Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 7 Invierno del Decimoquinto Año Parte 5

En el calor del verano, nada superaba un vaso frío de agua infusionada con frutas después de un baño; en el frío del invierno, en cambio, no había mejor final para una sesión de sauna hasta el borde del colapso que lanzarse a la nieve. Soltarse tras llevar la resistencia al límite era simplemente divino. La sensación de que todo ese calor desaparecía en un instante dejaba la mente más clara que el agua más pura.

—¡Uff, qué frío!

—¡Ja, ja, podría acostumbrarme a esto!

Incluso en invierno, los baños de vapor de Konigstuhl funcionaban con regularidad. Me uní a los hombres del cantón —no iba a quedarme con los niños ahora que era legalmente un adulto— para sudar la suciedad de la vida diaria. La rara tormenta de nieve nos permitió evitar el habitual chapuzón en el río y, en su lugar, disfrutar de una experiencia más fresca en un mar de blanco. Todo esto era nuevo para mí: había visto la nieve amontonarse en la capital, pero obviamente no iba a revolcarme en los patios de los baños públicos de la corona.

Y vaya si lo estaba disfrutando. Tan molesta como era la nieve, casi podía aprender a amarla gracias a esta sensación refrescante. Ahora entendía por qué Mika añoraba los inviernos de su tierra natal cada vez que íbamos a los baños. Saltar a los ríos y baños fríos era genial por sí mismo, pero había una suavidad indescriptible en el frío de la nieve que era totalmente nueva para mí.

Junto con los otros hombres del pueblo, retozaba en la nieve como si hubiésemos vuelto a ser niños. Corríamos y nos lanzábamos bolas de nieve hasta que el frío se hacía demasiado intenso, momento en el que volvíamos corriendo a la casa de baños. Se suponía que esto activaba el sistema nervioso simpático y ayudaba al cuerpo a regularse, pero, en resumen, se sentía bien, así que era bueno.

Nos apiñábamos alrededor de los fogones, echando más agua para disfrutar del vapor que desprendían. Después de un rato, cuando ya me sentía bien cocido, alguien se sentó a mi lado.

—Oh, —dije—. Qué gusto verlo.

Era el viejo dvergr que dirigía la herrería de Konigstuhl. No parecía haber envejecido ni un día desde que dejé el cantón. La única diferencia notable era que su barba era un poquito más grande.

O, bueno, lo había sidocuando lo vi por primera vez tras mi regreso. El aire era tan húmedo aquí que su magnífica melena se había reducido a un harapo mojado y desaliñado.

—Igualmente, Erich. Por cierto, terminé los ajustes que me pediste.

—¿Ya? Veo que sigue trabajando tan rápido como siempre. Muchas gracias.

Mientras se «rascaba» la espalda con una rama de abedul —se golpeaba con tal fuerza que más bien parecía un castigo—, el herrero me informó que mi pedido estaba listo. La verdad, una de las primeras cosas que hice al volver a casa fue pasar por su taller para pedirle que revisara mi equipo.

Mi armadura no estaba destrozada ni nada por el estilo, pero yo había crecido un poco y empezaba a sentirla ajustada en los hombros. Le pedí que la ajustara a mis proporciones actuales, y terminó antes de lo que esperaba.

Eso demostraba que su experiencia fabricando equipo para aventureros y mercenarios en la ciudad no era solo fachada. Cuando llevé mi armadura maltratada a reparar tras aquel fiasco en las alcantarillas hace un par de años, el hombre del gremio de herreros de Berylin quedó profundamente impresionado con su trabajo.

Aunque los materiales usados en mi armadura eran bastante comunes, el artesano quedó maravillado con el compromiso del herrero de Konigstuhl de no tomar atajos; comparó los eslabones de la cota de malla con la suavidad de una tela.

Como profano en el tema, no había apreciado su destreza, pero al parecer las curvas del cuero estaban moldeadas con una precisión impecable para desviar las cuchillas entrantes. Según el reparador, era lo mejor que se podía conseguir en equipo sin encantamientos.

Lo que más destacaba era el sistema de ajuste. El herrero de Konigstuhl había diseñado mi armadura pensando en el crecimiento futuro, y aunque eso no era inusual, la forma en que lo implementó captó la imaginación del reparador. Sospechaba que había examinado la armadura con tanto detalle porque quería descifrar su técnica para aplicarla en su propio trabajo.

La capital no tenía mucha producción manufacturera, pero contaba con un buen número de herreros especializados en espadas y armaduras. La razón era simple: una cuestión de poder. La corona y su ejército realizaban grandiosos desfiles cada cierto tiempo, y tanto en eventos sociales como militares, los nobles en pugna encargaban equipo de forma regular. Incluso en tiempos de paz, la capital estaba llena de maestros herreros.

Aunque la mayoría del equipo forjado allí rara vez se usaba en combate real, la armadura estaba diseñada para proteger al portador a toda costa, y las espadas, afiladas para atravesar enemigos y equipo por igual. Que un maestro herrero de una ciudad como Berylin —sabía que Lady Franziska daría fe por mí, pero no esperaba que fuera con el líder del gremio de herreros— quedara impresionado con el trabajo del herrero de Konigstuhl decía mucho.

—Pero sí que le has dado buen uso, chico.

—¿Puede notarlo?

—Por supuesto que sí. Cortes, abolladuras, marcas de rozaduras de flechas… Con solo pasar la mano por el cuero, puedo decir que has sufrido casi todas las heridas conocidas por el hombre. ¡Diablos, parece que hasta te han golpeado con magia! ¿Qué cosa, en el nombre de la Diosa, has estado haciendo?

—Ja, ja, ja… Eh, muchas cosas, supongo.

A pesar del baño de vapor, sentí mis mejillas enrojecerse. Había pasado por muchas situaciones en las que mi habilidad no era suficiente para salir ileso sin depender de mi armadura.

Pensándolo bien, realmente me había estado exigiendo demasiado.

De niño, había luchado contra un ogro demonio en la mansión junto al lago. Luego, enfrenté a una banda de mercenarios antes de adentrarme en un laberinto de icór creado por una espada demoníaca —no,note estoy llamando, deja de meter pensamientos en mi cabeza—, solo para terminar arrastrado por la capital como mayordomo de Lady Agripina y, después, sufrir una racha de mala suerte en el camino de regreso a casa. En todas esas situaciones, recibí golpes que no pude bloquear o esquivar: cada vez, mi armadura fue lo que me mantuvo con vida. Por más herido que estuviera, el trabajo del herrero siempre evitó que cayera del todo.

La única excepción había sido mi encuentro subterráneo con el lunático de alto rango en las alcantarillas de Berylin… pero eso era una excepción entre excepciones, así que no contaba. Incluso si hubiera gastado cientos de dracmas en la mejor armadura de placas que el dinero pudiera comprar, dudo que eso me hubiera ayudado a soportar su ataque.

Mi estilo de combate era el de un espadachín ágil: esquivar y parar eran mis principales defensas, y la armadura era la última capa de protección cuando eso fallaba. No podía estar más agradecido por lo que tenía. Con la cantidad de emboscadas que sufrí mientras trabajaba como guardaespaldas de una noble, esos parches de cuero me salvaron la vida más veces de las que podía contar. La constante amenaza de mis rivales de muchas patas que acechaban en las sombras significaba que habría acabado con un cuchillo en las entrañas de no haber estado siempre equipado.

—Pero oye…

El herrero me agarró del hombro con fuerza. Sorprendido, me giré para encontrarlo mirándome con la misma mirada escrutadora que usaba al evaluar sus obras terminadas.

—Mira, no voy a soltar un discurso sobre lo sano que te ves, pero ¿dónde demonios están tus cicatrices?

—¿Eh?

Completamente desconcertado, me giró bruscamente y comenzó a revisarme de arriba abajo. Pasó un dedo por mi piel como si intentara hacer memoria.

—Como aquí: algo te apuñaló con suficiente fuerza para rasgar tu subarmadura, pero no veo ni una sola marca en tu cuerpo. O tus hombros: el acolchado estaba tan destrozado que pensé que tendrías las articulaciones rígidas, al menos. Pero sobre todo, mira este brazo izquierdo: por el estado de la armadura, pensé que te lo habías arrancado de cuajo.

Después de las reparaciones en la capital, yo mismo no había notado que la armadura había quedado destruida. Pero el ojo experto del maestro artesano era más agudo, y pudo ver con claridad por todo lo que había pasado.

—Ni siquiera veo rastros de que te hayan cosido. Incluso la curación mágica deja marca, ¿sabes? Pero tú tienes la piel de una princesa, chico.

—Bueno, resulta que conozco a un buen doctor.

De hecho, conocía a varios «doctores» bastante sobreprotectores… si es que repartir caprichosamente «medicina» sobrenatural podía considerarse un acto de protección, claro. Por desgracia, su intromisión significaba que carecía de cualquier cicatriz de batalla impresionante.

A este ritmo, nunca podría hacer lo clásico: ya fuera en el baño o en la cama, jamás tendría la oportunidad de decir la atemporal frase «¿Oh, esto? Me lo hice cuando…». ¡Presumir de mi dureza en situaciones sensuales era uno de mis sueños, maldita sea!

Siempre fui un gran fan de la dureza sutil en los juegos de rol, así que las cicatrices tenían un lugar especial en mi corazón. Hasta el día de hoy, podía recordar lo emocionado que había estado cuando el Maestro del Juego recordó las cicatrices de mi personaje y las incorporó en una escena. Pero con la situación actual, solo parecía un chico normal y saludable. Por mucho músculo que estuviera ganando, estaba lejos de estar esculpido. En lo personal, me habría encantado ser tan corpulento como esos marines interestelares que ataban motosierras a sus armas.

Frizcop: ¡Oh, Warhammer 40k reference!

—¡Espera, ¿estás hablando de tus aventuras?!

Aparentemente, Heinz había escuchado parte de nuestra conversación. No era de los que se quedaban fuera de cualquier charla sobre aventuras, así que se acercó corriendo con la nieve todavía pegada a su ropa.

…Vaya. Viéndolo bien, mi hermano estaba bastante bien formado. La relativa prosperidad de nuestra familia nos permitía una dieta bastante nutritiva, y tanto mi madre como mi cuñada solían preparar comidas balanceadas. Sumado a su vida de trabajo en los campos y en la casa, tenía todos los ingredientes para un físico envidiable.

Y no era solo él: todos en la Guardia de Konigstuhl parecían tipos duros de verdad, con cicatrices que despertaban la curiosidad de cualquiera; especialmente Sir Lambert. Estaba sentado a poca distancia, soportando el calor de la sauna con una calma meditativa. Sin embargo, incluso con los ojos cerrados, su presencia era simplemente imponente. Sabía que era una buena persona, y aun así, sentarse junto a esa montaña de hombre era intimidante.

Sus pectorales eran como roca sólida, sus hombros más firmes que una viga de acero; su torso robusto servía de cimiento para cargar su gran masa, y sus piernas eran pilares de mármol que lo sostenían. Cicatrices y suturas surcaban su piel, contando historias de flechas, quemaduras y caídas dolorosas. Aunque estaba inmóvil y en silencio, su cuerpo transmitía con fuerza el poder que albergaba.

¿Cómo podía llamarme a mí mismo un chico—ignorando mi edad total por un momento— si no aspiraba a ser como él? Ugh, deseaba tanto parecerme a él; yo también quería recorrer el plano mortal con la complexión de un dios de la guerra.

Mientras relataba los eventos que habían llevado al estado de mi armadura al herrero y a mi hermano, no podía evitar lanzar miradas furtivas a Sir Lambert. Pero, por alguna razón, tenía la extraña sensación de que en algún lugar alguien estaba gritando: «¡Por favor, quédate como estás!».


[Consejos] La mayoría de los reemplazos arcanos de extremidades dejan una marca, pero hay algunos métodos que no. Ciertos hechizos y milagros funcionan transfiriendo heridas a otro lugar o haciendo que la lesión inicial «nunca haya ocurrido»; en estos casos, no hay herida que deje cicatriz.


Por alguna razón, el río Kanda [1] apareció en mi mente… ¿pero por qué? Tenía la corazonada de que estaba relacionado con mi vida pasada, pero no lograba precisar cómo. Últimamente, tenía muchos problemas para recordar estas cosas; la memoria se deteriora rápido cuando no se usa.

Era en momentos como este cuando realmente envidiaba a las razas con blocs de notas inmutables integrados en sus cerebros, sin riesgo de que la tinta desapareciera de la página. Que un término viniera a mi mente sin saber por qué era relevante resultaba terriblemente frustrante.

Sin embargo, misteriosamente, el conocimiento técnico parecía permanecer accesible, y una vez que recordaba algo, varias ideas relacionadas solían llegarme poco después. Que esta vez no pudiera recordar significaba probablemente que era un dato trivial sin importancia.

—¿Ocurre algo?

—No, no te preocupes.

Margit me miró con la cabeza ladeada, curiosa; la cubrí con un manto y la levanté en brazos. Humedecido por el vapor del baño, su cabello, que normalmente llevaba atado, caía lacio y llamativo. La había envuelto en una gran capucha para protegerla del frío, pero eso solo añadía un aire encantador a su presencia: algo en los mechones sueltos escapando del manto me tocaba el corazón. Una nueva versión de «muestra, no cuentes», supuse.

Las mujeres del cantón habían tomado su turno en los baños después de los hombres, y Margit me había pedido que fuera a recogerla cuando terminaran. El baño estaba en un lugar pintoresco junto al río, pero quedaba algo alejado del cantón, lo que hacía difícil volver a casa para una pequeña aracne.

No es que la nieve estuviera tan profunda como para sepultarla, ni que alguien tan ligera como ella no pudiera mantenerse sobre la superficie distribuyendo su peso en sus ocho patas. Estaba contribuyendo bastante a la temporada de caza invernal, y jamás insinuaría que no podía moverse con soltura en la nieve.

Sin embargo, la debilidad inherente de su especie al frío era otra historia, especialmente después de haber pasado tanto tiempo en un baño caliente. Salir a un clima gélido tras aclimatarse al calor y con el cabello aún húmedo era una receta segura para enfermarse.

Así que, siguiendo una lógica natural, decidió llamar a alguien para que la llevara a casa. Convirtiéndome en su taxi humano, minimizaría su contacto con la nieve helada y llegaría antes para secarse adecuadamente.

Justo cuando fui a recogerla, me crucé con el padre de Margit cargando a su esposa y a la nueva heredera de la casa, su hija menor. Mientras se alejaban, recibí un dato bastante insidioso: pasarían la noche en su cabaña de caza.

Frizcop: Confirmamos que habrá coito, gente.

—Ahh, —suspiró Margit, aferrándose a mi cuello y acurrucándose tanto en mi capa como en la suya—. Siempre eres tan cálido.

—Cualquier mensch se sentiría cálido desde tu punto de vista. Además, no es solo cosa mía, hoy tengo calefacción.

Llevaba algunas bolsas térmicas en mi bolsillo interior para combatir el frío. Eran simples saquitos de algodón con rocas ígneas calientes dentro, pero unas cuantas hacían maravillas contra los elementos. Eran indispensables para cualquiera que caminara en los meses de invierno.

Claro, podría haber activado una barrera mágica, pero ¿por qué desperdiciar maná? Además, quería sentir el aire fresco en la piel mientras caminábamos de regreso.

—¿De verdad? Pero tu calor es mi favorito, Erich. Me gustaría llevármelo a casa si pudiera.

—Me honras demasiado, mi señora… Pero, ya que te estoy llevando, creo que eso ya es cierto.

—Oh, supongo que tienes razón.

Rio entre mis brazos mientras mis pisadas crujían en la nieve. Al llegar, tendría que encender la chimenea, secar su cabello con una tela y luego calentar esa misma tela junto al fuego. Podría simplemente usar un hechizo para secarlo en un instante, pero eso sería hacer trampa. Una dama me había pedido que le secara el cabello, y cumpliría con la petición de la manera tradicional; llamémoslo hospitalidad caballeresca.

—Jee, jee, —rio Margit—. Me pregunto cuántas oportunidades tendremos para disfrutar de un baño relajante cuando la nieve se derrita y partamos.

—Cuando queramos, seguro. La Corona administra baños públicos en Marsheim, ¿sabes?

—Oh, pero no me refería a eso. El viaje a Marsheim será largo, ¿no? ¿Acaso se puede culpar a una chica por preocuparse por el camino que nos espera?

Mientras yo avanzaba por la nieve, comenzamos a hablar del futuro que aguardaba tras su deshielo. Las ventiscas aún azotaban la región, pero tarde o temprano, la Diosa despertaría de su letargo.

Y cuando lo hiciera, partiríamos hacia la frontera. Margit había renunciado a su herencia sin dudarlo, y su madre había sido igualmente breve al dejarla partir, pero abandonar este pequeño y acogedor cantón seguía siendo un sacrificio enorme.

Después de todo, yo apenas había regresado y ya me costaba marcharme.

Por ahora, nos empapamos de la vista de nuestro hogar para no olvidarlo. Lentamente y en silencio, como las gotas de hielo que aún colgaban de su cabello.


[Consejos] En la tradición rhiniana, que un hombre cuide el cabello de una mujer simboliza una profunda confianza y amor.


No hablaré por todos, pero realmente creía que la parte más emocionante de cualquier viaje era la noche anterior a partir. Encajar todas mis pertenencias en un espacio limitado, de la manera más eficiente y segura posible, era un reto en sí mismo, y la satisfacción que sentía al lograrlo era proporcional.

Todo lo que había desplegado al llegar a principios de invierno volvía ahora a su sitio. El espacio donde antes guardaba los regalos que preparé ya no estaba vacío, sino repleto de obsequios de la gente de Konigstuhl: raciones secas y otros presentes para desearme un viaje seguro. Hacer que todo cupiera había sido un verdadero desafío, pero estaba a punto de lograrlo.

La nieve se había derretido. Aunque la ventana de tiempo para la siembra era corta, lo que preocupaba a todos, el cantón estaba en plena efervescencia para asegurarse de que el festival de primavera se celebrara a tiempo. Entre revisar sus semillas y limpiar el aceite de sus arados y azadas, los organizadores contaban los barriles en la bodega local e iban de casa en casa recolectando aportes de aquellos que podían permitirse financiar los festejos.

La primavera de este año prometía ser tumultuosa. Cuanto más tarde llegara, menos tiempo habría para sembrar; si las semillas no se plantaban a tiempo, incluso la relativamente generosa política fiscal del cuarenta-sesenta —donde los campesinos se quedaban con el sesenta por ciento de su cosecha— se convertiría en una carga dolorosa.

Tener que pagar tanto en efectivo como en cosechas hacía que los labradores fueran especialmente meticulosos con su producción. Por supuesto, un campesino no iba a ser ahorcado ni despojado de sus tierras por fallar en el pago de los impuestos de un año, pero la amenaza de que la diferencia se añadiera al tributo del siguiente año con intereses era suficiente para poner a cualquiera en cintura. Si un gasto innecesario podía evitarse con esfuerzo, entonces se trabajaría duro.

Yo, sin embargo, no pensaba ayudar. No quería retrasar mi partida una temporada entera y ya había informado a mi familia que partiría en cuanto la nieve se derritiera. Nadie se había quejado. Desde un principio, ni siquiera me contaban dentro de la fuerza laboral.

Aun así, me incomodaba quedarme de brazos cruzados mientras mis seres queridos trabajaban sin descanso, así que eché una mano con los preparativos. Mi técnica de Afilado de Hojas seguía en el mismo nivel III: Aprendiz desde que era niño, pero ayudé a afilar algunas herramientas agrícolas. También fui útil fabricando un montón de cuñas de madera: servían para reforzar cercas y sostener los olivos, pero se rompían con facilidad, así que nunca sobraban.

Por último, no quería que mi familia fuera blanco de envidias por tener un hijo que volvía a casa con dinero beryliniano o una hija con aspiraciones nobiliarias, así que hice una pequeña donación.

El dinero provenía de los trabajos ocasionales que había realizado en el camino de regreso. Había destinado la mayor parte para mi regalo de despedida a Dietrich, pero lo que quedaba era más que suficiente para financiar la renovación de la deteriorada plaza del pueblo.

Más importante aún, encargué un arado de tracción animal en la herrería de Konigstuhl. Normalmente, varias familias reunían dinero para comprar uno y terminaban discutiendo sobre el orden de uso cada año. Si nosotros costeábamos uno por nuestra cuenta, pocos se atreverían a criticar a mi familia.

Honestamente, este gasto dejó mi bolsa bastante ligera, pero no me importaba: no quería empezar mi aventura con un «código de trampas de dinero». Había guardado suficiente plata para hacer el viaje sin problemas, y esta era la menor de mis contribuciones a cambio de saltarme una temporada de arduo trabajo.

¡Vaya, estar contra las cuerdas sí que me motivaba! Dejándome a mí mismo fuera de la ecuación, asegurarme de que Cástor y Pólux no pasaran hambre empezaba a parecer un reto divertido.

Cerré la tapa de mi mochila con entusiasmo y la llevé hasta la puerta principal, cuando me encontré con mi hermano mayor en la sala.

—Oh, Erich. ¿Sigues despierto?

Heinz olía ligeramente a alcohol. Probablemente había asistido a la reunión comunitaria para planear el festival de primavera. Cada año, el señor local y el sacerdote se reunían con los jefes de familia para organizar el calendario, la comida y los gastos de la celebración.

El hecho de que mi hermano hubiera ido en lugar de nuestro padre era una señal clara de que el relevo generacional avanzaba sin problemas. Heinz ya era un adulto competente, con una barba completa y un par de hijos; que nuestro viejo lo enviara a participar era una excelente señal. Demasiadas veces, este proceso terminaba desgarrando las relaciones entre padres e hijos, así que ver que nuestros padres no dudaban en cederle la responsabilidad a Heinz era sumamente reconfortante.

—Sí, quería preparar mis cosas antes de partir.

—Ah, claro… Oye, ¿estás seguro de que quieres irte mañana? ¿Por qué no te quedas al menos hasta el festival?

Coloqué mi mochila en un rincón junto al resto de mis cosas, y mi hermano me hizo señas para que tomara asiento. Ya había recibido esta oferta varias veces, pero estaba decidido a irme antes del festival. Cuanto más tiempo me quedara, más difícil sería partir para . Además, las festividades eran una recompensa anticipada por todo el trabajo que estaba por venir. No me parecía justo participar cuando yo no había contribuido. Sumando a eso la distancia de mi destino, marcharme antes del festival de primavera era la decisión obvia.

De cualquier forma, ya era tarde para cambiar de opinión. El almuerzo de hoy había sido una lujosa comida de despedida, una verdaderamente especial. Mi madre había recordado todos mis platillos favoritos, y el menú entero estaba repleto de cosas que me gustaban: la suave dulzura de la sopa de apio, crujientes chuletas fritas y el infame chucrut, que ninguna familia preparaba de la misma manera.

Todo había estado maravilloso. Había probado mi buena cuota de cocina gourmet junto a Lady Agripina, pero ninguno de esos platillos podía siquiera compararse.

¿Cuántas veces más podré disfrutar los sabores de casa?

Ya había pasado por esto antes, en mi vida pasada… pero esta vez se sentía aún más real. En Japón, solo necesitaba unos cuantos viajes en tren para visitar a mi familia, y tenía suficiente tiempo de vacaciones como para quedarme en casa de mis padres un par de veces al año, sin contar las reuniones de Año Nuevo, Obon [2] y demás festividades. Siempre que quería hablar con ellos, podía hacerlo: bastaban unos cuantos toques en un teléfono para iniciar una conversación. Puede que el sonido al otro lado de la línea no fuera más que una reproducción digital de sus voces, pero había sido suficiente para sentir el calor de mi familia cuando me sentía solo.

Pero aquí no.

Olvídate de los teléfonos; ni siquiera había garantía de que las cartas físicas llegaran con fiabilidad. Para empeorar las cosas, la vida aquí era mucho más frágil: plagas, violencia, accidentes… las causas de muerte eran demasiado reales como para ignorarlas. Nunca podría estar del todo tranquilo respecto a la seguridad de mi familia en la distancia.

Aun así, no podía permitirme titubear. Arrastrar los pies no beneficiaría a nadie. La realidad era que no podía quedarme aquí para siempre.

—Me iré según lo planeado. Quedarme más tiempo sería un acto de cobardía.

—¿Cobardía, eh…? Sí, supongo que tienes razón.

Este era mi hogar. Por supuesto que era cómodo; había sido bendecido con una familia amorosa. Pero había encontrado algo que realmente quería hacer, y tenía que dar un primer paso firme. De lo contrario, mi gran salto hacia adelante terminaría siendo una caída de cara al suelo.

Reflexionando sobre mis palabras, Heinz metió la mano en su bolsillo y rebuscó por un momento antes de sacar un frasco envuelto en cuero. Era una petaca, ligeramente curva y diseñada para licor fuerte. El alcohol era útil para desinfectar agua o heridas, por lo que la mayoría de los adultos que trabajaban al aire libre llevaban una consigo en todo momento.

En la Tierra, se habían puesto de moda como una forma de evadir impuestos sobre el alcohol[3], pero aquí su popularidad era completamente pragmática. No eran simples accesorios para aparentar ser rudos, ni un trasto conveniente para borrachos. Y ciertamente no eran el capricho de algún otro reencarnado que solo quería acampar y beber con estilo… ¿verdad? Digo… ¿verdad?

—Tómala. Considérala un regalo de despedida.

—¿Eh?

—No tienes una, ¿o sí? Vamos, no hace daño llevar una petaca.

En lugar de beber, Heinz me pasó la botella. Estaba claramente llena y pesaba en mis manos; debía haber traído algo del licor que sirvieron en la reunión.

Él tenía razón: yo no tenía una petaca. Como mago, nunca la había necesitado realmente; hervir agua artificialmente era suficiente para desinfectarla, y no era tan frágil como para necesitar un trago para dormir.

Pero en el futuro, eso podría cambiar. Acampar sin techo durante días podría afectar mi ánimo, y no podría lanzar hechizos libremente frente a cualquiera salvo Margit. Corría el riesgo de perder las pequeñas comodidades que había disfrutado hasta ahora.

Este era un regalo maravilloso.

—Además, ya sabes… «¿Cómo pueden ser seguras tus travesías si dejas al viejo amigo en casa?».

Mientras el peso de la petaca se hacía real, mi hermano se rascó la nariz y se sonrojó. Esta vez, no por el alcohol.

—Oh… De Jeremías y la Espada Sagrada.

—Ehm, sí.

Era una cita del romance épico favorito de Heinz. Era una línea única en el primer acto, dicha por la familia del héroe al despedirlo y nunca repetida, pero la escena era memorable.

Mi hermano mayor había intentado hacerse el genial, y al darme cuenta, solo se puso más rojo. Decidí no burlarme de él; comprendía bien la emoción.

Además… esto era todo lo que un hermano menor podía pedir.

—Gracias. La cuidaré bien.

—Sí… Hazlo.

Destapé la petaca y me golpeó el fuerte aroma del licor. Probablemente era una imitación de los destilados fuertes del archipiélago del norte; noté toques de cebada y turba.

Tomé un sorbo —haciendo una mueca por mi lengua infantil— y se la pasé a Heinz, quien hizo lo mismo. Nos miramos en silencio por un instante y nos echamos a reír.

—Bueno, —dijo, girándose hacia el dormitorio principal—. Me voy a la cama. No te quedes despierto hasta tarde.

Sus orejas seguían rojas cuando se alejó. Mientras tomaba otro sorbo del ardiente licor, sonreí para mis adentros.

Je, mi hermano mayor es un tipo entrañable.


[Consejos] Los licores fuertes son la solución universal para todo, desde desinfectar agua hasta tratar heridas… O al menos, esa es la excusa clásica de los alcohólicos que beben en el trabajo. Los licores de cebada más populares provienen de las islas al norte del Imperio, aunque las destilerías rhinianas producen versiones igual de potentes a partir de vinos locales.

Sin embargo, su proceso de destilación es más avanzado que la fermentación tradicional, lo que provoca grandes diferencias de calidad entre las mejores y peores destilerías; algunas son prácticamente imbebibles. También son demasiado costosos para el consumo regular de la gente común y se consideran un lujo modesto.


Las palabras «¡No te vayas!» tienen un poder inmenso cuando las dice un niño pequeño. Mi juramento inquebrantable de no mirar atrás estaba siendo puesto a prueba como nunca antes.

Sentía que mirar atrás era lo más patético que podía hacer alguien que se marchaba. Era una señal de que no se habían fortalecido, de que no habían superado el miedo a irse, de que no estaban listos para afrontar su propia maldita decisión. Ver a alguien volverse una y otra vez era el tipo de cosa que me amargaría el humor.

Pero, viejo, era difícil resistir la tentación cuando el que se iba era yo.

—Vaya, vaya, ¿no eres todo un personaje, tío Erich?

Por favor, no me molestes ahora.

Una voz juguetona rio en mi oído, balanceándose con el suave vaivén de la silla de montar. Como de costumbre, Margit estaba pegada a mí como una mochila humana.

Avanzábamos por un camino un poco fuera del cantón. Cástor cargaba la mayor parte del equipaje, mientras que nosotros íbamos juntos sobre Pólux; así podíamos repartir mejor la carga entre ambos.

—Había tantos pequeños para despedirte. Parece que el cariño trae consigo sus propios problemas.

—No pensé que fueran a llorar.

Mi despedida no había sido nada grandiosa. Todos estaban ocupados trabajando, así que me escabullí sin llamar mucho la atención.

Pero mi sobrino Herman y todos sus amigos del barrio —a quienes les había hecho suficientes armas de madera para equipar a tres grupos de aventureros— realmente me habían tomado cariño. Verlos jugar había sido una fuente constante de ansiedad, así que durante el invierno les enseñé varias cosas: cómo sujetar sus armas, cómo inclinar sus escudos, cómo rodar para disipar el impacto de un golpe, y demás. Al final, había terminado siendo como una versión infantil de la Guardia, pero parecían haber disfrutado mi compañía.

Así que todos vinieron a despedirse. Al principio, se despidieron educadamente con sus gracias y sus buenos deseos, como los buenos niños que eran, pero entonces Herman perdió el control y empezó a llorar. En cuanto lo hizo, todo se fue al demonio: el resto rompió en llanto como fichas de dominó.

Dioses, qué prueba fue esa. Intenté de todo y nada los calmaba. Al final, sin más ideas, alcé la voz y solté: «¡Nunca serán verdaderos aventureros si siguen lloriqueando así!» y finalmente lograron recomponerse.

El cariño, de verdad, traía consigo sus propias tribulaciones. Irse de casa ya era bastante difícil; ¿cómo se suponía que no sintiera nada después de eso?

—¿Te hicieron querer quedarte?

—…No, no realmente.

—Jee, jee. Nunca fuiste bueno mintiendo.

Al parecer, para Margit era un libro abierto. Para desviar mi conciencia avergonzada, le di un leve apretón a Pólux para que acelerara el paso. Nos habíamos retrasado más de lo esperado, así que tendríamos que darnos prisa si queríamos encontrar una posada antes del anochecer.

—A decir verdad, —dijo Margit—, yo misma he pensado en ello.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a cómo sería la vida si nos quedáramos en el cantón.

Resultó que ella había considerado lo mismo que yo: imaginó un futuro en el que nos quedábamos en Konigstuhl y llevábamos una vida idílica en el campo. Yo no era un jovenzuelo deslumbrado por la vida en la ciudad, así que no iba a negar la felicidad que un estilo de vida así podía brindar. Seguramente podríamos haber sido felices pasando nuestros días aquí.

Pero yo elegí la emoción de la aventura. Pensándolo bien, tal vez todo esto no era más que arrastrar a Margit conmigo en el viaje.

—No me malinterpretes, sin embargo. No me arrepiento en lo más mínimo de la promesa que hicimos juntos.

Y antes de que pudiera formular mi pregunta sin tacto, ella ya me había cortado. Era extraño: yo era el que sostenía las riendas, pero ¿por qué sentía que era ella quien dirigía el camino?

Los poetas de todas las épocas y todos los mundos cantaban sobre cómo los hombres estaban destinados a inclinarse ante las manos de las mujeres. Ah, bueno, supongo que así funcionaba el mundo.

—Gracias, Margit.

—De nada, Erich. Y bien, ¿cuánto falta para llegar a los confines del mundo?

—Esperemos que lleguemos antes del verano.

Al ritmo del trote de los caballos, dejamos atrás nuestro hogar para dirigirnos a la lejana frontera. Pero la nostalgia no pesaba nada; aferrarnos a nuestros recuerdos y a los «qué hubiera pasado si» de Konigstuhl no le hacía daño a nadie.

—Muy al oeste, —murmuró Margit—. Me pregunto cómo será el extremo del Imperio.

—¿Lo esperas con ansias?

—Sí. Muchísimo.

Por mucho que lleváramos con nosotros el peso del hogar, la vastedad del futuro era infinitamente más grande. La mala suerte y la injusticia aparecerían sin duda en el camino, pero la senda hacia un futuro brillante nos pertenecía.

Muy bien, Maestro del Juego. Dame una nueva hoja de registros.


[Consejos] Aquellos que abandonan su cantón natal en busca de trabajo reciben un documento de identificación que sirve como prueba de ciudadanía imperial. Tenerlo hace que encontrar empleo en tierras desconocidas dentro de la nación sea infinitamente más fácil.

La ciudadanía imperial también puede obtenerse tras veinte años de residencia y trabajo gravable, o comprarse por treinta dracmas. En cualquier caso, para alguien sin identificación es increíblemente difícil ganarse la confianza en una nueva comunidad.


[1] El río Kanda es un río en Tokio, Japón, que fluye a través de varios distritos, incluido Chiyoda. Conocido por su historia y puentes icónicos, como el de Suidobashi, ha sido canalizado en gran parte. También aparece en literatura y cultura popular japonesa, simbolizando el paso del tiempo y la modernización.

[2] El festival de Obón es una tradición budista japonesa para honrar a los espíritus ancestrales. Se celebra en julio o agosto con danzas Bon Odori, linternas flotantes y visitas a tumbas. Se cree que los espíritus regresan temporalmente al mundo, y las familias los reciben con ofrendas y rezos.

[3] Las petacas se usaban para evadir impuestos al permitir llevar licor sin comprarlo en bares con altos gravámenes. También fueron populares en épocas de prohibición, ya que facilitaban el consumo discreto de alcohol sin atraer la atención de las autoridades.


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