Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 2 Finales de la primavera del duodécimo año (III) Parte 2

 

¿El dolor provenía de su cuerpo o era un regalo de despedida del vestigio sin vida de su mente? Con el cuello casi cortado, no podía entenderlo.

Se suponía que debía ser feliz. Debía volver. Se suponía que pondría fin a esta pesadilla. Se suponía que nunca tendría que volver a decir esas palabras malditas:

«No soy tu hija. Siento haberte robado a Helga.»

Helga era ella misma. Sólo había visto a su madre en pinturas, pero era igual a ella. No había nacido nadie más de su linda madre y su querido padre. Todas las personas a las que preguntaba le decían lo maravillosa y amable que era su madre, y que era igual que ella.

Sin embargo, un día, su padre había dejado de lado a Helga. Aquel fatídico día en que su corazón empezó a aletear y se elevó en el aire, Helga fue feliz. Surcó el cielo como las hadas y los ángeles de las sagas que su padre había contratado a poetas para que recitaran de vez en cuando. Con el corazón puro, estaba segura de que su aventura iba a comenzar.

Pero la realidad fue otra. Una silenciosa inquietud se apoderó de la mansión, cambiando para siempre su feliz hogar. Todo lo que Helga tenía le fue arrebatado; fue encerrada en una solitaria habitación del ala oeste.

¿Y después de eso? No quería recordar. Además, no lo necesitaba. Todo aquello había sido una terrible pesadilla. No cabía duda de ello. Pero entonces, ¿por qué su padre le había cortado el cuello con un cuchillo?

Ningún pensamiento podía resolver aquel enigma, lo único que hacía era reavivar un recuerdo tras otro de la tortura a manos de un padre que no existía. ¡Para, gritó, estás mintiendo! Pero su voz insonora no consiguió aplacar las horribles visiones. Utilizó todo el poder desconocido que bullía en su interior para expulsarlo todo en una ráfaga helada, pero la pesadilla seguía existiendo.

Helga rogó y suplicó que aquellos recuerdos inaceptables desaparecieran junto a aquel que se parecía a su padre. Sacando hasta la última gota de sí misma para conseguirlo, seguía sin poder acabar con todo.

Ojalá el mundo se pudriera y me llevara con él.

Mientras el alma de retazos gritaba en agonía, vislumbró a una joven. Tenía un bonito cabello dorado. Tenía unos bonitos ojos marrones. Era pequeña y delgada. Algo en la chica le recordaba a Helga a su padre, y a la fugaz felicidad de los días pasados.

¿Quién era ella? ¿Por qué estaba tan cerca de su padre? ¿Por qué se acurrucaba contra él? Ese era el lugar de Helga… y no se lo daría a nadie.

Mientras la cognición retorcía la realidad para ajustarla a sí misma, el ego optó por descargar la responsabilidad en otro: todo había sido culpa de aquella chica.

Todo es culpa de ella. Me robó a mi padre. Le engañó. ¡Por eso se portó mal conmigo! Este nuevo personaje nunca había aparecido en su memoria y no podía escribirse ahora, pero los fragmentos de su corazón no podían atar cabos. Con más odio que nunca, explotó de poder para expurgar la desagradable visión que tenía ante ella.

Carámbanos afilados y duros revolotearon en un torbellino fatal con el único deseo de picar todo lo que entrara en él. La tormenta danzaba cada vez más rápido en la palma de su mano, y ella la desató con un gemido que encarnaba un sufrimiento sublime e inefable.

A medida que sus sentidos se expandían, empezó a percibir el mundo de formas que un mensch jamás podría soñar. La furia de la tempestad era como una segunda piel. La escarcha se apoderó de todo, pero en medio de la sensación de calor agotador, una cosa permaneció en pie.

A Helga no le importó que el carruaje se hubiera alejado mucho antes de darse cuenta. Aunque la perfecta compostura de la mujer sentada encima rozaba su sensibilidad en un ángulo desagradable, destruir el vehículo había sido la menor de sus preocupaciones.

Detrás de una losa vertical de madera y metal, sintió un último cúmulo de calor. No estaban muertos. Seguían sin estar muertos. Tanto la vil muchacha que le había robado a su padre como el padre que tan fácilmente había sido engañado aún respiraban.

¿Hm? ¿Odio a mi padre? ¿Odio a mi padre? No, claro que no. Le quiero y le respeto desde el fondo de mi corazón.

Entonces, ¿quién es? Mi padre se fue a un lugar muy, muy lejano. ¿Acaso es él?

Mi padre se fue porque me odiaba, pero eso fue un sueño, así que sigue aquí, pero ése no puede ser mi padre porque…

Como un engranaje con los dientes demasiado desgastados para encajar, los pensamientos de Helga giraban en círculos, condenados a una eternidad sin conclusión. Tan perdida en los pozos de su mente, ni siquiera podía reconocer que la fuente inagotable de maná que había dejado escapar estaba empujando su cuerpo al borde del colapso.

Todo se distorsionó en un lío ininteligible. Pero entonces… se dio cuenta de algo. ¿Podrían ser esos dos realmente ella y su padre, de hace mucho tiempo? Cuando había estado triste o herida, recordaba que la habían abrazado así.

El ferviente deseo de volver a esos brazos debilitó naturalmente el vendaval invernal. Sin embargo, el fragmento de nostalgia que potenciaba una pizca de su cordura no era la única razón: había roto el bloqueo mental de la autoconservación y seguía descargando su maná, que disminuía rápidamente.

Justo cuando la tormenta empezaba a amainar, el escudo de la ogra cedió. El padre de Helga, —no, un chico dorado al que ella no conocía—, se abalanzó hacia adelante, dejando atrás una espada lo bastante grande como para proteger a su pequeña compañera. Incluso en la vacilante tempestad, el granizo que volaba le cortaba la piel como un millón de dagas. Sin embargo, el chico se mantuvo firme y se lanzó de cabeza hacia la sustituta flotante.

El hielo le cortó la piel y el pelo y le desgarró la carne, pero siguió adelante. Mientras tanto, los dos se miraron fijamente. Con una mirada libre de cualquier tipo de odio o sed de sangre, el chico saltó hacia ella.

—Oh, —dijo Helga.

Sus ojos eran tan amables, pero tan extraños. Los ojos de su padre habían sido de un azul más frío y translúcido. El tono más oscuro de sus ojos de gatito era un color que nunca había visto antes… pero eran tan cálidos y amables.

No le dolía; no sufría; no tenía miedo. Y pensar que entonces había odiado tanto las cuchillas.

Curiosamente, Helga se sentía muy tranquila. Su cuerpo chillaba de dolor y su irreparable psique seguía lamentándose, pero sólo su alma contemplaba un cielo despejado, un cielo no muy distinto del que vio cuando las nubes de tormenta se separaron.

Mientras contemplaba la hermosa luna, pudo sentir la extraña forma de un cuchillo que atravesaba sus ataduras malditas y se clavaba en su pecho. Su cuerpo no sangraba, pero algo en su corazón se sentía increíblemente cálido.

Envuelta en el tierno calor del final, la muchacha se precipitó lentamente a la tierra, liberada de sus ataduras eternas. Por primera vez en décadas, sintió paz mientras cerraba los ojos.

 

[Consejos] La muerte es la gran igualadora para todos los que tienen alma.

 

Los vientos me azotaron y apreté con fuerza a Elisa, buscando desesperadamente la más mínima oportunidad. Mi preciada hermana se aferraba a mí con lágrimas de terror, y mientras sentía su mísero calor en mi piel, toda mi mente estaba ocupada por un pensamiento: Soy un tonto blando.

¿Qué dije cuando ejecuté a esos seis demonios? Había proclamado que salvarlos estaba más allá de mi alcance, que acabar con su miseria era lo mejor.

Mírame ahora.

Había sido un idiota ciego que fingía comprender. En cuanto me había topado con una chica lamentable, me había doblegado. Había ignorado el hecho de que las alfar ya la habían abandonado, aferrándome a la absurda esperanza en el fondo de mi mente que me decía que podía salvarla.

Claro que sí. Me había convencido de que la realidad también era blanda con las jóvenes maltratadas por el mundo. ¿Cuántas veces mis esfuerzos por ayudar a gente como ella se habían visto recompensados en mis campañas?

A la realidad no le importaba. Una copa rota no puede contener vino, y su corazón roto no podía repararse. No había milagros convenientes, ni giros del destino que le devolvieran la cordura, ni objetos baratos que pudieran sacarla del abismo.

Yo le había hecho esto. Era mi penitencia por haberme dejado llevar por una dulce fantasía, y la llevaría hasta las últimas consecuencias, aunque me quitara hasta el último aliento. ¿Cómo podía considerarme un buen hermano cuando mi resolución a medias había puesto a Elisa en peligro? ¿Cómo podía llamarme a mí mismo un aventurero listo para partir? Quería retroceder en el tiempo para arrancarme la lengua y matarme a golpes con estas dos manos. Asaltado por el frío, temblé sin otra razón que la rabia.

De repente, la tormenta amainó. Aunque los vientos seguían siendo duros, no se parecían en nada a lo que habían sido un momento antes.

—Se está quedando sin maná, —dijo Úrsula—. Claro que sí, no puede sobrepasar sus límites eternamente…

—Se supone que los Reifalfs sólo llaman al invierno o lo hacen más fuerte, —dijo Lottie—. Las tormentas y los hielos son para los alfs más grandes…

Helga estaba cada vez más débil: si aguantaba —si me yo dejaba aguantar— ella moriría por su propia voluntad.

Oh, por favor, no. Cualquier cosa menos eso.

—Úrsula, Lottie, tengo una petición.

—¿De qué se trata, amado?

Tenía una voluntad, mejor dicho, un deber. Sabía exactamente lo doloroso que era quedarse sin maná como mensch. ¿Y para un alf? ¿Cómo de desgarrador sería para uno de esos paquetes sensibles de energía mágica cincelar su propia existencia hasta disolverse en la nada?

—Quiero que protejan a Elisa.

Helga ya había sufrido bastante: su vida no era más que una historia de dolor. Para ella, sufrir hasta el momento final era demasiado.

—Supongo que no tenemos elección.

—¡Sí! ¡No podemos decirte que no, Amadito!

Las dos hadas intercambiaron miradas y sonrieron por mi lástima.

—Elisa, —dije—, ¿puedes prometerme algo?

—¿Señor hermano? ¿Qué?

—Hasta que vuelva a buscarte, no muevas un músculo.

Saqué de mi pecho la cara sollozante de mi hermana y la hice bola debajo de mí. El escudo estaba al límite, pero Elisa era lo bastante pequeña para caber detrás de la espada de la ogra con un poco de ayuda feérica. Era una carrera: ¿llegarían primero las bendiciones de las alfar o se resquebrajaría el escudo antes de tiempo? Sin esperar la respuesta, lo dejé todo en manos del destino y esprinté hacia delante.

Incluso ahora, la tormenta era mortal. La escarcha me robaba el sentido del tacto y el granizo me golpeaba desde todos los ángulos, pero ¿qué importaba? Podía soportar el dolor. Con el maná que me sobraba, abrí mis Manos Invisibles para protegerme; luego las aplané como si fueran escalones.

Lo siento, Helga. Todo ha sido culpa mía. Siempre pensaré en ti y te pediré perdón; nunca más cometeré este error.

Lo siento mucho.

Helga, yo nunca me perdonaré. Así que te pido que hagas lo mismo. No importa quién más se atreva a absolverme, tú y yo…

La miré fijamente a sus ojos vacilantes hasta el final del final, grabándola en mi alma. Por fin, clavé el cuchillo feérico en su pequeño cuerpo, asegurándome de atravesar la esencia de su ser.

Frizcop: Qué penita. Lloré con este capítulo por la carga emocional que tuvo 😪

 

[Consejos] El órgano vital que contiene la piedra de maná de un demonio se encuentra junto al corazón. Del mismo modo, muchas criaturas anclan su presencia física en el pecho.

 

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