciones, y Bash los evitaba.
El intercambio se repitió una y otra vez…
Hasta que, de pronto, Bash miró su espada. Con una expresión desconcertada, como si apenas se diera cuenta de que algo estaba mal.
Lo que vio fue una hoja que reflejaba su entorno como un espejo. Se suponía que era la espada que había usado durante tanto tiempo. Un arma suprema, antaño empuñada por el general demon Netherhanks. Una espada mágica irrompible. Una espada mágica démona que jamás debería romperse.
Y, sin embargo, tenía grietas.
—¿Qué…? Es imposible…
Bash miró la espada con incredulidad, que ahora se veía como un espejo.
En ese instante, el Héroe Orco mostró una apertura fatal. Se distrajo de una manera que no lo había hecho en años… ni siquiera cuando miraba los pechos de una mujer.
Gediguz se lanzó hacia él. Ya no blandía su espada con la misma gracia de antes. En algún momento había cambiado de arma. Ahora sostenía un mandoble con ambas manos y lo alzó por encima de su cabeza antes de descargarlo con fuerza sobre Bash.
Bash reaccionó. Alzó su espada agrietada para bloquear el golpe de Gediguz.
Se escuchó un estruendo, como si fuera cristal haciéndose añicos.
La espada de Bash se rompió en pedazos. El mandoble de Gediguz siguió su curso y golpeó la cabeza de Bash.
—…Ggh…
La frente de Bash se abrió de un tajo. Se tambaleó hacia atrás, sosteniéndose la herida mientras retrocedía varios pasos.
Gediguz no perdió la oportunidad. Avanzó de inmediato, envolviendo su mano derecha en llamas negras antes de lanzarla contra el abdomen de Bash.
Una explosión rugió en el campo de batalla.
Las llamas negras se desataron con furia, consumiéndolo todo a su paso. Densas nubes de humo oscuro se alzaron, cubriendo la escena. Era la magia de fuego negro démona, muy superior al fuego usado por humanos y elfos. Su calor abrasador atravesaba incluso las más altas resistencias y reducía todo a cenizas.
Cualquier orco común habría muerto en el acto. Por más resistente que fuera su raza, su resistencia al fuego no era particularmente alta.
—…¿Eh? ¿Sir Bash…?
Carrot dejó escapar un jadeo incrédulo. ¿Era posible que Bash…?
—Aún no. Fue lanzado hacia atrás por la explosión.
Poplática negó con la cabeza. Detrás de Bash, había un manantial.
Bash poseía un juicio extremadamente preciso y reflejos rápidos. En el instante en que sintió que su cuerpo ardía… no, probablemente ya había considerado la posibilidad de lanzarse al agua desde el momento en que Gediguz mostró por primera vez su magia de fuego.
El humo comenzó a disiparse.
Las llamas habían calentado el lago, y una densa niebla se alzaba sobre su superficie. En medio de aquella visión borrosa, se erguía la silueta de un orco. No, más bien, un orco estaba de pie en la orilla poco profunda del lago, sujetándose la frente con una expresión de asombro.
Era Bash. Como era de esperar, un ataque de ese nivel no bastaría para acabar con él. Si algo así hubiera sido suficiente, Bash no habría sobrevivido a su batalla contra el dragón, mucho menos lo habría derrotado.
Sin embargo, la espada de Bash se había hecho añicos. Se había roto aproximadamente en un tercio de su hoja, dejando poco más que el mango. Ya no podía servirle como arma. Bash era un espadachín excepcional, y perder su espada reducía significativamente su capacidad de combate.
La espada de Bash era un arma démona, y Gediguz sabía cómo destruirla. Usó un tesoro del Rey Demonio: la Espada Selladora de Magia. Con ella, eliminó la marca encantada en la hoja de Bash, debilitándola lo suficiente para romperse con el impacto. Y así, su estrategia quedó clara: desarmar a Bash y rematarlo cuando estuviera indefenso.
Pero su oponente era Bash, el Héroe Orco. Que perdiera su espada no significaba que su fuerza de combate se desplomara. Incluso desarmado, seguía siendo un formidable guerrero. Los orcos eran una raza así. Su destreza en combate cuerpo a cuerpo ya había quedado demostrada un año atrás, en la batalla del Árbol Sagrado de la gente bestia, donde su fuerza superó con creces la de Carrot.
Entonces, ahora comenzaba el verdadero combate.
—Gulp…
Poplática tragó saliva, sintiendo sus manos sudorosas mientras observaba nuevamente a Gediguz. No creía que su líder estuviera bajando la guardia, pero si ese fuera el caso, debía advertirle. Sin embargo, al ver la expresión de Gediguz, se tranquilizó. En su rostro no había ni un atisbo de despreocupación, solo una serena determinación mezclada con la tensión de quien sabe que sigue en peligro de muerte. Era lógico. Gediguz era un rey curtido en la guerra. No cometería el error de confiarse ante una bestia herida. Sabía que la verdadera batalla a muerte comenzaba ahora.
—Héroe Orco, Bash… —Por eso, le dirigió la palabra. Gediguz quería enfrentarlo en aquello en lo que más sobresalía—. Te valoro mucho. He escuchado de tus hazañas incluso después de mi muerte. A lo largo de la historia, han existido varios héroes orcos, pero ninguno como tú.
Los démones, y especialmente Gediguz, conocían bien su propio valor. Él había sido un Rey Demonio, perteneciente a la raza más poderosa del continente. A pesar de haber caído en combate, fue el artífice que casi puso fin a una guerra de larga data que había estado estancada.
Y los orcos sabían que los démones los miraban con desprecio. Sabían que no podían vencerlos en combate. Precisamente por eso, ser reconocidos por un demon era el mayor honor que podían recibir, un golpe directo a su orgullo.
—Únete a mis filas. Pelea a mi lado contra la Alianza de las Cuatro Razas. A cambio, te concederé cualquier cosa que desees.
Incluso el Rey de los Orcos en su momento había accedido a unirse a la Federación de las Siete Razas tras escuchar palabras similares. Pero, por supuesto, el proceso no había sido sencillo. Muchos orcos se habían opuesto a someterse a los démones. La mayoría exigió una prueba de fuerza, y la mitad de ellos murió combatiendo. También los démones pagaron un alto precio en bajas.
Los orcos no aceptaban someterse sin más. Antes que aceptar la derrota, preferían morir. Cuando un orco decidía luchar hasta el final, peleaba hasta su último aliento. Un orco que sabía que iba a morir era la criatura más valiente, persistente y feroz de todas las razas.
Por eso, simplemente vencerlos no era suficiente. Antes de la batalla, había que hacerles pensar que perder quizás no sería tan malo.
Al hacerlo, el duelo de los orcos cambiaba. Dejaba de ser un combate a muerte en el que perderlo todo era la única consecuencia, para convertirse en una prueba de fuerza destinada a evaluar si el oponente era digno de someterlos. Gediguz utilizaba las palabras para cambiar la percepción de su adversario.
Por supuesto, no había falsedad en sus palabras. Si lograba hacer de Bash su subordinado, si conseguía que el Héroe Orco lo siguiera, entonces los orcos recuperarían su lugar en la Federación de las Siete Razas. El Héroe Orco era la figura que encarnaba el respeto y el orgullo de su pueblo. Si se convertía en un subordinado directo del Rey Demonio, en un líder dentro de la alianza, los orcos encontrarían en ello una reafirmación de su dignidad.
Vencer a Bash en este momento significaba recuperar la combinación de orcos y hadas. Aunque otros démones miraban con desprecio a ambas razas, Gediguz siempre había valorado su alianza.
—¿Qué dices? —Gediguz pronunció estas palabras sin bajar la guardia. Mantenía la magia en su mano, listo para lanzar el siguiente ataque en cualquier instante.
Su adversario era el Héroe Orco. No se rendiría solo porque su espada se hubiera roto o porque le ofrecieran un trato tentador. Aún quedaba otra batalla por librar. Solo después de superarla, Gediguz podría tomar a Bash bajo su mando. Esa era la victoria ideal que había planeado.
—……
Pero no obtuvo respuesta de Bash. Gediguz frunció el ceño con desconcierto.
No recibió las palabras que esperaba.
«No me subestimes.», «¿Crees que ya has ganado?», «No me hagas reír.», «Dilo después de haberme derrotado.»…
Había supuesto que Bash respondería con algo por el estilo…
El humo y el vapor comenzaban a disiparse.
—¿……?
Bash seguía allí. Como antes, sujetándose la frente ensangrentada, con los ojos desorbitados por el desconcierto mientras miraba a su alrededor. Su espada rota seguía en su mano. Sus labios se movían de manera casi imperceptible, murmurando algo para sí mismo.
A simple vista, su herida en la cabeza parecía profunda, pero no podía considerarse fatal para un orco. Él era el famoso Héroe Orco, después de todo. Un corte como ese apenas debía afectarle. No era más que una herida superficial en el contexto de un combate real.
Y sin embargo… algo faltaba. Algo crucial. ¿Era su determinación? ¿Su sed de sangre?
—¿Qué ocurre, Héroe Orco?
Gediguz murmuró con sospecha mientras avanzaba un paso. Bash se estremeció y, de inmediato, retrocedió dos, tres pasos.
—¿Qué pasa? ¿No vas a atacarme? ¿O acaso me temes?
—Uh… Wo… Ooo…
Era una provocación burda, una que un orco jamás dejaría pasar. Bash debía haber sentido la necesidad de responder, de llenar sus pulmones y soltar un grito de guerra…
—……
Pero su rugido nunca resonó.
En su lugar, Bash dejó escapar un sonido ahogado, como si se le hubiera escapado el aire. Apretándose aún más la frente, comenzó a alejarse de Gediguz, moviéndose hacia la otra orilla del lago.
¿Qué pretendía? ¿Cuál era su objetivo?
Ni siquiera Gediguz pudo comprenderlo, por más que lo pensara. Desde su perspectiva, Bash simplemente había dado la espalda y huido aterrorizado.
—¿……? —Gediguz apuntó con su dedo hacia la espalda de Bash. En su punta comenzó a concentrarse una cantidad abrumadora de energía mágica, una magia de altísima densidad que nunca podría haber acumulado en medio de un combate intenso. No cabía duda de que aquel hechizo definitivo poseía un poder destructivo capaz de atravesar incluso las escamas de un dragón.
Si el oponente mostraba una abertura, lo correcto en el campo de batalla era asestarle el golpe más letal posible.
Bash no daba señales de haber notado nada. A pesar de ser un héroe, seguía siendo un orco y no parecía poseer herramientas para resistir un ataque de esa magnitud. Tampoco había señales de que estuviera preparando alguna trampa.
Por primera vez en mucho tiempo, Gediguz se encontraba confundido. Se preguntaba si realmente debía disparar.
Aquel orco había compartido momentos íntimos con una mujer humana. Un Héroe Orco, nada menos. Se había adaptado a los tiempos. Podría decirse que era el símbolo de la nueva generación de orcos. ¿De verdad debía acabar con él? Si lanzaba ese ataque, ¿no significaría la extinción de los orcos?
Sin embargo, desechó esa duda al instante.
Matar a Bash no era la victoria ideal, pero había contemplado la posibilidad de que Bash eligiera luchar hasta el final. En ese caso, sería imposible obtener la victoria sin sufrir heridas. Sin embargo, si disparaba ahora, podría ganar sin recibir un solo rasguño. Una victoria segura.
Tomando su decisión, Gediguz lanzó la energía acumulada en su dedo.
—¡Detente!
De repente, alguien irrumpió en la trayectoria del ataque.
Con su mano derecha, la persona conjuró una barrera mágica que bloqueó el ardiente rayo negro de Gediguz. La barrera resistió unos segundos, pero finalmente se desvaneció, permitiendo que el rayo atravesara el torso de la persona y se estrellara contra el lago.
Una gran explosión sacudió el lugar, cubriendo todo con una densa niebla de vapor.
—Era un combate uno a uno… ¿Por qué interferiste, bruja Carla?
—Ji, jijí, ijijijijijí… —Era la bruja. Observando el agujero humeante en su abdomen, la mujer soltó una risa burlona—. Jijí, no deberías dispararle a alguien que está huyendo, oh gran Rey Demonio.
—¿Huyendo… dices?
—¿Acaso no es obvio para cualquiera que lo haya visto?
—Y aun si lo fuera… ¿por qué lo protegiste?
— Ijijijí… Porque lo vi.
—¿……?
—Yo… Odio a los orcos. Son unos bastardos que me trataron como si fuera un juguete. Son enemigos de las mujeres… Pero, jijí… siempre hay excepciones. —Las heridas de la bruja parecían mortales. Su voz se iba debilitando con cada palabra—. Ahora entiendo por qué Caspar lo envió aquí… Ya veo… Ese pervertido quería que lo viera… Quería que lo supiera… Quería decirme: «esto es lo que yo considero valioso»… —Su voz se convirtió en un murmullo casi delirante—. ¡Así que esto es amor…!
Tal vez, si le hubieran rociado polvo de hada de inmediato, sus heridas habrían sanado. Sin embargo, nadie intentó salvarla, y ella misma parecía no tener intención de sobrevivir.
—Pensé que nunca querría saber algo así… pero esos dos parecían niños. No saben nada sobre el amor, pero aun así quieren amar y ser amados… Al verlos, me encontré animándolos… Qué cosa más ridícula. Es absurdo… Que los orcos, esos mismos que secuestraban mujeres en el campo de batalla y hacían con ellas lo que querían, ahora hablen de amor… —Un hilo de sangre fluyó de la boca de la bruja, pero eso no la detuvo. Los moribundos siempre han sido habladores—. Pero… la expresión en su rostro al final… Eso era una prueba irrefutable… —La bruja sonrió. No con su habitual expresión burlona, sino con una sonrisa de autodesprecio… aunque al mismo tiempo, parecía un poco satisfecha—. Cuando me di cuenta, ya había saltado al frente…
Gediguz dirigió su mirada hacia Bash. Sus movimientos le inquietaban. No creía que un Héroe Orco pidiera ayuda en un duelo uno a uno. Además, ni siquiera habían tenido tiempo para planear algo así. Pero ahora que Gediguz se había detenido, Bash tenía una clara oportunidad. Sin embargo, no llegó ningún ataque.
—¿Qué estaba haciendo…?
Con esas últimas palabras, la bruja cayó pesadamente al suelo.
La niebla de vapor se disipó. El lago quedó al descubierto… pero Bash no estaba allí.
Había tenido la oportunidad de atacar, pero cuando el vapor se despejó, no quedaba nadie.
Bash había desaparecido por completo. Lo mismo la mujer humana que estaba con él hasta hace unos momentos.
Los minutos pasaron. Nada ocurrió. Solo el viento soplaba.
El silencio se adueñó del lugar.
Gediguz miró una vez más el cadáver de la bruja. Sus palabras podrían haberse interpretado como arrepentimiento, pero su tono no reflejaba tal sentimiento. En el campo de batalla, este tipo de muertes eran comunes. Muchos solían pronunciar alguna queja antes de morir… pero en sus rostros se podía ver la satisfacción de haber cumplido con algo. La mayoría de ellos habían muerto protegiéndolo a él. En sus últimos momentos, lograban realizar algún acto significativo o confiaban algo a alguien antes de partir.
No sabía qué había querido confiarle la bruja a Bash al interponerse en el ataque, pero Bash era un orco de la nueva generación. Tal vez, algo le había sido encomendado.
Pero eso ya no importaba. Bash ya no estaba allí. Le había dado la espalda al campo de batalla y se había ido. Su cuerpo temblaba levemente mientras avanzaba, sin fuerzas, tambaleándose.
…Había huido, derrotado.
—Vaya decepción.
La voz que rompió el silencio provenía de una figura flotando junto al rostro de Gediguz. Era un hada. Gale, el líder de las hadas, inclinó la cabeza mientras miraba en la dirección por la que Bash había desaparecido.
—¿Qué le habrá pasado? ¿No se sentía bien? No recuerdo que fuera así antes… Ah, pero no te equivoques. Durante la guerra, Bash era increíble.
—Lo sé. El Héroe Orco… Un orco valiente que nunca retrocedía, sin importar cuán adversa fuera la batalla. Incluso antes de mi muerte, ya había oído hablar de sus hazañas. Tal vez… solo tal vez, otro orco se hizo pasar por él.
Incluso Gediguz admitía que diferenciar a los orcos, especialmente a los orcos verdes —que eran los más numerosos—, no era fácil. Y si se trataba de alguien a quien nunca había visto antes, o cuyo rostro no recordaba, era aún más difícil. Hasta ahora, había identificado a Bash por su vestimenta, su equipo y su propio testimonio. Pero si alguien quería hacerse pasar por él, no sería difícil conseguir un equipo similar. Desde el principio, el hecho de que estuviera tan cerca de una humana ya era sospechoso.
—Yo diría que era el verdadero…
—He oído que el Sabio Caspar usaba un hechizo llamado Disfraz. La bruja Carla era su discípula. Tal vez lanzó ese hechizo sobre algún don nadie y lo hizo pasar por Bash…
Carla había muerto. Según la información que poseía Gediguz, ella era una prodigiosa maga humana que, en su momento, fue capturada por los orcos. Incluso después de ser rescatada, permaneció en el ejército, creó numerosos hechizos y se convirtió en uno de los pilares de la estrategia mágica de los humanos. Si se consideraba el motivo que la impulsaba, no sería extraño pensar que transformó a alguien en la figura del Héroe Orco, con la intención de vengarse de los orcos… Y que, para asegurarse de que esa venganza se llevara a cabo, sacrificó su propia vida para protegerlo.
La verdad era un misterio, pero si se veía desde esa perspectiva, todo tenía sentido.
—Sea como sea…
Incluso Gediguz tenía cosas que no podía comprender si carecía de información. Mucho menos sobre los movimientos de un orco errante o un humano que vivía en el exilio. No tenía forma de saber qué habían estado haciendo esos dos.
—Si tú dices que era Bash, entonces así será. —Así que simplemente declaró los hechos con frialdad.
—Esta es mi victoria.
—Sí. Bash resultó ser más débil de lo que pensaba, pero… una promesa es una promesa. Nosotros te obedeceremos, Gediguz.
Así, el Héroe Orco fue derrotado, y las hadas volvieron a quedar subordinadas de los démones.
■■■
Poplática y Carrot observaron toda la batalla de principio a fin.
—¿De verdad… huyó? —El murmullo de Poplática resonó de manera extrañamente fuerte. No podía creerlo. Solo se le había roto la espada, solo tenía una herida en la frente. Gediguz ni siquiera se había puesto serio. Justo ahora era cuando el Héroe Orco, aquel que había derrotado incluso a la Gran Archimaga Elfa, debía demostrar su verdadera fuerza—. ¿O deberíamos decir que Sir Bash decidió retirarse?
—……
—Bash no se retiraría por algo así… ¿Había alguna razón? Algo se sintió extraño al final. Tenía su espada mágica irrompible, pero… como dijo Lord Gediguz, ¿era otra persona a la que la bruja transformó en su imagen?
—……
—Carrot, ¿tú qué opinas?
Poplática expresó su duda, pero Carrot no respondió. Simplemente miraba, atónita, en la dirección en la que Bash había desaparecido.
Sus labios temblaban. No, no solo sus labios. Sus rodillas también temblaban, y su rostro estaba pálido como un cadáver. La batalla había sido extraña. Que la bruja irrumpiera sin previo aviso era un misterio, al igual que la aparición de aquella mujer humana. Pero, ¿qué era lo que la había conmocionado tanto?
—Carrot…
—Yo… renuncio…
—¿Eh?
Carrot comenzó a caminar tambaleante hacia el bosque. No parecía dirigirse a un lugar en específico. Más bien, transmitía la sensación de que solo quería alejarse, desaparecer de ese sitio.
—Hagan lo que quieran…
—¿Por qué dices eso tan de repente?
Carrot no respondió. Simplemente siguió alejándose de la vista de Poplática.
—Espera, ¿qué te pasa?
—…… —Carrot no contestó. Caminó con paso inestable hasta adentrarse en el bosque y desaparecer.
Su reacción fue tan repentina, su cambio de actitud tan inesperado, que incluso Poplática no supo cómo reaccionar. Solo pudo observar cómo se alejaba.