Danmachi: Argonauta

Vol. 2 Capítulo 8. La Trampa del Laberinto

Avanzaban por el Gran Laberinto.

Con el sonido de cuatro pasos resonando como el viento, Argonauta y los demás recorrían los intrincados pasillos.

—El intenso ruido que resonaba por todo el laberinto… se ha desvanecido.

Ryuulu, como si algo lo detuviera, echó una mirada fugaz hacia atrás.

Los impactos que habían sacudido el Gran Laberinto habían cesado.

Tampoco se escuchaban ya los espeluznantes gritos de los monstruos ni los rugidos de los guerreros.

—¿Será que… Yuri y Garms…?

—…Sigamos. ¡Si no avanzamos, se enfadarán conmigo! Por Yuri y los demás, ¡derrotaremos al Minotauro!

Ante la inquietud que expresó Ryuulu, la determinación de Argonauta fue firme.

Sin confundir el deber que debía cumplir con los sentimientos hacia sus compañeros, siguió avanzando con decisión.

—……

—…¿Olna? ¿Qué sucede?

En ese momento, solo Olna había cambiado la expresión de su rostro.

Aunque Feena, quien corría justo a su lado, le dirigió la palabra, Olna solo devolvió un silencio inquietante.

«Ella» no aparece… Eso es lo más aterrador…

La causa de la inquietud en el rostro de Olna era la ausencia de «cierta persona».

Sin duda, dentro del Gran Laberinto, era la presencia más temible después del Minotauro. Pero no daba señales de aparecer.

Aunque Olna examinaba repetidamente las sombras que las luces de los candelabros, colocados a intervalos regulares en la parte superior de las paredes del laberinto, no lograban disipar, no pudo localizar a la asesina más temida de la capital real.

¿Acaso no nos ha detectado? ¿O… está esperando el momento oportuno? Solo el hecho de que su «hermana», quien solía protegerla con una insistencia abrumadora, no apareciera ahora, era suficiente para inquietar profundamente a Olna. Mientras se daba cuenta de que su deseo de que todo fuera una falsa alarma probablemente no se cumpliría, Olna se mantenía en constante alerta, más atenta que nadie a su alrededor.

En ese instante:

—«Groooooooohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…………»

Un rugido bajo que detuvo los movimientos de Olna y los demás resonó desde las profundidades del Gran Laberinto.

—¿Eso fue…?

—Un rugido como el de la tierra gimiendo… Como si algo terrible hubiera despertado…

Feena y Ryuulu se tensaron al instante.

Olna, con voz cargada de premonición, declaró:

—No hay duda… ¡El Minotauro ha despertado…! —La advertencia de alguien como ella, conocedora de todos los secretos de la capital real, era tan precisa y certera como la voz de los astros que predicen el destino.

El grupo se encontraba en una amplia encrucijada. Sin embargo, los ojos de las chicas no titubearon ni un instante, permaneciendo fijos hacia adelante.

En medio de una atmósfera gélida de tensión que no hacía más que intensificarse, Argonauta murmuró con calma:

—Y además… está cerca.

Como si confirmaran sus palabras, unos pesados pasos comenzaron a resonar como martillos, doooon, doooon, acercándose más y más, como guiados por el aroma de una presa jugosa.

Feena, esforzándose por contener el temblor en sus manos y pies, levantó su bastón.

Ryuulu, con una lira en una mano y el ala de su sombrero bajada, fijó una mirada de halcón en la oscuridad que tenían delante.

Argonauta, sin decir palabra, desenvainó sus dos espadas: la «Espada del Trueno» y la «Espada Mágica de Fuego».

Entonces, frente a la mirada contenida de Olna, aquella enorme silueta rompió las sombras que llenaban el pasillo.

—«¡Gruooooooooooooooooooooooooooooooohhhhhhhh!!»

Un rugido desgarrador golpeó no solo los tímpanos, sino todo el cuerpo del grupo.

Mientras Argonauta y los demás casi retrocedían por el impacto, Ryuulu, sin perder tiempo, recitó un conjuro mientras tocaba su lira. Al instante, una tenue «barrera verde» se extendió para proteger las mentes y los cuerpos de los cuatro del aterrador rugido que emanaba esa presencia.

Sin embargo, incluso con la protección, el temor era inevitable.

—¡El «Minotauro»…!

La altura total de esa monstruosa figura, incluidos sus horribles cuernos, alcanzaba fácilmente los tres, quizá cuatro metros.

Todo su cuerpo, cubierto de un pelaje áspero, estaba enfundado en una armadura de acero. Sin embargo, parecía que, antes de caer en su letargo, se había despojado de las placas de metal en el torso y los brazos, que ahora estaban sustituidas por «cadenas resplandecientes» que envolvían su cuerpo: los «Artefactos Divinos», fuente de toda esta calamidad.

En sus manos sostenía un hacha de doble filo que superaba con creces la altura de cualquier humano.

La criatura, desprendiendo un intenso hedor a sangre que daba ganas de taparse la nariz, observaba con desprecio a Argonauta y sus compañeros, quienes permanecían paralizados.

—Ya lo había visto una vez, pero… ¡es diferente! No es como los otros monstruos… ¡Es mucho peor! —Sin darse cuenta, Feena dejó escapar un grito de terror.

Anteriormente, Feena y los demás habían presenciado desde lo alto del cañón la masacre de guerreros —una escena que el Minotauro consideraba su «banquete»—, pero enfrentarlo directamente era una experiencia incomparable. La presión que emanaba de esa criatura transmitía, sin necesidad de palabras, una diferencia abrumadora en el nivel de existencia, y sobre todo, una disparidad de poder insuperable.

Las palabras de Olna, quien había afirmado que era «más poderoso que un dragón», no estaban equivocadas.

—¡Un cuerpo intimidante, un rugido cargado de bestialidad, un hacha de doble filo empapada de sangre…! ¡Ah, qué aterrador! ¡Es como la encarnación misma de un monstruo! —Incluso cuando Ryuulu, sin perder la costumbre, murmuraba versos para una nueva canción, no lograba disipar el temor que embargaba a Feena y los demás.

El Minotauro, una bestia que devoraba cadáveres sin reparos, era un ser que desbordaba las normas de cualquier criatura conocida, la representación absoluta del término «monstruo».

—¡……! ¡Espada del Trueno, préstame tu poder! —Argonauta, buscando expulsar el miedo que se aferraba a su cuerpo, dejó que la espada espiritual desatara corrientes eléctricas.

Con el sonido crepitante de las descargas y envuelto en el «amparo del rayo», llamó la atención del Minotauro, que lo observó fijamente por primera vez.

El monstruo reconoció en medio de su «alimento» a un intruso indeseado, un veneno que podría entorpecer su banquete.

Con sus enormes brazos colgando y sosteniendo su hacha de doble filo, el Minotauro se preparó. Ante él, Argonauta tomó aire y rugió:

—¡Aquí y ahora lo decidiremos! —Con un golpe en el suelo, se lanzó hacia adelante.

En un abrir y cerrar de ojos, su velocidad lo convirtió en un destello que incluso los ojos de Feena no podían seguir. Con un brillo relampagueante, se dirigió directamente al Minotauro, simulando un corte diagonal frontal, pero, en el último momento, saltó hacia arriba.

El coloso reaccionó apenas con un leve movimiento, pero Argonauta había leído cada detalle. Se elevó justo fuera del alcance de la criatura, posicionándose por encima de su cabeza. Aunque el camino directo no era su estilo, ni siquiera con el amparo del espíritu, Argonauta se mantuvo cauto, sin caer en la arrogancia. En pleno salto, giró su torso como una peonza, alcanzando casi el techo del pasillo principal.

Para cualquier guerrero común, sus movimientos podrían parecer trucos sin importancia.

Pero, envuelto en relámpagos, aquel ataque se transformó en un asombroso asalto relampagueante.

Una represalia, como un rayo de venganza, dirigida al monstruo que una vez fue conocido como el «Rey del Trueno».

Sin embargo…

—¡¿Qué…?!

El Minotauro lo desvió.

Con un simple movimiento de su cabeza y utilizando uno de sus cuernos curvados y carmesíes, bloqueó el ataque con facilidad.

El monstruo reaccionó con una velocidad que superó por completo las expectativas de Argonauta, dejándolo sin palabras mientras flotaba indefenso en el aire.

El relámpago que debía haber sido una sorpresa fue contrarrestado. Era como si el enemigo también albergara rayos en su interior.

El Minotauro, cuya fuerza física desbordaba cualquier límite humano, no perdió tiempo y lanzó su ataque sin contemplaciones.

—«¡Vvvooooaaaahhhh!»

¡Kuh…! —Argonauta, con su capa ondeando, aterrizó en la pared en lugar del suelo, justo a tiempo para evitar el hacha de doble filo que el Minotauro lanzó hacia él con su enorme brazo derecho.

La suela de las botas cargadas con electricidad pateó la pared en el último segundo, permitiendo a Argonauta esquivar el ataque por un margen estrecho. Sin embargo, un instante después, una explosión y una nube de polvo se levantaron, sacudiendo el laberinto con tal fuerza que Olna, incapaz de mantenerse en pie, cayó al suelo desde su posición de cuclillas.

Mientras el polvo cubría la visión, Argonauta se lanzó hacia el lado izquierdo del Minotauro, apuntando a un punto ciego cerca de su rodilla izquierda. Con grandes gotas de sudor cayendo por su rostro, logró cortarlo al pasar junto a él. Aunque el corte no fue profundo, alcanzó la parte descubierta de la pantorrilla izquierda, donde la gran armadura no ofrecía protección.

El relámpago que acompañó el corte envió un breve destello de electricidad por el cuerpo del Minotauro. Este frunció el ceño, formando profundas arrugas en su frente, pero no pareció afectarle más que eso.

Con un rugido de furia, el monstruo comenzó a desatar su ira, irritado por la resistencia de su presa.

—¿¡Gwaaah!?

—¿¡Hermano!?

En medio del feroz intercambio de golpes entre el humano y la bestia, Argonauta comenzó a ser superado. A pesar de que lo atacaba repetidamente con cortes y descargas eléctricas, el Minotauro no caía. Por el contrario, su ira crecía con cada golpe recibido, intensificando la fuerza y la ferocidad de sus ataques. Finalmente, el monstruo logró golpearlo con un brazo, atravesando la defensa de su espada y enviándolo a volar.

La masiva criatura, con su imponente cuerpo, convirtió el amplio corredor, lo suficientemente grande para contener a diez hombres adultos alineados, en un espacio opresivo donde el caos y la muerte reinaban.

Feena, quien había quedado paralizada durante los primeros instantes del enfrentamiento, levantó su báculo y lanzó un hechizo. Sin embargo, incluso eso no fue suficiente para detener al Minotauro. El monstruo ignoró las llamas que impactaron en su espalda, y con una obsesión brutal continuó atacando al relampagueante Argonauta, al que consideraba la mayor molestia.

—¡¿El rayo del espíritu no funciona?! ¡Aunque su cuerpo esté siendo quemado, ni siquiera se inmuta…!

—¡Es un maldito monstruo…!

Ryuulu y Olna, quienes habían sido ayudadas a levantarse, exclamaron con desesperación al presenciar la escena.

La fuerza del relámpago, que había demostrado ser decisiva en enfrentamientos anteriores, no era capaz de infligir una herida mortal en esta ocasión. El Minotauro, que había devorado tanto a humanos como a otros monstruos, se había fortalecido demasiado. Su poder lo hacía incomparable a cualquier otra criatura de su especie, al punto de ser considerado algo completamente diferente.

Los cuernos carmesíes —con los cuales había parado el primer ataque sorpresa de Argonauta— teñidos del rojo de la sangre de sus innumerables víctimas, eran prueba de su sed de masacre. Su piel endurecida era prácticamente impenetrable, más resistente que cualquier armadura de cuero curtido o incluso las escamas de dragón.

Su musculatura descomunal no solo era una barrera impenetrable, sino también un arma en sí misma. Cada fibra de su cuerpo era una herramienta de destrucción, convirtiendo a esta criatura en un arsenal viviente.

La familia real de Lakrios, que durante generaciones había domesticado y fortalecido irónicamente al llamado «General Invencible» a través de sacrificios sangrientos y crueles, había creado un ser cuyas capacidades superaban por completo la comprensión humana.

Lo sabía, lo sabía… ¡Sabía que el enemigo era formidable! ¡¡Pero jamás imaginé que tanto!!

En medio de una batalla mortal, donde un impacto directo significaría perder de inmediato el derecho a luchar, Argonauta apenas podía distinguir si las gotas calientes que saltaban de su piel eran sudor o sangre. Respiraba entrecortadamente frente al imponente enemigo que tenía delante.

Había asumido la ventaja del Minotauro basándose en las suposiciones de Olna, y lo había aceptado como un hecho. Aun así, en el fondo de su corazón, se había permitido creer que la brecha no era insuperable.

Confiaba en que, con el poder de los «espíritus», cualquier dificultad podría ser superada.

Pero se había equivocado. El enemigo no era simplemente fuerte; era un verdadero «monstruo». Y frente a semejante bestia, comprendió que él no era un «Héroe», sino solo un «payaso».

¡¡Sin embargo, si pierdo aquí, la princesa entonces…!!Rechazando de inmediato el temor paralizante que lo invadía, Argonauta despejó sus pensamientos pesimistas. Su mente evocó la imagen de una joven de cabello dorado y ojos azules. Una chica que jamás había mostrado una sonrisa auténtica. Ella era ese «uno» a quien Argonauta había decidido salvar.

Ante la misión que tenía ante sí, cualquier desesperación era insignificante. Esta «cacería del toro» debía ser completada a toda costa.

—¡No perderé! ¡No terminará aquí! ¡No lo permitiré! —Con un grito lleno de determinación, Argonauta desenvainó la «Espada del Trueno» y, además, la «Espada Mágica de Fuego» que le había entregado Crozzo.

—No, esto sí será el final.

Fue entonces cuando ocurrió.

En medio de la feroz batalla, un susurro helado perforó los oídos de todos los presentes.

—…………

Una sombra apareció de repente desde un costado, reptando como una bestia al ras del suelo. Se movió más rápido que cualquier otra cosa en el campo de batalla, cruzándolo en un instante y saltando sin hacer el menor ruido.

Con sus pies tocando el techo y su cabeza apuntando hacia el suelo, una amazona vestida de negro se giró, realizando un movimiento imposible. Sus manos brillaron con un destello mortal.

Al igual que los demás, Feena se congeló, incapaz de respirar. Incluso Argonauta contuvo la respiración, aunque logró reaccionar por puro instinto.

Como en una ocasión anterior, detuvo con la «Espada del Trueno» el ataque dirigido a su cuello. Sin embargo, su suerte no llegó más lejos.

Como si entregara un obsequio, la mano izquierda de la atacante se agitó con la precisión de una guadaña de la muerte y hundió una «hoja letal» en la espalda de Argonauta.

—¡Gah…!

—¿¡Hermano!?

El sonido de la sangre brotando de la boca del hermano y el grito de la hermana resonaron al unísono.

—¡¿Un puñal maldito?! ¡No puede ser!

—¡¿Elmina?!

El asombro de la elfa y la preocupación de la joven también surgieron simultáneamente.

—La aventura ha terminado. Yo escribiré el final del payaso. —Mientras incluso el Minotauro detenía su movimiento por un instante ante el suceso, la asesina, Elmina, aterrizó silenciosamente sobre las losas del laberinto. Con una voz fría e impasible, declaró—: «Argonauta tropezó con una piedra y fue asesinado por un monstruo.»

Y, conforme al guion que ella misma había dictado, el tiempo que había estado en pausa se quebró.

—«¡Vruuooooooooooooooooooooooo!»

El Minotauro, sin piedad, lanzó una embestida brutal.

—…¿¡Gahhhh!? —Con un impacto feroz desde su hombro, el cuerpo de Argonauta fue lanzado como una rama seca.

Ni siquiera la barrera de electricidad que desplegó en el último momento pudo detener el golpe. Desde la perspectiva de Olna, Argonauta y el Minotauro desaparecieron con la fuerza de un torrente en la dirección del pasillo a la izquierda, el mismo por el que había aparecido Elmina.

—¡¡Hermanooooooo!!

—¡No podemos dejarlo! ¡Debemos ayudarlo!

Con los rostros pálidos, Feena y Ryuulu intentaron correr tras ellos.

Sin embargo…

—¿Creen que se los permitiré?

La asesina mostró su despiadada crueldad.

En una de las paredes de la intersección, donde una losa sobresalía de forma extraña, del tamaño de un ladrillo, Elmina golpeó con su puño.

De inmediato, un estruendo resonó desde el interior de la pared como si esta hubiera perdido un pilar de soporte. Un instante después, un sonido seco y ensordecedor llenó el lugar.

Justo cuando Ryuulu y las demás estaban por lanzarse al pasillo de la izquierda, apareció un «muro de piedra» que bloqueó su camino.

—¡¿Qué?!

—¡¿Hizo que una barrera cayera del techo…?!

Feena y Ryuulu se quedaron estupefactos al ver cómo una inmensa losa de piedra descendía del techo y casi los aplastaba.

La «barrera» no solo bloqueó el camino de la izquierda, sino también el de la derecha, transformando la intersección en un simple pasillo recto.

Ya no podían dirigirse hacia donde estaban Argonauta y el Minotauro.

—Una «trampa» instalada bajo las órdenes de la familia real de Lakrios por el Maestro Artesano… Este tipo de mecanismos están presentes en todas partes del Gran Laberinto.

—¡Elmina…! ¡Tú! —Olna apretó ambos puños y lanzó una mirada de odio hacia la fría amazona que hablaba sin emoción. Su temor más profundo se había materializado: Elmina, escondida en las sombras, había estado observándolos y esperando con paciencia el momento perfecto para atacar.

—¡Ábrelo! ¡¡Abre esto ahora mismo!! —Feena, golpeando la barrera una y otra vez con sus puños mientras llamaba desesperada a su hermano, se giró hacia ellas y gritó con una voz quebrada por la desesperación.

Ante su arrebato, Elmina, bajo su velo, movió los labios con frialdad.

—Es inútil. Una vez que la barrera se activa, no puede revertirse.

—¡¿Qué…?!

—No digas tonterías. Ese toro es un monstruo auténtico. Si estuviéramos en el mismo espacio, también nos devoraría vivas.

Las despiadadas palabras hicieron que Feena quedara muda.

Elmina entonces lanzó una breve mirada a su única «hermana».

—Especialmente tú, Olna… Eres débil, serías la primera en morir. No puedo permitir algo así.

—¡……! —El rostro de Olna se contrajo con una mezcla de disgusto y dolor ante el amor protector, distorsionado y unilateral, de su «hermana».

—¡Desde el principio querías separarnos de Don Ar, que obtuvo el poder del espíritu…! —Ryuulu gimió al comprender que habían perdido al miembro clave para derrotar al toro.

Incluso si Feena intentaba usar su magia para romper la barrera, el grosor de esta haría que tomara demasiado tiempo.

—El hombre problemático ya está acabado… Será devorado más allá de esta pared, y ya no quedará nadie capaz de derrotar al Minotauro.

Pero más que eso, jamás podrían lanzar un conjuro, porque este no sería permitido por la amazona frente a ellos, quien, con dos dagas oscuras en sus manos, adoptó una postura lista para el combate.

—Ahora solo queda eliminarlas a ustedes… Vamos, mueran.

El ataque unilateral comenzó.

Una vez más, Elmina desapareció en completo silencio, desafiando la gravedad mientras se impulsaba contra las paredes y el techo, moviéndose en todas direcciones.

La aterradora sombra que lanzaba ataques pasaba a toda velocidad, dejando las ropas de Feena y Ryuulu hechas jirones en cuestión de segundos.

Incluso con los reflejos justos para responder, los elfos no podían evitar acumular heridas que dejaban sus cuerpos sangrando.

Un destello cortante se lanzó hacia ellos, cortando algunos mechones del cabello dorado y verde que no lograron escapar.

Entonces, un golpe destructivo que superaba al de cualquier monstruo destrozó el suelo, lanzando por los aires fragmentos de piedra junto con los cuerpos de las jóvenes.

—~~~~~~~~~~~~~~~~~~~¡¿?!

—¡Es demasiado fuerte! ¡La amazona Elmina… no imaginaba que esa mujer fuera así de poderosa!

Presionada al máximo, Feena apenas pudo gritar con palabras entrecortadas, mientras Ryuulu, quien normalmente mantenía una actitud despreocupada, perdió por completo su habitual compostura y apenas lograba esquivar los ataques.

Entre los presentes, el trovador, quien había viajado más que nadie por todo el mundo y poseía un vasto y profundo conocimiento, tuvo que reevaluar sus percepciones. Aunque Elmina era una agente del lado de la capital real y uno de los «Candidatos a Héroe» cuyo verdadero alcance era desconocido, no tuvo más remedio que admitir que su poder superaba incluso al de Yuri y Garms en circunstancias normales.

Era, por así decirlo, una guerrera que combinaba la agilidad de los hombres lobo con la fuerza de los enanos. Para Ryuulu, ella era una amazona terriblemente impactante y demasiado fuera de lo común.

Mientras el trovador continuaba acumulando escalofríos, Elmina se acercó rápidamente.

Trovador… Tú eres el más inescrutable de todos. Serás el primero en caer.

—¡……! Eso es sobrevalorarme demasiado. ¡Al igual que Don Ar, mi única habilidad destacable es correr rápido! ¿No podrías perdonarme?

Ryuulu, retrocediendo repetidamente y esquivando por un pelo los ataques de las dagas oscuras, forzaba una sonrisa nerviosa, incapaz de ocultar el sudor frío. Pero la respuesta de Elmina, imperturbable, no cambió.

—Es imposible.

Aprovechando un ataque fallido como señuelo, Elmina se adelantó con el pie derecho, usándolo como pivote para lanzar una patada giratoria con la izquierda.

Aunque Ryuulu logró bloquear cruzando los brazos, el impacto lo lanzó contra la pared con un grito.

—¡¿Ryuulu?! Kuh… «¡Responde a mi llamado, llama de la tierra! ¡Obedece mi orden…!»

Aprovechando la distancia creada por el combate cuerpo a cuerpo entre Elmina y Ryuulu, Feena comenzó a entonar un hechizo.

La velocidad de su conjuro superaría cualquier intento de Elmina por cerrar la distancia antes de que lo completara.

Una oportunidad única. Los ojos de la arquera de sangre élfica no se equivocaron al calcular el alcance entre ambas.

—Por cierto…

Sin embargo…

Elmina no era una adversaria «ordinaria».

Ella tenía la capacidad de anular incluso la velocidad de invocación y el cálculo de distancias que superarían a un oponente promedio.

De espaldas a Feena, Elmina saltó.

—Me has interrumpido con tu magia demasiadas veces.

—…………

Girando en el aire y desapareciendo como objetivo para la hechicera, Elmina aterrizó justo detrás de Feena, aprovechando el momento de confusión que causó el vacío.

La fuerza aterradora de sus movimientos, que desafiaban lo humano, le permitió ejecutar un «asesinato» incluso en un enfrentamiento directo. Mientras Feena intentaba girarse apresuradamente y atacar con su báculo, Elmina atrapó su brazo como una serpiente y lo retorció cruelmente hasta romperlo.

—¡Ah… ¿¡Aaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!?

Con un sonido seco, el báculo cayó de la mano derecha de Feena, ahora doblada de forma antinatural.

Sujetándose el brazo derecho y encogida en el suelo mientras derramaba grandes lágrimas, Feena fue mirada con frialdad por Elmina, quien la observaba desde arriba con desprecio.

—Con esto, ya no podrás sostener tu báculo.

—¡¡Ah, aah, ahhh~~~~~~~~~~~~~~…!!

A la joven semielfa, que lloraba y gritaba desconsolada, le lanzó una patada sin miramientos. Antes de que ese golpe pudiera destrozarla, Ryuulu se lanzó desesperadamente, tomándola en brazos y alejándola del lugar.

Tras rodar varias veces por el suelo, se incorporaron cerca de Olna, quien tenía el rostro completamente pálido. El trovador, que también tenía los labios manchados de sangre, torció su expresión al mirar a la chica en sus brazos, luchando por contener sus lágrimas.

—¡Qué atrocidad has cometido…!

—No te preocupes. Tu arpa tampoco volverá a sonar jamás. —Elmina agitó silenciosamente la daga oscura en su mano izquierda, dejando que la sangre que quedaba en la hoja salpicara al suelo.

En ese momento, un rugido aterrador resonó más allá de la «barrera» que bloqueaba el camino, un sonido que provenía del furioso toro monstruoso.

Con lágrimas en los ojos, Feena miró hacia arriba con sorpresa, al igual que Ryuulu y Olna, quienes levantaron la cabeza alarmados. Con una frialdad implacable, la asesina les dirigió unas últimas palabras.

—Y ese payaso… pronto los seguirá a ustedes.

—¡Gah… ¿cof, cof…?!

Escupiendo un coágulo de sangre, Argonauta se despegó con dificultad de la pared contra la que había sido lanzado, con su cuerpo temblando por el impacto.

—Ahh… ¡¿Hasta dónde fui lanzado…?! ¿Dónde están Feena y los demás…?

El área donde había recibido la brutal embestida era un desastre total, como si un proyectil de artillería hubiera impactado directamente.

El muro del laberinto que detuvo a Argonauta tenía grietas que alcanzaban el techo, y todas las columnas a su paso habían sido pulverizadas.

Ahora, envuelto en una nube de polvo, se encontraba en un corredor largo que recordaba a la columnata de un templo.

—Estas heridas son graves… ¿Será una fractura de huesos…? Esto, sin lugar a dudas, no es bueno…

Intentando forzar su mente, que parecía estar paralizada, Argonauta no dejó de hablar en un intento de mantenerse consciente, lanzando comentarios a modo de humor amargo.

Miró hacia abajo, observando su armadura agrietada y sus brazos cubiertos de sangre. Con una mano temblorosa, alcanzó su espalda y, con un grito contenido «Ugh… ¡Aaaaah!», arrancó de un solo tirón la daga oscura que todavía amenazaba su vida.

De inmediato, la bendición del espíritu formó una capa de electricidad que evitó más pérdida de sangre, aunque esto era apenas un remiendo improvisado. Un calor abrasador y un dolor insoportable se extendían desde su espalda mientras Argonauta respiraba entrecortadamente una y otra vez.

Mientras luchaba por recuperar el aliento, unos pasos pesados, grandes y despiadados comenzaron a acercarse.

—Pero… no puedo darme el lujo de quejarme, ¿verdad…?

Una enorme sombra apareció a través de la nube de polvo, rasgándola como si fuera un fino velo, acompañada de un par de ojos rojos brillantes.

El minotauro, empuñando un hacha de doble filo con una sola mano, dejó escapar un rugido feroz.

—…………………¡¡!!

Frente al poderoso estruendo que hacía vibrar el aire, Argonauta alzó su espada y se preparó para enfrentarlo una vez más.

Se lanzó a un combate brutal contra el minotauro que lo atacaba con furia. Sin embargo, la desventaja era evidente. Era una batalla completamente desigual.

Incluso en perfectas condiciones, ya había sido inferior a su oponente. Ahora, con una herida abierta en la espalda y grietas en los huesos, la situación era desesperada. Ser arrastrado hacia una muerte segura era algo que desafiaba incluso el sentido común.

Incapaz de realizar contraataques efectivos, el cuerpo de Argonauta quedó cubierto de heridas en un abrir y cerrar de ojos.

En el fondo de mi corazón, ya lo sabía…

El silbido del hacha de doble filo partía su armadura en pedazos.

No importa cuánto poder de los espíritus haya adquirido, ni cuántas «trampas» haya hecho…

Los golpes de los cuernos hacían temblar y romper el laberinto.

Argonauta no tiene talento. No tiene técnica. No tiene fuerza. Y está lejos de tener lo que necesita para esta batalla.

El rugido de la bestia era tan imponente que podía incluso desgarrar los truenos.

No puedo… ¡No puedo vencer a este monstruo!

Incluso un desesperado disparo de su «espada mágica» no fue suficiente; el enemigo avanzó directamente hacia el ataque y lo destrozó sin esfuerzo.

Con los ojos abiertos de par en par, Argonauta recibió de lleno otra brutal embestida.

—¿¡Gwaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh!? —Un grito desgarrador salió de su garganta mientras su cuerpo era lanzado por los aires.

Impactó contra varias columnas, desatando una tormenta de escombros, siendo completamente aplastado sin piedad alguna.

Fue un golpe devastador, absoluto, y sin posibilidad de recuperación.

La esperanza de la victoria se desvanecía mientras la derrota se hacía inminente.

Mi cuerpo no se mueve… Mi sangre fluye de manera patética… ¡Voy a morir! Su visión, teñida de rojo, era ardiente como el fuego. Apenas reconocía el techo borroso que parecía ondular como un espejismo, dándose cuenta finalmente de que yacía de espaldas en el suelo.

La vívida fuente de su vida brotaba de su cuerpo mortal, empapando los escombros a su alrededor, mientras los pesados pasos del absurdo enemigo se acercaban, resonando con un ritmo implacable.

—«¡Fuuuuuuuuu…!»

El minotauro se detuvo frente al gravemente herido Argonauta, levantando su hacha de doble filo con una sola mano, como si no pesara nada.

Elevó el arma sobre su cabeza con un movimiento lento y deliberado, preparándose para asestar el golpe final.

Un instante antes del final inevitable, Argonauta entrecerró los ojos, enfrentando su destino. En ese preciso momento, algo ocurrió.

«¿Puedes escucharme, bestia cuya furia no tiene límites? Si estás despierto, presta atención, escucha con atención.»

Un sonido agudo resonó en el aire.

Era un «tono resonante», similar al de un diapasón, que solo el minotauro, atado con «cadenas» por todo su cuerpo, podía percibir.

«Sin importar las circunstancias, prioriza al sacrificio sobre todo lo demás. ¡Devora a la princesa de inmediato!»

La orden provenía del castillo real, físicamente lejos del Gran Laberinto.

Era obra del Rey Lakrios, sentado en el trono con un semblante molesto, aferrando fragmentos del «Artefacto Divino» mientras repetía la misma orden con insistencia.

«¡Te lo ordeno con todo el poder mágico que queda en las «cadenas»!»

«Consume el sacrificio y vuelve a ser mi leal servidor. ¡Es una orden real!»

Esta acción fue un error crítico del Rey Lakrios.

Si hubiese estado presente en el lugar donde Argonauta estaba a punto de ser ejecutado, habría ordenado acabar con él sin vacilación. Sin embargo, debido a la falta de comunicación de los caballeros, el rey no tenía un panorama claro de la situación y, al prever el peor escenario, decidió priorizar el control del minotauro. Este malentendido provocó el desenlace inesperado.

Argonauta, aún a punto de ser rematado, se sorprendió al ver cómo las «cadenas» que envolvían al minotauro brillaban intensamente una y otra vez.

—«¡Gruhhhhhh…!» —El monstruo, sujeto por el «Artefacto Divino», sacudió la cabeza varias veces con frustración.

Movió su cuerpo con brusquedad, lanzando miradas furiosas a su ensangrentada presa, y finalmente bajó su hacha de doble filo, retrocediendo de mala gana.

¿Me está dando la espalda…? ¿A dónde va…? ¡No me digas, la princesa…! Argonauta, perplejo, rápidamente entendió el objetivo del minotauro.

Con los ojos abiertos de par en par, trató de reunir toda la fuerza posible en su cuerpo malherido y perforado.

—¡Muévanse, extremidades…! ¡Muévanse! ¡No puedo dejarlo ir, no debe irse!

Pero sus brazos y piernas no respondían en absoluto.

Mientras tanto, la gigantesca figura del monstruo se alejaba cada vez más de su campo de visión.

—¡Mírame, minotauro! ¡Estoy aquí, gran bestia! ¡Aquí estoy! —Argonauta gritó con todas sus fuerzas.

Llamó al enemigo de su destino, como si aún tuviera arrepentimientos, levantando la voz una y otra vez.

Sin embargo, la figura de aquel monstruo no se detuvo, ni se giró.

—No te vayas… por favor… no te vayas…

Sus gritos se convirtieron en una súplica miserable.

Independientemente de la voluntad de Argonauta, un velo oscuro comenzó a caer sobre su vista.

—¡Maldita sea…! —El hombre, quedándose solo en el escenario, continuó extendiendo la mano hacia la espalda de su eterno rival, como si deseara una revancha. Así, hasta que su conciencia se desvaneció y todo quedó envuelto en oscuridad.


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