La Historia del Héroe Orco

Capítulo 41. Propocisión


Silviana estaba nerviosa. Carrot, habiéndose escapado de milagro, había dejado todo al descubierto. ¿Debía sentirse aliviada o mantener el sentido de la urgencia? Bash estaba de pie frente a ella, mirándola fijamente. No tenía forma de saber en qué pensaba. Como estratega militar y cortesana, creía que era buena descifrando las expresiones de la gente, pero nunca había estado frente a los orcos.

“…”

Su mente estaba en blanco. Las palabras que solían venir a su mente de forma tan natural, no salían. Habían pasado demasiadas cosas y no sabía qué hacer. Como mínimo, tenía que decirle a la reina y a sus hermanas que la “semilla” había sido robada del árbol sagrado, y que había sido culpa suya. Pero antes de eso, primero a ella debía ocurrirle un milagro para poder escapar de la persona que tenía ante sí. No podía permitirse ser golpeada hasta la muerte por un orco enfurecido.

“¡Ah! ¡Sir Bash, pasé tanto miedo…!” Por lo tanto, Silviana continuó con su mentira. Con un gesto de princesa cautiva, saltó al pecho de Bash. Fue una mucho mejor actuación que cuando estaba siendo pisoteada por Carrot. Se preguntó si podría haber realizado este acto antes, si hubiera sido un poco diferente.

Sabía que era inútil. Si el orco hubiera podido caer ante su actuación, ya la habría atacado hace mucho tiempo, y la guerra entre la Gente Bestia y los Orcos ya habría empezado.

“Silviana.” Bash se arrodilló e hizo contacto visual con Silviana. En su mano, sostenía una flor. Era una flor blanca. La flor de compromiso que actualmente era popular entre la Gente Bestia, y que se entregaba a la pareja cuando le pedían matrimonio. “Por favor, cásate conmigo y dame un hijo como mi esposa.”

Sus palabras fueron demasiado sinceras. Fueron demasiado directas. Tanto que, si Bash no hubiera sido un orco, incluso Silviana habría asentido nada más que por mero reflejo.

“Ah… uh…”

No, debería asentir. Eso fue lo que ella había planeado cuando llamó a Bash a este lugar. Asintiría, y luego haría que Bash la atacara aquí mismo, para luego armar un escándalo por haber sido violada. Ese era el plan. Pero no podía asentir.

Porque había otra persona justo ahí: Nazar, el príncipe humano.

“Hmmm… Ya veo. Jeje, en ese caso, yo seré su testigo.”

Nazar dijo esto con una risa. Si se convertía en testigo, Silviana no sería capaz de seguir adelante con su plan. Él era un príncipe humano y un héroe. Tenía una voz especialmente fuerte entre los humanos. Mientras estuviera aquí, por mucho ruido que hiciera Silviana, él podría declarar que era mentira.

O alternativamente, ella podría afirmar que Bash y Nazar, entre los dos, la atacaron. Si hiciera eso, en el peor de los casos, podría haber una guerra entre Gente Bestia y Humanos. Los elfos, que estaban casados con una princesa de la Gente Bestia, estarían de su lado, pero no querrían luchar activamente contra los humanos. En cambio, los humanos y los orcos, enfurecidos por la deshonra causada a sus héroes, aplastarían a la Gente Bestia con su alta moral. La Gente Bestia perecería. O quedarían al borde de la extinción y la decadencia. Tal vez se redujeran a un estado vasallo de los Orcos. Había que evitarlo.

“Yo-Yo… por supuesto que yo…”

“Estoy seguro de que Bash no se ofenderá sea cual sea su respuesta. Pero no le perdonaré si dice algo demasiado tonto y descabellado. Como compañero de armas del Héroe Leto, nunca permitiré que se burle del orgulloso guerrero que lo derrotó e incluso salvó nuestras vidas.”

“¿…Burlarme haciendo algo así? Nunca podría hacerlo.” Silviana apretó los dientes.

“Princesa Silviana, siempre ha dicho que nunca perdonaría al orco que deshonró el orgullo de Leto, pero, ¿de verdad piensa que él sería capaz de tal acto?”

“…”

“Usted también fue testigo del intercambio, ¿no? ¿Aún piensa eso?”

Lo sabía. La verdad era que lo sabía. Bash se lo había dicho el otro día. No dejó al Héroe Leto en el campo porque así lo hubiera querido. De verdad, desde el fondo de su corazón, estaba orgulloso de haber luchado contra él y de haberle ganado. Estaba orgulloso de su batalla contra el Héroe Leto como una historia de heroísmo que se debía contar. Incluso se arrepentía de haber dejado su cadaver en ese lugar. Y Silviana podía entender por qué. Si Silviana estuviera allí como líder militar de la Federación de las Siete Razas y le pidieran instrucciones, ordenaría la misma acción que se le dijo a Bash sin dudarlo.

Y no sólo eso. El comportamiento de Bash después de llegar a la tierra de la Gente Bestia también fue admirable. Ella había estado cerrando los ojos y tapándose los oídos cuando se trataba de los Orcos, pero pensándolo con calma, el comportamiento de Bash era encomiable. Se vestía bien, leía, se contenía y se desvivía por entretener a Silviana. Si se tratara de un humano o de un elfo, no creería que mereciera tanto crédito, pero Bash era un orco. Silviana no esperaría algo así de un orco. De hecho, ningún otro orco se habría comportado como Bash. Como dijo Carrot, él había estudiado. Debía de pensar que, si no llegaba tan lejos, los orcos no serían aceptados. Y de hecho, aún habiendo llegado a tales extremos, las Princesas Bestia, incluida ella misma, no lo habían aceptado. Mirando hacia atrás, era una cosa de mente estrecha. Pero nadie esperaba que los orcos fueran tan lejos. Por eso no pensaron tanto en el futuro.

Después de ser expulsado de la fiesta, la princesa se burló de él todos los días. Debía haber sido humillante. Y en medio de tal humillación, escuchar sobre el renacimiento de Gediguz y ser reclutado por Carrot debió haber sacudido su corazón. No solo Nazar, sino también Silviana pensaron que Bash se uniría al otro bando luego de oír cómo estaban las cosas y qué planeaban hacer. Pero Bash se opuso. Fue como si dijera que cambiaría la situación a su manera.

Era una persona muy, muy admirable. Era un guerrero al que toda la gente importante de la Federación de las Siete Razas admiraría incondicionalmente.

Entonces lo que yo estoy haciendo… más bien, es herir el orgullo de la Gente Bestia, del tío Leto… Pensando eso, Silviana sintió que la fuerza abandonaba su cuerpo.

“…Sir Bash…”

“¿Mm?”

Bash parecía tener una cara de felicidad. ¿Estaba pensando que por fin podría devolver el favor a la persona que le humilló? No, no sería tan rencoroso. Probablemente solo estaría tratando de ser un poco mezquino. Silviana no podía leer la expresión de su cara, pero sí podía verla.

“Lo siento. Pero la verdad es que, le he engañado.”

“¿…Cómo dices?”

“Siendo sincera, como acaba de decir Carrot, he estado conspirando contra usted, nada más que usándolo, para llegar al punto de poder destruir a los orcos.”

“…Mm…”

“Mi razón fue la venganza… porque pensé que el honor de mi tío, Leto, el Héroe, había sido destrozado en el suelo… pero estaba equivocada. Usted estaba orgulloso y honrado de haber luchado contra él. Pero aún cuando lo escuché salir de su boca, mis sentimientos no cambiaron, y me dejé engañar por las dulces palabras de Carrot, y casi cometí un error que no podría haber sido deshecho.” Silviana cayó de rodillas. Golpeó las palmas en la tierra y se encogió hasta ser más pequeña que Bash. Como una bestia que admitía su derrota. Esas acciones, esas palabras que alguna vez creyó que nunca haría ni diría, sin importar qué, ante un orco… “Por favor, le ruego su perdón.” Salieron fácilmente de su boca.

“…” Bash miró a su compañera, el hada. Probablemente no esperaba que Silviana se disculpara tan fácilmente. El hada susurró algo al oído de Bash.

Bash hizo un pequeño gesto con la cabeza, y luego miró a Silviana. “Mm… entonces, ¿quieres ser mi esposa?” Debió haber sido una sugerencia de esa pilla hada. Todavía quería humillar a Silviana. Y aunque a Bash le pareciera bien, a cualquiera que hubiera estado a su lado y hubiera sido testigo de la situación probablemente le herviría la sangre.

“Una mentirosa no es apta para ser la esposa de un héroe. Siendo una oferta tan excesiva, declino respetuosamente.”

“…Ya veo… comprendo.”

Bash se levantó lentamente y miró al cielo. Su gesto parecía como si estuviera profundamente decepcionado por no poder convertir a Silviana en su esposa. Pero no podía ser eso. Silviana, pensando esto, levantó la vista para ver a Bash… y se dio cuenta.

“¿…?”

Del cielo caían hojas muertas. Era como si hubiera llegado el otoño. Este bosque rojo, donde las hojas frescas crecían todo el año.

“¡Eh…!”

Silviana se levantó involuntariamente y miró detrás de ella. Como atraído por sus acciones, Nazar también siguió su mirada.

“¡…Cómo pude ser tan idiota!”

Los tres miraron hacia arriba, donde se alzaba el árbol sagrado. Ahí estaba un árbol enorme con exuberantes hojas rojas. O así se suponía que era.

Las exuberantes hojas estaban crujientes, secas y comenzaban a caer. Las ramas se estaban adelgazando y comenzaban a romperse con un sonido de crujido. El tronco, que había estado lleno de vida, se estaba pelando y agrietando verticalmente, como si sus raíces se hubieran podrido.

“Oh, no…”

El símbolo de la Gente Bestia, la entidad que les había dado valor a lo largo de su historia; el árbol sagrado se había marchitado.

La repentina muerte del árbol sagrado causó una conmoción en el lugar de la boda. La ceremonia fue interrumpida, y el príncipe humano, Nazar, explicó la situación a los soldados que habían venido a comprobar el estado del árbol sagrado y se habían enfrentado a Bash, diciendo que él era el culpable. Les dijo que había gente que planeaba revivir a Gediguz, que la semilla había sido robada del árbol sagrado por ellos, y que el árbol se había marchitado como resultado… y que Bash, el Héroe Orco, había salvado la vida de él y de Silviana, que casi fueron asesinados por esos malhechores. Los soldados se mostraron incrédulos porque había ocultado nombres propios como Carrot y Poplática, pero aparte de eso, la confesión arrepentida de Silviana de que ella había provocado esta situación por su propia culpa convenció a los soldados de que debían informar del asunto a las autoridades superiores. Los dos hombres la acompañaron a explicar la situación, y Bash fue dejado en libertad por el momento.

Al recibir el informe, los altos cargos de la Gente Bestia se tomaron la situación muy en serio. La resurrección del Rey Demon Gediguz. El regreso de la guerra abominable. Esto era algo que los que estaban disfrutando de la paz de hoy debían evitar. La información se compartiría con otros países inmediatamente, y se organizaría una fuerza de ataque para impedir la resurrección de Gediguz.

Sin embargo, se emitió una orden de silencio respecto a la presencia de aquellos que planeaban resucitar al Rey Demonio. La Alianza de las Cuatro Razas de Humanos, Elfos, Enanos y Gente Bestia seguía siendo una posibilidad, pero si se extendía a la Federación de las Siete Razas, podría producirse un levantamiento a gran escala. Los propios países podrían romper el tratado de paz. No todos eran tan íntegros como Bash.

En ese momento, Bash estaba de vuelta en la posada, preparándose para el viaje.

Esta vez, todo debió de haber ido bien. Hizo todo como decía la revista. Tenía un buen presentimiento. Si acaso, hasta había atrapado la atención de una mujer que no era la que tenía en mente. No había hecho nada mal.

Lo único fue que lo que estaba escrito en la última página de la revista se hizo realidad.

La última página de la revista. Ahí estaba escrito:

«Si la mujer sólo buscaba tu dinero, o si sólo quería jugar contigo, no puedes casarte. ¡Te han engañado!»

Si la propia Silviana le había dicho que lo había engañado, que había estado jugando con él, entonces no tenía más remedio que aceptarlo. Para ser sincero, sentía como si su fuerza se hubiera agotado en su cuerpo. Pero eso no significaba que lo que había escrito la revista estuviera equivocado. La prueba era que Carrot se había enamorado de Bash en una noche. Con Silviana fue una decepción, pero tenía la sensación de que la siguiente mujer sería una apuesta segura para el matrimonio.

Así que, durante unos días, Bash fue al bar donde conoció a Carrot. Sin embargo, con la muerte del árbol sagrado y la cancelación de la boda, el ambiente alegre del pueblo se había desvanecido por completo, y apenas se veían hombres, y mucho menos mujeres, en el bar. El pueblo seguía estando en un frenesí durante el día, y tanto los hombres como las mujeres empezaron a mirar con malos ojos a Bash, como lo habían hecho durante la guerra. Encontrar a la siguiente mujer sería algo seguro, pero la revista también decía que “ahora es el momento, cuando todo el mundo está emocionado”. En otras palabras, ya que no había un ambiente festivo, ya no era un buen momento. Bash llegó a la conclusión de que sería difícil encontrar una mujer en esta ciudad, así que empezó a preparar su viaje.

“¿Pero a dónde vamos?”

Sin embargo, no tenía un destino fijo en mente.

“Es difícil, ¿no? Desde aquí, podriamos ir al enclave humano.”

“Está algo lejos…”

Ya había ido con los enanos, y con los elfos era imposibles debido a la situación de Thunder Sonia. Entonces, los únicos que quedaban eran los humanos. Sin embargo, el territorio de los humanos estaba muy lejos..

“Oh, ¿ya te vas?”

Alguien se acercó a estas aproblemadas dos personas.

“Nazar.”

A la entrada de la posada, había un hombre. Llevaba una máscara y tocaba un instrumento musical. El instrumento que tocaba volvió a producir el sonido desagradable.

“Lo siento, pero por favor, llámenme Errol cuando lleve esta máscara. Por el momento, todavía estoy tratando de ocultar mi verdadera identidad.”

“Bueno, entonces, Errol. Gracias por tu ayuda.”

La ayuda de Errol ciertamente le dio a Bash una respuesta positiva. Sin embargo, el hecho de que los resultados no hubieran sido los esperados esta vez, solo podía describirse como mala suerte. En el campo de batalla, podías hacer todo perfectamente y aun así perder. Lo mismo pasó aquí.

“¿Dónde vas a ir ahora?”

“Todavía no lo he decidido.”

“Veo que estás dándole vueltas aún.”

“Sí, supongo que no tengo mucho tiempo.”

Habían pasado bastantes días desde que Bash dejó el País Orco. Todavía podía haber tiempo de sobra, pero prefería no estar de ocioso. El límite de tiempo se acercaba cada vez más.

“Bueno… si no has decidido a dónde vas, ¿puedo indicarte la dirección correcta?”

“Oigámoslo. Confío en tu palabra.”

“Me honra oírte decir eso… pero por ahora, me gustaría que fueras a la tierra de los Démones.”

“¿Los Démones…?” La palabra le recordó a la maga Démona que vio el otro día. Poplática, del Vórtice de la Sombra. Parecía algo lúgubre, pero era una mujer hermosa. Pensando en ello, muchas de las mujeres démonas que Bash había visto hasta ahora parecían haber sido mujeres hermosas. “¿…Crees que un Orco esté a la altura de una mujer Demon?”

La razón por la que las Démonas no eran contadas como potenciales compañeras de cría para los orcos era porque ellas no se sentían atraídas los los orcos. Incluso durante la guerra, los Démones eran completamente superiores. Las mujeres Démonas no se sentían atraídas por los orcos, y los orcos habían renunciado a ellas, pensando que eran inalcanzables. Incluso se decía que era una falta de respeto pedirles que fueran sus esposas.

“Sí, estarás bien.”

“¿…De verdad?”

“Sí, más bien, puede que seas el único capaz. Eres el único que puede decirles convincentemente que la guerra ya ha terminado.”

“Ya veo…”

La guerra había terminado. Tanto los orcos como los demonios perdieron la guerra, y la jerarquía ya se había disuelto. Si esta era una época en la que no había necesidad de tomar a alguien por la fuerza, sino de atraparlo con amor y romance…

Incluso si Bash era un orco, debería ser posible para él poner sus manos en una démona. Por supuesto, aun así, sería muy difícil que se encontrara una Démona que despreciara completamente a los orcos.

“Como el Héroe Orco, deberías ser capaz de conseguir que incluso una Démona de alto rango te haga caso.”

Y Nazar aseguró esta posibilidad.

“…Entiendo. Si tú lo dices, lo intentaré.” Bash asintió con énfasis. Porque las palabras de Errol, el mensajero del amor y de la paz, eran casi como una revelación divina para él.

“Sabía que dirías eso.” Dijo Nazar y sacó una carta de su bolsillo. “Cuando llegues al Reino Demon, quiero que le entregues esto al “General Oscuro” Sequence.”

“¿¡Incluso puedes preparar algo así con el General Oscuro!?”

Bash asintió con énfasis. Sequence, el General Oscuro. Era un estrecho colaborador del Rey Demon Gediguz, un hombre distinguido que había estado al mando del Ejército Demon durante mucho tiempo, y ahora estaba a cargo del Reino Demon sin rey.

Sequence tenía tres hijas. Todas ellas eran hermosas damas, y una de ellas era Poplática del Vórtice de la Sombra. Una carta para el padre de Poplática. Incluso el más lelo sería incapaz de no ver el verdadero significado de esta carta. Su contenido era el propio texto que serviría de conducto e intermediario entre Poplática y él.

“Por supuesto. No quiero menospreciarlos a ustedes, pero me enorgullece decir que los humanos son mejores negociadores que los orcos.”

“Muchísimas gracias.”

“Lo mismo digo.”

Una vez que supo eso, la decisión de Bash fue rápida.

“Bien, allí estaré.”

“Por supuesto, cuídate.”

Bash se levantó y salió de la posada. El hada lo siguió por detrás. Mientras miraba a la espalda del hada, Nazar lo llamó.

“Bash.”

“¿Sí?”

“Gracias.” Bash asintió con la cabeza en señal de agradecimiento una vez más.

Al ver esto, Nazar sonrió con orgullo bajo su máscara.

Silviana estaba en prisión cuando Bash partió. Sabía por el testimonio de Nazar que sólo había sido manipulada por el enemigo, pero ella misma había pedido a la reina que debía ser castigada. No creía que una simple pena de cárcel la redimiera por lo que había hecho. Ella pensaba que la verdadera forma de asumir la responsabilidad era unirse al equipo de ataque inmediatamente y cubrir su propio trasero. Pero, aun así, necesitaba ser castigada como escarmiento y reflexionar sobre lo que había hecho.

“…” En la oscura y húmeda celda, Silviana meditaba con las piernas cruzadas. En su mente, tenía muchos remordimientos, pero también muchas preguntas sobre el futuro. A menudo se preguntaba qué haría el enemigo en el futuro, qué eran las semillas del árbol sagrado, cómo se utilizarían y, dependiendo de cómo se utilizaran, qué contramedidas podrían tomarse y, en ese caso, cuáles serían sus futuros movimientos. Entonces la visitó una mujer.

“Silviana.” Silviana levantó la vista al escuchar la voz de la mujer. Y sus ojos se abrieron de par en par al ver su rostro. De entre sus hermanas, su rostro se caracterizaba especialmente por ser la con rasgos más fuertes de bestia, con la cabeza de un perro, pero todo el rostro desprendía una atmósfera de dulzura.

“¡Hermana!”

Era la tercera princesa, Inuella. Ella era la protagonista de la ceremonia de boda, que había sido cancelada debido al reciente alboroto. Silviana descruzó las piernas y se postró como un perro.

“Me disculpo por arruinar la celebración con mi comportamiento superficial.”

“Sí, lo sé. Estoy un poco decepcionada.”

La frente de Silviana se llenó de sudor frío. Su hermana llevaba mucho tiempo esperando la boda. Aunque se disculpara, no podía esperar que fuera suficiente.

“Pero está bien. Una boda es sólo una cosa externa.”

“Pero…”

“Está bien. Estoy feliz de estar con la persona que amo.” Inuella rió alegremente al decir eso. “Más que eso, ahora que te veo, pareces mucho más calmada.”

“Sí, supongo.”

“Sí, antes parecías algo tensa, incluso cuando hablabas con nosotras.”

Silviana se tocó la cara. Ni siquiera ella sabía por qué, pero se hacía una idea.

“…Siempre pensé que debía a vengar al tío Leto. Que iba a restaurar el orgullo de la Gente Bestia que había sido pisoteado, que iba a hacer pagar a los orcos…”

“Tú querías al tío Leto más que nadie…”

“Pero después de conocer y hablar con Bash, el Héroe Orco, me di cuenta de que estaba equivocada. Sir Bash no abandonó al tío Leto por desición propia, ni tampoco es que no sintiera orgullo por su victoria.”

“…Pero era la guerra, ¿no?”

“Sí. Y la guerra ya terminó. Sir Bash lo entendió mejor que nadie, y yo, una tonta, no… pero ahora lo tengo claro.”

Él se lo había enseñado. Silviana se sintió extrañamente satisfecha con la expresión que había pronunciado. Sí, sentía que el Héroe Orco fue paciente con ella. Normalmente, cuando Silviana se acercaba a él, no hubiera sido raro que se justificara y se fuera. Pero no lo hizo, y en su lugar le dijo casualmente que estaba orgulloso de su batalla con Leto. Como si estuviera explicándole algo a un niño que no quería escuchar. Como Leto, que una vez le enseñó pacientemente a Silviana, una niña sin muchas vistas al futuro, un montón de cosas.

“He visto a Sir Bash en la boda, y parecía tener una atmósfera similar al tío Leto.”

“Sí.”

“Jeje, no puedo creer que hayas asentido tan claramente… Me pregunto si la próxima boda será de amistad entre los orcos y la gente bestia…”

“Po-Por favor, no te burles de mí.” Recordó la propuesta de Bash. Se dijo que fue para amonestarla, pero según recordaba, fue una propuesta muy apasionada. Sin querer, sus mejillas se calentaron. “Bash el héroe orco es un gran hombre. Una niñita tan superficial como yo no es digna de ser su esposa.”

“¿Eso crees?”

“Sí. Eso creo.”

Silviana giró la cabeza como si dijera: “¿Eso es todo lo que tienes que decir?”. Era incómodo que la vieran sonrojada, aunque estuviera en medio de un castigo.

“De todos modos, me alegra ver que te va bien. Estaba un poco preocupada por ti.”

“Siento haberte causado problemas.”

Silviana se disculpó, pero pensó. Pensó que, si se volvía un poco menos superficial, un poco más equilibrada, entonces…

 

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