La Historia del Héroe Orco
Capítulo 100. Prisionera
—…¡Eh!
Cuando Thunder Sonia recobró la conciencia, se encontró en medio de un bosque desconocido. No, en realidad, los árboles que la rodeaban le resultaban familiares. Entonces, no cabía duda de que se trataba de un bosque del país elfo. Por el tipo de vegetación, dedujo que debía hallarse cerca de la frontera con el país de las hadas.
Thunder Sonia estaba en una casa abandonada. La mitad del techo había desaparecido, y solo quedaban dos paredes en pie. Incluso esas apenas servían para bloquear los rayos del sol poniente, y ni siquiera podía asegurarse de que resistieran la lluvia. Llamar a aquel lugar «casa abandonada» era casi un halago.
Sobre el suelo de la choza había extendido algo que parecía ser un trozo de arpillera, y encima de él yacía Thunder Sonia.
—¿Estoy… viva? —murmuró.
Al mirar su propio cuerpo, comprendió que su estado era tan deplorable que aquella ruina le parecía acogedora en comparación. Su piel estaba cubierta de quemaduras y heridas de flecha, los huesos de ambas piernas estaban rotos, y no sentía el brazo izquierdo. Solo podía mover el rostro y la mano derecha. A simple vista, eran heridas mortales, y sin embargo, tenía la sensación de que estaban empezando a sanar. Como si alguien le hubiera rociado polvo de hada.
—Maldición… ¿qué demonios está pasando…?
Trató de moverse, pero su cuerpo no respondía. Sin fuerzas, se dejó caer de nuevo. Lo último que recordaba era el momento en que Gediguz mostró aquella extraña regeneración. En aquel instante, Thunder Sonia había optado por atacar en lugar de retirarse. Estaba dispuesta a morir, pero pensó que valía la pena si con ello lograba acabar con Gediguz. Y así, lanzó el mejor hechizo que tenía a su alcance, descargándolo por completo sobre él.
Estaba segura de haberlo aniquilado, pero el resultado fue aquel: Gediguz volvió a la normalidad. No comprendía qué había sucedido. No parecía ser un simple proceso de curación. De hecho, incluso el propio Gediguz había parecido sorprendido, y no solo él: los que estaban a su alrededor también mostraban desconcierto.
Quizás aquello tuviera que ver con eso de la resurrección. Fuera como fuese, había usado sus últimas fuerzas para lanzar aquel hechizo, por lo que no recordaba nada después de eso. No sabía cómo había logrado escapar. Tal vez Buganvilia la hubiera ayudado, pero considerando cuántos guerreros hábiles había allí, escapar cargando con un cuerpo inconsciente habría sido difícil, incluso para alguien con el apodo de «Flor Venenosa».
—Vaaaya … así que por fin despertaste, ¿eh?
Al escuchar aquella voz y ver a la mujer que entraba en su campo de visión —la súcubo Carrot—, Thunder Sonia comprendió todo.
—Ya veo…
Había sido capturada.
—¿Buganvilia… murió? —preguntó, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.
—Sí, tuvo un final admirable. En sus últimos momentos rogó: «Por favor, al menos salva a Lady Thunder Sonia~». Como era de esperarse de una elfa… qué raza tan orgullosa, ¿no?
—¡Maldita sea, no te atrevas a insultarla!
—…¿Insultarla? Pero si no lo hiice.
Al oír aquella respuesta, Thunder Sonia se dio cuenta de que, en efecto, no había habido ningún insulto. Aun así, el tono meloso con que hablaban las súcubos siempre le parecía burlón. Ese era, sin duda, uno de los motivos por los que los elfos las detestaban.
—Hmff. Así que cumpliste el deseo de Buganvilia y me tomaste prisionera, ¿eh?
—No estás equivocada, ¿saabes?
—Ya veo… Buganvilia, entonces…
Otra persona más había muerto por protegerla. Creía que, en esta era de paz, ya no tendría que pasar por algo así… Pero había vuelto a ocurrir. Gediguz había resucitado, y la guerra parecía destinada a continuar.
—Qué agotador… ¿hasta cuándo seguirá todo esto?
—Hmm, quizá hasta que mueras.
—¡Y encima volví a sobrevivir!
Aunque su cuerpo no se movía, su voz sonaba llena de fuerza, y ella misma lo notó con un suspiro cansado.
—…Entonces, ¿por qué me mantuvieron con vida? No tengo información que valga la pena. Ustedes pueden cambiar de forma con ese hechizo, ¿cómo era?, «Disfraz», ¿no? Pueden conseguir toda la información que quieran con eso, ¿verdad?
—No me interesa saber naada de ti, pero tu cuerpo sí que tiene valor, ¿sabes?
—¿Mi cuerpo…? ¿Piensan usarme como rehén?
Tenía sentido. Aunque Sonia no valoraba mucho su propia vida, para los elfos ella era más importante que el mismísimo rey de la época actual. Se la veneraba casi como a una deidad. Si su vida servía como moneda de cambio, seguramente aceptarían cualquier exigencia.
—Eres descendiente de la realeza élfica, la «Gran Archimaga Elfa», y además… ¿eres virgen, no?
—¡Que sea virgen no tiene nada que ver!
—No lo entiendo muy bieen, pero al parecer síi tiene relación.
—¿De qué hablas? ¡Ah! No me digas… ¿piensan usarme como conejillo de indias para algún experimento mágico?
Thunder Sonia no sabía los detalles, pero había escuchado rumores sobre una magia ogra que usaba la sangre virgen de una doncella viva para lanzar maldiciones letales. Siempre se había reído de aquello, pensando que si realmente existiera ya la habrían maldecido hacía tiempo. Sin embargo, en un mundo donde hasta los muertos volvían a la vida, ya no podía descartarlo tan fácilmente.
Hmff, aunque pensándolo bien, que siga con vida me resulta conveniente.
Aunque fingía disgusto, Thunder Sonia en el fondo sonreía para sí misma. Si no la mataban, significaba que aún tenía una oportunidad. Estando entre las filas enemigas, tal vez podría volver a tener la ocasión de matar a Gediguz. Claro, antes tendría que descubrir el secreto de aquel cuerpo suyo. Pero mientras siguiera viva, siempre habría algo que pudiera hacer. Después de todo, así había logrado superar muchas cosas en su vida.
—Bueeno, en realidad el asunto de la virginidad no era algo indispensable. Cualquier mujer con cierta posición habría servido… pero tú, Thunder Sonia, eres perfecta. La mejor candidata, diría yo. —La mirada de Carrot recorrió a Thunder Sonia de pies a cabeza, como saboreándola con los ojos.
—¿Y eso qué se supone que significa? ¿Es un cumplido?
—No, no lo es.
—¡Hablas de una forma tan confusa!
—Ay, perdón, pero tengo que pedirte un favor.
—¡Lo rechazo! ¡No pienso colaborar con Gediguz!
Al oír eso, Carrot se llevó una mano a la mejilla y adoptó una expresión de fingida preocupación, como si dijera «ay, ay».
—Hmm… ¿por dónde debería empezar a explicaarlo? Es complicado de contar, ¿saabes? Y, para ser sincera, no tengo muchas ganas de hacerlo.
Carrot dejó escapar un suspiro profundo, pero en su voz no se sentía la más mínima energía. Thunder Sonia, que la conocía y recordaba bien a esa súcubo: siempre la vio segura de sí misma, con un aire de superioridad permanente… aunque no estuviera realmente menospreciando a nadie, daba la impresión de hacerlo. Pero aquella mujer que tenía delante no mostraba nada de eso.
Al mirarla con más atención, notó que tenía la piel alrededor de los ojos irritada y ojeras marcadas. Esa súcubo que solía hablar con un tono lánguido y burlón no parecía perezosa ahora, sino simplemente agotada. Sus suspiros eran frecuentes.
Thunder Sonia había visto esa expresión antes. La había visto en aquellos días en que se convirtió en la Gran Archimaga Elfa, cuando usó el secreto de la longevidad. En aquel entonces, los elfos estaban acorralados, al borde de la extinción. Ella se había obligado a luchar, entregándose por completo a la guerra, pero muchos otros no pudieron hacerlo. Amigos, familiares, amantes… todos lo habían perdido todo, y con ello también las fuerzas para seguir combatiendo.
Los ojos de Carrot, en ese momento, eran iguales a los de esas personas.
—¿Tú… estabas llorando?
Y como era de esperarse de alguien como Thunder Sonia, al ver a una persona con esa expresión, no pudo evitar preocuparse.
—Así ees, últimamente, cada vez que intento dormir… las lágrimas simplemente empiezan a caer soolas.
—…¿Te están molestando los démones o algo así? Esos tipos pueden ser bastante ruines.
—No más que los elfos, cariiño.
Ante esas palabras, Thunder Sonia cerró la boca de golpe. Se tragó las ganas de responder con un «y pensar que me estaba preocupando por ti». No podía rebatir lo que la súcubo decía: los elfos eran realmente mezquinos cuando se trataba de algo que odiaban.
La hostilidad de las mujeres elfas hacia las súcubos era indescriptible. Eran capaces de mostrarse despiadadas con cualquiera que despreciaran, y las súcubos estaban en lo más alto de esa lista. Muchas elfas pensaban sinceramente que el mundo estaría mejor si las súcubos se extinguían. Cumplían los tratados por obligación, pero, si por su trato hacia ellas estas acababan desapareciendo, no sentían ni un ápice de culpa. Algunas incluso lo considerarían motivo de celebración.
La propia Thunder Sonia se había sentido horrorizada al oír las historias sobre el maltrato que Carrot había sufrido mientras viajaba como embajadora por los distintos reinos. Viéndola ahora, entendía por qué alguien como ella podía haberse dejado arrastrar por tonterías como la resurrección de Gediguz. Aunque, a decir verdad, aquello ya no parecía ser mera tontería.
Hasta hacía poco, Thunder Sonia tampoco había tenido una buena opinión de las súcubos. Incluso solía pensar que su propia soltería era, en parte, culpa de ellas. Si las súcubos no hubiesen reducido tanto la población masculina élfica, quizás aún quedarían hombres disponibles. Era un pensamiento injusto, por supuesto, ya que, aunque todos los elfos varones hubieran sobrevivido, difícilmente alguno se habría atrevido a casarse con ella. Tampoco había logrado casarse con alguien de otra raza. Esa era la Thunder Sonia actual. Y cuando por fin apareció alguien interesado en ella, resultó ser una trampa de miel. En el fondo, necesitaba culpar a alguien.
—Verás, ya no estoy con Gediguz. Digamos que… me separé de él. O más bien, que mi propósito cambió un pooco.
—¿Hm? ¿Qué quieres decir con eso?
Ya no estaba con Gediguz. Esa Carrot, la llamada «Voz Sibilante». La misma súcubo que había marchitado el Árbol Sagrado de la Gente Bestia y arrasado en el Territorio Blackhead como una de las comandantes de vanguardia. Había cumplido su objetivo: la resurrección de Gediguz. ¿Por qué se había apartado de él ahora?
—Hasta ahora, había luchado por las súcubos, por el bien de todas nosotras, pero descubrí aalgo… algo que volvió todo eso inútil, ¿sabes? Así que, bueno, me gustaría pedirte tu ayuda.
—A ver, no entiendo nada. Explica bien. ¿Por qué yo?
—Los elfos… no soportan a las súcubos, ¿verdad?
—Bueno… sí, me duele admitirlo. He dicho muchas veces que eso está mal, pero… ya veo a dónde vas.
En resumen, el rumbo que había tomado Gediguz no debía ser precisamente favorable para las súcubos. Que Carrot, quien había luchado tanto por la supervivencia de su especie, decidiera apartarse de él lo dejaba claro. Gediguz era un estratega nato, un hombre capaz de traicionar incluso los deseos de sus aliados si con ello avanzaba hacia su meta. Probablemente así había sido.
Seguramente, Gediguz y las súcubos habían terminado por volverse enemigos. La Reina Súcubo había tomado esa decisión. A pesar de la dificultad, había elegido la paz en lugar de la guerra. Por eso Carrot se encontraba allí: para sellar lazos con los elfos, que antaño habían sido enemigos mortales.
Y, como parte de ese plan, había sido ideal salvar a la moribunda Thunder Sonia. Si Thunder Sonia decía «Cuando Gediguz casi me mata, las súcubos me salvaron. ¡Me salvaron, a mí! Está claro que ahora ellas son enemigas de Gediguz. Dejemos el pasado atrás y unámonos contra ese poderoso enemigo llamado Gediguz», aunque por dentro los elfos lo rechazaran, la propuesta podría prosperar. A los elfos no les gustaban las súcubos, pero reconocían su fuerza.
—Bueno, eso me vale. Yo seré quien guía a las súcubos, ¿verdad?
—Sí, tú tomarás el mando para guiarlas…
Ella había esperado que la petición fuera: «Quiero que las ayudes».
—Y quiero que las aniquiles.
Pero la respuesta que recibió fue distinta.
■
Pasaron tres días desde entonces. Thunder Sonia se había recuperado hasta el punto en que, con un bastón, apenas podía caminar por su propia cuenta. Carrot la cuidó con esmero: le daba de comer, se ocupaba de sus necesidades más íntimas… Thunder Sonia había sido inútil en algunos campos de batalla antes, así que no le molestaba recibir ayuda, pero era la primera vez que una súcubo la trataba con tanta dedicación, y aquello la dejó un tanto desconcertada.
Carrot no hablaba mucho. Por las noches parecía despertarse sobresaltada, presa de pesadillas; si eso era lo que motivaba sus palabras sobre destruir a las súcubos, al menos tenía sentido. Pero no dijo más. Por eso Thunder Sonia no lograba comprender el panorama completo.
¿Por qué estaba ella junto a Carrot en primer lugar? ¿Por qué Carrot quería exterminar a las súcubos? Incluso después de que Thunder Sonia volvió a poder andar con dificultad apoyándose en un bastón, Carrot la cargó a la espalda y se dirigió hacia algún lugar, más rápido que si Thunder Sonia caminara por sí misma. No le dijo el destino. Thunder Sonia hubiera querido contactar con la capital élfica, pero la mujer que la cuidaba no parecía dispuesta a permitirlo.
¿Y si, siquiera, está bien que yo regrese?
Aunque se lo permitieran, ¿sería realmente prudente volver al país elfo ahora mismo? No podía pensar en nada mejor, ya que Gediguz actuaba de forma opaca. Lo más lógico sería que buscara provocar una guerra entre humanos y elfos. Habiéndose transformado en Carlos para matar a Thunder Sonia, haría caer las piezas en esa dirección.
Por eso Gediguz haría todo lo posible por impedir que Thunder Sonia regresara al país. Ese hechizo llamado «Disfraz»… había oído rumores de que el Sabio humano lo había desarrollado, pero no imaginó que estuviera tan perfeccionado. Aun así, un conjuro de ese nivel no sería imposible de detectar: los investigadores mágicos elfos eran excelentes; podían analizar y desarrollar contrahechizos para cualquier magia. Pero, si Gediguz ya se había infiltrado en el corazón del reino y difundía información falsa, entonces humanos y elfos se precipitarían hacia la guerra. Con traidores en el lado humano, incluso si Thunder Sonia volviera y contara la verdad, era dudoso que consiguiera evitar el conflicto. Además, exponer que el canciller humano Cruzado estaba con Gediguz sería peligroso. Si Gediguz comenzaba una invasión, lo último que querían era que los humanos cayeran en una guerra civil.
Aparte, había otro problema: la extraña regeneración de Gediguz. Cuando le había infligido una herida mortal, él se había «repuesto». No fue una vuelta a la normalidad propia de magia curativa ni del polvo de hada. No sabía qué mecanismo había detrás, pero aunque consiguieran romper el hechizo de «Disfraz», si no lograban matar al propio Gediguz no podrían considerarse vencedores.
Y entonces Thunder Sonia se dio cuenta.
—Oye, Carrot.
—¿Qué?
—¿Mi ropa… qué pasó con ella?
—La dejé junto al cadáver de Buganvilia para camuflaje.
—¿Todo?
—Todo. Ah, se me olvidaba. Toma, esto es un recuerdo de Buganvilia.
Carrot dijo eso y le entregó algo. Al acercarlo a su rostro, resultó ser el adorno de pelo de flor galanto: la insignia del escuadrón de asesinato. Que eso estuviera allí, y que faltaran los adornos que ella siempre llevaba puestos, significaba...
¿Quizá aún no se han dado cuenta de que sigo viva...?
Existía la posibilidad de que Gediguz y los suyos no supieran que Thunder Sonia seguía viva. A la inversa, los elfos podrían haber advertido su supervivencia. Era una esperanza quizá ilusoria, pero los elfos querían proteger a Thunder Sonia; les repelía la idea de que ella muriera y ellos sobrevivieran. Si alguien que conociera a Buganvilia veía la situación, quizá pensaría que algo iba mal.
Gediguz debía de estar moviéndose dentro del país elfo. Hasta que el hechizo «Disfraz» saliera a la luz, podría hacer lo que quisiera. Era un cambio meramente superficial en apariencia y tarde o temprano se descubriría, pero mientras tanto... Las intrigas de Gediguz seguramente resultarían perjudiciales para la nación de los elfos. Sin embargo, si Thunder Sonia volvía en secreto o proporcionaba información desde el exterior, quizá podrían fingir que habían sido engañados.
Tras considerar eso, Thunder Sonia negó con la cabeza.
No creo que yo pueda moverme con tanta conveniencia...
Al fin y al cabo, su enemigo no era otro que Gediguz. Quizá ya se hubiera percatado de que su muerte había sido fingida. Y, sobre esa base, podría haber tomado medidas. Era muy probable que hubiera preparado jugadas que funcionaran tanto si ella estaba muerta como si seguía viva. Así fue como había ido acorralando a la Alianza de las Cuatro Razas. Thunder Sonia había perdido muchas veces; por eso sentía que cualquier movimiento suyo ya estaba siendo leído.
—Oye, ¿a dónde vamos, exactamente?
En realidad, Thunder Sonia no tenía derecho a decidir la ruta. Todo dependía de Carrot, que la llevaba a cuestas. Pero aquella súcubo, pese a decir que quería que los elfos aniquilaran a su propia raza, no parecía dirigirse a la capital élfica. Si de verdad quisiera la aniquilación de las súcubos, lo más lógico habría sido llevar a Thunder Sonia hasta la capital elfa y solicitar que se exterminara a las súcubos; eso habría sido lo más sensato. La conducta de Carrot seguía siendo confusa.
—¿Qué piensas hacer conmigo? Dijiste que querías que aniquilara a las súcubos, pero tú misma me salvaste, y no es que yo tenga muchas ganas de destruirlas. No guardo tanto rencor; yo misma defendía la idea de dejar esas cosas atrás.
Volver al país elfo o quedarse como peón móvil dependía de la súcubo que la cargaba a cuestas. Pensando eso, hizo la pregunta, aunque no esperaba respuesta; esa pregunta no se la había contestado en los tres días anteriores.
—Ya veo… —Sin embargo, por una vez Carrot habló—. Vamos llegando al destino, así que tengo que explicártelo…
—Te lo ruego. Dentro de unos días mi cuerpo sanará; haz que todo tenga sentido. No me gustaría que, después de salvarme, te tenga matar para luego tener que largarme.
—¿Hacer que tenga sentido? Hmm… bueno… —Carrot masculló y empezó a hilar palabras—. Hace mucho tiempo, antes de que naciera Gediguz, parece que en nuestras antiguas reinas súcubo existía una llamada «devoradora de vírgenes». Iba raptando muchachos que aún ni siquiera habían llegado a la pubertad en otros reinos, y los devoraba.
Al notar que aquello empezaba como un relato antiguo, Thunder Sonia asintió de forma leve, preguntándose si hacía falta tal introducción.
—Vaya, ¿las súcubos registran ese tipo de cosas?
La verdad es que ella nunca había oído que las súcubos dejaran registros. Cuando antaño Thunder Sonia tomó una de sus ciudades y buscó secretos militares súcubos, lo único que halló fueron láminas eróticas ligeras y vaporosas. Las súcubos no solían conservar archivos.
Aunque, en realidad, esas láminas eran su método de registro; para otras razas resultaban demasiado explícitas y solo se veían como pornografía.
—No es que lo llevemos todo al día. Mucho se perdió en las llamas de la guerra. Pero sí quedaron registros sobre qué reinó una reina y bajo qué mandato.
—Eso es sensato, en verdad.
—Es importante no repetir los mismos errores, ¿no?
—Así es. Entonces, ¿esa «devoradora de vírgenes» fue una tirana?
—No. Dicen que fue una gran soberana. Solo tenía gustos un poco exquisitos.
Con el poder, se dedicó a devorar vírgenes a placer. Si aquello hubiera pasado entre los elfos, habría estallado una revuelta contra ese soberano loco por el sexo. Si Thunder Sonia hubiera estado en esa época, seguro que habría encabezado la insurrección, blandiendo la bandera de la revolución bajo la exigencia de «yo también quiero un poco».
—Pues resulta que aquella reina, además, registraba sus impresiones sobre lo que comía. Y en esos escritos había una anotación curiosa.
—¿……?
—Decía que cuando se comía a miembros de cierta raza, en el rostro de la víctima aparecían extraños motivos.
—¿Qué raza dices que era?
—Orcos.
—Al parecer, si se comía la virginidad de un orco, en su cara surgía el emblema del orco mago.
—¿Qué lógica tiene eso?
—¿Quién sabe? Pero todavía hoy se oyen historias así, así que parece que podría ser verdad. —Carrot sonreía con soltura y siguió contando—. Y en otra época las súcubos solían tratar a los orcos como si fueran sirvientes. Es algo que aparece con frecuencia en los escritos.
—Una raza compuesta casi solo por hombres como los orcos no tendría forma de resistirse a las súcubos, ¿no? ¿No habría sido de esperar que eso ocurriera antes?
—¿De veras? Las súcubos no pueden engendrar hijos con orcos, así que parece que más bien se sucedieron guerras. Comer no sirve para crear prole. Además, a los orcos no les gusta que les manden.
—No sé… recuerdo haber leído algo en libros antiguos sobre una alianza entre orcos y súcubos y haber combatido contra ella. En fin, aquella biblioteca ya no existe.
Quizá eso había sucedido cuando Thunder Sonia tenía apenas unos cincuenta años. La mayoría de esos registros se habían perdido en las llamas de la guerra. En tiempos de paz se habían reconstruido algunos textos a partir de la tradición oral, pero a menudo quedaban bastante alejados de los hechos reales.
—Si tú no lo conoces, eso fue hace más de mil años… En fin, pasó de todo, pero hoy en día a las súcubos se les ha prohibido arrebatar la virginidad a los orcos. Las súcubos menosprecian a los orcos, y además son aliados; nadie se toma tanto interés en ello. Para nosotras era algo evidente.
—Pero a los orcos no les importará eso, ¿no? ¿No se les echarían encima?
—¿No lo sabes? A los orcos les molesta muchísimo que aparezca ese emblema. Lo consideran la marca de un guerrero mágico. Por eso no se acercan tanto.
—Vaya, no puede ser… ¿pero no existen magos orcos?
—Los magos orcos son un poco objeto de burla entre los demás orcos. Creo que para llegar a serlo tienes que conservar la virginidad hasta los treinta, pero los orcos valoran mucho acostarse con mujeres.
—¿En serio? Si es así, qué lástima. Si los veía, yo los mataba.
Los magos orcos, en su mayoría, no estaban a la altura de Thunder Sonia como hechiceros. Aun así, manejaban magias peligrosas, parecidas a las propias de los démones; entre los orcos había ejemplares que, al crecer, podían convertirse en magos temibles. Por eso, cuando había que luchar, solían ser los primeros a los que eliminaban. Si veías a un orco mago con poca experiencia, te alegrabas de poder quitarlo del mapa cuanto antes.
—Así que todos esos tipos… no tenían experiencia, ¿eh?
Thunder Sonia sintió una extraña mezcla de cercanía y culpa. Sin embargo, los magos orcos seguían siendo orcos; en realidad, cuando salían al campo de batalla, perdían la virginidad en su primera campaña. No existían orcos que siguieran siendo vírgenes. No eran, ni por asomo, camaradas suyos.
—Si fueran magos aún tendría sentido, pero si un guerrero llega virgen a los treinta, significa que lleva más de diez años luchando sin haber vencido nunca a una mujer. O bien que huyó del campo de batalla. En cualquier caso, en la sociedad orca eso lo convierte en un ser despreciable.
—Ya veo. Así que por eso los orcos se lanzan con tanto empeño sobre las mujeres que derrotan.
—Si el emblema llega a aparecer, los desprecian por completo y dejan de tratarlos como personas. Los consideran la vergüenza de los orcos. Y una vez llegas a eso, ya no hay manera de recuperar la dignidad.
—Sí… tratándose de orcos, tiene sentido. ¿Y bien? —Thunder Sonia lanzó su pregunta—: ¿De qué demonios estás hablando? Contesta ya. ¿Qué es lo que quieres que haga?
—…Lo sabrás pronto.
Al final, no comprendió nada. Con el ceño fruncido, Thunder Sonia dejó que Carrot la cargara y la llevara a algún lugar.
Durante un rato no hubo conversación alguna. De la súcubo que caminaba en silencio emanaba una especie de determinación sombría. Thunder Sonia, por su parte, no podía librarse de una mala corazonada.
—Aquí es.
Y así llegaron a una cueva. No tenía nada especial; parecía el tipo de lugar donde podría vivir un oso.
—…¿Eh? ¿Carrot? ¿Qué llevas ahí cargado?
Frente a la cueva, una mujer humana vestida con harapos descansaba tumbada con aire despreocupado.
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1 Comentarios
Pobre Carrot, pensar que quiere aniquilar a su propia raza por un mal entendido es doloroso, a pesar de que algunos en los comentarios no les gustan las súcubos, lo cierto es que este para mi, es la mejor representación de una raza de súcubos que e leído en la ficción, tiene casi todo cubierto, valores, historias, moral, sentido de pertenencia, y sobre todo son coherentes, en el sentido de que el sexo en realidad es una forma de comer para ellas, y claro pueden llegar a entender que también es un acto de reproducción, eso es racionalidad... me encanta.
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