Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo
Vol. 8 Invierno del Decimosexto Año Parte 4
—Nunca… volveré a subirme a un barco… Cuando terminemos, volveré a Marsheim caminando…
—No hablas en serio, ¿verdad, Sieg? ¡Llegará la primavera para cuando vuelvas! Suerte que Kaya te preparó una poción contra el mareo.
—Sí-sí, si no lo hubiera hecho, habría vomitado hasta las entrañas en la cubierta hace días…
Nuestra excursión de tres días por el río Mauser había llegado a su fin. A un caballo le habría tomado una eternidad cubrir la distancia que ya habíamos recorrido. Tenía que reconocerlo: el medio de transporte más eficiente de la humanidad se había ganado su lugar; había una razón por la que nunca había cedido su corona, ni siquiera en la era del vuelo.
Aun así, había sido toda una misión para un alma inexperta. Yo ya había puesto a prueba mis conductos semicirculares con la equitación y los viajes no euclidianos, así que estaba bien, pero siempre llevaba un tiempo adaptarse a la primera experiencia en barco. Eso contaba doble para menschs como Kaya y Siegfried.
Era cierto que no se comparaba con el océano, pero el Mauser seguía siendo un gran río utilizado como red de transporte. Las olas y el sonido del agua eran ineludibles, así que para quienes no tenían piernas de mar probablemente resultaba difícil incluso conciliar el sueño. Siegfried parecía ser un caso particularmente grave; lo había visto en más de una ocasión «alimentando a los peces» sin querer.
—Ngh… Gracias a los dioses que estamos en tierra. Todavía me da vueltas la cabeza.
—¿Te-te sientes bien, Dee?
—Debería preguntártelo yo a ti, Ka-Kaya… Además… llámame Siegfried…
Mientras los dos seguían con su rutina de siempre, al borde del agotamiento total, no pude evitar sentir un poco de compasión por ellos. Aún nos quedaba un trecho hasta llegar al cantón de Zeufar. A pie serían unos dos días, más o menos. El trayecto fluvial había hecho que no tuviera más remedio que dejar atrás a mis amados Dioscuros. Si exigía demasiado a mis dos nuevos amigos, me imaginaba que no pasaría mucho antes de que nuestros zapatos quedaran cubiertos de vómito.
Habíamos partido con un comienzo lento y terminamos haciendo más descansos de los planeados: el camino resultó más duro de lo que esperaba. Llegamos a Zeufar con dos días de retraso respecto al cronograma.
La solicitud indicaba que deseaban que resolviéramos el problema, o al menos entregáramos un informe, durante los meses de invierno, así que el tiempo nos apremiaba. La gente pasaba más tiempo en casa en su cantón durante esa estación, de modo que supuse que querían que el asunto se solucionara antes de que comenzaran las labores de preparación de los campos con el deshielo.
—¿Eh? ¿Aventureros?
Sin embargo, por alguna razón, nuestro exhausto grupo no recibió la bienvenida que habíamos imaginado.
—Sí. Recibimos un informe de que recientemente se había descubierto una cueva y algo estaba amenazando a la gente de los alrededores.
—Ahh, cierto. Sí, enviamos un informe al magistrado, pero en realidad no solicitamos ayuda externa…
Zeufar se traducía como «cantón ribereño» si uno escarbaba lo suficiente en su etimología, y de hecho podían encontrarse muchos cantones con el mismo nombre a lo largo del Imperio. Era un poco como en Estados Unidos, donde abundan las ciudades y pueblos llamados «Springfield». Fiel a su nombre, el Zeufar al que habíamos llegado era un cantón en desarrollo junto a un hermoso lago. Todavía era una pequeña comunidad de poco menos de doscientas personas. Su principal sustento provenía de dos áreas: la agricultura (favorecida por el riego del lago) y la silvicultura (en zonas que, supuse, simplemente aún no habían sido convertidas en tierras de cultivo). El lago estaba conectado al río, por lo que sus productos se transportaban con facilidad a los pueblos vecinos. Era la típica comunidad destinada a ser engullida por las mareas de la historia y quizá un día resurgir en otro lugar.
Lo que me molestaba era que el jefe de la aldea no sabía que íbamos a venir.
—Bueno, pedimos ayuda para lidiar con unos lobos, y ha habido una o dos personas que se perdieron en el bosque, pero… ¡Achís!
El jefe de la aldea se disculpó mientras se sonaba la nariz. Nos explicó que no sabía exactamente quién había sido el que nos había traído hasta allí, pero que no podía pagarnos. Antes de irse, llamó a uno de sus hombres para que nos mostrara la montaña en cuestión.
—¡Quiúo, muchach’ y muchach’as! La chavala’ andan armando un jolgor’ grande por la cueva, pero naide tá tan preocupa’o de verdá. Unos decí’an que un mocos’ se jué a mirala, peeeero… ¡achís!
El anciano con el que nos habían dejado hablaba una variante del idioma imperial salpicada con restos de un dialecto local, lo que hacía algo difícil seguirle el hilo. También nos miraba con desconfianza, pero aun así nos guio hasta el borde del bosque, donde trabajaban los leñadores. El hombre no dejaba de sorber por la nariz mientras caminaba, y empecé a preocuparme por la gente de esa comunidad. Todos aquí parecen tener algún resfriado en las vías respiratorias. ¿No se están abrigando lo suficiente?
—Ahí t’ás. Echá un ojío a esa montañ’ allá arriba. ¿La ves? ‘Tá entre’l pico y el ot’r pico.
El anciano señaló con un dedo manchado de barro una montaña junto a la colina baja donde solían cortar leña. Aparte del hecho de que los árboles a lo lejos eran de un tono más oscuro que los que estaban talando —me preguntaba qué variedad de árboles crecerían por allí—, el paisaje nevado era el típico de una zona rural.
—No m’incomoda que vayáih, pero cuidao, ¿me entendéi? Hay manáh de loboh por aquí. Ja’ce med’ añico se perdé un chiquill’, y no fue na’ bonito, te lo digo. El retoñíto apenita tení’a cuatro. Como no volvió pa’ la casa, e’ lo mesmo que morí’o, ansí que ya le hicimo’ el entierro.
—¿Lobos? ¿Este cantón no tiene cazador?
—¡Churrióh! Aquí no hay ná’ fino. Unos valient’ han estado jugando a cazador, pero eso e’ todo… ¡güachú!
Al terminar de hablar, soltó un estornudo tan estruendoso que me dieron ganas de regañarlo por no molestarse siquiera en cubrirse la boca. Margit dio un salto hacia atrás, menos por sorpresa y más para esquivar el rocío.
Ugh, ver a todos estornudar está haciendo que mi propia nariz empiece a picar…
—Sólo los conseguí’ en los cantones donde el jefe del puebl’ sabe lo suyo. Si no, no hay cazador aprobá’ por el magistrá’o.
—En Illfurth teníamos uno, pero en otras zonas cercanas la gente local caza para conseguir carne.
—¡Ja! Ningún noble viene por aquí a jugar a cazador. Créeme: no hay suficient’ plata pa’ na’ como un cazador contratá’o, y ya está.
Mi propio cantón era ciertamente más rural que urbano, pero aun así estaba lo bastante atendido como para ver a los caballeros del magistrado durante los festivales. Además, la familia de Margit había expandido su zona de caza para ayudar a mantener seguras las demás aldeas de la región. No entendía por qué este hombre pensaba que hacían falta nobles cazando por diversión o cazadores oficialmente sancionados.
Además de la evidente escasez de cazadores, no vimos ni un solo guardia en todo el camino. Me estaba quedando claro que la lógica que había ido acumulando durante años no se aplicaba realmente a un cantón tan pequeño, al que las autoridades locales apenas prestaban atención. Se sentía un poco como hojear un suplemento nuevo de un juego de rol de mesa con el que ya estás bastante familiarizado.
Lamentablemente, mi entusiasmo se vio apagado por un tremendo estornudo. Sonarse los mocos hacia adentro iba contra las normas de etiqueta aquí, así que me disculpé antes de limpiar discretamente mi nariz con un pañuelo de bolsillo. ¿En qué nivel había caído, estornudando frente a los demás? Estaba seguro de que Lady Agripina no volvería a pedirme que me presentara si pudiera ver cuánto me había contaminado con la relajada naturaleza de la sociedad común.
—Muy bien, aquí estamos. Me dijeron que los llevara hasta el límite del cantón.
—Muchas gracias. Ruégole transmita nuestros saludos al jefe de la aldea.
Le di las gracias para que nuestro evidentemente frío guía pudiera regresar, pero se quedó quieto un momento, como si se preguntara qué demonios significaba aquello de «Ruégole». Quizá debería aprender un poco más del hablar campesino… No quería parecer un engreído citadino.
—¿Y cuál es el plan? —preguntó Siegfried.
—Veamos. Todavía es temprano, así que, ¿por qué no nos acercamos un poco más antes de acampar esta noche? Mañana quiero acabar con la investigación lo más rápido posible y estar de regreso en Zeufar antes del anochecer.
—Sí, pero ¡ni siquiera hemos preguntado a los lugareños qué está pasando! Los héroes de las historias siempre empiezan con un poco de entrevistas.
—Lo viste, ¿no? No creo que alguien aquí pueda darnos información útil, incluso si preguntamos.
—Cierto… lo que significa que será más rápido verlo con nuestros propios ojos, entendido.
Ni el jefe de la aldea ni nuestro guía —cuyo parecer seguramente estaba más cerca del de la gente común de aquí— parecían muy interesados en los rumores que nos habían traído. Dudaba que valiera la pena perder el tiempo en entrevistas. Que un hijo o hija desapareciera no era algo raro en el campo, así que, si íbamos de casa en casa, lo único que recogeríamos serían chismes y quejas sin importancia. No quería perder tiempo de todas formas. Dudaba que un cantón rural como este tuviera algo parecido a una posada, y el jefe de la aldea no nos prestaría un cuarto con la forma en que nos miró.
Eso nos dejaba con un plan de acción ideal: montar campamento cerca de la cueva esta noche y terminar la investigación mañana antes del atardecer. Hacer las cosas de manera rápida y sin distracciones ayudaba a tu Maestro del Juego a alcanzar el último tren de regreso a casa. Bromas aparte, tal optimismo partía de la base de que no hubiera algo más en juego.
—Dicho esto, no bajes la guardia, Siegfried.
—¿Eh, por qué? Si me preguntas, parece solo una cueva común y corriente.
—No lo olvides, ¿sí? Al final del día, esta petición vino de un noble que quería dar seguridad a su gente. Dudo que nos hayamos equivocado de cantón, así que no conviene confiarnos demasiado.
—Ah, cierto. Estaban bastante indiferentes, ¿no? Eso probablemente significa algo…
—Aún puedes retirarte, ¿sabes?
Lo dije medio en broma, pero Siegfried me rechazó de inmediato.
—Me volviste a superar con tu rango. Lo que más me fastidia es saber que no haces trampa. Encargarse de esta estúpida cueva forma parte de ponerme a tu nivel. De ningún modo voy a dejar que el cliente manche mi nombre porque regresé del trabajo sin siquiera hacerlo bien.
—Entonces hagámoslo.
Una vez más vi en él las cualidades de un protagonista.
Si en vez de aventurero hubiera sido explorador, probablemente ya habría empezado a regresar a casa a estas alturas; todo el asunto resultaba demasiado sospechoso. Pero, de nuevo, ya esperaba que mi mala suerte terminara obligándome a involucrarme en la investigación de alguna manera, como con un pariente que desapareciera o algo así.
—Si no encontramos nada, podemos cazar unos lobos y volver a casa.
—No menosprecies la caza de lobos, si no te importa, —intervino Margit.
—Perdón, perdón. Es solo que, teniendo una exploradora tan capaz con nosotros, me confié.
Puse una mano en el hombro de Margit como para decir: «Nos cuidas las espaldas, ¿verdad?». Ella negó con la cabeza, resignada, y sonrió mientras nos guiaba, a nuestra lenta manada de bípedos aventureros.
[Consejos] Incluso los encargos emitidos por estadistas pueden pasar desapercibidos para la población a la que van dirigidos.
—Oye, Erich.
—¿Sí, Siegfried?
Siegfried estaba de guardia en el fuego del campamento. El grupo había montado su campamento en una montaña cercana y Erich apenas estaba acomodando su cama.
—Odio hablar de mi pasado aburrido y tonto, pero ayudaba a mi abuelo con cosas de silvicultura.
—¿En serio? No sabía que las familias de granjeros también hacían tala de árboles.
—El terrateniente quería ampliar el tamaño de sus campos; nos pidió que limpiáramos el terreno. Realmente no teníamos opción. En fin, no es mucho, pero sé un poco sobre árboles.
El abuelo de Siegfried tenía edad suficiente para haberse jubilado, pero la pobreza que acosaba a la familia había acabado con cualquier posibilidad de pasar sus últimos años en descanso y tranquilidad. Sin ingresos considerables propios, el delgado anciano no tuvo más remedio que aceptar el encargo de limpiar tierras para campos que ni siquiera le pertenecían. Siegfried había asumido obedientemente parte de la tarea.
La experiencia no solo le había dejado un conocimiento más que superficial de los árboles de Marsheim, sino también de maderas traídas de fuera, y, para colmo, Kaya a veces le mostraba algunos de sus libros ilustrados cuando pasaban el rato juntos.
—A lo que voy es que nunca había visto árboles como los de ese bosque.
—Ahora que lo dices… yo tampoco.
El grupo había elegido un lugar con buena vista de la montaña boscosa donde se encontraba la cueva. No solo eran extraños para Siegfried, sino que, curiosamente, aquellos árboles solo cubrían esa montaña. Las montañas vecinas estaban llenas de los mismos árboles que rodeaban su campamento, y sin embargo su destino estaba cubierto con una capa uniforme de esas especies extrañas: parecía como si alguien hubiera importado un bosque entero de ejemplares foráneos y lo hubiera cuidado con esmero durante generaciones para hacerlo perfectamente uniforme.
Montañas con monocultivos arbóreos estrictos existían, sí, pero solían depender de factores como un suelo particular o la intervención humana. Los leñadores de este cantón apenas habían llegado al bosque cercano al asentamiento, así que no tenía sentido que hubieran instalado una plantación maderera tan lejos de allí en primer lugar.
—¿No es raro? Además, desde aquí no se ve ni rastro de un derrumbe.
—Sí, eché un vistazo con el catalejo, pero tampoco logré distinguir nada.
—Entonces, ¿quién fue el que armó el alboroto diciendo que había encontrado una cueva sospechosa? Nuestro guía y el jefe de la aldea parecían no darle importancia, pero entre los más jóvenes corrió bastante el rumor, ¿no?
—Sí… Cada vez surgen más preguntas.
Siegfried tenía un mal presentimiento. Tal como Erich había notado en Zeufar, toda la situación estaba en contradicción con la información que habían recibido antes. Era evidente que Erich no le había mentido. Kaya también había leído la carta, y no tenía motivo alguno para arrastrar al arruinado Siegfried a una búsqueda inútil. No, Ricitos de Oro sí que era un sujeto enigmático, pero Siegfried ya no tenía motivos para pensar que su compañero aventurero fuera alguien artero o taimado.
Lo cual significaba que aquello se parecía a muchas de sus historias favoritas, en las que los héroes eran engañados con una petición falsa… Pero, ¿quién tendría algo que ganar engañando a los cuatro? Siegfried no podía encontrar una sola explicación lógica. No había nada que sacar de gastar una recompensa en unos aventureros novatos tras haberles entregado ya un adelanto de diez libras. Si quien estaba detrás de todo solo quería ayudar a unos aventureros por pura bondad, podría haberles dado el dinero directamente, sin toda esta farsa de una misión inventada.
Si, por otro lado, los estaban conduciendo hacia las fauces de algún horror en la montaña que necesitara un sacrificio, había todo un asentamiento allí mismo, en los pies del monte. No había razón alguna para llamar a un puñado de aventureros desde lejos y levantar sospechas en la Asociación cuando desaparecieran.
Siegfried no lograba entender la situación. No tenía ni idea de lo que el cliente buscaba al llevarlos allí. ¿Necesitaba específicamente a este grupo, o cualquiera habría servido?
Erich había dicho que quizá las autoridades solo querían que alguien regresara anunciando que habían investigado, pero sus conjeturas no pasaban de ser eso: la respuesta solo llegaría con una investigación en carne propia.
—Hay dos tipos de aventureros cuando surge una situación como esta, —dijo Erich.
—¿De qué hablas?
—Primero: los que perciben que algo anda mal y se retiran. Investigan al cliente y le dan una buena paliza cuando descubren que todo era una trampa.
—Rayos, eso sí que es de bárbaros.
—Segundo: los que logran salir con vida de la trampa gracias a sus propias habilidades. Luego regresan con el cliente, le dan las gracias… y un par de puñetazos de recompensa.
—¡Son lo mismo!
Erich soltó una carcajada ante la observación atinada de Siegfried. Las comisuras de sus labios se alzaron entonces en una sonrisa aún más endiablada.
—Un aventurero no es alguien que se acobarda ante el miedo. Tampoco alguien que permite que lo miren por encima del hombro. ¿Ves ahora la diferencia entre los dos tipos?
— Sí, sí. No voy a discutir hasta la médula por esa lógica.
Un aventurero se adentraba en lo desconocido y usaba su fuerza e ingenio para salir del otro lado. No importaba si la acción humana había jugado un papel en forzar la aventura: lo que había que hacer seguía siendo lo mismo. La diferencia estaba en el resultado: los valientes que llevaban su misión hasta el final verían sus nombres bordando las páginas de un romance.
Un héroe se lanzaba a peligros desconocidos. Solo aquellos que llevaban vidas seguras y mimadas podían preocuparse por su propia seguridad.
—Bueno, en realidad hay una forma de averiguar si todo esto es peligroso o no.
—¿¡Eso se puede hacer?! ¡Vamos, viejo, deberías haberlo mencionado antes!
—Lo siento, pero ahora mismo no sería posible, aunque pudiera.
Ricitos de Oro alzó la vista. La luna creciente gibosa y las estrellas que la seguían surcaban el cielo nocturno despejado. Era una buena noche. No había riesgo de nevadas ni señal de que el clima cambiara de repente. No había nubes a lo lejos; el viento estaba en calma.
Aquellos bendecidos con magia podrían ver que la Luna Falsa estaba menguando y que los alfar, normalmente tan ocupados con sus travesuras, estaban silenciosos.
—¿También eres astrólogo?
—Para nada. Además, los dioses no entregan Sus mensajes divinos a través de las estrellas. Solo pensaba que no me siento del todo bien cuando la luna llena está cerca.
—¿Qué se supone que significa eso?
Erich soltó una risa enigmática y simplemente dijo: «Todo aventurero tiene algunos trucos que mantiene ocultos incluso de sus aliados». Siegfried no tuvo réplica. Era un tropo común desde la Edad de los Dioses que el héroe dijera: «Lo había guardado por si ocurría algo así», antes de sacar un nuevo movimiento o arma para salvar a sus compañeros justo a tiempo. Siegfried aún no tenía algo que pudiera llamar su as bajo la manga, pero soñaba con tenerlo algún día, así que se contuvo de forzar la mano de Ricitos de Oro. Sería la cúspide de la grosería.
Si ocultar algo activamente pudiera estropear la coordinación del grupo, entonces estaría bien sacar la respuesta de un aliado a golpes; pero en todos los demás casos, los perros dormidos debían dejarse dormir. Una vez que el polvo se asentara y los aventureros regresaran a salvo a casa, el rescate sorpresa sería una perla particularmente grande para adornar la historia.
—Más te vale no llevarte secretos a la tumba, ¿entendido?
—Por supuesto. Dudo que la balanza pese mis secretos por encima de la vida de mis compañeros… creo. Sí.
—¡Dilo con más convicción, hombre! ¡¿ Por favor ?!
El aspirante a héroe arrojó otro leño al fuego mientras se reafirmaba la escalofriante verdad de que Ricitos de Oro era, de verdad, una criatura insondable.
[Consejos] Elegir aceptar una petición o no queda completamente a tu discreción. Sin embargo, no olvides que es el Maestro del Juego quien decide qué puntos de experiencia deben anotarse. Son quienes pierden de vista el verdadero objetivo de la aventura los que pierden oportunidades de crecer.
—El bosque está demasiado silencioso, —murmuró Margit mientras llegábamos a los pies boscosos de la montaña objetivo—. No veo señales de lobos. Es extraño… Los osos deberían estar todos hibernando ya, pero los ciervos y jabalíes todavía evitan toda el área con cuidado.
Había llegado el día siguiente, y comenzábamos nuestra búsqueda de la cueva justo cuando la luz del sol empezaba a filtrarse entre los árboles. No se podían ver rastros del supuesto deslizamiento desde nuestro campamento, así que habíamos decidido recorrer la montaña por si acaso simplemente no era visible desde donde habíamos estado.
—Ugh, simplemente no lo veo… ¿Tú sí, Kaya?
—Lo siento, yo tampoco.
—Vamos, —dijo Margit—. La calidad del pasto es completamente diferente.
Tristemente, yo estaba tan completamente superado como Siegfried y Kaya. Necesitábamos señales evidentes como huellas de pezuñas o ramas rotas para siquiera tener una oportunidad de deducir los movimientos de la fauna local, mientras que Margit podía ver qué animales habían pasado simplemente mirando las hojas y palos en el suelo. Esto no era un don natural de aracne en acción: era una habilidad perfeccionada hasta casi convertirse en instinto. Mi compañera era realmente extraordinaria.
La destreza del explorador de un grupo puede decidir sus posibilidades de supervivencia. Los exploradores talentosos tienen ojo para incluso la más mínima información; alguien del calibre de Margit no permitiría que nos emboscaran ni siquiera desde atrás . Un consejo común en la comunidad de aventureros era que cada grupo necesitaba al menos un explorador.
Recuerdo que mis amigos y yo lo pasamos absolutamente fatal cuando comenzamos una nueva sesión sin planificación de grupo previa, quedándonos sin ningún explorador. Cada encuentro comenzaba en desventaja, y teníamos que forzar nuestro paso a través de cada trampa mientras nuestros puntos de vida se agotaban. Antes de nuestra segunda sesión, decidí dejar de lado la build recomendada de mi clase y enfocarme en crear un personaje que nos mantuviera con vida.
Vale la pena repetirlo: éramos verdaderamente afortunados de tener a Margit con nosotros.
—De todos modos, las huellas son relativamente recientes. Los animales empezaron a evitar este bosque solo recientemente.
—¿Algo hizo que quisieran evitar tanto la zona que abandonaran su territorio?
—Más animales de los que piensas varían sus rutas de caza, pero un cambio tan marcado sugiere que ocurrió algo . Piénsalo, nosotros no tomaríamos el mismo camino al edificio de la Asociación todos los días, pero solo optaríamos por el camino largo si hubiera una verdadera razón, ¿verdad?
Margit tenía razón. Cuando el clima era bueno, tomábamos la ruta más corta, que era principalmente un sendero de tierra, pero cuando llovía, tomábamos el camino más largo pero mejor mantenido. Los animales seguían la misma lógica. Por supuesto, había algunos animales que no se apegaban tanto a patrones fijos o se tomaban su tiempo, pero esos eran casos aislados.
—Eso no es todo, miren allá, —dijo Margit señalando un lugar donde los árboles se veían más dispersos—. Lo más probable es que allí golpeara el deslizamiento.
Margit señaló un punto donde la montaña parecía ligeramente más desnuda. No parecía un deslizamiento muy grande, por el número de árboles caídos. Imaginé que habría producido un buen estruendo, pero definitivamente nada tan catastrófico como para expulsar a todos los animales del bosque.
—Bueno, bueno, bueno, parece que finalmente tenemos algo por lo que guiarnos, —dijo Siegfried—. Y para colmo, los árboles aquí son enormes…
Tal como decía Siegfried. Desde la distancia habíamos podido notar que los árboles de toda la montaña eran distintos a cualquiera que hubiéramos visto antes, pero solo de cerca se registraba cuán enormes eran realmente. Múltiples troncos brotaban de sus bases, y la corteza era de un negro inquietante. Incluso si nos uniéramos de brazos, no abarcaríamos ni siquiera el tronco más delgado.
—¡Mierda…!
—¡¿Qué pasa?! —dije, mirando a Siegfried.
—Quería aprender más sobre el árbol cortándolo un poco, ¡pero me astilló la maldita daga! ¡Eso no es normal! ¡La recogí en la última batalla y me aseguré de que no fuera una porquería ni nada por el estilo!
Era una tarea difícil talar un árbol con un puñal, pero que la corteza permaneciera completamente intacta no era normal.
—Hmm, sería bueno tener una muestra de la madera para llevarnos por si necesitamos respaldar nuestra historia.
—¡O-oye, yo no voy a arriesgarme a romper mi espada o lanza con estas cosas!
—Sí, de acuerdo. Mi padre lloraría si su querida espada se rompiera porque estoy jugando a ser leñador.
Puse una mano sobre un árbol, pero al tacto no parecía anormal. Incluso si no fueran completamente invencibles, tenía la sensación de que lo mejor sería dejar los árboles tranquilos por el momento.
En verdad, la Hoja Ansiosa no se rompería ni en un pequeño experimento como este, pero escuchaba su horrible y lastimera canción diciéndome que no quería ser usada como hacha. Más importante aún, no quería que Siegfried viera a mi amiga secreta y horrenda. Había trabajado tanto para que Siegfried me cayera bien, pero podría irse corriendo si descubría que estaba maldito por algo con tan mala pinta. La Hoja Ansiosa era un recurso extremo, reservado para cuando la única otra opción fuera huir con el rabo entre las piernas.
—Esto ya es prueba suficiente de que algo extraño pasa aquí. Una montaña extrañamente silenciosa y árboles que pueden romper un buen puñal. Necesitaremos una o dos pruebas más antes de volver con el cliente y decirle que esto estaba fuera de nuestro control.
—Vamos hacia arriba. Quiero decir, estaremos a salvo de lobos y esas cosas, ¿verdad?
—Sí, no percibo enemigos adelante y…
Las palabras de Margit se interrumpieron con un estornudo; se limpió la nariz, con la capucha ocultando su vergüenza.
—Todos han estado estornudando mucho desde ayer, —murmuré.
—Sí, porque hace un frío del demonio aquí afuera.
—Lo sé, pero…
¿Margit estornudando mientras estaba en el trabajo? Su entrenamiento como cazadora le había inculcado la importancia de controlar cualquier fuente de ruido involuntario que pudiera alertar a su presa hasta lo más profundo de su ser. En mi caso, también había entrenado bastante mi autocontrol para ser un sirviente presentable; esto era… raro.
Empecé a preguntarme si los árboles tenían la culpa. Había leído en algún lugar que la fiebre del heno era un malestar de la era moderna, pero tal vez era tan común que nadie en el pasado se había molestado en escribir sobre ello… Pero, de nuevo, estábamos en pleno invierno. Incluso los cedros, que son polinizadores particularmente tempranos, solo comenzaban a soltar polen cuando pasaba la parte más fría del invierno. Rompí mi cabeza tratando de descifrar qué travesura exacta se estaba jugando con nosotros.
Habíamos comenzado nuestro ascenso de la montaña para encontrar respuesta a estos misterios. Justo cuando me daba cuenta de lo fácil que era subir —había pocos arbustos o raíces— Margit, a unos veinte pasos adelante, levantó la mano. La señal era clara: detenerse . Todos habíamos acordado usar señales no verbales si fuera necesario, y así obedecimos.
—Por allí hay un sendero. Es viejo.
—¿Un sendero? ¿Hasta aquí afuera?
—Como dije, es bastante viejo. Lo raro es que no parece que alguien haya cortado los árboles para abrirlo…
El sendero era demasiado angosto para un carruaje, pero lo bastante ancho para un caballo. Las palabras de Margit resonaron en mi cabeza: casi parecía que los árboles hubiesen formado un corredor a propósito. La pregunta era, ¿siempre habían estado así? ¿O los habían movido recientemente?
—El sendero lleva al lugar del derrumbe, —dije.
—Ohh, entonces vamos por buen camino.
La voz de Siegfried temblaba… pero lo atribuí a la emoción, no a los nervios. Al fin y al cabo, a mí también me recorrió un escalofrío, con semejante banquete de anomalías desplegadas ante nosotros.
Me preguntaba si acaso habíamos entrado en una situación del nivel de las que vivía el Señor Fidelio y los de su tipo. De esas que comienzan con veteranos aburridos sentados en una taberna y el tabernero dice: «Tengo algo que quizá les interese, un encargo que requiere cierta habilidad…».
Reprimí la persistente sensación de inquietud en el estómago mientras proseguíamos el ascenso. Finalmente dimos con el origen del derrumbe. Lo que nos esperaba allí no era exactamente una cueva. En lugar de una simple abertura en la ladera de la montaña, encontramos un enmarañado incomprensible de raíces de árboles que formaban una entrada. La tierra y los escombros caídos al descubrirla habían sepultado parcialmente una pequeña cabaña cercana.
—Sí, esto no sirve. Vamos a quemarlo todo.
—¡Oye, espera, viejo! ¡¿De qué diablos hablas?!
Una atmósfera sospechosa emanaba del agujero; el aire estaba cargado de maná. Estaba seguro de que se trataba de un laberinto de icor o algo parecido. Lo que fuera que se hallara en su núcleo iba a ser malas noticias para cualquiera . ¿Que por qué estaba tan seguro? No era mi primera vez; la molesta hoja que susurraba en los bordes de mi mente por una pizca de matanza había llegado a mis manos la última vez que me lancé de cabeza a un portal tan evidentemente maldito.
No podíamos haber estado seguros de que fuera un laberinto de icor hasta estar justo frente a él, porque o no intentaba expandirse o estaba haciendo un maldito buen trabajo escondiéndose. Fuera cual fuera el caso, tanto ese laberinto como todos los árboles de esta maldita montaña estarían mejor reducidos a cenizas.
¡No pienses que voy a volverme a casa y dejarte aquí, ni de broma!
Saqué cierto catalizador; era hora de dejar que floreciera el Pétalo de Margarita.
Ya no me era posible ocultar a mis nuevos camaradas el hecho de que podía usar magia. Lo mejor sería incinerar el laberinto de una sola vez. Si lanzaba mi termita mística allí dentro, supuse que sería más que suficiente para hacer el trabajo.
Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos al instante. El bosque debió de percibir el peligro inminente; se sentía como si la misma montaña estuviera temblando. Como una bestia sacudiéndose el rocío, una lluvia de nieve en polvo estalló a nuestro alrededor.
Lo siguiente fue una sinfonía de estornudos.
— ¡Achís! Qué… ¡Güachú!
—¡Mierda…! ¡Achú! ¡El polen!
Casi podía ver al Maestro del Juego sonriendo con sorna mientras repartía un castigo por no resolver el problema de la forma prevista. Cada árbol de los alrededores debía de haber sabido lo que estaba a punto de hacer, y por eso habían expulsado una nube de polen contra todo orden natural. No, no era exactamente así; siempre habían estado liberando polen, pero ahora se estaban poniendo serios .
¡Maldita sea! ¡Estábamos deambulando por el territorio del laberinto sin siquiera darnos cuenta!
—Va-vamos primero… ¡Achú! ¡Hacia allí!
Kaya señalaba la cabaña. Estaba medio enterrada, pero no había tiempo para pensar si era segura o no. Era evidente que aquel polen atravesaba mi Barrera Aislante. Nos exprimía cada conducto y glándula de cada orificio de la cara hasta dejarlos secos; nuestras gargantas sentían como si miles de agujas las rasgaran. No había manera de que pudiéramos bajar la montaña en ese estado. Nuestros conductos respiratorios quedarían destrozados por el polen, o sufriríamos falta de oxígeno entre ataques de tos antes de haber llegado siquiera a la mitad del camino. No solo eso, ya empezaba a afectar nuestra visión; en nada nos perderíamos los unos de los otros. En el mejor de los casos acabaríamos reducidos a un patético grupo de novatos, necesitados de que un equipo más experimentado viniera a limpiar el desastre por nosotros.
Lancé una maldición por dentro mientras corría hacia la cabaña junto con mis compañeros, con el rostro surcado de lágrimas y mocos. Tuvimos suerte. La cabaña resistió a pesar de que entramos a tropel y cerramos la puerta de golpe tras nosotros. No solo eso, las ventanas habían sido tapiadas; entre eso y la tierra amontonada por fuera, la tormenta de polen no tenía cómo colarse.
Una vez dentro, nos tomó varios minutos recuperar el aliento y calmar los ojos llorosos y las narices goteantes. Nuestros pañuelos quedaron empapados cuando terminamos, con las fosas nasales y los párpados enrojecidos de tanto frotar.
—Tch, típico. Está demasiado oscuro para ver nada, —escuché decir a Siegfried.
—Ma-Margit, ¿puedes sacar el ungüento de Ojos-Brillantes de mi mochila? Está en un paquete amarillo.
—Lo-lo tengo… Pero está tan oscuro que no distingo los colores. ¿Alguna otra pista?
Margit era la única capaz de ver en la oscuridad, así que sacó el ungüento que Kaya había preparado para el resto. Al aplicarlo, nuestra visión regresó pese a la penumbra.
Tal como había sospechado, nuestro aspecto era deplorable. El labio superior de Siegfried estaba en carne viva; aunque era difícil decir si por el polen o por una reacción alérgica al ungüento.
—Una mezcla de hojas de Ojos-Brillantes, arándanos y bergamota. Todos son bastante caros, pero me alegro muchísimo de haber decidido prepararlo.
—Güa-güau, esto es impresionante. Es como si alguien hubiera encendido la luz.
Conocía el talento de Kaya para la alquimia, pero me quedé asombrado al ver los efectos de primera mano. Ni siquiera los cerebritos del Colegio tenían fácil preparar una poción que permitiera ver los colores en la oscuridad total. Era una ocupación de tiempo completo incluso para especialistas dedicados, y requería los recursos y la dedicación de un puesto de investigación para elaborar suficiente cantidad utilizable. Un amigo de mi vida pasada que era un fanático de lo militar me había dejado probar sus gafas de visión nocturna una vez; esto hacía que parecieran chatarra.
—Kaya, cuando regresemos con vida, quiero que sepas que podrías hacerte rica vendiendo esto. La guardia local probablemente empeñaría a sus propias esposas e hijos por una botella.
—¿De-de verdad? Yo-yo, bueno, se necesita mucho maná para hacerlo, y hay que usar ingredientes de alta calidad, así que no estoy segura de poder producir suficiente…
—Solo bromeo, sé que no viniste a Marsheim para montar un negocio de pociones. Pero aun así, esto es increíble.
Ahora teníamos que pensar en cómo cruzar la barrera de polen. Cada grano estaba cargado con el maná del laberinto de icor, y anulaba mi magia; intenté usar Clarividencia, pero fue borrada por aquella nube literal de maná. Esto era malo. Todo mi repertorio mágico se había basado en la idea de que podría saltarme los bloqueos de maná a base de lanzar conjuros hasta que alguno funcionara. Con esta cantidad de interferencia, ni siquiera podía usar mi magia de distorsión espacial para mandar una carta pidiendo ayuda.
—Hemos despertado algo realmente peligroso. Con lo intenso que está el polen ahí fuera, puede que termine llegando hasta Zeufar.
La voz de Siegfried volvía a temblar… No, ¡no de miedo! Era la voz de un hombre encendido por la pasión de cumplir con su deber hasta el final.
Y era tal cual lo decía. En el peor de los casos, la tormenta de polen podría llegar a otros cantones además de Zeufar. Ya de por sí era bastante malo, pero podría causar un daño serio a cualquiera que sufriera fiebre del heno u otros problemas respiratorios.
Necesitábamos hacer algo. Pero todo dependía de si éramos capaces siquiera de llegar al laberinto. Estábamos atrapados en una cabaña, inmovilizados en la montaña…
—Kaya, trajiste ese otro ungüento, ¿verdad? ¡El que evita las lágrimas y esas cosas!
—Ah, sí, lo traje, Dee.
—¡Perfecto, pásamelo!
Kaya le entregó a Siegfried el ungüento que había diseñado principalmente contra gases lacrimógenos, y él empezó a untárselo por la cara.
—¡Espera, Sieg! ¡¿Vas a salir así como así a probarlo?! —dije.
—Es una medicina que bloquea lágrimas causadas por magia, ¿no? ¡Entonces debería funcionar!
—¡Si-sí, evita la magia que ataca ojos, nariz y boca, pero…!
—¡Voy a comprobar si sirve! ¡Si funciona, síganme!
Sin darnos un segundo para detenerlo, Siegfried salió disparado de la cabaña. La puerta solo estuvo abierta un instante, pero los estornudos resonaron por todos lados. Sin embargo, no escuchamos ni gritos ni tos de mi camarada afuera, y tampoco volvió corriendo a trompicones.
—¡Está bien! ¡Kaya, eres una maldita genio !
En su lugar, lo que oímos fue el grito triunfante de nuestro amigo.
—Ja, ja, esto es increíble. Son tremendos, los dos, —murmuré. Pensar que una poción que le había enseñado a Kaya casi por casualidad había acabado llevándola a desarrollar justo el antídoto que necesitábamos. Había aparecido en el momento crítico e hizo que una misión imposible de pronto pareciera alcanzable.
Intentar no alzar el puño de alegría Challenge (Imposible) . Memes rancios aparte, no podía creer nuestra suerte. Era cierto que yo había plantado la semilla de todo esto (aunque por accidente), y que la habilidad de Kaya era lo que había hecho el resto, pero, vamos, qué milagro. Talento, técnica y sentido del tiempo habían coincidido en un momento alquímico perfecto. ¡Casi como si el Maestro del Juego nos hubiera dejado las migas de pan para la evolución que estaba destinada a suceder!
—¡Podemos hacerlo!
—Eh, ¿Erich? Ven a ver, hay algo raro.
—¿Sí?
Margit tiró de mi manga, sacándome de mi pose triunfal. Al devolverme a la realidad, me di cuenta de que, con todo el estrés del asunto, no nos habíamos detenido a observar bien la cabaña en la que habíamos acabado metidos.
—No es… una cabaña de cazadores, —dije, mirando alrededor. Era un pequeño cobertizo de unos diez metros cuadrados con una hilera de literas carcomidas. Claramente se habían elegido literas para aprovechar lo limitado del espacio, así que dudaba mucho que un cazador local usara un sitio como este para descansar. Por las bandejas y montones de ropa de cama podrida, más bien me parecía un puesto médico. Me acerqué a mirar las manchas en las sábanas.
—Sangre… —murmuré.
—En efecto, —respondió Margit—. Es vieja, aunque no sé cuánto. Pero puedo asegurarte que es sangre de mensch.
—¿En serio? —chilló Kaya.
No encontramos ningún cadáver en las camas, pero el estado del cuarto sugería que algún destino atroz había alcanzado a quienes habían estado allí. La ropa de cama, que con la edad había perdido casi todo rastro de su color original, estaba ennegrecida con sangre reseca.
—Diría que al menos seis personas murieron… no, fueron asesinadas aquí, —dije.
—Ni te inmutas en lo más mínimo, ¿verdad? —comentó Margit.
Escuché cómo la voz de Kaya se quebraba cuando reprimió otro pequeño grito. A diferencia de nosotros, ella aún no estaba acostumbrada a la muerte.
—¡Vamos, chicos, ánimo! ¡Lo único que tenemos que hacer es vencer a la bestia en el laberinto y todo saldrá bien, ¿verdad?! ¡Así que pongámonos en marcha! ¡El polen no parece que vaya a detenerse!
Nos habíamos topado con algo bastante desagradable. Ya no importaban las intenciones del cliente. Nos tocaba arremangarnos y resolver esto por nuestra cuenta. Después de todo, dudaba que nos dejaran ir de rositas si huíamos ahora. Ya habíamos hecho la cama; ahora tocaba acostarse en ella.
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