La Historia del Héroe Orco

Capítulo 108. Tiempo de Sabio

 

Era como si estuviera en el fondo de un lodazal profundo. No quería pensar en nada, y tampoco podía hacerlo. Era virgen. Ese hecho había quedado expuesto. La prueba de su virginidad había salido a la luz de forma innegable, y eso dejó en el corazón de Bash una herida que no se borraría jamás.

Sin embargo, no era el hecho de ser virgen lo que le avergonzaba. Después de todo, aunque tras la guerra había perseguido a las mujeres, durante el conflicto nunca lo había hecho.

Bash tenía un gran orgullo como Héroe Orco. Pero aquel orgullo no era algo con lo que hubiera nacido. Desde que tuvo uso de razón, había sido arrojado al campo de batalla y estuvo a punto de morir. Aunque logró sobrevivir, su vida desde entonces había sido una lucha desesperada. Luchaba con todas sus fuerzas para no morir.

Pensándolo bien, quizás Bash había sentido más miedo que nadie. Tal vez siempre había temido a la muerte y había tratado de mantenerla lejos. Cuando los demás orcos llegaban a la edad en que el instinto de supervivencia y el instinto reproductivo se equilibraban, la balanza de Bash permanecía completamente inclinada hacia el primero. Así sobrevivió sin conocer la alegría de acostarse con una mujer.

Pero los orcos no medían su valía solo en combate: también lo hacían a través de la reproducción. Quien vencía en la batalla y además podía poseer a una mujer era considerado fuerte. Esa era la esencia del instinto orco. Solo aquellos que lograban ambas cosas podían sentir verdadero orgullo desde el fondo del alma.

En la raza orca, el acto de violar a una mujer era algo profundamente significativo. Por eso, hasta que terminó la guerra, Bash no había tenido orgullo alguno.

Cuando empezaron a llamarlo «Héroe Orco», se preguntó por qué a él. No pensó que lo mereciera. Estaba convencido de que había muchos guerreros más dignos que él. Pero los orcos a su alrededor lo reconocieron. Nadie presentó objeción alguna. Al ver eso, Bash juró ser un orco digno, una estrella orgullosa entre los suyos. Juró ser un Héroe Orco.

Tal vez aquel fuera el primer tesoro que Bash había conseguido en su vida. No era un objeto consumible como una espada o una armadura, ni una necesidad básica como un hogar o comida. Era algo que no cualquiera podía obtener: la prueba de que «habías hecho lo correcto». Ese reconocimiento era, para Bash, lo que representaba el título de Héroe Orco.

Precisamente por eso, su virginidad siguió siendo un peso en su corazón. No se arrepentía de no haber violado a una mujer durante la guerra; nunca tuvo el lujo de hacerlo. Pero, en lo más profundo de sí mismo, sentía que un «Héroe Orco» virgen no podía proclamarse con orgullo como tal. Por eso había intentado perder su virginidad. Lo hizo para proteger el título de Héroe Orco. Sin embargo, incluso en eso… había fracasado.

El orgullo del Héroe Orco se había perdido.

Por supuesto, Bash no lo había reflexionado tan profundamente. Sin embargo, sin duda había experimentado una sensación de pérdida y desesperanza enormes, como nunca antes en su vida. Todo había terminado.

El seguir a Thunder Sonia no había sido más que el resultado del instinto orco de desear violar a una mujer. Una linda elfa caminaba delante de él, balanceando las caderas y trasero, y él simplemente la había seguido. No esperaba nada. Bash ya lo había dado todo por perdido. Aunque su marca desapareciera, su orgullo no podría recuperarse.

Pero no había sido así.

■■■

Bash despertó. Su mente estaba más despejada que en los últimos diez años. Era como si hasta entonces hubiera estado soñando un sueño largo, muy largo.

—Gogaa… Ogaa…

Al mirar hacia su derecha, vio a una elfa desnuda, con las piernas abiertas, roncando mientras usaba su brazo como almohada. Ella había sido quien lo había hecho despertar de aquel sueño. Lo había traído hasta allí, lo había abofeteado para hacerlo reaccionar… y el momento que ella le había brindado había sido deslumbrante. Aquella experiencia, que había anhelado durante años, fue realmente digna de llamarse placer, y disipó por completo todas las preocupaciones de Bash.

—…… —Bash se tocó el rostro. La marca seguía allí. El sello del mago ya había quedado grabado en su cara.

Thunder Sonia le había dicho que no se podía borrar. Pero al mismo tiempo, ella le había asegurado que él no era un guerrero mágico, sino un verdadero Héroe Orco. Que solo él era el auténtico héroe, porque los orcos de antaño habían sido de tal o cual manera. Para ser sincero, Bash no había entendido ni la mitad de lo que ella había explicado. Pero Thunder Sonia había hecho todo lo posible por detenerlo, diciéndole que ya estaba bien así. Fue, sin duda, esa desesperación suya lo que logró que Bash despertara.

Con esto… ya podré presumir en las fiestas de bebida… Con la mente despejada, eso fue lo primero que pensó Bash. Para un orco, era algo importante. Aun siendo valiente, siempre había evitado beber con los de su raza, precisamente porque detestaba que le preguntaran si tenía experiencia con mujeres.

Pero ahora podía hacerlo. Entre la fanfarronería orca, uno de los temas más comunes en las fiestas era cómo había gritado la primera mujer con la que se habían acostado. Bash podía relatarlo ahora con todo lujo de detalles: desde el momento en que le quitó la virginidad a Thunder Sonia hasta el instante en que llegó al clímax. Jamás olvidaría nada de lo ocurrido aquella noche. Y al pensar en el hecho de saberlo —y en poder contarlo durante una ronda de bebidas—, la marca en su rostro le parecía un asunto insignificante.

Si alguien se burlaba de su marca, podría responder con calma: «Pero tú nunca hiciste algo así con la Gran Archimaga Elfa, ¿verdad?». Y el otro se quedaría callado. Al fin y al cabo, los orcos eran una raza sencilla.

—Mogo, mogo… esta carne está dura… ¿no la cocinaste demasiado? ¿Eh? ¿Qué, está congelada?

Al mirar hacia la izquierda, vio a una mujer humana conocida durmiendo. Era Zell, la antigua hada. Su charla de dormida carecía por completo de sensualidad, pero en la cama, la historia había sido muy distinta.

Bash era un orco. No sabía realmente qué significaba ser amado por una mujer. Hasta entonces, había intentado conquistar mujeres imitando a los humanos y a los elfos, pero nunca había podido imaginar qué tipo de relación se obtenía después de eso. Tampoco lo había experimentado.

Sin embargo, probablemente se trataba de una relación como la que tenía ahora con Zell. Una relación que no consistía solo en llevarse a una mujer a su casa por la fuerza para hacerle tener hijos. Era algo distinto. Ellos —los humanos, los elfos— se esforzaban, daban rodeos, se preparaban con cuidado… todo para alcanzar algo así.

Y aun con dos bellezas semejantes a su lado, el «mini-Bash» de Bash no mostró señales de vida. Lo habían dejado completamente seco.

—Suu… suu…

Dirigió la mirada hacia sus pies. Durmiendo con la cabeza apoyada en su muslo estaba la voluptuosa súcubo Carrot. Hasta ayer mismo tenía el rostro de alguien al borde de morir de hambre, pero ahora parecía satisfecha y feliz.

Ella había observado las relaciones de Bash con Thunder Sonia y con Zell, haciendo comentarios y dando consejos de vez en cuando. Sin embargo, cuando él terminó de hacerlo con Zell y abrió los brazos, ella se lanzó de lleno a su pecho. Y así, Bash fue drenado de hasta la última gota de energía. No le quedó otra que confirmar, una vez más, que un orco no tenía defensa alguna frente al ataque de una súcubo.

Aun así, precisamente porque lo habían vaciado por completo, Bash se encontraba en el estado de auténtico sabio. Era, sin duda, el Bash más lúcido de toda su vida.

Debería agradecerle también a Zell y a Carrot.

El simple hecho de haber desflorado a la célebre «Gran Archimaga Elfa» Thunder Sonia ya era una historia digna de alardear. Pero además de eso, poder decir que también se había acostado con una humana y con una súcubo era un relato propio de un Héroe Orco. Tres mujeres en una sola noche: no era algo que cualquier orco pudiera lograr. Era motivo de orgullo ante cualquiera. Incluso él mismo, de haber escuchado tal hazaña de otro, la habría envidiado. Aun si aquel otro tuviera una marca en el rostro.

—Fuga.

Sintió una sacudida en su brazo derecho. Al volverse, se encontró con la mirada de Thunder Sonia.

—Uoh… —Ella se quedó inmóvil unos segundos. Luego, moviendo solo los ojos, examinó los alrededores y, al recordar lo que le había sucedido —o más bien, lo que ella misma había hecho—, cerró lentamente las piernas que tenía abiertas sin cuidado y cubrió su pecho con las manos—. Hmm, bueno… ¿así que esto es eso de despertar usando el brazo del marido como almohada? Cuando me lo contaban antes, pensaba que eran idiotas, pero… no está tan mal, la verdad.

Thunder Sonia murmuró aquello en voz baja, sin duda para no despertar a las otras dos.

—¿Así que también entre los elfos existen esas historias de fanfarronería?

—A eso los míos lo llaman sarcasmo o ironía… aunque, ahora que lo pienso, los orcos también cuentan muchas de esas, ¿no?

—Sí. Yo también presumiré de lo de anoche cada vez que beba. Hablaré de tus gritos, de cómo se movía tu cuerpo, y de cómo tus suspiros se volvían dulces poco a poco.

—Tú… esas cosas… bueno, eres un orco, así que supongo que no puedo quejarme. En fin, si es solo para presumir, está bien… ¿eh? Pero que quede claro: no pienso dejar que me pongas un collar y me pasees desnuda, ¿entendido? No dejaré que ningún otro orco que no seas tú vea mi cuerpo. Y además, ese tipo de cosas tienen muy mala fama entre los elfos. Si llegaran a saber que me hiciste algo así, podría estallar una guerra entre orcos y elfos.

—Lo entiendo. No lo haré.

Ante la respuesta sincera de Bash, Thunder Sonia frunció las cejas, apretó los labios y se quedó pensativa, murmurando entre dientes.

—Bueno, ¿y qué? En fin, con esto, tú y yo somos marido y mujer. Según las costumbres élficas, lo normal es la monogamia, pero tú eres un orco, así que te permitiré tener otras esposas. Pero eso sí, debes amarme de verdad, ¿entendido? Amarme más que a ninguna otra. ¿Lo entiendes, verdad?

—…Sí, lo entiendo.

—¿De verdad? Hubo una pequeña pausa ahí, ¿eh? Wah…

Cuando Bash movió el brazo derecho y atrajo a Thunder Sonia hacia él, ella calló enseguida y, diciendo en voz baja: «Por hoy dejaré que me engañes con eso», se acurrucó contra su cuerpo ardiente.

A decir verdad, aquella pausa de Bash se debía a que ni siquiera él sabía qué pasaría si regresaba con varias esposas. Entre los orcos, lo habitual era que varios de ellos compartieran a una sola mujer. Sí, los orcos eran una especie polígama… Solo aquellos que lograban grandes hazañas tenían permitido poseer una esposa exclusiva, pero aun así, era siempre una relación de uno a uno. Por eso, no podía imaginar qué dirían si regresaba con tres mujeres a la vez.

Aun así, llegados a ese punto, no quedaba otra que afrontarlo. Bash no tenía la menor intención de soltar a sus mujeres. Si alguien se atrevía a reclamarle, lo haría callar con un duelo. Si perdía, le arrebatarían a las mujeres, pero él no tenía la menor intención de perder.

—Pero, ¿sabes? También querría una boda por todo lo alto. Yo tengo derecho a presumir de mi esposo también.

—¿Ah, sí?

—Claro. Eres alguien digno de presumir. La celebraremos a lo grande, en mi país. Te vestirás con tus mejores galas, desfilaremos por la ciudad, y luego declararás tu amor por mí ante todo el público. ¿Entendido? No aceptaré un no por respuesta.

—Entendido.

—…Un momento. Si tú haces eso por mí, entonces supongo que yo también tendré que participar en el desfile de los orcos, ¿no?

—…¿Hm?

—Maldición, ojalá no lo hubiera pensado. Al menos podrían perdonarme la ropa interior… no, si fuera yo, no lo permitiría. Querría lucir a mi esposo en todo su esplendor. Maldita sea… pero desnuda, eso sí que no…

Entre los elfos y los orcos, la diferencia era solo de forma: los elfos vestían para presumir, los orcos presumían desnudando. Al final, ambos pueblos se jactaban de lo mismo.

—Si eso deseas, cumpliría cualquier deseo que pidieras.

—¿Por ejemplo?

Ante la pregunta, Bash reflexionó un instante. Pero aquel Bash era ahora un sabio, y enseguida encontró las palabras justas. Recordó algo que una elfa le había dicho una vez en el Bosque Siwanasi.

—Por ti, lucharía incluso contra un dragón.

—Dicho por ti, eso no suena a broma. Pero no, no era eso lo que quería decir. Yo ya dije mi deseo, así que ahora te toca decir el tuyo: qué querías que yo cumpliera. Eso sería lo justo.

Thunder Sonia sonrió levemente al decirlo. En realidad, llevaba pensando en aquello desde el incidente con los zombis en el Bosque Siwanasi: qué pasaría si llegaba a casarse con alguien de otra raza. Cada especie tenía sus límites, sus líneas que podían cruzarse o no. Ella era una elfa, y las elfas se entregaban por completo a su pareja… siempre y cuando fuese dentro de los límites que podían aceptar.

—Entonces…

—Ajá.

Thunder Sonia se decidió. Estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa, mientras no implicara un desfile desnuda. No podía imaginar exactamente qué le pediría Bash… o quizá simplemente no quería hacerlo. En su mente resonaban los horribles relatos de las elfas que habían caído prisioneras de los orcos y sufrido vidas de esclavitud atroces. Aunque sabía que Bash no sería capaz de hacer algo así, si aquello formaba parte de la cultura orca, estaba preparada para aceptarlo… al menos un poco.

—Quiero que tengas a mis hijos.

—Oh…

Pero la petición que recibió fue directa, simple y clara. Sin embargo, para un orco, esa era la forma más común —y más seria— de una proposición de matrimonio. Marcaba el límite que ningún orco podía ceder.

—Si fueras otro orco, habrías dicho: «Te haré tenerlos a la fuerza».

—¿Y debería haberlo dicho así?

—¡No, no, como lo dijiste ahora está perfecto!

El Bash que Thunder Sonia conocía no era un orco que obligara a una mujer a tener hijos. Y precisamente porque él era así, ella no lo rechazó.

—Bien. Entonces… tres… ¡no, haré el esfuerzo por cinco!

Aquel día, Bash tomó a Thunder Sonia como su esposa.

—Bueno, de todos modos, todo dependerá de si vencemos a Gediguz.

Durante el rato de conversación después del sexo, Thunder Sonia había mantenido una sonrisa satisfecha, pero de pronto su expresión se endureció.

—Mientras la guerra no termine, no habrá hijos ni nada parecido.

Había conseguido que Bash se uniera a su causa. Y, en estas circunstancias, Carrot también sería su aliada. Ya tenían una idea de cómo derrotar a Gediguz. Faltaban detalles por investigar, y además, sería necesario gestionar una gran operación de apoyo para las súcubos dentro del país… pero Thunder Sonia ya había tomado su decisión. Al menos, el objetivo que se había impuesto al decidir no regresar al país elfo y actuar por cuenta propia, lo había logrado.

…¡Hmm!

De pronto, un escalofrío recorrió su piel. Aquella sensación, tan familiar tras incontables batallas, no podía confundirse: era una emboscada. Thunder Sonia se incorporó de golpe.

—¿El enemigo?

—Parece que sí.

—¿Qué deseas hacer, mi esposo?

En el mismo instante en que Thunder Sonia lo percibió, las otras dos también abrieron los ojos de golpe. Las tres se levantaron enseguida, se vistieron con rapidez y comenzaron a desplazarse hacia la puerta. Quizá nunca se habían dormido del todo. Su reacción fue demasiado veloz. Y al pensar que quizás habían oído toda su conversación anterior, el rostro de Thunder Sonia se tiñó de rojo.

—¿Eh? ¿Thunder Sonia? ¿Estás bien? ¿Todavía medio dormida? Estamos rodeadas, ¿sabes?

—No-no, no es eso. Estamos rodeadas… ¿verdad?

Thunder Sonia recobró la compostura de inmediato y alargó la mano hacia la ropa que habían dejado esparcida junto a la cama. En ese momento se dio cuenta de cuánto tiempo habían pasado allí, entre esas sábanas.

—Maldición… Pensaba salir de aquí antes de que Sequence nos detectara…

—No hay problema.

—¿Ah, sí? ¿Y qué piensas hacer?

—Luchar y abrirnos paso.

Bash lo dijo con aquella actitud firme y majestuosa que solía tener.

—Vaya idea brillante, —pensó Sonia al mirar a su alrededor.

Aunque Zell no tenía tanta fuerza, contaban con Bash, Carrot y ella misma. Aun sin armas, considerando que estaban en un espacio cerrado, abrirse paso parecía posible. No estaba tan segura, sin embargo, de si pudieran escapar de una persecución. Ser alcanzados por una multitud en medio del campo nevado no le parecía una buena perspectiva.

—Pero, ¿no sería mejor aniquilarlos a todos?

—¿Oíste eso, jefe? Como era de esperarse de la Gran Archimaga Elfa. Sin saber cuántos enemigos hay, suelta eso de «aniquilarlos a todos», ¡y encima son démones! ¿Cuánta confianza tiene esta mujer?

—Escucha, Thunder Sonia. Ninguno de nosotros lleva armas. Tal vez tú estés bien, pero Carrot y yo podríamos quedarnos atrás dependiendo de cuántos sean.

—¡Ya lo sé!

¿Había existido alguna vez en la historia un elfo que, con aire de superioridad, diera lecciones a los orcos? Incluso si no lo había, no importaba. Thunder Sonia era, precisamente, la propia historia.

—Por supuesto, si me ordenas luchar, pelearé hasta la muerte.

—…¿Y por qué harías eso solo porque yo te lo diga?

—Porque tú eres la comandante, ¿no?

¿En serio lo era? Thunder Sonia miró a Zell y a Carrot, y ambas asintieron. Era verdad que durante todo el viaje había sido ella quien había guiado al grupo. Si la llamaban comandante o líder, tenía sentido. Y sí, Thunder Sonia era una mujer que podía asumir ese papel.

—Ya veo… así que soy la comandante, —murmuró, aceptándolo con naturalidad. Luego, habló con firmeza—: Muy bien, diré esto de una vez. No quiero volver a ver morir a nadie cercano protegiéndome. Así que, no se atrevan a pelear hasta la muerte. Si ven que no pueden ganar, huyan en el mejor momento posible. Sobrevivan, aunque sea dejándome atrás.

Recordó los rostros y nombres de aquellos que habían luchado por ella y muerto. En especial, el de la última mujer: Buganvilia. El de ella estaba especialmente fresco en su memoria. No quería volver a sentir ese dolor. Por mucho que lo hubiera jurado antes y el juramento se hubiera roto una y otra vez, no podía dejar de hacerlo una vez más.

—¿Crees que dejaría morir a la esposa que por fin conseguí sin intentar protegerla?

—Vaya, eso son palabras bonitas. Pero tú sabes bien que soy una mujer que no morirá, incluso sin tu protección.

—Lo sé. Pero no pienso dejarte morir antes que yo.

—Tch… Por más que te esfuerces, por cuestión de longevidad, tú morirás primero.

—Entonces, muramos juntos en el campo de batalla.

—Es una promesa.

Sonia alzó el puño, y Bash, algo sorprendido, hizo lo mismo. Sus puños se tocaron con fuerza. Zell, entusiasmada, se unió al gesto, y Carrot también los imitó.

Un hombre y tres mujeres. Aquellos cuatro, unidos por una extraña sensación de camaradería, salieron por la puerta.

■■■

Sequence había traído a diez subordinados. No había jóvenes; casi todas eran mujeres, y solo había dos hombres contando a Sequence. Probablemente había venido con personas capaces de resistir el encanto de Carrot.

En teoría, entre los démones habría muchos con capacidad de resistir el encanto de una súcubo, pero el de Carrot era especialmente potente. Sequence mismo quizá lo resistiera, pero entre los demás la elección resultaba dudosa. Parecía que había reclutado a gente de cierto nivel, sin embargo ninguna de esas mujeres le resultó familiar a Thunder Sonia y compañía. Si ellos no las conocían, significaba que no habían destacado mucho en los campos de batalla, o quizá que había escasez de personal: los mejores debían de estar atacando las regiones cálidas tras Gediguz.

—¿Sequence, eh? —dijo Bash nada más mirar su rostro.

Sequence le miró fijamente, luego observó a las mujeres que lo protegían y asintió.

—Parece que te hemos estorbado, Bash.

—No importa. Ya se había acabado. Ahora podría sentarme a beber contigo y hacerte escuchar mis historias.

Sequence entrecerró los ojos. Aquella postura natural y segura de sí era la de un orco confiado. Le parecía aún más seguro que la última vez que había ido a la Fortaleza Gije. No era solo confianza lo que irradiaba; aunque Sequence era experto en ocultar su verdad interior, su alivio también se notaba.

—Si no estuviéramos en este lugar, me encantaría oírlo. El alcohol contigo debe de saber muy bien.

Bash, al oír aquello, miró en diagonal hacia abajo y a la izquierda, donde descansaba la cabeza de Thunder Sonia. Era como si preguntara: «¿Me das permiso para salir a beber?». Thunder Sonia le respondió con la cara: «Claro que no».

—Tenemos que volver al sur para derrotar a su rey. La juerga será para después. Si es que sobrevivimos, claro…

—Qué lástima. Mira que me habría gustado escuchar la historia de cómo tú, mi enemiga Thunder Sonia, fue violada.

—Pues al final pegó unos gritos súper patéticos. Se asustó justo antes de hacerlo incluso, pero luego estaba en los brazos del jefe en una melosa charla de almohada, ¿sabes? Yo discutía en mi sueño con mi yo del pasado sobre cuándo debía despertar, pero nunca llegamos a una conclusión… ¡qué mujer tan perversa!

—¡No necesito tantos detalles! ¡Si estabas despierta al menos di buenos días!

Thunder Sonia se enfureció ante la explicación de Zell. Incluso Carrot murmuró un «es que no debíamos interrumpir…», pues en aquel momento se había extendido un ambiente de dulzura absoluta.

—¡Sea como sea, Sequence! Puede que hayas venido a liquidarnos, pero no parece que tengas suficientes hombres, ¿verdad? ¿Acaso los peones ya los ha reclamado Gediguz? ¡Ni siquiera con el doble de tropas nos detendrían!

Si solo hubiera estado ella, quizá no habría podido abrirse camino. Sequence y las nueve démonas que lo acompañaban eran todas guerreras reputadas: mayores o con algún tipo de discapacidad, pero todas con experiencia suficiente como para haber cruzado acero en el pasado y sobrevivido a un encuentro con Thunder Sonia. Eran, pues, fuerzas suficientes para abatir a Thunder Sonia en solitario.

Pero Thunder Sonia ya no estaba sola. Incluso si fuesen el doble o el triple, los atravesarían con facilidad.

—Lo sé. He traído gente suficiente como para poder con una sola como tú… y a esa humana de ahí.

—¿Oh? ¿Tú, olvidando contar a Bash y a Carrot entre nuestras fuerzas? ¿Será la vejez que te nubla la vista?

—Eso mismo debió haber sido, —farfulló Sequence—. Si Bash ha vuelto en serio, no podremos vencer. Y nosotros no tenemos tiempo para una batalla perdida. Así que los dejaremos escapar. Bash, ¿qué opinas?

—Si no nos dejan pasar, pelearemos.

—Perfecto. Entonces no diremos que les impedimos el paso. No van a morir en vano.

Dijo Sequence, entonces se apartó con calma hacia un lado. Las otras démonas lo imitaron y abrieron paso: delante de ellos había una salida. Aunque Thunder Sonia pensó «¿qué trampa será ésta?», vio a Bash avanzar con naturalidad y lo siguió.

Sin embargo, al pasar junto a Sequence, este le habló:

—Thunder Sonia, Gran Archimaga Elfa…

—…¿Qué quieres?

—Te doy las gracias. Por haber salvado a nuestro benefactor.

—……

Ahora sí que todo eso tenía sentido. Sequence nunca había planeado dejar vivir a «Thunder Sonia» si ella hubiera estado sola. Al verla con Bash, dispuesta a ayudarlo, les concedió una tregua y decidió observar. Y como lo ayudó, ahora les permitía marcharse. Pero quedaba claro: era muy probable que esa indulgencia fuera la última que mostraría.

—Bash. La próxima vez probablemente seremos enemigos. Si nos encontramos en el campo de batalla, no tendré piedad.

—Bien. Si eres tú, un demon de renombre, serás un rival más que a la altura.

—¡Si lo dice un héroe capaz de repeler dragones, se me eriza la piel! ¡Nos veremos en el campo de batalla!

Acompañados por la mirada de los démones que les permitían el paso, Bash y los suyos se marcharon.

—¿Entonces, a adónde vamos? —preguntó Zell mientras descendían de la montaña y llegaban a la llanura nevada, volviendo la vista hacia las cumbres cubiertas de nieve.

—Dijiste que íbamos a derrotar a Lord Gediguz, ¿no? ¿Qué decía aquel libro? —añadió Carrot, siguiéndole la conversación.

Bash no parecía preocupado. Ya no hacía más que seguir a su esposa adonde ella quisiera ir. El Héroe Orco era más fuerte cuando recibía órdenes que cuando actuaba por iniciativa propia.

—Decía que hubo una raza que, con su propia magia, mató a un rey inmortal resucitado por un antiguo hechizo, como Gediguz. No se detallaba el tipo de magia que se usó, pero su nombre, probablemente, no ha cambiado.

—¿Y qué raza era esa?

Thunder Sonia respondió con claridad:

—Los ogros. Su «hechicería» fue creada precisamente para eso.

Así quedó decidido su siguiente destino. Había perdido su virginidad, conseguido una esposa, y aquel viaje había terminado. Pero un nuevo viaje comenzaba: uno para derrotar a Gediguz y detener la guerra…

 

Arco 9. País Elfo – Arco de Thunder Sonia – Fin.

 

Frizcop: Bien, gente. Llegamos al final del arco. Debo decir que al principio me estaba pareciendo bastante flojito, pero que ahora con estos dos últimos capítulos, bueno, desde que llegan a la ruinas, mejoró bastante. Penita eso sí por la muerte de Buganvilia, no me la esperaba. Y además amé el giro de tuerca del tema de la marca. Yo esperaba que Bash perdiera la virginidad antes, pero no fue así. No es que esperara que la marca se fuera a borrar con sexo, pero pensé que por ahí iba a ir la cosa. También me equivoqué.
También me hace bastante gracia cómo el autor llevó el tema de "si llegas a los 30 sin ponerla te conviertes en mago" que es tan propia de los japoneses, pero decidió darle otra vuelta de tuerca. 10 de 10, en serio. 
Y de aquí, a los que solo leen Bash, nos vemos en el próximo arco que a saber cuando sale, y para los que siguen mis otras traducciones, nos vemos en el siguiente capítulo. 

 

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