Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo 

Vol. 1 Primavera del duodécimo año Parte 3

 

Me giré al oír el grito de un hombre y me di cuenta de que había metido la pata. Comerse un ataque furtivo como penitencia por fallar un chequeo de percepción no era nada nuevo, pero este suceso tan común podía acabar con medio grupo o derribar un tanque de un solo golpe, allanando el camino para una muerte prematura.

Nunca tengo un respiro, ¿verdad? El recuerdo de un grupo de cinco tirando por percepción y el mejor de nosotros obteniendo sólo un cuatro, sólo para girarse hacia mí y gritar «¡Esto es culpa tuya!» pasó ante mis ojos. Qué escena tan terrible de rememorar.

En cualquier caso, la simpática araña del vecindario a la que yo llamaba compañera me había sacado de un apuro en mis chapuceras negociaciones. Yo creía que hacía tiempo que se había marchado en busca de ayuda, pero sin duda estaba demasiado preocupada por mi arriesgado plan como para dejarme sin supervisión.

Ahora me tocaba a mí entrar en escena. La exploración que daba paso al combate era algo habitual, y todo jugador de rol ha sustituido al menos una vez un control de palabra por la fuerza bruta. Todo vale cuando se adopta un enfoque más físico de la «negociación».

Mis reflejos relámpago hacían que todo pareciese casi exasperantemente lento, pero me permitieron arrebatar del aire la daga que mi asaltante tenía en las manos. La marca del arma era flagrantemente barata, pero serviría.

Había conseguido tener éxito en mi primera reacción, y quizás como bonificación por haber evitado el ataque furtivo, parecía que tenía la iniciativa. En otros tiempos, había tachado de poco realistas los sistemas de combate por turnos, pero mientras giraba el cuchillo hasta adoptar una postura de revés, me pareció que era una estimación razonable del combate.

Bajé hasta el suelo y giré sin desperdiciar ningún movimiento, presionando el mango de la daga contra mi cadera y asegurándolo en su sitio con la mano izquierda. Esta eficiente postura colocaba todo mi peso detrás de la hoja y evitaba cualquier resbalón que pudiera herir mi propia mano.

Las Artes de la Espada Híbrida incluían una ventaja para la última esperanza del guerrero: la daga. Cuando las aljabas se secaban, las lanzas se rompían y las espadas se hacían añicos, un arma versátil era el mejor amigo del hombre. Un arte marcial forjado en campos de batalla reales nunca sería tan ridículo como para omitir un arma tan crucial.

—¡Hurgh! —gritó el enemigo.

Clavé mi hoja en la rodilla del hombre con el que antes había estado hablando con el impulso de todo mi cuerpo. La desagradable sensación de separar la carne se hizo patente cuando mi golpe desgarró sus tendones. El metal chocó contra el hueso cuando retorcí el cuchillo para abrirle la herida, y me pareció desagradable que se pareciera tanto a disecar una bestia salvaje.

¿Así es como se siente al cortar a una persona? A pesar de todo lo que habíamos dicho sobre sociedad y cultura, esta sensación me hacía pensar que no éramos mejores que cualquier otro animal desesperado que hurgara en la suciedad, y la verdad es que no lo éramos. Aquí estaba un grupo de personas que habían robado a mi hermana en nombre del lucro, y aquí estaba yo asegurándome de que no volverían a caminar para recuperarla. No éramos más que mortales en todos los sentidos.

En ese caso, la justificación podía esperar. Saqué la daga de un tirón —con sorprendente facilidad, gracias a la enorme herida que había abierto mi giro— y dirigí mi atención al siguiente objetivo más cercano. Mi primera víctima no era nada: sin dos piernas sobre las que sostenerse, no podía hacer mucho más que retorcerse de dolor.

Para mi gran alegría y sorpresa, mi siguiente objetivo seguía llevando equipaje, incapaz de procesar lo que había ocurrido. ¿Supongo que me toca otro turno?

La distancia que nos separaba era mayor de la que podía acortar en un instante, así que pellizqué la daga por la hoja y me preparé para soltarla. Mi pericia con las armas arrojadizas difícilmente podía calificarse de experta, pero sabía que al menos podría golpear a mi oponente con todo el entrenamiento pragmático que había recibido. A esta distancia necesitaré unas… tres rotaciones y media.

—¡¿Argh?!

El acero giratorio se hundió profundamente en su hombro derecho; con el mango casi tocando su piel, me vi obligado a abandonar la esperanza de recuperar el arma. Aun así, agradecí saber que los matones no llevaban armadura debajo de la ropa, ya que habría sido muy difícil derrotar a una manada de enemigos de gran potencia.

Le quité otro cuchillo al hombre al que había destrozado la rodilla y me lancé hacia otro enemigo. Por barata que pareciera, la daga estaba bien usada y supuse que era lo bastante resistente para la tarea que tenía entre manos.

—¡¿Qué demonios le pasa a este chico?!

A quien madruga Dios le ayuda, así que me abalancé sobre el siguiente matón más cercano. Sin embargo, esta gente no eran criminales profesionales en vano, y este hombre superó su desconcierto para desenvainar su espada. Un golpe por encima de la cabeza con una hoja tan pesada como la suya podría partir en dos un tronco; mi cráneo, aún sin desarrollar, estallaría como un melón maduro si me alcanzara.

Por supuesto, eso era si me golpeaba. Aprovechando mi baja estatura, di una voltereta hacia delante para apartarme de su trayectoria. Me incliné ligeramente hacia la izquierda para dificultarle al máximo que me alcanzara con un golpe corregido, y estiré el brazo para clavárselo en la rodilla al pasar rodando.

—¡Ay, agh!

Sin ningún hueso robusto que la protegiera, la carnosa articulación se rompió con facilidad. Me di cuenta de que la punta de la daga había hendido sus tendones y alcanzado el hueso cuando su trayectoria se inclinó, así que la saqué antes de que el hombre cayera. El estado de decúbito prono que acompañaba a los ataques a las rodillas de la gente lo convertía en un objetivo muy lucrativo.

Le golpeé la nuca con el mango mientras caía sobre mí y el hombre quedó inconsciente. El cuchillo se había astillado al destrozarle el hueso, así que relevé a mi compañero de su corta permanencia y fijé la vista en la espada caída. Su hoja ancha y ceñida era tan larga como el antebrazo de un adulto medio, justo de mi tamaño.

Alcancé a ver un arco tensado por el rabillo del ojo y, por reflejo, levanté la espada, sólo para que la fuerza del impacto reverberara en mi brazo un instante después. Las espadas anchas como ésta son muy útiles como escudo improvisado.

—¡Tienes que estar de broma! ¡¿Estás seguro de que este mocoso es humano?!

—¡Cállate y dispara! ¡Ya se ha cargado a tres de nosotros!

—¡Todos, a las armas! ¡No sé quién es, pero mátenlo! ¿¡A quién le importa si es un niño!?

Oh mierda, se están poniendo serios. ¿Dónde escondían esas espadas, lanzas de mano y arcos cortos? Un campamento entero de bandidos equivale prácticamente a un solo enemigo importante en los juegos de rol de mesa, pero estos matones no iban a caer tan fácilmente. Los arqueros se colocaron sobre barriles para ganar altura, y los dos delanteros que se acercaban a mí se aseguraron de mantenerse fuera de su trayectoria de fuego. Estaban demasiado bien coordinados para reducirlos a una simple turba olvidable.

No pude evitar sentir que este uso de la estrategia contra un niño de doce años era algo inmaduro mientras daba un enérgico salto a un lado para esquivar una flecha. El primer disparo que había desviado me dejó el brazo derecho entumecido, así que decidí que había que esquivar el siguiente.

—¡Eres mío, mocoso!

El bandido de la lanza de mano se abalanzó sobre mí, así que giré la empuñadura de mi espada para que siguiera mi antebrazo y me sujeté el estómago con la otra mano para desviar la estocada. La combinación de Reflejos Relámpago y Perspicacia hacía que las reacciones de defensa y evasión fueran ridículamente triviales. Cada uno me había costado un ojo de la cara, pero ahora me alegraba de tenerlos.

El lancero, que no esperaba que su ataque fuera rechazado por un oponente abatido, había entrado con excesivo ímpetu, lo que me dio la oportunidad de rodar sobre mi hombro y cortarle las piernas.

—¡Wha-gah!

Cuando se desplomó hacia delante, le golpeé sin piedad la nariz con el talón. Apoyé el codo en el suelo para poner toda mi fuerza en la patada, y fue suficiente para conmocionar a un adulto mucho más grande que yo.

—Maldita sea, ¿¡estás bien!?

—¡Olvídate de él, imbécil! ¡Sólo mata al chico!

El otro vanguardista que blandía una espada de una mano se quedó inmóvil cuando vio caer a su camarada, lo que me dio un momento para esconderme detrás de un montón de cajas de madera y protegerme del aluvión de flechas. Bien, el entumecimiento está desapareciendo.

—¡Elisa! —Grité—. ¡Elisa, ¿dónde estás?! —En este punto, su culpabilidad era indudable. Atacaron porque me consideraban una amenaza que podría descubrir lo que fuera que tenían que ocultar. Tanto si planeaban matarme como dejarme inconsciente, no había otra explicación para que de repente se volvieran contra un niño que les invitaba a unirse a las fiestas locales.

Grité en busca de Elisa mientras entraba y salía de la carga para ganar más tiempo. Después de todo, no era un completo idiota; la idea optimista de que podría acabar con ellos no se me había pasado por la cabeza ni una sola vez. Por mucho entrenamiento que tuviera, mi joven cuerpo carecía de la resistencia necesaria para luchar durante mucho tiempo y, a decir verdad, ya me sentía agotado. Mi corazón latía más rápido que en cualquier sesión de combate con espadas; sabía que me estaba hiperventilando, pero no podía parar.

Me asustaba el hecho de que un solo paso en falso significara mi muerte. Tanto mi cuerpo como mi alma se encogieron ante el horrible destino que podía esperarme. La diferencia de habilidad entre estos matones y Sir Lambert era de la noche al día. Si el capitán de la Guardia hubiera estado aquí en mi lugar, un golpe o dos de su espada habría convertido a toda la multitud en hígado picado.

Comparado con cuando crucé espadas con él, esta batalla debería haber sido fácil. Pero a pesar de lo fácil que debía ser… no podía moverme como quería.

—¡Te encontré, chico!

—¡Quédate quieto!

La espada cayó perezosamente y la daga que iba a clavarse en mi dirección estaba a medio paso de aterrizar. Rebanar la mano del espadachín —con dedos y todo— fue una tarea sencilla, y conseguí apartar la daga de una patada mientras golpeaba al segundo enemigo en la cabeza con la empuñadura de mi espada. Pero eso mermó mi resistencia, y mi respiración desesperada se hizo más agitada mientras el sudor brotaba de todos mis poros. Los dedos resbaladizos humedecían mi empuñadura y luchaba por encontrar el control de mi espada.

Ya no podía decir si llevaba aquí unos minutos o unas docenas. Había intentado explícitamente no perder la noción del tiempo al principio de la batalla, pero perdí patéticamente la orientación en cuanto comenzó el combate.

Con los dos matones que acababa de eliminar, contaba con siete personas. Su escaso número me facilitó la huida, pero puede que me perdiera en el momento y fuera demasiado lejos. A este paso, podrían usar a Elisa como rehén…

—Qué lamentable.

Una voz joven enronquecida por el licor resonó en el aire, disipando el sonido de mi respiración y el abrumador tamborileo de la sangre en mis oídos. Me volví hacia el único carruaje techado del campamento para ver a un solo hombre bajar de él.

Su túnica estaba decorada con ornamentos funerarios cuyo propósito me era totalmente ajeno. Aunque nada de su complexión o estatura medianas me llamó la atención, las bolsas permanentes bajo sus ojos hundidos me llenaron de pavor. El brillo oscuro e incómodo de sus profundos ojos ámbar casi parecía dorado desde cierto ángulo.

Sólo había un tipo de persona que tuviera herramientas colgando así de cada rincón de su cuerpo. A pesar de no llevar bastón, el hombre era obviamente un mago.

—¿Por qué tanto alboroto por solo este chiquillo?

—¡Je-Jefe! —El hombre que había cortado antes había estado recogiendo frenéticamente sus dedos cortados y débilmente miró al mago—. No-no entiendes, este mocoso es…

—No quiero oír excusas. Pero supongo que es inútil esperar a que ustedes, tontos, hagan su trabajo. —Con una sacudida de su túnica, bajó del carruaje y pisó el suelo. Se pasó la mano por el pelo con cara de enfado y me lanzó una mirada evaluadora—. Bueno, al menos parece que podremos cubrir nuestras pérdidas.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, totalmente carente del afecto de los provocados por los suaves susurros de Margit. Su atenta mirada se posó en mí, pero yo no era lo que él veía. Para él, yo no era una persona, sólo ganado listo para ser vendido en el mercado. Lo único que le importaba era cuánto oro podría conseguir… De hecho, sus ojos desapasionados apenas me veían como un ser vivo.

—Siéntate agarrándote los dedos, —ordenó—. Te los volveré a poner más tarde.

—¡Sí-Sí!

El mago dio un paso hacia mí en lugar de su subordinado que se retiraba. ¿Un mago liderando un grupo de bandidos? He estado allí, he visto eso, pero… no sé, parece un poco diferente de lo que esperaba. Está muy lejos de los gamberros que hacen alarde de su magia básica para sentirse los mejores que actúan como el primer jefe de una campaña.

—Préstenme atención, —murmuró.

—¡¿Hngh?!

Justo cuando me propuse mantenerme alerta, me encontré volando por los aires al instante siguiente. Tardé un momento en darme cuenta de que estaba en el aire y en sentir el dolor que me estallaba en la mandíbula a pesar de mis Reflejos Relámpago.

No tenía ni idea de lo que había ocurrido. Incluso con mi capacidad de observación potenciada, no le había visto telegrafiar su hechizo de ninguna manera, y un breve murmullo fue seguido inmediatamente por un golpe a la altura de un uppercut limpio de Sir Lambert. Era probable, más bien seguro, que su magia había provocado un ataque físico.

Sin la experiencia de resarcirme de los daños mientras mi mentor me golpeaba hasta hacerme papilla, aquel ataque seguramente me habría destrozado la mandíbula y me habría privado del conocimiento. Nunca había agradecido tanto haber invertido tanto en la reducción de daño. Aunque me gustaban los sistemas en los que el combate era como tirar cohetes, mi viaje habría terminado aquí si me hubiera convertido en un cañón de cristal[1].

Mi breve ensayo como criatura voladora llegó a su fin cuando me estrellé contra una pila de cajas. Por suerte, las cajas no contenían mercancías pesadas y absorbieron parte de mi impulso cuando pasé volando por encima de ellas y rodé para librarme de la mayor parte del impacto. Era la primera vez hoy que agradecía mi físico pequeño y ligero.

—Urgh…

Aun así, eso no quería decir que no doliera. Mi sentido del gusto se vio abrumado por la sangre y pude sentir cómo algo se deslizaba por mi lengua hasta la parte posterior de mi garganta. ¿Eran dientes? No puedo decir cuáles se cayeron porque todo duele mucho, ¡pero nunca te perdonaré si eran dientes de adulto, bastardo!

Dicho esto, mi caída había sido bastante aparatosa, así que decidí hacerme el muerto y esperar una oportunidad. Si me subestimaba y se acercaba pensando que estaba inconsciente, podría tenderle una emboscada, y quedándome en el suelo cumpliría mi objetivo original de ganar tiempo.

—Hm, supongo que debería golpearle otra vez, por si acaso.

—¡¿Guaaaa?! —Grité. Me puse en pie de un salto, pero el espacio que había ocupado mi cabeza momentos antes explotó. Llevado hacia delante por el viento, deduje por la nube de polvo en la zona del impacto que me había lanzado aire comprimido. ¿O tal vez expandió temporalmente el aire en ese lugar? En cualquier caso, no me gustaba su magia misteriosa, difícil de esquivar y rápida de lanzar.

—¿Oh? Estás consciente después de un golpe directo e incluso lograste esquivar el segundo.

Conseguí ponerme en pie aprovechando la onda expansiva de su ataque y volví a equiparme con una daga cercana. Las palabras de elogio del mago iban acompañadas de un ceño realmente molesto, como el de un villano que no ha conseguido acabar una pelea con su movimiento estrella. Estuve a punto de estallar en carcajadas, pero me esforcé por mantener la compostura para no atraer su ira sustituyéndola por una exigencia.

—¡Devuélveme a Elisa! Devuélveme a mi hermana.

—¿Hermana? —preguntó inclinando la cabeza—. No conozco a tu hermana, pero la visión de mis pobres subordinados después de que los atacaras descaradamente me rompe el corazón.

Vaya mentira descarada. Mi agarre se tensó hasta el punto de que la daga crujió, pero sabía que su respuesta era lógica. Admitir un secuestro, aunque fuera a un niño, no le haría ningún favor. Tanto si planeaba matarme como secuestrarme, siempre valía la pena evitar riesgos innecesarios.

—Así que terminemos esto rápido, —dijo.

Al parecer, al mago no le gustaban los discursos interminables, así que lanzó otra andanada de hechizos. Bailé al son de sus imperceptibles explosiones de aire. Incapaz de bloquearlas, me vi obligado a esquivarlas con paso inseguro y dependí de mis quiebros para evitar daños críticos.

Primer disparo: la zona alrededor de mi cabeza explotó, así que me hundí para evitarlo. Segundo disparo: el suelo bajo mi estómago explotó, así que salté hacia atrás para esquivarlo. Tercer disparo: el aire bajo mi espalda explotó mientras estaba en el aire, así que no tenía ninguna esperanza de esquivarlo. En lugar de eso, relajé el cuerpo, rodé con el impulso e intenté acortar la distancia entre nosotros. Cuarto disparo: me cortó la trayectoria de aproximación, así que estampé mi daga contra el suelo para que sirviera de freno de emergencia. Quinto disparo, sexto disparo, séptimo disparo…

 

[Consejos] Muchas razas carecen del mecanismo interno para convertir el maná en magia. Incluso entre estas razas, hay algunas excepciones causadas por raras y repentinas mutaciones genéticas.

 

Durante su primera batalla, el hechizo que el mago había lanzado instintivamente expandió instantánea y explosivamente un volumen de aire alrededor de un único punto. Tenía un lugar especial en su corazón. El conjuro podía acortarse u omitirse por completo sin que disminuyera su impacto, que era comparable al de un fuerte golpe con un mazo. Además, un golpe ligero podía incapacitar a los enemigos sin matarlos, y la acumulación de varios de ellos podía derribar incluso a las bestias más grandes.

En definitiva, era un práctico truco de magia. Su viaje sin rumbo no había sido una aventura, pero el conocido hechizo se había utilizado muchas veces por el camino. De hecho, incluso podría decirse que la ráfaga de aire que había utilizado para repeler a la bestia que lo había asaltado a él y a sus amigos de la infancia mientras jugaban en el bosque hacía tantos años era la fuente misma de su confianza; era un recordatorio de que podía luchar para proteger algo que le importaba.

Ver cómo esquivaban y preveían su movimiento característico a cada paso minaba su psique. Su espíritu astillado se fracturó aún más, y la ira se hinchó en su corazón. Por supuesto, no hablaba en serio, o eso insistía en las solitarias profundidades de su mente mientras disparaba otra ráfaga. La necesidad de preservar al muchacho para venderlo más tarde junto a su hermana le sirvió de excusa para abstenerse de utilizar magia más letal.

Volví a fallar. El mago había calculado el momento en que el niño caía al suelo, y tenía el presentimiento de que acertaría. Sin embargo, el niño giró hábilmente su cuerpo para alejarse del lugar que había marcado. A pesar de mezclar ilusiones y hechizos de sueño en cada momento libre, el niño se había encogido de hombros ante todo lo que el mago le había lanzado. Los niños eran débiles de voluntad y sus egos estaban poco desarrollados, por lo que se suponía que eran especialmente susceptibles a los encantamientos. El hombre no podía entender cómo el niño se resistía.

Para colmo, el niño utilizó la fuerza de las ráfagas para recuperar el equilibrio, lo que no hizo sino avivar las llamas de la ira del mago. ¿Por qué? ¡¿Por qué cada! ¡Pequeña! ¡Cosa! ¿¡Tiene que salir tan mal? Siguió lanzando hechizos mientras intentaba calmarse. Fuera o no consciente de ello, la precisión de sus ataques había disminuido a pesar de su fachada de frío desinterés.

La sospecha se abrió paso en la nube de rabia que se agitaba en su cabeza. El chico parecía un mensch normal de poco más de diez años. En un mundo en el que los niños trabajaban largas jornadas y los quinceañeros eran considerados adultos, los niños eran propensos a un desarrollo acelerado, pero éste era demasiado fuerte.

Un niño normal debería haber quedado inconsciente al primer ataque. El hombre había visto niños en su ciudad natal y en su viaje que habían entrenado con sus vigilantes locales, y ninguno de ellos habría sido capaz de esquivar sus golpes.

La sospecha exigió pensamiento; el exceso de pensamiento desvió su atención; los sucesivos errores torcieron su mente con envidia. Y esa envidia llevó al hombre a una única conclusión: Es igual que yo.

El chico tenía una habilidad superior a la que podía alcanzar un niño de su edad. Esa habilidad suya había llamado la atención del mago como argumento de venta para un futuro comprador, pero pensándolo bien, tanta delicadeza sólo era posible con algún tipo de favoritismo divino.

Ver a un muchacho joven y andrajoso tratando de salvar a su hermana chocaba con el ambiente degenerado que los rodeaba. El mago hervía de odio: él también había recorrido ese camino, pero hacía tiempo que se había desviado de él.

Ningún hombre puede ansiar placeres desconocidos. Del mismo modo que uno no puede desear un sabor que nunca ha probado, tampoco anhelará una vida que nunca ha vivido. Pero ¿qué hay de los que pierden algo sólo para ver a otro con lo que una vez tuvieron?

Tengo que eliminarlo, resolvió el hombre. Su decisión no tenía lógica, ¿cómo podría tenerla? Probablemente nunca volverían a verse, y el chico estaba a un trato en el mercado negro de desaparecer para siempre. La envidia infantil que hervía la sangre era todo lo que hacía falta para que una persona matara a otra.

Sin embargo, a pesar de que los únicos testigos presentes eran él y el chico (que desaparecería si lograba cumplir su cometido), el mago siguió lanzando ráfagas de aire. Podría haber prendido fuego a toda la región o haberse salido de los límites del espacio-tiempo, pero a alguna parte subconsciente de su cerebro simplemente le pareció demasiado embarazoso hacer un esfuerzo serio para matar al niño. Nadie puede escapar de sí mismo por mucho que corra, y por mucho que el mago lo intentara, no podía negar esta verdad, que aparecía en las pequeñas decisiones que tomaba.

 

[Consejos] Los dioses traen mortales a sus mundos con razón, igual que los humanos cuidan acuarios y plantan hierbas marinas para criar peces. La intención oculta no se puede espigar desde dentro del agua, pero al aire libre…

 

Mucho después de haber perdido la cuenta de cuántas explosiones había esquivado, la mueca del rostro del mago empezó a transformarse en un ceño fruncido. La línea plana de su boca se deformó y ya no pudo ocultar las arrugas angulosas de su ceño. Aunque su cadencia de tiro había aumentado, me dio la impresión de que su furia había disminuido mucho su precisión.

Es un punto perfecto. Aproveché una explosión en mi retaguardia para acelerar rápidamente y avanzar unas decenas de pasos en un solo golpe. El insoportable dolor en el tobillo y las magulladuras que cubrían mi cuerpo eran un precio trivial a pagar por la supervivencia. Trivial, digo.

De repente, una voz encantadora cayó sobre mis oídos entumecidos. Me giré para ver la cabeza de Elisa asomando por el toldo del carruaje del mago. A pesar de no poder oírme llamarla, la voz del mago era alta y clara.

—Ya me harté. Si el método más problemático es más fuerte… —El espacio frente a él comenzó a brillar. Líneas blancas de luz se curvaron en formas complejas, creando un conjuro de apoyo para el lanzamiento de hechizos conocido como círculo mágico. Los había visto en los libros, pero ninguno de los magos que acompañaban a las caravanas hasta aquí los había utilizado antes, así que ésta era una experiencia nueva.

Las brillantes luces rugieron cuando el aire que las rodeaba se sobrecalentó hasta brillar incluso más que el propio círculo. Un vivo resplandor bañó la oscura madera, ahogando la luz del atardecer. Lejos del sol resplandeciente, esta bola de energía liberaba rayos de destrucción que amenazaban con quemarme a mí y al aire que ocupaba.

Yo… no puedo esquivar eso. Enfrentado a una muerte segura, mi espíritu estuvo a punto de flaquear, pero mi cuerpo se precipitó naturalmente hacia delante. Con una única y patética daga en la mano, lo aposté todo a las dudosas probabilidades de supervivencia que me quedaban.

Si los dados pueden lanzarse, que lo hagan. Una dulce, dulce serie de doce puntitos podría mirarte fijamente. Los dados del enemigo siempre podían caer en los dos puntos rojos de la perdición.

Mientras la luz se hinchaba y amenazaba con tragarme entero, oí la voz de Elisa.

—¡Señor Hermano!

 

[Consejos] Por lo general, la magia puede dividirse en dos categorías: hechizos que marcan un lugar determinado y hechizos que invocan fenómenos naturales. Los primeros son imposibles de resistir, pero pueden esquivarse, mientras que los segundos pueden resistirse, pero son inevitables una vez que el hechizo surte efecto.

 

Arrastrada fuera de un sueño fangoso y desagradable, Elisa se sentía tan enferma que quería llorar. Lo último que recordaba era que había salido y se había encontrado con un hombre aterrador. No recordaba nada más y estaba desesperadamente confusa sobre por qué se revolcaba en un saco en un lugar como aquel.

Se suponía que hoy iba a ser un día maravilloso. Iba a ir al festival con su querido hermano, comer el caramelo helado que él le había prometido comprarle y tal vez, sólo tal vez, volvería a bailar con él.

¿Cómo había acabado así aquel maravilloso día? Elisa tenía un sueño nauseabundo a pesar de que acababa de despertarse, y el ruido constante del exterior no ayudaba a su cabeza aturdida. Triste y sola, llamó a su hermano, y las lágrimas acompañaron sus palabras.

Después de llorar un rato dentro de la bolsa de arpillera, la tapa se abrió espontáneamente. Uno de los amigos de Elisa debió de abrirla. Salió gateando en busca de su casa, pero se encontró en un lugar que nunca había visto antes.

Elisa estaba dentro de un vagón oscuro, mohoso y lúgubre. Era completamente diferente del que montaba su padre cuando iba a la ciudad. No quiero estar aquí, pensó instintivamente. Por el persistente algo que flotaba en el aire oscuro, se dio cuenta de que nada bueno saldría de este lugar.

Había muchos ruidos fuera que la asustaron, pero se preparó y salió del carruaje. Asomó tímidamente la cabeza por el toldo sólo para ver cómo golpeaban a su querido hermano mayor. Su encantadora cabellera dorada había sido arañada en todas direcciones y su piel estaba salpicada de dolorosos moratones azules. Además, uno de sus ojos se había hinchado tanto que Elisa no podía distinguir el bonito azul que tanto apreciaba, y la lujosa ropa que se había puesto para su día en el festival estaba cubierta de barro.

La penosa visión de su maltrecho hermano llenó a Elisa de una desesperación que le partió el corazón en dos. Nunca había imaginado que ver herido al bondadoso Señor Hermano le causaría más dolor que ser herida ella misma.

El Señor Hermano está siendo molestado. Hieren al Señor Hermano. El Señor Hermano… ¡va a morir!

La niña expresó su angustia desgarradora con la voz. Un lamento sin forma escapó de sus labios y se transformó mientras llamaba a sus parientes… Y la luz blanca del dolor se desvaneció.

 

[Consejos] El elemento más importante en la magia es el deseo sincero de doblegar el mundo a la voluntad de uno.

 

—¡¿Qué?!

La onda del hechizo del mago se había deshecho, y la perdición inminente que simbolizaba había dado paso a la esperanza. No podía ni empezar a adivinar por qué, pero el proyectil a punto de ser lanzado se había disipado como un espejismo de verano sin rastro del calor que había caldeado el ambiente.

Realmente no lo entiendo… ¡pero lo aceptaré! Abandoné todo pensamiento y atravesé el camino despejado, clavándole mi daga en el estómago con todas mis fuerzas.

—¡Blagh! ¡¿Eh?! Qué…

Destrozarle los miembros no bastaría para desarmar a un mago, así que le apuñalé las tripas con la esperanza de inhibirle el habla, pensando que podría robarle sus conjuros.

Después de todo lo que había hecho, aún tenía mis reservas sobre matar. El hombre que tenía delante me había causado tanto dolor, casi me había matado y había secuestrado a mi preciosa hermanita; diez muertes y cien ahorcamientos apenas bastarían para pagar sus pecados. Sin embargo, la idea de acabar con su vida seguía asustándome.

Cortarle el cuello le mataría con toda seguridad. Los pulmones también eran un buen objetivo para evitar que lanzara magia, pero la idea de que pudiera ahogarse en su propia sangre me detuvo. Era un cobarde: Había llegado tan lejos y aun así me asustaba la idea de convertirme en un asesino. Pero también tenía miedo de que recuperara el vigor y empezara a recitar… así que le di una paliza.

—¡¿Se-Serás hijo de… uuf?! —Hay un truco para golpear a la gente: ¡es mucho más fácil si agarras una piedra o algo mientras lo haces!

—¡Augh! ¡¿Blegh?! ¡Hrngh!

Naturalmente, la sabiduría de que un puño apretado era la clave para dar los golpes más dolorosos vino nada menos que de mi maestro en todas las cosas brutales, Sir Lambert. Además, él me había enseñado que la forma más fácil de hacerlo no era agarrar con el pulgar, sino encontrar algo que apretar. Al parecer, con un puño sólido y la forma adecuada para aprovechar al máximo la gravedad, ¡hasta los puñetazos de un niño pueden convertirse en golpes aplastantes!

Miré a mi alrededor en busca de una masa adecuada y encontré una moneda de bonita forma tirada en el suelo, así que decidí tomarla prestada. ¡El dinero es poder! Vaya refrán más dorado. Con el trozo de metal en la mano, aporreé la cara del hechicero; sus dientes rotos me cortaron los dedos, pero prefería esto a cuando me lanzaba magia. Creo que estaré bien si le rompo todos los dientes delanteros.

Después de darle más de un puñetazo como para sentirme seguro, lancé otros dos o tres puñetazos por si acaso y todo quedó en silencio. No moriría pronto, ya que había evitado sus signos vitales, y me sentí bastante satisfecho. Con lo blando que estaba siendo, esto me bastaba.

Una rápida mirada alrededor reveló que todos sus compañeros habían desaparecido. Era justo. Quedarse habría sido peligroso con la cantidad de explosiones que estaba provocando.

—Elisa, ¿estás bien? —pregunté mientras la tomaba por las axilas para sacarla del carruaje.

—Mm, —afirmó débilmente.

La dejé en el suelo y la abracé con fuerza. Tenía un olor cálido y suave; la niña que ahora abrazaba con fuerza era tal y como la había dejado al mediodía.

—Estoy tan, tan contento… —La presencia de Elisa era un hecho, o mejor dicho, lo había sido hasta que me la arrancaron de las manos como a una pluma perdida. Su tierno calor no tenía precio, y su peso en mis brazos era el más preciado de todos los tesoros.

—¿Señor Hermano?

—Estoy aquí, Elisa.

—Señor Hermano… —Ella moqueó y comenzó a llorar ruidosamente mientras el miedo reprimido finalmente se instalaba—. ¡Tenía tanto miedo! ¡Señor Hermano! Pensé que tú… ¡tú!

—No pasa nada, —la arrullé—. El Señor Hermano está aquí. Siento haberte dejado sola, Elisa. Estaré aquí mismo, así que ya está bien. No llores.

Elisa lloraba como si quisiera desgarrarse las cuerdas vocales, y yo la abracé desde el fondo de mi corazón. Le froté la espalda y enterré la cara en su pelo para estar lo más cerca posible de ella. Siempre conseguía que se calmara y se durmiera. Cada nervio de mi cuerpo gritaba de dolor, pero de ninguna manera mis heridas tenían prioridad sobre calmar a mi aterrorizada hermanita.

Ahora bien, ya era hora de que abandonáramos la escena. Me había desviado del plan original, pero había hecho suficiente daño para abatir a todos los enemigos, así que me dirigí hacia la plaza del pueblo. Seguro que Margit hizo su parte y podremos encontrarnos en el centro…

Al cabo de unos pasos, sentí que algo se movía detrás de mí. Al girarme, vi al mago levantándose mientras se agarraba la cara ensangrentada. ¿Cuándo…?

Su mirada de pura animosidad se cruzó con la mía y mi cuerpo se congeló de repente bajo un maleficio. No sabía cuándo lo había conseguido ni de dónde lo había sacado, pero había sacado un gran bastón con el que había dibujado un círculo mágico, sin necesidad de conjuro.

El círculo era mucho más grande que el que me había abrasado hacía unos instantes, y su color era mucho más siniestro. Todo el aire a nuestro alrededor se detuvo por completo y la atmósfera se inundó de un silencio sepulcral.

Sólo el sonido de una maldición pronunciada entre dientes rotos y una lengua aplastada resonó en la nada. Escupió palabras y sangre por igual, haciendo que el círculo brillara intensamente y señalara mi inminente desaparición por enésima vez en el día.

La oscuridad se derramó desde el centro del círculo como una mancha de tinta, creciendo y creciendo hasta adquirir la forma de una esfera. Mi escaso vocabulario era inadecuado para describir aquella cosa.

Más negra que la noche más oscura, más grave que el fondo de un pozo seco, más silenciosa que un funeral y más vacía que un sueño sin sueños… Éstas eran las formas en las que podía intentar dar forma a la esfera incognoscible. Creció desde el centro del círculo mágico hasta alcanzar un tamaño que fácilmente podría tragarse a una persona entera.

Había abierto un agujero en el tejido de la realidad. Un horror distorsionado acechaba en su interior, esperando su momento para liberarse. Cada fibra de mi ser me decía que no podía escapar de él, que no había nada que las manos del hombre pudieran hacer una vez soltado el hechizo.

—Todos ustedes. Mueran. Todos los que se nieguen a reconocerme, todos, húndanse en las profundidades del infierno. —Entre sus largos murmullos, sólo estas palabras llegaron a mis oídos.

No sabría decir si la apariencia curiosamente suave del agujero negro se debía a que mis Reflejos Relámpago intentaban evadirlo de algún modo o si su extraña imagen estaba incorporada en el propio hechizo.

—Vaya, parece que he vuelto a tropezar con algo peculiar. —Una silueta apareció entre nosotros y la masa de pura desesperación que se aproximaba con toda la grandeza de alguien que camina hacia el mercado local. Sus pasos despreocupados la trajeron de la esquina de mi visión que había creído vacía al centro de la vista—. Aun así, qué conjuro tan grosero y derrochador.

El cuerpo negro se evaporó como un chasquido refrescante que empapó el universo. Como una vela cuya mecha se hubiera apagado, este conjuro se desvaneció con más naturalidad que la luz ardiente de antes.

Teñido de bermellón por el sol poniente, ni un solo pelo del moño perfectamente engastado de la mujer se había siquiera bamboleado cuando borró la bola de la muerte, y exhaló lánguidamente una nube de humo. Los brazos que se deslizaban a través de su profunda túnica carmesí eran delgados como su larga pipa, pero el contorno de su cuerpo tenía suficiente intríngulis para mantener un equilibrio impresionante.

Además, me llamó la atención la punta afilada de las orejas que sobresalían de entre sus mechones. No era una mensch; era una matusalén, la cima de todos los humanos. Impermeables a la edad, la enfermedad y la debilidad, estos seres eternos permanecían en su mejor forma física durante todo el tiempo, a menos que alguien consiguiera matarlos.

—He seguido una interesante frecuencia de maná aquí, pero estoy completamente perdida en cuanto a lo que ocurrió.

Con su cabello plateado brillando orgullosamente en el resplandor del atardecer, la mujer le dio la espalda al atónito mago y me miró a los ojos.

—Tú. ¿Te importaría explicarme qué ha pasado?

Era extremadamente hermosa. La belleza de su rostro la hacía parecer artificial; la habría creído si me hubiera dicho que un maestro escultor había dedicado toda su vida a esculpirla a la perfección. Unos labios flexibles, una nariz alta y galante y unos ojos heterocromáticos de azul intenso y jade claro embellecían el perfil nítido de su rostro, clavándose en lo más profundo de mi conciencia. Ninguna obra de arte podría igualar su atractivo natural.

—Tú… —gimió el mago—. ¡¡¡Tú!!! ¡¡¡Eres tú!!!

—Vaya, qué odioso, —comentó ella—. No sé quién eres, pero no me interesa un talento de tu nivel.

Se apartó de mí y se subió el monóculo que descansaba sobre su ojo izquierdo verde, suspirando por el alborotado mago que tenía detrás. Le gritó maldiciones y se preparó para volver a lanzar la bola negra de la perdición.

La mujer chasqueó los dedos y, de repente, todo terminó. El hombre desapareció como si nunca hubiera estado allí.

—Ahora, ¿te importaría contarme tu historia? —volvió a preguntar—. ¿De dónde sacaste a ese mutante?

 

[Consejos] Ni los conjuros verbales ni los escritos son absolutamente necesarios para la magia, pero esto es un hecho desconocido para el común de la gente.



[1] Un cañón de cristal, en los juegos, se le conoce al concepto de pegar fuerte pero no resistir nada de daño.

 

¿Quieres discutir de esta novela u otras, o simplemente estar al día? ¡Entra a nuestro Discord!

Gente, si les gusta esta novela y quieren apoyar el tiempo y esfuerzo que hay detrás, consideren apoyarme donando a través de la plataforma Ko-fi o Paypal

  Anterior | Índice | Siguiente