Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo
Vol. 7 Finales de Verano del Decimoquinto Año Parte 1
Exploración Urbana
Si el aventurero promedio es un experto en la violencia, es natural que sus clientes ofrezcan trabajos violentos. A veces, las misiones se desvían de las respetables búsquedas de personas desaparecidas y los encargos de guardaespaldas hacia el ámbito de la intimidación, el robo e incluso el asesinato.
Los honestos deben permanecer siempre vigilantes, sin resignarse a la complacencia, pues la ciudad es una bestia viviente, con su boca siempre abierta, lista para devorar a los inocentes en sus horrores.
A medida que el tintineo en mi monedero se hacía más fuerte, también lo hacían las voces que conocían mi nombre. A veces, eran las animadas mujeres que trabajaban en la recepción de la Asociación; otras, los jornaleros con los que había trabajado codo a codo. Pero sin importar quién fuera, se sentía bien recibir un saludo y un gesto amistoso al cruzarme con un rostro familiar en la calle.
—Aquí tienes tu paga por el día.
—Muchas gracias.
La Señorita Coralie colocó tres piezas grandes de cobre en una bandeja y la deslizó hacia mi lado del mostrador. Cada una de esas monedas era el pago por un trabajo distinto, sumando un total de setenta y cinco assariis. Aunque los primeros días habían sido complicados, ya había aprendido lo suficiente sobre el funcionamiento del lugar y cómo elegir las misiones más rentables.
Mientras firmaba la hoja de confirmación de pago que habían colocado junto a las monedas, la Señorita Coralie jugueteó con un trozo de madera y comentó:
—Trabajas muy duro, joven.
—¿Usted cree?
En el lado de la madera había un emblema y un número de seis dígitos: era la prueba de que el trabajo había sido completado con éxito. En términos generales, la Asociación de Aventureros recibía el pago por cada encargo por adelantado —aunque había escuchado que existían algunas excepciones con contratos— y a cambio entregaba a los clientes una ficha de madera. Esa ficha era lo que finalmente se entregaba a los aventureros como comprobante de que la misión había sido completada. El sistema evitaba que estafadores obtuvieran mano de obra gratuita y luego huyeran sin pagar.
Para nosotros, los aventureros, el procedimiento habitual era acudir al cliente, realizar el trabajo y recibir la ficha correspondiente. Al regresar a la Asociación, ellos se quedaban con el veinte por ciento de la paga y nos entregaban el resto del dinero depositado por el cliente.
Tener un sistema tan organizado para lo que básicamente era trabajo de temporada le quitaba un poco el aire de aventura al oficio, pero era lo suficientemente eficiente como para que prefiriera guardarme mis comentarios. Sin él, estaríamos expuestos no solo a estafadores que se negaran a pagarnos, sino también a clientes abusivos que quisieran regatear después de ver el trabajo realizado; todo el mundo sabía que los aventureros eran de las últimas personas con las que querrías discutir sobre tarifas.
De hecho, si la Asociación no ofreciera este tipo de protección, ¿qué sentido tendría su existencia? No era solo un tablón de anuncios gigante: era una organización que supervisaba nuestras actividades para generar una imagen confiable de la que todos pudiéramos beneficiarnos.
Los clientes ganaban porque tenían menos probabilidades de ser engañados o intimidados por aventureros matones; nosotros ganábamos porque era menos probable que nos estafaran clientes deshonestos. Esta relación de beneficio mutuo era lo único que justificaba la tediosa burocracia. De lo contrario, nadie aceptaría ceder una parte tan grande de su paga.
Los aventureros éramos como hierba sin raíces. Condiciones laborales desfavorables eran razón suficiente para cambiar de oficio, y la mayoría no tenía ahorros de los que hablar. No es como si viviéramos en un mundo donde se comerciaba con armas nucleares sin restricciones; nadie iba a enviarnos formularios de impuestos a una dirección fija.
Naturalmente, entonces, los impuestos debían pagarse por adelantado si el gobierno quería asegurarse su parte. Así como en la Tierra los oficinistas permitían que sus empresas dedujeran los impuestos directamente de su salario, la Asociación se encargaba de descontarlos del nuestro.
—Descansan solo una vez cada tres días, agrupan varias misiones en la misma zona para hacerlas todas de una vez y no hacen un trabajo a medias.
Yo pensaba que eso me hacía bastante normal. La mayoría de nuestros encargos no eran más que misiones de recadero, así que juntar varias tareas para aumentar la eficiencia era una práctica estándar tanto en los juegos como en el trabajo real. Desafortunadamente, no teníamos la opción de tocar un punto en un mapa y teletransportarnos al instante, y nuestras bajas tarifas exigían que encontráramos mejores formas de ganar dinero.
—Además, —añadió la Señorita Coralie—, nunca han cometido un error.
—Pero me han negado la ficha de finalización dos veces, ¿sabe?
—Oh, por favor. Eso no cuenta como un error.
No es que todo hubiera salido perfectamente. Aunque me pareciera absurdo, en dos ocasiones los clientes se habían negado a darme la prueba de finalización por supuestas fallas en el trabajo. La primera vez fue por mal manejo de la carga en un encargo de transporte de equipaje, y la segunda, por ser demasiado lento al ayudar con las reparaciones de las murallas exteriores de la ciudad.
Ambas veces, la Asociación me había pagado tras escuchar mi versión, pero sentía que no haber logrado convencer a los clientes de mi buen desempeño era un fracaso en términos de juegos de rol de mesa.
Dicho esto, el mundo estaba lleno de tacaños tratando de recortar gastos con acusaciones falsas, y la Asociación lo sabía bien. Aunque no tuviéramos la placa de madera, debíamos reportar que el trabajo estaba hecho. A partir de ahí, la Asociación investigaría nuestro desempeño más adelante y, si determinaban que habíamos cumplido adecuadamente, recibiríamos nuestro pago.
Aunque nunca llegaríamos a conocer el funcionamiento interno del sistema, sospechaba que los clientes también eran evaluados, al igual que los aventureros. Cuando vi la Asociación por primera vez, pensé que se parecía a un banco primitivo, pero no imaginé que también lo fuera a nivel estructural.
—Con lo bien que se llevan con todos, estoy segura de que se sacudirán el hollín más pronto que tarde.
—Espere, ¿en serio?
—No puedo decirte cuándo, obviamente, pero si fuera tú, me haría ilusiones. Tanto tú como tu bonita compañera.
¡Vaya, qué gran noticia!
«Sacudirse el hollín» era una forma elegante de decir que me ascenderían de la categoría de hollín negro. También era, probablemente, una metáfora sobre librarse de los encargos de principiante y salir del otro lado con una reluciente placa roja.
Parece que tendré que seguir esforzándome al máximo.
Agradecí a la Señorita Coralie y me alejé del mostrador. Habíamos completado tres misiones hoy, así que me pareció un buen momento para dar por terminado el día, aunque el sol todavía estuviera alto.
Margit había tomado nuestras pertenencias y se había adelantado a la posada; quizás pasaría a comer algo antes de reunirme con ella. A pesar de ser un adulto legalmente, mi cuerpo seguía en pleno estirón y mi estómago parecía no tener fondo.
Así era la vida de un trabajador de cuello azul[1], supuse. Habiendo estado en un club escolar que no era deportivo, siempre me había preguntado cómo mis amigos atletas podían comerse dulces y tazones de carne en el camino a casa sin llenarse tanto como para no poder cenar después. Pero ahora, toda una vida más tarde, tenía mi respuesta: los fideos instantáneos tamaño extragrande que se tragaban no eran más que un ligero refrigerio.
Viejo, qué ganas de algo grasoso en este momento.
Por desgracia, ningún deseo ferviente haría que los aceites grasos llegaran a mi boca. Tendría que conformarme con algo que realmente pudiera encontrar: quizás una salchicha hervida, ya que recientemente había descubierto un buen puesto callejero para eso.
Paseaba por la calle, soñando despierto con comida, cuando mi camino a través del claro frente a la Asociación fue bloqueado de repente. Tres hombres se plantaron ante mí: un mensch, un hombre lobo y un jenkin. Todos llevaban harapos raídos y sus rostros estaban cubiertos de mugre.
En pocas palabras, eran el estereotipo viviente de aventureros de bajo nivel.
—Tú. Devolver carteras.
Antes de que pudiera preguntar por qué me habían cortado el paso, el hombre lobo, que parecía el líder del grupo, me señaló y exigió en un rhiniano torpe.
—¿Carteras? Lo siento mucho, pero no tengo ni la más remota idea de a qué se refiere.
—No idea, no. Mis amigos, todos por tú, carteras perdidas.
Incliné la cabeza en auténtica confusión, pero, pensándolo mejor, eso sí que me sonaba. Probablemente se refería a cómo les había dado a esos idiotas que intentaron robarme una probada de su propia medicina.
No era nada para celebrar, pero justo el otro día había alcanzado mi trigésima bolsa robada. Los incidentes se habían vuelto más frecuentes, y esto confirmaba mis sospechas de que no era solo por mi apariencia ordenada: me habían marcado. Ahora tenía sentido por qué algunos de los ladronzuelos más recientes venían a por mí sin nada que robar en represalia.
Para justificarme, mis acciones eran una práctica común en esta tierra donde la ley no alcanzaba las capas más bajas de la sociedad. Si la gente no podía defenderse, los deshonestos simplemente pisotearían a los inocentes; nadie me culparía por lo que había hecho. Que estos cretinos tuvieran el descaro de quejarse después de haber iniciado el problema en primer lugar traicionaba una estupidez monumental.
—Lo siento, pero solo puedo repetirme: no tengo idea de qué están hablando. ¿Acaso tienen alguna prueba? Pueden agarrarme de los tobillos y sacudirme, pero lo único que caerá será mi propia cartera.
No tenía reparos en usar las pocas legalidades de la región a mi favor. Con una sonrisa angelical y un habla tan educada como el de la nobleza, interpreté el papel de un niño de corazón puro que jamás había hecho daño en su vida.
—Cierra boca, mocoso. —El hocico del hombre lobo se arrugó con frustración—. No estimes a Exilrat.
Su amenaza, apenas disimulada, era tan aburrida como trillada. Además, estaba bastante seguro de que en realidad quería decir «subestimes», pero bueno, qué más daba.
Los Exilrat eran uno de esos clanes de los que Kevin nos había hablado. Eran el grupo formado por inmigrantes errantes que habían montado tiendas y chozas fuera de las murallas de la ciudad. Si recordaba bien, se quedaban con una gran parte del dinero que ganaban sus miembros.
No era difícil imaginar lo que haría un grupo de viajeros pobres cuando necesitaban dinero; evidentemente, los carteristas mal vestidos que deambulaban por la ciudad eran parte de su banda. Mi suposición era que la organización funcionaba como un sindicato del crimen en toda regla, quedándose con una parte de las ganancias ilícitas obtenidas en su territorio.
—Devolver dinero mañana. Todo es una pieza de oro.
¡Ja, qué suma! Casi no pude contener la risa.
¿Una moneda de oro? ¿Quiénes se creían que eran? Estaban intentando pasarse de listos. Podría sumar todo el dinero que había ganado hasta ahora, duplicarlo, y aun así me quedaría medio dracma corto.
Pero su falta de ética no era excusa para rebajarme a su nivel. Justo me habían dicho que un ascenso estaba en el horizonte, y no quería echarlo todo a perder ahora; las peleas entre aventureros eran un gran tabú.
Al menos, no iba a empezar una pelea a plena luz del día.
—Déjeme decirlo una vez más: no sé nada sobre las carteras de sus amigos.
En su lugar, opté por un enfoque diplomático. Claro, podría dejarme llevar, insultarlos o darles una paliza, pero la satisfacción temporal vendría con un golpe a mi reputación.
¿Honestamente? Estos payasos no valían la pena.
—Si insisten en que les robaron el dinero, pueden presentar una queja formal. Por suerte para ustedes, la Asociación está justo ahí. No veo ningún letrero de «Cerrado» en la puerta, ¿ustedes sí?
Señalé el edificio con cierta exageración, y los hombres se pusieron visiblemente más furiosos. Sabían tan bien como yo que denunciar el problema era imposible.
Un crimen solo se convierte en crimen cuando se presenta evidencia. Yo era el novato bien vestido y querido por todos; ellos eran unos matones de tres al cuarto. ¿Quién iba a creer que yo los había despojado a ellos? Es cierto que, técnicamente, había cometido un acto delictivo… pero ¿cómo pensaban demostrarlo estos caballeros?
Aquí nadie me iba a interrogar con un detector de mentiras místico, y había desechado cada bolsa de monedas el mismo día que las obtuve. No es que las monedas tuvieran sus nombres escritos, así que eso no les serviría de nada. No eran billetes numerados rastreados por un banco central, sino simples trozos de metal acuñados en moldes. En el mejor de los casos, cada moneda tenía algunas peculiaridades de fabricación; pero difícilmente las suficientes como para identificarlas.
Adelante, denúncienme. Buena suerte consiguiendo que les hagan caso.
Podía actuar con toda la rectitud que quisiera. Que hubiera combatido fuego con fuego era un detalle que no valía la pena mencionar.
Sé que recurro a esta frase demasiado, pero estas confiables palabras venían directamente del avatar de un dios maligno que probablemente tenía al menos dieciocho puntos en Atractivo: «no es un crimen si no te atrapan». No sería justo que siempre fuera yo el que estuviera del lado perdedor de ese dicho, ¿verdad?
—Bueno, entonces. Si me disculpan. Tengo hambre después de un día de trabajo, y mi compañera me está esperando. —Me giré en dirección al guardia de la ciudad más cercano; lidiar con estos idiotas no me daría ni honor ni experiencia.
—No mirar en menos nosotros, niño.
—Quién saber qué pasar con tu chica.
…Pero hay cosas que simplemente no deberían decirse.
Me detuve en seco antes de darme cuenta, y mi mano ya estaba a medio camino de alcanzar la daga feérica. Si no hubiera dejado a la Lobo Custodio en casa por considerar que el día sería tranquilo, seguro que habría ido por ella en su lugar.
Un coro chirriante de amor resonó en el fondo de mi mente mientras la Hoja Ansiosa entonaba su alegre canción. Si necesitas un arma, susurraba la cacofonía, estoy lista en cualquier momento.
Respiré hondo. Cálmate; este no es lugar para un baño de sangre. No solo dañaría mi reputación destripar a un montón de delincuentes sin importancia, sino que ya había decidido que no valían mi tiempo.
Además, no eres tan fácil de saciar con estos don nadie, ¿verdad?
Haah… Bien, estoy tranquilo. Quería tomar una bocanada para despejarme aún más, pero por ahora tendría que bastar.
Esto era una disputa menor. No era suficiente para ponerme a toda su banda en contra; dudaba que estos idiotas siquiera hubieran informado a sus superiores. Ningún carterista querría ir con su jefe a admitir que un don nadie les había robado sus propias billeteras; eso solo les aseguraría un castigo, y no me mencionarían hasta recuperar su orgullo.
Así que esto era una provocación barata. Ridículamente barata…
—Oh, por cierto, se me olvidó mencionar algo. —Era lógico que respondiera de la misma manera—. Creo que hay algo raro con sus cordones.
Apenas terminé de hablar, me alejé. Naturalmente, intentaron seguirme, pero lo único que escuché fue el sonido de tres fichas de dominó cayendo.
Había algunos curiosos esperando a ver cómo se resolvía la situación, pero dudaba que alguien hubiera anticipado que los tres idiotas tenían sus cordones atados unos con otros.
Ese fue mi regalo de despedida para ellos, cortesía de unas cuantas Manos Invisibles. Esperaba que apreciaran los nudos; había elegido los más seguros que conocía.
Consideré que les hacía falta una lección: las palabras no se pueden retirar, y hay cosas que simplemente no se dicen. Sabía bien que Margit no era solo una damisela bonita esperando ser rescatada; si intentaban algo, los reduciría a tres ovejas descarriadas. Pero la probabilidad de peligro era irrelevante; la mera intención ya había sido suficiente para hacerme reaccionar.
Parece que la situación solo iba a volverse más complicada. Pero sigo pensando que quedarme callado mientras intentaban meterme la mano en el bolsillo tampoco habría sido una decisión inteligente, así que quizás esto era inevitable.
Aunque hace poco había dicho lo agradable que era ser reconocido, supongo que hacerse un nombre también tenía su lado negativo. No todos los que recordaban mi cara eran personas con las que quería tratar.
Decidí tomar un descanso antes de regresar a la posada. Una taza de té y una bocanada de humo eran justo lo que necesitaba; después de todo, no quería dar malas noticias estando de mal humor.
[Consejos] La ley imperial valora en gran medida la evidencia material, y en las disputas entre plebeyos, la carga de la prueba suele recaer en el acusador. Por lo tanto, el acusado es considerado inocente por defecto y no necesita presentar una defensa de manera anticipada.
Llené mis pulmones con una bocanada del aire matutino. Anunciando el inminente final del verano, la brisa fresca me purificó desde adentro.
Desenfundé a la Lobo Custodio como si se tratara de una oración ritual y tomé el escudo que me había dado Lady Agripina. Desviándome ligeramente a la derecha, cubrí la parte superior de mi cuerpo con el círculo de madera, asegurándome de mantener firme mi espada detrás de la protección de mi propio cuerpo. Perfecto tanto para el ataque como para la defensa, mi postura era un modelo de libro refinado hasta la maestría.
Una estocada oculta tras el escudo; un golpe de escudo que daba paso a un corte; una falsa apertura que atraía la oportunidad para un tajo lateral; los ángulos de ataque eran infinitos, pero mi postura era singular, una posición precisa que podía transicionar a una red infinita de posibilidades según lo requiriera la situación. Continué golpeando sin pausa, mis piernas moviéndose en un flujo constante, como una danza.
La mayor parte de mi trabajo en la ciudad había sido físico, pero, por suerte, nunca había necesitado resolver nada por la fuerza. Estas primeras horas de la mañana, cuando el patio del Gatito Dormilón estaba vacío, eran mi oportunidad para mantener mis habilidades afiladas; mientras no hiciera demasiado ruido, se me permitía entrenar aquí antes de que los demás huéspedes despertaran.
Desafortunadamente, esa oferta no había incluido sesiones de entrenamiento con el Señor Fidelio. La triste realidad que mencionó era que practicábamos estilos completamente diferentes; un simple entrenamiento no beneficiaría a ambos.
Disminuí mi respiración, concentrándome en mantener un pulso constante. Cada parte de mi cuerpo era la base del ataque, de la defensa. El agotamiento o la emoción excesivos solo servirían para entorpecer el arco de mi espada.
Debía permanecer tranquilo; como el hielo sobre un lago, o las aguas quietas bajo la superficie.
Mientras blandía mi espada, sentí una mirada sobre mi espalda. No era una mirada hostil, sino intensa, cargada de curiosidad.
Además, transmitía un nivel de observación que hablaba de la agudeza de su dueño. Sentí aquellos ojos recorrerme, deteniéndose en mis rodillas, mis hombros, mis codos, analizando cada articulación. Podría tratar de ocultar mis intenciones con un astuto movimiento de ojos, pero estos tres puntos de apoyo no podían mentir. Estaban leyendo mis movimientos directamente desde la fuente. Había maneras de usar esto para crear fintas aún más engañosas, pero era una carrera armamentista tan interminable como la de los radares y sus contramedidas.
Continué con mi rutina hasta quedar satisfecho, y mi espectador solitario aplaudió.
Al darme la vuelta, encontré a un hombre grande y calvo apoyado en la puerta del edificio. Con su habitual sonrisa intimidante, el Señor Hansel me saludó con la mano.
—Buenos días, Señor Hansel.
—Ey. Vaya que’res diligente, ¿eh, Ricitos de Oro?
Su peculiar saludo me tomó por sorpresa.
—¿«Ricitos de Oro»? O sea… supongo que tiene sentido, pero ¿por qué llamarme así?
—No me digas que no te has enterado. Ese eres tú, chico. Últimamente se ha estado corriendo la voz por la ciudad sobre «Erich Ricitos de Oro».
Aparentemente, el poco imaginativo apodo no era producto de la sensibilidad personal del Señor Hansel, sino del sentimiento colectivo de la gente de Marsheim.
—La historia de ti y «Margit la Silenciosa» ha esta’o dando vueltas entre los aventureros, ¿sabes? ¿Acaso crees que solo voy a las tabernas a beber?
Sin que me diera cuenta, ambos habíamos ganado cierta reputación; y con ella, epítetos. No es que hubiéramos hecho nada especial: nuestro itinerario consistía en los típicos trabajos ocasionales y en dos ocasiones excepcionales en las que el Clan Laurentius nos había invitado a cubrir puestos en una misión de seguridad. Aventureros de rango «negro hollín» como nosotros normalmente no podrían aceptar ese tipo de encargos, pero la historia era diferente si un aventurero de rango superior nos invitaba; habíamos aprovechado la oportunidad para acompañarlos.
Aun así, el trabajo había sido sencillo, sin nada digno de mención. Si acaso, no veía razón alguna para que nos convirtiéramos en objeto de rumores en la ciudad.
—Je, ¿no lo entiendes? Un trabajo bien hecho es la forma más rápida de hacerte notar. Siéntete orgulloso de recibir atención sin armar un gran alboroto; no hay mayor honor que ganarse la confianza de la gente sin apoyarse en nadie más.
—Um… gracias. Pero no se siente muy real. Tal vez lo entendería si hubiéramos capturado a diez o veinte bandidos, pero no hemos hecho nada destacable.
—Has esta’o escuchando a demasiados poetas, chico. El mundo no es tan dramático como lo pintan.
El enorme pecho del hombre se sacudió con su risa, pero su despreocupada respuesta no resultaba muy convincente cuando tenía todo un equipo de campaña descansando a sus pies. Llevaba una mochila repleta hasta el borde, con dos sacos adicionales atados y listos para ser colgados sobre sus hombros. Y eso sin mencionar su imponente armadura y su arma, listas para ser usadas.
Había llegado preparado para un enfrentamiento, y eso solo podía significar una cosa.
—¿Y bien? ¿Cuándo nos presentarás al nuevo aprendiz de Fidelio?
—Uy, casi lo olvi’o. —El Señor Hansel chasqueó los dedos. Ven acá, chiquillo, deja que te presente a la buena gente de nuestra santa compañía.
De entre el equipaje saltó un joven stuart. Era aproximadamente del mismo tamaño que un goblin —o un niño mensch— con orejas de ratón y una nariz afilada. Lo identifiqué como un explorador por la cantidad de bolsillos en su cinturón y lo ceñido de su ropa al cuerpo.
Eso, y el hecho de que no había sospechado de su presencia hasta el momento en que decidió revelarse. Quizá habría podido darme cuenta si hubiera mostrado alguna hostilidad, pero si simplemente me estaba acechando, ni siquiera lo habría notado.
Es de los buenos.
—Este pequeño stuart es nuestro vanguardia, Rotaru el Lector del Viento.
—Un placer conocerlo, Señor Rotaru.
—Igualmente. Pero no dejes que Hansel te engañe; no aparezco en los romances, por mucho que ande por ahí usando mi elegante apodo. Los exploradores no deben aparecer, ¿sabes? Pero creo que fui demasiado bueno en mi trabajo.
—Demasia’o tarde para quejarte cuando eres tú quien se escurre cada vez que los poetas vienen a preguntar por nuestras historias, —se burló Hansel—. Si quieres que canten tu nombre, ¿por qué no aprendes a congraciarte con los escritores?
—Si con eso bastara para triunfar, no estaría trabajando en esto, maldito pulgar calvo.
—¿Calvo? Me afeité la cabeza, mocoso.
El explorador ignoró con calma las réplicas del Señor Hansel y llamó hacia la cocina. Un momento después, una cabeza asomó desde el marco de la puerta.
—¿Qué?
Por primera vez desde que dejé Berylin, mis ojos se posaron en una matusalén. Y como si eso no fuera lo suficientemente raro, su piel tenía un color marrón sólido. Aunque se asemejaba a la imagen tradicional de una elfa oscura de fantasía, la pigmentación de su piel no era más que un subproducto de su lugar de nacimiento; al igual que los mensch, los matusalenes seguían siendo matusalenes, sin importar estas diferencias superficiales.
Además de eso, su cabello largo de color negro tinta y sus afilados ojos rasgados formaban una belleza exótica que rara vez se veía por estos lares… pero que se vio completamente arruinada por la cola de pescado que asomaba de su boca.
—Por el amor de… —Hansel gruñó—. No nos vengas con un «¿Qué?» ahora, Zenab. Eres tú la que está espiando con la boca llena.
Al darse cuenta de su metedura de pata social, la mujer rápidamente se metió el resto del pescado en la boca. Sin embargo, eso no ayudó mucho a mejorar su imagen, ya que aún tenía un trozo de puerro pegado a la mejilla.
—Pero no puedo evitarlo. Una vez que partamos, estaremos lejos de la cocina de Shymar por mucho tiempo.
—Lo entiendo, pero…
Su cabeza desapareció por un instante, probablemente mientras se levantaba de su asiento. Un momento después, la alta matusalén apareció por completo, aunque había decidido no soltar el plato de encurtidos que estaba disfrutando.
—Burp. Soy Zaynab, segunda hija de Bassam, hijo de Qasim; ayudante de Fidelio en magia. Que puedas conocerme.
Dejando de lado el audaz eructo por un momento, el tono y ritmo de su habla eran bastante peculiares; quizás provenía del Continente del Sur. La conjugación en rhiniano era bastante complicada, y su escasa disposición a seguir sus reglas la hacía sonar aún más extranjera.
—Zenab, ¿cuántas veces tengo que decirte que no acerques esos encurtidos a mí? Ese olor es demasiado fuerte para mi nariz.
—¿Por qué dices eso? Los stuart pueden comer incluso lo podrido. ¿Qué es el olor del vinagre comparado con eso?
—¡ Poder comer es diferente de querer comer, maldita sea! Por eso cada idiota apestoso que me ve me ofrece queso de inmediato…
Aunque tenía un aire refinado, sus modales y forma de hablar eran los de una persona de clase baja. Más notable aún, el nombre «Zaynab» era fácil de pronunciar mal en rhiniano, pero parecía no importarle: cuando los otros dos la llamaban «Zenab», no mostraba intención de corregirlos. Dudaba que un noble de cualquier linaje tolerara que deformaran su nombre, y mucho menos que se paseara mordisqueando comida; quizás era una persona común y corriente después de todo.
Su voz era clara pero profunda, y la impresión que me daba era la de una luchadora más que de una maga. Vestida con la indumentaria tradicional de una región ecuatorial, tenía el pecho y las piernas mayormente descubiertos; no daba la impresión de alguien lista para partir en una larga campaña, pero supuse que eso era otra prueba de su habilidad excepcional en la magia. Solo tendría que acostumbrarme al hecho de que se veía más como una bailarina de espadas que cualquiera que hubiera conocido hasta ahora.
—Esta de aquí es una rarita que terminó a la deri’a en el Imperio porque quería probar las cosas más extrañas que pudiera encontrar, —explicó el Señor Hansel—. La única razón por la que sigue a Fidelio es pa’ hincarle el diente a lo que sea que él cace.
—Vine en busca del draco sin extremidades, pero llegué tarde, —explicó ella—. Una lástima.
—Si alguna vez te topas con una presa interesante, pásate a compartir un poco con ella. Pagaría lo que fuera por probar un nuevo sabor.
Resultó ser una excéntrica. Aunque, para ser justos, eso era de esperarse. Si tenía la fuerza suficiente para no ser un estorbo en el grupo del Santo Fidelio, entonces era una genio; cualquiera que llegara a la cima del mundo de los aventureros tenía que tener un tornillo suelto.
La mayoría de la gente perdía completamente la cordura mucho antes de siquiera rozar el reino del poder sobrehumano. Comparado con eso, el hecho de que su rareza se limitara a una dieta extravagante era hasta entrañable.
Dicho eso… ¿un draco sin extremidades? Seguir un rumor hasta el Imperio solo para intentar comerse un dragón la ponía firmemente en la categoría de gente extraña. ¿Esos bichos siquiera eran comestibles ?
—Chicos. No hagan un escándalo en el patio. Van a despertar a los huéspedes.
El Señor Fidelio salió, y su corpulenta figura se movió con un silencio casi surrealista. Llevaba ropa de viaje bien cuidada, aunque visiblemente desgastada, y cargaba su equipaje en la mano. Detrás de él, su esposa le seguía con otro bolso al hombro.
—Ah, nuestra culpa, nuestra culpa, —dijo el Señor Hansel—. No pu’e evitarlo al pensar que los chicos que traje se convirtieron en celebridades.
—No podía dejar pasar la oportunidad de ver a la nueva competencia, —añadió el Señor Rotaru—. Lástima que la Silenciosa no esté aquí. Me da curiosidad saber si los rumores son ciertos.
—No quiero ser pesado, pero ¿cuántas veces tengo que advertirles que su forma de tratar a los principiantes es de mal gusto?
—No digas eso, viejo amigo y contertulio. ¿No crees que ver a los jóvenes brillar es algo genial? Vamos, dime, ¿ya les has da’o alguna lección que otra?
—Estoy más ocupado de lo que crees. Prepararme para este viaje ha sido un dolor de cabeza.
Aunque las palabras del santo eran de reprimenda, su tono era amigable; la atmósfera entre los cuatro veteranos era completamente cordial. No parecía que hubiera renunciado a controlarlos, sino más bien que los aceptaba tal como eran.
Esto es genial. Me encantaba ver la dinámica de su grupo, forjada a lo largo de incontables experiencias. Había una profundidad en su vínculo que no se encontraba en la cortesía distante de los grupos recién formados.
Además, su composición de equipo era increíble: un indestructible paladín divino en primera línea, un vanguardia ofensivo, un explorador capaz de cubrir los huecos en el centro de la formación y una maga para encargarse de la retaguardia. No solo eran completamente autosuficientes, sino que su formación me resultaba nostálgica.
Aunque, pensándolo bien, tal vez eso tenía más que ver con su número que con su composición. Tenía muchos recuerdos de empezar una nueva campaña solo para darme cuenta de que nadie había pensado en los roles esenciales. «Espera… ¿Quién es el sabio? ¿No necesitamos pasar chequeos de conocimiento sobre monstruos? ¿Quién en este equipo puede tirar por iniciativa?» Quizás lo organizativo no era lo que me evocaba recuerdos, después de todo.
Mientras observaba a los cuatro con asombro, me di cuenta de que no era solo el grupo lo que me estaba haciendo sentir nostalgia.
—Es cierto, este tomó un tiempo, —dijo el stuart—. Tuve que explorar el lugar, reunir información, preparar el equipo… ¿Qué demonios? ¿Por qué soy el único haciendo todo el trabajo? Más les vale que empiecen a hacer algo.
—Tienes entonces mi parte del dinero. A cambio, quiero el mejor corte.
—Woah, espera, ¿no estás pensando ya en comer… lo que sea que aparezca, verdad? —preguntó el Señor Hansel—. Es un laberinto de icór… ni siquiera sabemos qué hay allí.
—Zenab, —suplicó el santo—. Lo único que te pido es que lo mantengas dentro de los límites razonables. Te detendrési nuestros enemigos tienen dos brazos y dos piernas.
—Señores, —dijo la matusalén, ofendida—. ¿Por quién me están tomando?
—Por un sumidero omnívoro.
—La personificación del hambre.
—El punto de quiebre entre la curiosidad y la pura arrogancia, apenas encajada en la piel de una persona.
—Eso es muy grosero. —A pesar de sus protestas, la mujer no dejaba de ser poco convincente mientras pasaba su dedo por el plato vacío buscando el último de los jugos de los pepinillos.
—Hoy finalmente es el día, ¿verdad? —Aunque esta pequeña charla previa a la aventura me recordaba a mis recuerdos más entrañables, no podían quedarse ahí por siempre; pensé que les daría el pequeño empujón que necesitaban para ponerse en marcha.
Sabía desde hacía tiempo que el Señor Fidelio se iba hoy. La única razón por la que me desperté temprano en un día libre fue para asegurarme de verlos partir.
—Así es, —dijo el héroe—. Me iré un rato. Dejo las tareas por aquí en tus manos.
—Por supuesto. Disfruten del viaje a su antojo. Estaré esperando escuchar una nueva historia épica sobre sus viajes.
Mi comentario salió directo del corazón, pero puso una expresión preocupada en el rostro del Señor Fidelio; y una sonrisa en el de sus compañeros.
—Lo siento, niño, ¡él no es un presumi’o de corazón! Pero tienes mi palabra: ¡te traeremos una buena historia!
—No dramatices esta a los poetas, Hansel. La mitad de las absurdas historias a mi nombre son culpa tuya.
La pareja se empujó mutuamente a los codos mientras se burlaban, pero una emoción palpable llenaba el aire; la alegría simplemente irradiaba de ellos.
En contraste, la señora los observaba con la sonrisa de una madre que ve a sus hijos partir al colegio. ¿Cuántas veces habría visto a su esposo partir en otro viaje lejano?
De repente, noté una presencia a sus pies: era Margit, con una bolsa lo suficientemente grande como para abrazarla. Estaba profundamente dormida cuando me levanté, pero aquí estaba, ayudando a la señora con sus tareas. Tal vez yo debería haber hecho lo mismo en lugar de entrenar en el jardín.
Cuando nuestras miradas se cruzaron, me hizo una burla con una risita: parecía decirme, aún te queda un largo camino por recorrer.
—Ah, pensé que había notado a alguien. Así que ahí estabas. Mm… Hm… No está mal.
—Guárdalo para después, Rotaru. El tiempo no esperará por nosotros… ¿Verdad?
A diferencia de mí, el Señor Rotaru había notado a Margit desde el principio. Tal vez esto era una señal para profundizar en las habilidades de detección de presencia… pero el costo de oportunidad de invertir en combate era alto. Por ahora, me conformaba con mi magia, pero aún tenía espacio para crecer como luchador, y definitivamente necesitaba otro impulso para las negociaciones.
Dejando de lado mi lucha interna, nuestras despedidas tuvieron lugar en la puerta de la cocina. No querían marchar hacia las puertas de la ciudad con un grupo grande para evitar llamar demasiado la atención, así que debíamos quedarnos aquí.
Solo podía soñar que algún día yo sería el que se embarcaría en un viaje tan emocionante como el suyo.
—Está bien entonces. Ten cuidado, cariño.
—Lo haré. Prometo regresar a salvo.
La pareja se inclinó y se dio un beso en la mejilla. Luego la señora sacó una piedra de pedernal y la golpeó varias veces, esparciendo las chispas sobre su esposo. Era un ritual para buenos presagios: el fuego era el avatar mundano del Dios del Fuego, es decir, el primer hijo del Dios Padre. Se decía que sus brasas disipaban el mal y aseguraban la seguridad de los viajeros.
Cargados de toda clase de emociones y expectativas, los aventureros se marcharon, sus espaldas aún más brillantes que los primeros rayos del alba.
Un día, pensé. Un día me embarcaré en un viaje como el suyo.
Ahora, si tan solo este epíteto tan poco imaginativo pudiera ser el primer peldaño hacia ese objetivo…
[Consejos] Los rituales para buenos presagios varían según la deidad y suelen implicar acciones relacionadas con la jurisdicción divina del dios elegido. Entre los más conocidos están los adoradores del Dios Sol, que golpean pedernales; los creyentes en la Diosa de la Noche, que beben agua dejada al aire bajo la luz de la luna; y los seguidores de la Diosa de la Cosecha, que esparcen los granos de un tallo de trigo de la cosecha del año sobre el viajero.[1] Se llama «rabajador de cuello azul» a quienes realizan labores manuales o industriales, como obreros, mecánicos, albañiles u operarios. El término viene del color azul de los overoles usados en fábricas. Contrasta con los oficios de «cuello blanco» (administrativos).
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