¡Supervivencia en Otro Mundo con mi Ama!

Capítulo 196. Reencuentro

El castillo estaba sumido en el caos.

Y no era para menos: acababa de llegar la noticia de que el ejército enviado a derrotar a los bandidos autoproclamados Ejército de Liberación había sido completamente aniquilado. Y ahora esos mismos bandidos habían irrumpido en el castillo, acompañados por su líder, la santa. Habían entrado en masa, unos 300 en total. Era natural que todos temblaran de miedo, sin saber qué iba a pasar ni qué les harían esos forajidos.

—¿Qué es lo que hacemos?

—Primero que nada, tenemos que calmarlos, ¿no crees?

Pregunté, y Sylphy sacó un micrófono conectado al altavoz de la tabla aérea. El cable, de aleación de cobre y mithril, era lo bastante largo como para usar el altavoz mientras estuviéramos cerca del vehículo. Menos mal que lo hice más largo de lo normal; ¡ya había previsto que sería un fastidio si solo se podía usar montado!

—Somos el Ejército de Liberación del Reino de Merinard, —anunció Sylphy por el altavoz—. Y yo soy su comandante, Sylphielle Danal-Merinard. El ejército del Reino Sagrado, en quien ustedes habían depositado su esperanza, ha sido derrotado por nuestras manos. Y la santa se ha rendido voluntariamente. Hemos aceptado su rendición. No deseamos más derramamiento de sangre. Si cooperan con el desarme, no les haremos daño. Pero si se resisten, no lo toleraremos. Eso es todo.

Tras dar su declaración, Sylphy devolvió el micrófono a la tabla aérea y comenzó a dar órdenes a los soldados de infantería. Por el momento, debían reunir las armas confiscadas en el patio interior del castillo. Los funcionarios civiles se encargarían de tomar el control administrativo del castillo, moviéndose por el interior acompañados por fusileros como escolta.

—¿Y nosotros qué haremos?

—Kosuke, tendrás que almacenar las armas y suministros requisados en tu inventario, pero antes iremos a los aposentos de la familia real. Isla y los demás nos acompañarán.

—Hmm, entendido.

Isla asintió, y el cuerpo de magos hizo lo mismo, al unísono. Parece que Ellen también vendrá con nosotros.

—Iré con ustedes. Amalie y los demás se encargarán de guiar a los funcionarios civiles.

—Cla-claro. Pero… ¿usted sola…?

—Sí. No hay problema. —Ellen respondió con serenidad a la preocupada Amalie y se colocó junto a mí—. Si llega el momento, estoy segura de que el destino me protegerá.

—……

—……

Ellen, que había terminado aferrándose a mí con expresión seria, miraba a Sylphy e Isla con una intensidad que helaba la sangre. ¡Hieee…! Las chispas invisibles volaban entre ellas.

Subimos varias escaleras y cruzamos los pasillos hacia nuestro destino, envueltos en un ambiente tenso y ligeramente inquietante. La decoración del castillo era sobria, por no decir austera. ¿Será este el estilo de Ellen?

—Qué nostalgia… Los recuerdos de hace veinte años vuelven poco a poco.

—Hmm, ha pasado mucho tiempo. Aunque muchos muebles han cambiado, la estructura del castillo sigue igual. Incluso los candelabros y otras cosas siguen exactamente como estaban.

Isla alzó la vista hacia un candelabro de dorado apagado, fijado a la pared. Probablemente era de bronce. Al parecer, el Reino Sagrado no se había molestado en arrancar los candelabros de bronce para llevárselos. Si hubieran sido de oro o plata, seguro que ya no estarían allí.

—¿No sienten que está haciendo más frío?

Recién me di cuenta de que la temperatura ambiente estaba descendiendo mientras caminábamos.

—Eso significa que ya casi llegamos. —dijo Sylphy, avanzando con el rostro serio.

Oh, ahora que lo pienso, recuerdo que el padre de Sylphy tenía un poder que congelaba toda la habitación. Normalmente, congelarse así significaría la muerte, pero debe haber algún tipo de magia que les permita mantenerse en ese estado sin morir. Aunque prefiero no pensar demasiado en eso.

Sería una falta de tacto intentar explicar estos fenómenos mágicos desde un enfoque científico, sobre todo si se relacionan con la vida y el alma.

Si fuera un fenómeno físico común, sería otro tema. La magia de viento, por ejemplo, parece tener muchos usos interesantes. Me gustaría probar algún día la magia de explosión o de luz.

Una magia capaz de generar destellos intensísimos… bien usada, podría dar lugar a armas tipo láser.

—Hasta aquí puedo acompañarlos. Lima-san y las demás me detendrían si intento seguir más allá.

Ellen se detuvo en medio de un pasillo que llevaba a alguna parte. En este punto, el frío era evidente en la piel. Era como estar dentro de un refrigerador.

—¿Podemos seguir sin problemas?

—Probablemente sí. Estoy segura de que nos están observando, —respondió Sylphy, sin mostrar signos de incomodidad por el frío, y siguió adelante.

La seguimos Ellen y yo, luego Isla y el escuadrón de magos. El aire helado se volvió aún más intenso, tanto que casi podía describirse como punzante. Yo aún lo soportaba, pero Isla, con su cuerpo pequeño, comenzaba a temblar.

—Isla, —le dije, extendiéndole la mano.

Ella la tomó con ambas manos. Estaban completamente frías. Las envolví con las mías para transmitirle algo de calor.

—Está… cálido…

—Aguanta un poco más. Ya falta poco.

—Hmm…

Isla asintió levemente, recuperando algo de ánimo. Sylphy y Ellen la miraban con cierta envidia.

—…¿Quieren tomarlas también?

—…Sí.

—Claro.

Sylphy dudó un segundo, pero Ellen no tardó en tomarme ambas manos. Verdaderamente, tenía una flor en cada mano.

—¿Qué es esta escena tan pintoresca…? ¿No se supone que esto es algo serio?

—Exacto, así tiene que ser, —dijo Sylphy, mientras continuaba por el helado pasillo.

Ellen y yo la seguimos, con Isla y el grupo de magos pisándonos los talones.

Después de caminar un rato, finalmente llegamos.

—Este lugar… es increíble.

Era un espacio completamente congelado.

El mobiliario elegante, el suave sofá, las hermosas princesas sentadas en él, el rey tendido en el suelo, la reina abrazada a él… todo estaba detenido, congelado en el tiempo.

Pequeñas luces misteriosas danzaban en el aire helado. Me resultaban familiares. Sí, era algo parecido a lo que había visto en la madrugada de mi segundo… o más bien, mi tercer día en este mundo.

—¿Un espíritu?

—Sí. Un espíritu de hielo.

Sylphy observaba a las cinco personas cuyos cuerpos dormían congelados en ese lugar.

Uno de los cuerpos era el del rey, tendido en el suelo. Desde mi perspectiva, parecía un hombre apuesto de entre finales de sus veinte o principios de sus treinta. A su lado, congelada con una expresión de tristeza, había una mujer arrodillada sobre su regazo, que aparentaba ser la reina. Su rostro tenía cierto parecido con el de Sylphy.

Además, en los sofás del centro de la habitación —uno para tres personas y otro individual— había tres princesas, todas bellísimas, también congeladas. Y todas mostraban cierto parecido con Sylphy. ¿Serían sus hermanas?

—¿Eso es… un espíritu? Pero esto es… —murmuró Ellen al ver a tal ser, con una expresión de confusión.

Mientras yo ladeaba la cabeza, intrigado por la reacción de Ellen, Sylphy soltó mi mano, se posicionó con firmeza en la entrada de la sala congelada, plantando ambos pies sobre el suelo de piedra, y comenzó a entonar algo que sonaba como una canción.

Probablemente no era un idioma como tal. Hasta ahora, yo había podido entender perfectamente el idioma hablado y escrito de este mundo, pero lo que Sylphy cantaba me resultaba incomprensible. Intuí entonces que no se trataba de palabras en un idioma definido.

Sin embargo, su efecto fue inmenso.

Los espíritus de hielo, que flotaban libremente por la sala emitiendo un resplandor blanco azulado, comenzaron a reaccionar a su canto, danzando en patrones ordenados mientras su tamaño disminuía poco a poco. Al mismo tiempo, el aire gélido que nos azotaba la piel comenzó a suavizarse, y el hielo en la habitación empezó a derretirse. El tiempo, que parecía haberse detenido allí, comenzó a avanzar de nuevo.

La primera en despertar fue una de las princesas elfas, la más pequeña de las tres, que estaba recostada sobre otra princesa en el sofá frente a la entrada. Apenas más grande que Isla, abrió los ojos lentamente, como si despertara de un sueño ligero.

—Nnn… Hace frío… —musitó con un estremecimiento, frotándose los ojos con gesto somnoliento, antes de mirar hacia Sylphy en la entrada, y luego examinar la habitación a su alrededor.

Su cabello, de un plateado azulado, se mecía suavemente, y sus ojos color aguamarina recorrían el lugar con desconcierto.

—¿Quién eres tú…? ¿If-oneesama? ¿Dri-oneesama…?

Al despertar, llamó por la princesa sobre la que se había recostado, y luego por la que yacía a su lado. Intentó sacudirla suavemente para despertarla.

—…Qué frío…

La primera princesa que había despertado logró hacer reaccionar a la segunda. ¿Sería ella If-oneesama?

—¿Aqua…? ¿Y Dri-oneesama…? ¿Madre…? ¿Padre…?

Seguía medio dormida, con la mirada nublada y moviendo la cabeza confusamente. Su cabello era de un brillante tono rojo, un color imposible en la Tierra, pero que curiosamente le sentaba muy bien. Sus ojos, de un azul intenso, brillaban como esmeraldas.

Era una mujer de complexión esbelta, de extremidades largas y figura delicada, lo que se suele describir como una belleza estilizada.

—¿Hmm…?

La siguiente en despertar fue la princesa rubia sentada en el sofá individual. Tenía un cuerpo saludable y bien proporcionado. Aunque parecía un poco más baja que Sylphy, era… bueno, era más voluptuosa que ella en ciertos aspectos. Sorprendente. Rompía por completo con mi estereotipo aburrido de que todos los elfos eran delgados.

Al despertar, se llevó una mano a las sienes, como si sufriera un leve dolor de cabeza, y observó lentamente su entorno. Luego, sus ojos se posaron en Sylphy, aún de pie en la entrada de la sala.

—…¿Sylphy-chan?

—¿Eh?

—¿Eeeh?

Las otras dos princesas, que habían despertado antes, se sobresaltaron al escucharla y dirigieron sus miradas a Sylphy. Al parecer, no la reconocían del todo.

—…Ix.

La mujer que parecía la reina, y que fue la última en despertar, murmuró lo que parecía ser el nombre del rey, y luego miró a Sylphy con una expresión triste. Su mirada, del mismo color ámbar que la de Sylphy, se posó suavemente sobre ella.

—¿Sylphiel…?

—…Sí, madre. —Sylphy respondió con la voz quebrada y bajó la cabeza. En ese momento, se oyó un leve sollozo.

—Vaya, sigues siendo una llorona. Ven aquí, vamos.

La mujer a la que Sylphy llamó madre sonrió y le hizo un gesto para que se acercara. Sylphy dio hacia ella unos pasos tambaleantes, como si algo la atrajera, y al llegar junto a ella se desplomó de rodillas y la abrazó.

—Gracias… Lo hiciste muy bien, ¿verdad?

Sylphy, con la voz apenas audible, rompió en llanto y enterró el rostro en el pecho de la mujer que llamaba madre. Y esa mujer simplemente le acarició la cabeza… como si fuera a hacerlo por toda la eternidad.


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