Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 7 Verano del Decimoquinto Año

Aventura en la Ciudad

Las aventuras clásicas pertenecen al reino del hack 'n slash[1], pero ni todas las espadas ni toda la magia del mundo detendrán a los pilluelos que deambulan por las calles. El laberinto de personas y ladrillos no siempre puede resolverse con métodos probados y verdaderos: incluso si la fuerza se impone, la violencia no necesariamente lo atará todo con un bonito lazo, como ocurre en las mazmorras.



Hice mi mejor esfuerzo por calmar mi respiración inestable mientras corría a toda velocidad. Mis brazos y piernas se movían frenéticamente al unísono, transformando mi cuerpo en una máquina enfocada en unas pocas tareas simples: saltar hacia adelante, aterrizar, repetir.

Los tejados eran la cúspide de la inestabilidad. No eran más que un puñado de tejas apiladas sobre el techo de alguien, totalmente inadecuadas para correr. La superficie irregular arañaba mis dedos y talones, y la naturaleza había dejado trampas invisibles en forma de adhesivos desgastados que cedían si osaba poner peso sobre ellos. Las pendientes, diseñadas para repeler la lluvia, me frustraban sin cesar, convirtiendo la simple tarea de correr en línea recta en un desafío. Mis pies inclinados luchaban por encontrar cualquier tipo de agarre.

Pero lo peor de todo era que un solo error podía convertirse en una caída descontrolada, ya que la falta de apoyo dificultaba recuperar el equilibrio una vez que me inclinaba demasiado.

Como si fuera una señal, un paso cuidadosamente calculado hizo que la teja bajo mis pies se ladease —seguramente todo el maldito techo estaba podrido— y con ella, mi cuerpo. Agité los brazos para corregir mi postura y deslicé el pie con fuerza hacia la izquierda. Sabía que me estaba forzando demasiado por la punzada de dolor en mis costados y muslos, pero no tenía tiempo para preocuparme por ello.

Los mensch no estaban hechos para los tejados; este era el dominio de seres mucho más ágiles y ligeros. Aunque podía imitar sus movimientos hasta cierto punto, no había forma de que lograra ejecutar sus acrobacias.

—¡¿Whoa?!

Sin embargo, tenía una razón para estar aquí arriba con mi pesado cuerpo y mis dos torpes piernas: estaba en plena persecución.

Un poco más adelante, una alta sirena caminaba con calma sobre los tejados, y mi objetivo se deslizaba bajo sus alas. Seguro que ese maldito embaucador lo hacía a propósito solo para burlarse de mí.

—¡Disculpe!

—¿¡Qué…?! ¡¿Un mensch también?! ¡Detente, niño! ¡Podrías morir aquí arriba, ¿sabes?!

Levanté la mano con indiferencia en respuesta, pero el considerado humanoide rapaz tenía razón en todo.

Después de todo, estábamos a tres pisos de altura.

A ojo, calculé que estaba al menos a diez metros del suelo. Debajo se extendía una calle de tierra compactada con piedras; un resbalón podría fácilmente romperme los huesos o incluso matarme. No importaba lo bien que rodara para disipar el impacto; mi cuerpo de mensch simplemente no estaba hecho para soportar caídas de esta altura.

Pensándolo bien, muchos juegos de rol de mesa mantenían el daño por caída como una amenaza letal incluso para los personajes de alto nivel. Las caídas más largas a menudo añadían dados extra de daño que atravesaban la armadura, mitigables solo con magia o herramientas místicas. Hasta los mayores héroes debían temerle a la gravedad.

Desde donde estaba ahora, podía imaginarme a un cruel Maestro del Juego negándose siquiera a dejarme tirar los dados, entregándome en su lugar una hoja de personaje en blanco con una sonrisa maliciosa.

Y mi objetivo lo sabía perfectamente. Por eso había elegido huir aquí.

«Siéntete libre de perseguirme, pero recuerda que las consecuencias serán solo tuyas.» No lo dijo en voz alta, pero la burla estaba escrita en cada mirada que lanzaba por encima del hombro para confirmar que aún me debatía en la lucha.

¡Argh, maldita sea! ¡Solo siéntate ahí un segundo, te reto! ¡Eres mío!

Pero no. El maldito se alejaba de un salto tras otro, dejando tejados atrás sin esfuerzo. A veces aterrizaba en cornisas tan delgadas que apenas parecían tener espacio para un pie, solo para escalar después muros imposibles con la misma facilidad.

Seguirle el ritmo estaba llevándome al límite. Al inicio de la temporada, había dudado entre invertir en Agilidad o Resistencia… y terminé eligiendo la segunda, dejándome sin la velocidad necesaria para alcanzarlo. No, espera; quizá era más correcto decir que mi recién mejorada VI: Resistencia Sobresaliente era la única razón por la que todavía no me había sacudido de encima, por patético que pareciera.

Aun así, tenía que admitirlo: sus movimientos eran impresionantes. No solo tenía la habilidad para elegir el camino más difícil para mí, sino que además lanzaba fintas estratégicas para explotar la torpeza del cuerpo de mensch en los giros cerrados. Y a pesar de todo, su forma perfecta no mostraba ni una pizca de fatiga.

¡¿Me estás diciendo que logré darle problemas a los jagers y a la guardia de la ciudad de Berylin, pero este tipo me está haciendo quedar como un idiota total?!

—¡¿Wah?!

Un paso en falso me hizo perder el suelo bajo los pies. Había aterrizado sobre una teja que parecía normal a simple vista, solo para que esta se deslizara en cuanto puse peso sobre ella. Justo lo que había mencionado antes: adhesivo suelto… y ahora iba directo al borde.

El mundo adquirió una curiosa orientación horizontal mientras la inercia me lanzaba al vacío. Ya había perdido el control, y por mucho que agitara los brazos, no había forma de recuperar el equilibrio.

Aceptando mi destino, rodé primero sobre el hombro contra el tejado para evitar una caída total. El dolor punzante en mi hombro fue el precio a pagar, pero seguía siendo mejor que un viaje directo al suelo; prefería despertarme con molestias al girar en la cama que no volver a sentir nada jamás.

Además, ahora que habíamos llegado hasta aquí, ya no necesitaba alcanzarlo. El trabajo estaba prácticamente terminado.

—¡Margit!

—Aquí mismo.

Su respuesta llegó casi antes de que terminara de llamarla. Justo cuando el tipo intentó saltar al siguiente edificio, un brazo surgió del vacío y lo atrapó por el cuello.

Nuestro objetivo soltó un chillido como un gato asustado.

Eh, bueno… más exactamente, era un gato chillando.

—Por fin te atrapé, —dijo Margit, levantando a nuestro felino oponente.

El pequeño artista del escape se retorció en un torbellino de negro, gris y marrón, pero estaba enfrentándose a una cazadora acostumbrada a manejar presas muchas veces más grandes que él. El agarre de Margit no se inmutó en lo más mínimo.

—¡Owww…! Dame un respiro, pequeño ladrón de pescado.

Sí, escuchaste bien: la misión de hoy consistía en cazar a un gato que había robado pescado y devolverlo al solicitante. Eso, junto con veinticinco assariis para cada uno, era toda la razón que teníamos para estar corriendo por ahí y empapándonos en sudor.

—Puedes guardar tus excusas para el juez, —le dijo Margit al maullante felino—. Por cierto, Erich, ¿tu hombro está bien?

—Ah, estaré bien. Duele, pero amortigüé la caída, así que seguro me recuperaré con un baño y algo de descanso. —Había clavado el hombro contra el techo para frenar mi impulso, pero no lo suficiente como para afectar mi rendimiento en el futuro. Además, esa maniobra había dejado el resto de mi cuerpo intacto—. Más importante aún, logré evitar que esto cayera.

Señalé la teja suelta que había devuelto a su lugar. Pensé que dejarla caer era demasiado peligroso, así que la atrapé con una Mano Invisible; en el peor de los casos, podría haber herido a alguien en la calle, lo cual habría sido un problema mucho mayor que la persecución en sí.

—Me alegra tener un compañero tan caballeroso. Bueno, entonces, ¿vamos a entregar al fugitivo para reclamar nuestra recompensa?

—Vamos. No es que la paga valga el esfuerzo, pero bueno.

Sosteniendo mi brazo adolorido, seguí a Margit y al gato hacia abajo. Tuve que descender lentamente apoyándome en los salientes de la pared, mientras que mi compañera aracne bajó rápidamente deslizándose por una línea de seda que ella misma había creado. No podía estar más celoso.

Ahora que la misión había terminado, dejemos algo claro: este trabajo aburrido era la definición misma de la vida de aventurero.

Ayer, habíamos pasado todo el día deambulando por la ciudad en busca de un objeto perdido. Revisar callejones y escarbar en el barro entre los adoquines para encontrar un diminuto anillo había sido una tarea monótona hasta el extremo. Nos habían pagado media libra por el valor del objeto perdido, pero viendo nuestra ropa sucia, era difícil decir que valió la pena.

El día anterior, nos habían encargado reparar techos, lo que se tradujo en subir y bajar, subir y bajar, cargando tejas sin descanso. Uno podría preguntarse por qué no lo hacía un techador o un albañil, pero la respuesta era simple: un profesional especializado habría cobrado entre dos y cuatro veces más que lo que se paga a un aventurero. Lo cual, dicho sea de paso, fueron unos miserables treinta assariis.

Tres días atrás, tuvimos algo casi emocionante: un encargo como guardias de un bar… que en realidad se redujo a limpiar y lavar platos durante medio día. Jamás imaginé que me felicitarían por «no romper ni un solo plato» o por «limpiar bien las mesas». Diez assariis por cabeza, por si te lo preguntabas.

¿Y hoy? Nos habíamos pasado el día persiguiendo un gato por los tejados. Seguramente, los jóvenes del mundo dejarían caer los hombros y suspirarían si supieran que esta es la verdadera vida de un aventurero novato.

Pero a mí me gustaba así.

Esto era lo más satisfactorio que podía ser un nuevo comienzo. Claro, amaba los niveles intermedios de una campaña, donde el grupo subía de nivel, se enfrentaba a monstruos infames y conquistaba mazmorras legendarias en su camino para convertirse en mitos vivientes. Pero realmente disfrutaba el progreso lento y constante de hacer trabajos honestos como principiante.

A veces, la falta de recursos solo hacía que la interpretación fuera más interesante. Donde un grupo veterano podía resolver un problema con un solo conjuro de su mago, los personajes de bajo nivel estaban limitados por sus puntos de magia y tenían que idear formas ingeniosas de aprovechar todo a su alcance, reservando sus recursos más valiosos para el inevitable clímax.

En mi opinión, esto era lo que diferenciaba a los juegos de rol de mesa. Otros juegos tenían puntos de control donde la magia era la solución, pero el dios del destino en un tablero tomaba una forma mucho más influenciable: cualquier cosa podía suceder siempre que el Maestro del Juego diera su aprobación.

El trabajo era tedioso, pero al pensarlo dentro del contexto de esos sistemas que tanto amaba, incluso me alegraba de que no se pudiera omitir tan fácilmente. Margit no estaba tan entusiasmada, pero tomábamos un día libre cada tres, y yo me aseguraba de llevarla a divertirse cada vez; con suerte, aguantaría por ahora.

Volviendo a la tarea de hoy, habíamos llegado hasta los límites mismos de la ciudad. Este era el Vertedero: el lugar donde se acumulaba toda la basura de Marsheim.

Dicho esto, no era una montaña literal de desperdicios que la gente arrojaba sin más. Este era el punto de recolección de herramientas rotas y residuos de los servicios de limpieza de la ciudad; no tenía un olor particularmente desagradable.

Los bienes no deseados se reunían aquí, principalmente para facilitar su reutilización en otros lugares. Los artesanos solían llevarse muebles baratos para restaurarlos y revenderlos; si estaban en muy mal estado, los convertían en leña. Los desechos biológicos de origen humano se almacenaban en cubos —sorprendentemente inodoros cuando se guardaban adecuadamente— para su posterior uso como fertilizante. En cuanto a los montones de compost variado, me habían dicho que valían su peso en monedas para los agricultores de los cantones cercanos; al parecer, las hordas de comerciantes que llegaban cada primavera para comprar esta «basura» eran un espectáculo digno de ver.

La ciudad, en sí misma, era un organismo. Todo lo que producía tenía que ser utilizado de alguna manera, o los pequeños seres que vivían dentro de ella acabarían por marchitarse. Eficiente y ecológico; me gustaba.

Lo que no se podía aprovechar de ninguna otra forma se arrojaba a un enorme pozo cubierto. En el fondo de ese agujero habitaban las mismas masas vivientes de baba ultra básica que mantenían en funcionamiento el sistema de alcantarillado de Berylin. Clones del limo de limpieza original se habían distribuido por todo el Imperio, absolviendo a la humanidad de su pecado contaminante eterno.

Margit y yo nos abrimos paso entre los basureros y los limpia letrinas [2] —algunos eran exconvictos, como evidenciaban sus tatuajes, probablemente cumpliendo trabajos forzados— para acercarnos al «trono».

Era un asiento de gran envergadura y deforme. Construido con muebles rotos y armazones de cama, la pila de basura carecía de cualquier arte y se asemejaba más a la obra improvisada de un niño que había pasado sus vacaciones de verano en un torpe proyecto de manualidades.

Sin embargo, en lo alto de ese trono descansaba un ser majestuoso: un gato enorme.

A excepción del punto negro en su rostro, el imponente Lord Ludwig lucía un lujoso pelaje gris y blanco. Y que quede claro, su título no era un simple juego: en términos muy literales, él era el señor de todos los gatos en Marsheim.

—Su Excelencia, —dije—, gracias por concedernos el honor de una audiencia.

—Tal como lo ha solicitado, —continuó Margit—, hemos capturado a su súbdito desobediente.

Nuestra actitud grandilocuente y nuestras reverencias no eran una mera broma; los gatos eran sumamente respetados en el Imperio Trialista. Todas las grandes ciudades de nuestra nación mantenían una población saludable de felinos ayudantes para cazar las alimañas y plagas que lograban infiltrarse en sus calles.

Que la ausencia de gatos estuviera correlacionada con la frecuencia de pandemias se había observado incluso antes de la fundación del Imperio, y hay registros de muchas ciudades-estado rhinianas adoptando prácticas similares de tenencia de gatos antes de la unificación imperial. Sin embargo, no era solo por seguir el ejemplo de estos primeros estados.

La otra razón principal era la existencia de los señores de los gatos.

La sabiduría popular dictaba que, una vez que la población felina de una ciudad alcanzaba un umbral desconocido, surgía un ejemplar excepcional. Ese señor de los gatos gobernaba a sus súbditos felinos. Si era tratado bien, traía prosperidad a la ciudad; si se le trataba mal, desaparecía, llevándose con él a los vitales cazadores de ratas.

Por ello, la política imperial ordenaba respetar tanto al señor como a sus súbditos en nombre del bienestar público.

En el pasado, un magus había ofendido a un señor de los gatos en un intento de analizar su misterioso poder. Lo que siguió fue una catástrofe tan grande que los libros de historia optaron por no reimprimir los detalles, dejando constancia solo de que había ocurrido. Habría necesitado acceso a la bóveda prohibida del Colegio para saber más, pero era seguro asumir que, fuera lo que fuera, había sido brutal. ¿Por qué si no alguien como Lady Agripina se cuidaba de no molestar a los gatos?

La ley castigaba matar a un gato con una multa de treinta libras o cinco años con grilletes de hierro, sin importar las circunstancias. Estaban más protegidos que algunas personas, y francamente, podía entender por qué.

En cuanto a la razón por la que habíamos llevado al gato fugitivo ante Lord Ludwig, la respuesta era simple: él mismo había solicitado su captura.

Los señores de los gatos de cada ciudad proclamaban a sus súbditos: «No robarás de las tiendas de esta ciudad». Las personas a quienes se les robaba estaban por su cuenta, pero, a cambio de su trato privilegiado, los señores de los gatos mantenían a raya a la población felina en lo que respectaba a interferir con los negocios.

Por desgracia, no todos los gatos tenían la disciplina para obedecer tales advertencias. Aquellos que rompían las reglas recibían recompensas por su captura, permitiendo que el señor los reprendiera personalmente.

Naturalmente, la tarea recaía sobre nosotros, los aventureros, llevándonos a frenéticas persecuciones por callejones y tejados.

Con un metro de largo sin contar su cola, el imponente Lord Ludwig se irguió majestuosamente y saltó al suelo con un aire de furia silenciosa. Se acercó lentamente al gato atrapado en las manos de Margit.

El ladrón de pescado parecía aterrorizado: tenía las orejas agachadas y la cola metida entre las patas. El señor de los gatos no tuvo piedad y disipó cualquier idea de compasión con un resoplido; se inclinó hacia adelante y frunció el ceño con tal severidad que hasta yo quedé impresionado.

Nuestro fugitivo se encogió y chilló de terror. Esto complació a Lord Ludwig, quien se giró con elegancia, recuperó su trono y comenzó a acicalarse con total serenidad.

Supongo que eso es todo.

Tan pronto como Margit lo soltó, el gato travieso salió disparado como si le hubieran prendido fuego a la cola. Aunque para nosotros parecía haber salido ileso, en el mundo felino, aquello parecía haber sido un castigo serio. Sus días de robar pescado habían terminado, sin duda.

Contuve el impulso de revolver el pelaje esponjoso de Lord Ludwig y le dediqué una reverencia antes de darle la espalda al trono. Demasiado ocupado acomodando su cola, ni siquiera nos miró. Todo había vuelto a la normalidad para él.

El gato está en su lugar de siesta, y todo está bien en el mundo… o algo así.

—Mriiau. —De repente, de entre las sombras de la cabaña, apareció un gato completamente blanco con una pequeña bolsa en la boca. Extendí la mano abierta y dejó caer la bolsita en mi palma.

Al abrirla, encontré la placa que confirmaba que habíamos completado el trabajo… y una bellota lisa y brillante.

—Vaya, vaya. Muchas gracias.

—Miau.

Agradecí al gato por sus molestias rascándole la cabeza y bajo la barbilla hasta que finalmente maulló con satisfacción y se marchó.

El señor de los gatos no solo poseía inteligencia obvia, sino también la capacidad de dar órdenes. Estaba claro que la posición de Lord Ludwig no se debía solo a las preferencias personales del margrave —aunque, admito, el Imperio estaba lleno de amantes de los gatos— sino a un auténtico acuerdo táctico. De hecho, algunos magus incluso especulaban que eran seres divinos que rastreaban sus poderes hasta algún antiguo dios desconocido.

—Qué bellota tan bonita, —dije.

—Quizás tenga algo especial, —respondió Margit.

Levanté la brillante bellota hacia la luz del sol. Tenía una forma entrañablemente gruesa y redonda, y parecía más un roble que un chinquapin. No podríamos venderla por dinero, pero no tenía dudas de que era una semilla de primera, considerando cuántos objetos raros el señor de los gatos hacía que sus súbditos buscaran.

Sería mejor cuidarla bien.

—Esto serán cincuenta assariis, así que eso hace…

—Cuatrocientos en nuestra caja común, —terminó Margit.

Los dos siempre charlábamos sobre nada en particular en nuestro camino de regreso a la Asociación. A veces hablábamos sobre el trabajo; otras veces, sobre los planes para nuestro próximo día libre; pero el tema de hoy era nuestras finanzas.

Cada uno de nosotros apartaría doce assariis como cambio para nuestro bolsillo, y el resto, veintiséis, lo pondríamos en nuestra billetera compartida. Este era nuestro pago por medio día de trabajo, y tendríamos que encontrar un trabajo rápido para la tarde o hacer compras y cocinar nuestras propias comidas hoy para ahorrar gastos. Aunque no estábamos en la ruina, esto no era suficiente para ponernos cómodos.

Dicho esto, Marsheim tenía mucho tráfico, lo que traía mucho comercio, lo que hacía bajar los precios; nos las estábamos arreglando. Quince assariis al día eran suficientes para llevar una vida humilde. Gracias a la benevolencia de la señora, solo pagábamos cinco por nuestra habitación cada noche, y podíamos reducir los costos de comida por debajo de diez si realmente nos comprometíamos con la frugalidad. La idea de mejorar nuestro equipo o comprar herramientas arcanas era cómica, pero no nos costaría trabajo poner pan en la mesa.

No es que una vida así fuera saludable o culta, claro. Si estuviéramos realmente en apuros, tendríamos que subsistir con pan duro horneado quién-sabe-cuándo y leche que ya estaba en proceso de agriarse. Eso podría ahorrarnos unas monedas más, pero no era una opción real para aventureros, cuya salud era un activo comercial.

Aunque al principio habíamos prometido vivir de manera sencilla, ninguno de los dos quería llevar una vida humillante, así que comíamos comidas adecuadas todos los días. No demasiado lujosas, pero tampoco demasiado escasas; nuestro gasto era justo para un par de novatos.

Como un aparte, la billetera compartida de la que Margit hablaba solo contenía el dinero que habíamos ganado desde que llegamos a la ciudad. La que contenía todos nuestros ahorros estaba guardada de forma segura en nuestra caja fuerte.

Pensando que tener demasiado dinero solo nos haría relajarnos, habíamos guardado proactivamente la mayor parte de nuestros fondos. Era más fácil motivarse cuando había restricciones en juego. En mi vida pasada, ganaba un salario decente, pero trataba de limitar mis gastos a diez dólares al día; también me había prometido usar las escaleras en lugar del ascensor si mi destino estaba en el quinto piso o más bajo. Ese tipo de cosas.

Además, no queríamos atraer la atención equivocada gastando demasiado como un par de novatos.

—¿Quieres ir de compras en nuestro día libre? Estaba pensando en conseguir más aceite para la linterna.

—Eso suena encantador. La cinta que uso para el cabello se está deshilachando, y también he estado pensando en conseguir una nueva perforación.

—¿Otra? Tus orejas me parecen llenas.

Cambiando a un tema mucho más divertido —nos estábamos permitiendo una libra por cada día festivo de nuestro fondo como un capricho para nosotros mismos— Margit comenzó a jugar con sus orejas. Personalmente, pensaba que eran demasiado pequeñas para poner algo más sin que se viera torpe.

La mayoría de sus accesorios eran simples pendientes de bola o piercings de barra. Aunque nuestro pendiente a juego de concha rosa —hablando de eso, el mío no había sonado nada últimamente— era el único que tenía una cadena, sus orejas se veían realmente llenas. Supuse que tal vez podría ponerse uno o dos más, pero a este punto sería difícil encontrar espacio suficiente para un agujero nuevo.

—Mm… Es difícil pensar en dónde me gustaría ponerme uno más. ¿Tal vez en la lengua?

—¿¡Tu lengua!?

—O quizás en mi ombligo.

—¿¡Tu ombligo!?

—¿Por qué te alteras tanto? Mi madre tiene uno en ambos, que lo sepas.

Ya-ya, pero… Pensándolo bien, me había desconcertado cuando vi a la Señorita Corale por primera vez. Pero vaya, ella sí que elegía lugares… atrevidos.

—Se me olvidó hacerme uno para celebrar el hecho de convertirme oficialmente en aventurera, y quiero ponerlo en un lugar especial.

—Claro, pero… ¿no duele? He oído que es difícil mientras la herida cicatriza.

—Según mi madre, no es tan doloroso. Especialmente en la lengua, ya que está a salvo dentro de la boca; aunque sí mencionó que fue difícil hablar durante un tiempo.

Margit era el epítome de la indiferencia, pero esto claramente era un punto cultural de división entre mensch y aracnes. Las chicas de ciudad de todos los tipos eran propensas a tener piercings en las orejas, pero la lengua y el ombligo estaban muy fuera de los límites de lo que la persona promedio consideraba algo de moda. Incluso había mencionado querer hacerse un tatuaje si alguna vez cazaba una presa digna de ser cazada; esto era algo que tendría que aceptar como más allá de mi sentido común.

No es que pudiera negar cómo realzaba su encanto. Los adornos osados chocaban con su aspecto natural de maneras misteriosas y tentadoras.

—Además… No es como si me molestara el dolor la última vez que me ayudaste.

Un escalofrío cosquilleante subió desde la punta de mi coxis directamente hasta mi cabeza. Esta compañera mía decía unas cosas increíbles; tal vez estaba acostumbrado a cortar dedos o brazos, pero hacerla sangrar era un asunto completamente distinto.

Pero apuesto a que sabe exactamente lo que está diciendo.

Antes de que pudiera responder, una figura sombría se acercó sospechosamente, golpeando mi hombro mientras pasaba. El mensch con harapos ni siquiera se disculpó antes de correr hacia un pequeño callejón.

—¿Otra vez? —preguntó Margit con un suspiro.

—Sí. Otra vez. —Mientras respondía, saqué dos monederos. El primero era mi monedero personal; lo había comprado poco después de llegar, y era una bolsa simple con un cordón para cerrar la abertura y mantener dentro el puñado de piezas de plata y cobre.

El segundo era un saco tosco de yute atado con una tira de cuero que venía de quién-sabe-dónde. Lo abrí para mostrar una lamentable cantidad de monedas de cobre.

Últimamente, me había encontrado marcado por carteristas. Aunque vestía ropa sin ajustes, tal vez el solo hecho de tener los fondos para bañarme cada pocos días era suficiente para dar la impresión de que tenía dinero; al menos una vez cada pocos días intentaban robarme. Supuse que esa era la vida de un aventurero sin una organización en la que apoyarse.

La verdad, había estado recibiendo invitaciones de un clan durante algún tiempo; o tal vez serían mejor descritas como amenazas. Había rechazado educadamente todos los intentos directos de sondeo, y como resultado, comenzaron a hacer este tipo de «bromas» en su lugar.

Al mirarlo en retrospectiva, todo había comenzado con mi propia imprudencia, por más justificada que me pareciera.

Primero llegó la Heilbronn Familie.

Ya habíamos ayudado varias veces como porteros-y-lavaplatos hasta ese momento, y un día, un borracho entró completamente ebrio cuando el sol aún estaba alto. Cuando se puso demasiado «amable» con una camarera, lo paré; y eso fue el comienzo de todo.

La triste realidad era que las mujeres que trabajaban en las tabernas debían aceptar «rozamientos accidentales» en el trasero como parte de su trabajo, pero nadie esperaba que soportaran una mano no invitada en el pecho. Y cuando el borracho, que no pagaba, intentó arrastrarla a su regazo, intervine para ponerlo en su lugar.

Dicho esto, todo transcurrió de la forma más pacífica posible. Simplemente le mostré mi mejor Sonrisa Abrumadora y le dije: «Parece que estás algo borracho. ¿No crees que una buena siesta en casa sería agradable ahora mismo?» Combinado con mi Gravedad Exudante, que permitía que mi habilidad en Artes de Espada Híbridas se manifestara en Negociación, la amenaza hizo que el color desapareciera instantáneamente del rostro del hombre. Mi mejor suposición era que la imagen de su cabeza separándose de su cuerpo si intentaba algo raro había cruzado por su mente.

En comparación con una golpiza violenta, fui bastante amable, estoy seguro de que estarás de acuerdo. Además, aunque «portero» solo fuera un título nominal, cubrir al personal había sido parte de mi descripción de trabajo.

Lo que me sorprendió, sin embargo, fue que sus amigos regresaron para devolver el favor después de que él se escapara con el rabo entre las patas.

Por más que agradeciera la comida gratis que la camarera me dio como agradecimiento, ella había extendido demasiado la historia. Según la versión, un joven había espantado a un miembro de la Heilbronn Familie; yo no había estado equivocado en ningún momento, pero terminé ensuciando su nombre.

Mi pequeña combinación había asustado fácilmente a los matones, pero ahora todo el clan tenía los ojos puestos en mí. Aunque los oficiales superiores aún no habían tomado cartas en el asunto, no podía negar que ahora estábamos en desacuerdo.

Sin embargo, no era como si pudiera simplemente abandonar mi puesto. Margit había estado de acuerdo en que había hecho lo correcto, así que realmente parecía un resultado de circunstancias desafortunadas.

Además de eso, también había atraído la ira del Clan Baldur.

Tuve que admitir que había sido un poco descuidado en este caso. Margit y yo estábamos de compras en uno de nuestros días libres, y me dejé llevar un poco al recorrer los puestos.

En un callejón estrecho, encontramos un puesto que vendía productos farmacéuticos sospechosos. Eché un vistazo a las llamadas pociones curativas y fruncí el ceño: todo, desde las pomadas para cortes y moretones hasta las medicinas para el estómago, olían tan débilmente a maná que dudaba que tuvieran algún efecto en absoluto. Mi error, sin embargo, fue mostrarlo en mi rostro.

Liberado de un entorno donde se requerían sonrisas finamente forzadas, dejé que mi cara de póker se desmoronara demasiado. Al dejar ver mis emociones, le di una pista al vendedor de que sabía que sus productos eran falsos.

A pesar de vender productos que eran prácticamente un timo, la persona que gestionaba el puesto debía ser un mago; en cuyo caso, sería aún más extraño pensar que el tipo no había entendido por qué los estaba mirando. Era completamente natural que tuviera conocimiento de lo que estaba ofreciendo.

Sumado a los rumores sobre pociones prohibidas que circulaban por el pueblo, los productos de baja calidad pintaban un cuadro claro del tipo de personas que el Clan Baldur estaba buscando. El negocio establecido en un rincón olvidado de la ciudad era, probablemente, una tapadera para un traficante.

De este modo, podían mantenerse al margen y conservar la apariencia de estar dirigiendo un negocio en la remota posibilidad de que las autoridades se presentaran. Nada de lo que estaba a la vista se había destinado a ser vendido. Si hubieran sido estafadores tratando de comercializar pociones dudosas, podrían haberlo hecho a plena luz del día; encontrar uno o dos ejemplos en el bazar local era sencillo. Cualquier persona sin conocimientos sobre magia tendría que depender del vendedor para juzgar la eficacia de las pociones, y los vendedores sin talento eran comunes. Ver a uno tratando de pasar mercancía defectuosa que había sido engañado para comprar por su proveedor era algo frecuente.

Sin embargo, cometí un terrible error: había revelado que tenía un talento para lo arcano a un grupo de personas siempre hambrientas de comerciantes con conocimientos. Tenía que admitir que había bajado la guardia.

Honestamente, ¿por qué éramos tan malas en esto las personas? Había pasado tanto tiempo perfeccionando la armadura social definitiva —una sonrisa vagamente educada— pero en cuanto empecé a disfrutar, la dejé escapar por la ventana.

Desde ese incidente, figuras encapuchadas habían comenzado a intentar acercarse a mí. Afortunadamente, Margit me apartaba cada vez que uno se acercaba, pero tenía el mal presentimiento de que esto se convertiría en un dolor de cabeza si no hacíamos algo pronto.

¿Acaso todos los clanes oscuros estaban confabulados o algo así? Lo peor era que casi parecía que todos pasaban la información de que no tenía afiliación alguna. Sin ese conocimiento, no se atreverían a acosarme tan a menudo.

Bueno, tenía una lección preparada para estos tipos de visitantes groseros, y vaya que estaba cobrando matrícula. Cada vez que se acercaban, les robaba las carteras y las reemplazaba con pequeñas piedras envueltas en trapos.

Por si tienes curiosidad, este truco no requería magia; no tenía Favor Divino en Destreza por nada. No necesitaba conocimientos especializados para hacer un poco de magia de manos; podía hacerlo con los ojos cerrados.

Hm, no es suficiente como para invitar a una buena cena, pero esto servirá bastante bien para hacer nuestra pausa de la tarde un poco más agradable.

—Margit, ¿qué te parece si paramos a tomar té antes de ir a la Asociación?

—¡Ay, eso suena encantador! Me encantaría.

Los dos nos desviamos hacia un callejón para alejarnos antes de que el tonto se diera cuenta de que se la había jugado. Aún necesitábamos ultimar nuestros planes para la tarde, y una buena taza de té de la señora era la mejor manera de hacerlo.

Por mucho que me gustara lo quijotesco que era la tensión entre la paz y el peligro, no podía evitar lamentar la infinita mala intención que plagaba el mundo. Sabía que el avance en la carrera traería atención no deseada eventualmente, pero ¿tan pronto? Aunque, por otro lado, no habernos defendido habría llevado a que nos explotaran, así que no me arrepiento de haberme defendido en absoluto.

De buenas y malas maneras, mi tiempo bajo el estandarte de Ubiorum me había otorgado la capacidad de responder a cualquier ofensa a la vista del público; ahora, era un aventurero reemplazable sin la protección de un patrocinador. Lo único que tenía para defenderme era mi propia habilidad; pero eso era una espada de doble filo. Pensar que, hace medio año, nunca me habría imaginado estar agradecido por tener a una maestra que, en silencio, me recordaba que podría desatar una guerra si me dejaba llevar.

¿Un patrocinador, eh? No es que no pudiera encontrar uno, pero no quería tener que tragarme mis palabras frente a la Señorita Laurentius cuando aún estaban frescas en mi boca, y depender aún más del Señor Fidelio de lo que ya lo hacíamos sería simplemente triste.

Supongo que tendré que resolver esto por mi cuenta.

Jugando con el cambio extra y escuchando su triste y vacío tintineo, dejé de lado mis dudas; esto era solo parte de ser un aventurero.


[Consejos] El tatuaje es la práctica de usar agujas y otros instrumentos para inyectar tinta bajo la piel, practicada en algunas regiones del mundo. En el Imperio Trialista, hay dos tipos: los elegidos como declaraciones estéticas y los que se marcan a los criminales para señalarlos por sus delitos.

La sentencia de tatuaje es una forma de exhibición punitiva reservada para los crímenes que no justifican un castigo corporal, pero que no pueden ser considerados menores. Estos son principalmente robo, asalto o agresión; solo cuando son atrapados, por supuesto.




[1] Los hack 'n' slashson juegos o historias de acción centrados en el combate cuerpo a cuerpo frenético, donde los jugadores derrotan oleadas de enemigos con espadas, magia u otras armas. Suelen priorizar la velocidad, los combos y la destreza sobre la estrategia, a diferencia de los RPG tácticos o de exploración.

[2] Eran trabajadores en la Europa medieval encargados de limpiar letrinas y pozos negros, recogiendo desechos humanos para su eliminación o uso como fertilizante. Operaban de noche para evitar el hedor y la vergüenza pública, y su labor era esencial para la higiene urbana.


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