La Historia del Héroe Orco

Capítulo 102. Yo me Encargaré de Resolverlo

—Uf, qué cansancio… —murmuró Thunder Sonia mientras se sentaba con las piernas cruzadas frente a Bash dentro de la oscura cueva. Encendió una pequeña luz en la punta de los dedos y la colocó en el suelo entre ambos. Era magia de iluminación élfica. La tenue luz revelaba la silueta verde de la espalda de Bash, que se recortaba suavemente contra la oscuridad—. De verdad, últimamente todo ha sido un desastre. Escucha esto: antes de venir aquí, Gediguz me propuso matrimonio. Lo rechacé, claro, pero quizá me haya arrepentido un poco. Si no hubiera muerto y resucitado, tal vez lo habría considerado… por la amistad entre démones y elfos, digo. Después de todo, tiene una cara bastante atractiva.

»Bromeo. Aunque es cierto que dudé por un instante, con la cantidad de elfos que murieron por su culpa, jamás podría casarme con él. Si se tratara de otro miembro de la realeza, tal vez lo habría felicitado con una sonrisa amarga, pero nada más…

»Al parecer, ese Gediguz me conoció cuando era niño. No lo recordaba en absoluto, aunque ni siquiera estoy segura de si fue cierto, —comentó, y luego miró hacia Bash. Thunder Sonia reflexionó un momento, pensando que quizá había empezado la conversación con un tema demasiado complicado para un orco—. ¿Cuándo fue que nos conocimos tú y yo? ¿Cuando luchamos uno contra uno en el Bosque Siwanasi? Como bien sabes, yo, pese a mi aspecto, he reducido a cenizas a todos los orcos con los que me he cruzado, así que, si nos hubiéramos encontrado antes, tú no estarías vivo.

Bash no respondió, pero las puntas de sus orejas se movieron apenas, un temblor que delataba que estaba escuchando con atención.

—Carrot y Zell me contaron lo ocurrido. Te convertiste en un orco mago, ¿no es así?

Los hombros de Bash se estremecieron con un leve espasmo.

—Supongo que para un guerrero como tú, la magia debe parecer algo sospechoso o poco confiable, pero no es algo malo. Como sabes, soy una de las magas más poderosas del continente. La magia puede ser algo complicada, sí, pero también me permitió acorralarte una vez. En aquel duelo que tuvimos en el Bosque Siwanasi, ¿verdad? Y no me digas que fue porque tenías hambre, porque yo también lo estaba.

—No.

—Sí, tampoco fue por eso. Ninguno de los dos tenía comida en abundancia en aquel entonces. Yo siempre estaba hambrienta, ¿sabes? Incluso cuando luché contigo, solo había comido una sopa de frijoles…

—No… yo no soy un orco mago.

—Ah, ah, ya lo sé. Eres un guerrero. El guerrero orco más fuerte y orgulloso que he conocido, ¿verdad?

—No… yo no soy un orco.

—Vamos, mírate. Por donde se te vea, eres un orco. Oye, negar las cosas sin dar una razón es de mala educación.

Al oír eso, Bash echó una mirada por encima del hombro. Sus ojos carecían de fuerza, pero la marca que tenía grabada en el rostro le confería un aire intimidante. Era la marca que probaba su condición de orco mago. Sin embargo, no todos los orcos llamaban «orco mago» a quienes poseían esa marca.

—Soy un guerrero mágico.

—……

—Un orco que se convierte en guerrero mágico… ya no es un orco, —añadió Bash, con un tono grave y pausado en cada palabra. Era evidente que aquellas palabras tenían un peso especial entre los de su raza.

—No, no, eso se refiere al orco que nunca pudo acostarse con una mujer en el campo de batalla, ¿verdad? Lo escuché hace un rato de Carrot. Me dijo que cuando eras joven tuviste… sexo con una súcubo, ¿no? Y que por eso te salió esa marca. Bueno, si fue así, no había mucho que hacer.

—No. No tuve nada con una súcubo.

—Ah… ya entiendo. Desde tu punto de vista, no «estuviste» con ella, sino que te «usaron». El sexo en los orcos es más agresivo, lo sé. Entiendo que no quieras admitirlo, de veras. Te forzaron, ¿verdad? La súcubo te empujó y te obligó. Qué lástima.

—No…

—Bueno, verás… ahora mismo, Carrot está afuera de la cueva. Se siente culpable por todo eso. No fue ella quien te forzó, pero anda diciendo: «¿Cómo pudo una súcubo hacerle algo así a Sir Bash, nuestro benefactor?»… aunque se ve media perdida con el tema tiempos. —Luego, con un tono aún más dudoso, añadió—: Y bueno… ahora anda diciendo que si te dejo hacérmelo, podrías recuperar los ánimos. Pensé que quizá… bueno, no sería tan mala idea. ¿Qué dices? ¿Quieres intentarlo?

Bash la miró de reojo. En su mirada había un brillo cargado de deseo animal. Thunder Sonia, al sentir de nuevo aquella lasciva mirada orca tras tanto tiempo, se estremeció un poco, pero ya que había decidido animarlo, aceptó mentalmente lo que eso podía implicar.

—…… —Sin embargo, de inmediato la lujuria desapareció de los ojos de Bash, y volvió a mirar hacia la pared.

—Oye, espera un momento. ¿Qué significa esa mirada? ¿Acaso no tengo ningún atractivo para ti?

—…No. Sí eres atractiva.

—¿Oh? Woow… que me lo digas así, de frente, me da un poco de vergüenza. Pero, dejando eso de lado, ¿por qué no haces nada? ¿Es por esa orden del Rey Orco, eso de «no tener relaciones sexuales sin consentimiento»? ¡Pues esto precisamente es consentimiento! ¿O qué pasa? ¿Como buen orco, solo puedes acostarte con alguien a quien hayas derrotado? Qué tipo tan complicado… Está bien, sal afuera; pelearemos un poco y fingiré perder. Aunque si no te contienes, seguro termino hecha polvo, así que ten cuidado, ¿sí?

—No.

—No, no y no… Desde hace rato solo sabes repetir eso. Vamos, podrías hablar un poco más, ¿no crees? Aunque bueno, para ser un orco, ya hablas bastante bien.

—…Ya es demasiado tarde.

—¿Tarde? No digas tonterías. Esa marca no es para tanto. ¡Estamos hablando de mí, ¿qué no?! Podrías hacer tuya a la Gran Archimaga Elfa Thunder Sonia. Podrías llevarme como esposa. Presúmeles, presúmeles, aprovecha. Bueno, antes de eso me gustaría que me ayudaras un poco, ya sabes, con eso de salvar a los elfos… Pero, aun así, podrías mantener tu orgullo como orco, te apuesto a que sí. Y no es por presumir, pero soy una mujer valiosa, ¿sabes? ¡Sí que lo soy!

—Ya no soy un orco. Soy un guerrero mágico.

—¿Otra vez con eso? Vamos, aunque seas un guerrero mágico, sigues siendo un… —empezó Sonia, pero se detuvo de pronto.

Sintió una punzada de extrañeza.

Bash nunca había sido del tipo de orco que despreciara a los orcos magos. Incluso cuando pelearon juntos contra los zombis en el Bosque Siwanasi, jamás había mostrado ese tipo de actitud. Se decía que era un orco de gran orgullo, capaz de llamar «no-orco» a los que se volvían vagabundos, pero sin menospreciar a nadie.

Los orcos no mentían. ¿Qué había dicho Bash hace un momento?

«No tuve nada con una súcubo». Lo había dicho claramente.

Y ahora afirmaba ser un guerrero mágico.

¿Pero qué era, en verdad, un guerrero mágico?

—……

Un escalofrío recorrió la espalda de Thunder Sonia. Ella no era una experta en orcos, pero conocía bien el concepto de «orgullo». Cada raza tenía su propio valor sagrado. Vivir fiel a esos valores era lo que significaba ser «orgulloso». En el caso de los orcos, ese orgullo giraba en torno a la batalla y a las mujeres. Un orco que había vencido en incontables campos de guerra y tomado a muchas mujeres no debería alterarse por una simple marca.

En otras palabras…

—¿Cuántas mujeres has violado hasta ahora? —preguntó Thunder Sonia.

Fue una pregunta que nadie se había atrevido a hacerle antes. Ni siquiera otro orco había osado pronunciarla frente a él.

Los orcos no podían mentir.

—…Cero.

Cada raza tenía algo a lo que aferrarse. En el caso de los humanos, era la religión: creían en sus dioses e ídolos, y hallaban orgullo en vivir con pureza de acuerdo con sus enseñanzas. Pero si un humano descubría que aquel dios al que veneraba no era una divinidad, sino un simple monstruo, tal vez perdería su orgullo. Si llegaba a entender que las doctrinas que seguía eran una farsa, perdería su fe, su punto de apoyo.

Los elfos, en cambio, hallaban ese sustento en los espíritus del agua, del viento o de los árboles. Algunos incluso consideraban que la propia Thunder Sonia era ese sostén para su raza, aunque a ella aquella idea siempre le resultaba incómoda.

Para los orcos, aquello en lo que se apoyaban eran la batalla… y las mujeres. Su felicidad se medía por cuántas guerras habían ganado y cuántas mujeres habían violado.

El título de «Héroe Orco» pertenecía a quien venció en todas las batallas y se ganó el respeto de toda su especie: el más fuerte de los orcos.

Pero si un ser así, el más poderoso de todos, jamás había violado a una sola mujer… Si tal cosa era cierta, los cimientos mismos de lo que significaba ser orco se desmoronaba.

—Soy virgen.

Se oyó el sonido sordo de un orgullo que se quebraba. Thunder Sonia pudo sentir cómo una especie de aura, una presión dominante que emanaba de Bash, se desvanecía por completo.

Sintió un pinchazo de arrepentimiento: lo había hecho decir algo que jamás debió ser pronunciado. No debería haberlo obligado a admitirlo con tanta honestidad.

Y aun así…

—¿Quién… diablos creería eso…?

Porque, pese al remordimiento, otra emoción comenzó a aflorar en el pecho de Thunder Sonia.

Entonces este tipo… ¿nunca violó a nadie en el campo de batalla?

La primera vez que lo vio, había pensado que era un orco monstruoso incluso entre los suyos. A veces nacían guerreros excepcionales entre ellos, y había creído que él era uno de esos casos. Estaba convencida de que, si se enfrentaban, lograría matarla.

Pero en la última batalla de la guerra, aquello no ocurrió.

Bash había sido increíblemente fuerte, increíblemente valiente.

Cuando pelearon uno contra uno, los dos creyendo que ganarían, los dos acabando con heridas graves, Thunder Sonia terminó desmayándose. Oficialmente se había considerado un empate, pero en realidad había sido una derrota: él había tenido tiempo y oportunidad de darle el golpe final. En tal lucha al límite, Sonia había perdido.

Si Bash hubiera querido, podría haberla capturado y violado sin pensarlo dos veces. Hacerlo habría significado morir a manos de los elfos que acudirían a rescatarla, pero habría cumplido con lo que los orcos consideraban su deber natural. Cualquier otro orco lo habría hecho sin dudar.

Tras el fin de la guerra, Sonia fue rescatada en el Bosque Siwanasi. Después de eso, Bash incluso le propuso matrimonio.

Recordaba haber recibido informes sobre un orco que se dedicaba a hablar con elfas jóvenes para coquetear. Y en el Territorio Blackhead lo había visto con sus propios ojos, ligando con una elegancia sorprendente.

Fue la primera vez que vio a un orco invitar a una mujer a su habitación con tal naturalidad, y había pensado que, después de todo, un orco podía lograrlo si se lo proponía. Pero ahora entendía que para llegar a ese punto, Bash debió de haber puesto un esfuerzo inimaginable.

Cuando comparó la propuesta en el Bosque Siwanasi con el ligoteo en el Territorio Blackhead, Thunder Sonia vio que Bash había mejorado en la forma de dirigirse a las mujeres. Los orcos tenían la costumbre de considerar a la mujer como algo que se tomaba por la fuerza; no eran hábiles para aprender cosas nuevas o dominar aptitudes complejas. Pensar en cuánto esfuerzo le había costado a Bash llegar a ese punto hizo que Thunder Sonia se sintiera conmovida.

¿Tú… llegaste hasta ese extremo?

Ella había oído que su viaje tenía como objetivo recuperar el orgullo orco. De hecho, los rumores sobre la fama de Bash eran coherentes con ese nombre. Pero también estaba claro que Bash había estado desesperado; su prisa no tenía comparación con la de Thunder Sonia. Porque él llevaba tiempo sin alcanzar su meta.

Ya veo…

El código de valores de los orcos era ajeno a Thunder Sonia. Lo que Bash había estado haciendo no era capturar y violar, sino conquistar por medios que otras razas consideraran legítimos; un orco que actuara así podía parecer poco «orco» a ojos de los suyos. Sin embargo, desde la perspectiva élfica, el hombre ante ella no era para nada despreciable; según los valores de Thunder Sonia, era más que aceptable.

Sonia se consideraba a sí misma guardiana y vengadora de los elfos. Se percibía con la obligación de proteger a su pueblo y de desquitar las injusticias que habían sufrido los elfos en el pasado. Eso la definía y a la vez era su motivo de orgullo.

La guerra era matar; matar no tenía gloria en sí, pero era recíproco. Violar, en cambio, era saciar un deseo; era un acto innecesario. La antigua Thunder Sonia pensaba que no había razón para dejar con vida a un orco que había violado a elfas. Por eso… el hecho de que «no hubiera violado a nadie» disparaba la estima que Sonia sentía por él.

—Debiste haber tenido oportunidades de sobra. Incluso cuando me venciste…

—No lo sabía. Los demás se llevaban a las mujeres y yo no sabía qué hacían con ellas.

—Ya veo… nunca había oído historias de mujeres que dijeran que tú las habías violado… así que eres virgen, jejé.

En cuanto Thunder Sonia se rio, Bash se encogió aún más.

—Oye, no me malinterpretes. No me río porque seas virgen. Yo también lo soy. Estamos en el mismo bote. —Thunder Sonia dijo eso en tono de consuelo y luego, como si tomara una decisión, se sentó con las piernas cruzadas—. …¡Muy bien! —dijo, abrió la boca y vaciló—. …¡Muy bien! —se animó a sí misma y prosiguió—. Yo te quitaré la virginidad.

Al pronunciarlo, el rostro de Thunder Sonia se sonrojó intensamente. Sin embargo, impulsada por su determinación, continuó con decisión.

—Me venciste en el Bosque Siwanasi y me hiciste tuya. Dejémoslo así. Quizá al principio nadie lo crea, pero si lo repites durante diez años, acabará siendo verdad.

—…Ya es tarde. Yo…

—Te borraré esa marca. ¡Haré algo, ya me las ingeniaré yo! Si me haces tuya y la marca desaparece, entonces conservarás tu orgullo como «Héroe Orco», ¿no crees?

Bash levantó el rostro.

—…¿Puedes borrarla?

—¡No lo sé!

El semblante de Bash se ensombreció, pero Thunder Sonia no hablaba sin pensar.

—Aun así, si lo piensas con calma, si la marca aparece y uno obtiene poderes mágicos al llegar virgen a los treinta, debe de existir algún tipo de restricción o contrato mágico. Y en ese caso, este es el campo de la «Gran Archimaga Elfa», o sea, mi especialidad. ¿No te parece?

—……

—Por fin me miras.

El rostro de Sonia estaba muy cerca del de Bash. Era, como siempre, hermoso y desafiante, típico de una elfa. Le tomó el rostro entre ambas manos y, antes de que Bash se diera cuenta, sus labios quedaron sellados por los de ella.

Mientras él permanecía desconcertado, Sonia hizo puchero.

—¡Pon una cara más feliz! La Gran Archimaga Elfa Thunder Sonia acaba de besarte y, además, dice que se convertirá en la esposa de un orco. ¡Deberías sentirte honrado! Ah, pero eso sí, nada de arrastrarme desnuda por ahí, ¿entendido? Eso sí que no. —Sonia se incorporó y alzó un dedo—. ¡De todos modos, eso será solo si logro borrar tu marca! Pero, oye, si llego a hacerlo, tú también me ayudarás a salvar a los elfos. ¿De acuerdo? —Luego, dio media vuelta y se alejó de Bash—. Voy a ir primero y explicaré la situación a las de afuera. Cuando te calmes, sal tú también. No me digas que no puedes levantarte si no te tomo de la mano, ¿eh? ¡Después de todo, eres mi e… esposo! —dijo Thunder Sonia, con el rostro completamente rojo.

Con las mejillas encendidas y resoplando con fuerza, se puso de pie y salió de la cueva apresuradamente. Bash la observó marcharse y permaneció inmóvil por un rato, antes de finalmente apoyar una rodilla en el suelo y levantarse con lentitud.

—¡Así que eso es todo! ¡Voy a borrar la marca de Bash!

—¿Hmm~? —respondió Carrot con una mirada sospechosa mientras olfateaba a Sonia de arriba abajo.

—¿Qué-qué pasa? No huelo mal, ¿verdad?

—Pues no~, no hueles en absoluto~. Si todo hubiera salido según lo planeado, deberías estar impregnada del aroma corporal de un orco… pero parece que no ha pasado nada de nada.

Tras terminar de olfatearla, Carrot le tomó la mano derecha y la apretó contra su costado. Luego hizo una señal a Zell, quien de inmediato sujetó la mano izquierda de Sonia. Así, entre ambas, la levantaron del suelo.

—¿Óiganme, qué hacen? ¿Qué creen que están haciendo?

—Desde el principio sabíamos que, en el momento decisivo, ibas a acobardarte~. Thunder Sonia, la cobarde. Es famosa por escapar siempre de los lugares peligrosos~.

—¡Eso fue cruel! ¡No lo niego, pero no es que me escapara porque quisiera! ¡Además, si otros elfos te oyeran decir eso, se enfadarían muchísimo! ¿Y esto qué se supone que es?

—Si nosotras te sujetamos para que no escapes, Sir Bash podrá hacerte lo que quiera sin problemas, ¿no~?

—¡Qué insolente! ¡Esta vez estoy decidida de verdad! ¡Hablé con Bash y lo resolvimos como adultos! —gritó Sonia mientras pataleaba y se agitaba para soltarse. Pero Carrot no le hizo caso.

Justo cuando Carrot estaba a punto de meter mano en las prendas innecesarias «para complacer a un orco», de repente dijo:

—Ah.

Soltó la mano de Thunder Sonia, retrocedió apresurada y se ocultó tras la tienda de Zell. Desde detrás del toldo, con parte de su voluptuoso cuerpo aún visible, se arrodilló y bajó la cabeza en silencio.

—Sir Bash…

Al mirar hacia la entrada de la cueva, vieron a Bash saliendo de ella. Tenía profundas ojeras bajo los ojos y todo su cuerpo parecía haberse encogido un poco. Su energía seguía ausente, y aun estando frente a tres mujeres hermosas, el Bash de su entrepierna permanecía igual de inerte.

—¡Bien, saliste! ¡Y si saliste, eso significa que aceptas lo que hablamos antes, ¿verdad?!

—…¿De verdad puedes borrarla?

—¡Lo he dicho mil veces, todavía no lo sé! Al menos, no conozco ningún hechizo que haga algo así. Pero si «al aparecer la marca puedes usar magia», entonces no hay duda de que está relacionado con la magia.

—……

—Y bueno, un hechizo así normalmente sería imposible… —continuó Sonia, recordando a cierto hombre que había resucitado recientemente. No solo había vuelto a la vida, sino que incluso había obtenido un cuerpo misterioso capaz de sanar instantáneamente, aun tras recibir su magia. Si algo imposible había sucedido, entonces la magia también podía provocar lo imposible—. Si la magia está involucrada, entonces puede curarse con magia.

Y la magia no era irreversible. Si algo había sido alterado por ella, también podía ser revertido por la misma. Así como existía el «Denut» para contrarrestar «Nut», debía existir un hechizo para devolver las cosas a su estado original.

—Tu marca debería poder restaurarse de alguna forma mediante magia, Bash.

—¡……!

—Dicho eso, «que te salga una marca y puedas usar magia» es algo que, pensándolo bien, es absurdo. No debería existir un hechizo así. Modifica el estado fundamental de una persona. Desarrollar desde cero una magia capaz de revertir eso tomaría muchísimo tiempo, incluso si fundáramos un laboratorio especializado. Podría ser algo que ni siquiera se descubra en toda una vida.

Los presentes no pudieron ocultar su decepción ante sus palabras. Pero entonces Thunder Sonia alzó un dedo.

—Sin embargo, si se trata de una magia que existió en el pasado, es otra historia. Durante la guerra se perdieron montones de conjuros antiguos. Las razones son muchas: el único usuario murió, el costo del hechizo era demasiado alto y dejó de usarse, o tal vez fue tan prohibido que nunca se transmitió a las generaciones futuras…

—……

—Y dime, Carrot, ¿no se te ocurre alguna magia así?

—¿Eh? ¿A mí?

—Por ejemplo, una magia capaz de resucitar a los muertos. Con un precio: un artefacto que contenga un poder ancestral. Esa, la que Poplática usó… no fue algo que desarrollara desde cero, ¿verdad?

—Ah… — En la mente de Carrot apareció la imagen del altar donde habían resucitado a Gediguz… y los innumerables tomos que Poplática había estado leyendo antes de realizar aquel ritual prohibido.

—Si me guías hasta un lugar que contenga información así, tu deseo se cumplirá, —dijo Thunder Sonia.

Ella aún no tenía intención de decirle a Carrot que Bash era virgen. Para un orco, que siguiera sin experiencia era una herida grande al orgullo… Además, temía que, si Carrot conociera la verdad, pudiera volver con Gediguz. También existía la posibilidad de que Bash no recordara algo: quizá, cuando era pequeño, lo habían atacado las súcubos.

La «Niebla de Encanto» —la niebla rosada de las súcubos— no debería provocar eso, pero había rumores de hombres que perdían la memoria tras quedar encantados. La teoría más plausible decía que los hombres avergonzados inventaban lo de la amnesia; aun así, no se podía descartar del todo que alguien hubiera perdido realmente la memoria.

En cualquier caso, si aquello había sido obra de las súcubos y sus cochinadas, borrar la marca de Bash lo habría dejado en tablas. Bash no guardaba rencor hacia las súcubos, así que el problema quedaría resuelto si la marca desaparecía.

Incluso si ahora mintieran, tarde o temprano alguien tendría que decir la verdad de que Bash había sido virgen… pero eso sería asunto de otro momento.

Por mucho que quiera volver cuanto antes a la capital, sé que si no resuelvo el enigma del cuerpo de Gediguz, no podremos vencerlo.

Lo sensato habría sido regresar de inmediato al país elfo, dar la alarma sobre la resurrección de Gediguz y, al mismo tiempo, fortalecer la diplomacia y los preparativos para la guerra venidera. Si en el corazón del reino circulaba la falsedad de que Thunder Sonia había sido asesinada por humanos, habría que desmentirla. Mejorar las relaciones con los humanos también era una urgencia.

Sin embargo, eso no bastaría para ganar.

Si no derribaban a Gediguz, serían derrotados; eso ya lo demostraban las derrotas previas antes del enfrentamiento en las Tierras Altas de Lemium. Para quienes no conocían la amenaza de Gediguz, todo aquello podía parecer excesivo; pero para Thunder Sonia, que había sufrido derrota tras derrota, era la conclusión inevitable. Habían perdido tanto que aquello se convirtió en una verdad obvia.

Por eso había que hallar la manera de vencer a Gediguz. El lugar al que Carrot podría llevarlos podría contener algún registro sobre cómo lo habían resucitado. Aunque claro, era probable que muchos libros hubieran sido destruidos y que no existiera un texto claro que explicara cómo derrotarlo… pero quizá sí podrían encontrar alguna pista.

Y eso era algo que, en ese momento, solo Thunder Sonia podía hacer. En cambio, los asuntos internos del país elfo y la diplomacia con los humanos podían manejarse sin ella; de hecho, solían hacerlo desde siempre. Incluso si Thunder Sonia hubiera sido realmente asesinada, era algo que el país elfo debía analizar y resolver por sí mismo.

En cuanto a este lado... A su alrededor, había un orco idiota, una súcubo tan abatida que ya ni pensaba con claridad, y una antigua hada convertida en humana que, pese a haberse vuelto más inteligente, no hacía más que acampar junto a la fogata. Si fuera la Thunder Sonia de siempre, habría sabido manipularlos con palabras hábiles y marcharse sin más. Pero esos tres, sin ella, no parecían tener ningún futuro. Si los abandonaba allí, acabarían muriendo sin remedio.

Sin embargo, si lo veía desde otro ángulo, aquello también era una oportunidad: podía atraer a su bando a dos piezas maestras, el «Héroe Orco» y la «General Súcubo». Y de paso, a la «hada sirviente del Héroe Orco». No sabía qué pensar sobre Zell, pero Bash y Carrot tenían el poder suficiente como para arrastrar a sus propias razas a su lado.

Aparte de eso, también tengo una deuda.

Le debía la vida a Bash por lo ocurrido en el Bosque Siwanasi, y a Carrot por haberla salvado hacía apenas unos días. Viendo el estado en que ambos se encontraban, comprendía que, si dejaba pasar ese momento, tal vez nunca tendría otra oportunidad de devolver el favor. Para un elfo, eso habría sido una grave falta de honor.

Y además...

Eso era lo más importante de todo.

¡¡¡¡Ya dije que me convertiría en su esposa, después de todo!!!!

Había sido por el impulso del momento, pero aun así, las cosas habían terminado de esa forma. Aunque el compromiso dependía de que la marca de Bash desapareciera —por lo que, técnicamente, todavía no era su esposa—, Thunder Sonia ya lo consideraba un hecho. Desde hacía tiempo pensaba que él no le desagradaba. El único problema era que Bash era un orco asqueroso, pero ahora que sabía que se trataba de un orco puro, ese obstáculo había desaparecido.

Cierto, Bash ya tenía una esposa llamada Zell, pero quizá por ser orco, o porque la propia Zell se había descrito como «algo así como una mascota», aquello no le molestaba tanto. Al menos para Thunder Sonia, Bash se había convertido de inmediato en el candidato número uno a esposo, y no pensaba dejarlo escapar. Hacía poco incluso le había ofrecido sus labios, con cierta determinación. Eran los mismos labios que otro hombre le había robado días atrás, pero como aquello había sido por engaño y lo había empujado a los tres segundos, había decidido que no contaba.

Su respiración era tres veces más intensa de lo normal.

Salvar a los elfos, derrotar a Gediguz, saldar sus deudas, conseguir un esposo y casarse. Usaría su cuerpo, sus mentiras o cualquier otro medio necesario para lograrlo todo. Esa era Thunder Sonia, la Gran Archimaga Elfa.

—Vamos, Carrot. Esta vez, seré yo quien los salve.

Ella iba a borrar la marca de Bash y reconciliar a Carrot con él. Thunder Sonia no era una mujer que temiera arriesgar su vida por devolver un favor. Además, entre los elfos, se consideraba una buena esposa a aquella que se entregaba completamente a su pareja. Que aún no estuviera casada no cambiaba nada.

—…Pero yo…

—¿Qué pasa con esa cara larga? ¿Acaso crees que no puedo hacerlo?

Carrot vaciló un poco, quizá por el conflicto interno de traicionar a sus antiguos camaradas, o por alguna otra razón.

—¡Déjamelo a mí! ¡Yo soy Thunder Sonia, la Gran Archimaga Elfa!

Sin embargo, al escuchar las contundentes y poderosas palabras de Thunder Sonia, y ver el cuerpo demacrado de Bash junto con sus marcadas ojeras, asintió.

—Está bien… los guiaré. A esas ruinas… —Luego se envolvió en los harapos que formaban la tienda de campaña, ocultando su cuerpo bajo ellos, y, arrodillada como una oruga, inclinó la cabeza—. Sir Bash, le ruego que disculpe la presencia de una sucia súcubo tan cerca de usted…

—…… —Bash la miró con ojos vacíos y no respondió nada.

Y así comenzó el extraño viaje de aquel grupo de cuatro.


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