La Historia del Héroe Orco

Capítulo 99. A Todos Les Llega la Muerte

El combate había comenzado con flechas cortas pintadas de negro. Aquellas venían silenciosas desde no se sabía dónde y, al cambiar bruscamente de trayectoria junto a la parte izquierda trasera de Thunder Sonia, impactaron a sus pies. Justo antes de clavarse, un relámpago violeta se arremolinó alrededor de ella y la flecha se consumió con un chasquido.

En respuesta a aquellas flechas atacaron dos individuos: un hombre lagarto con una cimitarra de jade y un demon con una daga lila. Avanzaron protegiéndose mutuamente las espaldas, y Thunder Sonia lanzó un rayo contra ellos.

Sin embargo, el relámpago fue absorbido por la cimitarra de jade del hombre lagarto. Este recibió el impacto y su cuerpo se aflojó gravemente. Aunque la magia de Thunder Sonia no quedó anulada por completo, el golpe le había causado heridas letales. Pero entonces alguien más, situado al fondo, lanzó un hechizo de curación y lo restauró al instante. En cuanto el hechizo de curación fue lanzado, flechas y conjuros comenzaron a llover sin cesar sobre Thunder Sonia, protegiendo a los dos de vanguardia. Ella no pudo reunir un gran hechizo; se vio obligada a sembrar el campo con pequeños rayos y bolas de fuego, y la lucha quedó marcada por el desgaste.

No hubo ruido. La batalla fue extrañamente silenciosa. El estruendo de los conjuros de Thunder Sonia no se propagó: un humano que rodeaba la escena empleó un hechizo de Silencio.

No hubo luz. El bosque acabó envuelto en oscuridad en algún momento. Ni siquiera la luz del castillo élfico, que debía estar muy cerca, llegaba. Una démona, Poplática, se mantenía erguida con su bastón; su magia había generado la penumbra y evitaba que la luz se filtrara alrededor.

La mayoría de los atacantes apuntaban a Thunder Sonia con magia o con arcos. No todos, claro: algunos observaban sus movimientos y los del entorno sin participar activamente en el ataque. Si se unieran, quizás habrían acabado con ella de inmediato; pero, en apariencia, habían venido a anular cualquiera de sus salidas posibles.

Thunder Sonia tenía dos vías para ganar: huir de ese lugar, o lograr que algún elfo cercano se percatara de lo ocurrido y pidiera refuerzos. Ambas opciones estaban cortadas. Y si intentaba una salida imprevisible que ni siquiera Gediguz hubiese previsto, ellos la detectarían pronto y la neutralizarían.

Gediguz también formaba parte del cerco y se había dedicado por completo a brindar apoyo. Nunca se adelantaba, limitándose a cubrir desde la retaguardia. Para ser un demon de tan alto orgullo, su forma de combatir era sorprendentemente cautelosa, incluso podría decirse cobarde.

Sin embargo, nadie lo recriminaba. Los demás démones de apoyo también lanzaban sus conjuros con rostros tensos y desesperados. Habían rodeado a su enemigo con superioridad numérica; frente a ellos había una sola persona. No era una batalla que pudieran perder.

Pero su oponente era la Gran Archimaga Elfa, una heroína que había vivido mil años. Había revertido incontables situaciones de desventaja y reducido a cenizas a más de un centenar de altos démones.

Aunque pensaran que podían vencerla, ni por un instante podían permitirse bajar la guardia. Todos los presentes comprendían perfectamente que se enfrentaban a alguien de un calibre tal. Aun así, la situación de Thunder Sonia ya estaba perdida. La formación que aseguraba su muerte estaba completamente establecida.

—Uuuh… kuh… —sollozaba un mago elfo mientras lanzaba sus conjuros entre lágrimas.

Él también era uno de los elfos que veneraban a Thunder Sonia como si fuera su madre. En circunstancias normales, un elfo jamás habría levantado su mano contra ella. Pero al unirse a aquel asalto, le habían advertido que sería él mismo quien debería darle muerte con sus propias manos, y había aceptado ese destino. Sí, había tenido la determinación. La resolución de desear la guerra, incluso si debía matar a Thunder Sonia para alcanzarla. Nadie le dijo que podía detenerse si el dolor era demasiado grande; ya no estaban en una situación que permitiera tales indulgencias.

Thunder Sonia también lo entendía. Por eso no decía nada. Si aquel joven todavía hubiese estado dudando, si ella hubiera sabido de antemano lo que iba a suceder, probablemente lo habría reprendido con sus habituales sermones y habría intentado convencerlo. Pero ya era demasiado tarde. En ese momento, él estaba torturando y matando lentamente a Thunder Sonia.

Ella seguía resistiendo. Evadía las espadas mientras lanzaba conjuros a su alrededor. Si liberaba un rayo, el espadachín lagarto lo recibía con su hoja; si desataba un vendaval, el guerrero demon lo interceptaba. Entonces probaba con fuego o agua, los elementos en los que era más débil, pero quienes la rodeaban eran todos veteranos curtidos en batalla. Ninguno podía ser vencido con conjuros desesperados, y Thunder Sonia no hacía más que agotarse en vano.

Nadie decía nada. Nadie le exigía rendición. Todos sabían que ella jamás respondería a una propuesta así. Entendían que seguiría resistiendo hasta el mismo instante de su muerte. Por eso Gediguz y los demás atacaban con frialdad, sin emoción alguna, continuando su ofensiva contra Thunder Sonia con una calma implacable.

Con el tiempo… el poder mágico de Thunder Sonia comenzó a agotarse. Su respiración se volvió entrecortada, el sudor le cubría todo el cuerpo sin detenerse, sus ojos estaban inyectados en sangre, los brazos ya no se alzaban, y sus labios se habían agrietado como señal de la carencia total de maná. Una flecha se le había clavado en la rodilla derecha, su espalda estaba chamuscada y la sangre manaba de todo su cuerpo. En su pecho y abdomen se abrían dos enormes heridas; era evidente que se trataban de daños mortales.

Podían matar a Thunder Sonia.

A aquella elfa invencible. Y hacerlo sin sufrir una sola baja. Negar que ese pensamiento cruzara fugazmente por la mente de todos sería una mentira. Era un enemigo demasiado poderoso, alguien a quien, en cualquier campo de batalla, uno debía enfrentarse con desesperación. Por eso, cuando el momento llegó, todos reaccionaron un instante tarde. Aun cuando creían estar alertas.

—¡……!

Rasgando la oscuridad, una elfa irrumpió en el dominio de silencio. Era Buganvilia, Flor Venenosa. En el mismo instante en que irrumpió, cortó las gargantas de dos miembros del cerco que mantenían rodeada a Thunder Sonia. Su velocidad era sobrehumana. Durante un breve instante, se abrió un hueco en la formación. La atención de Thunder Sonia también se desvió. Ah… no, escapará , pensaron todos.

Creyeron que Thunder Sonia correría hacia esa brecha recién abierta. De hecho, no había dejado pasar ese mínimo instante de oportunidad: incluso en ese estado, ella seguía sin rendirse, buscando cada resquicio posible para abrirse paso.

Pero fue lo contrario. Thunder Sonia no se dirigió al hueco del cerco. Fue en la dirección opuesta.

Usando por primera vez magia de tierra —un elemento que no había empleado en toda la batalla—, golpeó la espada del espadachín hombre lagarto y la partió en dos. Luego rodó por su costado y se deslizó hacia adelante. Allí, frente a ella, estaba… Gediguz.

Sí, Thunder Sonia aún tenía otra posibilidad de victoria: incluso si debía caer junto a él, matarlo a cualquier precio. Ese era su tercer y último camino. Si lograba eliminar a Gediguz, ganarían la guerra. Ya no era una estrategia, sino casi un acto de fe. Estrictamente hablando, no podía llamarse una «vía de victoria», pero aun así, Thunder Sonia estaba dispuesta a tomarla llegado el momento.

Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. En un destello de relámpago. Thunder Sonia se abalanzó sobre Gediguz —que se mantenía en la retaguardia— con la velocidad misma de un trueno. Su cuerpo resplandecía con luz violeta; ella era el rayo encarnado.

Dentro del campo de oscuridad, en aquel espacio de silencio absoluto, un destello cegador rasgó el aire, como si quemara las retinas de todos los presentes. Era un rayo como ninguno jamás visto, una magia descomunal. El hechizo supremo de Thunder Sonia. Una obra de arte forjada durante 1200 años de perfeccionamiento: la cúspide de la magia élfica.

Aquel rayo atravesó el cuerpo de Gediguz con precisión impecable.

Todos lo observaron con expresiones de asombro. Incluso el propio Gediguz miró hacia abajo, incrédulo, contemplando su cuerpo. En su torso se abría un enorme agujero, y de la herida emanaban llamas que no se extinguían. Era una herida que solo podía significar una cosa: muerte segura.

—……

Pero el asombro no provenía de ahí.

Ante los ojos de todos, la herida comenzó a cerrarse. El cuerpo desgarrado se restauraba poco a poco, como si un trozo de papel quemado retrocediera en el tiempo hasta quedar intacto. Era una curación tan rápida que parecía que alguien le hubiera esparcido polvo de hada. Pero no era así; nadie lo estaba haciendo. Y eso era evidente, porque incluso el propio Gediguz parecía desconcertado ante lo que estaba ocurriendo en su cuerpo.

Todos los presentes quedaron hipnotizados por aquella escena imposible. Thunder Sonia también la observó con una expresión de absoluto asombro, antes de desplomarse con una mirada de desesperación.

No obstante, hubo una sola excepción. Una sola persona no se dejó cautivar por aquel espectáculo. Alguien que, desde el principio, no había apartado la vista de Thunder Sonia. Alguien para quien Gediguz no significaba nada.

Buganvilia. Agotando hasta la última chispa de su fuerza, tomó el cuerpo derrumbado de Thunder Sonia y trató de correr a través del campo de oscuridad.

—¡Persíganla! —gritó alguien.

Ni siquiera hizo falta dar la orden. Flechas y llamas volaron en su dirección, golpeando su espalda. Todos los presentes eran veteranos curtidos en incontables batallas; sus disparos dieron en el blanco con precisión letal. Pero aun así, Buganvilia no se detuvo. Corrió sin mirar atrás y escapó del dominio oscuro.

—No… no, no, no quiero… —murmuraba mientras corría por el bosque oscuro. En sus brazos, Thunder Sonia yacía inerte, completamente inmóvil. No había tenido ni un momento para detener la hemorragia; la vida de la elfa se escapaba gota a gota de su cuerpo.

—Por favor… no muera… no muera, Lady Sonia… Lady Sonia… —sollozaba Buganvilia, pero no hubo respuesta. Quería detenerse y hacer aunque fuera un vendaje de emergencia, pero a su espalda se movían sombras: los perseguidores. Dos, quizá. Al principio eran más de cinco, pero parecía haber logrado despistar a tres. Los dos que quedaban… solo un puñado de individuos en el mundo podría mantener el paso de Buganvilia corriendo a toda velocidad por un bosque nocturno. Todos eran expertos. Incluso enfrentarse a uno sería incierto; hacerlo mientras cargaba con otra persona, desesperanzador. Y contra dos, no había posibilidad alguna.

Una flecha se le había clavado en la espalda, y quemaduras graves cubrían todo su torso. Los dos enemigos que la seguían —incluso en condiciones normales— serían rivales de los que no era seguro escapar. Pero aquellos no la alcanzaban de inmediato: predecían con precisión su ruta de huida, impidiéndole dirigirse hacia el territorio élfico. Quizá aún no la alcanzaban porque ella corría con todo lo que le quedaba de vida… o tal vez porque la estaban dejando avanzar deliberadamente.

Esa sensación de estar «siendo dejada correr» se hacía más clara con cada segundo. Mantenían una distancia constante, ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Lo hacían porque sabían que Buganvilia ya estaba mortalmente herida. No necesitaban apresurarse. Bastaba con cerrarle el paso y esperar su muerte.

Buganvilia no tenía salida.

—Si al menos hubiera dicho algo a alguien antes…

Recordó cuando Thunder Sonia había desaparecido en el bosque junto con Carlos. Ella había seguido las órdenes, dejándolos solos. Había visto a otros en la fiesta marcharse también en parejas, y pensó que todos compartían la misma idea romántica que Thunder Sonia tenía en mente.

Pero cuando volvió la mirada hacia la sala y notó que no faltaba ninguna cara conocida, algo le pareció extraño. Además, el bosque al que varios habían entrado… estaba demasiado silencioso. Anormalmente silencioso.

En ese instante, Buganvilia había actuado sin dudar. No había tenido tiempo para confirmar nada; de haberlo intentado, sin duda habría llegado demasiado tarde. Aun así, no podía evitar lamentar no haber gritado una sola palabra en aquel momento, aunque fuera solo para advertir que algo andaba mal en el bosque.

Ahora se encontraba muy lejos de cualquier lugar habitado. La habían empujado a una distancia considerable. Había ido dejando marcas en los árboles durante la huida, pero no serían encontradas hasta el día siguiente. No habría refuerzos. Buganvilia era una asesina, incapaz de lanzar hechizos tan ostentosos como los de Thunder Sonia. No tenía forma alguna de comunicarle al país la situación desesperada de su señora. Y aun si la tuviera, ¿permitirían los seguidores de Gediguz que tal mensaje llegara a destino…?

—Por favor, por favor, solo un poco más, no muera todavía, Lady Thunder Sonia.

Thunder Sonia ya no hablaba. Apenas respiraba. Su vida se extinguía ante sus ojos.

—……

Buganvilia tomó una decisión. Se detuvo, depositó a Thunder Sonia suavemente en el suelo y se volvió hacia atrás. De los cinco perseguidores que la habían seguido, había logrado despistar a tres. No sentía la presencia de otros. En ese caso, eliminaría a los dos que aún la seguían y, por otra ruta, regresaría a la capital. Eso fue lo que decidió.

Aun así, no había garantía de que llegara a tiempo para salvar a Thunder Sonia. Pero incluso si ella moría, Buganvilia debía transmitir lo que había visto: que Gediguz realmente había estado allí, disfrazado mediante magia. Solo informar aquello bastaría para que los elfos pudieran preparar su siguiente movimiento.

—…… —esperó en silencio.

Poco después, una flecha corta surgió de entre las sombras. Buganvilia la desvió con un golpe seco. Esperó unos segundos. Era una apuesta arriesgada. Si los enemigos elegían esperar a que se debilitara o muriera, o hasta que llegaran refuerzos, no habría salida. Y eso no habría sido extraño: de estar en su lugar, ella misma habría tomado esa estrategia.

—……

Pero Buganvilia ganó la apuesta. De la oscuridad emergieron dos figuras.

—Traidor… —murmuró con frialdad.

Uno de ellos, el que portaba un arco corto, frunció el ceño ante sus palabras. Era un elfo: Feijoa, conocido como «Pluma Cortaviento». Había sido uno de sus subordinados, un rastreador de élite dentro del cuerpo de inteligencia élfico, con una habilidad extraordinaria para seguir rastros. Había oído que había abandonado el país, pero jamás habría imaginado que se uniría a Gediguz.

No, se corrigió Buganvilia. Si ella misma no hubiera sido salvada por Thunder Sonia, tal vez habría terminado igual que él, sirviendo al enemigo. No era quien para juzgarlo; tampoco ella había vivido una vida dichosa tras la guerra.

—¿Has dejado de huir para reprender a tu antiguo subordinado… o para rogar por tu vida? —preguntó el otro hombre.

Era un demon, también famoso. En el cuerpo de inteligencia élfico, su nombre figuraba subrayado en rojo, una advertencia de máxima peligrosidad. Lord Avoid, conocido como «Paso de Sombras». Así como los elfos contaban con un escuadrón de asesinos, los démones tenían su propio equivalente: una unidad especializada en capturar exploradores y espías extranjeros para extraerles información. Era un escuadrón de tortura. Avoid había sido su comandante.

Durante la época de entrenamiento de Buganvilia, le habían mostrado aquel retrato tantas veces que le quedó grabado hasta perforarle la vista; le habían hecho memorizarlo hasta que doliera. No hubo nadie que, una vez capturado por él, consiguiera escapar. Cuando Buganvilia todavía era una simple recluta, se estremecía cada vez que oía ese nombre; y cuando ella llegó a ser capitana del escuadrón de asesinos, juró ante los dioses que lo mataría en cuanto se le presentara la ocasión. Jefes, compañeros, subordinados… habían caído por su mano. Claro está, también era algo recíproco.

—Lady Thunder Sonia ha muerto. Yo también moriré pronto. Quiero morir peleando, al menos al final.

—Buena resolución, —dijo Avoid, asintiendo con satisfacción.

Los démones eran una raza que veneraba el orgullo. A menudo complacían la última petición de un enemigo moribundo. Feijoa mostró un gesto de descontento, pero no dijo nada; de haber sido un elfo, seguramente habría soltado una flecha en silencio, como lo había hecho antes.

—No te llevaremos prisionera. No habrá interrogatorios ni torturas. Te dejaremos dormir en paz.

Buganvilia sonrió ante aquella declaración absurda. Avoid pronunciaba siempre ese discurso cuando atrapaba a un explorador: «Te capturamos. Mientras no respondas, poco a poco todo en ti se irá consumiendo: primero el cabello, luego las uñas… Si respondes antes de que todo desaparezca, te dejaremos dormir en paz; si no, la noche eterna será tu destino». Ella había pensado que eran palabras para amedrentar a los novatos, pero parecía que realmente las decía en serio.

—Luego confirmaremos el cadáver de Thunder Sonia y le cortaremos la cabeza. Necesitamos pruebas de que está realmente muerta. Y la usaremos para la propaganda. La preservaremos y la colgaremos, supongo.

—No quería oír eso.

—Tu cuerpo será enterrado aquí, en estado decente. En honor a que te arrojaste para proteger a tu señora con valor. —Avoid enumeró los pasos siguientes con calma; no pretendía infundir terror, solo describía el procedimiento.

Buganvilia apuntó la espada contra Avoid y contra Feijoa. Incluso si ella hubiese estado en pleno uso de sus fuerzas, no estaba claro si podría derrotar a esos dos. Aun así, se lanzó con total determinación. Ella había alargado su vida desde aquel día justamente para esto; para salvar a Thunder Sonia en un momento como aquel.

—…….

No hubo señal de inicio. Buganvilia, Avoid y Feijoa se pusieron en movimiento… y Buganvilia cayó. Sangraba por las axilas y el muslo. Un golpe dirigido a una arteria había hecho su obra: era mortal.

—Gob… gook… —tosió Feijoa, que por su parte tenía un cuchillo clavado en el cuello; la hoja había perforado tráquea y arteria, y cayó al suelo escupiendo espuma sanguinolenta.

—Tal como se esperaba de «Flor Venenosa», ¿no? —dijo Avoid mientras miraba sus propias manos. Dos de los dedos de su mano dominante habían desaparecido. Con un solo cuchillo,

Buganvilia le había cortado los dedos a Avoid y luego se lo había clavado a Feijoa en la garganta. Aquello heló la sangre de Avoid, pero también le provocó un extraño respeto.

—Debe de ser agotador tener que lidiar con nosotros, que solo sabemos vivir en medio de la batalla, —dijo Avoid mientras sacaba de su pecho un pequeño frasco. Dentro, un polvo brillante destellaba con luz plateada. Al esparcirlo sobre sus dedos, estos comenzaron a regenerarse al instante, volviendo a su forma original—. Vamos, Feijoa. No es momento para morirse. ¿Pretendes que transporte yo solo el cadáver de Thunder Sonia? —murmuró mientras rebuscaba en el pecho del elfo, que, en pánico, se arañaba la garganta. De entre sus ropas sacó otro frasquito: polvo de hada.

Un elixir supremo, capaz de sanar incluso heridas mortales en cuestión de segundos. Todos los subordinados de Gediguz llevaban uno consigo. Avoid se dispuso a rociar el polvo sobre Feijoa, cuando…

—¿Hm? —notó de pronto que una neblina rosada lo envolvía.

—¿«Niebla Rosada»…?

Los démones poseían resistencia natural al encanto, por lo que Avoid intentó identificar a quien estuviera jugando con él. Sin embargo, al divisar la figura de su reina, dejó caer el frasco sin darse cuenta y, con una erección grotesca, corrió hacia ella. Luego se arrodilló ante sus pies y los cubrió de besos lascivos. Aferrándose con torpeza a sus piernas, levantó la mirada cargada de lujuria hacia su soberana.

—Ah, mi reina… vayamos al lecho. Si una simple súcubo recibe el honor de convertirse en mi consorte, debería considerarse bendecida.

—Vaya, los démones también tienen una forma bastante autoritaria de coquetear, ¿eh?

El origen de la espesa neblina se reveló entonces: una súcubo de mirada oscura se alzaba entre la bruma. Era Carrot, «Carrot de la Voz Sibilante», quien alguna vez había sido una de los suyos.

—No temas. Te lo haré con toda gentileza.

—¿Ah, sí? Pues yo no pienso ser amable contigo.

La súcubo se abalanzó sobre él, abrazándolo como si lo sedujera. La sonrisa obscena de Avoid se ensanchó… hasta que un crujido sordo retumbó: bogyari . Carrot le había roto el cuello de un solo movimiento. Cuando el cuerpo de Avoid cayó al suelo, ella aplastó su cabeza con el tacón; el cráneo se quebró con facilidad, y el cerebro se desparramó por el suelo.

—…¿Hm? —Carrot se acercó entonces al ya moribundo Feijoa, que aún expulsaba espuma sanguinolenta por la garganta, y le aplastó la cabeza hasta matarlo. Luego recogió el pequeño frasco y miró a su alrededor. Había dos elfas a punto de morir—. No eres Thunder Sonia, ¿eh? Morirás en un lugar como este… —Aunque la presencia de una de ellas le resultó sorprendente por tratarse de un nombre destacado, no vaciló y se acercó a Buganvilia. Abrió el frasco y estuvo a punto de verter su contenido sobre ella…

—¡No a mí! ¡Salva la Lady Thunder Sonia! —la detuvo con su mano.

—Bueno, claro… A mí me vendría mejor que se salve, pero no sé si funcionará, ¿sabes? No sé si realmente querrá ayudarme cuando la sane. Además, ¿tú misma no vas a morir?

Buganvilia presentaba quemaduras en la espalda y dos heridas arteriales mortales. Ya había perdido tanta sangre que su piel estaba pálida como la cera. Si no se le aplicaba el polvo de hada allí mismo, moriría; si se le aplicaba, sin embargo, tenían una posibilidad de salvarla. A diferencia de Thunder Sonia, que no respiraba, Buganvilia todavía tenía una opción.

—Te lo ruego… aunque sea por una posibilidad. Si hay alguna oportunidad de que viva, que sea prisionera… Ella no debe morir y yo sobrevivir.

—Hmm… —Carrot reflexionó un instante y asintió. Luego se acercó a Thunder Sonia, vertió sin dudar el contenido del frasco sobre su cuerpo y, al verlo, Buganvilia dejó escapar el último aliento de fuerza.

—Si muero… aplasta mi cabeza y cambia mi ropa por las suyas.

—Los elfos son tan orgullosos, muy distintos a ciertos dementes locos por el sexo.

—Te lo ruego.

—Pues… está bien, supongo.

Buganvilia sonrió y se desvaneció en el charco de sangre.

—…… —Carrot miró entonces a Thunder Sonia: las heridas empezaban a cerrarse gracias al polvo de hada que le había echado encima. Aun le llevaría mucho tiempo sanar por completo, pero parecía que no moriría; no era el tipo de mujer que se dejaría morir cuando la curación había comenzado—. Esta ya está muerta.

Mientras tanto, Buganvilia había perecido en silencio.

Confirmado aquello, Carrot hizo lo que le habían pedido: intercambió la ropa y arrojó las joyas de Thunder Sonia junto al cadáver. A continuación dañó más el cuerpo para que nadie pudiera identificar de quién se trataba. No se había molestado en preguntar detalles; entendió la intención sin necesidad de palabras.

—…… —Finalmente, cargó a Thunder Sonia sobre su hombro y se marchó a toda prisa del lugar.


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