El Jefe de Atelier Tan Despistado
Vol. 1 Capítulo 4. Tour en el Atelier y las Desdichas de Marlefiss Parte 2
La vida en este pueblo, en este atelier, ya había entrado en su tercera semana.
No había ocurrido ningún problema importante desde que Kurt destruyó el talismán repelente de maldiciones que yo —Yulishia— había colocado.
Liese gozaba de perfecta salud y, en ese momento, estaba limpiando diligentemente el gran baño público junto con Kurt.
Los tres de Sakura habían partido a cazar trolls por encargo del gremio de aventureros del pueblo. En circunstancias anteriores, los trolls —con su gran fuerza y poder de regeneración— habrían resultado un rival demasiado fuerte para ellos, pero en el transcurso de la última semana habían mostrado un crecimiento visible y acelerado. Cuando, por si acaso, los enviaron al Hello Work para hacer pruebas de aptitud, los tres habían visto subir en uno su nivel en sus respectivas especialidades.
Probablemente la comida de Kurt había tenido algún tipo de efecto.
Aunque mi rango de aptitud no había aumentado, yo sentía que el filo de mi espada se había agudizado.
Además, el atelier aún carecía de trabajo serio; lo que hacía la mayor parte del tiempo era limpiar.
—Kurt, ya terminé de ordenar el almacén subterráneo.
Aunque en el almacén subterráneo faltaban la mayoría de los suministros, por el momento allí se guardaban las piedras mágicas que había fabricado Kurt, junto con mitrilo, oricalco y otros materiales.
Originalmente teníamos pensado dejar esas piezas en la tienda de Mimiko en la capital, pero ella casi no estaba en el local porque andaba buscando al culpable que apuntaba a la vida de Liese. Por seguridad, decidimos conservarlos en el almacén del atelier.
Era un fastidio explicarle a Kurt por qué estaban esas cosas allí, así que me dije a mí misma que ordenar una sala del almacén sería mi tarea. Cuando dije que también había cosas mías y que no quería que nadie las tocara, él accedió sin protestar.
Con eso, aunque una súcubo intentara tentarlo, dudo que Kurt llegara siquiera a asomarse al interior del almacén.
—Muchas gracias, Señorita Yulishia. Nosotros también terminaremos pronto de limpiar; ¿por qué no tomamos el té los tres?
Aceptamos la sugerencia de Kurt y nos sentamos a tomar té en el comedor.
Mientras tanto, seguía pensando por qué el estado de Liese no cambiaba.
Se me ocurrían tres posibilidades.
La primera: el enemigo aún no había descubierto la ubicación de Liese.
La segunda: el enemigo conocía la ubicación de Liese, pero no había podido ejecutar su plan.
La tercera: la maldición ya se había activado, pero gracias a la comida que preparaba Kurt, esta se neutralizaba cada vez.
…Considerar la tercera opción era lo más absurdo, pero a la vez lo que más sentido parecía tener, y eso me irritaba profundamente.
Cuando suspiré, Kurt me preguntó con cierta preocupación:
—¿Eh? ¿Señorita Yulishia? ¿No le gusta el pastel?
—Ah, no… sí. Me gustan las cosas dulces.
—Ah, qué bien. Hay más si quiere repetir, —dijo, colocando frente a mí un trozo de pastel y una taza de té.
Corté un trocito con el tenedor y me lo llevé a la boca.
Aunque ya me había acostumbrado, seguía siendo tan delicioso que casi me daban ganas de llorar.
Al principio, cada vez que comíamos algo preparado por Kurt, todos terminábamos tan abrumados por lo bueno que era que apenas podíamos movernos después de comer.
Me asustaba pensar que, si seguíamos alimentándonos solo de su cocina, pronto seríamos incapaces de comer otra cosa.
Había oído que Golnova, el antiguo líder de «Colmillo de Dragón de Fuego», también se había metido en problemas por culpa de la comida, así que debía tener cuidado.
Aun así…
—El pastel de hoy está delicioso, pero siento que es un poco distinto a los de siempre.
—Ah, ¿lo notó? En realidad intenté hacer un pastel con harina de arroz esta vez.
—¿Harina de arroz? ¿No de trigo?
Vaya, no sabía que se pudiera hacer pastel con harina de arroz.
Probé otro bocado. Ya veo, seguramente había reducido el azúcar porque la harina de arroz tenía su propio dulzor.
Asentí satisfecha y seguí comiendo.
—Está delicioso, Sir Kurt. Y hablando de arroz, las gachas que me preparó también estaban exquisitas. La próxima vez que me maldigan, por favor, prepáreme otras.
—Me alegra que le gustara. Ah, pero creo que ya no tendrá que preocuparse por sufrir otra maldición.
¿No tendría que preocuparse por recibir una maldición?
¿Qué quería decir con eso?
¿Acaso había algún ingrediente en la comida que neutralizara las maldiciones?
—Sir Kurt, ¿qué quiere decir con que no tengo que preocuparme por ser maldecida?
—Ah, es que coloqué una barrera sobre los terrenos del atelier.
—¿¡Una barrera!? —exclamé, poniéndome de pie de golpe. El impacto hizo que el tenedor que estaba sobre la mesa cayera con un leve tintineo.
—Le traeré otro, Señorita Yulishia.
—Ah, sí… gracias, —respondí, mientras él me entregaba un tenedor limpio recién lavado—. Oye, Kurt… ¿no habías dicho que era difícil crear una barrera para repeler maldiciones?
—Sí, lo dije.
—Pero dijiste que habías colocado una aquí, ¿no?
—No, no lo dije.
¿Eh? ¿No lo había dicho?
Ah, claro… tenía razón.
Sí, yo debía de haberlo escuchado mal.
Qué desastre… parecía que mi cabeza estaba completamente ocupada con lo de la maldición.
Mientras negaba con la cabeza, Kurt continuó hablando:
—Toda esta mansión cumple la función de una barrera de repulsión de maldiciones, así que dentro de ella no puedo crear una barrera de protección contra maldiciones.
—…¿Eh? ¿Una barrera de repulsión de maldiciones?
—Sí, una barrera que devuelve las maldiciones. Ah, pero como sería una pena que alguien que lanzara una maldición por error terminara afectado, hice unos pequeños ajustes para evitar eso.
¿Lanzar una maldición por error? No estábamos hablando de enviar una carta por correo precisamente…
…Una barrera de repulsión de maldiciones… ya veo, así que de eso se trataba.
Tomé el nuevo tenedor y probé el trozo de paparazno en almíbar que estaba sobre el pastel.
Ah… tan dulce que sentí el azúcar fluir directo a mi cerebro. Vamos, células cerebrales, resistan ahí.
Los acontecimientos se movieron, curiosamente, esa misma noche en la que descubrí la existencia de la barrera de repulsión de maldiciones.
—…Entonces, ¿este es el hechicero del que hablabas?
Lo que vi cuando respondí al llamado de Mimiko y de la Srta. Ophelia, que se habían infiltrado en el pueblo, era algo que bajo ninguna circunstancia podría haberle mostrado a Kurt.
Era el cadáver de un hombre que irradiaba un brillo cegador por todo el cuerpo. Sin embargo, su rostro estaba tan hinchado que resultaba difícil incluso discernir si seguía siendo humano.
—En este estado, fue todo un trabajo identificarlo. Este hombre era un hechicero buscado, Filet-o Fischer. Su rango de aptitud en artes malditas era S, lo que significa que era un hechicero de renombre, uno de esos que llevan el prefijo «súper». En resumen, un asesino profesional, —me explicó Mimiko.
—Y ese experto acabó siendo víctima de su propia maldición reflejada, su cuerpo empezó a brillar y, al quedar expuesto, ¿se suicidó envenenándose? —le pregunté.
Mimiko negó con la cabeza.
—No. El veneno fue inyectado con una aguja en la nuca. Probablemente, al quedar en un estado tan llamativo por el reflejo de la maldición, sus propios compañeros lo mataron para poder escapar.
—El veneno era bastante potente, pero su método de elaboración es bien conocido, y los materiales pueden conseguirse por múltiples vías. Rastrear al culpable a partir de eso será complicado, —dijo la Srta. Ophelia, soltando un suspiro antes de preguntarme—: Entonces, ¿cuándo desaparecerá esta luz?
—Dijo que la intensidad de la luz es proporcional a la fuerza de la maldición, pero su duración es siempre de un día.
—Entonces, esa luz no se apagará en toda la noche… Maldiciones que ni siquiera se disipan con la muerte, vaya… Ya lo pensé al ver su atelier, pero si él colaborara en esta investigación, podríamos resolver el caso antes de que termine el día, ¿no crees?
—Por favor, no diga eso. Aunque lo hayamos involucrado hasta este punto, preferiría que Kurt no se metiera en asuntos tan peligrosos. —dije.
La Srta. Ophelia sonrió suavemente.
—Tienes razón. Yo también preferiría que Kurt no se adentrara en el mundo de las sombras… sino que abriera una panadería. El pan que él hace sigue siendo delicioso incluso cuando se enfría.
El pan que sobraba del desayuno solía llevarlo a la guarida de Mimiko, y de ahí terminaba llegando también a la mesa de la Srta. Ophelia, quien lo había elogiado con entusiasmo.
—Bueno, ya que conocemos la identidad del autor material, me encargaré de investigar el resto. Haré que mis agentes vigilen los alrededores del atelier, así que asegúrate de decirles que no salgan de allí, —dijo Mimiko.
En ese momento, alguien descendió desde el techo. Llevaba una máscara, así que no se podía distinguir su edad ni su género. Era un miembro de Phantom, la unidad de inteligencia directa de Mimiko.
Le entregó una carta y luego saltó de nuevo al techo, desapareciendo entre las sombras.
¿Por qué no podía simplemente entrar por la puerta principal?
—…¿¡Qué es esto…!?
Fue entonces cuando resonó una alarma en toda la ciudad.
Era la señal de un ataque enemigo.
—¿Qué está pasando?
—¡Parece que una horda de esqueletos está atacando la ciudad!
—¿¡Dijiste esqueletos!?
Los esqueletos solían clasificarse junto a los goblins como criaturas débiles.
Sin embargo, una cantidad enorme, y en una situación que ameritaba hacer sonar las alarmas…
—¿Tienen una cifra exacta?
—La niebla es demasiado densa para saberlo con precisión… pero son al menos dos mil.
—¿¡Dos mil!?
¿Una aparición masiva? ¿En esta época del año?
(Frizcop: ¿En esta parte del mundo, localizada exclusivamente dentro de su cocina?)
No sabíamos si se trataba de una mera coincidencia… o de un plan enemigo.
Sin embargo… 2000 esqueletos. ¿Estaría realmente a salvo esta ciudad?
—¡Yulishia, ve con la Princesa Lieselotte! Seguro que comenzarán las labores de evacuación. Ten cuidado, el enemigo podría aprovechar ese caos para intentar un asesinato.
—Entendido, —respondí, asintiendo.
Fue justo en ese momento cuando un miembro de Phantom apareció y le entregó una carta. Su vestimenta era ligeramente distinta, así que debía de ser otra persona.
Quise gritarle «¡habla de una vez como persona!», pero me contuve.
Mimiko leyó rápidamente el mensaje.
—¿Eh? No puede ser…
—¿Qué pasa, Mimiko?
—Dicen que las dos mil unidades de esqueletos fueron aniquiladas.
—¿¡Qué!?
Conocía al comandante de los caballeros de esta ciudad, Alreid Cucuso. Me había reunido con él varias veces, y sin duda era un hombre muy competente.
Pero aun así, no podía imaginar que tuviera el poder suficiente para acabar con 2000 esqueletos por su cuenta.
¿Qué demonios estaba ocurriendo en esta ciudad?
◇◆◇◆◇
Las obras de reparación de las murallas habían terminado.
El hombre que una vez había ostentado el título de Comandante de los Caballeros y el nombre de General Alreid Cucuso —o sea, yo— ahora ponía fin a sus días como simple supervisor de obra.
—Bueno, al fin terminó la reparación de las murallas exteriores, dirigidas personalmente por usted, general —dijo Generic Pirahan, el subcomandante de la orden de caballeros del margraviato fronterizo, acercándose a mí—. Buen trabajo… Aunque, ¿no le parece algo extraño?
—¿Extraño? ¿A qué te refieres?
—Verá, comparadas con los muros norte y oeste, las murallas del sur y del este me parecen bastante irregulares. ¿Está seguro de que realmente se repararon?
—¿Irregulares, dices? ¿Así te parecen? —repliqué con una leve sonrisa.
Por lo visto, había venido expresamente para plantear esa sospecha sobre la muralla.
—Sí, la reparación está hecha. En comparación con las antiguas murallas, la diferencia es como la del cielo y la tierra.
—¿En serio? Porque, si compara la muralla norte con la del sur, yo diría que esa diferencia de cielo y tierra también se aplica ahí.
—…¿Y si te dijera que terminamos la reparación en solo tres días?
—Ah, ya veo. Terminó la reparación del muro sur en tres días… Con razón solo pudieron hacer reparaciones de emergencia, —respondió, asintiendo con aire comprensivo.
—No me extraña que pienses eso… —murmuré con una sonrisa cansada.
Nadie creería que las murallas del norte y del oeste habían sido reparadas en solo tres días, y por una sola persona.
Durante las reparaciones de una muralla, era común que espías o saboteadores extranjeros intentaran infiltrarse para obtener información o causar daños. Por eso, como general, había decidido supervisar personalmente la obra, con el pretexto de actuar como jefe de obra, para poder capturar a esos intrusos si aparecían.
Y fue entonces cuando conocí a aquel muchacho, una auténtica bestia disfrazada de ser humano.
Si no solo se le hubiera dado bien reparar murallas, sino también el combate, sin duda lo habría reclutado para la orden de caballeros… No, incluso habría sido una excelente opción como ingeniero militar para construir fortalezas. En cualquier caso, dejar que un talento así se pierda en esta región remota sería un desperdicio.
Esta ciudad era la más cercana al territorio de los demonios.
Aunque últimamente las cosas se habían mantenido en calma, seguía siendo un lugar que podía ser atacado por monstruos en cualquier momento.
—Aun así… hoy la niebla está inusualmente densa.
—Así es. Me costó encontrarlo, general. Apenas puedo distinguir las antorchas de los guardias que patrullan.
Y fue entonces cuando ocurrió.
La llama de una de esas antorchas, que apenas podía verse a lo lejos, se apagó repentinamente.
—Oye, ¿tú también oíste eso?
—Sí. Fue solo un instante, pero escuché el sonido de dos espadas chocando.
—Carajo…
No había tiempo para comprobar nada.
En cuanto hice sonar la alarma, los caballeros salieron corriendo del cuartel y tomaron sus posiciones.
Para entonces, yo ya había confirmado la presencia del enemigo.
Eran esqueletos; una horda de esqueletos avanzaba hacia las murallas.
—¡Unidad de magos! ¡Iluminen el área con sus conjuros!
—Espacio de luz, —dijeron mis hombres a la vez.
Aunque la niebla no desapareció por completo, al menos logramos distinguir la magnitud del ejército enemigo.
Sin embargo, al mismo tiempo, pensé que tal vez era mejor no intentar comprenderlo… o más bien, que no quería comprenderlo.
—¡Qué cantidad…! Mil… no, son más de dos mil… ¡Generic!
—¡Sí, señor!
—Preparen la evacuación de inmediato. Por suerte, la muralla norte es sólida; no caerá tan fácilmente. El primer escuadrón se quedará conmigo. Resistiremos aquí y ganaremos tiempo.
Los esqueletos no eran criaturas inteligentes. Si se les ordenaba atacar la ciudad, simplemente avanzarían en línea recta hacia ella. Si encontraban una pared, no buscarían rodearla; intentarían escalarla o destruirla.
—¡General, yo también me quedaré! ¡Déjeme luchar!
—¡Necio! ¡No sabemos si esos son todos los enemigos! ¿Quién protegerá a los civiles si tú no estás ahí?
—¡Pero, señor…!
Generic aún intentaba insistir cuando un soldado de guardia me llamó desde la torre.
—¡General! ¡Los esqueletos…!
—¿Qué ocurre? —pregunté, mirando hacia abajo desde la muralla.
¿Ahora qué pasaba? Me asomé por el borde… y lo que vi me dejó sin aliento.
—¿Qué-qué es esto…?
A simple vista, parecía que los esqueletos estaban siendo absorbidos por la muralla.
Pero no era eso. Los esqueletos que tocaban la piedra se convertían en partículas de luz y desaparecían uno tras otro.
—¡General, ¿qué está pasando?!
—He oído hablar de algo así… Se dice que las murallas de la Capital Santa, donde reside el Sumo Pontífice, están imbuidas con una magia especial: cuando los muertos las tocan, se desvanecen en luz…
Tal como había dicho antes, los esqueletos carecían de inteligencia.
Aunque vieran a sus compañeros convertirse en luz ante sus ojos, no se detenían; seguían avanzando ciegamente.
En un abrir y cerrar de ojos, lo único que quedó al pie de la muralla fueron las viejas espadas, lanzas y cascos que los esqueletos habían portado. Nada más.
—…No puede ser… ¿acaso fue obra de aquel chico? —murmuré para mí mismo.
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