Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 2 Finales de la primavera del duodécimo año (III) Parte 1


Enemigo

Entidad antagonista. Algunos vienen prefabricados con material original, mientras que otros son creados a medida por el Maestro del Juego. A veces, emplean poderosas habilidades únicas y/o rasgos para cumplir su propósito como obstáculos vivientes. Los Maestros del Juego más meticulosos pueden construir todos y cada uno de los enemigos importantes con todo el cuidado de un jugador creando su PJ.

La única línea que une a todos los enemigos es el hecho de que todos ellos son PNJs diseñados para renunciar a la conversación.


 

Tras rascarse la cabeza de un modo impropio, Agripina volvió a colocarse el monóculo en su sitio.

—Hace diez días que tengo a este chico, —murmuró. Su tono era una mezcla de exasperación y asombro mientras examinaba con curiosidad el húmedo sótano en el que se encontraba. Despojada a la fuerza de todo su significado místico, la habitación era poco más que un sótano anticuado, pero los vestigios persistentes de magia que se aferraban a sus paredes eran más que suficientes para impresionarla.

Aquí yacían lenguas arcaicas procedentes de todos los rincones del continente, una lengua perdida consagrada a un dios extranjero y glifos sagrados intencionadamente mal escritos para alterar sus propósitos. El fruto de la esperanza había madurado hasta pudrirse del árbol, y Agripina podía saborear las creencias equivocadas y la locura concentrada que habían dado origen a tal persistencia. La matusalén se estremeció al pensar que un hombre hiciera todo aquello por su hija sólo por obsesión; dudaba que ella pudiera fijarse en sí misma de ese modo, y mucho menos en otra persona.

Podría decirse que los rituales habían tenido éxito, en cierto sentido. Cuando su sirviente le había transmitido por voz un mensaje asustado y presa del pánico pidiéndole que echara un vistazo a algo, Agripina no había esperado que le trajera algo tan grandioso.

Echando la vista atrás, la magus había encontrado primero al muchacho enzarzado en una pelea multitudinaria con toda una tropa de bandidos, para luego tropezar con un hada cautiva y una sustituta destrozada nada más ponerse en marcha. Normalmente, esta apretada agenda de acontecimientos de alta intensidad sería impensable.

Por supuesto, todas las personas se encuentran con un puñado de oportunidades de grandes aventuras en su vida, pero los números no parecían correctos aquí. Al ver a su sirviente tropezar con un torrente interminable de eventos fortuitos —cada uno suficiente para saciar el paladar buscador de emociones de una persona normal para el resto de su vida—, la matusalén no pudo evitar sentir como si las estrellas se hubieran desalineado horriblemente la noche de su nacimiento.

Y si la corazonada de Agripina era cierta, este episodio no acabaría tan fácilmente. Había teletransportado al chico en cuestión de vuelta al carruaje, pero eso no garantizaba que no se metiera en problemas. Por lo menos, la magus tenía la convicción inquebrantable de que el chico no se despertaría para ver el amanecer sin que ocurriera algo importante.

Parecía probable que la sustituta defectuosa se hubiera alejado después de ganar su libertad. De hecho, cabía suponer que querría poner la mayor distancia físicamente posible entre ella y aquel maldito lugar. Lógicamente, tenía sentido que huyera para no volver a ser vista.

A Agripina no le interesaban los estragos que pudiera causar en otro lugar. Después de todo, no habría forma de que alguien investigara los orígenes de la chica. Sin embargo, la densidad de artificios de su criado en los asuntos de su vida observados hasta el momento seguía irritándola. Aunque resultaba chirriante tomar prestadas las palabras de la clase de tontos educados especializados en profecías y asuntos de espíritus, había un dicho en el colegio que se ajustaba perfectamente a su situación.

—Nueve veces el dado ofrece uno; la décima no debe sangrar rojo… ¿o sí?

Las probabilidades de sacar un uno nueve de cada nueve veces son astronómicamente bajas. ¿Cuáles son, entonces, las probabilidades de sacar otro en la décima tirada?

Como realista pragmática de la Escuela del Amanecer, Agripina debería haber respondido instantáneamente una sexta parte sin dudar un ápice. Sin embargo, la probabilidad estadística denotaba la realidad tal como la veían los dioses al final de una existencia infinita, y sólo allí, tras trascender los límites de la réplica realista, alcanzaba su forma impecable. Los movimientos de la mano, la inclinación de la mesa y las imperfecciones del propio dado refutaban la existencia de un infalible uno entre seis.

Creer que un uno estaba destinado a seguir a nueve de su tipo era absurdo… sin embargo, Agripina se encontró sintiendo lo mismo. Aunque el proverbio tenía varias interpretaciones entre las diferentes escuelas del colegio, en este momento, la matusalén sólo podía creer en una: la coincidencia está dictada por lo que debe ser.

Este chico rubio de ojos azul como de gatito tenía una hermana que resultó ser una sustituta, y había dejado atrás su pueblo para ayudarla. Inmediatamente después, había encantado a una alf, involuntariamente o no. Para colmo, ahora había encontrado a una sustituta en un entorno similar al de su familia que no se había salvado.

Las piezas eran demasiado perfectas; era como si los dioses hubieran escrito el guion de su drama. Tomando prestadas las formas de las queridas historias de Agripina, el chico estaba destinado a representar esta historia. Si le hubiera faltado un solo latido, su viaje no habría sido tan premonitorio. Se sentía igual que los autores con delirios de grandeza que veían cada pieza y afirmaban que todo había sido para este momento… incluida su presencia en esta misma habitación.

Absurdo.

La genio matusalén se burló al poner fin a esta tediosa retahíla de pensamientos. ¿Qué importaba que el destino pareciera alinearse? Incluso su mísero siglo y medio era suficiente para saber que el mundo no estaba tan bien montado. Si lo estuviera, una reclusa de su nivel no habría nacido de la cometa desatada que era su padre.

Agripina admitió que la situación actual era una divertida cadena de increíbles rarezas estadísticas, pero las implicaciones que hubiera más allá no eran de su incumbencia. Todo lo que tenía que hacer era dirigir las cosas a su conveniencia, tanto este sótano como esa sustituta. La gente era la que tiraba los dados, y ella aprovecharía la oportunidad para tergiversar su resultado a su antojo.

Ante todo, decidió desmantelar la habitación. El aura contaminada de afecto enfermizo del espacio palidecía en comparación con su valor erudito. Desde cierto punto de vista, era la cámara de un tesoro. Aunque la persistente helada había vuelto insalvables algunas cosas, el sótano seguía repleto de curiosidades que un magus podría encontrar fascinantes.

Agripina no dudaba de que los numerosos investigadores que habían sido convocados por el enloquecido padre habían sido retorcidos a su manera. No podía encontrar otra explicación para las contorsiones enfermizas y dolorosas de los hechizos destrozados que habían dejado atrás.

Mientras los presagios de calamidad se cernían sobre ella, la magus optó por dar prioridad a su propio placer mientras se sumergía en el reino del conocimiento.

 

[Consejos] Un lanzador de magia de curvatura espacial experimentado puede trasladarse instantáneamente a la ubicación de una persona que lleve un marcador adecuado, sin importar lo lejos que se haya movido el objetivo… incluso con un enorme carruaje a cuestas.

Una muchacha solitaria flotaba en el cielo infinito, elevándose por encima de las nubes junto a una luna creciente. Su mirada estaba desprovista de significado mientras observaba el cuerpo lunar, y no mostraba ninguno de los signos de la vida sapiente.

Sólo ocultas por horribles sellos garabateados con maldiciones, las cicatrices que recorrían su famélico cuerpo eran una dolorosa visión que atenuaba su ya menguada presencia. ¿Había siquiera una chica aquí? Tal vez la doncella a la que todos conocían como Helga ya no estaba aquí, y en su lugar había una sombra a su semejanza.

Ni mensch ni alf, la muchacha era un revoltijo que apenas podía comprender su propia emancipación mientras obedecía a sus inclinaciones feéricas y flotaba en el aire. Por la razón que fuera, la luna creciente la llamaba; se sentía atraída hacia ella como los que están al borde de la muerte se sienten atraídos a saciar su sed cuando se les ofrece agua.

Mientras disfrutaba con todo su cuerpo del resplandor largamente olvidado de la luz de la luna, una burbuja surgió en su mente, igual que las que habían interrumpido sus irregulares e informes pensamientos durante el sueño.

Era un cabello dorado, que brillaba incluso en la oscuridad. Una asociación dio paso a otra, y a otra más. El pelo dorado engendró ojos azules; los ojos azules, una voz grave. A medida que se acumulaban más y más elementos, su recuerdo de esta alegría fragmentaria dio paso a algo que aún no había intentado: el pensamiento.

—Padre… —La voz ronca de una niña reverberó en el aire enrarecido y abandonado. Su primera palabra consciente en más de medio siglo hizo resurgir otro recuerdo perdido… de días más felices, con su querido padre.

Tal vez, pensó, mi amable padre ha vuelto a casa a buscarme.

Por imposible que fuera, la fatiga y la putrefacción cerebral que la habían seguido fuera del interminable infierno de su mente prisionera la incapacitaron para darse cuenta. Tanto las infinitesimales probabilidades de que su torturador viniera a reclamarla como los meses y años que había pasado encarcelada escaparon a los fangosos restos de sus pensamientos.

—¡Oh, padre! ¡Padre!

Una vez enardecida, su deformada ideación engendró fantasías a un ritmo acelerado; removió la mugre asentada en el fondo de su cerebro, desenterrando un amor deforme que casaba los desvaríos únicos de sus mitades mensch y alf.

—¡Has venido a buscarme! Incluso me has abrazado, y yo…

El yo roto remendó las partes que le faltaban con los fragmentos de pensamiento que tenía a mano: el chico al que había visto por un instante cubrió un hueco en su memoria que pertenecía al terrible dolor que decidió desechar. Las nubes que la rodeaban daban paso a nuevas formas a medida que otras de su especie se combinaban y se separaban; del mismo modo, sus recuerdos cambiaban a cada momento.

La chica fue amada. Nunca le habían hecho daño. «Padre» había venido a llevársela a casa.

—¡Oh, tengo que disculparme! Padre, lo siento. Padre, oh padre… ¡Padre!

Su voz era muy aguda, pero cada vez más dulce. Sus iris enloquecidos se balanceaban y su mirada volvía a ser voluntariosa. En otro tiempo, su padre había elogiado sus párpados suaves y caídos como el mejor recuerdo de su madre; el encanto de antaño ya no existía. Todo lo que quedaba era una franca locura. Las lágrimas brotaron de los ojos azules como el hielo de la muchacha, que empezó a reír.

—¡Padre, oh padre! ¡Viene tu Helga! ¡Juntos de nuevo! ¡Seamos una familia feliz juntos, una vez más!

Sus recuerdos no eran lo bastante certeros como para justificar aferrarse a ellos, pero al no tener otra cosa, la chica se elevó por los aires con una risa maníaca. Ni los relámpagos que atravesaban las nubes ni la lluvia que la empapaba hasta la médula pudieron detenerla; de hecho, el agua que la rodeaba se condensó en trozos helados, lo que aumentó su poder.

—¡A esa colina sin fin! ¡Únete a mí en la eterna colina del crepúsculo! Donde nadie pueda volver a separarnos.

Tal era su derecho de nacimiento. Incapaz de comprender sus raíces de mensch o alf, el poder que habitaba en su interior no necesitaba intención para manifestarse. Suyo era el poder de la escarcha: allí donde el invierno invitaba a los soñadores a dormir sin despertar, ella debía anunciar su llegada.

Este frío que acaba con la vida era el núcleo de su ser antes de que tomara forma en el vientre de un mensch. La escarcha no era tan dura como la nieve, pero sí mucho más sombría que el simple frío; la reifalf que la presidía procedía de una familia de espíritus invernales.

Obligada por el instinto, el hada voló tras el aroma de la nostalgia, hacia aquel a quien había considerado amado. La luna observó sin hacer comentarios cómo los cacareos histéricos se esparcían por todos los rincones del cielo nocturno.

 

[Consejos] Cada alf individual preside algún concepto; aquellos que gobiernan sobre temas más abstractos son considerados de mayor poder.

 

Con la mirada fija en la rebosante luna de medianoche, por fin empecé a sentir algo parecido a la paz.

Lady Agripina había decidido detener el carruaje para investigar la mansión. Cancelando nuestra reserva en la siguiente posada, habíamos dado la vuelta hasta el lugar donde me había enfrentado al asalto del mediodía para acampar durante la noche.

Al parecer, el carruaje había continuado hacia la posada después de que yo partiera, pero las cosas se pusieron rápidamente en su sitio en cuanto le envié un mensaje detallando la situación. La madame había aparecido de su habitual grieta en el espacio-tiempo y me había devuelto al carruaje del que había salido.

Me hervía el terrible dolor de haberme quedado solo tras un error colosal. Sentía cómo se me revolvían las tripas del mismo modo que en mis recuerdos de la vida de oficinista. Dicho esto, estaba tan agotado que tuve que admitir que también estaba agradecido. Mezclando en mi té el poco de medicina que me había echado, pude sentir cómo el dolor punzante de mi cuerpo se disipaba como un espejismo.

Elisa era mi única salvación. En cuanto se enteró de que íbamos a comer en la misma mesa y a dormir en la misma cama durante una noche, su humor mejoró al instante. Aunque había parecido preocupada por el olor a sangre que me perseguía, se había apagado como una luz en cuanto la arropé.

Por desgracia, yo estaba tan inquieto que me había arrastrado fuera de la cama para encontrarme aquí, respirando el aire nocturno. Pensé en la sustituta rota que había despertado en la mansión. Helga exigía tanto de mi mente que la somnolencia no se molestó en visitar mi fatigada psique.

—Viejo…

Al borde de la desesperación, despeiné mi propio cabello. El color dorado que rozaba los bordes de mi visión era un pequeño punto de orgullo que había heredado de mi madre; nunca habría pensado que me resultaría tan desagradable como ahora. Aunque era impresionante que hubiera conseguido algunos rasgos recesivos de mis padres, no habían dado más que problemas. Si no tuviera ese aspecto que tanto gustaba a los alfar, ¿habrían cambiado las cosas?

—¿Cansado por el largo día, oh Amado?

Una voz me llamó desde atrás mientras yo daba vueltas y vueltas a docenas de posibles futuros en mi mente. No necesité girarme para saber que la svartalf que me había llamado a la casa del lago estaba sentada en el carruaje.

—Te haré saber que harías mal en disculparte conmigo. —Úrsula había leído perfectamente mi mente, hasta el punto de que mi aliento se quedó atrapado en mi garganta. ¿Por qué todo el mundo a mi alrededor sabe exactamente lo que pienso en momentos críticos como éste?

Quería disculparme —a nadie en particular— e irme sin perdón. Quería que me culparan.

Desde un principio, es imposible descargarse sobre uno mismo el autorreproche; de lo contrario, no habría problema. Buscaba un medio vulgar para que otro me condenara en mi lugar. Era mucho más fácil actuar como un miserable que siempre espera ser perdonado por otro que perdonarme a mí mismo.

Era deplorable: mi mente se retorcía miserablemente ante las consecuencias de mis propios actos… pero no había habido una respuesta correcta desde el principio. Si la hubiera cortado en ese momento, seguramente seguiría arrepintiéndome de mi elección.

—Además, creí habértelo dicho. —Sin previo aviso, la svartalf me abrazó suavemente por detrás. El cosquilleante aroma de las flores, la sensación fundente de su suave carne y el calor que me impregnaban en el cuello sus finos dedos reclamaron mi atención—. «No te lo reprocharé, no importa cómo se pongan las cosas», ¿recuerdas?

Qué cosa tan amable, muy amable, pero tan despiadada.

No perdonaba, sólo aceptaba. Aunque pensé que su trato era más cruel incluso de lo que merecían mis pecados, la verdad era que una sola gota de aceptación bastaba para aliviar mi dolor. Mimar es un amor más dulce que la mera consideración… pero no podía dejar que me mimara. Tenía la sensación de que nunca me recuperaría si lo hacía.

—Gracias. —Sin embargo, no la rechacé, pues no era lo suficientemente fuerte como para deshacerme de la amabilidad de otra persona.

Ugh… Ojalá fuera más fuerte. Cuarenta años en total, ¿y esto? No soy mejor que cualquier otro mocoso de mi edad.

Mi desgarradora inutilidad casi me hace llorar. Agarré la mano que colgaba frente a mi pecho. Mientras apretaba su calor, Úrsula enroscó sus dedos en los míos. La húmeda pasión que había estado conteniendo en mis ojos finalmente cedió y cayó sobre el dorso de mi palma… como un cristal de hielo.

—¿Qué…?

Instantáneamente, la tranquila noche de primavera comenzó a agitarse. La agradable temperatura descendió repentinamente hasta convertirse en un frío cortante que hizo que se me erizara la piel bajo mi fina ropa de dormir. Los pájaros huyeron despavoridos de los árboles cercanos y pude percibir la desesperación de las bestias que huían de la zona. A todas ellas las perseguía el inesperado invierno, y el terrible sueño sin despertar que acompañaba a su frío.

—¿Por qué demonios? —murmuró Úrsula.

No necesitaba el murmullo de la svartalf para saber lo que había pasado. Ya había experimentado ese escalofrío que dejaba una capa de escarcha en el alma misma: ella se acercaba; los restos de una sustituta que habían sido sellados en la mansión.

Mirando hacia arriba, pude ver una silueta flotando frente a la luna. La luz blanca que la iluminaba era tan nítida como el frío abrumador que rodeaba a la encarnación viviente de mis crímenes.

—Jejé… —Helga, la reifalf, estaba aquí. En cuanto se fijó en mí, su digno rostro se transformó en una sonrisa embelesada. Con las dos manos en las mejillas, me llamó como si quisiera anunciar su delirio al mundo—. Te he encontrado, padre…

Aunque era algo normal en alguien encerrado en condiciones tan horribles durante tanto tiempo, verla de nuevo me hizo darme cuenta de lo irreversiblemente disfuncional que se había vuelto. Parecía incapaz de comprender que el señor de la mansión había abandonado este reino mucho antes de que su finca cayera en el abandono.

Además, había visto cuadros podridos decorando el salón principal: más allá de los colores superficiales de nuestros cabellos y ojos, no tenía nada en común con el noble propietario de la casa. Y entre el retrato de un hombre alto pero digno y el de un moreno de aspecto apacible, había quedado un espacio vacío en el que habría cabido otro cuadro del mismo tamaño.

—Vamos a casa, padre. A nuestro hogar, en esa colina crepuscular.

Helga estaba tan desamparada que tuvo que confundir a un completo desconocido con su padre para poder sobrellevarlo. Qué fácil sería llamarla por su nombre y abrazarla como su padre había hecho una vez… ¿pero entonces qué?

No podía seguirle el juego eternamente. Yo, Erich, era ciudadano del cantón de Konigstuhl, cuarto hijo de Johannes, hermano mayor de Elisa y criado de Agripina du Stahl. No podía dejar de lado todo lo que había jurado proteger para abrazar fuerte a esta alma perdida.

—Amado…

—Lo sé, Úrsula.

Corté los susurros preocupados del hada poniéndome en pie, y me escabullí de sus brazos. Con naturalidad y sin una pizca de ansiedad, me acerqué a la chica flotante. Desequipado y desarmado, avancé con el aspecto más indefenso posible.

Por muy lamentable que sea admitirlo, mantener la calma era casi más de lo que podía conseguir. Mis piernas amenazaban con ceder en cualquier momento y no sentía fuerza alguna en mis puños fuertemente cerrados. Sumida en la culpa y el remordimiento, mi mente suplicaba por escapar de la muerte. Pero ésa era la consecuencia de mis actos, y tenía que ser yo quien le pusiera fin.

Si no hubiera sido tan blando, Helga no habría sufrido así. Por lo tanto, yo también tenía que sufrir: después de preocuparme hasta el fin de la preocupación, después de herir hasta no poder herir más, tenía que terminar con esto sin más remordimientos. El precio de la insensatez no se podía transferir, y ella ya había soportado suficientes deudas mías.

—¡Oh, padre! ¡Realmente eres tú! Estás aquí para abrazarme, ¿verdad? Estás aquí para aceptarme, ¿verdad? ¡Estás aquí para disipar ese horrible sueño!

Helga se lanzó suavemente por el aire hacia mí. Estiré los brazos para sostenerla… mientras usaba una Mano Invisible para sacar el cuchillo feérico de mi manga y colocarlo en mi mano derecha. Esperaba que no viniera esta noche, pero me había preparado, sabiendo que un acontecimiento tan importante no terminaría tan al azar.

Al igual que ninguna sesión puede terminar tras un único encuentro fortuito, era seguro suponer que toda historia continuaba hasta su conclusión. Un canto rodado no puede detenerse hasta que la colina termina o se rompe en pedazos.

Me había arrepentido mucho. Lo que estaba a punto de hacer no podía ser algo de lo que me arrepintiera. Repetía este mantra una y otra vez en mi cabeza.

La distancia se acortó, y pronto Helga estuvo al alcance de un abrazo. Esta oportunidad perfecta era mi última oportunidad. Fallar no era una opción: de lo contrario, perdería su última oportunidad de descansar sin saber que había llegado el final.

En el momento fatídico, lancé mi daga hacia delante sin vacilar, apuntando al cuello. Esta debilidad no era exclusiva de los mensch: sólo aquellas excepciones que no tenían en gran estima el caparazón de carne podían encogerse de hombros ante un ataque a sus partes vitales. Atrapado en el cuerpo de un mensch, un sustituto era muy vulnerable.

—¿Pah… dre?

En el último momento, mi intención de abrazarla se vio interrumpida por el destello de una hoja al degollarla. No fue ni mucho menos una sensación agradable, pero no dejé que eso me impidiera seguir adelante; cualquier otra cosa sería inhumana.

Le había hecho un tajo tan grande que cualquier otro la habría decapitado limpiamente. Era imposible que alguien sobreviviera a una herida de ese tamaño… pero eso fue todo.

¡¿Qué?!

Sin una gota de sangre, mi cuchillo se deslizó fuera de ella con menos resistencia que el aire cortante. Contemplando el impecable karambit, me di cuenta de mi fatal error. Helga hacía tiempo que había abandonado el reino de la vida mortal.

—¡Oh, padre, ¿por qué?! ¿De verdad estás…? ¿Eh? Pero no, eso no era real, era una pesadilla… pero lo era. Y padre tiene un cuchillo. ¡Padre, oh, padre, aughhh!

Locas divagaciones brotaban de su cuello abierto, y el azul gélido de sus ojos contrastaba con las lágrimas carmesí que corrían por sus mejillas.

¡Oh, maldita sea! ¡¿De verdad todas mis tiradas son tan malas hoy?!

En cuanto me arrepentí de mi equivocación, el aire que rodeaba a Helga explotó. El frío cortante me arañó la piel, pero no tanto como las bolas de granizo que me hicieron volar.

Sin embargo, estaba lejos de morir; apenas sentí dolor al rodar por la caída. Sólo había una explicación para el hecho de que me hubiera librado de la ira de la tormenta sin ni siquiera un dedo roto.

—¡Fiuuu! Estuvo cerca. —No sé cuándo se había metido ahí, pero Lottie se asomó desde mi bolsillo interior y había creado un enorme colchón de aire para protegerme. Sin ella, habría sido cortado en pedazos por las cuchillas heladas que giraban a mi alrededor.

—Por desgracia, la pobre Helga está perdida, —dijo Úrsula.

—¡Helga! —Lottie gritó—. ¡Para! ¡No te enfades más! ¡Ya no serás una alf o una humana, serás algo realmente malo!

La chica en cuestión se retorcía de un modo que excedía los límites del movimiento físico mientras se pasaba por una metamorfosis para convertirse en algo más allá del cálculo humano y feérico por igual. No tenía forma de saber si esto se debía a su estado mental o al tratamiento que había recibido, pero una cosa era segura: si no la ponía a descansar aquí, sufriría aún más.

—¡Úrsula, Lottie, denme apoyo!

Cambié de marcha y me preparé para el combate. Esto ya no era un intento de pillarla desprevenida; la escena había cambiado a un encuentro completo.

Con un agarre de hierro en el cuchillo feérico, me lancé hacia adelante, conjurando Mano Invisible, pero no era lo mismo que antes. Cuando la madame me había enviado de vuelta al carruaje, me había preparado para lo peor con otra modificación. Hasta el momento, ningún otro hechizo se equiparaba en cuanto a techo de rendimiento. Sin mejoras, en realidad sólo servía para agarrar utensilios que se habían caído detrás de la estufa y cosas así, pero lo ajusté hábilmente a un caso de uso general, ahora era una navaja mágica.

Mi batalla contra la ogra demonio me había proporcionado una enorme cantidad de experiencia. Me había dado cuenta en parte tras mi encuentro con los secuestradores: cualquier actividad que pusiera en riesgo mi vida me reportaba jugosos beneficios. Al ver la creciente cifra en mi hoja de estado, no escatimé en gastos, sabiendo que algo así podría ocurrir.

Construí una Mano Invisible: era más gruesa, más larga… y más numerosa. Uno a uno, seis miembros fantasma tomaron forma a mi alrededor. Todos ellos alcanzaron la parte superior de nuestro carruaje para recoger mi botín de guerra: la gargantuesca espada y el escudo de mi enemigo del comedor.

El equipo de la ogra debía de estar hecho de materiales especiales, ya que yo no había sido capaz de despegarlo del suelo con mi fuerza actual, por mucho maná que vertiera en mi hechizo. Reflexionando sobre el enigma, había llegado a una epifanía. Hay un complemento para invocar una Mano adicional, así que ¿qué tal si apilo un montón de ellas?

Mi apuesta dio resultado. Las horribles armas que antes habían estado a punto de partirme como a una fruta ahora colgaban en el aire, ansiosas por servir. Puse el escudo a mi izquierda y la espada a mi derecha; desde lejos, debía de parecer que era un chico normal con los brazos de un gigante.

Si tuviera que darle un nombre a este combo, sería el Behemoth Invisible. Por desgracia, no podía justificar llevar estos objetos ridículamente pesados a todas partes, así que sólo podía hacerlo si me encontraba con armas enormes que pudiera «tomar prestadas». En realidad, mi plan original era equipar a todas y cada una de las Manos con su propia espada, pero el repentino encuentro había cambiado esa imagen por algo mucho más grandioso.

Siendo el niño mensch que era, el escudo era prácticamente un muro móvil que me cubría por completo mientras avanzaba. Inclinado hacia un lado, lo utilicé para desviar el fuerte vendaval y alejarlo de mí en ángulo. Gimió bajo la presión de la tempestad.

Lo que me aterrorizaba por encima de todo era que mis dedos se estaban entumeciendo, incluso con la barrera de Lottie. Helga estaba convirtiendo su entorno en invierno sólo por el hecho de serlo, prueba probable de su poder como la alf que una vez fue.

Estuve a punto de doblarme más de una vez mientras luchaba contra el ciclón para avanzar. Mientras tanto, un grito horrible me taladraba el cerebro mucho más fuerte que el aullido del viento. Los gritos de Helga sonaban como si alguien hubiera limado una psique y esparcido sus restos pulverizados en la brisa. Su voz podría haber sido un hechizo en sí mismo; de la nada, un puñado de sombras se alzaron en medio de la tormenta, totalmente ajenas al torbellino que las rodeaba.

Con mi escaso dominio del lenguaje, me cuesta describir aquellas sombras abominables. Eran muñecos deformes hechos con trozos de hielo y troncos de árboles esparcidos, no muy distintos de los intentos infantiles de dar forma a la arcilla. Estas siluetas encapuchadas estaban torpemente formadas en el mejor de los casos, excepto por sus manos terriblemente pulidas.

Sus brazos se estrechaban en forma de sierras, taladros, cuchillos, martillos y armas de todo tipo, todas conocidas. Al igual que los trillados instrumentos de tortura que habían dejado en el sótano, estas figuras encapuchadas eran una manifestación de su pasado. Los magos y las magias que tanto la habían atormentado tomaban ahora una forma helada como arma.

Helga simplemente imaginó lo que la había asustado e intentó usarlo contra mí. No pude ofrecerle una sonrisa de complicidad, a pesar de comprender sus ingenuas intenciones. Sus secuaces se multiplicaban tan rápidamente que dejé de llevar la cuenta en un instante.

Esto no es nada bueno. Si no los detengo, atacarán el carruaje.

Los muñecos congelados desfigurados se lanzaron torpemente hacia el exterior. No concentraron sus esfuerzos en mí; estos caóticos velocistas se limitaron a intentar destruir todo lo que encontraban a su paso. Les impulsaba una noción de violencia apropiadamente juvenil.

Por lamentable que fuera, no podía luchar en este ciclón. Tenía que alejarme de la parte más fuerte del vendaval para tener alguna esperanza de manejar bien mis armas. Derribar a una chica solitaria era una cosa, pero luchar contra hordas de enemigos era imposible así.

—No hay necesidad de preocuparse, Amado. —Me giré hacia el susurro de mi oído para descubrir que Úrsula había vuelto a su estado minimizado y había tomado asiento en mi hombro—. Permíteme mostrarte el verdadero poder de un svartalf. No necesitan estar vivos para que los ciegue.

Se oyó un gran estruendo. Miré sorprendido y vi que dos de las sombras habían chocado entre sí. La visión de esas monstruosidades chocando sin rumbo a toda velocidad para luego estallar en hielo era desgarradoramente horrible.

Si intentara luchar contra alguien capaz de hacer algo así, perdería en el acto.

Empapándome hasta el tuétano del impresionante poder del hada, me armé de valor y blandí la enorme espada de la ogra. Sin ingenio ni habilidad para esquivar, las sombras se hicieron añicos como figuritas de cristal.

Uf, parece que me las arreglaré. Armado con una confianza recién adquirida, acribillé a las marionetas desorientadas que, por sí solas, resultaron ser una pequeña amenaza. La devastadora violencia de mi gran espada no necesitó de ninguna habilidad quisquillosa para causar estragos. Un peso imbatible balanceado en un amplio arco era una receta para la destrucción.

Sin embargo, me di cuenta de un fallo mientras defendía el carruaje. Tanto si estaba blandiendo la espada como protegiéndome con el escudo, mi cuerpo se movía ligeramente para adaptarse al movimiento. Los movimientos libres de mis brazos delataban mi incapacidad para controlar impecablemente varias manos. Al igual que la inclinación intuitiva de un niño que juega a un juego de carreras, imitaba por reflejo los movimientos que veía.

No era lo ideal. Por el momento, sólo tenía dos cosas en las Manos y ningún arma importante equipada físicamente, pero esto no era suficiente para mi caso de uso óptimo. Estaba claro que había que actualizar el Procesamiento Paralelo; no podía permitir que un fallo como este me pusiera en peligro la próxima vez.

Eso, por supuesto, si vivía para ver una próxima vez. Incluso con la ayuda de Úrsula, apenas aguantaba, y el inagotable ejército nos invadía. Mi retirada táctica para evitar el embate de la tempestad de Helga me había arrinconado, rodeado por todos los frentes.

Reducir a los enemigos que se acercaban era fácil: un tajo o un golpe sin sentido con cualquiera de las dos armas servía perfectamente. Me recordó a los videojuegos de mi vida pasada, en los que los niveles estaban cubiertos de innumerables unidades masillas esperando a ser masacradas. Sin embargo, por muy evocadora que fuera esta escena, difícilmente podría clasificarla como un juego musou[1].

Destruir a esos hombres de hielo era cualquier cosa menos refrescante. Cada segundo que pasaba así era tiempo en el que la legión infinita podía encogerse de hombros ante las bajas y continuar su ataque de saturación. En pocas palabras, no tenía suficiente potencia de fuego. Pronto llegarían al carruaje, con la princesa dormida que tenía que proteger aún dentro.

El pánico creciente embotó mis movimientos, y el gran gasto de maná que supone blandir dos enormes trozos de masa se me subió a la cabeza. Esto va mal. A este paso…

—¿A alguien le importaría explicarme cómo mi pequeño sirviente se mete en problemas cada vez que parpadeo?

En un abrir y cerrar de ojos literal, una bola negra de muerte atravesó las hileras de siluetas y borró la mayor parte del enjambre. Ni se hicieron añicos ni se desmoronaron, simplemente desaparecieron en el aire. Al girarme, vi a mi jefa encima de su propio vehículo.

—He vuelto sintiendo el uso de la magia, y quizá por una buena causa. Mira qué andrajoso estás. —El aburrimiento que caracterizaba a Lady Agripina ante un desafío inútil procedía directamente de su inquebrantable confianza en sí misma, y en ese momento nada podía reconfortarme más—. Aun así, esto es todo un espectáculo. ¿Qué es eso? No puedo ni empezar a entender cómo un sustituto puede convertirse en esto.

Helga seguía agitándose, totalmente ajena a la mella en sus fuerzas. La madame la miró dubitativa. Su mirada carecía de interés académico; la pródiga investigadora se limitó a mirar con asco el extraño espectáculo que tenía ante sí.

—No entiendo cómo algo puede seguir viviendo después de desviarse tanto de su diseño mundano, —dijo. Ni siquiera Agripina du Stahl podía encontrarle sentido a la existencia de Helga—. Ciertamente tienes un don para encontrar personajes de lo más extraños. Pensar que encantarías a un ser destrozado al final de su línea. ¿Estás seguro de que no estás maldito?

Su descripción despiadada casi me saca de quicio, pero no tenía tiempo ni energía para gritarle. Aun así… estaba claro que incluso la magus, con toda su sabiduría, consideraba a Helga una causa perdida. No lo había dicho explícitamente, pero podía deducir por su voz que no tenía intención de dejar marchar a la chica.

—Ya está bien, —dijo—. Una molestia es una molestia. Debería…

—¡Espera, por favor! —Grité.

—¿Hm? —La  madame hizo una pausa, a punto de completar el hechizo que pondría fin a todo esto.

No puedes. No significará nada si lo haces tú.

Yo había sido el que comenzó esta catástrofe; tenía que ser el que le pusiera fin. ¿Por qué si no Úrsula y Lottie estarían haciendo el tonto ayudándome? Cualquiera de ellas podría aniquilarme cientos de veces… pero ellas también debían de pensar que éste era el mejor final al que Helga podía aspirar.

Por eso las alfar me lo habían dejado a mí. Habían dicho que no me lo reprocharían sin importar cómo resultaran las cosas: Estoy seguro de que eso incluía un futuro fallido en el que yo cediera a manos de la sustituta rota. Las hadas dicen cosas que suenan dulces, pero sus valores son sencillamente irreconciliables con los nuestros.

—Haz lo que quieras. No tengo nada que perder, —dijo Lady Agripina tras una breve pausa. Suspiró y, desganada, tomó asiento en el borde del carruaje, cruzando con gracia sus esbeltas piernas. Sacando su querida pipa de un agujero de la realidad, añadió—: Yo me ocuparé de la retaguardia. Los libros dicen que dejemos a los niños su libertad, después de todo.

¡Mi más profundo agradecimiento!

En cuanto mi ama aceptó mi egoísta petición, oí el grave gruñido de aquellos orbes negros como el carbón a mi alrededor. Conociendo su poder, era una gran tranquilidad tenerlos de mi lado; aun así, no podía evitar inquietarme ante la idea de tropezar con uno.

Había formas de modificar cuidadosamente los hechizos para evitar el fuego amigo, pero… me preguntaba si ella era de las que se preocupan por el grupo de delantera. Aunque probablemente evitaría los daños colaterales en aras de la eficiencia, podía imaginármela fácilmente diciéndome que era mi responsabilidad esquivar.

En cualquier caso, el hecho de que ya no tuviera que preocuparme por mi flanco significaba que lo único que me quedaba por hacer era…

—¿Señor hermano?

Oí el crujido de la puerta del carruaje y la voz angelical que la acompañaba tan clara como el día a pesar de los furiosos vientos. Al girarme, oí a Lady Agripina murmurar: «¡Oh, cielos!», sólo para ver a Elisa intentando bajar por la puerta abierta.

Envuelta en una simple ropa de dormir y con una almohada de gran tamaño, debía de acabar de despertarse por el alboroto. Cuando se dio cuenta de que yo no estaba a su lado, su primer instinto fue venir a buscarme. Yo sólo iba a salir un momento, así que había dejado la puerta abierta; Lady Agripina tampoco lo había tenido en cuenta, ya que no me había ayudado con su magia.

—¡Elisa, quédate dentro! Es peligroso.

—¡Pero, pero! ¡Señor hermano, esto da miedo! ¿Quién es?

Mis intentos de hacerla volver al vagón fueron inútiles cuando Elisa se acercó contoneándose sobre sus piernecitas.

¡¿AAAUUUUUGHHHH?!

El lamento desgarrador que escapó de los pulmones de Helga transmitía una emoción más profunda que los cacareos, gemidos y gritos que lo habían precedido. El dolor abisal de su alma no conocía otro nombre que la desesperación. Helga había visto lo único que debería haber eludido para siempre su mirada. Si de verdad creía que yo era su padre, entonces, ¿cómo podría su mente retorcerse al verme con otra joven?

Ya conoces la respuesta.

Inmediatamente abandoné la espada de la ogra y redirigí mis Manos liberadas para envolver a Elisa. Tiré de su escuálido cuerpo hacia mí y apoyé la espalda en el escudo para protegerla del vendaval que empeoraba. Mientras las punzadas de la desesperación asaltaban nuestros oídos, no podíamos hacer otra cosa que resistir al ciclón desgarrador.

 

[Consejos] Los hechizos que los alfar lanzan de forma natural invaden el territorio de los milagros. En campos relacionados con su propia burbuja de autoridad, prácticamente pueden provocar desastres naturales.


[1] Los «juegos musou» son un género de videojuegos de acción en tercera persona que se caracteriza por enfrentar al jugador contra multitudes de enemigos a la vez. El término «musou» proviene del nombre de una serie de juegos japonesa llamada «Dynasty Warriors» (Shin Sangokumusou en japonés),

 

¿Quieres discutir de esta novela u otras, o simplemente estar al día? ¡Entra a nuestro Discord!

Gente, si les gusta esta novela y quieren apoyar el tiempo y esfuerzo que hay detrás, consideren apoyarme donando a través de la plataforma Ko-fi o Paypal

  Anterior | Índice | Siguiente

Donacion
Paypal Ko-fi