Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 1 Historias Bonus Extra

 


  

Concierto para la bañera

 

La bañera es el paraíso de los japoneses. Por supuesto, ahora soy un ciudadano imperial, pero, aun así.

—Muy bien, con esto debería bastar.

Me enjugué el sudor de la frente mientras contemplaba el fruto de varios días de duro trabajo cerca de un pequeño arroyo en el bosque de mi cantón. Tras pagar el peaje de sudor y agonía que exigen todas las grandes hazañas de la creación, había dado forma física a mis penurias, frustraciones e ingenio. Al ver la gran bañera de madera consagrada ante mí, casi se me saltan las lágrimas.

Tenía el tamaño justo para preparar miso o salsa de soja, pero no pensaba recrear los sabores de mi patria, lo único que quería era un baño.

Nuestro cantón era demasiado rural para algo más que un económico baño turco. Las saunas tenían sus méritos, pero mi alma forjada en el país del sol naciente anhelaba unas aguas termales que me llegaran hasta los hombros. Cada viaje al baño de vapor no hacía más que avivar las llamas de mi deseo, y finalmente perdí la paciencia y me construí el mío propio.

Y vaya que si me lo había creído.

Pensaba que construir un gran cubo sería fácil gracias a mi habilidad para tallar, pero el proceso había sido una pesadilla. Alinear todos los tablones para crear un ajuste hermético era realmente el trabajo de un artesano. No creo que hubiera terminado el proyecto sin el consejo del herrero local.

Después de fracasar tres veces en el intento de unir los tablones defectuosos que rescaté del aserradero, por fin conseguí hacer algo que retuviera el agua en mi cuarto intento. También había arreglado los agujeros de una vieja estufa de leña del montón de chatarra del cantón y había colocado encima una olla oxidada para hervir agua caliente. No podía crear algo tan complejo como un calentador de agua, pero supuse que diluir el agua hirviendo con agua fresca del río sería suficiente para la pequeña bañera de una sola persona.

—El arroyo cercano lo hace muy fácil, —me dije mientras echaba leña al fuego. Empecé a sudar mientras echaba agua en la bañera, pero me alegré mucho de hacerlo por el bien de mi baño; después de todo, no hay nada como sumergirse en agua caliente cuando se está sudoroso y cansado.

—Está casi listo…

Aumentar la temperatura del agua había sido más laborioso de lo que había previsto, pero por fin, mis preparativos estaban completos. Sumergirme en agua ligeramente demasiado caliente era parte de mí, y me sentí bastante satisfecho de mí mismo cuando sumergí la mano para comprobar el calor, hasta que un escalofrío me recorrió la espalda.

—Has estado muy distante últimamente, pero nunca habría imaginado que te escondías construyendo algo así. —Una voz sensual que se filtró en mis oídos vino acompañada de una nueva sensación de peso en mi espalda. Mi cuello giró como una bisagra sin engrasar para ver a mi sonriente amiga de la infancia—. Todo el mundo querría un turno si se corriera la voz sobre esto. ¿No sería una pena?

 

—…¿Cómo es que esto terminó así? —pregunté.

—Ahh, qué agradable, —dijo Margit, ignorándome.

Aunque los detalles distaban mucho de mi plan original, me encontré bañándome unos minutos después. La chica que me había amenazado con una sonrisa alegre hacía unos instantes ahora estaba sentada en mi regazo.

Había hecho la bañera más pequeña para que fuera más fácil llenarla de agua caliente; un adulto tendría que apretujarse, y dos niños mensch apenas cabrían. Sin embargo, Margit tenía espacio de sobra, siempre que doblara las piernas y se colocara encima de mí. Aun así, tenía un problema: mi agradable y relajante baño se había convertido en un horrible literal guiso de tensión.

—Había oído hablar antes de los baños de agua caliente, pero nunca me había dado cuenta de que fueran tan maravillosos, Erich, —dijo, mirando por encima del hombro con una sonrisa maliciosa. Se había soltado las coletas de siempre y su misterioso encanto no dejaba rastro de la inocencia propia de su edad.

—Me alegro de que te haya gustado…

—Mucho, —dijo ella—. ¿Volvemos a hacerlo alguna vez? —Mientras hablaba, sus brazos me rodearon el cuello y apoyó todo su cuerpo contra el mío.

—¡Qué… oye!

—Pero sabes, el hecho de que el agua se enfríe tan rápido es realmente una pena. Oh, así que por eso sigues hirviendo agua a pesar de estar ya en la bañera. Déjame ver, ¿cuánto debo añadir para calentarnos?

A Margit le habría resultado más fácil alcanzar el agua caliente si se hubiera inclinado un poco hacia delante. Lo hace a propósito… ¡Qué miedo! Cualquier otro chico de nuestra edad habría perdido la cabeza en más de un sentido.

—Aun así, te habría agradecido que me avisaras. —Sirvió un poco más de agua hirviendo para ajustar la temperatura y me lanzó una mirada acusadora—. No sabía que tenía que traer jabón, así que no puedo lavarme.

—Espera un momento, —le dije—, de todas formas, no puedes hacerlo.

—¿Qué? Pero los baños sirven para limpiar el cuerpo.

—No, se supone que tienes que mantener la bañera limpia.

—¿Eh? Pero no puedo evitar sentirme rara sin lavarme…

—¡No se te permite en absoluto ensuciar la bañera!

Para bien o para mal, mi apasionada disertación sobre la forma correcta de bañarse me hizo olvidar por completo otros detalles de mi situación actual. Sin embargo, Margit sólo había probado antes las saunas, y seguía mostrándose totalmente poco convencida por mucho que yo intentara explicarle con entusiasmo mi postura.

 

[Consejos] Los ciudadanos imperiales también se lavan antes de entrar en el baño, pero es aceptable usar un estropajo en el agua.

 

Hormigueo, amor fugaz

 

La mirada melancólica de una joven se posó en un chico de su misma edad. Bañado por la suave luz del sol filtrada a través de los árboles de los bosques del cantón, Erich se adormiló y comenzó a dormir la siesta de la tarde. Disfrutaba de un pequeño grado de fama local, y no era sólo por su pelo rubio y sus ojos azules por lo que era popular entre la población rhiniana.

Había muchas razones por las que su nombre era reconocido en todo su cantón; la primera y más sencilla, era popular entre las damas. En un mundo que aún no había alcanzado la madurez cultural, poseía el rasgo más atractivo que podía tener un hombre: el poder de ganar dinero. Normalmente, un cuarto hijo sin esperanzas de heredar su casa no atraería más atención romántica que una rama caída. Sin embargo, su nombre era un pilar en los cotilleos que florecían cada vez que se reunían las jóvenes.

Sus estatuillas de la Diosa eran lo bastante buenas como para que la iglesia se hiciera con ellas, y sus piezas de madera para juegos de mesa despertaban la admiración incluso de artesanos profesionales. De hecho, su habilidad como tallador era tan grande que corría el rumor de que financiaba de su bolsillo los persistentes gastos médicos de su hermana enferma. El hambre era una sentencia de muerte en esta época, y cualquiera que pudiera poner pan en la mesa era más que seguro que atraería los ojos y oídos del sexo opuesto.

Sin embargo, el interés de esta chica era de otro tipo. Al igual que Erich, era una mensch, y su crecimiento había comenzado un latido antes que el de todos sus compañeros, por lo que la intención de sus apasionadas miradas también era diferente. Su historia era tan sencilla como corriente; sin embargo, para una niña que apenas pasaba de los diez años, parecía cosa del destino.

Un día, sus amigos se burlaron de ella por su cuerpo alto y en desarrollo. No lo habían hecho por maldad: se había vuelto más linda y se habían burlado de ella en un intento simpático e infantil de procesar los latidos de sus propios pechos.

Sin embargo, una joven frágil no tenía margen de maniobra para apreciar esta «lindura». Poco acostumbrada al dolor, las palabras burlonas de los que consideraba sus amigos le dolieron más de lo que podía imaginar. Sintió la herida en lo más profundo de su corazón, en el punto vulnerable que la gente sella cuando llega a la edad adulta. Atormentada, la niña sólo podía rezar para desaparecer.

Pero entonces, Erich intervino suavemente para detenerlos. Con una lengua de plata superior a la de su edad, guio al grupo por la nariz y, antes de que se dieran cuenta, todos estaban jugando juntos de nuevo. La niña había encontrado naturalmente su lugar en sus juegos, del mismo modo que se sintió cautivada por la tierna mirada de Erich mientras los observaba. Desde una perspectiva ajena, la impía elocuencia del muchacho podría haberse considerado inquietante. Sin embargo, su significativa mirada sólo le pareció fiable a la joven, y catalizó el cambio en sus sentimientos de gratitud a amor.

Desde entonces, la muchacha no podía apartar los ojos de él cada vez que lo veía. Sin embargo, a pesar de albergar su fugaz primer amor, la chica nunca participaba en los cotilleos que florecían entre sus amigas.

El mejor rasgo de Erich no era que supiera hacer dinero. Era amable, cariñoso y no te daba la espalda en un apuro. Es más, había soportado el doloroso entrenamiento de la Guardia de Konigstuhl, o eso contaba la historia que ella había oído un día, por una razón que le hacía cosquillas en el corazón: no quería que nadie más sintiera el mismo dolor. ¿Qué tan galante y noble puede ser?

Ninguna de las otras chicas comprendía su verdadera valía. El dinero no era secundario, ni siquiera terciario. Ella sólo podía imaginar lo mucho que él cuidaría de la chica que consideraba más preciada.

Sólo sus fantasías bastaban para que un dulce cosquilleo recorriera su cuerpo. Quería saborear para siempre el pozo de calor en lo más profundo de sus entrañas desbordándose por todos los rincones.

Pero hoy la sensación era un poco diferente. Un miedo helado se abrió paso desde la parte más baja de su columna vertebral. Sorprendida por esta intrusión en el tierno calor de su felicidad, se giró para enfrentarse a un par de ojos dorados y brillantes.

—Disculpa, ¿te gustaría acompañarme en una conversación amistosa?

La voz era a la vez amistosa y hostil; el frío que transmitía ahogó el suave cosquilleo que había estado sintiendo… y nunca volvería a sentirlo.

Frizcop: Nooo, penita por la niña :c

 

[Consejos] Hubo un tiempo en la historia de la humanidad en que la capacidad de ganar dinero extra en invierno era mucho más sexy que la buena apariencia o una hermosa voz para cantar.

 

Artes secretas para seducir hombres


Hanna ladeó la cabeza con curiosidad cuando oyó que llamaban a la puerta. No esperaba invitados, y sus parientes no le hicieron el honor de pedirle permiso para entrar. Se quedó pensativa mientras abría la puerta a una joven que llevaba una cesta.

—¡Oh, pero si es Margit!

—Encantada, madre querida, —dijo la aracne, haciendo una reverencia juguetona como una noble.

Hanna no tardó en reconocer a la amiga de su hijo; la verdad es que la tenía en gran estima, desde sus patas de araña hasta su adorable pelo castaño y sus ojos color avellana.

La campiña era poco transitada, por lo que a menudo carecía de entretenimiento. Los prosaicos dramas humanos eran su principal pasatiempo, y ninguna conversación podía tocar la fibra sensible de una madre como las vidas amorosas de sus hijos. Los cuartos hijos solían tener grandes dificultades para encontrar pareja, dada la escasez de su herencia, por lo que ver a Erich envuelto en un joven romance llenaba de alegría a Hanna.

Además, Margit no sólo era una trabajadora de buenos modales que tenía todo lo necesario para triunfar en el campo, sino que era evidente desde fuera que estaba locamente enamorada de Erich. Tal vez los miembros del sexo menos capaz emocionalmente no se hubieran dado cuenta, pero Hanna también había sido una vez una doncella enamorada.

—Esto es de mi propia madre, para compensarla por prestarnos aceite el otro día.

La cesta de Margit contenía un trozo de venado cuidadosamente procesado. Los cazadores se ganaban la vida protegiendo de los ciervos las arboledas del coto, y la carne que proporcionaban al cantón era un artículo muy caro. Utilizaban mucho aceite: lo necesitaban para mantener sus herramientas, y muchos ganaban un buen dinero extra fabricando jabón con el aceite sobrante y las vastas reservas de grasa de sus presas. La granja de Johannes tenía su propio campo de olivos y su familia solía prestar aceite a los cazadores que lo solicitaban. Hoy parecía que habían pagado la deuda.

—¡Vaya! —dijo Hanna—, ¡esto es un corte de paleta!

—Sí, he oído que a todos les gusta.

El comercio en el cantón se basaba en el intercambio de favores, hasta el punto de que era raro saldar una cuenta en efectivo. Pagar fielmente la deuda era clave para vivir feliz en la aldea, pero este regalo era extraordinario. La paletilla de ciervo era muy magra pero sabrosa, y su preparación dependía en gran medida de la habilidad culinaria del cocinero.

En algunas regiones del mundo, la belleza de una mujer se ponía de manifiesto por lo bien que supiera preparar el plato de su pueblo. Hanna pensó en marinar la carne en una salsa a base de vino que a su cuarto hijo le gustaba especialmente cuando, de repente, tuvo una revelación.

—Sabes, Margit… Erich está fuera ahora mismo haciendo un recadito.

—Sí, estoy al tanto, —respondió la aracne—. No quiero molestar, así que me despido…

—Voy a preparar uno de sus platos favoritos. ¿Quieres acompañarme?

—¡Por supuesto!

Hanna no pudo reprimir una sonrisa al ver el entusiasmo de Margit. La visión de aquella doncella enamorada la llenó de vergüenza al recordarle su juventud. Una vez, ella también había dedicado incontables horas a cocinar con la madre de un chico, retocando esto y aquello en infinidad de pruebas que él nunca se comería. Los amargos recuerdos que se derretían sobre su lengua la dejaban con un impulso persistente de animar a la pequeña aracne como pudiera.

No podía evitar sospechar que había agotado toda su suerte como madre. ¡Y pensar que hay una chica que ama a Erich no por su estatus o fortuna, sino por ser quien es!

—Para empezar con los ingredientes, vamos a querer encontrar el vino más agrio que podamos.

—¿Eh? Pero a Erich le gusta el vino dulce…

—¡Jee, jee, es cierto! Pero podemos ajustar el sabor con miel, y no queremos que sepa demasiado dominante.

Al ver la atención de Margit fija como si estuviera en uno de los sermones del obispo, Hanna le enseñó alegremente a la chica sus artes secretas para seducir hombres.

 

[Consejos] El sauerbraten es un plato de carne muy adobada, un clásico del Imperio. Generalmente, la paletilla de cerdo o de ciervo se sumerge en una salsa a base de vino.

 

Animadas voces rebotan de un lado a otro sobre la mesa del comedor. Comer un enorme almuerzo para prepararse para el agotador trabajo de la tarde era algo muy rhiniano, y me sentí bendecido por estar sentado a una mesa forrada de carnes al vapor y pan.

—Viejo, esto está tan bueno como siempre.

Mientras saboreaba uno de mis platos favoritos, una sonrisa de complicidad se dibujó en el rostro de mi madre cuando empezó a contar su historia. Tejió su historia como una poeta sonora, y estoy seguro de que una lira le habría sentado bastante bien cuando reveló que el plato de hoy se había hecho en tándem con Margit, que había pasado a dejar la carne en mi ausencia.

—Ahh, así que esto es de esa chica, —dijo mi padre—. Tenía la sensación de que esta carne estaba más blanda de lo habitual; quizá sea porque esos cazadores la preparan como es debido.

—Ah, claro, los padres de Margit son cazadores, —siguió mi hermano mayor—. Espera, ¿eso significa que podemos comer toda la carne que queramos si son nuestros parientes?

—¡Heinz, eres un genio! —exclamó Michael—. ¡¿Crees que también podríamos comer carne de jabalí y de ave?!

—Sería genial, —asintió Hans—. Erich, ¿cuándo te casas con su familia?

La aguda observación de mi padre fue seguida inmediatamente por mis hermanos, que se lanzaron a decir lo que les dio la gana, dejándome con el ceño fruncido. ¡Qué astuta es Margit para tender trampas!

—¡Señor Hermano, no!

—¡¿Por qué no, Elisa?! ¡No todos los días se come carne tan buena!

Me deleité en la salubridad del único miembro de mi familia que me eligió a mí antes que a la carne, y le di otro mordisco a lo que era esencialmente una trampa de foso en forma culinaria. Sabía delicioso, pero la idea de que este sabor podría decidir mi vida me hizo fruncir los labios.

 

[Consejos] El matrimonio suele ser decidido por las personas que rodean a la pareja que se casa, y no por ella misma.

 

Madre insistente

 

—¡Vaya, vaya! ¡Bienvenido!

Llamé a la puerta de una casa que apenas se parecía a la mía y me respondió una dulce voz desde el interior. Esta casa de piedra a la sombra del bosque era el hogar del cazador designado oficialmente por el magistrado, lo que la convertía en la residencia de Margit. Dicho esto, no fue ella quien me recibió en la puerta.

—Lo siento mucho, querido. Margit está fuera haciendo un recado. ¿Por qué no entras mientras tanto?

El familiar pelo castaño y los grandes y bonitos ojos color avellana que me recibieron adornaban un rostro redondo y juvenil que parecía tener más o menos mi edad sólo por las apariencias. Sin embargo, mi sensibilidad masculina no podía evaluar correctamente la edad de la mujer de ocho patas; no era en absoluto la hermana de mi amiga de la infancia.

Tenía el pelo ligeramente ondulado y un aire muy distinto al de Margit. Mientras su hija destilaba picardía juguetona, ella tenía la compostura de una señora hecha y derecha.

—¿Te apetece un té? —me preguntó la venerable madre de Margit.

Aunque sólo fuera por eso, su porte chocaba con su aspecto: desde luego, no parecía una treintañera. Aunque podría pasar por la hermana preadolescente de Margit, sus expresiones, su forma de hablar y sus ademanes rezumaban una gracia madura. Además, podía distinguir los pendientes que colgaban de sus orejas entre los mechones de pelo, y su ropa holgada dejaba al descubierto la piel tatuada que llevaba debajo. No era la primera vez que me escandalizaba su brecha de apariencia: la tradicional marroquinería de aracne que había llevado en festivales pasados tenía un corte profundo que mostraba con orgullo un tatuaje de araña en la parte inferior de sus abdominales y un par de alas de mariposa justo encima del coxis.

—No, gracias, estoy bien, —le contesté.

—No está bien ser tan reservado desde tan joven. Ven, ven, acabo de preparar una nueva tanda de té. Toma asiento.

La viej… experimentada madre me empujó hacia una silla y me sirvió una taza de té rojo. No sólo era fresco, sino que lo acompañó de frutos secos aparentemente caseros para que no me fuera. Mi orgullo imperial no me permitía desperdiciar una taza de té en perfecto estado. Oh bueno, ¿qué se le va a hacer?

—Los chicos jóvenes son maravillosos, —dijo con una risita—. Están llenos de vida.

Frizcop: Ajale, le sabe la señora.

Su afirmación estaba cargada de un significado más profundo que hizo que una sacudida recorriera mi columna vertebral. Si los susurros de Margit eran una repentina gota de hielo, la voz de su madre era como un plumero recorriendo mi espalda.

—Sabes, cuando yo era más joven…

—¡Madre, ¿qué demonios estás haciendo?!

La voz familiar de mi amiga de toda la vida cortó el peculiar timbre dulce que me había estado haciendo cosquillas en el oído. Con una cesta bajo el brazo, entró, por la razón que fuera, por una ventana abierta. Saltó hacia mí tan ágilmente que la perdí de vista por un momento, y no tuve tiempo de reaccionar a su salto sobre mi pecho. Su sonrisa habitual desapareció y miró a su madre por encima de mi hombro.

—¡¿Por qué te estás intentando ligar a Erich?!

—Que cosa más fea dices. Sólo le he servido un poco de té.

El enfado inusitado de Margit la hacía parecer un cachorro descontento (en realidad, estaba más cerca de un lobo majestuoso), con el ceño arrugado por la rabia. Intenté calmarla y me tomé el resto del té para salir. Hoy me había prometido clases de tiro con arco en el bosque.

—¿Por qué estás tan enfadada? —le pregunté.

—Vi cómo le hacías ojitos a mi madre, —dijo.

—¡¿Qué?! No, espera… —Intenté disipar sus sospechas, pero seguía irritable, y el día de entrenamiento acabó siendo un infierno.

 

[Consejos] Los aracne alcanzan la madurez física relativamente rápido y apenas ven cambios en su aspecto una vez que lo hacen.

 

—Margit sonaba muy enfadada. ¿Qué ha pasado?

Un hombre delgado bajó del segundo piso un rato después de que su hija se llevara a rastras a su compañero con bocanadas de vapor saliendo de sus orejas. El hombre se quitó los guantes de trabajo y se sacudió la madera de la ropa.

Aparentaba unos cincuenta años; aunque podría haber sido un abuelo convincente para Margit, su parentesco estaba un paso más cerca, y poca gente habría creído que él y su mujer no estaban tan alejados en edad.

—¿Eh? Solo le di un empujoncito, eso es todo.

El cazador de toda la vida tomó asiento junto a su pareja. En contraste con la exuberante sonrisa de ella goteante de intención, dejó que sus músculos faciales se relajaran.

—¿Qué vas a hacer si eso crea un incendio?

—Pero querido, no creo que sea muy apropiado estar demasiado lleno de uno mismo o de su posición. —Se llevó una mano a la mejilla e inclinó la cabeza mientras hablaba, haciendo que una sensación familiar recorriera la columna de su marido—. Si se descuidara y dejara escapar a su objetivo… bueno, eso no es lo que hace un cazador, ¿verdad?

La razón de los escalofríos del hombre era simple: su expresión era la de un depredador arquetípico. Al reflexionar sobre su propia historia, el hombre recordó que, a pesar de su condición de cazador, también era un blanco indefenso enredado en una tela de araña.

Según su mujer, su hija era, con diferencia, la favorita en su carrera de amor, pero se le había subido el protagonismo a la cabeza, y hacía poco que había empezado a jugar con su comida. Por supuesto, la madre de Margit nunca prohibiría tales cosas; el periodo de dulzura que transcurría entre la amistad y el noviazgo no era territorio que pudiera recauchutarse una vez asentada una relación. Aun así, era inaceptable ahogarse en aquella dicha y perder de vista los peligros de sus rivales románticos.

—Nuestra pequeña tiene mucha competencia, —suspiró—. Tú lo sabes, ¿verdad?

—Tiene sentido, —dijo—. El chico tiene buena reputación.

La cara de Erich apareció en la mente del delgado cazador mientras pensaba en lo que había oído decir a sus amigos. El chico era diligente y honrado, y era especialmente popular por el valor de sus tallas de madera. Las viudas y las familias sin hijos se fijaban especialmente en él.

El padre estaba impresionado por lo bien que su hija se las había arreglado para defenderse de sus competidores y conservar su puesto a su lado. Sin embargo, si seguía danzando a su alrededor, corría el riesgo de perder su presa ante la emboscada de otro depredador: después de todo, existía una situación en la que un hombre no tenía más remedio que asumir su responsabilidad.

—Así que, bueno, ya sabes… —dijo su mujer con una risita traviesa.

Su risa no le hizo más que presentir cosas malas, y pensó en silencio en el niño. Este es un camino de espinas, hijo.

—¿Qué pasa, querido? ¿Sucede algo?

—…¿Qué te hace pensar eso? Estaba pensando en lo encantadora que está hoy mi mujer.

—Vaya, no conseguirás nada por hablar dulcemente de tu encantadora esposa, ¿sabes? Por supuesto, estoy más que feliz de aceptar cualquier cosa que me des.

La señora sonrió alegremente ante su arriesgada broma y su hombre imitó su expresión. Sus dos sonrisas, tan incongruentes como eran, continuaron durante un buen rato.

 

[Consejos] La «responsabilidad» recae generalmente en el hombre, aunque se encuentre inmovilizado.

 

La opinión de una aracne sobre el amor

 

Cualquier conversación entre doncellas desembocará en una charla sobre el amor, con el aroma meloso de los pétalos danzantes. Los labios lubricados con suficiente alcohol seguramente dejarán escapar el nombre de su chico favorito, y quizás incluso los secretos más profundos de su gusto por los hombres.

—¿Que por qué me enamoré de él? —preguntó Margit a modo de confirmación.

Ante esta pregunta, su característica sonrisa había sido sustituida por una rara mueca. Las divagaciones románticas de las borrachas del lugar ya eran bastante aburridas y, para colmo, a ella personalmente no le parecía decente hablar tan abiertamente del tema. Disfrutaba enormemente del espacio que ocupaba en ese momento: no era del todo una amante, pero desde luego era más que una amiga, y la sacarina relación dejaba el suficiente regusto agrio como para estimular sus sentidos.

Por encima de todo, Margit era muy consciente de que no estaba sola en su búsqueda por conquistar el corazón de su amado. Aun así, no tenía intención de enviar al enemigo ningún tipo de munición, y la pregunta de por qué lo amaba tanto había puesto a la pequeña cazadora al borde del abismo; decidió responder, ya que destacar entre sus compañeras no era lo ideal. A veces, la capacidad de rendirse demostraba ser una habilidad útil.

El objetivo de Margit era su amigo de la infancia Erich. El impulso de su curiosidad era bastante simple, pero las raíces de su amor eran abundantes. Pensó en razones que superaban en número a sus dedos, buscando la más fundamental.

—Déjame pensar… —Tras una larga pausa, su primera opción fue—: Quizá lo decidido que es.

Erich no vacilaba. Había momentos en los que se tomaba una pausa, pero nunca abandonaba los valores fundamentales en los que había decidido anclarse. No importaba lo difícil o engorrosa que fuera la tarea, siempre terminaba lo que se proponía. Del mismo modo, nunca faltaba a su palabra.

Su disposición también se manifestaba físicamente: nunca había dejado caer a Margit cuando se abalanzaba sobre él. Saltar sobre alguien no es tarea fácil, y los pequeños errores pueden convertirse en lesiones graves tanto para el que salta como para en el que saltan. Incluso una aracne saltadora, compacta y ligera, es muy potente cuando se lanza a toda velocidad. Si los dos caían al suelo juntos, no sería de extrañar que se rompieran uno o dos huesos.

Sin embargo, Erich la había atrapado amorosamente todas las veces. Margit tenía la misma fe absoluta cuando se abalanzaba sobre él que cuando saltaba a las robustas ramas de un gran y venerable árbol.

—Sabes, la lista de cosas sobre las que uno puede saltar a ciegas es bastante limitada, —dijo la aracne, terminando su licor. Sus palabras no hicieron más que avivar las llamas de la envidia de las otras chicas.

¿Cuántos lugares había a los que uno podía confiar su cuerpo? Para la mayoría era difícil relajarse por completo y caer de bruces en la propia cama con la fe de que nada saldría mal.

Los alardes de Margit dejaban una silenciosa inquietud en las mentes de las demás chicas: ¿las aceptarían sus enamorados o sus prometidos, tanto física como emocionalmente? La frustración de su público y la magia del hidromiel (agravada por su lamentable baja tolerancia) llevaron a la aracne a amontonar una característica encantadora tras otra.

Habló de las pequeñas cosas que él hacía despreocupadamente por ella cuando la tomaba o la llevaba de un lado a otro; de la consideración con la que preparaba las cosas que ella quería sin que ella se lo pidiera; de su naturaleza indulgente y su voluntad de ayudarla a aprender de sus errores sin reproches; y, sobre todo, de cómo elegía decir las cosas que ella quería oír en cada momento. ¿Cuántas personas conocería en su vida que se preocuparan tanto por ella?

—…Y ahora que lo pienso, su pelo es maravilloso. —Los elogios de Margit a lo atractivo en lo que a menudo posaba sus ojos sólo llegaron al final de su floreciente diálogo como una ocurrencia pasajera, llenando a las que la rodeaban de un misterioso sentimiento de inferioridad. Ajena o indiferente a sus luchas, se levantó de la mesa para dejarlos atrás tras decir—: Y venga, echen un buen vistazo.

Margit había hablado del diablo, y el chico en cuestión había aparecido ante sus ojos. Debía de haber tirado de otro lote vacío, pues caminaba con el rostro agotado y una copa en las manos.

La aracne preparó su habitual aproximación. Como doncella enamorada, esta exhibición ampulosa era su derecho divino. Apagó su presencia y se acercó sigilosamente detrás de él sin siquiera dar un paso, y luego utilizó cada gramo de su agilidad arácnida para saltar directamente hacia él.

El resultado apenas necesitaba palabras: una mirada a la plétora de tazas vaciadas por la frustración era prueba suficiente de su éxito. Tras completar su ataque furtivo, la aracne enterró alegremente la nariz en el suave pelo dorado del chico y sonrió.

 

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