Historias del Héroe Orco

Vol. 1 Capítulo 8 – El Héroe contra el Capitán del Batallón de Bestias Demoníacas


Parte 1


La cueva era estrecha.

Esta habitación específica tenía apenas tres metros de alto y dos de ancho.

Para los orcos, era un lugar bastante estrecho, pero estaba bien para los humanos.

 

Tal vez esta cueva había sido utilizada como base de avanzada para las operaciones orcas en el pasado.

Aunque incluso Bash, un guerrero veterano, no tenía ni idea de la existencia de esta caverna.

Considerando eso, era justo asumir que había sido abandonada hace más de 20 años, antes de que el Héroe Orco se uniera a la guerra.

Después, los bandidos la encontraron y la convirtieron en su hogar.

 

La pareja que se había quedado atrás llegó a Judith mucho más rápido de lo esperado.

En cuanto Bash entró en lo que podría llamarse el “vestíbulo” del escondite, y derrotó a los bandidos que hacían guardia, Zell salió volando lo más rápido que pudo, diciendo:

“¡Señor! ¡Vamos, vamos! ¡Por aquí! ¡Deprisa! Esa mujer caballero está en un gran, gran problema. ¡Se está volviendo loca! ¡Este es tu momento de brillar, señor! ¡Es el momento de hacer tu elegante entrada y salvar a esa damisela! ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Nunca lo lograremos si no nos apuramos! Oh, si quieres puedes tomar un atajo. Esta pared de aquí. ¡No, esta! Sólo tienes que romper eso y estaremos allí en un santiamén.”

Houston se ofreció a quedarse en el vestíbulo para cubrir la retaguardia, asegurar la ruta de salida y ocuparse de los posibles refuerzos.

Desde la perspectiva de Bash, Houston era un caballero ejemplar.

Si llegaran más bandidos, sería poco probable que lo derrotaran.

 

Y ahora, justo delante de Bash, estaba la mujer a la que había estado echando el ojo estos últimos días, con la parte superior del cuerpo al descubierto, exponiendo sus pechos desnudos y su tonificada cintura.

Bash Jr. entró en frenesí, “¡Papá! ¡Hagámoslo! ¡Ahora, ahora, ahora!”, pero el Héroe Orco, utilizando cada pizca de concentración y autocontrol que tenía, logró reprimir sus instintos primarios por el momento.

Si Houston hubiera estado aquí, seguramente se habría sorprendido.

De todas las personas, ¿un orco era capaz de retener sus sentidos mientras estaba frente a una mujer medio desnuda?

Pero Bash no era un orco cualquiera.

Era el Héroe Orco.


Por supuesto, Judith no era la única aquí.

El orco y otros seis bandidos también estaban de pie, ligeramente aturdidos.


—¿Eh? ¿Un orco? ¿Tú lo conoces jefe?

—¿Ayuda? ¿Qué quieres decir con ayuda? Ya nos hemos ocupado de los caballeros.

 

Los bandidos miraron a Bash con perplejidad, pero no parecieron alarmarse demasiado.

Sin embargo, parecían sentir curiosidad por la identidad del intruso que había irrumpido repentinamente a través de la pared y había interrogado al orco en la parte trasera.

 

—Eh, jefe, ¿quién es el tipo?

—¿Qué… qué demonios? ¿Por qué…?

 

La cara verde del orco se había vuelto azul y ahora era un orco azul.

Esa cara la conocía.

Era una cara que había visto antes.

 

—¿Boggs?

—¡Eiihiic…!


Boggs.

Bash estaba familiarizado con este orco.

Era un guerrero que había servido al País Orco.

Además, fue el único orco que obtuvo el título de Maestro de las Bestias.

Durante las negociaciones del tratado de paz, no estuvo de acuerdo con la petición del Rey Orco de un alto el fuego y se negó a retirarse, por lo que fue desterrado de las tierras orcas.


—Boggs, está prohibido que un orco tenga relaciones sexuales forzosas con una mujer de otra raza.

—¡No… no, nadie está forzando a nadie aquí! ¡Ella estuvo de acuerdo!

—¿Hmm…? No parece que estuviera de acuerdo.


La cara de Judith estaba manchada de mocos y lágrimas mientras se retorcía desesperadamente en el suelo en un intento de ocultar su cuerpo.

Si esto fuera consensuado, entonces Bash ya habría perdido su virginidad el día que salió de la Aldea de los Orcos, con aquellas damas con las que se había cruzado en el bosque.

 

—Oiga señor Boggs, parece que se conocen… Por la forma en que le habla, no es su amigo, ¿verdad?

 

Mientras hacía esta apreciación, uno de los ladrones sacó una espada corta de su cintura.

Dejó escapar una risa siniestra mientras miraba a Bash.

Sus ojos estaban llenos de intenciones asesinas.

 

—Así es.

 

Bash respondió con sinceridad.

No tenía ni la intención ni la necesidad de mentir.

 

—¡Ja! ¡Entonces muere!

 

El bandido fue rápido.

Con un veloz movimiento, levantó su espada y empujó.

Se dirigió directamente a los ojos de Bash.

Puede que fuera un criminal de poca monta, pero seguía siendo un guerrero que había sobrevivido a la guerra.

Sabía cómo luchar en espacios reducidos y cerrados, y era hábil con la espada.


—Apuesto a que no puedes mover ese enorme trozo de acero libremente por aquí, ¿verdad?

 

Una estocada que conllevaba una muerte segura.

La punta de la espada atravesó los ojos de Bash, hasta la parte posterior de su cráneo, y se desplomó de rodillas, con la cara levantada chorreando sangre como una fuente macabra.

 

O al menos, esa es la imagen que el bandido tenía en mente.

Al extender su brazo para asesinar a este nuevo invasor, su cabeza explotó, enviando fragmentos de hueso y trozos de cerebro que volaron sobre sus compañeros.

Su cuerpo sin cabeza cayó al suelo, desganado.

 

—¿Eh?

 

Ninguno de los otros bandidos pudo entender lo que había pasado.

Sólo oyeron un chasquido, tras el cual su compañero, que estaba a mitad de la puñalada, perdió la cabeza.

Su comprensión no podía alcanzar la realidad de la situación.

No podían darle sentido.

 

—¿Qué… pasó?

 

Sin embargo, algunos de ellos notaron un cambio.

La enorme espada que Bash había estado sosteniendo despreocupadamente a su lado estaba ahora levantada, como si acabara de dar un tajo.

Antes estaba a su derecha, pero ahora estaba a su izquierda.

No había forma de que pudiera blandirla en un espacio tan reducido.

 

Segundos después, las paredes que rodeaban a Bash estallaron con un estruendo ensordecedor.

Una única, profunda y áspera fisura se había abierto en la piedra.

Como si una espada la hubiera atravesado.

 

—¡Whoa!

 

Los bandidos retrocedieron.

Todavía no podían entender lo que había pasado.

 

Bash había blandido su arma, hendiendo la roca y borrando la cabeza del bandido ofensor.

Esa era la respuesta.

 

La caída de los escombros era la única pista de lo que Bash acababa de hacer.

Pero los bandidos nunca dieron con la respuesta.

Sólo estaban aturdidos por la repentina muerte de su amigo.

Mientras la pared era destrozada, lo único que pudieron hacer fue acobardarse.

Sin saber qué había pasado, dejaron de moverse.

No se dieron cuenta de que estaban a su alcance.

 

Sin decir una palabra, Bash soltó un segundo tajo, esta vez, de izquierda a derecha.

 

Esta vez, los torsos de los bandidos restantes fueron grotescamente bisecados, y las tripas, las vísceras y la sangre salieron volando por el aire.

Ni siquiera tuvieron la oportunidad de protestar.

Siempre ignorantes de la causa de sus propias muertes, seis personas perdieron la vida en un instante.

 

“Maldición… Maldición…”

 

El único que quedaba en pie era Boggs, que conocía la forma de luchar de Bash.

Era el único que sabía que no importaba que Bash tuviera espacio para blandir su espada o no.

Era el único que podía seguir con la mirada el tajo que había matado al primer bandido.

Era el único que entendía el alcance de Bash y podía apartarse con éxito.

 

—¿¡Por qué, por qué estás aquí…!?

 

Gritó Boggs mientras salía corriendo por la entrada de la habitación.

Bash trató inmediatamente de seguirlo, pero se detuvo en seco cuando Zell se acercó a su oído y le susurró algo.

El orco entonces se volvió lentamente hacia Judith.

Estaba oliendo y resoplando.

Por supuesto que lo haría: había una mujer semidesnuda frente a él, atada y vulnerable.


—…Hiiiiii.

 

La garganta de Judith estaba hinchada y dolorida por el llanto.

Lo único que podía hacer era sisear. No tenía más fuerzas.

Las únicas personas que quedaban en esta habitación eran Judith y Bash.

Una mujer con el pecho desnudo y un orco con una erección.

Bueno, eso no era exactamente correcto. También había un Hada aquí, brillando silenciosamente junto a la cabeza del Orco.

 

Esa Hada.

Aparentemente, ella no estaba con los bandidos.

Pero Judith tampoco podía estar segura de que estuviera de su lado.

No, el único lado en el que estaba Zell era el de Bash.

En este momento, le estaba susurrando algo al oído.

Al ver esto, la caballero creyó que podrían estar tramando algo, que el Hada estaba diciendo: “¡Oye, esta es tu oportunidad! ¡Vamos a violarla ahora!”

Tal vez esta pareja había planeado esto desde el principio.

La situación de Judith era tan grave y su estado mental tan desconcertante que le pareció que todo era una conspiración.

 

Bash se acercó lentamente a Judith.

 

—No… detente… ¿eh?

 

Pero Bash no llegó a tocar su piel.

Se había quitado la capa que llevaba, y se limitó a cubrir su pálida y blanca piel.

 

—…¿Eh?

—Estoy aquí para ayudar. Te desataré las cuerdas. Toma esto y ve a echárselo a los soldados heridos que están encerrados más adentro. Es polvo de hada.

 

Luego desató a Judith y le puso un frasco en la mano.

Judith estaba familiarizada con el polvo de Hada.

Era valioso.

Había oído que sólo se podía obtener una pequeña cantidad al día de una sola hada.

Lo más probable es que procediera de la que se movía avergonzada cerca de la cara de Bash.

 

Sólo entonces Judith comprendió.

El orco frente a ella había venido realmente a ayudarla.

Se había salvado.

Salió de aquella situación desesperada.

No terminó como su hermana.

 

—¡Deberías estar agradecida! Si no fuera por mi pla… el plan del señor de hacerme entrar como espía, ¡ahora mismo serías el juguete de los bandidos!

—¡Ah! ¡Gracias!

 

La cara de Judith se puso roja mientras agradecía a sus salvadores.

Esto no era sólo para caerles bien, sino una gratitud sincera y de corazón.

 

Al mismo tiempo, estaba bastante sorprendida.

Este orco no hacía absolutamente nada, ni siquiera ante una mujer desnuda.

Por un momento, se preguntó si Bash siquiera tenía apetito sexual, pero una rápida mirada a su entrepierna respondió a esa pregunta.

A pesar de la dura ropa interior de cuero, había un bulto muy notable e impresionante entre sus piernas.

En otras palabras, estaba reprimiendo sus impulsos y la trataba con cortesía.

 

—Pero…

—¿Hmm? ¿Qué pasa? La prisión está justo a la izquierda del agujero que hice.

—¡Sí, lo entiendo! Pero eso no es… ¡¿Por qué no me atacas?!

—¿Debería hacerlo?

—¡No, no!

 

Judith se apretó más la capa alrededor de los hombros.

Se estremeció al recordar el horror por el que acababa de pasar.

 

—Pe… pero a los orcos les encanta secuestrar y embarazar a las mujeres de otras razas… ¿no es así?

—Sí. Pero por edicto del Rey Orco, está prohibido que los orcos mantengan relaciones sexuales no consentidas.

 

Ella había escuchado estas mismas palabras muchas veces en estos últimos días.

Las repetía una y otra vez, como una esposa regañona.

Judith había pensado que eran sólo eso: palabras.

Palabras vacías, insulsas.

Pero en este momento, golpearon su corazón.

Lo entendió.

 

Por fin se dio cuenta.

Esta era la verdadera “Lealtad”.

 

Esa fuerza que acababa de presenciar.

El poder de atravesar la piedra sólida como un cuchillo caliente en la mantequilla, mientras destripaba a seis personas en el mismo instante.

Con ese tipo de fuerza, podría tomar a cualquier mujer que quisiera.

Cuando lo tenía rodeado en la posada, podría haber matado a cada uno de los soldados, y luego proceder a violar a Judith.

No habría habido nada que ella hubiera podido hacer.

 

Sin embargo, no lo hizo.

Se contuvo por su lealtad al Rey Orco.

Sí, eso es.

Por eso Houston lo había reconocido.

Era un peso pesado en la tierra de los orcos, el equivalente a un caballero.

No, pensó ella, era más que un simple caballero. Era igual al Capitán de la Guardia Real.

 

En cuanto Judith se calmó, Bash se levantó.

 

—¿A dónde vas?

—A perseguirlo.

 

Bash estaba tratando de cumplir fielmente la orden de Houston de “Matar a todos los bandidos”.

Aunque el Caballero Comandante no era su Rey, seguía siendo su actual comandante.

Y los orcos siempre obedecían las órdenes de su líder.

 

—Así que, por eso estás…

 

Judith, sin embargo, interpretó las acciones de Bash de manera diferente.

Ella entendía la lealtad de Bash. Su caballerosidad.

Y como tal, tenía una idea de por qué estaba aquí, en tierras humanas.

Por qué vino a un país extranjero, por qué aguantó todos los abusos, por qué acompañó a los caballeros al bosque, por qué no abandonó a una única, estúpida e infantil caballero que huyó por su cuenta, por qué iba a dejar atrás a una mujer semidesnuda para perseguir a su enemigo…

…¡Porque perseguía a un orco!

Ahora que lo sabía, Judith ya no podía interferir en sus acciones

 

—¿Hm? ¿Si?

—No, no es nada. Entiendo… Rezaré por tu buena suerte.

—¡Bien!

 

Y con esas últimas palabras que lo impulsaron, Bash se dirigió a la salida.

Parte 2


Bash encontró a Houston luchando en la sala principal cuando entró en ella.

El Caballero Comandante estaba defendiéndose de una docena de osos bicho.

Aunque este lugar estaba preparado para ser una especie de vestíbulo, seguían estando en una cueva.

Houston quería aprovechar el espacio para alinear a las bestias y luchar contra ellas una a una, pero tenía problemas, ya que estaba rodeado.

 

—¡Muévanse, muévanse! ¡Osos bicho, enciérrenlo! ¡Mátenlo! ¡Muévanse!

 

Boggs gritó, maza en mano.

En un frenesí medio enloquecido, controló a los osos bicho e intentó acorralar a Houston.

Éste, por su parte, superaba hábilmente a las bestias mientras se defendía.

El Domador de Bestias quería huir tan pronto como pudiera y había planeado originalmente ignorar a Houston y correr. Pero el hábil juego de piernas y la destreza con la espada del humano se interponían en su huida.

Sólo había una forma de salir de la cueva.

La entrada que usó Bash era ahora el boleto de Boggs para sobrevivir.

 

Bash estaba lo suficientemente familiarizado con las habilidades de Boggs como para saber que podía derrotar fácilmente a un caballero humano medio sin ni siquiera sudar.

Pero estaba teniendo problemas.

Esto podría atribuirse a la habilidad de Houston…

Pero más que eso, el orco tenía prisa, y su impaciencia perturbaba su control sobre los osos bicho.

 

—¡Boggs!

—¡¿Ba-Bash?!

 

Boggs dio una vuelta de 180° al escuchar su nombre.

Allí de pie estaba el hombre que incluso los orcos exiliados reconocían como el más poderoso de todos.

Ese mismo hombre se dirigía ahora lentamente hacia él, con su querida espada apoyada en el hombro.


—Kuh… ¡Osos bicho, a mí!

 

Gritó Boggs, sintiendo que le hervía la sangre.

Los Osos bicho que habían estado pululando cerca de Houston se giraron al instante y formaron filas alrededor del domador de bestias.

 

—¡¿Por qué?! ¿¡Por qué estás aquí!?

 

Preguntó Boggs mientras era protegido por sus bestias.

Tan solemne y estoico como siempre, Bash respondió.

 

—Porque me dieron una orden. Una orden de matarte.

—Ku… ¡así que era eso…!

 

Boggs comprendió.

¿Por qué estaba Bash aquí?

¿Por qué un hombre que se suponía que estaba viviendo una vida tranquila como Héroe en el País de los Orcos vino hasta aquí para matarlo?

Con sólo esas pocas palabras de Bash, entendió todo perfectamente.

 

Aunque había sido exiliado del País Orco, Boggs seguía siendo un guerrero.

Había pasado por muchas batallas y dificultades como domador de bestias.

Estaba orgulloso de sus logros. De su destreza.

Creía que era el ideal al que todos los orcos debían aspirar. Que el combate y el sexo eran la quintaesencia del perfecto estilo de vida orco.

 

Pero el Rey Orco traicionó sus expectativas. Sus órdenes iban en contra de todo lo que Boggs apreciaba.

¿No violar a las mujeres? ¿Dejar las armas?

¡Tonterías! ¿Qué les quedaría a los orcos si se les privara de luchar y de las mujeres?

Y así, se rebeló y fue desterrado del País.

 

Se convirtió en un bandido, pero no abandonó su orgullo.

Más bien, estaba ansioso por encarnar el ideal orco a su manera.

 

Sin embargo, esas acciones seguramente serían una molestia para aquellos que trataban de fomentar las relaciones positivas con los Humanos.

Así que se dio una orden.

Mátenlos.

Matar a aquellos que abrieran una brecha entre los Orcos y los Humanos.

 

¿Quién dio esa orden?

Sólo había un hombre vivo en toda Vastonia que podía dar órdenes al Héroe Orco, Bash, el más poderoso de los Orcos.

El Rey Orco.

Ese bastardo de Némesis envió a Bash aquí para “encargarse” de Boggs.

 

—¡Gah! ¡Son todos tan molestos, nosotros somos orcos! ¡No deberíamos estar escondidos en nuestro pequeño rincón del mundo esperando la caridad de las otras razas!

 

Boggs sabía que no era rival para Bash.

Sus instintos le gritaban que arrojara inmediatamente su arma, se arrodillara, pusiera la cabeza en el suelo y rogara por su vida.

Pero no. Boggs aún no había perdido su orgullo. No había abandonado sus ideales.

Para él, los orcos debían ser guerreros orgullosos e inflexibles.

Y un guerrero no suplica por su vida a punta de espada.

 

—Grr… ¡Yo soy Boggs, antiguo Capitán del Batallón de Bestias Mágicas del Reino Orco!

 

Enfrentado a una muerte casi segura a manos del Héroe, el Domador de Bestias declaró su nombre.

 

—Ohh… ¡Yo soy Bash, antiguo guerrero de la Compañía de Boulder y Héroe de los Orcos!

 

Declararon sus respectivos nombres y títulos, se gritaron mutuamente y lucharían hasta la muerte.

Esta era una tradición de duelo orco, transmitida a través de incontables generaciones.

Boggs lanzó el guante y Bash lo aceptó.

Una forma venerable de combate mano a mano entre veteranos guerreros orcos.

Incluso Houston, el experto en historia y sociología orca, nunca había visto nada parecido.

 

—¡¡GRAAAAAHH!!

 

El grito de guerra de Boggs resonó en la cueva.

En respuesta, los osos bicho comenzaron a moverse hacia Bash al unísono.

 

—¡¡¡ORAAAAAAA!!!

 

Bash respondió con su propio grito de guerra.

Se adelantó sin miedo y sin dudar un ápice, sumergiéndose en la oleada de osos bicho.

 

En un solo paso, Bash tenía a los osos bicho a su alcance.

En cuanto la pata de la primera bestia tocó el suelo, surgió un destello de luz.

…Tres osos bichos se convirtieron en carne picada en un instante.

 

—¡¡¡ORAAAAA!!!

 

Soltando otro grito, Bash avanzó.

Con cada zancada que daba, otro oso bicho pasaba por la trituradora.

Una zancada, una muerte.

Enfrentados a los feroces golpes de espada del Héroe, estas bestias no eran más que maniquíes de entrenamiento que caminaban y gruñían, que además estaban hechos de carne.

 

Ahora sólo quedaban cinco osos bicho vivos.

Estas eran las bestias más viejas, que quedaban de la época del domador en la guerra.

Eran la carta de triunfo de Boggs.

Más fuertes que los ogros y más rápidos que los hombres lagarto.

 

—¡¡¡GUURRRAAAA!!!

 

Con un grito, Bash intervino una vez más.

Una tormenta de acero estalló a su alrededor.

 

Todos los guerreros orcos sabían que Bash era el más fuerte.

No lo decían en voz alta, pero muchos pensaban que podía superar incluso al Rey Orco en una pelea directa.

Incluso el más orgulloso y egoísta de los orcos comprendía en el fondo que no podían compararse con el héroe orco.

Nadie podía ver los golpes de espada de Bash.

 

Su espada era demasiado rápida.

Incluso Boggs no podía percibir más que sus imágenes posteriores.

Pero los osos bicho no sólo tenían su vista superior, sino también sus instintos salvajes.

Podían sentir el filo de la espada acercándose a ellos.

Y con su fuerza, que superaba a la de los ogros, y su agilidad, que superaba a la de los hombres lagarto, trataron de rechazarlo, de evitarlo.

 

Desafortunadamente, Bash era su oponente.

Ni siquiera el Héroe Humano, Lord Athis el Titán Toppler, que podía incluso aplastar cráneos de Ogro con sus propias manos, podía defenderse de estos golpes. Incluso los Dragones, armados con sus resistentes escamas, fueron derribados por sus golpes.

El héroe orco, que derrotaba a cualquier oponente de frente y era temido por todos.

La verdadera carta de triunfo de los orcos.

Nadie podía enfrentarse a sus golpes.

 

Otros cinco osos bicho fueron enviados a conocer a su creador.

 

—¡Urk… Ugh…!

 

La muerte de los compañeros de Boggs se reflejó en sus ojos.

Aunque eran bestias mágicas, había pasado años, tanto dentro como fuera del campo de batalla con sus osos bicho. Habían compartido innumerables momentos de dolor, sufrimiento y alegría juntos.

Les tenía cariño.

Entonces, ¿por qué?

¿Por qué no podía cargar contra Bash junto a ellos?

¿Por qué no se atrevía a morir con ellos?

¿Por qué no dio al menos un paso más?

El arrepentimiento llenó su alma por un momento, pero su pena se convirtió rápidamente en espíritu de lucha.

 

Tenía miedo de Bash.

Quería huir asustado.

Él, que creía que luchar era lo único que importaba.

Él, que incluso traicionó al Rey Orco y huyó del país para perseguir sus ideales.

Y sin embargo, aquí estaba, acobardado ante el Héroe.

Estaba enojado consigo mismo por ser tan débil.

 

—¡Aahh!

 

Apretando su puño, Boggs bajó su mano, golpeando su muslo con fuerza.

Se sacó el miedo de su cuerpo de un puñetazo por la frustración hacia sí mismo, impulsándose.

 

—¡¡BASSSSHHH!!

 

Pero Bash no se inmutó.

Dio un paso adelante una vez más.

Esto era todo lo que tenía que hacer. Esto era lo que mejor sabía hacer.

Seguir mirando hacia adelante y matar al enemigo.

 

—¡¡BOGGS!!

En el momento en que el Héroe pronunció el nombre de Boggs, los recuerdos del Domador de Bestias volvieron a aparecer.

Se habían conocido inicialmente en el campo de batalla.

No fue mucho tiempo después de su primera batalla, cuando todavía era demasiado pequeño y delgado para manejar adecuadamente una espada.

Ese día fue la primera vez que Bash vio a Boggs y a sus osos bicho.

Recordó lo reconfortante que fue ver al domador de bestias y a sus bestias mágicas en su lado de la guerra.

Recordó lo abrumadoramente poderoso que parecía Boggs, blandiendo salvajemente su maza en medio de sus osos bicho.

 

Estaba totalmente convencido de que nunca llegaría a ser tan fuerte como Boggs.

Así de distantes eran sus niveles.

Sin embargo, en algún momento, Bash lo alcanzó, lo superó e incluso dejó de admirarlo.

Y ahora, estaban frente a frente.

 

—¡GRAAHHH!

—¡GUAHH!

 

Un destello de acero.

Un estruendo ensordecedor de metal contra metal.

Los dos guerreros cruzaron sus armas.

La maza del veterano más viejo chispeó, se dobló y se rompió bajo la fuerza combinada de ambos orcos.

La gran espada forjada por los démones, sin embargo, no se desvió de su camino.

Se estrelló contra el cráneo de Boggs, tal y como Bash pretendía.

 

—Gut…

 

La cabeza de Boggs quedó reducida a la nada, su cuello sin cabeza quedó chorreando sangre como una fuente morbosa.

 

—…

 

El cuerpo decapitado de Boggs cayó de rodillas y luego se desplomó por completo.

Nunca más se movió.

No sólo era un Domador de Bestias, sino también un Maestro de Bestias.

El más brillante manipulador de osos bicho entre los orcos ahora yacía muerto.

 

—Fu…

 

Bash exhaló y miró a su alrededor.

 

No quedaban enemigos en la sala.

Catorce osos bicho habían sido asesinados en un instante.

Tampoco quedaban bandidos.

E incluso si alguno hubiera sobrevivido, no habría sido capaz de mantener sus operaciones como cuando Boggs estaba vivo.

 

—Boggs…

 

Bash miró el cadáver de Boggs y se acordó de un preciado recuerdo de la guerra.

Como veterano que había estado luchando incluso antes de que el Héroe naciera, era un conocido guerrero y Domador de Bestias.

 

En una batalla, había llevado a Bash a un lado, y le dijo: “Bash, eres nuestro orgullo. Eres la encarnación misma del ideal orco.”

El Héroe también recordó haberle dicho honestamente al Domador, “Si no fuera por ti, no habríamos sobrevivido. Gracias.”

 

Era un buen guerrero.

Bash había pensado que Boggs había muerto en la batalla final de la guerra.

Nunca esperó encontrarlo vagando como un orco vagabundo en un lugar como éste.

Algo debe haber sucedido. Algo que Bash ignoraba.

De hecho, Bash ni siquiera sabía el significado de las últimas palabras que había gritado.

No le desagradaba Boggs.

De hecho, incluso lo respetaba.

 

—¿Se acabó?

 

Mientras se aplicaba fuerza en las heridas, Houston habló con Bash.

Los cortes habían sido infligidos por las sucias garras de los osos bicho.

Ya estaban empezando a hincharse, seguramente por las bacterias.

 

—Sí. Maté a todos los bandidos por la espalda.

—¿Y Judith y los demás?

—Los dejé atrás. Probablemente estén atendiendo a sus heridos en la prisión. Estoy seguro de que ninguno de ellos está muerto.

—Ah, eso me deja más tranquilo. Pues entonces, vayamos a buscarlos y regresemos.

 

Dijo Houston, mientras se frotaba los moratones.

Bash acababa de resolver por sí solo todo este caso sin ninguna baja.

El Caballero Comandante sabía que el Héroe Orco era capaz, y con eso en mente priorizó asegurar la salida, pero esto era aún más impresionante de lo que había imaginado.

Una banda de ladrones, una docena de osos bicho y un veterano guerrero orco, todos eliminados con el mínimo esfuerzo.

Era realmente digno de ser llamado el orco más poderoso.

 

…¿Cómo demonios he logrado huir de este hombre…?

 

Pensó Houston mientras respiraba aliviado.



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