La Historia del Héroe Orco
Capítulo 35. El lado oscuro
La quinta princesa Silviana River era la décima princesa de la familia real de la Gente Bestia. Las mujeres bestia eran fértiles, y la familia real no era una excepción. Su madre, Leona River, había dado a luz dos veces, la primera a cinco hijos y la segunda a seis. Ella era la quinta de los seis hijos.
Su lugar de nacimiento fue el campo de batalla. Hacía dos años que su primera camada había sido aniquilada, y aunque eran unos bebés muy esperados, no fueron muy bendecidos. En ese momento, el Rey Demon Gediguz estaba en su apogeo, y la Gente Bestia se encontraba en una situación difícil, y podría haber perecido en cualquier momento. Su número de vasallos era tan reducido que no tardarían mucho si se pusieran a contarlos, y todos tenían miradas ansiosas ante el sombrío futuro de sus princesas recién nacidas.
Entre ellos, sólo había una persona que dio su bendición desde el fondo de su corazón. Leto River. Sólo el hermano menor de la reina Leona celebró el nacimiento de sus sobrinas, las seis princesas. Cuando nacieron las seis, su padre ya se había ido. Taiga River, el consorte real, había muerto en batalla hacía tiempo ya antes de que nacieran las seis princesas.
La infancia de las princesas no fue feliz. Batallas y derrotas. Gritos y alaridos. Nunca hubo un día de paz.
Para las princesas, Leto era su hermano mayor. Él siempre las protegió, y cuando fueron lo suficientemente mayores como para empezar a recordar cosas, comenzó a enseñarles habilidades y conocimientos de lucha. Puede que incluso hubiera sido una figura paterna para ellas, ya que nunca conocieron a su padre. Todas las princesas lo adoraban, respetaban y admiraban.
Lo que les devolvió la vida a toda su gente fue la “Recuperación de la Tierra Sagrada” de Leto. Luego se convirtió en “Leto, el Héroe”, en la mayor y última contraofensiva de la Gente Bestia, que pasaría a la posteridad. Fue una de las pocas victorias sobre la Unión de las Siete Razas cuando estaban bajo el dominio de Gediguz.
En esa batalla, Leto se convirtió en un héroe. Para las Seis Princesas, se convirtió en el héroe más insustituible del mundo. En ese momento, las princesas, que aún eran jóvenes, soñaban con convertirse en las esposas de Leto en el futuro.
Un día, ese sueño se hizo añicos.
Fue en la batalla decisiva en las Tierras Altas de Lemium. Leto, el Héroe, se unió al escuadrón para matar a Gediguz, el Rey Demon, y murió.
Pero las seis princesas fueron sobrevivientes de la larga guerra. Fue triste, pero pudieron resignarse a que esto era algo común y que no se podía evitar que muriera con honor. Aquello era el sustento de los que lucharon con valentía y fueron derrotados. Para ellas, que creían en el dios de la caza, la derrota no era una vergüenza.
…Si sólo hubiera sido una muerte honorable en la batalla. Leto, el Héroe, fue dejado atrás. El ser más honorable en la historia de la Gente Bestia fue dejado como un soldado común.
No había manera de que tal acto fuera perdonado. Cada una de las seis princesas perfeccionó sus especialidades y se preparó para la venganza. Juraron que cuando finalmente se encontraran en el campo de batalla, seguramente matarían a tal truhan, al guerrero orco Bash. Pero la oportunidad nunca se presentó, y la guerra terminó.
La mayoría de las princesas dejaron atrás su ira cuando la guerra terminó. La primera princesa, la princesa Rhys, en su calidad de próxima reina, pensó que había que evitar la guerra y que no debía guardar rencor a los orcos. La tercera princesa, Inuella, también comenzó a considerar que debía pensar en el futuro, ahora que se iba a casar con un hombre al que había admirado desde niña. La segunda princesa no albergaba ningún odio ya.
Para la tercera princesa, todavía había odio, pero tenía un papel que desempeñar. La sexta princesa, Fleur, como heredera de las habilidades del Héroe Leto, consideraba que su papel era preservarlas para las generaciones futuras. La segunda princesa, Lavina, era una mujer que, en su posición de asistente de la próxima reina, teóricamente no debían ir a la guerra con los orcos. La cuarta princesa, Quina, como próxima jefa del poder judicial, creía que, si los orcos aparecían en el país, debía ser justa con ellos.
Tres de ellas discriminaban a los orcos, y también creían que, si aparecía el objeto de su venganza, debían destruirlo, pero eran lo suficientemente racionales como para mantenerse al margen si alguien las detenía en el último momento. Eran conscientes de que eran las princesas de la Gente Bestia y las responsables de la próxima generación de su raza.
Sólo una. Silviana, la quinta princesa, era diferente. Silviana era la niña de los ojos de Leto, el Héroe. Como era la niña más sensible y la más llorona, a menudo chillaba en el regazo del Héroe Leto. Las razones de su llanto eran muchas. Ser acosada por sus hermanas, ser mordida por un perro, ser picada por una abeja…. De las seis princesas, era la más atrevida e irreflexiva. Se le ocurría una idea, la llevaba a cabo y luego recibía un doloroso revés que la hacía llorar. La mayoría de las veces se lo buscaba, pero Leto le daba palmaditas en la cabeza y la consolaba cada vez que acudía a él llorando.
Cuando creció, aprendió y aspiró a ser una estratega de operaciones. Su sueño era llevar al Héroe Leto a la victoria con sus propias estrategias. Al convertirse en miembro del Estado Mayor, aprendió de Leto:
“Un jefe de estado mayor no es un trabajo para una chica gentil. ¿Sabes por qué? Sí, así es. Porque no debes sentir pena por tus enemigos ni por tus amigos. Un oficial de estado mayor a veces da muerte a sus amigos, y a veces mata a enemigos desarmados. Debe ser despiadado hasta el final. Y, además, debe comprender de antemano las consecuencias de la estrategia que planea. Esto puede ser difícil para ti, pero ¿podrás hacerlo?”
Silviana asintió con fuerza. Se tomó sus palabras más en serio de lo que Leto esperaba, y comenzó a entrenarse para ser menos emocional. Antes de actuar, empezó a pensar detenidamente en las consecuencias. Gracias a eso, dejó de llorar y se volvió más cautelosa.
Como resultado de ese entrenamiento durante mucho tiempo, se convirtió en la más fría, astuta y despiadada de las seis princesas.
Excepto cuando supo de la muerte de Leto. Lloró durante días, y sus días se llenaron de tristeza. Sin embargo, fue la última vez que se vio involucrada emocionalmente en un incidente así.
El día que dejó de llorar se puso la máscara de una sonrisa y comenzó a hablar sólo racionalmente. Sus hermanas sintieron pena por Silviana, que se había vuelto así, y decidieron ser más consideradas con ella. Sin embargo, también confiaban en ella. Su capacidad de hablar racionalmente, sin dejarse llevar por las emociones, era una gran bendición para sus hermanas, que se dejaban influir fácilmente por sus sentimientos.
Pero permítanme repetirlo. La quinta princesa, Silviana, era la niña de los ojos del Héroe Leto. Era la niña que más adoraba a Leto. Era la niña más emotiva. Era la princesa que se tomó más en serio que nadie la muerte de Leto y su orgullo aplastado. …Y la niña más atrevida.
Ella no había abandonado sus emociones. De hecho, no había abandonado su corazón. Sólo las escondía en lo más profundo. Por eso, cuando un orco apareció en el palacio real y se enteró de que era Bash, el Héroe Orco que había matado a Leto, inmediatamente hizo un plan.
No se lo pensó dos veces.
■
“…”
Silviana regresó sola al palacio real ese día. Vestida con una sencilla pero lujosa túnica, caminó tranquilamente, como una mujer de clase alta, a través de la oscuridad. Los guardias de palacio reconocieron su aspecto, pero no la intentaron abordar. Ella ya había preparado todo de antemano.
Regresó a su habitación. Normalmente, su sirvienta personal habría venido corriendo a cambiarle la ropa, pero no había rastro de ella.
“…”
La luz de la luna iluminaba la habitación en plena oscuridad. Silviana se desprendió de su túnica de seda, dejando ver su voluptuoso cuerpo. Si Bash hubiera estado aquí, su racionalidad se habría hecho añicos en un instante. Era frágil para ser un héroe.
El rostro de Silviana se volvió repentinamente hacia un lado. Ante su mirada había un espejo. Era un regalo para la realeza de cada país, hecho con la colaboración de la Alianza de las Cuatro Razas para celebrar el fin de la guerra. Tenía varios grabados mágicos y no perdería su brillo durante cien años. Incluso si fuera destruido por un garrote, se restauraría en un instante.
Un puño golpeó el espejo. Se oyó un sonido desagradable como húmedo, y el espejo se rompió creándosele grietas. Las grietas se curaron como si el tiempo se rebobinara.
Silviana golpeó su puño una y otra vez. Las grietas se curaban al instante, pero la superficie del espejo quedó con marcas rojas del puño. Aun así, no dejó de golpear el espejo. El sonido húmedo se intensificó y se escuchó pegajoso, pero continuó.
Finalmente, el extraño comportamiento llegó a su fin sin previo aviso. Silviana se detuvo de repente y limpió cuidadosamente el espejo con un paño que había colocado a su lado. Luego, soltando silenciosamente el paño en el cesto de los desechos, entonó un hechizo de recuperación en un susurro y curó la herida.
“…”
Silviana sacó su camisón del armario y se lo puso, luego se puso junto a la ventana iluminada por la luna y la abrió. Miró hacia la posada, por donde Bash se había ido. La gélida blancura de su rostro se desmoronó. El reflejo detrás de sus ojos era de un odio intenso. Mostró los dientes y dejó escapar un pequeño gruñido.
“¿…De qué estás orgulloso, eh?”
Un murmullo se escapó del gruñido. El murmullo no sólo era de enfado, sino también de cierta confusión. Era como si lo que había creído fuera en realidad algo ligeramente diferente. Pero no había nadie allí para escucharlo, y su voz sólo se desvaneció en la oscura noche…
“…”
Silviana se quedó mirando un rato, pero finalmente dio un pequeño suspiro y se volvió hacia su habitación. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Una sonrisa que no sabía a quién pretendía mostrársela, ni a quién iba dirigida. Pero al momento siguiente, esa sonrisa se congeló.
“Haa, buenas noches.”
Antes de darse cuenta, había una mujer en la habitación. Estaba sentada cómodamente en una silla de la habitación, mirando a Silviana con sus brillantes ojos rojos.
¿Cuándo ocurrió esto? Sí, realmente, antes de darse cuenta. Ella no estaba allí hace unos momentos cuando se movió del armario a la ventana. No podía ver quién era porque no tenía la luz encendida. Silviana se dio cuenta al instante de que era una “mala persona”.
“No recuerdo haber invitado a nadie.”
Silviana se llevó la mano a la boca mientras decía esto. Puso su dedo índice en su boca e inhaló. Era un medio de comunicación, iba a usar el “silbido”, transmitido a través de la Gente Bestia. Se había utilizado desde la antigüedad como medio de comunicación de emergencia. Todos habían sido entrenados desde la infancia para ser capaces de producir el sonido, aunque ellos mismos no pudieran oírlo. Sin embargo, justo antes de que el sonido se escuchara, la “mala persona” abrió la boca.
“¿No te gustaría saber cómo tenderle una trampa al Héroe Orco?”
“…”
Los movimientos de Silviana se detuvieron.
“Parece que te has tomado muchas molestias para poder tener a Bash bajo tu control…”
“…”
“Lo sé, ¿verdad? La mayoría de los orcos no son más que una panda de rufianes descerebrados, pero aquel al que llaman “Héroe” no cae en tentaciones o zalamerías. Incluso si estuvieran solos, él nunca atacaría a la princesa de un país.”
“¿De qué estás hablando?”
Silviana volvió a sonreír en algún momento. Una sonrisa que tranquilizaba a todos los que la veían. Una cara de póquer llamada sonrisa.
“No tengo que decírtelo. Quieres vengarte de Bash por haber matado a Leto, el Héroe, ¿verdad?”
“…”
“Por eso te mostraste tan expuesta, dirías que fue una violación… e intentarías iniciar una guerra con los orcos, ¿no?”
“…”
Lo dijo en un tono frívolo. Era un tono de broma. Pero lo que decía era cierto.
De hecho, Silviana había planeado hacer precisamente eso. Fue a donde Bash se estaba hospedando, le sedujo y se le ofreció en bandeja. Una vez que la atacara, ella diría más tarde: “No era mi intención hacerlo. Sólo me acerqué a él por la amistad entre orcos y gente bestia.” No importando qué le sucediera, acusaría a Bash clamando ella solo haber tenido las mejores intenciones.
Sabía que no era el mejor de los planes, pero no tenía otra opción. Nunca esperó que Bash viniera al País de la Gente Bestia. Pero puede que nunca tuviera una oportunidad como esta de nuevo. Era un plan improvisado, pero tenía que hacerlo.
Incluso si no pudiera conseguir los cargos contra él, sería suficiente si pudiera crear una grieta entre la Gente Bestia y los Orcos, o hacer que los elfos y los dignatarios humanos aquí presentes pensaran mal de los orcos.
Si podía hacer eso, no importaba lo que le pasara. No le dio importancia tampoco.
“¿Entonces?”
Silviana ni se inmutó cuando la encararon con la verdad. Estaba entrenada para ello. En general, como fue un intento, no había necesidad de denunciarlo. Ella podría haber dicho que sólo estaba interactuando con él por el bien de la amistad entre la Gente Bestia y los Orcos.
“Siempre has admirado a Sir Leto, ¿no es así? Fue Sir Leto quien te enseñó los rudimentos de la guerra, y te salvó cuando fuiste capturada y hecha prisionera, y estuviste a punto de ser asesinada como ejemplo, así que es natural que lo adores. Sir Leto era la encarnación del orgullo de la Gente Bestia.”
Una sonrisa apareció en el rostro de Silviana, pero se desvaneció para volver a poner un rostro inexpresivo y férreo. Era la expresión despiadada de Silviana que las otras cinco princesas temían.
“He oído que incluso después de que la guerra terminara, siempre insististe en que los orcos debían ser destruidos.”
“…A veces la gente cambia de opinión…”
“El resentimiento no desaparece tan fácilmente. Somos iguales. Bash. Ese maldito orco… no puedes perdonarlo, ¿verdad? Dejó a Sir Leto como un pedazo de basura, y sin embargo él está vivito y coleando, e incluso quiere celebrar la boda de Lady Inuella… es demasiado egoísta…”
Como atraída por sus palabras, el rostro inexpresivo de Silviana se derritió. Lo que surgió de debajo de su máscara de hierro fue una mirada de odio e indignación. Sí, sí. Así es. Ella tenía razón. No podía perdonar. No podía perdonar a Bash, el Héroe Orco. No había perdón para ese demonio.
“…Entonces, ¿qué es lo que propones?”
“Ejeje… Quinta Princesa de la Gente Bestia Lady Silviana. Estoy segura de que tú misma podrías haberlo pensado… ¿aun así quieres saberlo?”
“Si dices tonterías, también te mataré.”
“Oh, vaya. Qué miedo.”
Silviana se movió hacia las dos luces rojas que se habían formado de alguna manera en la habitación. Sus pasos, llenos de odio y rabia, no titubearon.
“El método es muy sencillo.”
“Cuanto más simple sea la operación, mejor.”
“Llama a Bash a la ceremonia de la boda, tú lo seduces, y yo lo “encantaré”. Entonces no será más que una marioneta. Puedo hacer que te ataque como has planeado hasta ahora, o puedes matarlo con tus propias manos…”
“Encantarlo… esa es magia de súcubo, ¿entonces tú…?”
“Sí, como puedes ver…”
La luz de la luna iluminaba la habitación. La figura de la mujer, que hasta ahora sólo había sido tenuemente visible, se reveló. Llevaba un traje de cuero que se adhería a su cuerpo, cubriendo sólo lo mínimo, tenía cabello ondulado de color púrpura, ojos rojos brillantes y una larga cola.
“Soy una súcubo.”
El “Encanto” de un súcubo. Era una magia que ejercía una tremenda furia durante la guerra. Una vez aplicado el encanto, las acciones de la víctima quedaban completamente bloqueadas, y de hecho, podía hacerlo incluso atacar a sus aliados. Aunque existía la limitación de que casi no tenía efecto sobre las mujeres, por el contrario, si el oponente era un hombre, se convertiría en una marioneta de la súcubo, a menos que tenga una resistencia muy alta a la magia, o que se defienda con algún tipo de herramienta mágica. En la actualidad, el porcentaje de elfos varones que habían seguido luchando contra súcubos de frente era menor que el de las mujeres, pero se creía que esto se debía a los súcubos mismos. Esta era una de las magias que se prohibió usar después de la guerra. Pero, por el contrario, si se utilizara, por muy Héroe Orco que fuera Bash, no podría resistirse.
“¿…Qué quieres a cambio?”
“Quiero tocar el árbol sagrado.”
“¿El árbol sagrado? ¿Eso es todo?”
“Es importante para mí, ¿de acuerdo? La Gente Bestia no es la única que cree en el dios de la caza.”
Al escuchar la palabra “creer”, Silviana se convenció. Cada raza creía en su propio dios. Pero en el transcurso de la larga guerra, hubo quienes cambiaron de religión. Los había quienes eran elfos pero creían en los espíritus del hierro y del fuego, y había quienes eran Gente Lagarto pero creían en el dios del sol. No era extraño que algún Súcubo creyera en el dios de la caza. Si esta súcubo había perdido hace tiempo el objeto de su fe, como la Gente Bestia alguna vez lo hizo, hacía sentido al hecho de que quería recuperarlo y ayudar a eliminar a Bash.
“Oye, por favor, ¿sí? Cuando fui a pedir permiso, me lo negaron.”
No podías acercarte al árbol sagrado sin permiso. El administrador del árbol sagrado, que daba el permiso, no se lo permitiría a una súcubo totalmente desconocida. Ya que era una súcubo, una mujer tuvo que haber hablado con ella, pero todavía había un fuerte prejuicio contra los súcubos incluso entre las Mujeres Bestia. “Los súcubos son una raza inferior que sólo piensan en chupar el semen de los hombres”, y no era de extrañar que no permitieran que un ser así se acercara a su precioso árbol sagrado. Incluso si fueran creyentes ordinarios, no se les permitiría acercarse al árbol sin alguna razón especial.
Silviana no carecía tampoco de prejuicios contra los súcubos. Sin embargo, su odio hacia los orcos era aún mayor.
“De acuerdo, lo entiendo. Seguiremos tu plan.”
“Ejeje. Tenemos un trato”.
Silviana asintió con un rostro inexpresivo a la súcubo que sonreía de forma hechizante.
“Volveré el día de la ceremonia de la boda. No me traiciones…”
“Esa es mi línea.”
La súcubo movió las alas de su espalda y flotó hasta salir por la ventana. Mirando su espalda, Silviana se dio cuenta de repente. No había oído cierta información.
“Por cierto, tú… ¿cómo te llamas?”
“Carrot, así me llaman.”
Carrot de la voz sibilante. Si eras un guerrero, sabrías su nombre, la guerrera súcubo más fuerte de todos los tiempos. Por qué haría esto una guerrera tan famosa, es lo que pensó, pero, al contrario, Silviana quedó convencida. Si era una guerrera tan famosa, debería ser fácil para ella colarse en su habitación, eludiendo a los guardias.
“Estaré encantada de que trabajemos juntas. Estoy contando contigo, Carrot.”
“Sí. Lady Silviana”
Carrot sonrió de forma hechizante y salió volando de la habitación. La oscuridad volvió al lugar.
“¿…?”
En la oscuridad, Silviana sintió algo extraño. Era como si le ocurriera algo, como si hubiera olvidado algo. Pero al mismo tiempo, había una sensación de claridad, como si la niebla que se cernía sobre su cabeza se hubiera despejado. Por lo tanto, se sacudió. Lo más importante ahora era no perder la oportunidad única de vengar la muerte de Leto.
“Que perezcan los orcos…”
Sus murmullos se desvanecieron en la oscura noche.
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