El Jefe de Atelier Tan Despistado
Vol. 1 Capítulo 4. Tour en el Atelier y las Desdichas de Marlefiss Parte 1
Dos días después de nuestra llegada al pueblo fronterizo, al atardecer, caminábamos desde la posada hacia el terreno donde se levantaría el nuevo atelier.
—Doña Yulishia, han pasado tres días desde entonces, pero ¿qué clase de edificio será…? No, más bien, ¿de verdad no habría sido mejor que ayudáramos? —me preguntó Danzo, interrumpiéndose a mitad de frase.
Quería preguntarme si el edificio ya estaba terminado, pero cambió de tema en el último momento. Probablemente no podía creer que la construcción estuviera siquiera cerca de completarse.
—No te preocupes. Encargué y entregué todos los materiales que Kurt pidió, así que nuestro trabajo ya está hecho. Si tratáramos de ayudar más, solo estorbaríamos.
Mimiko y la Señorita Ophelia también se habían encargado de preparar y enviar los suministros. Entre ellos había madera, piedra y metal, pero también, por alguna razón, joyas. En especial con respecto a los zafiros, Kurt había solicitado piezas tan grandes que nunca se verían en el mercado.
Pensé que, si quería algo de ese nivel, no nos quedaría más opción que pedirle ayuda al propio Kurt, pero Liese consiguió las gemas de algún lugar.
La joven que se las entregó —probablemente una de las Phantoms— dijo algo sobre que eran un tesoro nacional. Decidí fingir que no había oído nada.
Y así, tras todo aquello, llegó el día de la inauguración del atelier.
Después de caminar un rato, llegamos a nuestro destino. Durante los últimos tres días, Kanth y Danzo habían estado trabajando en la obra de las murallas, por lo que solo se habían cruzado con Kurt dentro de la posada.
—Oye, Danzo… ¿estoy soñando?
—El sueño de la mariposa, sin duda. Lo que ahora ve este humilde servidor debe de ser el sueño de una mariposa [1] .
No era para menos que estuvieran tan sorprendidos.
El atelier estaba completamente terminado.
La calidad de la obra superaba con creces nuestras expectativas, como si hubiera sobrevolado nuestros estándares montado en un dragón.
Lo primero que nos recibió fue un majestuoso portón y un jardín que conducía a la mansión.
Los árboles del jardín habían sido cuidadosamente podados, pero sus formas recordaban a criaturas vivientes. Hasta ahí, todo era comprensible.
—¿Por qué demonios hay una fuente…?
Algo así solo se veía en los patios de los palacios reales o en las mansiones de los nobles del más alto rango.
Además, la fuente solía permanecer inactiva la mayor parte del tiempo y solo se ponía en funcionamiento cuando recibía visitantes.
¿De dónde había sacado el agua, entonces?
Mientras yo pensaba en eso, Sheena señaló en cierta dirección.
—Se-Señorita Yulishia, allí hay un árbol de paparazno.
—Con todas estas instalaciones, no me sorprende que también haya un paparazno por aquí.
El paparazno era un árbol frutal común en la región. Dentro de medio año, en la próxima primavera, sin duda daría unos frutos deliciosos. Si Kurt se encargaba de cultivarlos, seguramente produciría piezas aún más dulces que las del mercado…
—¡Pero espera, ¿por qué ya tiene frutos en esta temporada?!
El árbol estaba cargado de melocotones amarillos; los paparaznos.
¿Qué significaba aquello? ¿Acaso Kurt podía manipular las estaciones también?
Antes de siquiera entrar al edificio, ya sentía que iba a perder la cordura.
Después de ver un jardín tan absurdo, la presencia de una mansión de tres pisos completamente terminada frente a nosotros ya no parecía tan extraña.
Encima de la casa colgaba una enorme campana, y al lado parecía haber un reloj. A esas alturas, ya ni siquiera tenía fuerzas para comentar algo como «esto ya no parece un atelier».
Entonces, la puerta de la mansión se abrió, y Kurt apareció desde el interior con un trapo en la mano.
—Ah, ¿ya han llegado todos? Lo siento, aún no terminé de preparar la bienvenida.
—Ah… no pasa nada, disculpa, Kurt. ¿Podrías mostrarnos el interior?
—Por supuesto.
Así comenzó la visita guiada de Kurt.
Nos condujo, curiosamente, hacia el sótano.
—Oye, Kurt, ¿por qué está tan iluminado aquí abajo si es subterráneo?
—Ah, es que fabriqué piedras mágicas de luz a partir de cristales. Almacenan poder mágico en amatistas, así que pueden permanecer encendidas por más de un año sin apagarse.
Kurt decía esas cosas como si fueran lo más normal del mundo.
Usar piedras mágicas de alto valor como fuente de iluminación, vaya idea. Era cierto que las piedras mágicas con poder mágico imbuido emitían luz, pero… bueno, eso también entraba dentro de lo previsible.
Así dio comienzo la visita guiada propiamente dicha.
Primero, el segundo sótano: el almacén. Su extensión abarcaba toda el área del terreno destinado a la mansión. Sí, dentro de lo esperado.
Había una bodega para almacenar productos químicos, una cava para vinos y muchas otras salas cuya variedad me resultaba desconcertante. Y que incluso se pudieran controlar la humedad y la temperatura… bueno, también dentro de lo esperado.
Luego, en el primer sótano, se encontraban la sala de entrenamiento, los vestidores, la sala de costura y, bajo el jardín, las instalaciones para la fuente y una sala de calderas para calentar agua.
Cuando le pregunté a Kurt cómo hacía para hacer brotar el agua o hervirla, me dio una explicación tan confusa como extensa. Por lo que entendí, había convertido las joyas que Mimiko preparó en piedras mágicas, y a partir de ellas fabricó artefactos mágicos.
Por esa razón, cerca de la sala de calderas, al fondo de los vestidores, había incluso un gran baño público, separado por género.
—La Señorita Liese me proporcionó unos zafiros de bastante buena calidad, así que pude transformarlos en piedras mágicas de agua. Ah, y por supuesto, buscaré gemas similares para reponer las que usaron.
Ya veo, así que los zafiros eran para generar agua. Ciertamente, teniendo en cuenta la fuente, los baños y el uso diario, hacía falta una enorme cantidad de agua.
Aunque, para mí, el agua de pozo habría sido más que suficiente. Excavar un pozo ya era de por sí una tarea que tomaba un día entero, después de todo.
También nos mostró el interior del baño. El agua aún no estaba preparada, pero solo con ver los grandes espejos de una sola pieza que había en los vestidores y en la sala de baño, ya se notaba que valían varias monedas de oro.
A esas alturas, ya estaba completamente abrumada.
En la planta baja se encontraban la entrada principal, la sala de recepción, el comedor y la cocina. En la recepción y el vestíbulo había jarrones y adornos que daban la impresión de ser obras de un maestro artesano.
—Kurt, ¿dónde compraste estos jarrones?
—Ah, disculpe. Como no sabía los gustos del jefe de atelier, los fabriqué al azar y los coloqué por el lugar
—Ah, ya veo…
Sí, tenía sentido.
Incluso el misterioso invento en la cocina, una especie de «refrigerador» que emitía aire frío para conservar los alimentos, también estaba dentro de lo esperado.
En el segundo piso había salas de trabajo relacionadas con farmacología, oficinas y tres habitaciones vacías.
El tercer piso era similar, con unas diez habitaciones, aunque seis de ellas ya estaban amuebladas con camas y muebles.
—Kurt, ¿estas son nuestras habitaciones?
—Sí, así es. Ya pueden quedarse a partir de hoy.
—Son pequeñas, pero parecen muy cómodas… ¿estas camas también las fabricó usted, Sir Kurt? —preguntó Liese.
Kurt asintió con una sonrisa.
—Sí, así es. Gracias a que la Señorita Yulishia me consiguió plumas de grifo, pude fabricar unos excelentes edredones de plumas.
—¡Ya veo! —exclamó Liese, y tras oír la respuesta de Kurt, se lanzó de cabeza sobre la cama—. Ahh… huele a Sir Kurt… —murmuró con una expresión de felicidad, ignorando por completo las miradas del resto mientras hacía algo tan ridículo.
—Jajajá, Señorita Liese, se pasa con las bromas.
No, Kurt… probablemente no era una broma.
Aunque, suponiendo que hubiera algún olor, sería el del grifo, no el de Kurt.
En cualquier caso, quedaba decidido: esa sería la habitación de Liese.
A pesar de lo emocionada que había estado hace un momento, debió de resultarle tan cómoda la cama que pronto comenzó a dormirse plácidamente. Nosotros la dejamos allí y seguimos recorriendo las habitaciones que se nos habían asignado.
Entre las seis habitaciones, había una notablemente más amplia que las demás.
—Supongo que esta será tu habitación, Kurt.
—No, para nada. Esta es la habitación del jefe de atelier.
Tenía sentido.
Conociendo su carácter, era evidente que Kurt jamás dormiría en la mejor habitación.
Sin embargo, esa era la última que tenía cama.
—Entonces, ¿tienes otra habitación aparte para ti, Kurt?
—Sí, pensé en usar un pequeño cuarto junto a la cocina, debajo de las escaleras…
—¡Eso no está para nada bien! —gritamos todos al unísono.
Y así, la discusión se prolongó durante dos horas.
Le dimos todo tipo de argumentos: que el jefe de atelier solía dormir fuera del edificio; que nosotros ya estábamos encariñados con nuestras habitaciones y no queríamos mudarnos; que sería un desperdicio dejar esta vacía; que si nos reuníamos en su cuarto cuando hubiera algún problema, él podría encargarse luego de la limpieza… En fin, una cadena de excusas elaboradas una tras otra.
De ese modo, logramos finalmente convencerlo de usar la habitación amplia.
Kurt puso una expresión de auténtica incomodidad, pero esa era una batalla que no estábamos dispuestos a ceder.
Una vez que por fin aceptó, dimos una última vuelta alrededor de la mansión.
No lo habíamos notado antes, pero en el jardín trasero también había una pequeña construcción destinada a la herrería.
—Kurt, ahora que lo pienso, quería preguntarte algo. ¿Sería posible colocar una barrera de protección contra maldiciones en este edificio?
—¿Una barrera contra maldiciones? Lo siento… eso sería algo complicado.
Ya veo, así que era difícil.
En ese caso, tendría que conformarme con pegar en la habitación de Liese el amuleto contra maldiciones que me había dado Mimiko.
Después de haber visto todo, decidimos dar por terminada la jornada.
A la mañana siguiente, pegué el amuleto contra maldiciones que Mimiko me había confiado en la entrada de la habitación de Liese.
Aunque se trataba de un amuleto, no era uno común.
Al colocarlo sobre la pared, este era absorbido por el pilar, dejando tras de sí únicamente un círculo mágico de protección contra maldiciones. Era un tipo especial de amuleto.
Además, aquel círculo estaba dibujado con una tinta mágica conocida como «tinta eterna», que no se borraba ni con agua ni con alcohol, y tampoco se deterioraba con el paso del tiempo. En otras palabras, aunque se limpiara, no desaparecería.
Pegué varios de esos amuletos, no solo en la habitación de Liese, sino también en distintos lugares del atelier. Justo entonces, me rugió el estómago.
Ah, debía de ser hora del desayuno.
Pensando en buscar algo de comer, me dirigí al comedor… y allí contemplé una escena maravillosa.
—Esto es…
—Ah, Señorita Yulishia, buenos días. Justo estaba a punto de ir a llamarla, —me saludó Kurt con una sonrisa.
Era la primera vez que lo veía con un delantal, y, como imaginaba, le quedaba muy bien.
Podríamos casarnos ya mismo y se convertiría en mi esposa… No, no era momento de pensar en eso.
—¿Tú preparaste esto, Kurt?
Sobre la mesa había un desayuno perfectamente dispuesto: pan, huevos fritos, ensalada y sopa. Sencillo, pero completo.
—Sí. Ya que me permiten trabajar aquí como encargado de los quehaceres, al menos quería preparar algo así.
—Ah, ya veo, gracias.
Un desayuno así era algo que realmente se agradecía.
Desde que había dejado de ser aventurera al servicio directo de la familia real y vivía sola, mis desayunos —salvo cuando me hospedaba en alguna posada— se limitaban a pan duro, carne seca y agua. Ni siquiera sopa tenía.
Si podía comer así todos los días, solo eso ya hacía que valiera la pena estar con Kurt.
—¿Eh? Este pan… ¿está caliente?
—Sí, claro, acaba de salir del horno.
Recién horneado, entonces.
Así que Kurt había ido expresamente hasta la panadería a comprar el pan.
Qué buen chico, casi me daban ganas de llorar.
De verdad, era el modelo perfecto de ama de casa.
—En realidad, cuando construí este atelier, también hice un horno en la cocina. Así que todas las mañanas podemos comer pan recién horneado.
¿¡Entonces es pan casero!?
¿Eh? ¿Tenía pensado hacer pan todas las mañanas?
¿Cuánto tiempo tomaba hacer pan si uno quería hacerlo desde cero?
Había que cortar leña, regular la temperatura del horno, fermentar la masa… incluso para un cocinero experimentado debía tomar al menos una hora.
Aunque bueno, si se trataba de Kurt, quizá podía hacerlo todo en cuestión de minutos.
—Sí, Sir Kurt, ¿qué llevo ahora?
—Señorita Liese, por favor, llévese ahora el plato de la Señorita Sheena.
—¡Pwah…! —No pude evitar soltar el aire.
Liese estaba ayudando a Kurt, vestida con un delantal.
Bueno, eso no habría tenido nada de raro… si no fuera porque, aparte del delantal, ¡no llevaba nada más puesto!
—¡Liese! ¡¿Qué clase de atuendo es ese?! ¡Y tú, Kurt, ¿cómo puedes estar tan tranquilo?!
—Le dije que tal vez no era apropiado, pero me respondió que dentro de su casa esto era completamente normal.
—¡Eso ya es pasarse de ignorante!
Hasta entonces había creído que la falta de sentido común de Kurt se limitaba a su forma de usar sus habilidades, pero al parecer, el verdadero problema de sentido común lo tenía Liese.
—Srta. Yuli, estás siendo muy ruidosa. ¿Qué está imaginando exactamente? —dijo Liese, dándome la espalda.
…Por supuesto, llevaba puestos unos pantalones cortos ajustados y un top tipo tubo.
De verdad, qué confuso.
—Huele bien.
—¿Es el desayuno?
—Ahh, tengo hambre…
Justo en ese momento, los tres integrantes de Sakura llegaron al comedor, atraídos por el aroma.
—Entonces, yo limpiaré un poco antes de desayunar. Ustedes comiencen sin mí.
—¿Limpiar? Kurt, eso puede esperar hasta después de comer, ¿no?
—Me gustaría, pero hay algo como un garabato que quiero borrar. No tardaré nada. —Kurt dijo eso, tomó un trapo y salió del comedor.
Vaya chico tan inquieto.
Aunque, bueno… era cierto que deseaba que esta pacífica rutina pudiera continuar así por siempre.
Bien, era hora de desayunar… ¿Hm? ¿Un garabato?
—¡No puede ser! —exclamé, saliendo corriendo del comedor para revisar los lugares clave.
—¡Aquí! …¡Y aquí también! ¡No… no puede ser que hasta aquí!
En todos los lugares que revisé, aquello que debía estar allí había desaparecido.
Y al final, encontré a Kurt frente a la habitación de Liese, con un trapo en la mano, limpiando.
—Ah, Señorita Yulishia. ¿Ya terminó de comer? Yo justo acabo de terminar de limpiar, así que ahora voy a desayunar… ¿Eh? ¿Señorita Yulishia? —preguntó Kurt, con una expresión de preocupación.
Pero yo no sabía ni qué decirle.
Ese condenado Kurt había tomado por garabatos los amuletos de protección contra maldiciones —esos mismos que estaban escritos con tinta mágica imposible de borrar— y los había limpiado todos.
◇◆◇◆◇
—…¿Por qué tuvo que llegar a esto? —dije yo, Marlefiss, apretando los dientes tras pronunciar una frase que ya había repetido incontables veces.
Tras derrotar al Fenrir y pasado un tiempo, había recibido una orden de comparecencia ante la Iglesia de Polan.
El motivo era que las continuas faltas del grupo de aventureros al que pertenecía, «Colmillo de Dragón de Fuego», y el comportamiento arrogante y tiránico de Golnova habían afectado mi reputación personal, lo que, según ellos, dañaba seriamente la imagen de la Iglesia.
Por si fuera poco, el sacerdote de la Iglesia afirmó algo totalmente absurdo: que yo también me comportaba de forma despótica junto a Golnova y que la Iglesia ya no podía seguir protegiéndome.
Era cierto que había lanzado magia de rayo un par de veces después de que, en varias visitas a varios restaurantes de la capital, me sirvieran platos que apenas podían considerarse comida para cerdos.
Sin embargo, eso era algo inevitable.
De hecho, considerando que al principio había aceptado aquellas míseras raciones como si fueran una prueba divina y las había comido con paciencia, lo justo era reconocer que había tenido un corazón más que tolerante.
Y aun así, el obispo continuó:
—No es solo eso, hermana Marlefiss. Este mes no hemos recibido su ofrenda obligatoria.
La «ofrenda»… ese ridículo sistema por el cual todo aventurero afiliado a la Iglesia de Polan debía pagar una suma fija de dinero cada año.
Aunque me había rebajado al nivel de una vulgar aventurera con el fin de obrar milagros en nombre de la Iglesia y así elevar su reputación, ¿por qué demonios debía además pagar dinero?
Era algo que me resultaba incomprensible.
Después de todo, estaba escrito en las Sagradas Escrituras: «No permitas que tu corazón sea esclavo del oro».
Entonces, ¿por qué la Iglesia se había convertido en una institución que solo hablaba de dinero y más dinero?
Eso fue lo que le prediqué al sacerdote, pero él simplemente suspiró.
—En serio… ya te lo advertí hace tres años. Si volvías a omitir el pago de la ofrenda, aunque fuera una sola vez más, la excomunión sería inevitable.
—Y sin embargo, desde entonces han pasado tres años, y jamás he pagado ni una sola ofrenda. Aun así, ustedes no me dijeron nada. Eso fue porque reconocían mi valor como monja, ¿no es así?
—…¿No lo has oído acaso? —respondió el sacerdote con expresión genuinamente extrañada—. Hermana Marlefiss… tus ofrendas han sido puntualmente pagadas cada mes desde hace tres años. Un muchacho llamado Kurt se ha encargado de ello.
—¿Fue Kuru…?
Era cierto que aquel chico, que trabajaba como nuestro ayudante, solía conseguir dinero de algún modo siempre que lo necesitábamos durante nuestras misiones.
Sin embargo, el tiempo que desaparecía era demasiado corto como para haber trabajado realmente, así que Golnova y yo habíamos supuesto que usaba el nombre de «Colmillo de Dragón de Fuego» para solicitar dinero a comerciantes o al gremio.
Y puesto que lo hacía usando nuestro prestigio, no habíamos visto razón alguna para agradecerle por ello.
Pero jamás habría imaginado que estuviera pagando mis ofrendas a mis espaldas.
—Qué inútil… si tenía dinero, habría podido darle un uso mucho mejor.
Si de verdad contaba con esos fondos, lo lógico habría sido que me los entregara a mí.
Ante mi comentario, el sacerdote volvió a suspirar.
—Tal vez porque sabía que, si te lo daba, terminaría desapareciendo en botellas de vino añejo.
—Eso no es algo malo. También está escrito en las Sagradas Escrituras: El Señor enseñó al hombre a hacer pan y vino. Beber vino es conocer al Señor.
—Ya basta de excusas, hermana Marlefiss… o mejor dicho, exhermana Marlefiss.
—¿Exhermana…?
—Ha llegado tu orden de excomunión. Si tienes objeciones —aunque esto sea algo fuera de lo común—, el Obispo Tristán ha accedido a recibirla personalmente. Rezaré para que te arrepientas y puedas volver a ser monja algún día, exhermana Marlefiss, —dijo el sacerdote, golpeando la mesa y entregándome el documento de excomunión.
Aun así, yo no me sentía desesperada en lo más mínimo.
La razón era sencilla: si tenía objeciones respecto a mi excomunión, el propio Obispo Tristán estaba dispuesto a escucharme en persona.
El hecho de que Su Excelencia, la máxima autoridad de este país, dedicara parte de su valioso tiempo a oír mi versión significaba, en otras palabras, que yo poseía un valor digno de ello.
No era una mala noticia en absoluto. Al contrario, aquello debía de ser una oportunidad para ascender.
Y cuando eso ocurriera… ¿qué cara pondría ese sacerdote?
Solo imaginarlo bastaba para que se me escapara una sonrisa.
Unos días después, logré finalmente una audiencia con el Obispo Tristán.
El encuentro tuvo lugar en la Gran Catedral de la Iglesia de Polan, ubicada en la capital del reino de Homuros. Aquel era un sitio al que solo podían acceder los miembros del clero, los nobles, la familia real y quienes donaban más de cien monedas de oro al año.
Normalmente, incluso una monja como yo no habría sido admitida, pero entré con paso firme y la cabeza en alto.
Guiada por un asistente, llegué hasta la cámara del obispo. Cuando la persona que me escoltaba llamó a la puerta, una voz masculina respondió desde dentro:
—Adelante.
—¿¡……!?
En el instante en que la puerta se abrió, me quedé sin palabras.
El motivo era sencillo: aquella habitación estaba hecha de oro.
El suelo, las paredes, el techo, e incluso el escritorio… todo era de oro macizo.
Y allí, esperándome en medio de ese resplandor, se encontraba un hombre vestido con una túnica dorada: el Obispo Tristán.
A pesar de tener 73 años, su porte era tan vigoroso que parecía mucho más joven.
Una sonrisa reluciente —literalmente, pues incluso sus dientes eran dorados— iluminaba su rostro.
—Exhermana Marlefiss, entra.
—Sí-sí.
Obedecí y crucé el umbral. Entonces, el obispo me dirigió una pregunta:
—¿Qué opinas de mi habitación?
—Creo que es absolutamente magnífica.
Mi respuesta pareció complacerle, pues la sonrisa del Obispo Tristán se hizo aún más amplia.
—Ya veo, me alegra oírte decir eso. Dentro de la propia Iglesia hay muchos que no comprenden la magnificencia de esta habitación. El oro es uno de los metales supremos creados por el Señor. Al construir una estancia con él, busco recibir revelación divina. Pero los ignorantes me llaman vulgar, ostentoso, amante del lujo.
—No hay otra forma de calificar semejantes palabras que de insensatas. Esta habitación encierra el ideal mismo al que yo aspiro, —respondí con total sinceridad.
Y lo dije de corazón. Aún entonces, la luz sagrada que emanaba de aquel lugar me abrumaba.
—¿Ideal, eh? Parece que tú y yo podríamos entendernos bien, exhermana Marlefiss. Dime, ¿bebes alcohol?
—Sí, vino, señor.
—Ya veo. El pan y el vino son los únicos alimentos cuya elaboración el Señor enseñó a los hombres, —replicó, repitiendo las mismas palabras que yo misma solía decir.
El Obispo Tristán vertió vino en una copa dorada.
Al ver la etiqueta de la botella, mis ojos se abrieron de par en par. Era un vino procedente de la región de Northbridge, en el Imperio Gurmak: una tierra célebre por su producción vinícola. Sin embargo, el Imperio Gurmak mantenía una relación hostil con la Iglesia, y el consumo de sus vinos estaba estrictamente prohibido entre sus miembros.
Además, la orden de prohibirlos… la había dictado el propio Obispo Tristán.
—Oh, por esa expresión veo que reconoces el valor de este vino. Parece que no mentías al decir que aprecias el buen vino.
—Sí-sí… Su Excelencia, ¿ese vino acaso es…?
—Exacto. Es vino del Imperio Gurmak. Aunque fue hecho por herejes, su sabor es excelente. Lo disfruto con frecuencia. No me gusta consumir lo mismo que los demás, ¿sabes? Por eso prohibí su consumo dentro de la Iglesia: para asegurarme de que nadie más, excepto yo, lo bebiera. ¿Querrías beber una copa conmigo, exhermana Marlefiss?
—No… no me atrevería a beber algo que pudiera ofenderlo, Su Excelencia.
—Te lo permito. Bebe, exhermana Marlefiss… o más bien, futura sacerdotisa Marlefiss.
—¿¡……!?
¿Sacerdotisa? ¿El obispo acababa de llamarme sacerdotisa?
—Te tengo en alta estima. He investigado tus logros como aventurera. Este vino es prueba de mi reconocimiento. Tus pequeñas faltas quedarán perdonadas si aceptas realizar un sencillo trabajo para mí. Hazlo, y te unirás al círculo de los sacerdotes.
—…Le agradezco profundamente, Su Excelencia.
Efectivamente, no estaba equivocada.
Yo era la verdadera creyente de la Iglesia de Polan.
Convencida de ello, tomé la copa que el obispo me ofrecía y bebí el vino hasta la última gota.
El vino que bebía por primera vez tenía un sabor un tanto peculiar, aunque probablemente fuera mi propio entusiasmo lo que me hacía sentirlo así.
—Bien, futura sacerdotisa Marlefiss, iré al grano. Quiero encargarte un trabajo.
—Sí, lo que sea que desee, dígamelo, por favor.
«Lo que sea que desee»… esa era una de las frases típicas de Kuru, ¿no?
Pero ya no era la misma persona que había compartido un mundo con él. Sí… si alguna vez volvía a encontrarme con Kuru, lo contrataría como mi chef personal.
—¿Así que lo que sea, eh? En ese caso, te lo ordeno. —El Obispo Tristán dijo eso con una sonrisa.
—Ayúdame a asesinar a la tercera princesa, Lieselotte.
…¿Eh?
¿Acababa de decir «asesinar a la princesa»?
Por un momento pensé que había escuchado mal, pero de repente me invadió un dolor punzante en el pecho.
¿Qué… qué era esto…?
—Ah, sí, olvidé mencionarlo. Hay otra gran razón por la que prohibí beber este vino. Si alguien bebe un vino que nunca ha probado antes, aunque contenga una sustancia extraña, pensará que «así es como debe saber» y lo beberá sin dudar… incluso si lleva veneno.
…¿Veneno?
¿El Obispo Tristán acababa de decir que me había envenenado?
¿Era ese dolor… el efecto del veneno?
—Tranquila, exhermana Marlefiss… o tal vez debería decir futura sacerdotisa Marlefiss. Da igual, Marlefiss. El veneno que has bebido ciertamente lo es, pero no uno común: es un veneno maldito, una toxina mágica. Corroe lentamente el cuerpo, aunque no causa la muerte inmediata. Solo que… no podrás ingerir nada salvo agua. Y cuando el hambre finalmente alcance su límite, entonces morirás. Pero si logras completar tu tarea antes de eso, te liberarás del sufrimiento… y tendrás asegurado el puesto de sacerdotisa.
—…………
No sabía si lo que decía era verdad o una mentira. Solo sabía que el dolor que me consumía era real.
Aunque todo hubiera terminado, si yo fuera un peón útil para él, me mantendría cerca; pero si pensara que existía la más mínima posibilidad de que me rebelara, probablemente me mataría.
Bueno, entonces…
Mientras soportaba el dolor, me arrodillé en el acto.
—Dedicaré toda mi vida al servicio de Su Excelencia el Obispo.
Desempeñaría el papel de perro obediente: no era alguien que pudiera permitirse morir en un lugar como este.
—Jajajá, ya veo, ya veo. ¿Vas a dedicar tu vida a mí? Bien, te lo permitiré. Úsala. Incluso esa diminuta vida tuya, tan frágil que me dan ganas de aplastarla bajo mis pies… Si puede serme útil, demuéstralo, futura sacerdotisa Marlefiss.
—Claro.
Aguanté, aguanté y aguanté.
Definitivamente aguantaría.
Después de eso, fui al pueblo fronterizo donde se decía que estaba la Princesa Lieselotte y me escondí en la casa de uno de los agentes de Su Excelencia el Obispo Tristán, que llevaba allí infiltrado desde antes.
Durante ese tiempo, hubo varias veces en los que no pude soportar el hambre y compré pan para comer.
—Uwooooooooooh…
Sin embargo, incluso el pan sencillo y corriente era rechazado por mi estómago maldito. Todo se devolvía en cuanto llegaba a mi estómago.
Gracias a un método de suministro de nutrientes recientemente desarrollado por un atelier, que consistía en insertar un tubo en un vaso sanguíneo para administrar nutrientes directamente, mi vida se mantuvo de alguna manera.
—Necia, ¿cuántas veces repetirás el mismo error antes de estar satisfecha?
Un hechicero sin nombre vestido con túnicas negras me miró con ojos despectivos.
—No necesito oír eso de ti. ¿Aún no ha terminado?
—Terminará pronto… La verdad es que Su Excelencia el Obispo Tristán es un hombre muy cauteloso. La última vez, por alguna razón, la maldición sobre la princesa se rompió, pero él insiste en que no repetiremos el mismo error. Incluso ha preparado un seguro por si este plan falla. —Dicho esto, el hombre completó el círculo mágico para la maldición—. Bueno, está bien. Terminemos esto rápidamente. La vida de la tercera princesa termina aquí.
Justo después de declarar eso, el cuerpo del hombre comenzó a brillar con una luz del color del arcoíris.
—¿Eh? —dijimos dos los a la vez.[1] El «sueño de la mariposa» es una famosa alegoría del filósofo chino Zhuangzi (Chuang Tzu). En ella, Zhuangzi sueña que es una mariposa que vuela libremente. Al despertar, duda: ¿Soy Zhuangzi que soñó ser una mariposa, o una mariposa que ahora sueña ser Zhuangzi? Básicamente, cuestiona la frontera entre sueño y realidad, el yo y la ilusión.







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