Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 2 Finales de la primavera del duodécimo año (II) Parte 2

 

Decidí soltar los remaches que sujetaban a la chica como a un espécimen entomológico y despojarla de sus ataduras. Deshice una parte de las vendas de su cabeza y, poco a poco, fui descubriendo su rostro al mundo. No tenía ni idea de si mis acciones tenían algún significado. Sabía muy bien que podría tratarse de un ridículo esfuerzo inútil.

Sólo esperaba, más allá de toda esperanza, que entre los innumerables futuros que Elisa podría encontrar, hubiera sólo uno más que tuviera algún tipo de salvación al final. Mi insensata plegaria triunfó… aunque sabía que la liberación de la muerte podía haber sido exactamente eso.

Antes de renacer como Erich, mis últimos días como Fukemachi Saku habían sido atroces. El recuerdo de la muerte por un cáncer de páncreas prematuro me quitaba el color de la cara hasta el día de hoy. Cada respiración había sido un infierno, y el alivio que el futuro Buda me había infundido no sirvió de mucho para mitigar la agonía de la existencia. Habiendo experimentado lo que sólo podía describirse como un final angustioso, debería haber sabido que la muerte no siempre era el peor de los destinos.

El cabello descolorido se desprendía de la gasa deshecha. Lo que presumiblemente había sido una vez un hermoso color castaño se había desvanecido, como si una fina capa de hielo descendiera sobre su cabeza. A continuación, apareció un rostro delgado propio de la hija de un noble. A juzgar por su aspecto, parecía unos años mayor que yo, y a pesar de conservar un rostro infantil, tenía pesadas bolsas bajo los ojos. La mirada de miedo que había quedado congelada en el tiempo hizo que se me hundiera el corazón.

Le toqué la mejilla y me di cuenta de que estaba fría, como si una escarcha la cubriera. Con la piel tan helada, me costaba creer que respirara. ¿Puede la gente sobrevivir a temperaturas tan bajas?

—Es casi una alf, —murmuró Úrsula.

—¿Qué? —pregunté. El hada de la noche debía de ser capaz de ver algo que nosotros no podíamos; entrecerró sus ojos rojos hacia la chica dormida.

—No me lo puedo creer. ¿Una alf que ganó un cuerpo, tratando de volver a su forma original? ¿Significa esto que…?

El murmullo de Úrsula ofreció un atisbo de esperanza, pero no tuve oportunidad de escucharlo hasta el final. En cuanto terminé de quitar el sello maldito de la cara de Helga, sus ojos se abrieron, aunque no podría describir su despertar como pacífico. Sus párpados se abrieron de par en par como los de alguien que ha vivido una terrible pesadilla, y sus iris no pudieron fijar un punto focal, ya que cada uno parpadeaba por su cuenta.

—¡Ghghh!

—¡Helga! —Dijo Úrsula.

—¡¿Estás despierta?! —Preguntó Lottie—. ¡Helgaaa!

Las dos hadas, alteradas, se apresuraron a llegar al lado de su compañera, pero ella no logró decir nada significativo. Sus gemidos eran mero ruido, producto de la expulsión del aire que le quedaba en los pulmones. Por mucho que las alfar la zarandearan o le gritaran al oído, no mostraba ningún signo de consciencia.

Pensando que había fracasado y que sólo le había causado un sufrimiento innecesario, estuve a punto de echarme a llorar… cuando nuestros ojos se encontraron. A juzgar por la intensidad con la que me miraba, su cerebro parecía estar procesando la imagen que le llegaba a través de los ojos. En algún lugar, estaba viva.

—¿Helga? —pregunté temblando.

—Paahaah…

Por fin, sus gemidos tomaron color. Su boca se abrió ligeramente, y pude ver su lengua —que, ahora me daba cuenta, también había sido atornillada, como si dijera que no había parte de ella que pudiera quedar libre— moviéndose en un intento de transmitir algo.

—Prah, agh…

Los tres la animamos, aferrándonos con fuerza a la esperanza de que hubiera sobrevivido de una pieza. Rezamos para que nos mostrara una brillante sonrisa y nos diera las gracias por haberla salvado. Todo este tiempo, yo había considerado a los alfar criaturas aterradoras e incognoscibles, pero por sus gritos apasionados me di cuenta de que, al igual que nosotros, se preocupaban profundamente por sus congéneres. No sabía si Úrsula y Lottie tenían lazos personales con ella o si simplemente querían que sus hermanas fueran felices, pero de todos modos estaban implicadas.

—¿Pah… dre?

Sin embargo nosotros… No. Sólo yo me di cuenta de la verdad: los sueños son efímeros.

La chica me miró y me llamó padre. Eso, por sí mismo, no significaba mucho. A veces, la visión y la memoria borrosas que acompañan al cambio entre el sueño y la vigilia hacen que la gente confunda a los demás con la familia. Yo mismo lo había hecho; de vez en cuando, confundía a mis hermanos gemelos por la mañana. Pero aquí algo iba mal, terriblemente mal.

—Ah… ¡No! Padre… por favor, por favor, no más. Lo siento… Fui yo, me equivoqué, por favor…

Helga se había quedado anclada en una época en la que el señor de esta mansión aún permanecía en esta habitación. Su delirio se agravó: incapaz de oír nuestras voces, su pelo se agitaba de un lado a otro mientras se sacudía contra sus ataduras. Oí el chasquido de los huesos y el desgarro de la carne cuando se liberó de las cadenas y las ataduras empezaron a soltarse.

Parches de piel asomaban ahora por los huecos, haciéndome tragar saliva. Tenía cicatrices en todos los ángulos; las costuras la hacían parecer una muñeca mal remendada, prueba de una tortura impensable.

Había sido un ingenuo. ¿Podría un alma inmadura conservar la cordura después de experimentar tales horrores a manos de su amado padre? La respuesta fue un rotundo no.

Las divagaciones se convirtieron en gritos que robaban todo el calor al aire que nos rodeaba. Privado de su mágico sistema de seguridad, este sótano había quedado reducido a un almacén descuidado. Los grilletes volaron, y una camisa de fuerza desatada no era rival para el poder de un sustituto.

—¡Noooo! —Lottie gritó. Medio instante después, todo a mi lado quedó congelado. Si la sílfide no me hubiera rodeado con una tibia capa de aire para protegerme, yo también lo habría estado.

—¡¿Whoa?!

—¡Urk! ¡Helga! —Úrsula gritó—. ¡Cálmate!

—¡No! ¡Padre, para! —Helga salió flotando del suelo, rodeada por una tormenta de granizo que enterró la habitación en nieve—. ¡No me mates! ¡No me rompas! ¡No me quites quien soy yo!

Las estanterías se resquebrajaron por el rápido cambio de temperatura y los frascos en ellas reventaron al convertirse su contenido en hielo. El espacio que nos rodeaba se convirtió en un purgatorio bajo cero no apto para la supervivencia mortal. La sustituta psicótica suplicaba una y otra vez clemencia mientras nos sometía a su propia violencia. Por fin, sus poderes surtieron efecto sobre cosas que nunca antes había visto congelarse. El suelo de piedra agrietado y los trozos de cristal esparcidos se convirtieron en hielo.

Oh no, a este paso… Me preparé para lo peor, cuando una brisa especialmente fuerte pasó a mi lado. Entonces, todo volvió a ser como antes, como si no hubiera pasado nada.

—¿Eh? ¿Qué? —Helga había desaparecido, dejando sólo los terribles gritos que resonaban en mi mente. Me giré para ver que no estaba solo en mi confusión: las alfar estaban tan asombradas como yo.

No tenía ni idea de adónde había ido, ni por qué. Sólo sabía una cosa: había metido la pata hasta el fondo.

 

[Consejos] Aquellos que se alejan demasiado de su diseño difícilmente pueden ser llamados el mismo ser que antes. 

 

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