La Historia del Héroe Orco
Capítulo 103. Declaración de Guerra
Thunder Sonia había muerto. El asesino pertenecía a la familia real humana. El compromiso entre Nemesia, la «Maguita Elfa», y Ferdinand, hijo del canciller humano, había sido anulado, y las relaciones entre humanos y elfos se habían vuelto de repente sumamente tensas… En ese momento, ambos países se encontraban en un enfrentamiento constante a ambos lados de la frontera.
Esa información había llegado al Reino de la Gente Bestia hacía apenas un par de meses. Poco después, los démones se habían levantado en armas: comenzaron a reunir tropas cerca de la frontera entre el país demon y la nación de la gente bestia.
La gente bestia había reaccionado con rapidez. En menos de tres días, habían concentrado en la zona fronteriza un ejército que triplicaba en número al enemigo. Se habían preparado desde hacía mucho tiempo, desde aquel día en que su Árbol Sagrado había sido marchitado. Sabían que tarde o temprano los démones o las súcubos intentarían invadir, así que habían abandonado cualquier intento de desarme y se habían dedicado a reforzar su ejército. Aquello había sido un acto que fácilmente podría haber provocado críticas de otras naciones, pero los sucesos ocurridos en el Territorio Blackhead habían respaldado sus acciones.
Además, ni los elfos ni los humanos —quienes habrían sido los primeros en protestar— mostraban ya señales de querer reducir sus fuerzas militares. Al contrario, ambos reinos parecían estar al borde de una guerra entre sí, lo que demostraba su disposición a luchar. Las familias de mayor influencia incluso habían concertado matrimonios entre sus hijos, preparándose para la eventual sublevación démona. Los diplomáticos humanos se habían quejado, pero sus voces fueron mucho más débiles que de costumbre. Por supuesto, los enanos no habían dicho nada; prosperaban vendiendo armas a los tres reinos.
El Reino de la Gente Bestia había estado esperando ese momento: el instante en que los démones se levantarían. No los habían subestimado, pese a que su poder había disminuido al ser empujados hacia el norte. Se habían preparado a fondo, asegurándose de poder concentrar sus tropas en la frontera en el momento necesario. Si se hubiera tratado de los elfos o de los humanos, tal vez habrían recurrido a alguna excusa astuta para provocar a los démones y forzar su levantamiento. Pero la gente bestia era una raza que sabía esperar.
Incluso habían solicitado refuerzos a los elfos y a los humanos, buscando estar completamente preparados. Sin embargo, aquella petición había sido imposible de cumplir debido al conflicto entre ambas naciones, originado por la muerte de Thunder Sonia.
Démones y gente bestia: dos ejércitos frente a frente, separados por la frontera. A simple vista, la batalla ya parecía decidida. El ejército demon lucía débil, casi inimaginable que Gediguz hubiera resucitado para comandarlos. Su equipamiento era tan pobre que no podía compararse con el de los antiguos démones; parecían estar librando su última y desesperada resistencia antes de ser aniquilados.
Por el contrario, la nación de la gente bestia había desplegado a cinco de sus seis princesas. Todas salvo la tercera princesa, Inuella. En términos militares, significaba que todo el ejército se había reunido allí, excepto la guardia real bajo el mando de la Reina Leone y unas cuantas unidades que vigilaban la frontera con el país ogro. Cada princesa comandaba un ejército, y todas aguardaban ansiosas el inicio de la guerra, listas para destrozar al enemigo demon.
Aunque la diferencia de fuerzas era tan abrumadora que bien podría describirse como una simple cacería, la gente bestia sabía que, tratándose de los démones, debían tomarse aquella «cacería» con total seriedad. En el corazón de la Nación de la Gente Bestia estaba grabado el temor de que los démones representaban una amenaza real incluso en su aparente debilidad.
Aun así, era innegable que todos sentían una cierta alegría por poder vengarse al fin de los seres que habían marchitado su Árbol Sagrado. Las cinco princesas estaban decididas a aplastarlos, a erradicar a los démones sin dejar rastro alguno. La diferencia de fuerzas y el nivel de preparación les hacían confiar plenamente en la victoria. Sin embargo, no todas en el fondo de su corazón estaban completamente convencidas de ello.
—Querida Hermana.
En la sala de consejo militar, las cinco princesas bestia se hallaban reunidas: la Primera Princesa Lise, la Segunda Princesa Rabina, la Cuarta Princesa Quina, la Sexta Princesa Flurul y la Quinta Princesa Silviana.
Quien había alzado la voz hacia la Primera Princesa era Silviana, que acababa de ser liberada de su arresto domiciliario y se le había permitido participar en la inminente batalla.
—Se te concede la palabra, Silviana.
—No creo que Gediguz hubiera iniciado esta guerra sin tener alguna posibilidad de victoria. Pienso que deberíamos abstenernos de atacar hasta que comprendamos su plan.
—…Ya veo.
Si hubiera otras personas presentes, quizás la habrían tildado de cobarde. Pero la historia de la Nación de la Gente Bestia estaba llena de enfrentamientos contra ejércitos comandados por Gediguz, y en casi todos ellos habían sido derrotados. Solo una vez habían obtenido la victoria: en la batalla de las Tierras Altas de Lemium, y aquello había sido gracias a un sacrificio inmenso. El Héroe Leto había liderado una fuerza suicida para cortar la cabeza del enemigo, eliminando a Gediguz mediante un asesinato más que por una victoria legítima en el campo de batalla. Mientras Gediguz había estado vivo, la gente bestia nunca había logrado vencerlo en combate directo. Todas sus victorias posteriores habían ocurrido únicamente tras su muerte.
—Sin embargo, —intervino la Segunda Princesa Rabina—, también podría interpretarse que Gediguz no logró que todos sus planes se concretaran.
Rabina, destinada a servir como asesora de Lise, la futura reina, consideraba que su deber era ofrecer siempre una opinión contraria a la de su hermana.
—Consiguió enfrentar a elfos y humanos, eso es cierto. Pero no logró debilitar nuestras fuerzas, y ahora debe enfrentarse con un ejército pequeño contra todo el poder de la Nación de la Gente Bestia. Es posible, entonces, que al enfrentarnos, obtengamos una victoria sin mayores dificultades.
—Eso es demasiado optimista.
Ni siquiera Gediguz podía lograr que todo saliera según su voluntad. Su muerte a manos del escuadrón de asesinato en el pasado lo demostraba. Los démones habían sido empujados a los campos helados del norte y se encontraban al borde de la extinción. No había informes de que acumularan provisiones o armas. Que salieran ahora al campo de batalla tras la resurrección de Gediguz, como un último acto desesperado antes de perecer, no habría sorprendido a nadie.
No obstante, carecían de información. La prudencia era natural: todas las presentes habían nacido durante la guerra. La Reina Leone las había dado a luz cuando la gente bestia estaba a la huida, moribundos; sus recuerdos primarios empezaban en la serie de derrotas frente a Gediguz.
Claro, estando allí, como decía Silviana, Gediguz debía de estar urdiendo algo. No era un hombre que iniciara una batalla sin tener al menos alguna posibilidad.
Aun así, Lise tomó la decisión.
—Con esta diferencia de fuerzas, no podemos dejarnos llevar por el pánico.
Aunque albergaban la inquietud de que pudiera haber una trampa, no optaron por retirarse. La desproporción era evidente y, en teoría, la victoria les parecía segura. Además, si los démones avanzaban siquiera un paso, pisarían tierra de la gente bestia: su territorio iba a ser profanado.
Si hubieran querido aumentar las garantías de éxito, quizá habrían esperado refuerzos de los enanos. Los elfos y los humanos probablemente no acudirían, aunque se les había consultado. Ellos también se habían preparado para Gediguz; quizá, incluso en medio del cara a cara, enviasen auxiliares.
Pero no había motivo para esperar fuerzas externas que quizá ni siquiera arribarían. No desdeñaban a Gediguz; de hecho, por no subestimarlo habían desplegado casi toda su fuerza. Para la gente bestia no existía razón para retroceder.
■
El inicio de las hostilidades vino con la declaración de guerra de Gediguz.
—Tras la conclusión de la guerra, las atrocidades de la Alianza de las Cuatro Razas fueron intolerables. A los démones se nos privó ya de los medios para vivir y comenzamos a transitar el camino de la extinción. Paz y concordia debían buscar la tranquilidad mutua. Yo soy Gediguz, el Rey Demon. Por la supervivencia de mi pueblo, declaro la guerra a la Nación de la Gente Bestia.
Los soldados bestia escucharon y mostraron sonrisas feroces. Aquellos cuatro años les habían llenado de resentimiento. Para resucitar a Gediguz les habían destruido su Árbol Sagrado, su pilar espiritual. Por eso juraron que, esta vez, erradicarían a los démones de una vez por todas.
—¡Toda la fuerza, en marcha!
La batalla comenzó con calma. Los démones contaban con 10.000 soldados; la gente bestia, con 30.000. Entre ambos ejércitos se abría un profundo desfiladero. El río del fondo discurría rápido; incluso orcos fornidos habrían sido arrastrados con facilidad.
El único paso practicable era la fortaleza que servía también de puesto de control. Esa guarnición, que en otro tiempo había ocupado una guarnición humana, había sido tomada por la gente bestia y acondicionada como una fortificación rudimentaria. No cabía todo el ejército de la gente bestia dentro, claro, pero el edificio en el puente —la única vía existente— iba a resultar extremadamente útil.
En ese caso, la primera estrategia de los démones consistía en decidir cómo tomar aquella fortaleza. Sin embargo, el puente que conducía hasta ella era demasiado estrecho para lanzar un ataque con todo el ejército. Por ello, el plan de la gente bestia era aprovechar la fortaleza mientras se mantuviera en pie para infligir el mayor daño posible a los démones y, cuando la resistencia se volviera insostenible, destruir la fortaleza y, si era necesario, también el puente, causándoles un golpe devastador y al mismo tiempo bloqueando su avance.
Por supuesto, si los démones desistían de conquistar la fortaleza y se retiraban, la gente bestia saldría desde ella para lanzar una persecución y exterminarlos por completo.
Pero los démones no adoptaron tal táctica. Primero, ignoraron la fortaleza; luego, dividieron sus 10.000 soldados en tres grupos y los desplazaron hacia ambos lados del acantilado. Una vez fuera del alcance de los ataques desde la fortaleza, conjuraron una magia de gran escala y erigieron puentes de piedra improvisados a ambos flancos, desde los cuales iniciaron su ofensiva.
La gente bestia respondió de inmediato. Ya habían previsto que podrían intentar algo de ese tipo. Así que, dejando parte de sus tropas dentro de la fortaleza, dividieron el ejército y se prepararon para interceptar a los enemigos que cruzaran por los nuevos puentes de piedra.
La gente bestia era diestra en formar pequeños grupos de caza, que se coordinaban de manera orgánica para atacar. El número de integrantes en cada grupo no era fijo; variaba según la situación, con rotaciones constantes. A veces eran dos, otras hasta diez. A ojos de quien no conociera su estilo, aquello podría parecer caótico, pero la jerarquía interna era clara: cada grupo tenía un líder, y cuando este caía, el siguiente en rango asumía de inmediato el mando para continuar el combate.
No se movían con la estricta disciplina de los humanos, pero su capacidad para evaluar y reaccionar al instante en el campo de batalla era asombrosa, y eran especialmente hábiles frente a tácticas sorpresivas. En una situación como aquella, donde contaban con superioridad numérica, la gente bestia demostraba ser estrategas natos: acorralaban al enemigo sin sufrir bajas, reaccionaban bien ante contraataques repentinos y mostraban la flexibilidad suficiente para neutralizarlos. La raza de la gente bestia era, en esencia, una raza de cazadores con gran habilidad.
Los démones que cruzaron los puentes de piedra comenzaron a ser rápidamente cazados uno tras otro. Aun así, lograron resistir sin retroceder y mantuvieron sus posiciones al final del puente; un logro digno de su reputación y de su raza. Después de todo, no en vano habían sido los líderes de la antigua Federación de las Siete Razas. Pese a su inferioridad numérica, su moral era elevada, y en puntos clave del frente lograban incluso dominar a la gente bestia.
Sin embargo, en el mejor de los casos, ambos bandos se mantenían equilibrados. Y cuando las fuerzas estaban igualadas, la ventaja siempre recaía en el ejército con mayor número de efectivos.
—Es nuestra oportunidad. ¡Cuarta división, avancen!
Con el rugido de Lise, las tropas salieron de la fortaleza central. El puente era algo estrecho, por lo que no podían avanzar todos a la vez, pero contra los cerca de cuatro mil enemigos que tenían enfrente, la superioridad numérica bastaría para arrasarlos. Si lograban derrotar al propio Gediguz en el centro, aquello se convertiría en una repetición de la batalla de las Tierras Altas de Lemium.
En otras palabras, significaría la victoria.
■
—¡Dividir un ejército ya reducido es el colmo de la estupidez!
La sexta princesa, Flurul, gritó mientras corría al frente de las tropas que habían partido desde la fortaleza.
Gediguz no ha resucitado. Algún necio debe de haberse hecho pasar por él.
Eso era lo que ella pensaba. Gediguz jamás habría ideado una estrategia tan absurda. Ni siquiera el «General Oscuro» Sequence habría hecho algo así. Por tanto, seguramente algún demon sin nombre había incitado a los demás usando el nombre de Gediguz. Un impostor.
Aunque ese Gediguz fuese falso, su propia esgrima no lo era. Flurul se disponía a demostrarle la auténtica técnica que había aprendido del Héroe Leto.
—…¿Hm?
El primero en percatarse de «aquello» fue el subordinado con mejor olfato entre los hombres de Flurul. El «aquello» que había olido era la muerte. No la muerte corriente del campo de batalla, donde los cadáveres se amontonaban, sino algo distinto, más antiguo… una muerte primigenia.
Describir aquel olor con palabras era imposible, y más aún tratándose de algo sin igual en el mundo. Por eso la gente bestia no intentaba explicarlo con palabras: transmitían su instinto mediante gestos y aullidos.
—¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuh!
Él advirtió el peligro con aquel aullido. La muerte se acerca, decía. Y justo cuando su clamor resonó, algo se irguió lentamente entre las filas de los démones. Solo entonces Flurul lo vio con sus propios ojos.
—¿Qué… qué es eso?
Jamás había visto algo semejante. Ni siquiera habría podido imaginarlo. Pero, aun sin comprender qué era exactamente, lo supo de inmediato. No podía entender su naturaleza, pero su instinto reconoció la presencia de un ser que despertaba un miedo ancestral… algo contra lo que no se podía ganar.
—…¡Ah! —El vello de todo su cuerpo se erizó, y el terror paralizó sus piernas. Aun así, su voluntad de avanzar no se quebró: tal vez fuera el orgullo de su linaje como mujer bestia. Flurul no retrocedió—. ¡A-avancen!
La frustración acumulada por no haber podido tomar represalias contra los démones tras la pérdida del Árbol Sagrado les hizo olvidar por completo la palabra «retirada».
Y entonces… «esa cosa» comenzó a desatar su furia.
La sexta princesa del Reino Bestia, Flurul, terminó muerta en combate.
■
Cuando Flurul murió, el cuartel general de la gente bestia aún no había comprendido la situación. Habían recibido reportes de que algo había aparecido en el cuartel general de los démones, pero jamás imaginaron que aquello poseía la fuerza suficiente para aniquilar en un instante a la Cuarta División comandada por Flurul.
Esto se debía a que ni los mensajeros, ni nadie, comprendieron qué era realmente «eso» que había aparecido. Cuando se dieron cuenta, «aquello» ya había alcanzado la fortaleza central, y en un abrir y cerrar de ojos la había reducido a escombros. Desde el centro, los démones, ilesos, comenzaron a fluir hacia sus líneas.
En el momento en que vio a «esa» criatura que había destruido la fortaleza, la Quinta Princesa, Silviana, aconsejó sin demora a la comandante en jefe, Lise:
—Debemos retirarnos.
En su mente se dibujó el recuerdo del suceso ocurrido hacía apenas medio año: la aparición de un monstruo desconocido que había atacado el Territorio Blackhead.
Aunque la criatura que ahora asolaba a la gente bestia tenía una forma muy distinta, su presencia y tamaño eran sorprendentemente similares. Silviana comprendía muy bien que enfrentarse a un enemigo de ese tamaño requería una preparación especial.
En aquel lugar no había balistas, ni héroes capaces de hacerle frente. Tal vez, con la debida preparación, la más valiente entre las seis princesas, la Sexta Princesa, Flurul, experta en combate cuerpo a cuerpo, habría podido luchar contra él. Pero ya era demasiado tarde. Ella había muerto. No existía ya forma alguna de ganar.
—…… —Lise vaciló. Aun habiendo perdido a la Cuarta División comandada por Flurul, su ejército seguía siendo superior en número. Era precisamente porque ignoraba la naturaleza de aquel enemigo que podía pensar de ese modo.
—Ahora mismo no tenemos medios para derrotar a ese monstruo. Propongo retirarnos por el momento y reorganizar nuestras fuerzas antes de volver a combatir.
Silviana mantenía la calma. Por dentro estaba presa del pánico, pero sabía que, si mostraba su inquietud, su hermana frente a ella podría interpretarla como cobardía y rechazar su propuesta. Lise lo comprendió.
—…Entendido. Nos retiraremos. Envía mensajeros a Rabina y Quina.
Transmitieron órdenes a los dos ejércitos que mantenían las alas derecha e izquierda, conteniendo al enemigo.
Aquel día, el ejército de la gente bestia sufrió un golpe devastador y se vio obligado a huir. Perdieron la mitad de sus 30.000 soldados, y la Cuarta Princesa Quina, que se había quedado atrás como retaguardia, cayó en combate. Flurul y Quina…
En un solo día, la gente bestia había perdido 15.000 soldados y a dos de sus princesas.
■
—Eso es todo.
Cuando la Primera Princesa Lise llegó ante la reina, su cuerpo estaba cubierto de heridas. Durante la retirada, su cuartel general había sufrido un ataque sorpresa. En aquel asalto, había recibido una gran herida en el rostro, se había fracturado un brazo y su cola había sido cortada a la mitad. Aun así, sin que la fuerza abandonara sus ojos, completó su informe de la derrota.
—……
Al recibir el informe, la Reina de la Gente Bestia, Leone River, se desplomó en silencio desde su trono. Había perdido, de manera repentina, a dos de sus amadas hijas, y aun con todas las precauciones tomadas, el enemigo las había superado y las había vencido.
Sintió un profundo pesar. Se preguntó, entre sollozos, si no habría podido hacer algo más. Pero aquel arrepentimiento no duró mucho. Era una reina en tiempos de guerra. No era la primera vez que perdía hijos, ni que sufría la derrota. Su consorte había muerto hacía ya mucho tiempo, y la edad la había alcanzado. No podía esperar tener más descendencia… pero tampoco era el fin. Todavía no habían sido aniquilados.
—Bien hecho. Has regresado con vida, —dijo Leone. En menos de unos segundos había recobrado la compostura. Primero dedicó unas palabras de reconocimiento a su hija, luego meditó un instante y tomó una profunda respiración—. Silviana.
—…¡Sí!
La estratega que acompañaba a la Primera Princesa, aun sudando frío por las heridas sufridas durante la emboscada al cuartel general, asintió con un semblante severo.
—¿Cómo ves esta situación?
—No podemos ganar. Debemos retirarnos.
Aquel lugar era el Bosque Rojo: tierra sagrada de la gente bestia y su fortaleza principal. En teoría, era un sitio que jamás debían abandonar.
—¿A dónde iríamos?
—Deberíamos recurrir a los elfos.
—¿Por qué?
—Porque mi hermana Inuella se encuentra allí.
Jamás habría imaginado que las cosas llegarían a tal punto. Pero, precisamente para una eventualidad así, se había preparado todo de antemano: la alianza matrimonial entre la familia real de la gente bestia y los elfos existía para eso.
Incluso en ese momento, la gente bestia no pensaba rendirse. Los elfos resistirían hasta el final. Aquella longeva raza se creía sabia, pero carecía de flexibilidad. No eran como los humanos o los enanos, capaces incluso de traicionar a los suyos cuando convenía. Los elfos jamás abandonarían a su gente. Probablemente porque el ser que los había protegido por tanto tiempo también era de esa clase.
—Hubo un tiempo en que huí, solo para asegurar la supervivencia de nuestra especie.
—Sí. Me han contado que nací durante aquel período.
—Y tú, en cambio, crees que debemos pelear, ¿no es así? Que debemos refugiarnos junto a los elfos y resistir juntos.
—Mientras haya una posibilidad de victoria.
Al oír esa respuesta firme de su hija, Leone asintió profundamente. Luego volvió el rostro hacia la Primera Princesa, que respiraba con dificultad.
—Lise.
—…Sí.
—Te cedo el trono. Yo saldré al frente junto con la guardia real.
Ante esas palabras, los presentes se agitaron. Sin embargo, la conmoción se disipó en seguida, y varios de ellos inclinaron la cabeza en silencio.
Si iban a evacuar a la población, alguien debía contener al ejército enemigo. O quizá, si la reina se rendía mientras las tropas huían, la gente podría salvarse… pero esa era una idea demasiado ingenua. En estos cuatro años la gente bestia no había mostrado clemencia alguna hacia los démones. Si no querían desaparecer, debían resistir y huir a la vez.
Pero en ese momento quedaban pocas fuerzas en el reino. Podrían haber ordenado a las tropas derrotadas que muriesen resistiendo, pero las que habrían de dirigir esa orden eran las hijas queridas de Leone. Según el orden de sucesión, la siguiente era la quinta princesa Silviana o, en su defecto, la segunda princesa Rabina, que comandaba su propio ejército. En cualquiera de los dos casos, Leone no quería que murieran. Aunque aún mostraban algo de ingenuidad, por fin sus hijas se habían vuelto dignas.
Leone no se consideraba lo bastante podrida como para usar a sus hijas como escudo y huir. Además, la guardia real seguía siendo una tropa de élite, intacta. Bajo su mando, la moral sería alta; podrían contener al enemigo el tiempo suficiente para que la población escapara.
—Iré con usted, —dijo entonces un perro viejo que había servido a Leone durante mucho tiempo. Antes, pese a que ahora ocupaba un cargo de ministro y pasaba más tiempo sentado, había sido un perro de guerra que desgarraba enemigos en el campo de batalla. Sus colmillos no se habían caído aun.
Otros ancianos, que también habían servido desde el nacimiento de Lise, se ofrecieron asimismo. Eran los leales de siempre: los que habían huido con ella, apretado los dientes para mantener con vida al pueblo bestia y compartido penas y alegrías.
—No meneen las colas de esa forma. ¿Acaso piensan que los voy a dejar atrás?
—¡Entonces nosotros también iremos con usted! —se ofrecieron los jóvenes al oírla, levantando las manos.
Pero Leone negó con la cabeza ante ellos.
—Ustedes deben ayudar a Lise y asegurarse de que la gente bestia sobreviva.
Esas fueron las últimas palabras que dejó antes de marchar.
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5 Comentarios
Perdimos no se pudo evitar la guerra como no se pudo evitar la marca.
ResponderBorrarDurante toda la novela vimos como Bash se esforzaba para conseguir esposa y paralelamente mejoraba la reputacion de los orcos. Ambos fallando no cosiguio esposa antes de los 30 y el respeto fue hacia Bash no a los orcos.
Anque seria facil hechar la culpa a la Alianza de la guerra ellos estaban asustados de otra guerra dehecho los demonios no intentaron la via pacifica pero ellos tambien temian su extincion.
Una parte de mi cree que se los demones hubieran pedido a Bash que fuera un intermediario con la alianza se ubiera evitado la guerra
BorrarOtra parte de mi cree que cualquira pudo hacer lo que hizo Bash alijerar las tensiones de manera pacifica.
Pero Bash es una anomalia a los ojos de otras razas
Gracia por el capitulo
ResponderBorrarConociendo a los orcos ellos veran lo que hizo Gediuz una traicion ya que para ellos todas las razas eran aliadas.
ResponderBorrarOrcos: Malditos demonios a pesar de morir por ellos como carne de cañon y no recibir reconocimiento eatuvimos a su lado hasta el final. Y ellos nos traicionaron
Asmodonia: Hola soy la esposa de Bash
Orcos: ...
Asmodonia: No adelante mi raza es una traidora, no hay como defenderla, yo me considero mas Orco que demonio
Orcos y Asmodonia: Malditos demonios traidores sin Honor
Gracias por el capítulo!!!!
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