Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 2 Finales de la primavera del duodécimo año (I) Parte 1

 


Conexión (II)

Diferentes sistemas utilizan las conexiones de diferentes maneras, pero algunas pueden jugar un papel de apoyo tan directo que influyen en la historia del grupo de PJs. Pueden dar dinero, prestar objetos e incluso ayudar directamente al grupo usando sus propias habilidades.

A veces, desarrollan relaciones íntimas con los PJ como amantes o enemigos mortales, y son útiles herramientas narrativas que añaden un toque de color a cualquier aventura.


 

Había pasado una semana desde que nuestro viaje se vio interrumpido por un festín divino. El tiempo sin incidentes que había seguido hizo que el pandemónium del primer día pareciera un sueño lejano.

Aunque no sabía por qué Elisa había dejado de llorar y había empezado a relacionarse con Lady Agripina con más normalidad, no me cabía duda de que la magus había hecho algo inteligente para despertar el deseo de aprender de mi hermana. Toda nuestra familia había intentado decirle que llegaría a ser maestra, que estaríamos muy orgullosos de ella, y más cosas, sin éxito. No tenía la menor idea de cómo Lady Agripina había logrado convencerla, pero bien está lo que bien acaba.

Un terrible escalofrío me había recorrido la columna vertebral en un momento dado, pero había preferido ignorarlo ya que el aire primaveral seguía siendo bastante fresco.

Estiro la espalda sentado en mi sitio habitual: el palco de la diligencia. Durante los últimos días, me había encargado de la parte delantera del carruaje y de los dos maravillosos corceles negros que tiraban de él. El vehículo era una diligencia estándar, como las que montan los nobles en los cómics y las películas.

Normalmente, el manejo se dejaba en manos de un hechizo —la magia era casi demasiado conveniente—, así que no había necesidad de que yo estuviera aquí. Era mi forma de retirarme de la habitación para dejar que Elisa estudiara en paz. Cuando yo estaba cerca, le costaba concentrarse porque intentaba llamar mi atención.

Dicho todo esto, mi primer viaje en carruaje no estuvo tan mal. Montar mirando al cielo abierto era agradable, y de vez en cuando nos cruzábamos con húsares que patrullaban y cuyo aspecto galante resultaba agradable a la vista. Marchaban con atuendos minimalistas, formando filas perfectamente ordenadas, con sus largas lanzas sostenidas con una soltura práctica y vigilante. Me resultaba difícil expresar con palabras lo fiables que me parecían estos disciplinados símbolos de paz y seguridad.

Incluso llegué a ver bandas de lo que sólo podía suponer que eran aventureros. Vi a un hombre vestido con armadura y a una joven que llevaba un bastón en la parte trasera de un carro de pasajeros. Junto a ellos había una mujer que portaba un escudo sagrado y un arquero de baja estatura que sujetaba su arma; a juzgar por su altura, tal vez fuera un floresiensis. Ver un grupo de principiantes arquetípico hizo que mi corazón bailara de entusiasmo.

Aventurarse no es tan horrible como todo el mundo dice, pensé. Mis expectativas aumentaron. Algún día, yo también esperaba reunir a mis compañeros y partir como ellos. Pondría todo mi empeño en exterminar bandidos, me deleitaría con el glamour de sumergirme en ruinas olvidadas y resolvería la clase de problemas que harían que mi campaña quedara registrada en la historia.

Como había pensado, el camino real tenía su propio encanto. Una vez más, me propuse hacerlo lo mejor posible.

En la última semana, había recibido mucha instrucción sobre lo arcano en mi tiempo libre. A diferencia de milagros como Purificar, que podía limpiar al instante cualquier cosa, desde un frasco de agua sucia hasta un río contaminado, con el poder de los dioses, la magia no tenía soluciones fáciles. En cambio, las tareas domésticas realizadas con magia me exigían reunir varios hechizos en una fórmula compleja.

Lady Agripina me enseñó lo que mi texto de magia (también conocido como guía de tareas) no mencionaba. En concreto, me explicó que la magia podía dividirse en tres grandes propiedades: mutación, migración y manifestación. No importaba lo complicado que fuera el hechizo, estos tres elementos podían utilizarse para describirlo.

La mutación se refería a la alteración de algo que ya existía. Se podían modificar los detalles de fenómenos preexistentes, como reforzar o debilitar la llama de una hoguera. De otro modo, se podía tomar una cantidad positiva de energía cinética e invertirla en un déficit igual; en otro ejemplo aún, se podían provocar reacciones químicas o una ruptura física. Al ser la categoría que dictaba los cambios de forma, podría decirse que ésta es la propiedad más abiertamente mágica de las tres.

Le sigue la migración. Como su nombre indica, se refiere al movimiento de un cuerpo. Desplazar una masa físicamente por el espacio entraba naturalmente en este apartado, pero también incluía la redirección de energías de todo tipo. Incluso implicaba la transferencia de propiedades de una cosa a otra, y se podían sobrescribir por completo las características de un objeto de esta forma. Los hechizos llamativos que levantaban muros y permitían al lanzador moverse de formas inhumanas eran los más comunes en esta categoría.

Por último, estaba la manifestación. Esta también se desviaba poco de lo que cabría esperar: era la propiedad que explicaba cómo se podía hacer que algo existiera artificialmente, de No a Está. La manifestación era la rama más sofisticada de la magia. Aunque los hechizos eran propensos a torcer las leyes de la física, el principio general consistía en respetarlas al tiempo que se invocaba un efecto increíble. El mundo no veía con buenos ojos la existencia de los No, y someter la realidad a la voluntad de uno hasta ese punto era prácticamente obra de dioses.

Así pues, la manifestación consistía en dar forma física al maná y crear materia a partir de él. Al suplantar la nada con maná realmente existente, los magos decían al mundo: «No, ¿ves? Aquí que hay algo con lo que crear algo nuevo». O bien, engañaban a la realidad haciéndole creer que simplemente utilizaban la magia para reforzar algo que ya existía.

Sin embargo, las explicaciones teóricas sobre cómo funcionaba exactamente la manifestación variaban enormemente entre los distintos cuadros y subfacciones del colegio. Sería fácil llenar un libro entero si se estudiara el asunto con demasiada seriedad. De hecho, parece que dos o tres vidas no bastarían para comprenderlo en su totalidad, y viniendo de una matusalén de casi 150 años, eso ya era mucho decir. Decidí mantenerlo a un nivel elemental y guardarlo en mi memoria como «se pueden hacer cosas».

A grandes rasgos, tenía cinco tareas principales: cocinar, limpiar, lavar la ropa, organizar y coser. De ellas, las que más utilizaba con la magia eran la limpieza y lavar la ropa. Cocinar con magia podía acarrear resultados impredecibles (digamos, por ejemplo, que un hechizo para crear una comida totalmente preparada se revirtiera cuando ya estaba en tus entrañas), así que sólo podía utilizarla para tareas auxiliares. En cuanto a la organización, me habían dicho que no me molestara más allá de mantener las cosas ordenadas. Por último, era difícil dejar algún efecto físico duradero en cualquier cosa que cosiera con magia, así que mi maná quedaba relegado a alimentar un autómata de costura.

Parecía que el mundo mezclaba la comodidad de los juegos de rol con los inconvenientes de la existencia física. Por supuesto, si un hechizo bastara por sí solo para hacer una comida, el equilibrio de todo el escenario se vendría abajo. Además, nadie se volvería a molestar en comprar sets de comida portátiles (¡ahora con raciones para toda una semana!).

Además, las cosas empezarían a parecer baratas si fuera demasiado fácil hacerlo todo. Estoy seguro de que habrá quien no esté de acuerdo, pero personalmente creo que esta delgadísima línea entre comodidad y penuria le daba sabor al mundo. Las configuraciones eran tan magníficas que estaba seguro de que podría compartir una bebida maravillosa con quienquiera que hubiera diseñado las propiedades fundamentales de este mundo.

Mi mente albergaba tanto la fantasía como el cálculo mientras recogía un puñado de hechizos que sabía que lo eran. Por suerte, mis reservas de experiencia eran abundantes gracias a mi encuentro con el secuestrador y a mis ahorros.

El primero que elegí fue un hechizo que no era de combate y que se encontraba en la categoría de asistente arcano: Limpiar. Como su nombre indica, el hechizo eliminaba toda la suciedad de un lugar y la acumulaba en un solo sitio. El dominio adicional me permitía apuntar a una superficie más amplia y a nuevos tipos de suciedad. Incluso en III: Aprendiz, este práctico hechizo me permitió recoger todo el polvo, la suciedad, la arena y el barro de una pared que medía unos seis tatamis. Me imaginaba que a todas las madres del imperio les encantaría aprender este hechizo.

Era realmente asombroso. Ojalá lo hubiera tenido en mi vida pasada. Acabé derrochando para subirlo a V: Adepto, y ahora podía romper cualquier tipo de suciedad que no fuera algo roto. Y no sólo eso, sino que lo hacía en la superficie de todo un estudio a la vez. El polvo y la suciedad eran evidentes, pero incluso eliminaba las manchas de grasa y hollín de la cocina. El hechizo era la envidia de cualquiera que apreciara la higiene.

El único problema era la peculiaridad que me obligaba a tener en mente el tipo exacto de suciedad que intentaba limpiar al lanzarlo; esto significaba que tenía que investigar el origen de las manchas y similares antes de abordarlas. El fallo se debía a un mecanismo de seguridad integrado en la ecuación mágica para evitar que alguien «limpiara» accidentalmente el papel pintado —o peor aún, la propia pared— en lugar de la suciedad que había sobre ella. Teniendo en cuenta que siempre era más difícil reconstruir que destruir, parecía una característica necesaria.

Aun así, podría haberla utilizado para un festival gore de clasificación M si hubiera querido. No es que quisiera, ¿de acuerdo? Estoy seguro de que cualquiera podría inventar el tipo de magia que tenía en mente: arrancando la piel del cuerpo de alguien, podía convertir a una persona viva en un modelo anatómico. Era un hechizo embriagadoramente potente, del tipo «últimas palabras», pero también era consciente de que era el tipo de cosa que utilizaría alguien que perteneciera al extremo más puntiagudo de la espada de un aventurero.

Desvié mi atención de este pequeño truco. El hechizo Limpiar me permitía eliminar la suciedad de la ropa sin necesidad de empapar la tela en agua mediante el proceso descrito anteriormente. Con esto en la mano, al menos podría cumplir con el mínimo de mis obligaciones como sirviente. Supuse que aprendería más habilidades a medida que fueran necesarias.

Miré hacia el cielo. El sol ya estaba alto, lo que significaba que nos tocaba un breve descanso.

—Madame, ¿me permite?

Hablé con un hechizo que había tejido y recibí una respuesta instantánea. Aparentemente, había una minucia legal que me impedía llamarla «ama»; no podía justificar el uso de su nombre teniendo en cuenta nuestra diferencia de clase social, y no éramos tan amigos como para usar apodos. Al final, opté por no complicarme y llamarla «madame».

Curiosamente, me había exigido que no la llamara «milady». Tal vez había algún tipo de trauma enterrado allí. Como mujer soltera que ostentaba una inmensa autoridad, pensé que el término encajaba perfectamente, pero su mirada había sido curiosamente intensa cuando se lo sugerí.

El hechizo de Transferencia de Voz que estaba utilizando me permitía enviar un susurro a un símbolo místico y entregarlo directamente a la persona que lo había creado; era perfecto para un Asistente Arcano. Su único defecto era su incapacidad para iniciar una comunicación bidireccional, por lo que las conversaciones privadas requerirían que ambas partes tuvieran la misma habilidad.

—¿Qué pasa?

Por otro lado, la voz que resonaba en mi mente estaba siendo transmitida a mi cabeza usando el hechizo Transferencia de Pensamiento que se encuentra en la categoría de magus. Éste podía iniciar una conversación bidireccional y evitaba la necesidad de hablar físicamente, reduciendo el riesgo de que leyeran los labios. Entre las dos opciones, esta era superior en todos los sentidos.

Dicho esto, para adquirir Transferencia de Pensamiento en I: En Ciernes requería tanta experiencia como para llevar Transferencia de voz a VII: Virtuoso, así que no pude evitar sentir que la diferencia de funciones era un fiel reflejo de su coste. Por muy útil que me pareciera Transferencia de Pensamiento, tenía otras prioridades; la versión de imitación tendría que bastar. Era preocupante lo absurdamente caros que resultaban todos los hechizos relacionados con la psique.

Dejando eso a un lado, avisé a mi señora de que el día avanzaba y ella decidió que era hora de comer. Detuve el carruaje a un lado de la carretera y comencé a prepararme para la hora del descanso. Aunque no es que tuviera que hacer mucho.

Lady Agripina no era tan aficionada a la vida al aire libre como para incluir la acampada como parte de su viaje, de ahí nuestras frecuentes paradas. Del mismo modo, las recetas rústicas de las comidas de hoguera ofendían su lengua; su comida era algo que había comprado en la última posada. Mantenida caliente y libre de descomposición con un conjuro, dudé en reducir los lujosos festines que ella disfrutaba al mediodía a una mera fiambrera, pero es que era básicamente eso.

Mi única tarea consistía en regresar al carruaje una vez transformado su interior en comedor para poner la mesa. Una vez lo hice, Elisa tuvo que estudiar modales durante la comida. Ella nunca había tenido la oportunidad de asistir a la escuela del magistrado, así que nuestra ama se desvivía por enseñarle estas cosas. En realidad, las lecciones de Elisa seguían siendo lo más básico de lo básico: estaba aprendiendo las letras y la lengua palaciega, y la comida de hoy parecía tan llenadora como siempre.

La magia no era tan amable ni segura como para que un indigente sin educación pudiera aprenderla bien, según Lady Agripina. Su argumento era bastante convincente.

¿Yo? No soportaba comer lo mismo que ellas, y resolvía mis comidas con panes baratos y productos lácteos. Con un cuchillo partía en dos una hogaza gigante y la rellenaba con lo que tenía a mano para hacerme un bocadillo, que era más que suficiente. La verdad es que deseaba un poco de mayonesa o mostaza, pero pensé que ya probaría a crearlas con alguna habilidad culinaria más adelante.

Me encogí de hombros ante la mirada desdeñosa de Elisa mientras me observaba preparar mi desahogada comida plebeya y regresé al palco de la diligencia para disfrutar de mi bocadillo bajo el cielo azul. El pan de las posadas de calidad estaba hecho sólo con el mejor centeno; a diferencia de los panes de los moteles más baratos, que se dejaban secar después de ser horneados a granel, la textura era agradable y esponjosa. La sutil nota ácida combinaba bien con el salado del chucrut o el jamón. Apuesto a que esto iría muy bien con sardinas en aceite o cualquier otra cosa con un poco de grasa.

Terminé mi sencilla pero deliciosa comida y decidí hacer un poco de ejercicio. La suspensión del carruaje era exquisita —ahora que me fijaba, veía que los ejes ni siquiera estaban conectados a la carrocería principal; ¿cómo demonios se movía esta cosa?—, así que no me preocupaba que me doliera la espalda ni nada parecido, pero necesitaba estirar un poco las piernas.

Nos acercábamos rápidamente al final de la primavera, y en cualquier otro año habría estado ayudando con las prisas previas al verano. Había que labrar la tierra descongelada, sembrar las semillas y hacer un montón de otras tareas. Mi cuerpo, bien acondicionado, hacía sonar las alarmas y gritaba: «Eh, ¿por qué no nos movemos? Es hora de trabajar en el campo, ¿no?». Si me quedaba sedentario ahora, me costaría dormir más tarde.

La madame era de las que disfrutaban a fondo de sus comidas, y calculé que tenía al menos otras dos horas antes de reanudar nuestro viaje.

Me quité la capa que me protegía del polvo y la arena. Dejaba que la Lobo Custodio colgara de mis caderas en todo momento para acostumbrarme a mi centro de gravedad desplazado, pero aquí la saqué de su funda.

Mi querida espada medía más de la mitad de lo que yo medía, por lo que desenvainarla requería un toque delicado. Aunque medía menos que la mayoría de las espadas largas, la Lobo Custodio parecía una espada de dos manos adecuada para mi complexión infantil. Si mi Fuerza o mis Artes de la Espada Híbridas se hubieran quedado atrás, sospechaba que habría sido incapaz de blandir la espada con una sola mano.

Agarré el mango con la mano derecha y sujeté la vaina con la izquierda. En lugar de tirar con el brazo, giré todo el cuerpo para liberar el acero de su encierro. Aunque no era del todo fácil, esta técnica me permitía sacar la hoja sin movimientos antinaturales.

Seguí mi rutina de entrenamiento como de costumbre, dejando que mi cuerpo se acostumbrara a los golpes. Un tajo desde arriba, el costado, abajo y una estocada fueron seguidos de un cambio de postura y una reorganización de los mismos ataques. Golpeé al enemigo imaginario que tenía delante.

Mi objetivo eran las articulaciones: ni la más dura de las armaduras podía cubrir la totalidad de un cuerpo. Las axilas, los codos y el interior de los muslos debían permanecer abiertos para preservar la amplitud de movimiento, y sólo podían protegerse con cotas de malla. Con suficiente precisión y habilidad, atravesar estos puntos débiles era una tarea sencilla.

Cuanto más fuerte fuera el oponente invisible que pudiera invocar con la mente, mejor. Como cierto artista marcial, mi ideal sería imaginarme un enemigo hábil que viniera hacia mí con la pura intención de matar. Incapaz de lograrlo por mí mismo, me conformé con fabricar un Sir Lambert++ con el que entrenar.

Bien, ya he calentado.

Había llegado el momento de probar algunos movimientos que tenía en mente. Como era tradición, había gastado más de la mitad de mis puntos de experiencia acumulados en una compra gigantesca: Procesamiento Paralelo.

Este rasgo era indispensable para el estilo de espadachín mágico que quería ser. Quería utilizar el tipo de hechizos que normalmente se reservan para las acciones principales y lanzarlos como acciones extra.

No había forma de evitar el hecho de que la magia requería una buena dosis de reflexión. ¿Quién es el objetivo? ¿Cómo funcionará el hechizo? ¿Cuándo? ¿Cuánta energía debo utilizar? Éstas eran las preguntas que uno debía hacerse para evitar un fallo crítico o una pifia. Con tantas piezas en movimiento, poner todo en orden sin una gran concentración era una tarea de enormes proporciones. El nivel de multitarea era mucho mayor que el de escribir un mensaje de texto mientras se habla por teléfono.

En ese caso, no importaba lo rápido que pudiera lanzar un hechizo, lo fácil que fuera usarlo o incluso lo eficiente que fuera en términos de maná. Siempre estaba a un paso de perder la concentración y el acceso a la mitad mística de mi kit, y con ella la experiencia que le había dedicado.

Mi respuesta fue el Procesamiento Paralelo: me permitía amasar en la mente varios trenes de pensamiento no relacionados entre sí. No era lo mismo que soñar despierto mientras fingía escuchar a alguien hablar; ahora mi cerebro tenía la capacidad de activar una segunda unidad de procesamiento en toda regla.

La magia no era la única tarea que requería pensar. El manejo de la espada tenía sus propias complejidades. Sabiendo que ninguna Inteligencia me daría la potencia de cálculo necesaria para hacer ambas cosas a la vez, me había regalado algo que seguramente necesitaría en el futuro.

Aún no me había acostumbrado a la sensación de pensar en dos cosas a la vez. Había una incomodidad peculiar que la acompañaba, y me provocaba extraños conflictos internos. Sin embargo, supuse que ambos pensamientos eran yo en el fondo, así que acabaría acostumbrándome.

Una mitad de mi conciencia tejió un hechizo y lo activó. El maná brotó del anillo lunar de mi dedo corazón izquierdo y adoptó la forma de una Mano invisible. Con un tercer apéndice que no podía verse, sería capaz de…

En ese mismo instante, una terrible sensación se apoderó de mí. Mi habilidad de Adepto de la Escucha captó un sonido familiar en la distancia.

Este… es el sonido de una flecha siendo disparada.

 

[Consejos] La esgrima a una mano de Occidente difiere de la tradición oriental. La razón por la que un espadachín empuña su espada sólo con la mano derecha es para poder llevar un escudo. Del mismo modo, las Artes de la Espada Híbridas siguen el mismo principio: tanto si la mano izquierda sostiene un escudo como si es simplemente un puño para un contraataque improvisado, se fomenta dejar libre la mano no dominante.

 

Ya no recordaba en qué momento de mi vida pasada había oído esto, pero sabía que la velocidad de una flecha era de cuarenta y cinco metros por segundo, más o menos dependiendo de la calidad del arco. Eso significaba que recorrería al menos cuarenta metros al instante de ser disparada.

Sin embargo, su velocidad no podía compararse con la de la electricidad. Las señales neurológicas que circulan entre las sinapsis del cerebro bostezan al ritmo del proyectil medio. Además, la resistencia y la gravedad reducían la velocidad inicial de la flecha; con suficiente entrenamiento, cualquiera podía reaccionar razonablemente a tiempo.

Con mis impecables reflejos relámpago, ya me estaba moviendo cuando oí el sonido. Me puse en cuclillas y me giré hacia la fuente del ruido, utilizando mi Procesamiento Paralelo para redirigir mi Mano Invisible activa.

La flecha voló desde el linde de un pequeño bosque, a cierta distancia del camino, pero se hundió en mi Mano Invisible antes de alcanzar su objetivo. Esta mano era maná con forma física —más que una simple fuerza amorfa—, lo que significaba que podía bloquear cosas en el aire. En esencia, podía usarla como escudo improvisado.

Eso aparte, ¡¿qué demonios está pasando?! ¡¿He hecho algo para merecer esto?! ¡Más importante, eso fue asombroso! ¡Soy bárbaro, ¿no?!

Mientras me alababa a mí mismo por haber detenido con éxito la flecha (en un leve estado de pánico), miré hacia el bosque, donde podía ver sombras moviéndose en la distancia. Eran varias, y se habían dado cuenta de que su ataque furtivo había fallado. Un puñado de figuras surgió de la espesura y comenzó a acercarse.

¡Bandidos! Tenían la ropa y la piel sucias y el pelo suelto. Su amasijo de armas consolidaba su imagen de atracadores de manual. No había otra explicación posible para lo que podían ser.

Eran un total de… Urgh, eso es mucho. Eran seis: el que había disparado primero se había quedado atrás, pero los otros cinco corrían hacia mí.

Argh, ¿por qué están apostados aquí? Estamos lejos de la carretera principal y no hay nada que robar. Espera, ¿tal vez no los han atrapado precisamente porque estamos tan alejados? ¡La patrulla imperial tiene que hacer su trabajo!

Un millón de pensamientos se agolparon en mi mente, y admito que estaba en un estado de confusión: de lo contrario, habría dudado en lugar de decidirme inmediatamente a tirarme al suelo.

Más tarde, cuando me hube calmado, acabaría dándome cuenta de algo: nadie necesitaba que un sirviente como yo se jugara la vida enfrentándose a adversarios como aquellos. La madame era una maga poderosa; simplemente debería habérselos dejado a ella. Seguramente ella podría encargarse de esos bandidos con un chasquido de dedos.

Pero no lo hizo, porque no se me ocurrió pedírselo. Mi mente estaba ocupada sobrecalentándose por los nervios de mi segunda pelea real.

El primero en cargar contra mí no fue un mensch, sino un ogro de piel azul. ¿Así son los ogros machos? Palidecía en comparación con Lauren, la guardaespaldas que había conocido tiempo atrás. A pesar de ser notablemente musculoso, su cabeza sólo le llegaba a la altura del pecho de ella, y su equipo era lamentable: su armadura estaba hecha jirones y su arma era una roca sujeta a un mango —¿un hacha o un mazo rudimentario, tal vez?— Sus ojos inyectados en sangre y su boca babeante apenas hacían honor a su reputación de ogro digno y disciplinado en la guerra.

Por encima de todo, no tenía arte, y eso que yo era un niño sin experiencia real en la batalla. Todo, desde su forma de correr hasta su aspecto general, rezumaba falta de entrenamiento.

Cruzamos nuestras espadas por un instante. Abandonó la idea de golpear e intentó derribarme con su corpulento cuerpo, pero yo di un paso adelante en ángulo para esquivarlo; al hacerlo, levanté la Lobo Custodio con una fuerza mínima para atravesarle la axila. Sentí la hoja pesada, como cuando corto un objetivo especialmente rígido. Aunque la piel metálica y los huesos de los ogros eran resistentes, mi habilidad con la espada y la hoja de la Lobo Custodio se impusieron.

Miré hacia atrás y vi que de su herida brotaba sangre azul (supongo que cobriza, como la de los cangrejos herradura) mientras se retorcía en el suelo. Le había cortado desde debajo del brazo hasta el torso, casi seccionándole el hombro.

—¡GURUAAAAAA!

¿No habla la lengua común? Aunque el ogro me pareció extraño, no tuve tiempo de perderme en mis pensamientos. Todavía quedaban cinco enemigos.

Los siguientes en acercarse eran cuatro goblins. Eran una de las razas demoníacas más pequeñas, pero, aunque su estatura era parecida a la mía, tenían tanta fuerza como un mensch adulto. Bajitos y ligeros, eran famosos como exploradores de ruinas y coleccionistas de reliquias de todo tipo. Con propiedades reproductivas sólo superadas por los mensch, eran comunes en todo el continente.

En mi ciudad natal había familias de goblins, y algunos de sus hijos habían formado parte de nuestro grupo de juego habitual, así que los reconocí enseguida. Sin embargo, había algo en ellos que no encajaba. Sus armas eran de mala calidad —sin metal, sólo madera tallada— y no detecté ningún atisbo de estrategia en su frenético asalto.

¿Son realmente bandidos?

Moví la hoja de mi espada para seguir mi flanco derecho, desviando una estocada de una de sus lanzas de madera, poco mejores que palos puntiagudos. Sabiendo que tendría la oportunidad de aprovechar el impulso para blandir la culata de su lanza contra mí si la apartaba con demasiada fuerza, le di un suave golpe. Mi único objetivo era crear una abertura de la que pudiera abusar, aunque con lo fuera de sí que parecían estar esos goblins, quizá mi habilidad fuera en vano con ellos.

Aun así, no sería cosa de risa que me hirieran o muriera por arrogancia. La negligencia no tenía cabida aquí; juré tratar cada combate como si tuviera desventaja.

—¡¿GYUAAAAA?!

Mi parada fue seguida rápidamente por un contundente golpe que le cortó la mano izquierda que sostenía la lamentable lanza. El goblin se desplomó, agarrándose la muñeca con la mano que le quedaba. No estaba en condiciones de continuar: dos menos, quedan cuatro.

Hasta ese momento, había entablado dos combates uno contra uno. Sin embargo, esta vez, dos de los goblins restantes se abalanzaron sobre mí desde los flancos del lancero caído. Uno tenía una daga oxidada y el otro estaba equipado con una roca, pero con la fuerza de un adulto detrás, esas armas eran más que suficientes para matarme.

El último de la guardia delantera estaba desarmado, pero evidentemente había dado con una idea ingeniosa. Cuando uno de sus aliados se agachó, saltó de su espalda para abalanzarse sobre mí. Aunque dudaba que esta maniobra fuera el resultado de un trabajo en equipo, acabé enfrentándome a un ataque a tres bandas. ¿Qué tanta mala suerte puedo tener? ¿¡Quién demonios tira estos dados!?

Ni siquiera yo podía defenderme de esto. Si hubiera sido de dos en dos, podría parar uno y esquivar el otro con mi dominio actual de la espada. Sin embargo, el ataque desde arriba complicaba las cosas. Normalmente, esta situación me obligaría a retroceder unos pasos para darme un respiro; yo también lo habría hecho… si este encuentro hubiera tenido lugar la semana pasada.

Me abalancé sobre el más musculoso —el que llevaba la daga— sin perder un segundo. Derribarlo fue fácil: había corrido directamente hacia mí para apuñalarme con su cuchillo en una empuñadura invertida, y el alcance de mi espada era mucho mayor que el suyo. Una estocada en el hombro bastó para neutralizarlo. La cuestión era lo que venía a continuación, y yo hice mi movimiento sin vacilar.

—¿¡GUA!?

Canalicé el hechizo con el que me había estado familiarizando últimamente y una sensación imposible llenó mi cerebro: era táctil, provenía directamente del campo de fuerza convocado por mi Mano Invisible.

Que conste que este hechizo era algo más que una ingeniosa herramienta para recoger cucharas de detrás del horno. Bastaron unos cuantos retoques para convertirlo en magia de combate. Para empezar, un brazo endeble destinado a recoger cubiertos no podría detener una flecha, ¿verdad?

El goblin desarmado se agitó indefenso en el aire, incapaz de encontrar el equilibrio. Mi Mano Invisible lo agarró por la cabeza y lo lancé directamente hacia su compatriota, que había corrido hacia mí con una roca.

La fuerza del impacto fue significativa. A pesar de que los goblins sólo pesaban unos treinta kilos, las fuerzas acumuladas de mi lanzamiento y la gravedad convirtieron al demonio en un arma contundente. Y con razón, ya que la idea de que tres sacos de arroz cayeran sobre la cabeza de uno haría que la mayoría rezara sus últimas oraciones.

Sonidos de carne pulverizándose resonaron mientras los dos cuerpos se alejaban. Era tan surrealista que podría haberme reído de ellos si una flecha zumbante no hubiera sustituido su presencia. Por supuesto, juzgar la trayectoria de una flecha era fácil siempre que la viera salir del arco. Sir Lambert las atrapaba con regularidad y las volvía a lanzar.

Aun así, adopté un enfoque mucho más elegante. La magia es un campo que entiende el concepto de aumento: los hechizos que lanzan los magos son ecuaciones místicas en todos los sentidos de la palabra: como programas codificados para engañar al mundo y doblegarlo a la voluntad de uno, pueden reescribirse para adaptarse a cualquier número de intereses. Como cualquier usuario con una necesidad práctica y un equipo de desarrollo silencioso y poco cooperativo detrás del software de su elección, todo lo que tenía que hacer era tomar cartas en el asunto.

La primera vez que eché un vistazo a mi hoja de habilidades tras adquirir magia me llevé una gran sorpresa. Cada hechizo tenía espacio para un montón de complementos que alteraban sus funciones; a este ritmo, la magia por sí sola llenaría una estantería de gruesos libros de consulta. Sin embargo, aquella montaña de información era un festín para alguien como yo. Había añadido tres modificadores a Mano invisible.

El primero era Brazo Firme. En condiciones normales, la fuerza efectiva de la mano dependía de la Fuerza y sólo de la Fuerza, independientemente de cuánta experiencia hubiera acumulado con el hechizo. Sin embargo, esta modificación me permitía gastar maná adicional para reforzar su poder.

En segundo lugar, había tomado Palma de Gigante. De nuevo, el hechizo estándar sólo me permitía crear apéndices tan grandes como los míos, con un alcance similar, pero este complemento me permitía gastar maná extra para crear más masa. Si me esforzaba al máximo, podía crear una mano casi tan grande como un colchón de dos plazas, y su alcance se basaba exclusivamente en la línea de visión, tomando prestados los términos de mis juegos favoritos.

Por último, había pillado Tercera Mano. Los dos primeros eran bastante razonables (eran complementos sin pretensiones para un hechizo sin pretensiones), pero este último era un poco más caro. Esto me permitió añadir el sentido del tacto a mis Manos Invisibles. Para que quede claro, en un principio las manos no daban ninguna respuesta tangible; eran meros campos de fuerza que cumplían sus órdenes según las especificaciones. Sin embargo, esto significaba que controlar con precisión su potencia y velocidad era un reto insuperable. Quizá pueda expresar lo difícil que era comparándolo con una máquina recreativa de garras invisibles.

Con esta característica, mis manos transparentes tendrían una respuesta táctil, lo que me permitiría controlarlas con mayor precisión. Se preguntarán qué pretendía hacer con esto. Aunque estoy seguro de que algunos pensarían inmediatamente en usos más cochinos… yo pensé que era mejor usarlo como un poderoso ataque a distancia.

—¡¿GUO?!

Mi Mano fluyó más rápido que el sonido y agarró al arquero ogro por el cuello cuando intentaba clavar otra flecha. Había imitado la técnica de los llamativos espadachines que cruzaban sables en una galaxia muy, muy lejana. De niño era un gran admirador de todos los Darths…

Aun así, me abstuve de seguir sus pasos y opté por no estrangular al ogro hasta la muerte. En su lugar, mantuve un fuerte apretón en su cuello para limitar el flujo de sangre durante unos segundos, hasta que su forcejeo se desvaneció mientras mi agarre lo dejaba inconsciente. Cortar la arteria carótida impedía necesariamente que fluyera sangre nueva, y cualquier criatura sensible que utilice su cerebro para pensar está indefensa ante esta técnica.

Así, la carnicería de mi primer encuentro estándar llegó a su fin en menos de veinte segundos. Alguna vez había pensado que las rondas de RPGs de mesa debían representar mucho más tiempo que cinco o diez segundos, pero ahora tenía que tragarme mis palabras. Cada segundo era mucho más rico de lo que había imaginado. Incluso con un puñado de aventureros y enemigos, cinco segundos eran una eternidad en un combate mortal.

Me temblaban las manos. El peso de la vida que había puesto en juego empezaba a hacerse sentir. Sólo había conseguido mantenerme firme durante la batalla gracias al duro entrenamiento de Sir Lambert, casi a vida o muerte.

Estoy tan contento… Estoy tan increíblemente contento de estar vivo, y de no haber tenido que matar a nadie.

—¿Qué haces ahora? —dijo una voz curiosa desde el cielo. Miré hacia arriba y vi a Lady Agripina sentada sobre un desgarro dimensional, como había hecho la noche de la luna espantosa. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que debería haberme retirado y dejar que ella se ocupara de nuestros atacantes.

Espera un momento. ¿Por qué no me ayudaste si te diste cuenta? Justo cuando me disponía a decirle lo que pensaba, me interrumpió con una afirmación desde la izquierda.

—¿Por qué estás jugando con estos demonios?

¿Qué?

 

[Consejos] Aunque la gente demonio y los demonios están hechos para ser distintos, son fisiológicamente idénticos.

 

Agripina du Stahl, primera heredera de la Baronía Stahl, era una magus dotada. Naturalmente, sabía muy bien cómo podía encontrarse con su propia muerte y no bajó la guardia en ningún momento. Aunque actuaba con desgana y despreocupación, siempre mantenía un mínimo de precaución.

Su cuerpo estaba envuelto en magia protectora en todo momento, y nunca dejaba de lanzar hechizos de detección como medida preventiva. Estas defensas ocultas la envolvían como una fortaleza; si alguien la pillara desprevenida con un cuchillo por algún milagro, no lograría cortarle ni un pelo del flequillo.

Y, como siempre, su bastión místico estaba activo mientras regañaba a su alumna y disfrutaba con gracia del almuerzo.

—Elisa, la sopa no debe sorberse.

—Ugh…

—Tampoco está permitido morder los cubiertos.

—Quéee…

—Meterte la cuchara entera en la boca es impensable.

—¿Buh…?

Agripina observó cómo su alumna ladeaba la cabeza confundida, como queriendo decir que entonces no habría otra forma de continuar la comida. En el mismo momento, uno de los muchos hilos de conciencia de la maga captó una anormalidad. El hechizo de detección que había tejido para rodear el carruaje había provocado la respuesta de un puñado de formas de vida cercanas.

Esto, en sí mismo, no era nada fuera de lo común. Aunque estaban lejos de la carretera principal —por su parada en un hotel cercano—, en la ruta que seguían había bastante tráfico, sobre todo en esta época del año. Normalmente, lo habría descartado como una caravana o un carruaje de pasajeros, pero eso difícilmente explicaría las figuras que intuía saliendo del bosque.

Agripina se negaba a ignorar una amenaza, aunque no fuera más que un insignificante demonio. Sin embargo, eso no quería decir que este encuentro fuera trivial. Había cuatro goblins y dos ogros, todos armados (aunque de forma bastante lamentable), y uno incluso estaba preparado para el combate a distancia. Cada uno de los seis asaltantes podría vencer fácilmente a un mensch medio. Mientras que la matusalén ni siquiera necesitaría chasquear los dedos para encargarse a su antojo, los demonios barrerían fácilmente el suelo con un grupo de aventureros principiantes.

Incluso los ogros del sexo débil eran casi inmunes a los ataques físicos, tanto contundentes como afilados. Un hechizo de mutación o manifestación a medias haría poco por superar su dureza.

Mientras tanto, un goblin sólo igualaba la fuerza de un mensch medio, pero los superaba con creces. Además, los movimientos rápidos de las masas más pequeñas solían percibirse más rápidos a simple vista.

En contrapartida, el carruaje de Agripina era defendido por un niño que se beneficiaba del factor sorpresa. Tenía unos míseros doce años, aún lejos de su pleno desarrollo. Iba equipado con una sola espada y un puñado de hechizos pacíficos que apenas había empezado a estudiar. Es más, ni siquiera se había puesto la cota de malla antes de salir; su ropa de viaje ofrecería una mísera defensa.

Si hubiera habido una casa de apuestas, el corredor habría cancelado la apuesta: las probabilidades de que el chico ganara eran demasiado bajas. En su lugar se habría apostado por el tiempo que tardaría el pobre niño en ser reducido a carne picada.

—Elisa, —dijo Agripina—, inclina suavemente la cuchara para que la sopa fluya hacia tu boca.

—Es difícil…

La maga seguía tan elegante como siempre, a pesar de la terrible situación. Era la hora del almuerzo, y su comida estaba demasiado bien hecha para devorarla con prisas.

La primera flecha salió volando, con la certeza de que alcanzaría al chico en algún lugar… Pero, curiosamente, no lo hizo.

—¿Hm? —dijo Agripina. Había pensado en susurrar un muro en la realidad para protegerlo, pero la flecha se había detenido mucho antes de que surgiera la necesidad. Con ojos entrenados para ver magia, vio una Mano invisible. Normalmente, el hechizo se utilizaba para recoger objetos a poca distancia, pero, sorprendentemente, había conseguido atrapar la flecha en pleno vuelo.

—¿Ah, sí? —murmuró ligeramente asombrada.

—¿Qué ha pasado, m’estra?

Los efectos de la magia estaban en manos de quien la lanzaba: incluso el extremadamente común hechizo Limpiar podía utilizarse para «limpiar» la piel de alguien en pleno combate. El único punto débil era que, por su sencillez, era fácil resistirse a él, pero ese problema podía sortearse con suficiente maná. De hecho, la propia Agripina tenía un conocido entre los polemurgos que empleaban tácticas tan grotescas en combate.

—Nada de nada, —le dijo a su aprendiz.

Bueno, en cualquier caso, un simple papel podía bastar para matar a una persona con suficiente ingenio. La amplitud y la profundidad de la magia garantizaban que se pudiera decir lo mismo de ella. Sólo hablaba del hecho de que la vena sanguinaria de su sirviente era más amplia de lo que ella había esperado.

Hacía tiempo que Agripina se había dado cuenta de que se pasaba el tiempo contemplando el cielo y murmurando para sí mismo cuando estaba solo, pero no había pensado que todo ese tiempo lo había dedicado a preparar un hechizo como éste. Tal vez necesitaba una reevaluación.

La mente del muchacho estaba dirigida de todas las formas en que debe estarlo la de un mago. Analizaba las ideas desde múltiples ángulos para buscar formas de aplicar hechizos fuera de su uso previsto, una habilidad fundamental para cualquier mago que se precie.

Agripina empezó a considerar la posibilidad de emplearlo como ayudante adecuado una vez terminada su servidumbre, y decidió vigilarlo en silencio mientras luchaba contra sus atacantes. Aunque su plan inicial había sido acabar con ellos, el muchacho parecía tener muchas ganas.

La matusalén había leído sobre esto en un libro: cuando un niño está motivado para hacer algo, es mejor no impedírselo. Como no quería cortar de raíz la curiosidad y la ambición del pequeño mensch, optó por seguir el consejo de quienes la habían precedido.

Al final, su sirviente hizo un trabajo espléndido al abatir a un enemigo que seguramente habría diezmado a un grupo de aventureros principiantes. Sin embargo, quedaba una pregunta: ¿por qué demonios los había mantenido con vida?

Si hubieran sido bandidos normales, Agripina lo habría entendido: valían más así. De haber sido así, se habría desvivido por ayudar a dejarlos inconscientes y arrastrarlos.

Sin embargo, dejar vivir a un demonio no podía ser bueno. Aquel desconcierto incomodó a la matusalén, que detuvo su comida tras terminarse la sopa.

—Elisa, —dijo de repente—, sé buena y no te muevas.

—Eh, ¿qué?

Para confirmar las verdaderas intenciones de su sirviente, la maga hizo un agujero en el espacio y saltó dentro.

 

[Consejos] Los polemurgos son los magos más preparados para la batalla de todos los que hay en el colegio, y se ganan la vida mediante el asesinato arcano. Son muy apreciados por todo tipo de autoridades, ya que uno puede hacer el trabajo de cientos y cientos. Los meros magos con capacidades ofensivas no se atreven a ponerse el título, no sea que se pongan en evidencia; los verdaderos polemurgos pueden hacer volar legiones con facilidad, y su mera presencia basta para presionar a los ejércitos contrarios para que negocien.

 

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