Remake Our Life!

Vol. 9 Epílogo. La Confesión Matutina

El año había comenzado, y era el primer día laboral del 2009.

—Es raro que tú seas quien quiera hablar conmigo.

En la sala de reuniones de Succeed Soft, aquel día, yo me disponía a hablar sobre una decisión que había tomado, frente a alguien a quien respetaba profundamente.

Todavía no había llegado nadie más a la empresa. Lo había citado antes del horario de inicio laboral, aprovechando ese momento en que sabía que podría contar con su presencia. Ambos sabíamos que estábamos muy ocupados, así que no había otra oportunidad.

—Gracias por tomarte el tiempo.

—No hay problema. Entonces, ¿de qué se trata?

Por un instante, dudé sobre cómo decirlo.

Ser sincero me resultaba doloroso.

Pero seguir mintiéndole sobre este asunto habría sido aún más duro.

Por eso…

—Respecto a lo que hablamos el otro día… he decidido tomar un camino distinto al de ti, Matsuhira-san. —Le hablé con claridad y sin rodeos.

Su expresión no cambió en lo más mínimo. Pensé que tal vez se sorprendería o que incluso se lamentaría, pero, como siempre, permaneció igual.

—¿Puedo saber los motivos con más detalle? —en su lugar, preguntó con su tono tranquilo de siempre.

—Sí, te los contaré.

A partir de ese momento, supe que ya no cambiaría de opinión.

Aquello era, en esencia, una declaración sobre cómo quería vivir mi vida.

Había regresado del futuro, de diez años adelante, para rehacer mi vida.

Y ahora, por fin, tenía frente a mí lo que tanto había buscado.

—La idea de mejorar el entorno de los creadores me parece muy valiosa, Matsuhira-san.

—Gracias. Así que, en eso, estás de acuerdo conmigo.

Asentí y continué:

—Sin embargo, convertirlo todo en un sistema tan controlado que termine pareciendo una fábrica… eso no es lo que deseo.

Su postura me parecía demasiado extrema.

Él mantenía una postura en la que, si era por el bien de su ideal, no le importaba invadir incluso la esencia misma de lo creativo. Había llegado a decir abiertamente que no le importaba desechar un proyecto entero si era necesario para lograrlo.

—¿Cómo se supone que se crean las cosas?

—¿Cuál es la intención detrás de esa pregunta? —respondió Matsuhira-san, devolviéndome la interrogante.

—Por ejemplo, si se trata de un producto industrial, se crea un proceso, se elabora un manual, y con base en eso, se asignan máquinas y personal.

Aunque podían ocurrir fallos mecánicos o errores humanos, mientras el proceso estuviera bien diseñado, el producto se terminaba automáticamente y en el tiempo exacto que se había calculado.

—Y si algo falla, basta con revisar el proceso, ajustar las máquinas o capacitar al personal.

—Exactamente. Lo que yo quiero lograr es, precisamente, algo así…

Pero en ese momento, lo interrumpí.

—Pero en la creación de videojuegos… no, en el campo creativo en general, ¿eso es realmente la solución óptima?

Una leve distorsión apareció en el rostro de Matsuhira-san. Tal vez era la primera vez que presenciaba algo así desde que había empezado a tratar con él.

—Por ejemplo, una ilustración. Si hay un error en el dibujo, puede corregirse, y si el diseño del vestuario resulta pobre, se puede mostrar material de referencia para mejorarlo.

—Es cierto. Eso permite reducir el esfuerzo al no depender únicamente de la intuición del director, y se puede sistematizar más.

—Pero, ¿qué ocurre con la parte de las ideas, aquello que nace desde cero?

—Eso también puede solucionarse aumentando el número de referencias o el equipo para la lluvia de ideas… —empieza a decir Matsuhira-san.

Pero negué con la cabeza antes de que terminara.

—Hasta cierto punto, sí, se puede llegar a algo con eso. Si se reúnen muchas opiniones y se extrae una conclusión de ellas, es posible crear algo que cuente con el apoyo de la mayoría.

—Está bien, ¿y qué tiene eso de malo?

Yo recordaba las obras que Shinoaki, y también Saikawa, habían creado tras debatirse en el sufrimiento, cada una coma una única y auténtica creadora.

—Pero algo así… frente al esfuerzo genuino de un solo creador, puede ser barrido con una facilidad pasmosa.

Hacía tiempo que no recordaba aquellas palabras.

Fueron las palabras que animaron a Nanako cuando se había detenido, las que resucitaron a Tsurayuki cuando estuvo a punto de rendirse con la creación, y las que hicieron renacer a Shinoaki.

Pasión auténtica.

Una concentración del alma que multiplicaba varias veces la capacidad ordinaria de una persona. La cristalización de su energía vital.

Y aquellas incontables maravillas que esa fuerza había producido, sabía que no las olvidaría jamás.

—Los creadores… no son normales. No pueden ser calculados. No sabes cuándo ni cómo va a surgir algo. Ellos luchan en una oscuridad sin salida visible, hasta dar con una respuesta que apenas roza los límites de lo posible. Eso es lo que hacen.

Se construía un entorno para que pudieran vivir con dignidad, cuidando su cuerpo, su mente, su humanidad.

Eso era lo mínimo indispensable… pero aun así, no podía ser algo que se pudiera calcular.

Era algo que dolía, pero al mismo tiempo, era tan divertido que dolía, y por eso mismo era aún más divertido. Así, sin saber en qué momento ocurrió, se olvidaban del paso del tiempo, de que eran humanos, y se dejaban llevar sin escuchar ni siquiera las voces que intentaban detenerlos.

—Los que estamos fuera de ese mundo, como yo, los que no somos creadores, tenemos la responsabilidad de acompañarlos hasta el límite… no, incluso más allá del límite, y compartir su destino. Eso es lo que creo que constituye nuestro trabajo.

Por eso, era evidente que aquello no podía convertirse en una fábrica. No había forma de que funcionara según un cronograma preestablecido.

Incluso si había elementos que se podían resolver con inteligencia colectiva, cuando se ponían frente a la vida de un solo individuo, todo lo demás se desvanecía.

Era precisamente porque era desconocido, que resultaba tan fascinante y doloroso. Eso era lo creativo.

—El trabajo creativo nunca podrá ser un trabajo ordinario. Y es precisamente porque no es ordinario, que lo que se crea tiene la capacidad de conmover corazones, de ayudar a muchas personas. Por eso, me sentí profundamente atraído por esta industria, y decidí que quería dedicarme a ella.

Tomé prestadas las palabras de Matsuhira-san… para decir justamente lo opuesto.

—Eso es todo.

Cuando terminé de hablar, el silencio se adueñó de la sala.

Afuera, el mundo aún estaba muy lejos del bullicio. Una atmósfera silenciosa y tensa llenaba la sala de reuniones en aquella mañana.

Matsuhira-san abrió la boca con calma.

—Tú… —dijo, y tras buscar las palabras por un instante, me miró directamente—. ¿Tú dices que, incluso si muchas personas terminan destrozadas física o mentalmente, aun así existen cosas que deben ser creadas, a costa de ellos?

Me quedé pasmado.

Era una visión extremista. Incluso me pareció una forma de hablar algo injusta.

Pero aun así, ya había encontrado la respuesta a esa pregunta.

—Sí, hay cosas que deben ser creadas… —Recordé a Shinoaki.

No como en aquella conversación con Nanako, sino en su forma decidida, iluminada casi con un aura sagrada, cuando había dejado atrás toda duda.

La creatividad no era una línea de montaje. Aunque uno intentara que todo fluyera según lo previsto, siempre podía surgir algo inesperado que lo detuviera todo.

Precisamente porque el proceso hasta que algo nace es imperfecto e inestable, es que nosotros, los humanos, creemos ver en él a los dioses o algo eterno.

Visualicé a aquella mujer que, incluso sacrificando tiempo con su familia, seguía construyendo su mundo. Y esa imagen se superpuso con la de la creadora en la que más confiaba y respetaba: aquella que trabajaba sin descanso, entregada por completo a su tableta.

No era algo normal. No podía serlo.

Encasillar a esas personas dentro de una categoría común era una falta de respeto demasiado grande.

Esta es… mi respuesta.

Dentro de mí, algo comenzaba a tomar forma.

Lo que hasta ese momento había sido difuso, empezaba a definirse con claridad.

Matsuhira-san recuperó la expresión de siempre. Esa mirada serena que mostraba en el trabajo.

—Aun así, yo… sigo confiando en ti, Hashiba-kun.

—Gracias. Yo también lo respeto, Matsuhira-san.

—Había pensado en ti como mi compañero para trabajar de aquí en adelante. Pero… —Dijo eso bajando la mirada, con aire apesadumbrado—. Por lo visto, ahora no podemos caminar por el mismo camino. —Lo declaró con claridad, sin rodeos.

¿Por qué Matsuhira-san odiaba tanto los métodos antiguos? ¿Por qué trataba de excluir todo lo que empezara con una negación?

No lo sabía, y tampoco tenía motivos suficientes para preguntárselo.

Si confiaba en las palabras de Horii-san, quizá en el futuro, si era necesario, llegaría a saberlo.

Pero en ese momento, sentía que ya había perdido la oportunidad de averiguarlo.

—Volveremos a hablar. No quiero rendirme contigo.

—Gracias.

Matsuhira-san salió de la sala con tranquilidad.

El bang de la puerta al cerrarse resonó con fuerza, y el silencio volvió a reinar en la habitación.

Aún quedaba tiempo antes del inicio de la jornada laboral. El lugar estaba tan en silencio, que parecía como si no hubiera nadie más en el mundo, y hasta el tiempo mismo se hubiera detenido.

Había sido una elección sin retorno. Había conocido a chicas adorables, me había hecho cercano a ellas, incluso había logrado que me llegaran a querer. Habríamos podido salir, formar una familia, trabajar juntos… Ese futuro también había estado al alcance, justo delante de mí.

Pero yo ya sabía que ese futuro, aunque parecía feliz, en realidad no lo era.

Lo sabía… y aun así, volví a dudar.

Todavía no tenía la suficiente determinación para aceptar que ya me encontraba en el infierno.

Pero a partir de ese día, el camino quedó completamente trazado.

¿A dónde quería ir?

¿Para qué había vuelto diez años atrás?

El momento de dar una respuesta ya se acercaba con fuerza.

—Tengo que hacerlo, no puedo no. —murmuré, como si tratara de convencerme a mí mismo. Entonces saqué el fajo de hojas que tenía a mi lado.

Era la propuesta en la que había estado pensando desde finales del año anterior.

Un proyecto para el futuro que había delante de mí… y de todos nosotros.

Algo que había ido desarrollando poco a poco con la determinación de estar a la altura de los amigos que, como creadores, ya estaban comenzando a volar por cuenta propia.

En esas páginas estaba volcado todo lo que habíamos vivido hasta ahora.

Las veces que habíamos logrado crear algo después de superar duras pruebas, y también cuando salimos de apuros justo a tiempo.

Cuando ayudamos a quienes no confiaban en su talento, dándoles una oportunidad para demostrar lo que podían hacer.

Y también, cuando por ceder ante la mediocridad, estuvimos a punto de perder el futuro de un amigo.

En otro futuro, ya había replanteado lo que estaba haciendo con mi vida.

Y quería volcar todo eso en este proyecto.

—Lo voy a crear.

La luz de la mañana comenzaba a llenar la sala de reuniones. Esa luz que se colaba por entre las rendijas de las persianas iluminaba la propuesta que tenía entre las manos, haciéndola brillar con intensidad.

Aún no estaba terminado el proyecto. Aunque las hojas fueran bastantes, lo único que contenían eran mis pensamientos desenfrenados, volcados sin orden. No se podía llamar propuesta de forma seria.

Pero había algo que podía afirmar con total seguridad: Más que cualquier otro proyecto que hubiera hecho hasta entonces, ese documento incompleto que tenía entre las manos tenía el potencial de convertirse en lo mejor que había creado jamás.

Y tenía la determinación de seguir adelante, confiando en ese potencial.

—Voy a aceptar a todos y a crearlo.

Fue un proyecto que había dado una nueva visión a Nanako, que había traído de vuelta a Tsurayuki, que había transformado a Shinoaki en un monstruo.

Había sentido miedo. Me había estremecido ante la magnitud de lo que había hecho y, buscando alivio, intenté seguir las palabras de otros para justificar mis pecados.

Pero por fin me di cuenta de que eso ya no servía de nada. Mi cuerpo entero había estado sumergido en un mar de sangre infernal desde hacía mucho tiempo.

Lo único que podía hacer ahora era convertirme en un dique que protegiera a quienes estaban luchando.

Aunque aún estuviera muy lejos de completarse, la portada ya mostraba el título definitivo.

Una fuerza oscura que me había arrastrado y jugado conmigo, que me había dado oportunidades, y que aún ahora gritaba dentro de mí con furia.

Una hoja cruel que no podía ser dominada por nadie, que simplemente avanzaba, cortando todo a su paso.

Un tesoro eterno: que al acumularse daba forma a la historia, y que al desentrañarse, abría el camino hacia el futuro.

En un mundo al que una vez fui arrojado, había escuchado ese nombre una sola vez. Era una superproducción creada por el futuro Succeed. No sabía nada más, pero por algún motivo, ese nombre se me había grabado con fuerza.

Sentí que había algo de destino en ello. Por eso, lo escribí allí, con firmeza:

«Mystic Clockwork»

Un título que señalaba el tiempo, ese mismo que aún no mostraba ni una sola de sus piezas… y que me había arrastrado a perderme en él.


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